Trunks en ocasiones podía ser un malhumorado, cosa que Mai detestaba. Ni siquiera permitía que su amo le alzara la voz; bueno… solo de vez en cuando, cuando ella así lo quería; porque le daba en gana. Era manipulable, pero, como toda mujer, tenía su carácter, y a veces se despertaba rejega, con el pensamiento de "Tú no me mandas…".

Se encontraba en la niñez… de nuevo, y como la infante que era estaba más risueña que nunca; reía constantemente y todo lo miraba de color de rosa. Sin embargo, ahí estaba Trunks… con su mirada pesada y el rostro tieso, apretado, como a punto de estallar en ira dentro de cualquier momento, y ella, preciosa, sentadita detrás de él pensando en mochis.

—Adoro los mochis —dijo a la profesora, puesto que estaban hablando de comida.

Y Trunks, tras escucharla, bufó y más se enterró en su silla.

La estaba comenzando a cabrear.

—Trunks… —le habló luego de tocarle ligeramente el hombro con el dedito índice— ¿te gustan los mochis?

—¿Y qué más da…? —le respondió de mala gana, sin siquiera voltear a verla.

No soportó más y ladeó la cabeza en desprecio. —Pues deberías comerte uno… a ver si así se te quita lo amargado.

Dicho esto, la pequeña se alzó y abandonó la clase.

—¡¿Qué?!... —gritó Trunks casi al instante, y de inmediato se puso de pie.

—¡Espera, Mai…!

Había sido un idiota. Por culpa de sus terribles cambios de humor, heredados de su madre, iba a perder a la hermosa criatura que lo había flechado. Obviamente la persiguió.

—¡Lo siento, Mai! —le dijo ya detrás de ella.

La jovencita, enojada, tardó en darse la vuelta. —No me gusta la gente tan cerrada y amargada como tú —le expuso cruzadita de brazos.

—L-lo siento —le dijo temblando—. No sé por qué soy así… —manifestó ahora con una mano en la nuca—. A veces me levanto de mal humor… En serio lo siento, Mai… ¿Me perdonas? Te prometo que si lo haces te llevaré a comer mochis esta misma tarde —manifestó entusiasmado.

La carita de Mai se iluminó. —¡¿De verdad?!... Entonces sí te perdono. Pero tendrás que llevar a Pilaf y Shu también, ¿eh?

—Ja, ja… ¡claro!

El sol del atardecer alumbraba a los cuerpecitos partícipes de un nuevo y puro amor.