Ella
Me desperté tan pronto me dio la luz del sol en la cara gracias a una cortina mal cerrada.
Mi cerebro comenzó a procesar lento todo a mi alrededor, hasta que entendió que me encontraba encima del pecho de Draco, escuchando su rítmico palpitar a través de su pijama y percibiendo su respiración en el pelo, como una tibia y suave brisa. Me quedé unos instantes recalculando y entendiendo mi posición corporal antes de entrar en pánico.
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"Ok.
Está todo bien.
Una inocente pijamada con dos hombres..."
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Solo mi cabeza y parte de mi torso estaba encima de él, mientras que muy cerca de mi posición, pero apoyado en el hombro opuesto de Draco, estaba Theodore, totalmente desconectado de este mundo y probablemente en el quinto sueño. El "queso del sándwich", alias Malfoy, ni enterado estaba, y dormía de espaldas ajeno a todo con una cara angelical que debería ser delito penado con cárcel. Nadie tenía derecho a verse así de bien durmiendo.
Súbitamente, me perturbó lo cómoda que me sentía en ese enredo de extremidades, por lo que me levanté con mucho cuidado, intentando aplastarlos lo menos posible para que no se despertasen. Pasé por la altura de sus pies para evitar cualquier roce inapropiado y me dirigí a la cocina, derecho a prepararme algo que me permitiese estar lista mentalmente para lo que sería ese día.
"Dioses".
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Mientras veía hervir el agua no pude reprimir el gran suspiro que emergió desde el fondo de mi garganta, pues en alguna parte del viaje me había terminado de convencer de que realmente ese Draco no era de este mundo y que era un adulto con un hijo en su propio universo al cual debía regresar.
No sé que había generado ese cambio a decir verdad. Quizás escucharlo hablar de una manera tan adulta, o esas referencias televisivas y musicales de programas o grupos que no existían. Quizás, era su mirada que a veces se perdía de una forma que solo podía perderse aquel que ha vivido y ha sufrido...
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"Maldita sea".
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Mientras le echaba una cucharada de café a mi taza, comencé a repasar todas las estupideces que había dicho y hecho por no creerle desde el principio, pero es que, ¡cómo creerle! Debía ser la primera vez en la historia del mundo mágico que aquello ocurría, pero después de escucharlo decir que su madre le creyó de inmediato al igual que Nott, comencé a cuestionarlo todo, ya que precisamente todo, alguna vez, tiene su primera vez.
Me dejé caer en una silla y me agarré la cabeza entre manos. Mis sentimientos me habían cegado y habían sido tan explosivos como repentinos. Sin embargo, eso no era lo más terrible. Lo más terrible, era darme cuenta de algo más profundo.
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Que no me importaba.
No me importaba su edad.
No me importaba que no fuera de aquí.
Y ni siquiera me importaba que los besos que le había robado, se los había dado a alguien con un alma mucho mayor que yo, pues si pudiera quedármelo, egoístamente lo haría.
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Pero no. La fugaz tentación de hacer fracasar ese viaje solo quedó en eso, en un deseo fuertemente reprimido. Ahora de verdad quería ayudarlo a volver a su propia realidad, aunque eso me rompiera el corazón en el proceso y me quedase con el Draco Malfoy que solía conocer y detestar.
Así que, decidida, me levanté a buscar aquel libro que compré en uno de los anticuarios, la primera tienda que visitamos, y seguí repasando mis notas, que ya adornaban casi cada página haciéndolo ininteligible para un tercero.
Si bien al principio no lo había estudiado tan a consciencia, avanzando solo de noche en sus páginas, los últimos dos días casi no había despegado los ojos de sus letras, ya que algo me decía que ahí podría encontrar la respuesta.
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Era estúpido mi plan y ni siquiera me beneficiaba directamente, pero era lo único que se me ocurría hacer para sentirme mejor conmigo misma.
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Él
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No había podido pegar el ojo.
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Yo era capaz de aparentar muchas cosas a través de ese personaje prefabricado que el resto conocía, pero a mi mismo, no me podía engañar. Y es que mi estúpido cerebro se negaba a apagarse porque deseaba disfrutar cada instante de la cercanía de Draco, incluso de esta forma tan inocente.
A ello había que agregar mis recuerdos, ¡oh, tortuosos recuerdos! venían como una serie de escenas de película de manera desordenada, y por más que tratase de acallar el ruido mental, nada resultó, por lo que finalmente terminé dejándome llevar para disfrutar esa comodidad a su lado, tanto que la noche rápidamente dio paso al día.
De pronto, sentí a Hermione moverse y cerré los ojos para hacerme el dormido. No quería dar explicaciones del por qué había pasado la noche en vela. Sin embargo, prontamente ella se levantó y se retiró a la cocina, como si el alma se la llevara el diablo.
Podía entenderla, y de hecho lo hacía, pero a diferencia de ella, creo que una cuota de masoquismo me llevaba a quedarme ahí, observando el perfil tranquilo de Draco, con un fuerte presentimiento de que pronto lo perdería, como si me estuviera despidiendo de esa versión de él.
Era estúpido sentirse así, dado que el éxito de nuestra misión era realmente improbable. Pero tenía la corazonada de que ese día tendría su afán y nos guiaría a su destino final.
Escuché a Hermione revolver cosas del otro lado y decidí dejarlo descansar solo. Me levanté y salí de la habitación, encontrándome de lleno con ella, con la nariz incrustada en ese libro que ya parecía una prolongación de sus dedos. Afiné la mirada para leer su título, pero estaba en un idioma que no conocía. Quizás por eso estaba tan metida en él.
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Y claramente no se trataba de algo relativo a Hogwarts.
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–Estoy empezando a asumir que ese libro tiene que ver con este viaje, ¿o me equivoco? –le solté antes de que notara mi presencia.
La vi pegar un respingo y llevarse la mano al pecho dramáticamente como si quisiera sostener su corazón.
–Sé que me ves como una competencia, pero procura no matarme del susto –esbozó con los ojos cerrados, antes de recomponer la compostura–. Eso estoy tratando de averiguar. Compré este libro y es muy críptico. Está en griego. Algo he logrado leer, pero aún no tiene mucho sentido. Siento que se me fríe la cabeza y detesto no entender.
–Así veo. Hay humito saliendo de tus orejas.
Le robé una media sonrisa y por alguna extraña razón, fue reconfortante ver que logré sacarla de su vórtex intelectual.
–¿Dónde lo compraste? No te vi hacerlo.
–En el primer anticuario.
–¿Donde el señor de aspecto nada tenebroso que parecía de doscientos años?
–Ugh. Sí. El mismo que era tan pálido que parecía muerto.
–Bueno, considerando como era la tienda, es probable que ese anciano no vea la luz del sol muy a menudo.
Lo recordaba perfecto. Había sido una forma poco amigable de iniciar la búsqueda. La tienda era un galpón subterráneo enorme, sin ventanas y con poca luz artificial, donde había toda clase de objetos mágicos. Incluso podría jurar que avisoré algunos objetos prohibidos. Tanta cosa se revolvía en ese lugar que los tres nos dividimos en búsqueda del bendito armario, sin éxito. Luego, al preguntar derechamente por el mueble, el dueño de la tienda nos corrió como perros.
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De seguro antes de ese incidente, Granger había alcanzado a hacerse del libro.
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Nos quedamos en silencio. Ella siguió leyendo y anotando mientras yo me servía algo caliente para beber. Me senté frente a ella y pude apreciar como sus facciones iban transitando de la confusión a la realización, y posteriormente a una felicidad mal disimulada mientras escribía a toda velocidad. Se mordía el labio para evitar sonreír.
–¿Encontraste algo de utilidad?
–Eso creo –me respondió radiante y echándose un mechón detrás de la oreja–, aunque nunca sabré si estoy en lo correcto. Es una apuesta.
La miré tratando de entender sus intenciones, pero luego esa corazonada con la que desperté, empezó a punzar y a unir los cabos sueltos.
–Granger –pronuncié para llamar su atención–, ahora que lo pienso, tal vez debamos volver a esa tienda –me miró confundida–. ¿No crees que es muy sospechoso que se comportara de esa forma su dueño cuando supo qué buscábamos? Creo que algo debe estar escondiendo. Si no es en su misma tienda, quizás en su casa, no sé, algo me dice que tenemos que investigarlo.
Ella pestañeaba y una pequeña "o" de revelación se plantaba en su rostro. ¿Cómo habíamos sido tan idiotas? El comportamiento del dueño, la existencia de ese libro en esa tienda, esos objetos de magia prohibida...
Una ráfaga de adrenalina corrió por mi cuerpo. Me levanté de la mesa y fui por el giratiempos que nos entregó Dumbledore para asegurarlo en mi bolsillo, avanzando luego a trancadas a la habitación de Draco para abrir su puerta de par en par, chocando incluso la chapa contra la pared.
–¡Rubito, te me levantas! –ordené, logrando que él despertara de sopetón–. Nos arreglamos y salimos. Lleva el whisky.
Draco se refregó los ojos y luego me miró extrañado. Unas hebras rubias se levantaban de su nuca de forma chistosa.
Mierda.
Si esto resultaba, lo iba a extrañar demasiado.
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–¿Para qué? –susurró con la voz rasposa de quien viene recién despertando.
Lo miré y sin pensarlo, pronuncié.
–Porque hoy puede ser el día que vuelvas, idiota. Y para lograrlo, debes estar borracho.
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