Año 2020, seis meses después del ataque a Oliver

Sentado en su despacho en el Centro, Draco trataba de recuperarse de la reunión que acababa de tener. Para alguien como él, que se dedicaba básicamente a cuestiones administrativas y de derecho familiar, llevar el caso de Oliver estaba siendo un reto a muchos niveles. Tener que decirle a uno de sus amigos más cercanos que no podía hacer más por él era el trago más duro que le había tocado pasar desde que trabajaba allí.

Sentía rabia, y dolor, se había despedido de Oliver y Charlie apenas quince minutos antes y solo podía intentar nivelar su respiración después de llorar abrazado a su amigo. Necesitaba calmarse, necesitaba recuperar su estoicismo habitual y salir de allí para irse a casa y beberse una botella de vino mientras trataba de decidir si quería seguir ejerciendo como abogado.

— Ey.

Se quitó las manos de la cara al escuchar el ronco saludo, acompañado de unos nudillos golpeando el marco de la puerta.

— Tío Sirius —respondió, pasándose las manos por el pelo en un vano intento de recomponerse.

Desde la puerta, uno de sus pocos parientes vivos, o al menos uno de los que le hablaba, le miraba con intensidad. Ese pensamiento le hizo plantearse si no estaba siendo muy dramático en ese momento y sonrió un poco, haciendo que Sirius entrara al despacho como si lo tomara por una bienvenida.

— Venía a hablar con Remus, pero está en una reunión. ¿Quieres un café?

— No es un buen momento —comentó, cogiendo la pluma de la mesa para hacer ver que tenía mucho trabajo.

— ¿Qué te pasa? —preguntó, estrechando los ojos y dejándose caer en la silla delante de su escritorio.

Draco suspiró, soltó la pluma, se aflojó la corbata y lo miró con ojos enrojecidos.

— Es el caso de Oliver. No va bien

Sirius se inclinó hacia él y lo miró, serio, esa mirada acerada que conocía muy bien.

— ¿Qué le ocurre a Oliver?

Su sobrino se mordió el labio. Había olvidado, en su desesperación, que la agresión a su compañero de trabajo era un secreto y por lo visto Remus no lo había hablado con Sirius, a pesar de su vieja amistad.

— No puedo darte detalles, tío. Pasó algo malo y la policía quiere cerrar el caso. El fiscal tampoco tiene interés porque… ¿a quién le importa si la víctima es sólo un gay que trabaja ayudando a los demás?

Se detuvo a tomar aire porque se le rompió la voz. Sirius lo vio frotarse los ojos, clavados en sus manos sobre la mesa, y tragar saliva varias veces, así que se levantó para ir a buscarle un vaso de agua a la sala de descanso. Cuando volvió, Draco estaba de pie frente a una foto que colgaba en una de las paredes de su pequeña oficina. Silencioso, se acercó a él y le tocó el brazo para llamar su atención y tenderle el agua.

— Conocí a Oliver cuando vine aquí la primera vez, él era el voluntario encargado del mostrador ese día. Desde entonces, ha sido mi ejemplo y mi apoyo muchas veces, no puedo fallarle.

Señaló la foto frente a él, tomada años atrás, en la que varios voluntarios, entre ellos un joven Draco de apenas dieciséis años, rodeaban a Remus delante del edificio que ahora ocupaba el Centro. Junto a Draco, un sonriente Oliver le pasaba el brazo por los hombros y miraba a la cámara, mientras el chaval lo miraba a él con lo que seguramente era un fuerte crush adolescente.

— No le estás fallando tú, le está fallando el sistema, Draco —aseveró, poniéndole una mano sobre el hombro para dar un breve apretón.

— ¿Cómo lidias con esa mierda? —gruñó el abogado, aún mirando la foto— Es frustrante.

— A veces tengo ganas de emborracharme y presentarme en el despacho del jefe de mi jefe o del juez de turno. Pero entonces respiro, me tomo un par de días para distanciarme y buscar otra perspectiva. Pienso mejor si me cojo un día libre y me subo a la moto, la carretera me ayuda. ¿Tú desconectas alguna vez?

Draco apretó los labios y Sirius supo que la respuesta era no. Entre marcharse de casa, estudiar y establecerse como abogado, la vida de Draco no había dado para mucho descanso. Maldita familia, siempre poniendo piedras en el camino.

— Tomemos una copa —ofreció Sirius, palmeándole de nuevo el hombro antes de dirigirse a la puerta.

— ¿Pero no venías a ver a Remus? —cuestionó Draco, girándose hacia él.

— Bueno, creo que esa copa es más necesaria ahora. ¿O es demasiado tener conversaciones de borrachos con tu viejo tío?

Recibió una risilla entre dientes a la par que Draco se aflojaba del todo la corbata para quitársela y metérsela en el bolsillo.

— Sirius, —Caminó hacia él negando con la cabeza, sus brillantes zapatos chirriando con suavidad contra el suelo de madera— eres muchas cosas, pero no un anciano, apuesto que podrías tumbarme a cervezas.

Sirius soltó una de sus risotadas roncas y abrió la puerta para invitarle a salir.

— Y a tequilas. Pero mañana es día laborable y mi jefe no es ni de lejos tan amable como el tuyo.

===o0o===

Lo primero que pensó al despertar fue: "mierda". Y eso podía cubrir el dolor de cabeza, el latido tras los ojos, el sabor asqueroso en la boca y el inconfundible dolor más abajo del final de su espalda. Volvió a maldecir por dentro cuando se giró hacia el lado, aún con los ojos cerrados, y sintió como el estómago se le revolvía al intentar incorporarse.

— Tienes cara de necesitar un café —dijo una voz divertida cerca de él.

Parpadeó, aunque la luz era como clavarse agujas en el cerebro. De repente el recuerdo de lo que le había ocurrido a Oliver le estaba haciendo entrar en pánico.

— Oye, cálmate —escuchó como se cerraban las cortinas y eso ayudó a que consiguiera por fin abrir los ojos.

Frente a él, un hombre pelirrojo, delgado y alto le miraba con una sonrisa y una taza de café. Parpadeó un poco más mientras se sentaba contra el cabecero de la cama, tapándose con cuidado con las mantas. Apretó los labios por el dolor en su trasero y aceptó la taza. Trató de olisquearla con disimulo antes de dar un sorbo que le supo a gloria.

— Me suenas mucho —consiguió articular al fin, con la mirada fija en como se abrochaba la camisa y la metía por dentro de los vaqueros.

— Puede que sea porque nos hemos visto muy de cerca hace unas horas.

— No, no es eso. Auch —protestó al moverse buscando una postura menos molesta.

— Anoche no te quejaste —comentó el pelirrojo, sentándose junto a él, con un rictus más serio.

— El alcohol anestesia —respondió Draco, con la mirada en la taza, sonrojado.

—Puedo mirar si tienes una fisura si quieres —ofreció el otro, poniendo una mano en su pierna.

— ¿Eres sanitario? —preguntó, mirándolo de nuevo, con las cejas un poco fruncidas.

— Nada más lejos.

El pelirrojo se levantó para ir a por su chaqueta. Draco lo siguió con la mirada, tenso. La cafeína aún no había despejado del todo su pobre cerebro resacoso, la noche anterior seguía estando un poco difusa.

— ¿Te conozco? —volvió a preguntar Draco, entrecerrando los ojos.

— Créeme, recordaría a alguien como tú.

Draco alzó ambas cejas, sorprendido, en la cara del pelirrojo había aparecido un gesto depredador que le hizo subirse las mantas hasta tapar el pecho desnudo.

— ¿Alguien como yo?

— Estoy seguro de que tienes un espejo en casa, rubito. Y oye —se inclinó para hablarle muy cerca— ha sido increíblemente caliente, lástima que te quedaras frito después del primer asalto.

Sonrojado hasta las orejas, lo vio salir y cerrar la puerta con cuidado, dejando un gesto de despedida de la mano.

===o0o===

El detective de antivicio Alastor Moody golpeó con los nudillos la puerta del despacho de la nueva fiscal. En realidad golpeó el marco de madera, porque la puerta estaba abierta, se decía que ella nunca la cerraba, siempre disponible para la gente con la que trabajaba.

— Fiscal Granger —la saludó cuando ella levantó la mirada y le hizo un gesto con la mano para que entrara.

— Detective Moody —le devolvió el saludo, dejando la pluma y recostándose en la silla—. ¿Qué tiene para mí?

Moody le tendió una carpeta y se sentó en la silla frente a su escritorio.

— Un compañero de delitos sexuales me ha pasado esto. Quieren cerrarlo por falta de pruebas. —La joven fiscal abrió la carpeta y ojeó las primeras páginas— ¿Recuerda que estuvimos intentando saber si había conexión entre la muerte de dos chaperos y el incendio en un piso de acogida para adolescentes queer de la calle?

— Sí, claro —respondió sin levantar la vista de los papeles —, ¿pero que tiene que ver…?

— Hace seis meses, un hombre denunció una violacion grupal en un club de sexo.

La cara morena expresó con claridad la poca fe que tenía en que un caso así saliera adelante.

— Este hombre —Señaló con un dedo nudoso el viejo policía la fotografía del expediente— trabaja en la ong que gestiona ese piso de acogida, que ya sabemos que, entre otras cosas, tiene un programa para sacar a jóvenes de la prostitución, tanto chicas como chicos. ¿A quién conocemos que le molestaría eso como para intentar quitar del medio al responsable del programa?

Hermione Granger soltó el expediente y miró al veterano policía, con un brillo en los ojos que él ya comenzaba a conocer: el de estar encantada de toparse con un reto.

— Riddle —dijeron ambos a la vez, uniendo por fin las piezas de los dos casos abiertos que hacía días que habían abandonado por falta de pruebas.

— Déjeme que lea esto con calma, detective. Le diré a mi secretaria que llame a este hombre —Señaló el expediente— y luego a usted para una reunión, ¿le parece?

— ¿Quiere que hable con delitos sexuales? —preguntó el detective, poniéndose de pie.

— Yo me ocupo, al fiscal Crouch no le va a gustar que revolvamos en su trabajo. Y a usted le queda poco para jubilarse.

Moody rio. Le gustaba la joven fiscal, no solo era ambiciosa, también era lista y creía profundamente en su trabajo.

===o0o===

Hermione salió del despacho con un peso en el estómago, uno grande. Apagó las luces tras ella y cerró la puerta. Como muchos días, era la última en abandonar la planta. Caminó sobre la moqueta gris que ahogaba el ruido de sus tacones casi arrastrando los pies, no podía quitarse de la cabeza la cara de Oliver Wood mientras le contaba su historia. El pobre hombre estaba agradecido porque alguien le estuviera escuchando y ella se había sentido sucia.

Su teléfono personal sonó en su bolso. Soltó el maletín y rebuscó entre sus cosas, el dichoso bolso era tan grande que podía meter medio brazo dentro.

— Dime, mamá —consiguió responder por fin, con el móvil sujeto entre el hombro y la barbilla—. No, claro que no. Mamá… mamá, ¿quieres escucharme por favor? Oye, estoy de camino, lo aclaramos ahora en casa.

Y cortó la llamada pulsando el botón rojo con fuerza. Con un suspiro, recogió el maletín del suelo y siguió caminando hacia el ascensor.

Llegó a casa y nada más abrir la puerta, unos pasitos salieron a su encuentro.

— ¡Mamiiii! —se abrazó Rose a sus piernas.

Ella soltó el maletín y se agachó para cogerla en brazos. Su niña, su luz, frotó suavemente su nariz con la pequeña naricita respingona.

— La abuela dice que mañana vamos a ir a la nueva juguetería —le explicó la pequeña, tirando de su mano hacia el salón en cuanto la dejó en el suelo, llena de nerviosa energía.

La fiscal usó su mejor mirada intimidante sobre la mujer sentada en el salón, rodeada de juguetes, pero a su madre le resbaló completamente.

— ¿Ese es el plan entonces? creía que íbamos a ir al teatro infantil —respondió, dejándose caer en el sofá junto a ella mientras se quitaba los zapatos.

Su madre le tendió el colorido folleto que había sobre la mesa.

— Pasamos al volver de la escuela y los estaban repartiendo en la puerta. El chico fue muy amable, la verdad.

— ¡Dijo que habría payasos, mami! y que regalarían juguetes. Tenemos que ir, porfa porfa porfaaaaaa —suplicó la pequeña, subiéndose a su regazo para pardadear de esa manera que hacía que no pudiera negarle nada.

— Está bien —accedió finalmente, ganándose una sonrisa de su madre y de su hija—, pero no compraremos nada.

Realmente ninguna de las dos la tomó en serio, ni la primera ni las siguientes veces que lo dijo hasta que llegaron a la inauguración. Y al llegar a las puertas abiertas del gran local, apenas a cien metros de su casa, se topó de frente con una cara conocida que hizo que soltara la mano de su hija.

— Señor Weasley —saludó con una sonrisa tensa.

— Fiscal Granger —saludó de vuelta el pelirrojo, aparentemente sorprendido porque recordara su nombre.

— ¿La inauguración de una juguetería? ¿Le ha engañado algún sobrino?

Charles Weasley sonrió, hoyuelos marcándose en sus mejillas.

— El negocio es de mis hermanos —explicó por fin, señalando con la cabeza hacia el alto pelirrojo que hablaba con su hija en ese momento.

— Oh.

— Toda mi familia está por aquí. —Charlie se puso serio y bajó la voz— También Oliver, y la mayoría no saben nada.

— No acostumbro a hablar de trabajo un sábado cuando voy a ver juguetes con mi hija —respondió, un poco envarada.

Los ojos azules de Charlie la miraron largamente, como la había mirado la tarde anterior en su despacho, como si tratara de calibrar cuanto podía confiar en ella en lo relativo a Oliver. Comprensible, después del tratado recibido por Wood hasta ese momento.

— Discúlpeme —le dijo por fin, dando un paso atrás—. Vaya usted con su hija, mi hermano es un gran vendedor, va a salir de aquí con un saco de juguetes.

Ella miró de nuevo a Rose, que hablaba muy concentrada con el alto pelirrojo mientras señalaba estanterías con su dedito imperativo. Suspiró y se despidió de Charles haciendo un gesto con la mano para ir a por la pequeña exigente.

— No vamos a comprar nada, Rose —le recordó, cogiéndola de la mano.

— Eso es una atrevida declaración de intenciones considerando que estoy aquí mismo y mi misión en la vida es vender —intervino el pelirrojo.

Hermione se enderezó un poco más. El fin de semana era tiempo de calzado cómodo, pero en ese momento echaba de menos la ventaja de los tacones de diez centímetros, porque ese hombre que le miraba con provocadora diversión era tremendamente alto.

— Atrevida o no, es mi última palabra.

— Muy tajante.

— No lo sabe usted bien.

El hombre sonrió, como si aceptara el reto. Después, se giró hacia el fondo de la tienda y señaló algo, agachándose para hablar con la niña.

— Allí va a empezar en unos minutos un payaso muy divertido que hace globos con formas graciosas. Técnicamente eso es un trasto, no un juguete —le dijo a Hermione, incorporándose.

Ella se limitó a soltar un pequeño bufido y alejarse de la mano de su hija hacia donde un grupo de niños se estaba reuniendo alrededor de un hombre vestido con ropas coloridas.

Fred las siguió a las dos con la mirada y luego se giró a buscar a su hermano Charlie, en busca de información. Esa mujer le había retado y él jamás renegaba de un buen reto. Pero en ese momento su hermano mayor estaba hablando con Oliver. George y él habían llegado hacía semanas a la conclusión de que algo había ocurrido ahí, porque convivían con Charlie desde hacía años, sabían cuando se cocía algo. Y por una vez habían decidido que lo que fuera que había pasado era lo suficientemente serio como para mantenerse lejos de sus habituales bromas.

Por un momento, se entretuvo distinguiendo a su familia entre la gente que llenaba la tienda. Siempre un apoyo, siempre unos para otros, allí estaban sus padres y todos sus hermanos con sus parejas. Se permitió un momento de envidia, incluso su cuñada, aún convaleciente de una cirugía, se había acercado y aguantaba allí valientemente en pie, con el protector brazo de Bill pasando por su cintura. Solo George y él permanecían solteros, porque lo de Charlie y Oliver era cuestión de tiempo y Ron y Blaise parecían estar pasando una temporada tranquila entre sus habituales rupturas.

Buscó a su gemelo y caminó hacia él, disfrutando como siempre de las caras de sorpresa de la gente que no los conocía al descubrir que eran duplicados exactos. Para ese día, para su diversión personal, se habían vestido exactamente igual. Había visto incluso a su madre dudar cuando los había saludado al llegar.

— El payaso ya ha empezado —le avisó.

— Vale —le respondió mientras reponía una estantería.

— ¿Va todo bien?

George solo asintió. El stress de la apertura le estaba pasando factura, llevaba días sin dormir bien.

— Necesitas unas vacaciones.

— Acabamos de abrir nuestro negocio, no creo que eso vaya a pasar a corto plazo, hermano.

— Somos dos, tres cuando convenzamos a Ron de que deje ese trabajo de mierda de repartidor y venga a ser nuestro esclavo. Seguro que puedes cogerte unos días pronto.

Su hermano suspiró. Había algo más, estaba seguro. De los dos, George era el sensible, el nervioso, él era más frío, o más de guardarse las cosas porque estaba acostumbrado a cuidar de su gemelo.

— Tengo… una mala sensación, ¿sabes? no he querido decirlo antes, por no ponerte nervioso con lo de hoy. Y estoy soñando mucho, como cuando se quemó la casa de los abuelos, ¿te acuerdas?

Fred asintió. Eran pequeños y George se había pasado una semana diciéndole que iba a haber fuego y gritos. Ni él ni sus padres le habían creído, hasta que llamaron los bomberos porque se había quemado la vieja casa en la que había nacido su madre, hiriendo de gravedad a sus hermanos.

— El seguro de incendios está al día.

— Lo sé. Y no será nada, pero… me despierta por las noches el sonido de una alarma de incendio.

===o0o===

La explosión fue un lunes por la tarde. Remus estaba en la recepción, revisando las listas de asistentes a los talleres que acababan de comenzar, cuando un estruendo hizo temblar el edificio e hizo que instintivamente se tirara al suelo y se encogiera sobre sí mismo justo antes de que comenzaran a caer cascotes.

El sonido estridente de la alarma de incendio fue lo que le sacó de su estupor un par de minutos después. Se tocó con cuidado la cara, sobresaltado al encontrar sangre fresca en sus dedos. Sacó un pañuelo de su bolsillo y lo apretó contra la brecha que sangraba en la parte alta de su frente y se puso en pie despacio, tratando de organizar sus ideas. Ya se escuchaban gritos de jóvenes y niños y caminó como pudo hacia la parte trasera, en la que se encontraban las aulas de talleres.

Contempló impotente el humo, el polvo y los escombros que delataban que la mitad del edificio se había desmoronado. Por suerte, en ese lado la mayoría eran oficinas, las aulas de talleres quedaban en la parte trasera del edificio.

— Mierda, Draco —se espabiló lo suficiente como para mirar hacia la puerta cerrada del despacho del abogado.

Se acercó y tocó el pomo, pero le quemó la mano. La apartó de un salto y miró impotente a su alrededor. Si había fuego y abría esa puerta, se extendería rápidamente por el pasillo. Pero no podía dejarlo ahí. Golpeó con fuerza.

— ¡Draco! ¡Draco! ¿estás ahí?

El humo le hizo toser y los ojos le lagrimeaban. Angustiado, volvió a aporrear la puerta.

— ¡Remus!

Se giró para buscar el origen de la voz, hasta que encontró a Draco bajo uno de las mesas de la sala de descanso, justo frente a su oficina.

— Vamos, tenemos que salir de aquí —se acercó a él, tendiéndole la mano.

Draco se sujetaba un brazo con el otro contra el cuerpo, sangraba profusamente por el hombro. Liberó la mano buena con cuidado, apretando los dientes, lo justo para permitir que Remus tirara de él. Se tambaleó ligeramente, pero consiguieron salir de la sala y volver sobre sus pasos para salir por la recepción a la calle, la otra parte del pasillo estaba impracticable.

En la calle, todo eran voces y gente que corría. Sin aliento, Remus ayudó a Draco a llegar hasta una zona despejada y lo dejó sentado en un banco de la calle antes de girarse a mirar hacia el edificio. Sintió como se le caía el alma a los pies al darse cuenta de que la mitad de esa casa, ese proyecto de vida, se había literalmente desmoronado.

El sonido de las sirenas de los coches de bomberos hizo que se moviera, aún sujetándose el pañuelo contra la frente, para tratar de hacerse cargo de la situación. Habló con ellos, les explicó lo que había pasado, donde estaban localizadas las personas según creía en el edificio en el momento de la explosión.Y después de eso le indicaron que se acercara a una de las ambulancias para que le curaran la frente, pero en el trayecto, lento porque empezaba a estar aturdido y no podía despegar la mirada del lateral destrozado del edificio, una mano fuerte le retuvo por el brazo.

— Remus. Tienen que verte eso.

La voz ronca de Sirius resonó en su cerebro dolorido. Estaba junto a él y ya estiraba la mano para quitar la suya y revisar la herida cuando reaccionó y lo empujó ligeramente.

— No.

— Estás sangrando y pareces aturdido. Vamos —insistió, tirando de su brazo—, tienes que ir a las ambulancias.

— Harry está aquí, no sé si ha salido —respondió, aún mirando hacia el edificio, tratando de seguir los movimientos de los bomberos.

Sirius apretó los labios, pero siguió tirando de él.

— Y Draco estaba herido, lo dejé ahí —señaló el banco vacío.

— Remus, Rem —lo cogió con cuidado de la cara para que le mirara—. Están atendiendo a todo el mundo, me han dicho que no hay heridos graves. Tienen que mirarte esa cabeza, por favor…

Remus parpadeó varias veces, seguía aturdido, sin poder despejar su cerebro, quizá por eso de su boca salieron las palabras que había evitado decirle a Sirius durante un largo tiempo, mientras se liberaba de su agarre con brusquedad.

— No me toques, tengo VIH. No dejes que nadie me toque, por favor…

Su súplica se cortó cuando la voz se le estranguló, los ojos se pusieron en blanco y se desmayó, haciendo que Sirius saltara para sujetarlo entre sus brazos y pidiera ayuda a gritos.

===o0o===

No había una lógica en sentirse mal por algo que había soñado, pero contemplando lo que había quedado en pie del edificio, George se sentía culpable. A su lado, Fred lo miraba con preocupación.

— Fue una bomba, hermano.

— Lo sé.

— Y aún así tienes esa cara.

— Percy estaba aquí. Charlie casi salió peor que Oliver cuando entró a buscarlo. Fleur iba a reunirse con Percy, fue una suerte que su cita con el médico se alargara.

Fred asintió comprensivo. Todos se habían asustado cuando los mensajes comenzaron en el grupo familiar de wasap. Bill había escuchado lo de la explosión en la radio, de camino al centro donde había quedado con Percy y Fleur, y rápidamente había escrito, intentando saber más, pero ni Percy ni Charlie habían contestado. Ni Fleur, que tenía el móvil apagado en ese momento porque le estaban haciendo una ecografía.

— George… no hay nada que pudieras haber hecho. Pero quizá podamos hacer cosas ahora.

Su hermano se giró a mirarlo.

— ¿En qué estás pensando?

— ¿Cual es nuestra especialidad?

Era una pregunta meramente retórica. Lo suyo era la organización de eventos, así habían conseguido el dinero para abrir la juguetería, que era su gran sueño.

— Aquí — Señaló el edificio medio derruido con un amplio movimiento de brazo— hacen falta dinero y manos. Y ella nos lo ha puesto en bandeja.

George siguió la dirección del cabeceo de Fred hacia un grupo de personas que hablaba cerca de la puerta del Centro. Oliver, un hombre de la edad de su padre vestido con lana y tweed, con un aparatoso vendaje en la frente, y una mujer que la víspera había hecho enérgicas declaraciones a los periodistas que habían dado visibilidad a lo ocurrido allí.

— Ahora que la veo en persona… ¿no estuvo en la inauguración? Con una niña de unos tres años.

— Sí —respondió Fred, con esa sonrisa que gritaba "me han retado".

— Espera… —entendió de repente, mirando de la joven a su hermano y de vuelta con los ojos muy abiertos— ¿ella es la mujer de la que me hablaste? ¿La fiscal es la que te gustó en la inauguración?

— Sí. Y creo que ahora me pone más.

— Tú y los retos —negó George con la cabeza, divertido—. Esa es mucha mujer para ti, hermano.

Pero las palabras y la diversión le murieron en los labios al ver acercarse al pequeño grupo a una cuarta persona, con un brazo en cabestrillo y algunos cortes en la cara, pero inconfundible.

— ¿Qué pasa? —cuestionó Fred, con el ceño fruncido de preocupación— te has quedado pálido.

— Nada —dio media vuelta, confiado en que su gemelo le siguiera sin preguntar más, para ir a reunirse con el resto de sus hermanos y los otros voluntarios que se habían acercado esa mañana para ofrecer su ayuda.

Evitando la parte del edificio que estaba cerrada, se centraron en los desperfectos causados por el humo, el fuego y la entrada de los bomberos. George trabajó en silencio junto a Percy, consciente de las miradas de su hermano hacia él y hacia Charlie, que trabajaba a unos metros con los labios muy apretados y echando frecuentes vistazos a Oliver.

— Te van a salir arrugas, Perce —le dijo, tratando de bromear, imitando la manera en que su hermano estrechaba los ojos cuando intentaba interpretar sus expresiones.

Estaban en el exterior, recuperando un poco el aliento después de trabajar entre polvo un buen rato, con Percy mirando atentamente la parte del pasillo que se veía a través de la zona caída.

— Charlie está ahí —Estiró el dedo hacia los escombros, donde él también pudo distinguir la colorida camiseta de su hermano mayor.

— ¿Qué demonios hace? —Fue a dar dos pasos adelante para ir a gritarle que saliera de allí, pero Percy le sujetó del brazo.

— Ahí estaba el despacho de Oliver —le habló, bajo y suave—. Si conozco a nuestro hermano, estará tratando de encontrar algunos recuerdos personales que tenía sobre la mesa.

George se frotó la cara con el lateral de la mano, seguramente la zona menos sucia, y se dejó caer en la acera, aún con la mirada en las ruinas.

— Siento mucho esto, Percy. Era importante para vosotros.

— Charlie está asustado —le explicó, sentándose con cuidado junto a él.

— Todos lo estamos, creo.

Percy movió la cabeza negativamente y se quitó las gafas para apretarse el puente entre el índice y el pulgar.

— Nada de lo que ha pasado es aleatorio. Atacaron a Oliver hace unos meses y antes incendiaron uno de los pisos de acogida. Hay dos chicos muertos de una manera espantosa. La gente a la que persigue la fiscal Granger es muy peligrosa. La policía no cree que sea casualidad que la bomba estuviera en el pasillo de los despachos, tendría más sentido que hubiera estado en la parte trasera, donde las aulas, si fuera un delito de odio. Iban a por los que dirigen esto, Granger quiere ponerles protección a Draco, Remus y Oliver.

— ¿Quién es Draco? —preguntó, aunque imaginaba la respuesta.

— Seguro que lo has visto esta mañana. Alto, rubio, guapo. Con un brazo en cabestrillo.

El tono de Percy le hizo saber que lo había pillado mirándolo, recordándole como de observador era su hermano mayor.

— Es el abogado del centro. —Prosiguió, ignorando su silencio— Y representa a Oliver. Ellos son amigos, lo conozco desde que era un adolescente y empezó óa venir aquí. Un tipo muy comprometido. Y soltero.

George levantó las cejas, sorprendido. Aunque los dos habían seguido observando con algo de ansiedad los movimientos de Charlie a través de las ruinas, el tono de su hermano había cambiado de serio y preocupado a… ¿cómplice?

— ¿Estás haciendo de celestino, Percy Weasley? ¿Conmigo y una persona que obviamente conoces y aprecias?

— ¿Por qué te sorprende?

— No sé… tenía la sensación de que no tienes un gran concepto sobre Fred y sobre mí —respondió, encogiéndose de hombros.

— Te conozco, George Weasley —le respondió con suavidad, poniendo una de sus manos finas sobre su antebrazo.

Ambos soltaron aire en ese momento al ver salir a Charlie de las ruinas, con algo en la mano que parecía un marco de fotos.

— Me lo encontré, una noche hace un par de semanas, bebiendo en un bar —confesó, enrojeciendo—. Aún no sé cómo un tío así consintió en irse conmigo, la verdad. Por eso no le dije mi nombre ni le pedí el suyo.

— ¿Un tío así?

— Ya sabes, un trajeado atractivo. Hasta borracho tenía acento de haber ido a un internado pijo. No es mi liga.

— Algo vería en ti.

— A través del alcohol todo se ve distinto.

Su hermano mayor parpadeó, sorprendido por la abierta inseguridad. Si algo habían derrochado siempre los gemelos había sido confianza en sí mismos.

— ¿Te fías de mí? —cuestionó, apretando un poco más el agarre sobre su brazo.

— Por supuesto, Percy —contestó George con ferocidad, poniendo la mano sobre la suya.

— Pídele una cita. Está ahí mismo, manchándose las manos como tú. Es un buen tío, de verdad.

Con los labios apretados, George miró hacia el edificio. No solía ser inseguro, a él también le sorprendía.

— Vamos —le animó Percy a la par que le tendía la mano para ayudarle a levantarse—. Tengo una idea.

Se dejó levantar y arrastrar hacia el edificio, pero George maldijo por lo bajo cuando Percy caminó directo hacia la zona cerrada y pasó por debajo de la cinta.

— ¿Qué demonios haces? —Trató de sujetarlo de la muñeca para sacarlo de allí, pero Percy era sorprendentemente ágil y se escurrió hacia una de las habitaciones semiderruidas.

— Darte una excusa para hablar con Draco.

? ゚ホᄀ? ゚ホᄀ? ゚ホᄀ? ゚ホᄀ? ゚ホᄀ? ゚ホᄀ? ゚ホᄀ

Draco entró a la sala que habían habilitado para descanso. Varios comercios de la zona habían comenzado a donar comida, café y refrescos para los voluntarios. Era el final del segundo día de limpieza y estaba cansado y le dolía el hombro. Remus había intentado mandarlo a casa un par de veces, pero se resistía, tenía la necesidad de estar ahí, de usar su mano buena para ayudar como fuera.

Se sirvió un café y cogió un bollo como pudo con una sola mano. Con cuidado, lo llevó hasta una silla de las que habían colocado alrededor de la gran mesa que antes usaban para las reuniones de voluntarios. Apenas había dado un sorbo y masticado un trozo de bollo cuando dos personas entraron por la puerta. Saludó con la mano a Granger, pero al fijarse en quien era el hombre, comenzó a toser, con el trozo de dulce atascado en la garganta.

— ¿Estás bien, Malfoy? —se acercó preocupada la fiscal a darle golpecitos en la espalda.

Afirmó con la cabeza, bebiendo un sorbo de café para tratar de pasar el bollo, sin mirar al pelirrojo que sentía a un par de metros.

— Parece que te sangra el hombro, amigo.

Las palabras, dichas en un tono cordial por la voz que recordaba perfectamente, le hicieron ceder a la tentación de mirarlo. El pelirrojo le miraba con amabilidad, pero sin mostrar ningún signo de reconocimiento.

— Se te debe haber saltado algún punto al toser—comentó Granger, observando la mancha roja que crecía en su camisa azul, justo por debajo de la clavícula.

Pero Draco no respondió, siguió mirando al hombre con el que se había acostado unos días atrás y que aparentemente no le recordaba, sintiendo como le ardía la cara de vergüenza.

— ¿Malfoy?

Granger se colocó delante de él, tapándole la vista, toda ojos preocupados por su silencio y su sonrojo. Y seguramente porque estaba sangrando y no parecía preocuparle una mierda.

— Estoy bien. Granger, gracias —respondió por fin, con voz rasposa por la tos.

— Deberías irte a casa.

Asintió, incómodo por la preocupación de la mujer a la que aparentemente su rollo de una noche estaba mirando con ojos tiernos.

— Tienes razón. —Se puso de pie y recogió lo que quedaba del café y el bollo para tirarlos en la papelera más cercana— Nos vemos —se despidió, alzando la mano y dirigiéndose al pasillo para huir.

Y huir significaba caminar muy apresurado y mirando hacia el suelo, con la chaqueta doblada sobre el brazo bueno y deseando poder desaparecerse como un mago de cuento. Por eso no vio al hombre que venía de frente y se quedaba quieto observándole, hasta que chocó con él.

— Disculpa.

— ¿Estás bien? ¿eso es sangre? —le contestó una voz conocida.

Con la boca y los ojos muy abiertos, miró al alto pelirrojo frente a él.

— Esto es… —se giró para mirar hacia atrás en la dirección por la que había venido.

Miró alternativamente varias veces hacia delante y hacia atrás, intentando entender como el tipo que le había ignorado había salido de la sala a sus espaldas y dado la vuelta al edificio para estar ahí en ese momento.

— ¿Estás bien? —insistió el pelirrojo, aparentemente preocupado, sujetandole del codo bueno.

— Yo… sí, creo. ¿cómo lo has hecho?

— ¿Qué crees que he hecho?

— Estabas en la sala de descanso hace un momento.

Le molestó ver que en la cara pecosa surgía una sonrisa, se sintió burlado, así que trató de esquivarlo para salir de allí, deseando recuperar su dignidad. Pero en lugar de apartarse, el hombre se movió para bloquearle el paso.

— Yo vengo de la calle —señaló con el pulgar por encima de su hombro.

Draco parpadeó e hizo otro intento de salir de allí, pero la brusquedad del gesto le hizo gemir de dolor.

— Vale, no estás bien. Vamos a mirar ese hombro.

Y volvió a sujetarle del codo para llevarlo de vuelta al interior.

— Suéltame —le exigió Draco, plantándose en medio del pasillo.

— Estás sangrando, Draco.

— ¿Ahora sí sabes quién soy?

El pelirrojo soltó aire y sacó el móvil del bolsillo. Sin decir nada, lo desbloqueó y buscó algo que finalmente le mostró, girando el teléfono hacia él. Era una foto en la que dos hombres posaban delante del escaparate de una juguetería. Dos hombres idénticos.

— Espera, ¿qué…? —exclamó Draco, perplejo, agarrándole de la muñeca para ver mejor la pantalla.

— No ves doble, no te preocupes. Has visto a Fred, yo soy George. ¿Me dejas ahora que te mire ese hombro?

— ¿Sigues sin ser sanitario?

George sonrió, negando con la cabeza.

— Pero tengo seis hermanos, he visto muchas brechas y muchos puntos. Deberías ver las piernas de mi hermana Ginny después de un partido de fútbol —le comentó, arrastrándolo de nuevo hacia el baño en el que se encontraba el botiquín.

— ¿Tu hermana juega al fútbol? —preguntó Draco, aturdido, dejándose sentar en uno de los inodoros cerrados.

— Con Harry, desde el instituto. Creo que conoces a Harry. ¿Te abres la camisa o me dejas desnudarte otra vez?

Draco se sonrojó con fuerza y trató de desabrocharse los pequeños botones, aunque los dedos le temblaban un poco.

— Déjame —le susurró George, acercándose—. Mmmm, hueles bien.

— Emmm, gracias, supongo.

Con dedos ágiles, George desabrochó la camisa y la abrió del lado herido, con cuidado. Despegó despacio el punto en el que la sangre seguía fresca. Eficiente, se acercó al botiquín y sacó gasas y suero para limpiar la herida. Desde su lugar, Draco lo siguió con la mirada, absorbiendo la seguridad con la que se movía en el pequeño espacio.

— Voy a limpiar la herida, ¿vale? —le avisó, poniéndose en cuclillas delante de él.

— Vale —murmuró Draco, bastante colgado de los ojos castaños que le miraban con genuino interés y preocupación.

Apretó un poco los dientes por el escozor y cerró los ojos con fuerza, girando la cara en dirección contraria.

— No se han soltado los puntos, solo se ha reabierto un poco la herida. ¿con qué lo estás curando?

— Clorhexidina —respondió, aún con los ojos cerrados.

Sintió el frescor de un spray sobre la herida y los cuidadosos toques de gasa secando alrededor.

— Dale un par de minutos para acabar de secarse antes de ponerte la camisa de nuevo. Esa mancha de sangre no saldrá fácil.

— La llevaré a la tintorería.

— ¿Qué? no es necesario, mi madre hace magia con estas manchas. Tráemela mañana y se la llevaré.

Draco abrió los ojos para mirarlo. Aún en cuclillas, George lo miraba con una sonrisa apacible.

— No es necesario.

— Bueno, —Comenzó a abrocharle de nuevo la camisa— eso me daría la oportunidad de hablar contigo mañana otra vez.

— ¿Por qué?

George se apartó un poco para mirarle directo a los ojos, recreándose por la mirada abierta y sorprendida.

— ¿Te ha dicho alguien que tienes unos ojos increíbles? —le preguntó.

— ¿Qué tienen que ver mis ojos en esto?

— Pues eso, que son increíbles.

Terminó de abrocharle los botones y se incorporó. Sin decir nada, lo sujetó del codo y le ayudó a incorporarse también, quedando muy pegados en el pequeño espacio del aseo.

— Cualquier excusa es buena para verte otra vez, Draco —admitió por fin, con una sonrisa ladeada.

— Yo… vaya, gracias.

Permanecieron los dos ahí un largo minuto, cerca, dando pequeños vistazos a los labios del otro.

— Deberías irte a casa, eso tiene que doler —dijo por fin George, dando un paso atrás.

— Sí. Gracias por tu ayuda.

— De nada. Espera, toma.

Y le tendió una bolsita con un paquete envuelto en papel verde.

— ¿Qué es esto?

— Nada especial, solo… quería tener un detalle.

— ¿Por qué?

— ¿Hace falta un motivo?

— La gente no es amable porque sí. Y ni siquiera me conoces.

— Bueno, quizá debas replantearte eso de la amabilidad. Cuídate, Draco. Te veo mañana.

George salió del aseo con las manos en los bolsillos y un aire de satisfacción. Draco lo siguió con la mirada y luego sacó el paquete, dejando caer la bolsa al suelo. Intrigado, despegó el celo y abrió con cuidado el papel hasta sacar un objeto alargado envuelto en papel burbuja.

— Pero qué... —murmuró para sí mismo.

Le temblaban las rodillas y necesitó volver a sentarse en el sanitario mientras acababa de liberar el regalo y lo sujetaba con las dos manos sobre sus muslos. No se dio cuenta de que estaba llorando hasta que el primer sollozo lo dejó sin aire y las lágrimas le impedían ver con claridad la foto que le había acompañado durante años, en un marco nuevo y brillante como si no se hubiera perdido entre los escombros que era su despacho en ese momento.