Habiendo crecido en una familia adinerada, Draco sabía de recogidas de fondos y desde luego que esa era completamente diferente a cualquiera a la que hubiera tenido que acudir.

Sorprendido, miró el gran recinto ante él. De un primer vistazo vio un carrusel, una noria pequeña, un escenario y una caseta con juegos. Una feria, los Weasley habían montado una feria para recaudar dinero para el Centro. Y por la animación a su alrededor, funcionaba.

— Ey, Draco —le saludó una voz conocida a su derecha.

El ahijado de su tío Sirius, su hijo adoptivo en realidad, era voluntario en el Centro, después de haber sido usuario como él y como Oliver. Como siempre que lo veía fuera del trabajo, iba acompañado de su adorable novio.

— Hola, —Les estrechó la mano a los dos—¿sabías que esto iba a ser así?

Harry sonrió, volviendo a sujetar la mano de Neville.

— Hemos estado en otros eventos organizados por los gemelos. Son unos cracks.

— Es… impresionante —comentó al ver un puesto en el que vendían algodón de azúcar.

— Siempre se pasa bien. A no ser que tengas alguna habilidad explotable —protestó Neville frotándose la nuca—. Luna y yo estaremos en un rato dibujando retratos.

A Draco le pareció tiernísimo el gesto de Harry de tirar más de la mano de su novio hasta pegarlo a su costado y besar su mejilla.

— Gracias por colaborar, Nev.

— Yo también te doy las gracias —apoyó Draco.

Neville sonrió con timidez.

— Es bueno poder ayudar en algo a que recuperéis el Centro. De hecho, tengo que buscar a Luna para preparar el material.

— Te acompaño. Nos vemos, Draco.

Se quedó allí, de pie cerca del algodón de azúcar, tentado por el olor, y observando a su alrededor. Había familias con niños y eso estaba chocando profundamente en algún lugar de su interior, en el adolescente al que su padre cruelmente le había dicho que nunca tendría una familia propia. Y que sería repugnante a los ojos de los demás.

La decoración del recinto no dejaba lugar a dudas, los banderines que colgaban por encima de sus cabezas eran arcoíris, las pancartas que invitaban a la gente a donar hablaban con claridad del Centro y su ong. Nada ni nadie se escondía allí y eso le hizo sentirse a la vez incómodo y agradecido.

— ¿Abogado?

La voz grave de Charlie le había sacado de su momento emocional justo antes de recibir una de sus fuertes palmadas en el hombro.

— Ayudante de veterinario —le devolvió la palmada con igual fuerza.

Disfrutó del brillo divertido en los ojos de Oliver al ver su intercambio habitual de saludos y palmadas. Era imposible que a alguien no le cayera bien Charlie, entendía que Oliver estuviera loco por él. De hecho últimamente lo entendía mejor.

— Parecía que estabas flipando un poco.

— Lo estaba, lo reconozco.

Iba a decir algo más sobre el trabajo de los gemelos cuando una imagen a unos metros le hizo cerrar la boca. Delante del puesto de juegos, un hombretón con pinta de poder rajarle en un callejón en una mala noche le estaba entregando un gran oso de peluche a un chico pelirrojo con un vestido azul y medias a juego con pequeños arcoíris. En respuesta, el tío grande recibió un beso que hizo a Charlie y Oliver aplaudir y a Draco limpiarse una lágrima con disimulo.

— Ven, te presentaré a Stan —Oliver enlazó sus brazos y lo arrastró hacia la pareja.

Más de cerca, Draco fue consciente de que conocía de vista al gran hombre, lo había visto un par de veces en el Centro moviendo bultos grandes con Charlie.

— Bonito oso, Percy —bromeó Oliver con su mejor amigo—. Yo creo que a lo de las anillas podría conseguirle algo a Charlie.

Miró hacia el puesto con cara de interés para acabar diciendo, a la par que Percy.

— ¿El muñeco del Capitán América?

Draco supuso que había un chiste ahí a costa de Charlie, porque enrojeció un poco y luego los ignoró mientras se reían y cuchicheaban como adolescentes

— Draco, mi cuñado más viejo, Stan.

Estrechó la mano fuerte.

— He oído hablar a Percy de ti. Eres el abogado. Gracias.

Respondió con una sonrisa porque en el último mes cada miembro de la familia Weasley que había conocido le había dado las gracias; finalmente había entendido que era por Oliver y la verdad es que no sabía reaccionar a su agradecimiento.

Se vio envuelto en un momento por conversaciones y saludos cuando se les unieron también Bill y Fleur. El hermano mayor y su novia lucían sonrisas enormes que pronto todos entendieron al ver en el dedo de la rubia un anillo con un diamante. El revuelo creció al aparecer los padres también e hizo que Draco diera inconscientemente un par de pasos atrás. La intensidad de esa familia le resultaba… excesiva, acostumbrado a la frialdad del entorno en el que había crecido.

Dio otro par de pasos, incómodo pero al mismo tiempo sin poder apartar la mirada del espectáculo de cariño que eran. Abrazos, besos, alabanzas al vestido de Percy, bromas a costa del tamaño del anillo de Fleur, llamando a Bill tacaño.

— ¿Preparándote para huir, rubito?

Pegó un brinco, porque no había oído a George acercarse y su voz junto a su oído le había puesto el vello de punta en la nuca.

— No, no, sólo pensando en dar una vuelta para acabar de ver lo que habéis puesto —respondió, con voz un poco aguda por el sobresalto.

George no puso en duda su palabra, solo le ofreció el brazo como un galán de cine de los cincuenta y movió el otro brazo libre ampliamente, invitándole a acompañarle a explorar.

— Esto es impresionante —comentó por fin, echando a andar a su lado con la mano buena en el bolsillo—. ¿No estás ocupado ahora con la organización?

— Fred y Ron se bastan un rato. Quería montarme contigo en la noria para ver si te robaba un beso arriba.

Draco se sonrojó y negó con la cabeza, divertido. Ese era George, directo y gamberro, pero nunca realmente avasallador o invasivo con su espacio personal. Y halagador, muy bueno para su ego.

— Tu hermano Bill se ha comprometido —observó mientras se alejaban.

— Eso no responde a mi invitación.

— He pensado que igual preferías aprovechar tu rato libre para pasarlo con ellos.

— ¿Quieres librarte de mí, Draco?

— No he dicho eso.

— Entonces confía en que estoy donde quiero estar. ¿Noria o carrusel? Tu hombro no está para autos de choque todavía.

— ¿ El carrusel no es para niños? —cuestionó, un poco avergonzado por siquiera estar considerándolo,

— Principito, —Le retuvo un momento para apartarle el pelo de los ojos y mirarle con una sonrisa que era a la vez cómplice y cariñosa— nunca es tarde para hacer cosas de niños. Y luego te daré a elegir entre algodón de azúcar o un pretzel.

— Nunca me he subido a una noria —confesó por fin Draco, después de caminar unos pasos más.

— ¿No?

— Mis padres jamás se han acercado a una feria.

— Es la primera vez que los nombras —comentó George mientras se acercaban a la fila para sacar los tickets de la noria.

— No tienen nada que ver con los tuyos —respondió, un poco seco, sacando la cartera para pagar.

— ¿Como debo tomarme eso? —George le detuvo con un gesto y pagó los dos tickets— Yo invito, guarda eso.

— Tus padres me caen bastante mejor —le explicó, volviendo a guardar la cartera en el bolsillo y siguiéndole mansamente a la fila para subir a a la noria.

— ¿Pero?

— No hay un pero, George. Tienes una gran familia.

— Literalmente.

George cerró la boca cuando iba a decir algo más, seguramente algo gracioso sobre su amplia e intensa familia que no paraba de crecer, pero la noria paró y la gente comenzó a bajar. Observó a Draco saludando con la mano a varias personas, que respondían a su gesto con cariño. A pesar de su aparente frialdad y reserva, en el último mes había constatado que la gente del Centro lo apreciaba sinceramente.

— ¿Puedo preguntar algo personal? —planteó cuando estuvieron sentados en su pequeño cascarón.

— Hazlo —le dijo Draco, agarrado con fuerza al lateral de su asiento, más asustado de lo que le gustaría reconocer cuando la noria, con un brusco movimiento, comenzó a moverse.

— Oliver me dijo que eres familia de Harry.

Se acercó un poco más en el asiento y puso junto a una de las manos junto a la que apreta con fuerza el asiento de sky para darle la posibilidad de aferrarse a él. En el siguiente tirón que dio la noria, Draco aprovechó la cercanía y se agarró con fuerza a su muñeca.

— Más o menos, su padre adoptivo es primo hermano de mi madre. ¿Por?

— Curiosidad, no parece que hayáis crecido en la misma familia.

— Porque realmente no es así. Yo no tuve relación con Sirius hasta que me fui de casa a los diecisiete. Él salió de la familia también a los dieciseis.

La elección de palabras llamó la atención de George y le hizo inclinarse un poco hacia delante para preguntar, interesado por el pequeño retazo de información personal.

— ¿Eso hiciste? ¿Salir de tu familia?

— Mis padres no me dieron mucho margen —contestó Draco con un encogimiento de hombros que pretendía ser indiferente pero no engañó a George para nada.

— ¿Por ser gay? —adivinó.

— Sí, igual que le pasó a Sirius. O a mi tía Andrómeda, que se fugó para casarse embarazada de su novio del colegio. Ella me acogió. Se quedó viuda cuando mi prima era pequeña, ella y Sirius se han apoyado mutuamente criando a sus hijos.

— Y a ti.

— Yo ya estaba criado. Viví con mi tía mientras estudiaba derecho. Dora, su hija, ya no estaba en casa y yo no quería ser una carga. Tuve varios trabajos y me independicé en que firmé mi contrato en el centro.

Eso explicaba tantas cosas que George no pudo evitar querer confortar a Draco, pero se mantuvo en su lugar, respetando su aparente necesidad de independencia.

— ¿No tienes hermanos?

— No. De hecho tengo la sensación de que mis padres se odian entre ellos y yo fui un único intento.

— Siento eso.

Con la mirada perdida en las luces de la feria, Draco se encogió de hombros. Terminaron la vuelta en silencio y caminaron despacio, codo con codo hasta el puesto del algodón de azúcar. George pidió solo uno y se lo entregó esbozando una pequeña sonrisa.

— Tengo que volver al trabajo — protestó, revisando su móvil.

— Gracias por esto —Draco levantó el algodón hacia la noria, englobando su rato juntos.

— Yo… espero no haberte molestado con mis preguntas. Es solo que me da la sensación de que mi familia te incomoda y realmente me gustaría que salieras aún así conmigo.

Los ojos grises, más brillantes bajo las luces de la feria, parpadearon un momento por la confesión directa. Estiró un trozo de algodón con sus pálidos dedos y lo masticó antes de dar un pasito y acercarse más para hablarle en todo más bajo y cercano.

— George, yo… no me incomoda tu familia. Y aunque así fuera, eso no me impediría quedar contigo.

— Entonces, ¿considerarás tener una cita real conmigo? —propuso, esperanzado.

— ¿Una mejor que que me lleves a la feria y me compres algodón de azúcar? eso pone el listón alto.

— Una que merezca acabar con un beso.

Draco sonrió, se puso un poco de puntillas y le dio un beso rápido.

— Podemos estudiarlo.

===o0o===

Draco necesitaba… no sabía que necesitaba. Estaba cansado, física y emocionalmente. Había aprendido a ser autosuficiente por obligación, pero había momentos en los que tenía la tentación de buscar un hombro familiar en el que desahogarse. Y ese día, el de la vuelta por fin al trabajo, era uno de esos momentos.

En realidad era su orgullo lo que le impedía acudir a su tía Andrómeda, porque seguramente le diría que la vida sería más fácil en un despacho de abogados en condiciones, o llamar a su prima para tomar una copa, si es que estaba en la ciudad, con Dora nunca se sabía. Por eso estaba ahí en la puerta de la vieja casa de Sirius.

Hacía días que no veía a su tío, le había extrañado que no participara en las tareas de recuperación del edificio, ni en las de recaudación de fondos. Sabía que Remus y él eran amigos, que habían ido a la escuela juntos. Había visto como Sirius miraba a su jefe.

Tocó el timbre. Había estado allí de niño algunas veces y la vieja casa era bastante espeluznante. Sirius había trabajado en remodelar una parte cuando adoptó a Harry, pero aún así la fachada oscura y desconchada seguía dándole escalofríos.

— Ey —le saludó cuando abrió la puerta— tienes un aspecto terrible.

— Vaya, sobrino, has cruzado la ciudad para decirme cosas bonitas —respondió sarcástico, pero apartándose de la puerta para dejarle entrar.

El joven entró en la vieja casa, la mirada yéndose sin querer al espacio vacío en la pared en el que había estado el retrato de la madre de Sirius, una mujer espantosa. En su lugar, encontró la foto enmarcada de dos hermanos vestidos con el uniforme de un prestigioso internado, mirándose el uno al otro con un atisbo de humor.

— ¿Qué pasa, Sirius? —preguntó cuando su tío se dejó caer sin ceremonias en uno de los viejos sofás del salón y recuperó el vaso que debía de haber dejado sobre la mesa para abrir la puerta.

— ¿Has venido a ver cómo estoy?

— En realidad he venido porque necesitaba un poco de calor familiar, pero parece que tú lo necesitas más.

Sirius hizo un burlón brindis hacia él y luego le señaló la botella sobre la mesa con el vaso medio vacío.

— ¿Whisky?

— Creo que será mejor que haga té —respondió Draco, quitándole el vaso y llevándoselo con él a la cocina, a sabiendas de que Sirius le seguiría.

Sin pararse a mirar a su espalda, dejó el vaso en el fregadero y procedió a abrir armarios en busca de la tetera y el té. En silencio, Sirius se colocó a su lado y sacó las tazas, la leche y el azucarero para llevarlos a la mesa. Después hizo un segundo viaje para coger la vieja lata de galletas que Draco recordaba de sus visitas infantiles.

— ¿Qué te ocurre? —preguntó finalmente cuando ambos se sentaron delante de sus respectivas tazas humeantes— ¿Tiene que ver con Remus?

Su tío levantó una ceja oscura, el mismo gesto que había visto hacer miles de veces a su madre o a sus tías, el que hacía él mismo cuando algo le pillaba por sorpresa.

— ¿Por qué crees…?

— Te vi en el hospital —confesó—. Sé lo de Remus

— ¿Qué?

— Gestiono los seguros del centro —continuó, echándose más hacia delante hasta poner los codos sobre la mesa, la taza en alto sujeta con las dos manos, un gesto de rebelión en esa casa donde los modales habían sido estrictos, como en la que él había crecido—. Pagamos una prima ridículamente alta por él. A pesar de que oficialmente es indetectable, no es contagioso.

Con un gesto de derrota, Sirius abrió la vieja lata de galletas y le ofreció. Draco negó con la cabeza, pero él sí cogió una y la masticó despacio.

— Nosotros… fuimos juntos al colegio —habló por fin.

— Lo sé, con los padres de Harry.

— Sí, pero éramos cuatro amigos antes de que James conociera a Lily. Remus, James, Peter y yo. Cuatro gamberros en un internado muy estricto. Eso une, créeme.

Draco sonrió un poco, recordando su propia experiencia en el internado.

— Te creo.

— Al terminar, nos separamos para ir a la universidad. James a química, como su padre. Yo a trabajo social y Remus y Peter a psicología.

— No recordaba que Remus tiene la carrera de psicología —observó Draco, acostumbrado a ver a su jefe como el gestor del centro.

— Y un doctorado, un brillante doctorado. Remus era una estrella en la universidad, igual que en la escuela, eso le permitió estudiar siempre con beca.

— ¿Pero? Suena a que ahora viene el pero —cuestionó, rellenando la taza de Sirius

Sirius asintió a la par que daba un sorbo de té. Cogió otra galleta y continuó hablando, sintiendo el chispazo de energía de siempre al recordar que su madre solo les permitía una galleta en el té y el viejo criado siempre se aseguraba de darles otra disimuladamente a sus espaldas.

— Yo no era tan listo y no entré aquí en la universidad, me fui a Gales, a vivir con mi tío Alphard. No conseguí una beca y me puse a trabajar para poder estudiar. Eso me distanció de mis amigos. Y permitió a Peter acercarse más a Remus. Mucho más.

— Pero luego volviste aquí.

— Seis años después. James y Lily estaban hablando de casarse y Remus estaba con el doctorado. Peter se había tomado un año sabático después de acabar la carrera y andaba en alguna parte de Estados Unidos.

— ¿Peter y Remus estaban juntos? —preguntó Draco, presintiendo que se estaban adentrando en la parte espinosa de la historia, pero su tío negó con la cabeza.

— Habían roto por ese viaje, porque Peter quería… probar otras cosas.

— ¿Y aprovechaste el momento?

— No, al menos no como estás pensando. —Volvió a negar con una sonrisa triste y dio un gran sorbo a su té— Nos acercamos mucho, pareció que podía pasar algo, pero Peter volvió. Remus decidió que era mejor para nuestra amistad no elegir y bueno, todos seguimos adelante. Hasta el accidente.

El accidente de coche, el que había matado a los Potter y dejado a Sirius en el hospital durante meses. Draco se estremeció al ver el dolor en la cara de su tío al recordar el momento más difícil de su vida.

— ¿Qué pasó? —se atrevió por fin a preguntar mientras Sirius terminaba su segunda taza de té.

— Un mes después, a Peter le salió una oportunidad de investigación en Edimburgo y Remus se fue con él. No supe nada de ellos durante años, fue una gran sorpresa encontrármelo en el Centro la primera vez que acompañé a Harry.

Draco recordaba ese momento, había sido él quien había hablado a Sirius de ese lugar, nunca olvidaría al tímido Harry de trece años abriendo mucho los ojos al llegar al centro y descubrir a otros chicos y chicas queer de su edad después de años de escuchar barbaridades sobre la homosexualidad saliendo de la boca de sus tíos. También recordaba el impacto en la cara de Sirius al encontrarse en la recepción con Remus.

— Y desde entonces has estado tratando de reconectar con él —comprendió entonces la cantidad de veces que se había encontrado con él en el Centro los últimos años.

— Ya lo sabes, la sutileza no va conmigo —le respondió Sirius, encogiéndose de hombros.

— ¿Qué pasó en el hospital? —interrogó, inclinándose un poco más hacia él.

— Yo no sabía lo del VIH. Me lo dijo mientras trataba de llevarlo después de la explosión a que lo miraran en las ambulancias.

— En el centro solo lo sé yo, creo.

— Cuando se despertó yo… —la voz de Sirius sonó aún más rasposa de lo habitual— estaba en shock y le pregunté a bocajarro por eso.

— Sutil.

— Pero no le pregunté cómo lo contrajo, no me importa una mierda, —Apretó ambos puños sobre la mesa— lo que le pregunté fue si por eso me alejaba. Y me dijo que sí. Que para él la vida terminó con el diagnóstico, sobre todo porque vio morir a Peter de eso mismo y había sido él quien se lo había contagiado. Por eso se fue con él en realidad.

— Dios mío —exclamó Draco con voz ahogada—. Pero Remus es muy joven, y está sano, el seguro le obliga a hacerse controles médicos cada tres meses.

—Le dije que estaba siendo un mártir y bueno… me echó.

— Sirius…

— Ya lo sé, pero joder… —Golpeó la mesa con el puño— llevo toda mi vida enamorado de ese hombre y me da rabia que crea que renunciar es la solución a que le haya tocado esta mierda de enfermedad.

— Lo siento —contestó Draco, viéndolo levantarse y dejar con violencia la taza en el fregadero.

Permanecieron unos minutos en silencio, solo con el sonido del reloj de péndulo del vestíbulo de fondo, Sirius agarrado al borde de la encimera de mármol, tomando respiraciones profundas. Hasta que lo escuchó tomar una última, soltarla entre dientes y se dio la vuelta para apoyarse en el mostrador, aun agarrado a su borde, y mirarle.

— ¿Y a ti que te pasa? —preguntó con algo de brusquedad— ¿El hombro está curando bien?

— Despacio, ahora estoy peleando con el seguro para que todos los heridos que lo necesitan tengan acceso a rehabilitación, yo incluido. Y a asistencia psicológica.

Sirius lo analizó un momento, sus agudos ojos grises repasando el brazo aún en cabestrillo, las ojeras bajo los ojos y la ropa de calle en lugar del habitual traje.

— Pero no es por eso que has venido. Tú odias esta casa.

— No es cierto. Necesito… alguien que no me diga que me lo he buscado por trabajar para inadaptados. Y que me recuerde que amo mi trabajo cada vez que entro a el despacho que me han habilitado y creo que me va a dar un ataque de ansiedad si hay un ruido grande en el pasillo.

— ¿Eso crees que te diría Andy? —cuestionó, levantando de nuevo la ceja.

— No pierde la oportunidad de recordarme que podría estar ganando el triple en un buen bufete de abogados —confesó Draco, jugueteando con la cucharilla para no tener que seguir mirando esos ojos que le recordaban tanto a los de su madre.

— Bueno, ella no es tus padres, no es snobismo, es querer lo mejor para ti.

La brusquedad de Sirius tuvo un efecto sorprendentemente relajante en Draco, volvió a mirarlo y se acomodó hacia atrás en la silla, usando la mano buena para arreglarse el pelo de memoria.

— Gracias por traer a mis padres a esta conversación —bromeó.

— Mierda. —Se deshizo la coleta para volvérsela a hacer— Estoy borracho, no deberías tener en cuenta nada de lo que diga. Solo que es cierto que amas tu trabajo y el centro te necesita. Pero lo de la asistencia psicológica igual es buena idea, trabajar otra vez en el mismo sitio donde te hirieron debe ser difícil.

— La fiscal está haciendo un esfuerzo para conseguir que entre en el sumario la agresión a Oliver —cambió de tema Draco, a esas alturas para el entorno próximo de la gente del Centro ya no era un secreto que algo había ocurrido ahí, sobre todo desde que a Remus y a él también les habían asignado una escolta.

— Esa mujer es increíble —comentó, admirativo, despegándose del mostrador para volver al salón, sin whisky esta vez.

— Lo es. Me hace preguntarme si debería haber luchado por un puesto como el suyo, o como el de tu jefe —confesó Draco, sentándose con cuidado en el sofá, apretando los dientes aún así por el dolor en su hombro.

— ¿Porque sería más heroico que tu trabajo? —preguntó Sirius, ocupando uno de los sillones y encendiendo un cigarrillo.

— Si lo dices así suena hasta mal —arrugó el gesto su sobrino, molesto por el humo.

— Eso pretendía.

— ¿Sabes que vino a ayudar? A las tareas de limpieza. La fiscal Granger.

— ¿En serio? —se sorprendió Sirius, arqueando las cejas morenas.

Draco asintió, cruzando el tobillo derecho sobre la pierna izquierda con elegancia.

— Creo que si me gustaran las mujeres estaría loco por ella—afirmó, divertido.

— Mmm, es un poco tú en chica —le señaló Sirius con el cigarrillo casi consumido.

— ¿Tú crees?

Esta vez asintió Sirius, con un gesto muy similar. Apagó el cigarrillo y enumeró sus observaciones, levantando los dedos mientras hablaba.

— Luchando por las causas que cree, inteligente, capaz de superar obstáculos personales para conseguir lo que quiere.

— ¿Por qué sabes tanto de Granger? —le interrogó, extrañado.

— Pregunté, tenemos conocidos comunes. Y la gente la ama o la odia, pero la respetan. Tiene una niña pequeña, fue madre mientras preparaba el examen para la fiscalía. Sin padre a la vista. Aún puedes ser bisexual, sobrino.

El joven se echó a reír, eso no era una posibilidad y ambos lo sabían, pero le dio pie para poner en palabras lo que le daba vueltas por la cabeza los últimos días. Descruzó las piernas y se inclinó un poco hacia delante, sujetándose el brazo herido con la otra mano.

— Pasó algo, durante las tareas de limpieza.

— ¿Algo masculino? —intuyó Sirius, jugueteando con el mechero de plata.

— ¿Conoces a Ron, el amigo de Harry?

— Sí, claro.

— La noche que me emborrachaste me fui a casa acompañado—confesó, Draco, después de una pequeña pausa.

— ¿Te acostaste con Ron? Tiene novio. Es un gilipollas pero….

— No, no. —Negó, agitando la mano sana— Me acosté con un pelirrojo increíble y cuando se fue al día siguiente me quedé con que me sonaba su cara. Resulta que Ron es el hermano pequeño de Percy, el mejor amigo de Oliver, hemos coincidido varias veces. Y tienen varios hermanos más, todos pelirrojos.

— No me digas que otro de ellos es tu rollo de una noche —preguntó su tío, una sonrisa abriéndose paso en su cara.

— ¡No te rías! Estábamos ahí, trabajando en la limpieza de las aulas que quedaban en pie, y voy y me lo encuentro de frente.

— Uhhh, encuentro sudoroso —se burló divertido.

— No eres gracioso, Sirius —le interpeló Draco, frunciendo el ceño.

— Que va, soy muy serio —Sirius sonrió por su propio chiste.

— Mmm.

— Te prometo que voy a comportarme, continúa.

Draco se removió un poco en el sofá, pero finalmente accedió, necesitado de sacar todo lo que tenía dando vueltas.

— Me quede súper cortado porque pensé que me estaba vacilando haciendo que no me reconocía. Y estaba con Granger.

— ¿Le tiraba los tejos?

— Con todo el cuerpo.

— El temido bisexual con problemas de memoria.

Draco le tiró uno de los esponjosos cojines, que golpeó en el centro de su frente y cayó al suelo mientras Sirius reía a carcajadas.

— Es peor, es un cliché de peli de enredo. Casi me da un infarto cuando salí de la sala en la que estaban, con toda mi indignación hirviendo por dentro, y me lo encuentro de frente.

— Espera, ¿cómo? —cuestionó su tío, perplejo.

— Eran dos, Sirius. Gemelos, idénticos.

— Vaya, eso sí que no lo esperaba. ¿Y te reconoció?

Por respuesta, Draco se sonrojó con fuerza y asintió.

— Me curó una herida que sangraba, alabó mis ojos y dijo que quería volver a verme.

— Bueno, eso suena prometedor.

— Se saltó la prohibición de los bomberos para entrar a mi despacho y conseguirme la foto que tenía en la pared. Hemos estado viéndonos todo este tiempo y hace unos días, en la recaudación de fondos, me pidió una cita real.

— ¿Y el pero?

— Es muy diferente a mí, yo… no sé, me intimida todo esto de la gran familia, de ellos siendo tan extrovertidos. Y son la familia de Oliver, creo que tiene algo con otro de los hermanos que últimamente va pegado a él todo el tiempo y …

Sirius le frenó, levantando una mano y se levantó para sentarse junto a él en el sofá.

— Echa el freno, Draco.

— Yo no tengo rollos de una noche —le explicó, pasándose la mano por el pelo de nuevo—, no es lo mío, necesito conocer a las personas, conectar emocionalmente. Le eche la culpa al alcohol, aunque otras veces que he conocido a gente de fiesta no ha pasado esto. Pero cuando lo vi el otro día… no lo sé, fue muy intenso y yo no soy así.

—Lo sé, tú necesitas controlar hasta la última miga que te comes.

— Me rindo contigo, Sirius —se levantó del sofá, alzando las manos en señal de rendición.

Su tío lo enganchó del brazo cuando pasó por su lado y lo obligó a sentarse de nuevo.

— ¿Cómo se llama? —preguntó, poniéndose serio de verdad, sacando su voz de padre.

— Se llama George.

— George te saca de tu zona de confort. Te has acostumbrado a ser autosuficiente y eso incluye el no ceder terreno a nivel emocional. Lo entiendo, Draco, yo era igual a tu edad. No fue Remus el que impidió que lo nuestro fructificara cuando éramos jóvenes, fui yo cerrándome en banda porque tenerlo implicaba poder perderlo. ¿No crees que estar a punto de perder el centro te ha asustado también?

Draco soltó aire y se giró hacia él para mirarle a la cara, dejando que en la suya se reflejara la preocupación y miedo real que llevaba acumulando el último mes.

— No era consciente de cuánto hasta que ellos comenzaron la colecta en redes y me di cuenta de que hacia falta una cantidad enorme de dinero para recuperar lo que habíamos perdido.

— Y ahí estás, luchando por los heridos. Porque quieres a esa gente. Puedes querer, Draco, los seres humanos sanamos en sociedad. Necesitamos a otras personas, amar y ser amados. Déjate querer.

Y lo abrazó con fuerza, evitando presionar el hombro herido, maldiciendo por dentro a su familia compartida.

===o0o===

6 meses después, final de primavera de 2021

Hermione entró en casa arrastrando los pies. Comenzaba a plantearse si debería llevar unos zapatos planos en el maletín para los trayectos de ida y vuelta el despacho. Maldita fuera la presión de la imagen en su trabajo, que una mujer capaz necesitara unos tacones y un traje chaqueta para hacerse respetar en el medio judicial era una vergüenza.

— ¿Mamá? ¿Rose?

— Estamos aquí —escuchó la voz de su madre de fondo.

— Eso me deja claro dónde estáis —murmuró Hermione, divertida, quitándose el abrigo y dejándolo en el perchero a la par que se deshacía de los dichosos zapatos.

Descalza, disfrutó del tacto de la moqueta en los pies a través de las medias mientras recorría el pasillo en busca de sus dos chicas. Finalmente las encontró en el baño, a Rose metida en la bañera rodeada de juguetes que flotaban, a su madre arrodillada sobre la alfombrilla, observándola.

— Luego protestarás de que te duelen las rodillas —le dijo, entre admonitoria y guasona.

— Díselo a la señorita que no quiere salir de la bañera. Ya he rellenado con agua caliente dos veces, está arrugada como una pasa.

La fiscal miró a su hija, dispuesta a decirle que había que salir ya del agua, pero su atención se quedó atascada en los juguetes desconocidos que la tenían tan entretenida.

— ¿Y esto? —preguntó señalando los coloridos barquitos que flotaban alrededor de Rose.

— Un regalo. No te enfades.

Miró a su madre con los brazos en jarras.

— Mamá…

— Pasamos por delante de la tienda y Fred ha salido a saludar y…

— ¿Ahora es Fred? —cuestionó un poco indignada.

— Hermione, él solo quiere ser atento.

Ella negó con la cabeza, cansada.

— Mamá, no puedo salir con él. Ya te lo he explicado. Da igual lo atento que sea, lo bien que te caiga. Y eso incluye aceptar regalos suyos.

— ¿No pretenderás que le devolvamos los juguetes?

Rose, que hasta entonces parecía estar ignorando magistralmente a su madre y su abuela, se giró a mirarla con ojos de susto.

— Noooo, mami, los juguetes me gustan —suplicó la niña, abarcando todos los que pudo con sus bracitos y pegándolos a su cuerpo protectoramente.

Hermione se giró, dejando tras ella un "Sácala del agua", mirando su reloj de pulsera. Lo siguiente que escuchó su madre fue la puerta de la calle.

Entró en la juguetería a diez minutos de que cerrara, golpeando fuerte con sus tacones en el piso de madera.

— Fiscal Granger —le saludó un pelirrojo desde el mostrador con algo parecido a una reverencia—, qué honor recibirla en nuestro negocio.

Una risilla hizo que se girara a mirar al que era un calco del que le había hablado. Recibió una inclinación de cabeza a modo de saludo y una sonrisa, volviendo a su tarea de barrer lo que parecía un bote de medio kilo de purpurina del suelo. Caminó resuelta hasta el mostrador y se plantó delante de su admirador.

— Tiene que detener esto —le exigió.

— Tendrá que ser más concreta.

Ella enderezó más los hombros y lo miró fijamente a los ojos.

— No más flores, ni bombones, ni juguetes para Rose. Ni invitaciones ni botellas de vino.

Fred se puso un poco más serio. Incluso furiosa, era la mujer más impresionante que había visto nunca, una auténtica leona.

— Le he preguntado a Draco, no pasaría nada si saliéramos juntos.

Hermione soltó aire con cansancio y se apartó un mechón de la frente.

— No pasaría nada a nivel legal. Pero hay muchos ojos sobre mí y mi reputación es todo lo que tengo. No me hagas esto, por favor, me ha costado mucho llegar hasta aquí.

— Hermione…

— Puedo ofrecerte mi amistad, Fred. Eso es todo mientras no cierre este caso —le dijo, tendiéndole la mano.

— ¿Tú sabes que quiero más que eso, verdad?

— Aunque no lo entienda, sí, lo sé.

— ¿El qué no entiendes exactamente?

Sonrojada, miró el mostrador, mordiéndose el labio.

— No entiendo tanta insistencia.

— Bueno —Usó el índice para levantarle la barbilla para que le mirara— podría ponerme poético hablando de tus ojos, tu cabello o tu increíble cu…

— Fred… —le cortó, divertida.

— Cultura, iba a decir tu increíble cultura. Estaré esperando mi oportunidad para salir contigo y seguir poniéndome poético.

— Pueden ser años —le advirtió ella.

Fred se limitó a estrechar la mano que Hermione aún tenía extendida hacia él. Sin soltarla, le miró más serio.

— George me ha dicho que Draco ha recibido amenazas. ¿Siempre es así tu trabajo?

Hermione suspiró, recuperando su mano para frotarse con ella la nuca cansada.

— Es antivicio. A las mafias no les gusta que metamos la nariz en sus cosas. Mi madre no sabe nada de esto, por cierto. Tengo que explicarselo porque la policía está preocupada y quieren ponerles a ella y a Rose vigilancia.

— ¿Estás asustada?

— Estoy furiosa. Llevamos seis meses con esto y no solo no avanzamos, sino que nos amenazan impunemente.

— Eres increíble —comentó, admirado.

— Increíble es tu tenacidad Fred. Y mi dolor de espalda, voy a ver si Rose se acuesta pronto y consigo un baño relajante.

Saludó con la mano de nuevo a George, que ya parecía haber terminado de barrer y se dirigía a la trastienda. En la puerta se cruzó con Draco y se detuvo a saludarle.

— Buenas noches, letrado. ¿Todo bien?

— Buenas noches, fiscal —respondió con la misma formalidad, un poco impostada después de meses de colaboración—. Todo bien, ansiando que llegue el fin de semana.

Ella sonrió un poco, totalmente de acuerdo, y se despidió también con la mano antes de enfilar la calle bajo la discreta vigilancia del policía de paisano que había en la acera de enfrente. Draco se pasó la mano por el pelo y empujó la puerta de la juguetería.

— Geoooooorge, tú enamorado está aquí.

Draco se sonrojó, pero, con la confianza ganada esos meses, le enseñó el dedo corazón antes de adentrarse sin invitación en la trastienda. Encontró a George y Ron inclinados sobre varios papeles, confrontando un montón de albaranes con un montón de facturas.

— Siéntate un segundo, cielo, acabo ya.

Se sonrojó aún más, era la primera vez que usaba uno de sus habituales términos cariñosos delante de otra persona. Ron ni siquiera levantó los ojos del albarán que revisaba, pero vio una pequeña sonrisa flotar en sus labios habitualmente serios.

Seis meses habían pasado desde la explosión. El centro ya estaba de nuevo trabajando a toda su capacidad, incluso más, porque la publicidad que había recibido gracias a la explosión y al trabajo de los gemelos en las redes habían hecho que crecieran sus usuarios a la par que las personas dispuestas a donar su tiempo o su dinero.

Para él habían sido meses difíciles, con la tensión de ir a todas partes con el conocimiento de que había policías de paisano vigilándole y a la vez el miedo a otro ataque. ¿Lo bueno? La acogida. Había escuchado más de una vez a Oliver hablar de la familia Weasley, de su capacidad para dotar a las personas de su alrededor de nuevas raíces.

¿Le había costado? Tal y como Sirius le había dicho aquella tarde en su casa, no estaba ya acostumbrado al sostén de una familia. Había salido de casa de sus padres a los diecisiete, casi con una mano delante y otra detrás. Por suerte, la hermana mediana de su madre le había acogido y de paso había reconectado con el otro gay renegado de su conservadora familia, pero aún así el rechazo de sus padres era una cosa que escocía y había provocado que levantara un grueso muro a su alrededor.

George dejó el bolígrafo sobre la mesa, dando por terminada la jornada de trabajo. Miró a su hermano menor, que remoloneaba por el almacén, evidentemente sin ganas de irse a casa, pero ignoró su presencia totalmente para acercarse a Draco.

— Ey, príncipe de cuento —le saludó, revolviéndole el pelo rubio y acariciando de paso su pómulo, pasando el dedo sobre la marca que lucía en él desde la explosión—. ¿Qué tal el día?

— Bien —le respondió, pasándole los brazos alrededor de la cintura—. ¿El tuyo?

— Por fin hemos acabado con la facturación, malditos impuestos.

— Te mereces entonces una buena cena.

— ¿Me vas a llevar a cenar, abogado? —preguntó, insinuante George.

— Creo que esta semana lo amerita.

— Me encanta cuando usas palabras finas.

Draco sonrió, esa sonrisa que le iluminaba la cara y cambiaba sus habitualmente austeros y reservados rasgos por un rostro cálido. A George nunca dejaba de sorprenderle lo guapo que era y lo que brillaba al sonreír. Le pasó otras vez los dedos entre el pelo claro, siempre suave y bien peinado, y por fin se agachó para besarle.

— ¿Buena cena con chaqueta y corbata? —le preguntó tras liberar sus labios.

— Te queda muy bien la chaqueta azul marino. Pero sólo si quieres.

Ese era su chico. George había comenzado a conocerle un poco intimidado por su educación y su estatus y Draco se había percatado enseguida, igual que él había aprendido que las reuniones familiares tenían que ser algo progresivo. Seguramente tendría en mente dos sitios para cenar y dependería de cuantas ganas tuviese George de lidiar con un sitio más o menos pijo.

— Si puedo pasar el domingo en chándal en tu sofá, comiendo las patatas fritas más insanas que encontremos, puedo ponerme hoy una chaqueta y una corbata.

— Me parece un trato justo. Eres un gran comercial, pelirrojo —le contestó con un ronroneo, poniéndose de pie sin soltarle, pegando sus frentes.

— ¡Por favor! sigo aquí —se escuchó tras ellos el gruñido de Ron.

Su hermano se volvió, sin soltar a Draco, para mirarle y burlarse de él.

— Ronnie, vete a casa con tu trueno de chocolate.

— ¡No lo llames así!

— Mejor eso que llamarle cabrón arrogante —susurró George, girándose hacia Draco mientras su hermano cogía su mochila y salía dando pisotones de la oficina.

— ¿Han vuelto a discutir? —preguntó Draco, mirando preocupado la puerta por la que su casi cuñado acababa de salir.

George suspiró. Lo soltó para recoger sus cosas también y apagar las luces. Después, cogió su mano, entrelazó los dedos y salieron juntos a la tienda.

— Blaise quiere que abran la pareja y Ron no está cómodo con eso.

— No veo a tu hermano acostándose con otros.

— Yo tampoco, pero sí veo a Blaise haciéndolo. De hecho no me extrañaría que lo hiciera ya.

Salieron a la calle y caminaron con Fred hacia el apartamento que ambos hermanos compartían a un par de manzanas, los gemelos comentando cosas de trabajo, Draco silencioso mirando a la acera. De hecho permaneció callado hasta que estuvieron en el taxi que los llevaba al restaurante.

— ¿Qué te preocupa?

— ¿Por qué tu hermano va a acceder si no se siente bien con abrir la pareja?

— Porque quiere a Blaise y él lo sabe y le manipula a su antojo.

— Tú… no hemos hablado nunca de exclusividad —comentó bajo, mostrando su lado vulnerable.

— No me lo había planteado siquiera.

Draco guardó silencio, mordiéndose el labio y mirando por la ventana. La inseguridad era palpable e hizo que George le pasara el brazo por los hombros para acercarlo a él.

— ¿Por qué me plantearía estar con otra persona teniéndote en mi vida, Draco? sabes que eres mucho más de lo que esperaba conseguir —le murmuró, dejando un beso entre el cabello rubio.

— Hoy es el cumpleaños de mi madre —le contestó por fin, muy bajo, aún mirando por la ventana.

El brazo le ciñó más fuerte contra el pecho de su novio y Draco suspiró, cerrando los ojos. George esperó, seguro de que el giro de la conversación tendría enseguida un sentido.

— Hace diez años que no la veo.

— Yo… no puedo entender a tus padres —le confesó, molesto como siempre que salía el tema.

— Por desgracia yo sí. Sé cómo se criaron y puedo entender que soy una decepción.

— Eso es una mierda, Draco.

— Lo es para ti, que te has criado en un hogar lleno de amor. Y tus padres son tan comprensivos, tan acogedores…

Entendiendo ya por donde iba, lo ciñó más contra su pecho y cambió el rumbo de la conversación.

— Recuerdo a Percy jugando con Ginny. Él aún iba a la escuela, era su último curso de primaria, así que Gin tendría poco más de un año. Él llevaba un vestido de princesa y trataba de ponerle una corona, pero mi hermana no se dejaba y acabó por ponerse la corona él mientras reían. A Fred y a mí nos daba vergüenza, ¿sabes? que a nuestro hermano mayor le gustara ponerse cosas de chica. Ese día en concreto, uno de nosotros hizo un comentario desagradable que por suerte Percy no escuchó, pero sí nuestra madre. Ella… lloraba a veces, pero era su mayor defensora, nos cayó una buena charla, pero tardamos años en entender a nuestro hermano. Lo que mi madre creo que no esperaba fue poder formar su propio club queer.

— Tiene de casi todas las siglas en casa —bromeó Draco, con suavidad, la voz un poco tomada por la emoción.

— Percy nunca necesitó salir del armario, así que oficialmente fui el primero en salir en casa.

— ¿En serio?

— Nos cambiamos de instituto cuando expulsaron a Charlie y a Percy, ¿sabes eso?

— No —respondió Draco, incorporándose—. ¿Qué pasó?

— Bulling. Charlie pilló a unos tíos metiéndole a Percy la cabeza en un inodoro y casi los mata a golpes. Nosotros estábamos en séptimo y fue todo muy violento, creo que no he visto a mi padre más cabreado en su vida, y te aseguro que Fred y yo hemos pasado muchas veces por el despacho del director en el colegio y en el instituto.

— Vaya. Por eso os fuisteis a otro instituto.

George asintió, un "ajá" distraído mientras se inclinaba para besar la sien de Draco.

— Mi padre armó tal escándalo que se ofrecieron a readmitir a Charlie y Percy, pero él dijo que ninguno de sus hijos volvería a su mierda de centro. Literalmente. Creo que también es la primera vez que le escuché decir una mala palabra. El caso es que Percy cambió. Se volvió retraído, y se alejó de todo lo que tenía que ver con quien había sido hasta entonces. Para mí… no me había dado cuenta de cuanto admiraba a mi hermano hasta que lo vi sufrir por ser quien era.

— Cariño… —trató de confortale Draco, cogiendo su mano y besando su mejilla.

— Draco, no eres una decepción. Tus padres lo son. Tienes razón respecto a mi familia. A pesar de que Percy había renunciado a usar prendas femeninas o maquillaje, mi madre siguió comprándole cosas que creía que le gustarían. Un día, me pilló a mí con un lápiz de ojos, intentado pintarme la ralla. Se sentó conmigo y me enseñó como hacerlo. Yo tenía trece años y me preguntaba si mi hermano dejaba de ser gay por no maquillarse, y si yo tenía que hacerlo porque creía que igual me gustaban también un poco los chicos.

— Tenías un batiburrillo en la cabeza —sonrió Draco, jugueteando con sus dedos.

— Bastante —contestó George con humor—. Mi madre me lo explicó y también me dijo que Percy volvería a ser feliz. Fue la primera vez que escuché en voz alta la palabra bisexual, ni siquiera lo había hablado con Fred.

El taxi se detuvo y George bajó mientras Draco pagaba. Ya en la acera, mientras el vehículo negro se alejaba, sujetó la barbilla pecosa con un par de dedos y le besó despacio. De primeras, George abrió mucho los ojos, sorprendido, Draco no era dado a las muestras de afecto en público, pero finalmente los cerró y le pasó un brazo por la cintura.

— Vaya, abogado… eso ha sido un buen argumento. Si no me hubiera puesto chaqueta y corbata estaríamos volviendo a casa para quitarte este traje —le vaciló, sujetándole por las solapas de la chaqueta y dándole un último beso rápido.

Draco soltó una carcajada, un sonido vibrante que hizo a George sonreir abiertamente, porque le hacía jodidamente feliz verlo feliz. Después le hizo una pequeña reverencia y sujetó para él la puerta del restaurante.