III. La maldición de la Eneida. Jugar a ser niños y soñar.
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"¿A qué mayores ultrajes me reservo? ¿Acaso le ha conmovido mi llanto? ¿Ha vuelto los ojos hacia mí? ¿Ha llorado, vencido de mis lágrimas, o se ha compadecido de su amante? ¿Qué más he de sufrir? No, no; ni la poderosa Juno ni el hijo de Saturno ven estas cosas con ojos serenos."
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Tal como en su momento lo hablaron, Satoru había conseguido a punta de gritos, dramas que ni en el teatro de Sófocles se leían, y demás linduras, que le llevaran con todo y el chofer, así como en compañía del profesor Masamichi Yaga, a la casa de su… ¿amigo? Suponía que sí, después de esos meses de discusiones, tirones de cabello y múltiples costras, era su único amigo. Entonces, hasta la casa de Suguru fueron a dar en aquella peculiar comitiva sospechosa sacada de una novela de Agatha Christie.
Era una casa linda en los suburbios de la gran ciudad. Una casa pequeña, no como la suya, pero de alguna manera, le parecía más agradable.
Se había vestido para la ocasión como niño normal, no como el pijo que era. Huelga decir que amaba andar de jeans, de playeras, de sudaderas. Lo que fuera, pero no de niño pijo.
Tal como lo prometió se comportó decentemente… hasta que tuvo la oportunidad de correr como bólido escaleras arriba y localizar la habitación de su compañero. No pudo evitar silbar ¡Era una habitación normal! Llena de posters, de mangas, de cosas de niño normal, incluso tuvo la buena puntada de hurgar su mochila y sus cuadernos y libros.
Suguru abrió la boca para reprenderlo, pero al final acabó encogiéndose de hombros; suponía que también era algo triste el no conocer la normalidad de cualquier persona que no fuera "especial" como él.
"Menuda joda, por eso es como es", pensó para sus adentros.
—¿Dónde están los videojuegos? —Inquirió excitado el joven Gojo.
—¡Ah! Pues aquí —le señaló la consola y luego los juegos que tenía, aunque no eran muchos, sí los suficientes para entretenerse un buen rato.
Dicho lo cual, encendió la televisión y la consola, le alargó uno de los dos controles, le explicó una sola vez como usarlos con lo cual bastó. Satoru tenía una capacidad excepcional para aprender y retener información.
Así que durante dos horas seguidas estuvieron jugando, riendo, no peleando ni gritándose improperios, hicieron una única pausa cuando la madre de Suguru les llevó unos tazones con palomas de maíz, mismas que Satoru desapareció en menos de dos minutos y luego, al ver su tazón vacío con miseria, como perrito castigado, el otro acabó por darle las suyas.
—Esto es jodidamente divertido…
—Satoru, cállate, donde escuchen que estamos usando malas palabras…
—¡Ah! Lo siento, ¿qué hay atrás? —Interrogó asomándose por la ventana que estaba tras el escritorio que usaba para los deberes.
—El jardín y más allá el bosque, no hay realmente mucho.
—¿Podemos ir?
—¿A dónde, al bosque? No hay gran cosa —realmente no quería ir porque había detectado unas cuantas maldiciones por ahí y la verdad es que no quería tener que usar su penosa técnica.
—¡Vamos! Sólo conozco los jardines de mi casa y apenas un poco el bosque alrededor, ¿te da miedo?
—No… pero…
Sin mediar palabra de por medio, lo arrastró con él hacia allá, parecía que al niño incoloro todo le causaba curiosidad y por supuesto también se dio cuenta de lo que había por ahí.
Cuando se internaron más, una de esas cosas viscosas, de mal aspecto y en general desagradable se les plantó enfrente. Satoru consideró aquello como algo excelente para practicar, pero, antes de que hiciera nada, el otro lo detuvo por el hombro, negó con la cabeza y observó a la cosa delante de ellos.
Extendió su manecilla y pareció desintegrar al bicho en una especie de masa amorfa que poco a poco se fue concentrando en su mano hasta que al final acabó compactada como una pelota.
—¡Oh vaya! ¡Eso fue magnifico! Así que esa es tu habilidad ¡Qué interesante! —hizo una pausa para arquear una de sus incoloras cejas, producto de la hipopigmentación de todo cabello y vello en su cuerpo— Y ahora ¿qué vas a hacer con eso…?
El otro no le contestó y simplemente engulló esa pelota, era algo tan desagradable, no sólo por el hecho de tener que hacerlo, era todo, el sabor, el acto en sí…
Satoru observó con atención, pudo notar que no era nada feliz con ello, lo sentía en su energía, lo veía tan claro como el agua, aquello no era algo que disfrutara en lo más mínimo.
—¿Es desagradable? —Preguntó tímidamente.
—Lo es, lamento que hayas visto eso —dijo apenado, agachando el rostro.
Satoru se acercó a él y en silencio lo abrazó, lo rodeó con sus infantiles brazos, simplemente un acto solidario, lo apretujó un poco, porque tampoco estaba tan seguro de que el otro no se sintiera invadido. Suguru se quedó quieto en ese abrazo amistoso un momento antes de soltarse. Pero pensó que el pozo vacío en el que se convertía de a poco su corazón, parecía lleno de esperanza devastadora.
—Tengo hambre —mentía—, ¿vemos qué han hecho para la cena? —Inquirió más animado.
—¡Seguro!
Esa había sido la primera de muchas visitas, particularmente aquella primera vez Satoru hizo tal berrinche cuando llegó la hora de irse que gritó, lloró, pataleó, incluso se ancló del barandal del porche porque no quería irse, fue tan monumental aquello, que al final los padres de Suguru insistieron en que no se lo llevaran, que lo dejaran estar, que lo cuidarían bien.
Los ojos pequeños de Suguru se empequeñecieron más observando el detalle del sainete que estaba haciendo el otro, incluso sus berridos mientras tiraban de él por las piernas, empezaron a hacer vibrar los cristales de todos lados.
—¿Por qué lo hiciste? —Le preguntó el otro en la noche, mientras estaban acostados con la luz apagada y sólo la de la mesita de noche que proyectaba estrellas, estaba encendida.
—Porque quería quedarme contigo, ¿qué no es obvio, so bobo? —Dijo con su fastidiosa autosuficiencia.
—¿Por?
—Porque estabas triste y no quiero que estés triste —soltó a bocajarro, observándolo en la incipiente penumbra colorida de la habitación.
Por primera vez en su vida pensó en que había sentido lo más parecido a querer proteger a alguien, proteger su corazón, su alma, y no sabía bien explicar eso, pero quería que no estuviese triste, de eso estaba seguro.
—Ah…
—Me gusta más cuando te enojas y eso…
—Tonto… —murmuró con una sonrisa tímida en los labios.
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Tokyo Radio FM 96
What if God was one of us?
Just a slob like one of us
Just a stranger on the bus
Tryin' to make his way home?
Just tryin' to make his way home
Like a holy rolling stone?
Back up to heaven all alone
Just tryin' to make his way home (…)
One of us, Joane Osborne.
