V. La maldición de El Decamerón. El que no sabe nada de nada.

.

.

.

"No se escapa este bien cuando deseo, por sentir un consuelo, contemplarlo, pues mi placer secunda, y mi recreo de tan suave manera, que expresarlo no podría, ni podría experimentarlo ningún mortal jamás."

.

.

.

Ya que habían asesinado sus ilusiones infantiles, no le quedó de otra más que admitir que el clásico campus, que parecía centro ceremonial, era muy tranquilo, agradable, un lugar que no parecía una escuela; sin embargo, los dormitorios le causaron un infarto.

Nunca había dormido en tan pocos metros cuadrados, parecía una caja de hámsteres aquello y lo más indignante: ¡Regaderas compartidas! Iba a extrañar todos esos lujos de su casa.

Por la tarde conoció a la chica que sería su compañera.

—Hola, ¿tú eres la nueva? —Soltó con su mala educación de siempre, antes de dejar hablar al profesor.

La chica del lunar bonito frunció el ceño, lo observó de pies a cabeza, como decidiendo si le agradaba o no, iba ganando que no le agradaba. Además usaba unas gafas oscuras que le hacían ver como… débil visual.

—Shoko Ieiri… tú debes ser Satoru Gojo, ¿cierto? —dijo ella.

—Sí, ¿cómo sabes?

—Dijeron que eras insufrible y sí… bueno, espero que nos llevemos lo mejor posible —soltó ella, ironías aparte.

Curiosamente, eso le agradó de ella y terminó por reírse. La realidad era que sí le había caído bien, especialmente porque era una chica bastante inteligente y, como pudo observar después, tenía una técnica curiosa y muy útil.

Al final pensó en que no lo pasaría tan mal en ese lugar. La cosa pintaba bien.

Al cabo de una semana de hablar hasta que la garganta se les secaba a ambos, también conoció a una chica que le lanzaba miradas incendiarias llamada Mei Mei, aunque ese no era su nombre real, e hizo blanco de sus burlas a otra chica: Utahime Iori que se ponía furiosa ante cualquier provocación.

Y un día de aquellos, fue cuando finalmente pasó, estaba soplándose también el humo de Shoko, que por alguna extraña razón fumaba.

—¡Oh! Alguien llegó, mira —le señaló mientras alguien que les daba la espalda sacaba maletas de un auto.

El corazón se le detuvo, le dio un vuelco, y se volvió a detener, estaba como colapsando.

Ya no escuchaba la voz de Shoko, ya no había nada más, conocía esa figura, a esa distancia sentía su energía, podía detectar casi su olor. ¡Era él!

Se dirigió hacia él, dejó a Shoko hablando sola, después empezó a caminar más y más rápido, hasta que al final corrió como alma que lleva el Diablo. Se detuvo de golpe cuando el otro joven, tan alto como él, ligeramente más corpulento, cuyo cabello largo llevaba atado, se volvió hacia donde escuchó las pisadas pesadas y veloces.

Sus ojos pequeños, rasgados, observaron con una sonrisa que no sólo estaba en sus labios, también en su mirada. Lo saludó a esa pequeña distancia con la mano en alto. Para Suguru aquello también fue sorpresivo, Satoru ya no se veía como el niño berrinchudo que siempre había sido; evidentemente había crecido. Quizás lo único igual era su cabello desastrado.

Satoru corrió lo que le faltaba para llegar hasta él y se le abalanzó para abrazarlo, invasivo como siempre. Sin importarle un cacahuate el espacio personal.

—Hola Satoru —dijo entre risas el otro.

"Su voz…" pensó, su voz sonaba distinta, masculina, lo mismo que su rostro, ya no parecía el niño enfurruñado.

No… ya no…

Olía como antes, pero… algo en él olía distinto, terriblemente bien, no sabía explicar qué era. Y no sólo eso, en general podía decir que Suguru se había vuelto un chico apuesto, y no supo si eso le gustó… o no.

—Juguemos pelota —le dijo bromeando Gojo.

—¡Por supuesto que no! —Respondió ante aquella broma que sólo ellos dos conocían.

—Harás lo que yo diga…

—Idiota.

—Las cosas no han cambiado, Suguru, verás que sí… lo harás… —susurró con un mohín perverso.

Por toda respuesta el otro acabó soltando una sonora carcajada y pegándole en el pecho, jugando…

Pero… lo que le había dicho Satoru tenía un sentido quizás más profundo, velado, oculto en medio de una broma, pero algo deseaba con intensidad, no sabía que era, no lo podía poner en palabras, quizás sólo era la exacerbada intensidad de su manera de ser… quizás sólo era un pasional… quizás era un intenso… pero ¡Demonios! ¡Cómo desea arrasar todo con su intensidad! Todo incluido a él…

.

.

.

Tokyo Radio FM 96

Your faith was strong but you needed proof

You saw her bathing on the roof

Her beauty and the moonlight overthrew her

She tied you to a kitchen chair

She broke your throne, and she cut your hair

And from your lips she drew the Hallelujah

Hallelujah, Hallelujah

Hallelujah, Hallelujah

Hallelujah, Leonard Cohen.