Abraza la manada
10
La enfermería
—¿Lo viste, Candy? — preguntó Eric, emocionado por lo que veía.
—Sí, pero…— frunció el ceño y miró al pequeño Isaac muy confundida —¿qué pasó? — pregunto al mayor.
—Es su señal— respondió Eric —empezó anoche, yo fui el primero que lo vio— dijo orgulloso del descubrimiento.
—¿Señal de qué? — preguntó Candy, pues Eric hablaba como si la enfermera supiera de qué se trataba todo.
—De que será un lobo— explicó Eric mirando a Candy como si fuera lo más evidente del mundo.
—¡En serio! — exclamó Candy entendiendo, al fin, un poco de lo que Eric hablaba y le daba tanta emoción. —¿Ese cambio en sus ojos quiere decir que será un lobo como tus papás? — preguntó, sólo para asegurarse de que estaba en la misma página que el niño y corroborar que el cambio de café a ámbar en los ojos de Isaac no eran producto de su imaginación.
—Y como yo, cuando crezca— contestó Eric, orgulloso —mira, ya volvieron a su color natural— señaló a su hermanito y Candy lo miró con detenimiento, no porque buscara que sus ojos volvieran a cambiar, sino porque sentía un profundo cariño por el bebé. Recordó que Anthony había bromeado con ella en el claro sobre abogar por la manada y sintió que no se trataba de un chiste, sino de una realidad pues, aunque todavía no conocía a todos y ellos tampoco la conocían bien, el hecho de saber que eran importantes para Anthony los volvía importantes para ella y estaba totalmente convencida de que haría todo lo que estuviera en sus manos para mantenerlos a salvo, tal como Anthony lo hacía.
En el momento en que los ojos del pequeño Isaac cambiaban de ámbar a café, sus padres entraron en la habitación. Astrid se veía completamente recuperada y Candy pudo conocer a una mujer fuerte, vigorosa y alegre que había formado una hermosa familia con Ian.
—¿Cómo se han portado estos dos? — preguntó Ian tras saludar a Candy, a quien no había visto por la mañana, pues había estado con Anthony desde su llegada.
—No hay quejas— respondió Candy, ayudando a Astrid a acomodarse para alimentar a Isaac.
—Ya casi es hora de la comida, Candy— dijo Astrid —se retrasó un poco, pero Anthony nos pidió que bajaras con nosotros para comer juntos… con él— añadió tras una pausa para ver la reacción de Candy quien no evitó una amplia sonrisa de emoción.
—Gracias por avisarme—, contestó Candy— pero después de que Isaac coma, debo revisarte esos puntos— dijo, pues tomaba muy en serio su trabajo como enfermera. Astrid hizo un puchero infantil, pero asintió con la cabeza y prometió ser una paciente obediente.
Al terminar de alimentar a Isaac, Ian salió de la habitación con el bebé en brazos y con Eric pisándole los talones. Candy le ordenó a Astrid que se recostara en la cama y fue por su instrumental, tras desinfectarlo y lavarse las manos empezó su revisión y retiró los puntos sin ningún problema, pues Astrid había cicatrizado a la perfección. Candy no paraba de asombrarse de esa capacidad y su lado científico quiso saber todo de la biología lobuna, tal vez en los diarios que Anthony había mencionado podría entender más…
El comedor de la casa de la manada era enorme. Estaba muy iluminado y era amplio y fresco. En el centro había una larga mesa de madera fina con varias bandejas de comida y jarras de diversas bebidas. A la cabecera de la mesa había dos sillas individuales, también de madera, en los costados había taburetes y también bancas largas; todo era de madera.
Cuando Candy entró, seguida de Astrid y su familia, Anthony ya estaba ahí, recargado en el marco de la puerta y con una copa en las manos. Observaba cómo las personas iban llegando y se acomodaban en sus lugares para comer. No había un protocolo, todos comían a su ritmo y se retiraban cuando querían, pues todos tenían deberes que cumplir.
—Llegamos— la voz de Ian hizo girar a Anthony y su mirada se posó directamente en Candy, quien observaba el ajetreo del comedor. Era la primera vez que veía a tantos miembros de la manada reunidos.
Anthony asintió con la cabeza y le tendió la mano a Candy. Ella la cogió con una sonrisa y acortó la distancia que los separaba.
—¿Tienes hambre? — preguntó con voz grave, lo que hizo gelatina las piernas de la enfermera. Ella asintió y Anthony la condujo hacia la mesa, a la cabecera de esta. Le ofreció la silla, como todo un caballero y él permaneció de pie, a su lado.
El comedor ya estaba lleno de gente. Los niños comían en el otro extremo de la mesa, eran los únicos que tenían un estricto horario de comida; varios adolescentes estaban ya sentados y otros comían parados. Cuando Anthony se quedó de pie todos guardaron silencio y lo miraron, expectantes.
—Su atención, por favor— dijo, aunque no había necesidad, ya todos esperaban oír las palabras del jefe. —Quiero presentarles formalmente a la señorita Candy White Andley— el rostro de Candy se volvió rojo y su corazón comenzó a latir deprisa. Anthony la miró sonriente, enamorado y agregó —mi compañera.
Las exclamaciones de júbilo llenaron el comedor. Los miembros de la manada aullaron, aplaudieron, brindaron en honor de la pareja y gritaron ¡bienvenida! en repetidas ocasiones. La presentación no había sido planeada como los Andley solían hacer; Anthony sólo había decidido decirlo a la hora de la comida, cuando la mayoría de los miembros estaban reunidos y para que Candy estuviera presente; ya tendrían tiempo de sobra de hacer una verdadera cena de bienvenida para ella.
Al retirarse, los miembros de la manada reiteraban sus felicitaciones a Candy y Anthony, y se presentaban formalmente con ella.
—Son muchos nombres— susurró Candy a Anthony cuando el comedor estaba casi vacío.
—No tienes que aprenderlos de una vez— contestó Anthony —ya habrá tiempo— dijo, y el rostro de Candy sonrió ampliamente. Era una promesa.
—Candy— Eric tiró del vestido de la joven para llamar su atención. Candy se agachó para quedar a su altura, prestando completa atención —mis papás nos llevarán al río, mamá dice que puedes quedarte en casa y descansar.
—Muy bien— asintió Candy —¡diviértanse!— Eric asintió y salió del comedor para dar alcance a sus padres. —Creo que me acaban de despedir—dijo Candy viendo salir al niño. ¿Qué se suponía que haría ahora?, ¿irse?, sería lo mejor.
—Para nada— respondió Anthony —lamento decirte que estás atada a esos cuatro de por vida— Candy enarcó una ceja —Astrid es experta embaucando a la gente— Anthony se frotó el cuello —en términos humanos, eres la madrina de Isaac.
—¿Qué? — preguntó Candy.
—Esa es la tradición de su manada, ella viene de Idaho— explicó Anthony —al pedirte que cuidaras a Isaac mientras ella sana, te ató a él— la tomó de las manos y siguió —olvidé por completo eso cuando te pedí que la atendieras en el parto, lo juro; como te dije, Sofía no estaba y no podía confiarle a nadie más la vida del cachorro y de la madre—. Anthony hablaba sin parar, era cierto que había pasado por alto dicha tradición en la manada de Astrid y sólo lo recordó cuando ella le pidió a Candy cuidar de Isaac —Pero no te preocupes, es algo que no sabías, así que no te puede obligar a nada. Ya he hablado con ella e Ian para que…
Candy soltó una carcajada y se cubrió el estómago. —¡Dios, Anthony! — dijo entre risas —¡deberías ver tu cara!— se burló. Anthony se cruzó de brazos y esperó a que Candy dejara de reírse de él. —Lo siento, es que…— seguía riendo —lo dices como si me hubieran propuesto asaltar un banco— Candy fingió seriedad y siguió hablando —además, ya lo sabía. ¡En serio!— dijo ante la cara de duda de Anthony —Eric me lo explicó desde el primer día. Dijo que su ¿madrina? era una de sus tías, hermana de Astrid, y que yo— dijo orgullosa —ahora era parte de su familia.
—¿Y qué piensas de eso? — preguntó Anthony.
—¡A mí me encanta la idea!— contestó Candy con emoción —Isaac me ha robado el corazón y me encantaría verlo crecer, pero— hizo una pausa y sonrió para sí —Anthony, si a ti te molesta que yo ande por aquí, entonces yo…
—Pequeña tramposa— dijo Anthony atrayéndola hacia su cuerpo. Candy rio hasta acomodarse en los brazos de él —no quiero nada más que verte todos los días— besó la punta de su nariz y Candy lo abrazó a la altura de la espalda.
—Entonces, ¿estás de acuerdo?
—No— contestó Anthony.
—¡Pero acabas de decir…!
—Sé lo que dije, pero tú también acabas de decir que ese pequeño te robó el corazón y eso no lo permitiré— la sostuvo con fuerza de la cintura, sin lastimarla, y la miró fijamente, primero sus ojos, llenos de diversión y luego sus labios. Candy no dejaba de sonreír, estaba demasiado feliz, los brazos de Anthony la hacían feliz.
—Bueno, tal vez lo dije mal— contestó Candy —mi corazón ya lo tiene otro hombre— zafó un brazo y acarició el rostro de Anthony, desde la ceja hasta la mandíbula —pero también me gustaría estar cerca de Isaac— le besó la barbilla —¿puedo, jefe? — preguntó con inocente coquetería. Anthony se rindió ante sus palabras y asintió.
—Sólo que hoy ya no será posible— dijo él —si fueron al río, no volverán hasta antes de la cena.
—Está bien— suspiró Candy —supongo que debo irme.
—¿No te gustaría venir conmigo? — propuso Anthony —tengo trabajo que hacer, pero si quieres, puedes echar un vistazo a los diarios de los que te hablé.
—¡Cierto! — exclamó Candy —me gustaría leerlos, quiero saber cómo funcionan sus cuerpos. La cicatrización de Astrid me tiene fascinada y quisiera entender más sobre su salud.
Anthony asintió. Juntos salieron del comedor y se dirigieron al despacho de Anthony, tomados de las manos. Ya ahí, él le mostró uno de los libreros donde había libros de todos los tamaños y pastas; algunos se veían realmente viejos y muy usados, mientras que otros lucían más cuidados.
—Veamos…— Anthony recorrió con la mirada el mueble y tomó un par de ejemplares —estos son de…— abrió uno y asintió —El sanador Texas te servirá, dicen que era una eminencia— se lo dio a Candy— este otro es de…— revisó el autor y lo devolvió a su lugar. Se agachó hasta las puertas inferiores del librero, donde había más ejemplares y sacó otros cuatro libros. Pidió a Candy que se sentara en el sofá. —Nadie ha leído estos libros en años— le tendió uno y Candy lo hojeó —estos están en francés, lo siento…
—Memorias del jefe Jules Lambert y su participación en la Guerra franco-prusiana (1870-1871) — leyó Candy en voz alta.
—¿Hablas francés? — preguntó un Anthony muy asombrado.
—Anthony, te recuerdo que asistí a un prestigioso y estricto colegio británico— respondió Candy con una altanería encantadora —algo aprendí del padre Leopold, de los pocos que no me reprendían a cada segundo— sonrió y pidió que le mostrara otro de los libros. Este era la historia de una pequeña manada al sur de Francia que había sobrevivido a una epidemia de cólera.
—Estos dos se enfocan más en cómo funciona nuestro organismo— explicó Anthony —son bastante viejos, pero te pueden servir para empezar— Candy asintió— y dime, ¿qué tal tu alemán? — le dio un cuarto libro y Candy frunció la nariz.
—Es nulo— respondió.
—En ese caso, te lo traduciré— agregó Anthony, esta vez era él quien presumía de sus conocimientos —¿podemos trabajar aquí? — sugirió.
—Me encantaría— asintió Candy —sólo no quiero distraerte de tus obligaciones.
—No te preocupes por eso— la calmó Anthony —podemos organizarnos.
Como dos aplicados estudiantes, Candy y Anthony pasaron las siguientes dos horas en el despacho. Ella, sentada en el sofá, leía los diarios y tomaba notas en unas hojas que Anthony le dio, provisionalmente Este, por su parte, desde su escritorio, se dedicó a revisar la correspondencia que tenía y otros documentos; aunque, cada tanto, apartaba la mirada de los papeles y la posaba en Candy, quien, al sentirla, volteaba a mirarlo y le sonreía.
—Anthony— dijo Candy cuando ya había llenado varias hojas de notas —estos son libros… reales… tienen un sello editorial y fuente de imprenta— él asintió —¿Cómo lo han hecho?, ¿hay una librería para lobos en cada ciudad?
Él rio y fue a sentarse nuevamente al lado de Candy. Cualquier pretexto era bueno para estar cerca de ella. —Somos muchos cambiantes en el mundo, sabemos ocultarnos de los humanos, pero también estamos muy comprometidos en conservar nuestra historia, igual que los humanos, así que hacemos todo lo posible para lograrlo. Hay cambiantes en todas las industrias humanas, incluso hay un senador cambiante. Así que el mundo editorial no es la excepción.
—Entonces, ¿Leeremos Las memorias del jefe Anthony algún día? — preguntó Candy, entre bromista y entusiasmada.
—Te daré la edición original— le besó la frente y se levantó para ir a su escritorio. Sacó un cuaderno del cajón derecho y otro del librero que había detrás. —Este es mío— dijo, mostrándole una libreta, aun con muchas hojas en blanco— el de este año— le dio otro diario —y este es uno de los de mi madre.
Candy abrió este último y apreció la bella caligrafía de Rosemary Andley.
—Anthony— dijo Candy con la voz llena de emoción —tu mundo es maravilloso. Volver al humano me costará mucho trabajo.
—No tienes que hacerlo— respondió Anthony y Candy levantó las cejas, sorprendida —quiero decir que…— se puso nervioso —Candy, si tú quieres, este también puede ser tu mundo.
Una propuesta matrimonial habría sorprendido menos a la rubia. Anthony le abría las puertas de su vida y la invitaba a entrar con total libertad. Y pensar que, por la mañana, se sentía terrible, y temerosa de no volver a ver a Anthony ¿y ahora?, ahora era su compañera, su alma gemela, había dicho él.
—Gracias— dijo Candy en voz baja, pero lo bastante clara —sí quiero— agregó.
La casa y el bosque eran demasiado pequeños para albergar las emociones de Anthony. La aceptación de Candy era un tesoro invaluable, casi sagrada. Había visto a muchos lobos hallar a su compañero, a su pareja ideal; sin embargo, nunca pensó en lo que realmente significaría ni lo que se sentía. Sus emociones estaban a tope desde que la olió por primera vez. La quería a su lado a cada segundo, los días sin verla habían sido un tormento físico y emocional que, realmente, no sabía cómo había soportado, pero hasta la discusión que tuvieron los había llevado hasta ese momento; hasta estar sentados juntos, hablando del futuro que tendrían juntos.
Candy llamó su atención al acariciarle el rostro. Él atrapó su mano y le besó la palma. La abrazó y descansaron sus cuerpos por completo en el sofá. Estuvieron así por varios minutos, durante los cuales Anthony dijo en repetidas ocasiones cuánto la amaba. Candy disfrutaba sus palabras y su voz. La verdad era que podía estar recitando la lista de la compra y, aun así, ella disfrutaría del timbre de su voz. Se acomodó en su pecho y sintió sus fuertes y cálidos brazos rodearla. Respiró su aroma y cerró los ojos. Se sentía feliz, su felicidad eran esos brazos y escuchar los latidos de su corazón, el corazón que creyó muerto por años.
Anthony no tardó en darse cuenta que Candy se había dormido ¡y en sus brazos! Miró la hora, faltaban treinta minutos para que ella tuviera que volver al Hogar de Pony, así que decidió dejarla descansar, era claro que no desaprovecharía la oportunidad de verla dormir.
—Tuviste un largo día, Pecosa— murmuró acariciando sus rizos —descansa.
—Te veré mañana— dijo Anthony una vez que detuvo el automóvil cerca de la entrada al establo del Hogar de Pony.
—Sí…— asintió Candy.
—¿Qué pasa? — preguntó Anthony al ver los ojos caídos de su compañera.
—Astrid está mejor— contestó —no me necesita para cuidar a Isaac, así que no tengo motivos para volver.
—¡Vaya! — exclamó Anthony, casi ofendido —gracias por lo que a mí toca.
—¡No, no me refería a eso! — se apresuró a responder, pero la risa de Anthony detuvo su disculpa.
—¿Qué te parece esto? — tomó sus manos y se giró en el asiento para verla mejor —puedes decirle a la señorita Pony y a la hermana María que mañana volverás a cuidar del bebé y que el dueño de la casa desea hablar contigo.
Candy frunció el ceño, eso no sonaba como una mentira, pero tampoco era la verdad absoluta. —¿Sobre qué? — preguntó.
—No lo sabes— le guiñó el ojo —pero es cierto. Te prometí que buscaría una manera de evitar que les mintieras y creo que la he hallado, sólo dame esta noche para organizarlo bien y mañana te diré todo.
No había forma de dudar de Anthony, así que Candy asintió. —Está bien— dijo antes de despedirse de él con un beso; uno que tenía que ser suficiente para aguantar la noche separados.
Anthony, Víctor, Gabriel, Ian y Aaron no fueron a dormir hasta que el trabajo estuvo hecho. La habitación de la planta baja, que había permanecido desocupada y que estaba a nada de volverse una bodega, quedó despejada y limpia. Consiguieron ponerle cortinas nuevas y equiparlo con un buen escritorio, un librero y un anaquel.
—Bien, es lo mejor que podemos hacer, por ahora— dijo Anthony una vez que terminaron. —Gracias.
—¿De qué se trata la sorpresa? — preguntó Candy a Anthony mientras atravesaban el corredor a la mañana siguiente.
—Ya verás— contestó Anthony, justo al detenerse frente a la habitación en la que habían trabajado él y los otros hombres la noche anterior. La puerta era corrediza y Anthony abrió, para después cederle el paso a Candy. Al entrar, ella seguía sin ver la sorpresa. Se trataba de una amplia habitación, prácticamente vacía, pues sólo había un escritorio, una silla, un librero vacío y un anaquel de hierro. —¿Y bien?, ¿qué te parece? — preguntó Anthony señalando con su mano la amplitud del lugar. Candy asintió sólo por darle gusto. —Bien, falta esto— fue hasta el escritorio y tomó una carpeta. Se la dio a Candy y ella leyó el documento que contenía.
—Es un contrato— murmuró mientras avanzaba con la lectura —El Aserradero Clinton…— los ojos de Candy se movían aprisa sobre lo escrito —a la enfermera certificada Candy White… para… la dirección de la enfermería… —¡Anthony! — exclamó al terminar de leer —¿es en serio?, ¿quieres abrir una enfermería? — él asintió —¿y quieres que yo…?
—Lo pensé ayer, mientras revisabas los diarios— contestó Anthony —y me di cuenta de que hemos dado por sentado nuestra salud. No nos enfermamos como los humanos, pero tampoco estamos exentos. Además, el parto de Astrid me dejó pensando si hemos confiado mucho en una sola persona sobre estos casos y lo ignorantes que somos los demás sobre el tema, así que… quería proponerte que me ayudes a organizar una enfermería. Tú sabes cómo tener un control médico y podrías enseñarnos a nosotros, somos buenos aprendiendo y… tendrías una excusa real para venir—. Anthony terminó de hablar mientras Candy observaba con otros ojos el lugar. En su mente ya empezaba a tomar forma de enfermería y ella misma se encargaría de organizar los registros médicos de todos. Primero tendría que hacer un censo para saber el número exacto de cambiantes, adolescentes y niños; clasificar la información, tomar muestras y datos precisos del estado de cada uno. Tomaría semanas hacerlo, lo que también significaba semanas enteras de ver a Anthony.
—Sólo hay algo en lo que no estoy de acuerdo— dijo Candy después de volver a leer el contrato.
—Dime.
—El sueldo.
—Si te parece poco, podemos modificarlo— contestó Anthony —la verdad es que sobre eso no pude investigar, sólo lo calculé con base en…
—No me refiero a la cantidad— lo interrumpió Candy —quiero decir que no es necesario que me pagues. Con gusto haré lo que me pides.
—Pero si no establecemos un pago, la señorita Pony y la hermana María dudarán de la legitimidad y decencia de este contrato— contestó Anthony y Candy asintió, pues tenía razón.
—Bien— asintió —que se quede en el contrato, pero no me des nada.
—Mmmm, no— replicó Anthony —¿qué te parece si te lo doy y tú lo usas para el Hogar de Pony? Considera al Aserradero Clinton como un donador más del orfanato—. Candy seguía dudando —Al menos hasta que pueda presentarme con ellas como tu pareja— agregó, y los ojos de Candy brillaron.
—¿Presentarte con ellas? — repitió y él asintió —¿y qué se supone que les diremos sobre ti?
Anthony se encogió de hombros —ya cruzaremos ese puente cuando lleguemos ahí, ¿te parece?
—Está bien—. Candy no podía contra los argumentos de Anthony, tampoco había razón para contradecirlos, sólo no le gustaba recibir un pago por algo que haría con gusto por la manada, pero era lógica, revisaba los estados de cuenta del orfanato y, aunque no les iba mal con las donaciones de Andley & Co. el dinero tampoco sobraba.
—Entonces, firma aquí— Anthony señaló el nombre de Candy al final del documento y tiró de ella hasta el escritorio donde había pluma y tintero. La firma de Anthony ya estaba ahí. —Gracias, enfermera White; ahora, dígame lo que necesita y estaré encantado de seguir sus órdenes.
—¡Oh, Anthony! — exclamó Candy, divertida. Dejó el contrato sobre el escritorio y se arrojó a los brazos de Anthony. Él la recibió y plantó un extraordinario beso en los labios.
La pareja estuvo el resto de la mañana ordenando la enfermería. Los libros que Anthony tenía en su despacho sobre la biología de los lobos fueron puestos en el librero de Candy. Ella hizo una lista del equipo básico que necesitaría, desde material de curación, hasta un par de camas y una camilla. Le explicó a Anthony cómo recabaría la información de cada uno y él dijo que reorganizaría las actividades de todos para que asistieran a las revisiones. Empezaría por los adultos y, una vez que tuviera esa información como base, podría analizarla y empezar a recabar la de los niños y adolescentes, pues con base en lo que había leído el día anterior, entendió que, aun antes de su primera transformación, el organismo de estos era un poco voluble y diferente al de los niños puramente humanos.
—Traeré mi equipo y mañana iré al pueblo a comprar unas cosas que necesito para empezar a trabajar— dijo Candy cuando tomaban un descanso y almorzaban. —También tengo que organizar mi trabajo en el Hogar de Pony; no puedo desaparecerme así nada más.
—Claro…— aceptó Anthony —Candy, tómate esto con calma; no me gustaría que te enfermaras por exigirte tanto.
—¡Vamos, Anthony!, no soy tan frágil como crees— se defendió la rubia —es mucho trabajo, pero puedo hacerlo. No es como que construyamos las vías del tren— dijo recordando aquellos días. De pronto se dio cuenta de que tenía mucho que contarle a Anthony de su pasado, no porque buscara redención o perdón de él por haber vivido, sino para no tener secretos en el futuro que ya empezaban a construir juntos.
—De todas formas, promete que te lo tomarás con calma.
—Lo prometo.
Explicar y tranquilizar a la hermana María y la señorita Pony sobre su nuevo trabajo en la enfermería del Aserradero Clinton tomó más tiempo del que Candy había calculado. El lugar estaba más cerca de Harmony que del pueblo en que ellas vivían; no era un camino corto ni seguro para que ella fuera y viniera todos los días; además de que el trabajo sería pesado y la joven no planeaba pausar sus actividades en el orfanato. Candy sonrió al notar que tenían la misma preocupación de Anthony y se ilusionó con la idea de que se conocieran.
—Candy, ¿te gustaría hacer ese trabajo? — preguntó la señorita Pony al ver a la joven tan convencida.
—Es un proyecto muy noble— respondió Candy —me gustaría mucho hacerlo.
La mujer aceptó el proyecto de Candy y se dijo a sí misma que sería tonto oponerse, pues desde que Candy era una niña, ella había tomado sus propias decisiones y ambas mujeres le habían dado esa responsabilidad.
—Te apoyamos, Candy— dijo la mujer —sólo ten mucho cuidado y por favor, no te descuides.
—Lo prometo— respondió Candy. Besó con cariño a la mujer y después a la monja.
Como había planeado con Anthony, al día siguiente Candy se quedó en el Hogar de Pony y reorganizó las actividades con las directoras; después fue al pueblo y, tras hacer las compras para el orfanato, compró lo que ella necesitaba para la enfermería y para sí misma.
Durante su recorrido se topó con Jimmy, su antiguo hermano del orfanato, aunque no en las mejores condiciones. Un par de hombres lo sacaban del bar del pueblo e intentaron subirlo a su caballo, lo que consiguieron con mucho trabajo; pero Jimmy se sostuvo y, diciendo incoherencias, tomó el camino que lo llevaba a su casa. Candy lo miró de lejos y se prometió ir a hablar con él, tenía que ser pronto, pero no sabía cuándo podría hacerlo; tal vez el domingo. Apenas era martes.
Candy pasó por la oficina de correos y dejó carta para Annie, invitándola al Hogar de Pony; para Albert, ofreciéndole todo su apoyo en el nuevo proyecto de América Latina y para Patty, deseándole la mejor de las suertes en el viaje que iniciaría con su abuela por el sur del país. La carta que le escribió a Archie, dudó si ponerla o no al correo, quería decirle tantas cosas, desde su relación con Annie hasta la maravillosa noticia de Anthony, pero redujo sus palabras a preguntarle cómo estaba y a reprocharle, a modo de broma, el silencio de los últimos meses.
Volvió a casa con la carreta cargada de cosas, escoltada por Tom, quien estaba a un par de semanas de casarse con su prometida; habían adelantado la boda porque en la iglesia del pueblo se había cancelado una boda y la joven pareja no dudó en adelantar su unión, decisión que aceleró todos los preparativos, pero Tom y Sandra estaban felices.
Era viernes y las actividades en la manada no paraban. El aserradero tenía una importante entrega y muchas manos estaban ayudando, las patrullas se cambiarían y muchos se preparaban para irse; también había gente ayudando en la preparación de la enfermería, un cristal se había roto y estaba siendo reemplazado, las cosas que Candy había pedido ya estaban en casa y debían ser almacenadas. La vida era rápida y pronto fue la hora de comer.
—¿Estás bien, Candy? — preguntó Anthony al ver que Candy no probaba el postre.
—¡Eh! — salió de sus pensamientos y asintió —Sí, sólo estaba pensando…— Anthony la miró expectante. Cualquier cosa que le preocupara a ella, le preocupaba a él, sólo tenía que saber de qué se trataba. —Vi a Jimmy en el pueblo— empezó a contar —es un chico que estuvo en el Hogar de Pony— Anthony asintió —estaba borracho, unos hombres lo sacaban del bar casi a rastras— volvió a quedarse pensativa y suspiró —hablaré con él y su padre, Jimmy no es hombre de vicios, así que supongo que algo le pasa.
Anthony intentó persuadirla de no meterse en la vida del chico, pues sabía que un alcohólico nunca aceptaría la ayuda de nadie y no quería que Candy se pusiera en peligro, pero la determinación de su compañera era inamovible.
—Te acompañaré— dijo después de que Candy aseguró que tendría una seria conversación con Jimmy.
—No es necesario— se negó Candy, pero después de muchos argumentos, ella también reconoció que la voluntad de Anthony era algo contra lo que no se podía discutir. —Está bien— asintió —pensaba ir el domingo, pero sé que irás a Harmony, así que puedo esperar a que vuelvas.
Anthony asintió complacido y le hizo un mimo en la mejilla. —Sólo dime quién diremos que eres, suelo hacer las cosas sola y que llegue de repente contigo será raro para todos— dijo Candy haciendo uso de toda su voluntad para no distraerse con las caricias de Anthony.
—Ya no más— Anthony le besó delicadamente los labios —no volverás a estar sola.
No verse el fin de semana sería una tortura, sobre todo después de que los últimos días Candy y Anthony habían hecho todo lo posible por estar juntos. Desde que Candy llegaba a la casa de la manada, él ya la estaba esperando; almorzaban juntos; supervisaban la organización de la enfermería juntos y sí, Anthony atendía los asuntos de la manada entre los pasillos o en la misma enfermería. Después de la comida, la pareja se instalaba en el despacho de él y Candy estudiaba los libros y diarios, mientras Anthony liberaba los pendientes. Él procuraba no distraerla porque le encantaba verla tan concentrada leyendo, tomando notas y preguntándole cosas sobre su naturaleza; pero a veces le era imposible y, cuando Candy se daba cuenta, Anthony estaba ya sentado a su lado acariciando su espalda o jugando con sus rizos. A ella no le molestaba, al contrario, disfrutaba demasiado de la cercanía de Anthony y sabía que, cuando él besaba su cuello, la sesión de estudio terminaba.
—Puedo empezar a recabar la información el próximo jueves— dijo Candy mientras se acomodaba en los brazos de Anthony, este le besó la sien y asintió.
—Ya organicé los horarios— contestó —todos harán lo que les digas.
—¿Tú también? — preguntó Candy buscando la mirada de Anthony —Anthony, también necesito tus registros— afirmó antes de que él buscara una excusa.
—Sí, jefa— respondió Anthony con pereza.
—Eres igual que un niño— lo retó Candy —no te haré nada; sólo son revisiones generales.
Por respuesta, Candy obtuvo un profundo beso que le sacudió el cuerpo. La boca de Anthony exploraba la suya cada vez con más pasión y confianza; sus manos la acariciaban en la cara, cuello y hombros hasta bajar a la cintura, donde siempre se detenían, hasta ese día que bajaron hasta sus caderas y se detuvieron en los firmes muslos de Candy. Ella jadeó ante el contacto y levantó las caderas hasta quedar sentada en las piernas de Anthony. Él sonrió entre cada beso y la acomodó en su regazo. Su sabor lo volvía loco y agitaba sus sentidos, su aroma dulce, mezclado con su excitación le nublaban el pensamiento. Deseaba tanto marcarla, iniciar formalmente el vínculo y mostrarle a cada humano y cambiante que Candy era suya, su compañera.
—Debo irme— murmuró Candy con la boca seca, apartándose un poco del cuerpo de Anthony que la sujetaba en la espalda baja y las piernas.
Un gruñido salió del pecho de Anthony y la apretó más hacia su cuerpo, al tiempo que hundía la cara en su cuello. Irse no sería fácil. Candy se había dado cuenta de que cada vez poner distancia entre ellos era más difícil, como intentar separar dos imanes, pero con mayor intensidad. Físicamente, estar separada de él le causaba ansiedad, pero también había notado que revivir sus besos en su memoria la ayudaban a sobrellevar esos nervios y esa necesidad de estar a su lado; sólo esperaba que eso fuera suficiente o pronto, muy pronto, llevarían su relación a algo más que intensos besos y caricias, algo que Candy ya comenzaba a anhelar y que, evidentemente, Anthony también esperaba.
—Gabriel te llevará a casa— dijo Anthony varios minutos después, cuando ambos se relajaron. Zachary había llegado de imprevisto y pedía hablar con el jefe Anthony inmediatamente. Víctor se lo había informado a través del enlace mental y Anthony se preparó para recibir al hombre.
—Bien— asintió Candy, ajena a la visita —te veré el lunes— suspiró, rendida ante el fin de semana que se atravesaba en sus caminos. Se acercó a él y, parándose de puntas, le dio un último beso de despedida. —Conozco el camino— dijo antes de que Anthony se ofreciera a acompañarla, pues sabía que, si lo hacía, nunca podría irse.
Candy atravesó la casa y salió por la puerta trasera, donde Gabriel ya estaba esperándola con el automóvil.
—Antes de llevarte a casa— dijo Gabriel —¿te molestaría acompañarme? Quiero enseñarte algo.
Candy no se negó y siguió a Gabriel por el ala sur de la propiedad. Pasaron frente al aserradero y Candy observó lo que pudo, aunque no fue mucho. Anthony le había prometido una visita al lugar la próxima semana para que conociera el funcionamiento del negocio, así que no se detuvo mucho en mirar.
—Es aquí— Gabriel detuvo su paso y le mostró a Candy una sencilla y discreta construcción de madera. Parecía una pintoresca casita, con un techo triangular, dos medias puertas con rejillas y rodeada por una cerca también de madera.
—¡Un establo! — exclamó Candy y Gabriel asintió.
—La salvaje necesita un lugar propio para cuando vuelva a venir— respondió Gabriel. Candy soltó una risa franca y se emocionó por el detalle de Gabriel. —Es pequeño, por el momento, pero si piensas aparearla, podemos agrandar el lugar.
—¡Es perfecto! — exclamó Candy y comenzó a recorrer el exterior del establo. Tenía lugar para dos caballos, pero cada espacio era amplio y luminoso. Gabriel abrió la cerca y la invitó a entrar. Candy no se equivocaba, el lugar era ideal para Canela y sí, tal vez en un futuro, un potrillo. Aunque los cambiantes no los necesitaran, Candy creyó que sería entretenido para los niños tener caballos cerca. ¡Niños!, ¿de dónde había salido esa idea?
Gabriel la distrajo contándole cómo él solo había hecho el establo y cuánto había disfrutado aplicar todo lo aprendido en su infancia al lado de su padre para el cuidado de los caballos.
—¡Me encanta! — exclamó Candy cuando cerraron la cerca —es perfecto para Canela, la traeré la otra semana, lo prometo.
—Temo que la otra semana no la veré— contestó Gabriel frunciendo el ceño —tengo que patrullar la frontera oeste.
—¡Oh!, entonces la siguiente semana— afirmó Candy —no dejaremos que nadie más que tú le enseñe su nuevo lugar.
Dejaron el establo en medio de una cómoda conversación sobre caballos y Candy le contó, a grandes rasgos, cómo ella de pequeña, y en casa de los Leagan, había vivido en el establo.
—¡Eso es un trato miserable!— dijo Gabriel, enojado por cómo había sido tratada Candy, la pareja de su jefe. Ella ya era parte de la manada y el instinto protector funcionaba de ambos lados: el jefe protegía a la manada y la manada al jefe y, por lo tanto, a su compañera.
Candy le restó importancia al suceso y distrajo a Gabriel con sus conocimientos sobre caballos y su habilidad con el lazo.
—Eso debo verlo— la retó Gabriel divertido.
—¡Cuando quieras! — aceptó Candy emocionada.
Queridas lectoras
Gracias por continuar en esta historia, muchas gracias por sus comentarios y su tiempo. Espero que este capítulo les haya gustado.
Gracias en especial a:
Mayely León: ¡felices fiestas para ti también!
GeoMtzR: ¡Mil gracias por tus comentarios! Y me declaro culpable porque lo onírico me encanta, se me hace un gran recurso narrativo, sólo espero no haberlas asustado mucho con la pesadilla de Candy. Por otra parte, no sé qué respuesta habrás recibido en su momento de la autora que mencionas, pero si eso te sirvió para animarte a escribir, ¡bienvenido! Porque tus historias son muy buenas; estoy leyendo en estos días libres una (A través de mis ojos), así que ahí te molestaré con mis comentarios de Anthony fan. Espero que este capítulo te haga pasar un buen rato y nos leemos pronto.
María Jose M: ¡Gracias por tus palabras! Como bien mencionas, la pesadilla solo es reflejo de los temores de Candy, y los sueños una manera de despejar la mente y entender el subconsciente, como a todos nos pasa, pero ¡descuida! Solo fue un mal sueño, yo a esta pareja no la separo por nada del mundo jaja. Como dices, Candy se hace del rogar, pero ¡cómo negarse a Anthony! Me halagan tus palabras y espero que este capítulo te entretenga un ratito. ¡Saludos!
Lucita: ¡Hola y bienvenida a esta historia! Espero que te guste cómo se desarrolla y que me cuentes qué te parece y qué no del fic. ¡Saludos!
A quienes comentan de forma anónima, estoy muy agradecida con sus palabras, por Annie todavía no se preocupen, digamos que se le pinchó una llanta en el camino y todavía no llega. Muchas gracias por sus bendiciones y felicitaciones, les deseo unas fiestas decembrinas dichosas y tranquilas.
Nos leemos el 11 de enero
¡Felices vacaciones!
