Disclaimer: Los personajes pertenecen a Stephenie Meyer, pero la historia es completamente mía. Está PROHIBIDA su copia, ya sea parcial o total. Di NO al plagio. CONTIENE ESCENAS SEXUALES +18.
Historia editada por Karla Ragnard, Licenciada en Literatura y Filosofía
Capítulo 5:
El primer día
Bella le daba vueltas a la cuchara del café mientras miraba con odio hacia esa maldita casa. La vista era perfecta antes de saber que quien habitaba ese bendito lugar era ese tal… teniente…
—Teniente de mierda —exclamó, apretando la mandíbula.
—¿Qué pasa, ma? —preguntó su hijo, sacudiéndose el cabello mojado y bostezando al mismo tiempo.
No respondió, estaba demasiado absorta en esa maldita casa.
—Ma —insistió, sacudiendo su hombro.
Tony estaba acostumbrado a su madre alocada, a veces seria, a veces demasiado risueña, pero, sobre todo, estaba acostumbrado a verla levantarse a buena hora vestida de forma despampanante para irse a trabajar. Ahora le asustó un poco imaginarla deprimida por estar tan desocupada; no era a lo que acostumbraba.
—¿Qué ocurre? —inquirió Isabella, volviendo en sí.
Tony miró a su mamá, que a pesar de estar con pijama, despeinada y sin maquillaje, seguía viéndose tan preciosa como siempre. Se había acostumbrado desde pequeño a ver cómo los hombres la buscaban y ella se negaba rotundamente a llevar a cualquier tipo a casa. A veces, sentía que le hacía falta un poco de compañía, pero no quiso decírselo, porque seguramente iba a poner el grito en el cielo antes de siquiera analizar un porqué.
A diferencia de su madre, Tony temía del resto. Era un chico bastante tímido, introvertido y tranquilo. A veces no sabía a qué dedicarse y la universidad, que se aproximaba a pasos agigantados, le asustaba aún más. Con frecuencia era apabullado en la escuela, luego en la secundaria y finalmente en la preparatoria, donde le había ocultado a su madre lo que seguía sucediéndole y que no tenía amigos. Había sobrevivido demasiado tiempo en ello, incluso refugiándose en el conservatorio, donde se dedicaba a tocar el violín, siendo uno de los mejores en su rama después de tanto tiempo. Su plan siempre había sido dedicarse a ello, pero temía no ser suficiente, no como su madre, a quien veía brillar incluso en sus peores momentos. Ahora, que solo quedaba un año para terminar la preparatoria, pensó en ello y en que, finalmente, no tenía amigos y que no solo era eso lo que le había ocultado a su abierta e íntima madre, sino otra cosa que lo mortificaba tanto que apenas era capaz de pensar en ello. No quería que eso rompiera la ilusión del chico perfecto que tenía su madre de él, así como tampoco que eso… ocasionara más acoso de parte de los chicos del equipo de baloncesto.
—¿Estás bien? —quiso averiguar.
Isabella volvió en sí y se levantó, recordando el gran día.
—¡Hoy es el primer día de tu último año! —exclamó, dándole un abrazo y un beso en las mejillas.
—Sí, mamá, pero ¿tú estás bien?
Ella se rio.
—Estoy mejor que nunca. ¿Has visto a una mujer darse por vencida?
Tony se rio.
—Debemos ser fuertes como las mujeres —afirmó él, demasiado orgulloso de la madre que tenía.
Bella se dedicó a sacudirle el cabello, besarle la frente una vez más y finalmente a hacerle su desayuno favorito: huevos batidos con tocino.
—Me iré más temprano —dijo de pronto, llamando la atención de su madre.
—¿Y eso por qué? —inquirió ella, frunciendo el ceño.
Faltaba una hora para la entrada.
—Pensé que querrías que te llevase a la preparatoria, sobre todo hoy, que tengo libertad absoluta.
Tony se mordió el labio inferior y miró a los huevos por unos segundos.
—Es que quiero apoderarme de un buen casillero, el año pasado me quedé con las migajas. Además, quiero saludar a mi maestro de violín, una buena charla antes de las clases es buena idea, ¿no crees?
Bella asintió, comprendiéndolo.
—Pensé que querrías que te llevara —añadió.
—Prefiero irme en bicicleta, ya tengo diecisiete.
Cuando le dijo aquello, se sintió un poco sensible.
—¿Y qué más planeas hacer? —quiso preguntar.
Tony se encogió de hombros.
—No lo sé. Cosas de chicos.
Oh, Bella sabía que su hijo era un adolescente y que ellos tenían sus secretos, pero… su mirada comenzó a dolerle. Llevaba mucho tiempo sufriendo en silencio por algo que ella no podía sacarle de adentro y eso la mortificaba. No quería insistirle, temía agobiarlo y que eso desencadenara en una discusión, algo a lo cual no estaban acostumbrados. Siempre le había contado todo, confiaba en mamá porque ella le prometió que jamás lo juzgaría, pero… ¿por qué no quería decirle lo que le estaba dañando?
Una vez que se fue, Bella se puso las manos bajo la barbilla, mirando hacia el horizonte. Era difícil tener hijos, porque estos luego crecían y comenzaban a tener su propio mundo. Quería entenderlo, también había pasado eso con sus padres, pero dolía enormemente porque… sentía que, poco a poco, comenzaba a generar el síndrome del nido vacío. Su hijo pronto se iría y quedaría a solas en esa inmensa casa.
Suspiró.
—Los cuarenta me pasarán la cuenta —susurró.
.
Ness se miró al espejo y le hizo un guiño a su reflejo, bastante satisfecho con su tenida para el primer día de preparatoria. Le dio unos últimos toques a los brillos alrededor de sus ojos y se dedicó a revisar sus uñas negras, esperando que ninguna estuviera dañada.
Perfecto.
—Vaya, ya estás preparado —dijo su padre, el siempre rudo y masculino teniente Cullen.
Se miraron en el espejo y aunque ambos eran realmente muy diferentes, se amaban como cuando él era un bebé. En realidad, Edward era tan protector y asustadizo con que dañaran a su cachorro, que siempre temía, aunque supiera que su pequeño (ya no tan pequeño) era capaz de defenderse solo, algo de lo que se había preocupado de enseñarle desde que supo que su cachorro era un ser demasiado especial para el común de la gente idiota que gobernaba la tierra. Con él había aprendido demasiado, desde la tolerancia a las identidades, el amor por la búsqueda de ser original y, claro, a comprender cómo los hombres, en especial, le hacían daño a chicos como su hijo. Desde el primer momento en que vio en Ness un pequeño diferente, comprendió y se prometió que nadie jamás le haría daño, porque antes debían pasar por encima del imbatible teniente Edward Cullen.
—Sabes que ante cualquier cosa debes decírmelo, ¿está bien? —dijo él, apretando con suavidad sus hombros.
Ness sonrió, demasiado seguro de sí mismo.
—Conozco tus tácticas, papá.
Edward lo abrazó y lo besó en la frente, mientras que Ness cerró sus ojos, sintiéndose realmente amado, protegido y aceptado por la persona más importante de su vida.
—Te amo, recuérdalo —le susurró papá al oído.
—Y yo te amo a ti, papá, muchísimo.
Juntaron sus frentes y finalmente fue momento de marcharse. Ness acarició a su perro, tomó su bicicleta y se preparó para ir a la preparatoria, pero antes de dar un solo paso, vio que de la casa vecina salía un chico tranquilo y cabeza gacha, también con su bicicleta. Al verlo tan serio y luego contemplar esos ojos tan lindos, sonrió, dispuesto a acercarse. ¿Qué podía salir mal?
Edward, por su parte, miró hacia la casa vecina, en donde seguramente estaba esa… mujercita…
—Histérica —susurró con la mandíbula apretada, recordando aquella guerra sin tregua que se habían prometido.
Era tan odiosa.
En un arrebato travieso, soltó a su perro para que saliera un momento por el barrio, esperando que, además, se comiera sus patéticas flores y meara un par de maceteros.
Aun así, no dejó de pensar en esas lindas tetas… menos aún en su preciosa manera de mover las largas pestañas. Era una mujer…
—Ni se te ocurra, Cullen —se recordó él mismo, volviendo a su día a día.
.
Isabella recibió a sus chicas, quienes traían bocadillos y algunos tragos alcohólicos para disfrutar de la charla. Eran alrededor de siete, las que poco a poco se habían ido integrando durante los últimos tres meses. Ya era buena hora para comenzar e Isabella estaba demasiado entusiasta por sacarse de la cabeza lo sucedido con los cerdos de la empresa en la que trabajaba.
Ella solía usar sus tacones de punta y una tenida fascinante para presentar los temas de sexualidad frente a toda su comitiva, que estaban siempre expectantes de saber más, pues desde que escuchaban a Isabella, sus vidas habían cambiado radicalmente.
—Queremos agradecerte por hacernos parte —dijo una de las mujeres, específicamente, la exesposa del cerdo—. Sin ti mi vida sería diferente. Sé que en parte es mi culpa y si hubiera sabido que eso te habría afectado…
Ella le hizo callar con suavidad.
—Si te he hecho cambiar tu vida, estoy satisfecha —aseguró.
El tema de hoy era, por supuesto, uno de los temas favoritos: el orgasmo. Nunca era novedad que ninguna haya experimentado uno en toda su vida, por lo que con ayuda de las diapositivas y la gran pantalla en medio de su sala, comenzó a explicar a detalle porqué era tan bueno experimentar uno.
—Pero ¿cómo lo hago? Llevo casada tantos años y creo que nunca experimentaré uno con mi marido —dijo la frustrada ama de casa que había conocido en una de las librerías que frecuentaba en el centro de la ciudad.
—Es tan simple. No necesitas de un hombre para conseguirlo —afirmó.
Dio una pequeña charla que abordaba el uso de las manos, utensilios, fricciones y juguetes, lo que abrió los ojos de todas las mujeres que estaban ahí.
—¿Y cómo puedo conseguirlo con mi esposo? —insistió la mujer, muy apesadumbrada—. Él está muy frustrado y quiere que ambos disfrutemos.
A Isabella no le cabía duda. Su esposo era un obrero muy honrado que se encargaba de ayudarle siempre que podía, sobre todo porque así hacía muy feliz a su esposa, llevándole un dinero extra para que los dos pudieran consentirse. Se amaban, no lo negaba, pero…
Apretó los labios y se calló unos segundos, sabiendo que debía hablar de las maneras de conseguir una buena conexión con la pareja, sea del sexo que fuera. Nunca le era fácil hacerlo porque, bueno, nunca había podido experimentar un orgasmo con otro hombre… Nunca. Isabella sabía que había técnicas y maneras de lograrlo, y aunque disfrutaba cuando se encontraba a solas con su propio cuerpo, le frustraba no haber podido tener una buena experiencia sexual con un hombre a pesar de saber todos los secretos posibles sobre ello. Nunca había podido decirlo, no con ellas, y de hecho, le incomodaba reconocérselo a sí misma.
Iba a continuar, olvidando sus inquietudes personales, pero algo llamó la atención de todas, dejándola a ella a segundo plano.
Edward Cullen estaba delante de la ventana, ahí en su jardín, cortando el césped a torso desnudo, mostrando un bondadoso cuerpo fuerte mientras sudaba. Sus tatuajes eran el paraíso femenino de lo que significaba virilidad y rudeza, lo que además se complementaba con su rostro cincelado por los ángeles. El guapo teniente estaba dedicado a continuar con su labor, sin reconocer cómo las mujeres de la charla de autoconocimiento de Isabella babeaban por él.
Bella lo miró boquiabierta por unos cuantos segundos, disfrutando de la vista tal como sus alumnas, viendo las gotas de sudor cayendo por su pecho duro y moldeado, delimitándose en los pectorales, luego en ese abdomen fuerte y luego los oblicuos y…
—Hijo de puta —dijo entre dientes.
El teniente de mierda estaba más bueno de lo que ella pensó reconocer alguna vez en su vida.
Buenos días, les traigo un nuevo capítulo de esta historia, ya podemos ver la vida de Tony, de lo que lo atormenta, quizá, pero también de lo que hace Bella en su terapia, ¿lo mejor de todo? Ver a Edward haciendo ejercicio y sí, distrayendo a sus pupilas. No se imaginan lo que viene, estos dos siguen echando chispas. ¡Cuéntenme qué les ha parecido! Ya saben cómo me gusta leerlas
Y ya vieron que por su entusiasmo, ¡hay otro capítulo para ustedes! Sigan así
Agradezco sus comentarios, durante la tarde estarán sus nombres como muestra de agradecimiento, espero volver a leerlas, cada gracias que ustedes me dejan es invaluable para mí, no tienen idea del impacto que tienen sus palabras, su cariño y su entusiasmo, de verdad gracias
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