Disclaimer: Los personajes pertenecen a Stephenie Meyer, pero la historia es completamente mía. Está PROHIBIDA su copia, ya sea parcial o total. Di NO al plagio. CONTIENE ESCENAS SEXUALES +18.


Historia editada por Karla Ragnard, Licenciada en Literatura y Filosofía

Capítulo 9:

El plan

Hubo un silencio en medio del paraje. Los demás estudiantes habían detenido sus charlas al ver lo que había sucedido. Nadie golpeaba a Alec ni a todo su ejército, pero esta vez, el chico nuevo le había convertido la cara en caldo de huesos.

—¿Qué? —preguntó Ness entre risas—. ¿Nunca habían visto a un marica que supiera dar golpes? Pues me presento, soy Ness y sé las mejores tácticas para destrozar a unineuronales como ustedes.

Alec comenzó a toser, salpicado de la sangre que había deglutido tras el golpe en su nariz.

—¿Qué demonios te pasa? —exclamó Félix, otro de los chicos que acompañaba a Alec y hacía de la vida de Tony un infierno.

Los amigos ayudaron al líder a levantarse mientras este aún se sostenía la cara producto del dolor. Estos estaban enardecidos, nadie se había atrevido a acercárseles de ninguna manera, nunca.

—Tony ya no está solo, babosos —dijo Ness, acomodándose la prenda—. ¿Qué dices? —Lo contempló, notando que el interpelado se encontraba demasiado sorprendido para decir más.

—Creo que me vendría bien un helado —respondió con sinceridad.

A Ness le pareció una respuesta tan adorable que simplemente sonrió.

—Hasta luego, caballeros, ahora tendrán una nueva anécdota para contarle a sus nietos—. Carraspeó—. La historia de cómo un marica con nombre de anguila les rompió la cara. Bueno, si es que los tienen. Dudo mucho que las chicas de hoy en día quieran procrear con unos imbéciles como ustedes.

Aquello provocó una fuerte carcajada en Tony y finalmente se fueron juntos, dejando a los demás atrás.

—¿Cómo has hecho eso? —preguntó el hijo de Isabella.

—¿Qué cosa? —Ness se había puesto las manos en los bolsillos y había comenzado a silbar.

—¡Eso! Nadie se había atrevido a golpear a esos malditos desde que tengo recuerdos.

El gestor de aquella escena sonrió y se encogió de hombros.

—Desde pequeño he sido educado para, bueno, hacerles comer el polvo a esos tipos.

—¿A esos tipos como quiénes?

Ambos se contemplaron mientras daban la vuelta para aprovechar el receso y entrar a la heladería.

—A los que odian a las personas como yo —respondió con suavidad.

Tony bajó la mirada y recordó muchas cosas a la vez.

—Papá siempre se preocupó de que nadie me tocara un pelo por ser feliz y creo que estoy considerándolo en serio cada día de mi vida.

—¿Tu papá?

Asintió.

—¿Y quién es tu papá?

—El teniente Cullen. Te encantaría conocerlo.

Tony sonrió.

—Uau. Me habría encantado tener un papá como el tuyo.

Ness dejó el morral sobre la barra para hacer el pedido del helado y lo contempló.

—¿Qué le pasó al tuyo? —inquirió.

—Es un imbécil —aseguró Tony—. Nunca he podido decirle papá.

—¿Y tu mamá? —preguntó Ness.

En cuanto le preguntó por ella, Tony sonrió de oreja a oreja.

—Ella es… maravillosa. Creo que es la mamá perfecta… sin ofender.

Ness rio a carcajadas.

—Tranquilo, la mía es realmente una mierda —respondió, sorprendiendo a Tony—. Verás, ni siquiera la conozco. Papá ha sido franco, fue una aventura, ella quería hacer otras cosas y, bueno, él quiso quedarse conmigo y cuidarme. Y como tú dices, papá es maravilloso y es el padre perfecto.

Ambos se sonrieron y acabaron acercándose, en especial Ness, que solo quería sentirlo. No era un chico enamoradizo y sabía, porque su padre se lo dijo muchas veces, que el amor era difícil de encontrar y posiblemente… nunca lo haría, menos a su edad, tomando en consideración que él jamás había amado y ya tenía cuarenta y tres. Pero esta vez estaba seguro que eso que cuentan del amor a primera vista era real. Ver a Tony le hacía sentir tanto y apenas sabía quién era. ¿Tenía alguna razón más que mirarlo y considerar que quería hacerlo feliz? Porque sí, sus ojos tendían a la tristeza y su semblante a la soledad.

Luego de comprarse el helado y comérselo juntos, disfrutando de cosas tan básicas como reírse de las clases, contarse qué querían realizar en los electivos y acercarse cada vez más, fue momento de ingresar a clase. Para su sorpresa, tocaba reunión en el salón de conferencias. Ahí se encontraba el director, un sorete homofóbico que se había encargado de merodear a aquellos que se sentían diferentes para hacerlos encajar en sus estándares obsoletos. En medio de aquel instante, Ness se encontró con su tía Rosalie, que aún ocultaba su embarazo y ya estaba comenzando a usar algo de ropa ancha. Como era corista y miembro de esencial de la comunidad educativa como presidenta de esta, era una chica muy popular.

—Tía Rose, te presento a mi nuevo amigo, Tony —dijo Ness, colgándose de su cuello.

—¡Ya te dije que no me digas tía! —regañó Rosalie—. ¡Hola!

—Te he visto. Vaya, eres muy joven para ser…

—Sí, ya lo sé, me hace sentir vieja. Oye, ¿y cómo es que no te he visto antes?

Tony se encogió de hombros y se abrazó a la mochila.

—Es que me gusta pasar desapercibido —respondió cabizbajo.

Rose pestañeó y miró a Ness, quien le hizo un gesto para que lo integrara.

—Bueno, has elegido a un amigo que jamás pasará desapercibido, ¿no es así, Ness? —Tía y sobrino se rieron mientras este último lanzaba besos, importándole un carajo cómo el resto lo miraba.

Tony también rio y acabó sintiéndose parte, por primera vez, de la comunidad educativa.

—Hola. Aló. Probando, probando —decía el director, tocando el micrófono para luego provocar que este lanzara un fuerte chirrido. Luego carraspeó para ponerse a hablar.

Mientras eso ocurría, Rose miró la mano de Ness y se dio cuenta de que esta estaba golpeada.

—¿Qué ocurrió? —preguntó, a la vez que el director comentaba algo respecto a unir la comunidad de padres con los hijos.

—Golpeé a Alec —respondió.

Rose se puso las manos en el rostro y rio.

—¿De verdad? ¿Te ha molestado?

—En realidad, lo hice para defender a Tony.

Ella miró la manera en que Ness y Tony se acercaban y sonreían. No le bastó mucho para darse cuenta de que ambos parecían conocerse de toda la vida.

Suspiró, demasiado enternecida.

—Y entonces, los padres pueden traer con ellos algún aporte educativo como nuestro querido entrenador de baloncesto, el señor Vulturi, a quien apreciamos por brindar su conocimiento a la comunidad educativa, siendo padre de nuestra estrella del deporte, Alec Vulturi —decía el director.

—Papá podría hacerlo mejor —espetó Ness, cruzado de brazos mientras miraba de lejos al estúpido de Alec.

—Oye, tienes razón. Edward podría hacer entrenamiento deportivo general. ¡Le vendría muy bien! —exclamó Rose.

Tony miraba a ambos y pensó en su madre, quien amaba ayudar a los demás con sus conocimientos de psicología. Pero entonces recordó que eso significaba verla más en la escuela y que ella notara que era un perdedor.

Una vez que finalizó la reunión y pudieron volver a clases, recibieron papeletas para entregárselas a los padres, por lo que la mayoría las guardó en sus mochilas, excepto Ness, que en cuanto pudo y llegó a casa, se las entregó a su padre.

—¿Qué? —preguntó Edward, riéndose mientras miraba el papel—. ¿Que entre a la preparatoria como entrenador deportivo?

—¡Claro que sí, papá! —Ness estaba muy entusiasta—. Le enseñarías al entrenador de baloncesto que su deporte es una mierda y que su hijo también. ¡Vamos!

—¿Y quieres que te defienda?

—¡Claro que no! Sabes bien que ya le di una paliza, ahora apresúrate y únete a la comunidad.

Edward suspiró y se echó al sofá, mientras acariciaba la cabeza de su perro.

—Soy teniente, Ness. Soy duro, esclavizo y odio que me falten el respeto. Me sacarían en un segundo y lo sabes.

Ness se sentó en la mesa del café y le sacudió los cabellos.

—Lo harías genial.

—¿Por qué insistes? —gruñó, bebiéndose el café de un sorbo.

—¡Porque no quiero que vuelvas al Medio Oriente! —espetó, desesperado.

Edward se quedó inmóvil en su posición.

—Sé que eres teniente, papá, y que pediste el receso para ayudarme, y que de eso queda un tiempo para que debas volver. Solo quiero que veas que hay más mundo tras el ejército y… que tú estés como entrenador hará que pasemos más tiempo juntos, algo que muero porque hagamos —se sinceró Ness.

Al escucharlo, Edward sintió unas inmensas ganas de llorar. Era demasiado débil a su hijo y siempre quería lo mejor para él.

—Lo pensaré, ¿bueno? —dijo el teniente finalmente.

—¡Eso es, viejo! —chilló su hijo, abalanzándose sobre él.

—No me digas viejo.

—Ya lo estás.

—Ya —gruñó.

.

Tony seguía muy deprimido y llegó solo a dormir, sin saber cómo decirle a su madre lo que le estaba pasando con Ness. Bella le permitió la soledad y lo cobijó un rato mientras él dormía profundamente.

No sabía cómo sentirse, así que había llamado a su mamá para preguntarle cómo carajos había podido hacerlo cuando ella era una adolescente, pero no respondió. ¿Su papá? ¡Ni rastros!

—Padres, para qué los quiero —refunfuñó, levantándose de la cama de Tony.

Cuando iba a levantar la mochila para ordenarla, esta dejó caer todo lo que estaba dentro, generando un molesto ruido, por lo que miró a la cama, esperando no haberlo despertado. Cuando estuvo segura, se agachó para recoger todo y en medio de las cosas se encontró con unos folletos.

—"Padres que ayudan a la comunidad educativa" —leyó en voz baja.

Terminó de ordenar y se marchó de la habitación, cerrándose la bata y luego metiéndose a su recámara para dormir. Se sentía demasiado deprimida por lo que pasaba con Tony como para hacer más. Mientras se metía a la cama, leyó el folleto y se sintió irremediablemente atraída a lo que decía. Pagaban una mierda y le resultaba un chiste siquiera hacerlo, pero pensar en estar cerca de su hijo y ver qué estaba sucediéndole… le hacía considerar seriamente la posibilidad.

—Pero ¿qué puedo ofrecerle a los chicos? —inquirió, mordiéndose el labio inferior.

Entonces suspiró, demasiado triste para dormir. Sería una noche larga. ¿Conciliar el sueño con preocupación de madre? Un imposible.

.

Bella escondió la cabeza dentro de la almohada al escuchar el fuerte sonido de la música. Sacó la nariz para respirar, esperando que eso sirviera.

Nada.

La música seguía sonando en medio de todo el vecindario. Bella sacó la cabeza y notó que los pajarillos ya cantaban con alegría y que el reloj marcaba las siete de la mañana.

—¡Maldita sea! —chilló, demasiado furiosa para darse cuenta de que, al levantarse, se encontraría con la pata de la cama, golpeándose con fuerza—. ¡Mierda! —gritó, sobándose el dedo pequeño.

La rabia había llegado a límites insostenibles.

—¡¿Quién demonios pone música a esta hora y a este volumen?!

Sacó la cabeza por la ventana y vio que en el jardín de al lado estaba el maldito militar ese, el Teniente de Mierda, haciendo ejercicios con un equipo de pesas más grandes que los brazos de Isabella, junto con un equipo de música.

—Son las siete, maldita sea —gruñó.

No, ¡no podía soportarlo! ¡Iba a pagar por ser un maldito imbécil!

Bajó las escaleras con los dientes apretados y el culo levantado, cerró la puerta de salida con fiereza y tomó la manguera. Cuando estuvo lista, disparó hacia el teniente, que estaba haciendo abdominales mientras disfrutaba de la música noventera y pasada de moda, y sin más, hizo que el agua saliera a chorro, mojándolo directo en toda la cara.


Buenos días, les traigo un nuevo capítulo de esta historia, espero no haber demorado mucho para ustedes, pero ya estoy mejor de mi bronquitis, así que vendré más recargada, ¿qué piensan de Ness y Tony? ¿Y de las locuras de Edward y Bella? ¡Cuéntenme qué les ha parecido! Ya saben cómo me gusta leerlas

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Ya ven que ante más entusiasmo, más rápido habrá capítulo

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