Disclaimer: Los personajes pertenecen a Stephenie Meyer, pero la historia es completamente mía. Está PROHIBIDA su copia, ya sea parcial o total. Di NO al plagio. CONTIENE ESCENAS SEXUALES +18.
Capítulo en edición (¡te quiero, Karla!)
Capítulo 18:
El vino del ímpetu
El aliento de ambos chocaba de manera intensa, los jadeos eran imposibles de ocultar. Todo lo que había en su mente era revivir lo que dentro de su borrachera lograron hacer antes del golpe en la cabeza y el posterior desmayo.
Aunque les costara admitirlo, lo único que querían era acabar con ello y saber qué se sentía revolcarse con su respectivo vecino.
—¡Mamá! —escucharon ambos, por lo que separaron de un solo brinco, lo suficiente para actuar con total normalidad y quitarse el deseo de sus cuerpos… al menos, ese fue el intento.
Ness y Tony aparecieron y los miraron.
—Estamos preparando todo para cenar —dijo ella, carraspeando.
—¿Lasaña? —exclamó Ness, esto es estupendo.
—¡Te dije que mi mamá es experta en eso! —le siguió Tony con mucho orgullo.
Edward y Bella se miraron una vez más y luego caminaron hacia la mesa, la cual estaba perfectamente decorada. Tony había hecho un buen trabajo.
—¿De verdad que es tan buena? —preguntó Ness, oliendo de forma desesperada.
—La comida de mamá es la mejor.
—¡Al fin comeré decente!
Edward le dio una mala mirada.
—Es que papá apenas sabe cocinar —respondió su hijo.
—Me enseñaron a hacerme de alimento con cualquier objeto comestible —explicó el teniente.
—Bueno, ahora comerán la mejor comida del universo. Mamá es la mejor —dijo Tony, mirándola con los ojos brillantes.
Ella sonrió y le acarició la barbilla.
Ness, desde su lugar, continuó mirando la manera en que Bella miraba a Tony, lo que le provocó una serie de emociones difíciles de explicar. Insistía en no malograr los hermosos recuerdos de papá, que había hecho de su infancia y vida algo maravilloso, pero siempre se preguntó qué significaba tener una mamá, y quizá una tan divertida como la de Tony, pero lo más importante era… alguien tan cariñosa como ella.
—Permítame, vecina —dijo Edward, poniendo la asadera sobre la mesa para servir los platos.
Bella arqueó una ceja y lo miró de reojo, mientras Ness acomodaba la sangría sobre la mesa para servir las copas.
—Tienes autorización solo hoy, ¿está bien? —dijo ella, mirando a su hijo.
Tony sonrió y asintió, mientras que Ness lo hacía también.
—Papá me ha dicho lo mismo —contó él, haciendo reír a Edward.
Bella sintió cierto placer al escucharlo reír; sin el alcohol y con sus hijos, él parecía menos idiota.
—Bien, como anfitriona junto a mi hijo, les pido que tomen asiento para darles una buena porción de lasaña, sé que les encantará.
«Y también muero por una buena porción de tu culo», pensó Edward, casi sin tener control de ello.
«Eres un idiota. ¡Eres un idiota! Basta ya, nada más de culos», se regañó de forma interna.
Cuando vio, desde su asiento, justo frente a ella, cómo cortaba la lasaña y la ponía en los platos, pudo apreciar su linda nariz, notó que tenía pecas y que éstas rodeaban su tabique y sus pómulos. Además, vio sus largas pestañas y la manera en que el delineado le hacía parecer aún más exótica y hermosa que nunca. Pero lo que más adoró de aquel rostro, fueron algunas marcas de la edad, lo que la hacían enormemente atractiva y… preciosa para él.
Tuvo que carraspear y acomodarse en la mesa.
«Es más fácil si me fijo en su culo», regañó internamente, descompuesto por cómo se había perdido en su rostro.
Bella, una vez en su asiento, pudo ver como todos degustaban de su lasaña y de la ensalada capresse con un entusiasmo único. Y es que estaba por chuparse los dedos.
—Veo que trajo sangría —susurró Bella, poniéndose la barbilla sobre sus manos luego de dejar los cubiertos a cada lado del plato.
—Papá es experto en hacerla —exclamó Ness luego de tragar lo que comía como desesperado.
Edward lo miraba con los ojos muy abiertos y gesticulaba para que su hijo se comportara.
—Es una de mis bebidas favoritas. Es un regalo —dijo el teniente, mirándola con los ojos entrecerrados.
—Vaya, es mi bebida favorita también. Gracias por el regalo —respondió ella, recordando cuánto tiempo había pasado desde que se había tomado una sangría.
Ness y Tony se miraron y finalmente se encogieron de hombros y siguieron comiendo.
—¿Crees que podamos quedarnos a dormir juntos hoy? —preguntó el primero, sonrojando a Tony—. Podemos ver una película y escuchar música juntos.
—Debo preguntarle a mamá —musitó él.
Edward se levantó con la botella de sangría y Bella levantó la copa para que le diera, mientras miraba esa extraña mezcla de sofisticación que portaba y rudeza indudable. Desprenderse de la imagen de los tatuajes que salían por su cuello y manos le hacía recordar más de lo que podía tolerar, porque las imágenes nunca serían fáciles de borrar.
—Espero que le guste —señaló el teniente, sentándose con una copa para él y otra para los adolescentes.
Bella bebió y enseguida sintió ganas de seguir. Oh, Dios, cuánto le gustaba la sangría… sobre todo si había sido hecha por esas grandes manos y largos dedos.
—Está perfecta —susurró, sin querer agregar calificativos ante su orgullo.
—Lo mismo digo de la lasaña y la ensalada compresa —exclamó él.
—Es capresse, papá —le corrigió Ness—. Capresse —repitió con un acento italiano muy bien estudiado.
Bella rio con fuerza y miró a ese chiquillo tan divertido.
Se daba cuenta de que era muy inteligente y que quería mucho a su pequeño no tan pequeño y que Tony sonreía con más alegría que nunca junto a su amigo.
—¿Y cómo es que sabes pronunciar tan bien y elegante el italiano? —preguntó ella—. Mi familia materna es italiana.
—Por Raffaella Carrá —chilló Ness, moviéndose al ritmo de lo que comenzaba a cantar.
Bella elevó las cejas y siguió riendo.
—Vaya que eres divertido. Podrías enseñarle a moverse así a Tony, ¿qué dices?
—Es lo primero que tengo contemplado, ¿no es así, Tony?
El aludido rio también y asintió.
—A cambio, le enseñaré a usar el teclado y la guitarra —dijo, mirándolo.
—Hey, eres un artista. —Edward, por su lado, estaba enormemente orgulloso de la identidad de su hijo y, aunque le costara admitirlo, le encantaba la manera en que Bella lo contemplaba. Aun así, Tony le resultaba tan calmado, tan inocente y… bueno, no es que su hijo no lo fuera, pero Tony parecía un ángel al que le encantaría cuidar; no dudaba ningún segundo de que su madre era capaz de sacar colmillos por defender a su cachorro, pero… ese chico, Tony, le llamaba a blindarlo de todo y a la vez mirar su paz, esa que parecía identificarlo.
Era un chico brillante.
Tony se sonrojó al escuchar al teniente y asintió con dificultad.
—Oye, nunca dudes de que lo eres. Si sabes tocar dos instrumentos, creo que te debe hacer sentir orgulloso de que eres un artista.
Tony sonrió y Bella miró cómo Edward valoraba a su pequeño como hace mucho nadie lo hacía. Fue como si atravesara un poco su capa de hierro.
—También… compongo melodías y canciones. Me gusta inspirarme en la poesía.
Edward suspiró y siguió sonriendo.
—Entonces eres todo un artista. Creo que mi hijo no pudo encontrar un mejor amigo.
Tanto el teniente como Bella se miraron a los ojos, como si se felicitaran por tener hijos tan maravillosos.
—¿Y a qué quieres dedicarte, Ness? —preguntó ella.
—Yo… Quiero ser psicólogo —afirmó.
—Oh… ¿De verdad?
Ness asintió.
—Quiero ayudar a chicos como yo, ya sabe.
Tragó y Edward, como buen padre, entendía a qué se refería.
—Puedo enseñarte de qué trata cuando tú quieras, también puedes venir cuando quieras estar con Tony. Mi casa está abierta para ti.
—Lo mismo puedo decir, solo si me prometes que me enseñarás cómo tocas esos instrumentos —agregó el teniente, mirando a ese chico que le resultaba extrañamente especial.
Bella, por su lado, deseó que aquel chico divino y capaz de ser tal como quería, pudiera brindarle a su hijo la misma seguridad que ella intentaba inculcarle todos los días.
La comida se llevó a cabo con mucha alegría gracias a los adolescentes, que no dejaban de contar lo bien que se llevaban, en cambio, Edward y Bella permanecían sin involucrarse en ninguna conversación personal, pero las miradas iban y venían.
—¿Podemos comernos el postre en la habitación? —preguntó Tony—. Quiero mostrarle mis cosas a Ness. ¿Se puede quedar?
—¿Puedo? —El hijo de Edward le hizo un puchero y él suspiró, poniendo los ojos en blanco.
—Por mí no hay ningún problema. —Bella se encogió de hombros—. Es primera vez que Tony trae a un amigo y eso quiere decir que eres muy especial, Ness.
Los dos sonrieron.
—Sí, sí, puedes quedarte, Ness, es bueno que tengas un amigo cercano, especialmente en el vecindario —respondió Edward.
—¡Gracias! —exclamaron al unísono y subieron las escaleras con el postre, esa rica panna cotta con brillante color borgoña.
Bella puso la panna cotta delante de Edward y este no pudo contenerse a mirar su expresión. Era arisca y preciosa a la vez.
«Puta madre», regañó.
Ella miraba a cada segundo el rostro del teniente, que teniendo cuarenta y pico, estaba para chuparse los dedos. Como se había quitado la chaqueta de cuero y la había colgado, podía ver las apretadas prendas alrededor de sus brazos, marcando muy bien sus músculos.
Por Dios, no podía controlar las fantasías que salían de su cabeza, tanto que solo juntó las piernas mientras él la miraba con sus ojos verdes y sus pestañas largas, apuntando a su rostro con su nariz recta y sus labios llenos. Y ni hablar de que llevaba una barba de ayer que… de solo imaginarla áspera se retorcía en sí misma.
—Déjame adivinar, ¿panna cotta?
—Sí, al vino —respondió ella, sentándose frente a él.
—Vaya, me encanta el vino —aseguró el teniente.
Bella seguía poniéndose las manos bajo la barbilla, mirándolo de forma atenta.
Cuando Edward metió la cuchara y sacó el ligero y tierno mouse cuajado, llevándoselo a la boca, solo emitió un gruñido de satisfacción que a Bella por poco le saca un suspiro.
—Está buenísimo.
Para calmarse, Isabella se comió su postre de forma calmada, sin levantar la cabeza hacia él. Luego se bebió la sangría, que estaba deliciosa, mientras sentía los ojos penetrantes de Edward.
—Me debes una podada —exclamó él, sacándole un respingo.
—Tú también perdiste la apuesta. —Bella se enfurruñó.
—¿Y quién la perdió primero? Te divertiste antes de que me emborrachara.
—Sí, claro, no seas ridículo.
Edward acabó sonriendo de forma suficiente.
—Veo que tienes un hijo genial.
—Pues tú también.
—No quiero que tu histerismo afecte esa amistad.
—¿Mi histerismo? Bueno, yo espero que tu estupidez e incapacidad de convivir con otra persona sin hacer un escándalo tampoco afecte a esa amistad, Ness y Tony merecen llevarse bien.
—Por mí bien, pero tú…
Bella apretó la mandíbula, mientras Edward comenzaba a excitarse al verla furiosa.
—¿Yo qué? Porque el que se comporta como un idiota eres tú.
Edward le parecía un burro, pero seguía siendo un burro atractivo… demasiado.
—Bien, bien, bien, ¿quieres que esos enanos vivan su vida en paz? Porque de lo contrario acabaré con el resto de sangría y botella destrozada en mi cabeza, lo veo en tus ojos… Una bruja.
—Soy capaz de eso y mucho más, baboso.
Edward se levantó.
—Te ayudaré a lavar los trastes. Hagamos las pases. No quiero podar tu estúpido césped.
—Yo menos. ¿Qué tienes para ofrecer? —preguntó Bella.
—Bueno, como a ambos nos gusta el vino, te mostraré mi colección mientras esperamos a decirle buenas noches a nuestros hijos como si fuéramos fieles amigos —dijo Edward de forma sarcástica.
—Hecho, burro, que sea rápido.
—Está bien… Histérica e impaciente. Por Dios, ¿cómo te aguantan?
—Me aguantan los hombres de verdad.
—Pues entonces ninguno. —Carcajeó Edward.
Isabella quiso darle una patada en el culo, pero se aguantó.
El teniente tomó su abrigo y esperó a que ella se levantara. Cuando abrieron la puerta, de inmediato golpeó una fuerte ráfaga de viento que le hizo temblar. Edward le puso su chaqueta encima, la que le quedaba enorme, pero que le abrigó de forma cómoda.
—Gracias —susurró ella.
—No tienes que agradecerme. No quiero que te resfríes y acabes contagiando a mi hijo.
—¿Siempre eres tan desagradable?
—Sí.
—Claro, como todo teniente de mierda que cree que los demás somos sus soldados.
—Un gusto.
—Tienes un claro problema de baja autoestima. Probablemente nunca tuviste aprobación y tuviste que recurrir a un trabajo en el que obligadamente tuvieran que tratarte con respeto.
Edward bostezó.
—No necesitas realizar tus cosas psicológicas conmigo.
—Se llama psicoterapia.
—Lo que sea.
Cuando llegaron a la casa de Edward, él abrió y Bella aprovechó de mirar la decoración. Abundaban los cuadros de grandes artistas de los ochenta y la pintura de colores, así como un jukebox y varios discos apilados entre sí.
—Ven, aquí tengo los vinos —dijo el teniente, indicándole la puerta de una sala a oscuras.
Cuando encendió las tenues luces, Bella pudo ver la impresionante colección de vinos que tenía, todas apiladas según cepa y año. Era maravilloso.
—Uau. Debes ser maravilloso poder beber algo de aquí.
—Siempre puede abrirse una botella en algún caso especial, como el día en que cortes mi césped y yo te vea sentado en mi reposera, disfrutándolo —bromeó él.
—Ridículo —soltó Bella.
Dio unos pasos adelante y contempló la gran cantidad de vinos, para luego tocar con suavidad la pulcritud. No había rastro de polvo.
—Está muy limpio.
—Es mi tesoro, ¿esperas a que esté sucio? Eso jamás.
—Eso tiene sentido.
—¿Por qué?
—Recuerdo lo bien que se veía tu miembro. Debe ser algo bien preciado por ti.
Edward se sonrojó tanto que Bella no pudo dejar de reír a carcajadas.
—¡No estoy bromeando! —jugueteó ella.
Cuando salieron del cuarto de vinos, Bella se sintió atraída por un cuadro en donde estaban todas las condecoraciones de Edward, algo de lo que probablemente él se sentía muy orgulloso.
—Un hombre muy premiado, ¿eh?
Vio que él ponía una copa de vino delante de sus ojos y la tomó enseguida.
—Es una buena cepa para un buen rato, Merlot chileno del dos mil.
—Uau. —Ella la tomó, olió, dio unas vueltas a la copa y bebió.
Estaba espectacular.
—Y sí, fui muy premiado, pero acabé aburriéndome de hacerme cargo de varios proyectos en los que no fue fácil adaptarme. Ser teniente no es fácil, en especial cuando sabes que puedes ser capitán.
—No necesitas hacer lo que no quieres. El cargo requiere poder, pero estoy segura de que habrías dejado a Ness en una posición muy triste. —Suspiró—. Me despidieron, sí, por gritarle a ese imbécil, pero por mi experiencia pude dedicarme a algo mucho más importante que aconsejar adolescentes con una temerosa incapacidad para aceptar consejos, pero eso me mantenía cerca de Tony…
—Ambos queremos estar cerca de nuestros hijos. —Edward le mostró su copa para que la chocaran y Bella lo hizo.
—Al menos tenemos algo en común. A propósito, ¿dónde está tu acosador perro? No quiero ni imaginarme…
Edward hizo un sonido gutural, simulando un ladrido y le tocó la parte trasera del muslo, haciéndole dar un grito duro y un brinco que por poco le hace colgarse de las lámparas del techo.
—¡Idiota! —gritó ella, temblando.
—Ahí viene Puntito —mintió Edward, apuntando a la cocina, que tenía la luz apagada.
Bella, inconscientemente, se aferró al brazo de Edward mientras apretaba los dientes de terror.
—Estoy bromeando —señaló él—. Está en el patio trasero, le gusta estar ahí algunas noches. No se acercará a ti.
Los dos miraron cómo estaban de cerca y le dieron un sorbo al vino… un sorbo bastante largo para considerarse fino y elegante como lo que merecía tal brebaje.
Estaban muy cerca y las contemplaciones furtivas, a centímetros cortos, se tradujeron a jadeos mientras se veían los labios, recordando aquella borrachera, ahora lo suficientemente sobrios como saber que dar un paso adelante significaba romper con todo criterio.
Aun así, sabiendo lo que iba a provocar, dejaron las copas a un lado y se besaron de forma apasionada, cerrando toda posibilidad a dar un regreso.
Isabella lo abrazó desde el cuello como aquella vez y Edward tomó su cintura para llevarla hacia su cama, porque lo que más deseaban era dar rienda suelta a una pasión que ya no ocultaban, solo dejaban ir, como el aire que respiraban.
Buenas tardes, les traigo un nuevo capítulo de esta historia, uff, calienten motores porque se aproxima una inmensa bomba. Además, parece que iremos viendo más de toda esta historia de amor y de deseo, contrapuestas en ambas relaciones, porque Tony y Ness seguirán haciéndoles suspirar ante su inocente amor... y sus padres unos feroces. ¡Cuéntenme qué les ha parecido! Ya saben cómo me gusta leerlas
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