Disclaimer: Los personajes pertenecen a Stephenie Meyer, pero la historia es completamente mía. Está PROHIBIDA su copia, ya sea parcial o total. Di NO al plagio. CONTIENE ESCENAS SEXUALES +18.


Capítulo 30:

Las píldoras

Hizo seis cálculos y seguían sin coincidir.

El periodo no había llegado.

Sentí un frío terrorífico en mi columna, que subía y bajaba hasta llegar a mi rostro.

Respiré hondo.

«Es solo un retraso, nada más».

Me lavé la cara con abundante agua y volví a respirar, pensando con racionalidad ante la situación que podría estar ocurriendo. El médico me dijo que las posibilidades eran muy bajas, dado que Tony fue una sorpresa que ni él esperaba debido a mi baja capacidad de tener hijos.

¿Hijos? ¿Qué estaba pensando? Claro que no, eso era algo imposible.

Sí, debía ser el comienzo de lo sucedido con mi madre, el inicio de la menopausia precoz, algo muy probable, ¡y ni hablar de lo que significaba dejar los anticonceptivos! Siempre provocaba desfases. Mañana iba a tomar una cita con el médico, quizá era importante hacer algo más y que él me diera algunos consejos al respecto.

Suspiré y caminé hacia la sala, desde donde pude oler el pollo crocante. Mi estómago rugió con tanta fuerza que me dolió.

—Ya está —dijo Edward, caminando hacia mí—. Espero que te guste.

Me tomó tan desprevenida que di un salto.

—Oye, ¿estás tensa?

—No, no… Bueno, si quieres comer puedes hacerlo, es mi forma de agradecerte.

Edward pensó en aceptar, pero desde que sintió la angustia de verla desmayada, no logró sacarse de la cabeza la incertidumbre de sus propios sentimientos, por lo que prefirió huir de todo ello por esta noche.

—Descuida, tengo que esperar a Ness, ha sido un día duro. Espero que no te moleste otra mañana con ejercicio a buena hora —señaló con una sonrisa bobalicona.

—¿Y con todo esto osas seguir usando la mañana para poner tu música de mierda?

—Con tal de verte histérica, haría cualquier cosa.

—Eres insoportable, pero te agradezco el pollo frito.

Hizo una despedida militar y tomó su abrigo, que pendía del brazo del sofá en el que estaba ella. El acercamiento fue mutuo, lo que no les hizo dudar de la atracción que sentían.

—Y te agradezco que me hayas sostenido cuando estaba desmayada. Sí que tienes un lado dulce a pesar de ser un pesado la mayoría del tiempo.

Él jadeó y rio.

—No te acostumbres, no suelo sostener mujeres desmayadas ni cocinarles sus antojos.

—¿Entonces tengo que sentirme halagada?

—Algo así.

Edward se acercó para darle un beso sorpresivo, de esos salvajes y apasionados de siempre, pero luego se transformó en uno lento. Y, de pronto, Bella sintió cosquillas en su vientre, pues una parte de ella sabía que iba a extrañarlo por irse tan pronto y porque ese beso se sentía diferente. Pero cuando se dio cuenta de lo que pensaba, se alejó con lentitud.

—Pasa una buena noche —finalizó Edward.

—Tú también —respondió ella.

Cuando la puerta se cerró, se quedó un buen rato sujeta a su propio cuerpo, abrazada a sí misma. Su alma seguía afuera, en algún lugar del que no tenía claridad, pero que se había perdido luego de aquel momento en el baño y las cosas entre Edward y ella…

—Solo estoy afectada por las hormonas. Mañana necesito ir al ginecólogo —insistió.

Se metió a la cocina y vio la charola con la fuente con pollo crocante, humeante y perfecto. El instinto fue animal, por lo que se sentó en la cabeza de la isla, se acercó las patas de pollo y se devoró dos en menos de cinco minutos, lamiéndose los dedos en el momento.

—Están de maravilla —gimió, volviendo a respirar.

Sin querer, Edward había sido el primer hombre que le había cumplido un antojo, bueno, el primero sin contar a su padre.

.

Rosalie respiró hondo.

Ya tenía dieciséis semanas de embarazo y el tiempo se reducía para contarle a sus padres. Estaba aterrada.

Entonces recordó lo que iba a suceder ahora y de inmediato sintió que su corazón vibraba de una extraña alegría.

—¿Estás segura de que todo va a estar bien? —le preguntó Ness, algo reacio.

—¡Sí! —respondió—. Es un viejo amigo y me ha invitado a tomar un helado, todo está bien.

—¿Y por qué nos has pedido acompañarte? —preguntó Tony con inocencia.

—¡Porque estoy nerviosa! —chilló, para luego tocarse la punta de los cabellos.

Los dos adolescentes se miraron y se encogieron de hombros.

—Aprovecharemos de tomar un helado unas mesas más allá —le explicó Ness—. Que te diviertas.

Ella asintió y entró primero, preguntándose qué tan bien se veía con su vestido rosa vaporoso y suelto.

Emmett McCarty la había invitado a la heladería, como en los viejos tiempos. Desde el momento en el que se vieron, la conexión de los recuerdos y sentimientos, tan puros e inocentes, volvieron a ser parte de sus recurrentes pensamientos. Cuando Rose recibió la invitación luego de una breve charla de cinco minutos, no dudó en aceptar. ¿Cómo negarse a él?

Miró hacia los lados, buscándolo, pero no lo encontraba. ¿Se había equivocado en la hora…?

—Hola —le susurraron en la nuca.

Rosalie dio un brinco y sintió cosquillas en su espalda. Se dio la vuelta y lo miró, conteniendo un suspiro al verlo tan… adulto. Seguía usando sus anteojos y el pelo bien peinado, con una camisa a cuadros roja y unos pantalones ajustados; se había dejado la barba de un par de días.

—Hola —respondió ella.

—Te ves muy guapa. Es increíble volver a verte y ya estás a poco de ingresar a la universidad.

Rose suspiró en respuesta y miró de reojo cómo los adolescentes entraban trastabillando, sin saber disimular.

—Sí, ha sido un camino largo. ¿Tú…?

—Como sabes, estoy en unas vacaciones en San Francisco, encontrarte no estaba en los planes, pero siempre pensaba en ti, Rose —confesó él con timidez, algo muy frecuente en su personalidad, desde que eran niños.

La aludida sintió las mejillas afiebradas, por lo que miró hacia el suelo por un momento.

—No creí que volverías a la ciudad, parece más atractivo seguir siendo un aventajado de la física en Standford que venir a este lugar…

Emmett comenzó a reír, interrumpiéndola.

—Lo siento, es que no tienes idea de cuánto extrañaba venir aquí. Hay cosas que he vuelto a ver con la perspectiva de ese chico que se fue hace cuatro años. Tú apenas tenías catorce años; has crecido mucho.

Rose suspiró, sintiendo algo de incomodidad. Él volvía a tratarla como si fuera un hermano mayor. Si tan solo supiera.

—Ven, tengo preparado algo para ti —le dijo, tomándola de una mano.

Él tenía la orden lista, tomándose una pequeña atribución para pedir algo que le recordaba a ella: roscas rosas y chips de colores, las especiales de Uncle Tommy, vieja cadena de cafetería de California, característica por sus productos dulces de colores y novedosos.

—Al menos ahora puedes tomar café —añadió.

Rosalie no contuvo la sorpresa.

¿Recordaba esas frases locas que dijo un par de veces?

Desde que visitaban juntos aquel lugar, hacía ya cinco años atrás, Rose se quejaba de los adultos a verles tomar café. Desde que era pequeña amaba el olor, por lo que deseaba convertirse en una adulta para disfrutarlo. Emmett, cada vez que la escuchaba, sentía que la quería aún más. Ahora habían pasado los años y todo parecía nostálgico.

Entonces recordó algo muy importante: ahora llevaba vida en su interior y el café no era apto para su bebé.

—Oh —dijo apenada—, estoy… algo mal del estómago, mucha acidez y…

—¡No te preocupes! —interrumpió Emmett mientras ponía su mano junto a su espalda con delicadeza—, podemos tomar una leche fría, que también es muy nuestro, ¿lo recuerdas?

Ella sonrió, pero por dentro sintió pesar. Se sentía extraña al estar frente al chico del que siempre estuvo enamorada, pero ahora estaba embarazada.

—¿De plátano?

—Exactamente.

Cuando se sentaron, fui inevitable para él tomarle una mano, algo sonrojado por la idea. Como Rose no hizo un gesto de querer retirarse, sintió algo más de confianza.

—Vengo a quedarme por un tiempo, quiero sentir paz y alejarme un momento de la universidad.

—No es fácil ser un gran académico joven, el mejor físico de su generación —dijo ella, emocionada ante la idea de saber que estaría tan cerca—. Me alegra verte, es… —Suspiró—. Me encanta la idea.

—Pensaba ir a verte a tu casa, no vivimos tan lejos, pero encontrarte fue una suerte, estaba nervioso, ya sabes, de verte después de algún tiempo. Déjame decirte que estás muy hermosa.

Rosalie sintió cosquillas en su vientre.

—Gracias —susurró—. Te extrañaba.

—Y yo a ti.

Se quedaron unos segundos en silencio, contemplándose con cierto dejo de añoranza.

—Estaré esperando a verte en la universidad, sé que Stanford te abrirá los brazos; eres un genio en las matemáticas.

La rubia suspiró nuevamente, esta vez de pesar.

¿De verdad creía que iba a entrar a la universidad? Apenas tenía cabeza para estudiar como antes; la idea de tener un hijo no dejaba de darle vueltas y las repercusiones que eso ocasionaría. Solo tenía dieciocho años.

—Oye, te has puesto muy triste, ¿qué ocurre?

A pesar del tiempo sin tener mucha interacción producto de las ocupaciones, seguían conociéndose perfectamente. A Emmett no le costó leer sus emociones tras aquellos gestos en su hermoso rostro.

—Solo…

—¿Ocurre algo malo? Sabes que puedes confiar en mí.

Tragó.

—Estoy algo nerviosa, ya sabes, la idea de no ser suficiente para entrar a la universidad y todo eso.

—Vale, tranquila, no tengo dudas de que podrás entrar. ¿Imaginas eso? ¡Podré verte mucho más! Aunque, si acabo siendo tu profesor, actuaremos como si no nos conociéramos.

Los dos se rieron y finalmente se dieron cuenta de que seguían acariciándose las manos, por lo que se separaron con sutileza.

—Gracias por creer en mí.

—Siempre lo he hecho; tú lo hiciste sin miramientos. De hecho, planeo ayudarte, claro, si es que me lo permites.

La sonrisa que brotaba de ella era genuina y brillante, estaba tan contenta de estar cerca de Emmett.

Él contuvo el suspiro al verla sonreír, no lograba dimensionar cuánto la había extrañado y lo mucho que le latía el corazón, como antaño, cuando eran un par de mocosos.

—Me encantaría.

—Bien, es un trato.

Siguieron sonriendo, imaginando el tiempo que se acercaba estando juntos.

Mientras aquello acontecía, Ness miraba a su tía —aunque parecía su hermana— con la ceja enarcada, viendo cómo sus ojos brillaban.

—Ya veo —dijo—, él debe ser el chico del que siempre me habló, su mejor amigo.

—Uau —respondió Tony—. Es el genio de la física en Stanford, ¿no?

—Sí. Es la estrella intelectual de la preparatoria.

—Creo que se pondrán empalagosos —añadió el hijo de Isabella.

Ness puso su atención en él y carcajeó.

—¿Es que acaso tú no lo eres?

Tony levantó las cejas y luego rio mientras miraba a la mesa.

—Creo que también lo soy, está bien.

Ambos se observaban con un interés abrumador.

—Hey, Ness, yo… —Tragó—. Quiero liberarme, ser feliz y poder abrazarte sin temor.

El aludido se quedó paralizado en cuanto lo escuchó. ¿Estaba hablando en serio?

—Estaré esperándolo, Tony, con todas mis ganas.

—Siento ser tan difícil.

—No, no lo eres, solo tienes miedo y eso es normal. Estaré junto a ti en todo esto, te lo prometí.

Tony sintió ganas de llorar.

—Sin ti todo sería más difícil.

—Siempre estaré para ti, lo prometo.

—Te quiero, Ness.

—Y yo te quiero a ti, Tony.

—¿Crees que Rose se moleste por irnos un momento a mi lugar favorito?

—¿Cuál es tu lugar favorito?

—Queda a un par de minutos a pie.

Ness asintió.

—Volveremos pronto, Rose no lo notará.

Trotaron hacia el lugar favorito de Tony, un pequeño espacio con flores bajo un puente, con la vista de un pequeño arroyo en una zona aledaña, cercano a una casa abandonada. Era precioso.

—Solía venir aquí a pensar y a buscar una distracción cuando me sofocaban las bromas de ese grupete ridículo. Siempre quise evitar decírselo a mamá.

—Ella te ama y estoy seguro de cuánto querría saber eso.

—Confío en mamá, solo no quiero ser cobarde, parecerme a mi padre…

—¿Por qué ocurriría algo así? Tony…

—Porque él se refugiaba en mi abuela. Era tan cobarde, insuficiente e incapaz de lidiar con las cosas que sucedían en su vida; no quiero ser como ese hombre.

Ness suspiró y lo abrazó con sutileza, por lo que Tony fue refugiándose en su regazo.

—Nunca serás como él.

—Amo mucho a mamá y quiero demostrarle que soy un hijo capaz de todo.

—Lo eres.

—Debo preparar las palabras correctas, pero primero quiero liberar mis últimas ataduras, y una de ellas es sentirme libre, sin temor a que aparezca mi abuelo y haga… —Suspiró—. Lo lograré.

—¿Me prometes que podré ser testigo de eso?

—Te lo juro, Ness.

Se sonrieron y continuaron en la misma posición, cómodos con esa cercanía libre, sí, al fin.

Finalmente cada uno se puso un auricular y escucharon una de sus canciones favoritas de Kate Bush: Running Up To The Hill. En medio del coro su burbuja ya era irrompible, por lo que aquella comodidad se transformó en un beso suave e impoluto.

.

Edward estaba sosteniendo la carta que le había enviado su superior, invitándole a una cena para conmemorar el primer año de la muerte de un general que apenas había conocido. La sola idea de ir le provocaba bostezos y desgana. Lo peor es que no tenía con quien ir y odiaba sufrir a solas.

Bella, por su parte, estaba acomodándose el abrigo para irse a la consulta médica; recién le habían llamado para avisarle que se había liberado una atención especial para ella.

—Es mejor asegurarse de que estamos ante lo pensado: la menopausia —señaló, mirándose al espejo.

Sus manos temblaban.

Ya era hora de salir, pero a medio camino recordó que le había pasado el coche a Tony.

—Mierda —exclamó.

Cuando salía de casa, notó que ese perro grande corría hacia ella con la lengua afuera.

—¡Déjame! —gritó, aterrada por su tamaño y rapidez.

Pero no pudo seguir huyendo, el can ya la había alcanzado, dando saltos de felicidad que no eran correspondidos.

—¡Oye…!

Se calló en cuanto vio cómo el perro ponía el hocico en su vientre, husmeando como si hubiera algo adentro.

—¡Ven aquí! —ordenó Edward, llamando la atención de ambos.

El animal se dio la vuelta y fue hasta su amo, quien le acarició la cabeza y detrás de las orejas.

—Hola —dijo Bella, acomodándose el abrigo.

—Hola —respondió el teniente, dándole una rápida mirada.

Nunca era suficiente; cada vez le parecía más bonita.

Isabella, por su parte, notó que llevaba una camisa negra y unos jeans azules que, como acostumbraba, se ajustaba muy bien a sus caderas.

—Estaba por salir… —Tragó—. Una cita de rutina y…

Se calló al darse cuenta de lo que le estaba contando. No dejaba de divagar.

—Te ves nerviosa. ¿Está todo bien? —preguntó él.

—Por supuesto, es solo que le he prestado el coche a Tony y… —Se quedó unos segundos mirándolo, sin saber por qué iba a hacerlo, pero decidida—. ¿Puedes llevarme?

Edward se sorprendió de escuchar su pregunta, pero rápidamente carraspeó.

Se notaban nerviosos desde que había ocurrido el desmayo.

—Claro, no hay problema.

A pesar de todo, ambos sintieron entusiasmo por la idea que se avecinaba, aunque Bella tuviera los nervios enredados y estremecidos de miedo, aunque no sabía por qué; estaba paralizada.

El teniente se puso un abrigo de cuero, lo que aumentó el entusiasmo en ella.

Cuando le abrió la puerta del monstruoso auto rojo, le ayudó a subir, poniéndole las manos en la cintura sin darse cuenta.

—Lo siento. ¿Estás cómoda? —preguntó Edward.

Bella asintió.

Estuvo en silencio durante el trayecto, permaneciendo en blanco. Él la miraba de reojo, algo preocupado de lo que podía estar sucediéndole. Cuando finalmente llegaron al médico, Edward volvió a ayudarle a bajar, y en el instante en el que pisó el suelo, ambos se miraron a escasos centímetros.

—Iré a dar un paseo. Esperaré hasta que estés lista.

—Gracias —fue lo único que pudo responder.

Cuando se separaron, ella sintió una extraña pizca de vacío, como si, de pronto, cayera la soledad en sus hombros.

El médico estaba esperándola como siempre, alegre y cálido, sin embargo, parecía bastante sorprendido de verla tan pronto.

—Cuéntame qué ha ocurrido. Me ha tomado desprevenido que vinieras tan rápido —dijo de buen humor.

Bella se rio, pero más se asemejó a un quejido.

—Creo que está sucediéndome lo mismo que a mi madre.

El profesional levantó las cejas y luego frunció el ceño.

—¿Por qué lo dices?

—Se ha retrasado este mes —afirmó en automático—, debe ser eso, la menopausia de mamá comenzó así y…

—Lo sé, pero debe pasar un año de ausencia para considerarlo. Creo que podría tratarse de los efectos de la suspensión del anticonceptivo, suele suceder, sobre todo cuando lo usaste por unos cuantos años.

—Claro —susurró, más relajada al recibir esa respuesta—. Quizá se trate de un desajuste por eso, lo peor es que estoy sintiendo los síntomas menstruales de hace muchos años, no he dejado de sentir un dolor extraño en el colon y náuseas, ¡por eso tuve que comenzar con las píldoras! Y la verdad… —Suspiró—. No me siento tan segura de mantenerme sin usar protección, o sea, el uso del preservativo es lo mínimo, pero quisiera algo más, ya sabe, lo que hablamos hace un tiempo.

El médico estaba más serio, algo poco frecuente en él.

—¿La esterilización?

Bella asintió.

—Prefiero hacerlo, por… precaución, además, estoy segura de que se acerca el fin de este periodo, ya tengo cuarenta y pico…

—¿Qué te parece si vamos a la camilla? Haremos una revisión —la interrumpió.

—Por supuesto —respondió.

Se quitó la ropa y se puso la bata. Él la esperaba con el ecógrafo transvaginal, el que solía utilizar cada vez que quería hacer una inspección segura.

—Bien, ya sabes cómo es el proceso. Relájate, estás muy tensa, ¿eh?

Bella sonrió y lo intentó a pesar de lo dificultoso que le resultó.

Cuando el médico comenzó a revisar, ajustando la máquina, miró con detenimiento a la pantalla, buscando el ángulo perfecto de su útero.

—Bueno, a primer impresión todo se ve bastante bien, de seguro estamos sufriendo las barbaridades de las hormonas descontroladas, pero es lo más frecuente ante la suspensión de…

Él dejó de hablar y sus labios formaron una línea recta.

—¿Qué ocurre? —preguntó, muy preocupada.

El hombre carraspeó, volviendo a pasar la máquina cerca de su pubis.

—Bella, creo que es algo más que las píldoras.

—¿Qué?

—Estás embarazada.


Buenas tardes, les traigo un nuevo capítulo de esta historia, con una demora que se me ha hecho difícil, ya que he tenido cargo de conciencia por no poder actualizar como quiero, pero he tenido jornadas extenuantes de trabajo, con hasta 60 horas en una semana, espero puedan entenderme; ahora bien, ¿qué creen que va a suceder ahora con Bella y Edward? La noticia ha llegado de sopetón. ¿Y qué ocurrirá con Rose y Emmett?, vendrá mucha novedad con ellos. ¡Y ni hablar de Tony y Ness! ¡Cuéntenme qué les ha parecido! Ya saben cómo me gusta leerlas

Agradezco sus comentarios, es algo que siempre tengo presente, su apoyo es algo que me ayuda mucho y me insta a continuar, espero volver a leerlas, cada gracias que ustedes me dan es invaluable para mí, su cariño, su entusiasmo y sus palabras lo son todo, de verdad gracias

Aquí estoy, cumpliendo mis sueños y dándoles todo lo que puedo, ¡las quiero mucho!

Recuerda que si dejas tu review recibirás un adelanto exclusivo del próximo capítulo vía mensaje privado, y si no tienen cuenta, solo deben poner su correo, palabra por palabra separada, de lo contrario no se verá

¡YA ESTÁ DISPONIBLE MI LIBRO "EL RECORRIDO DE LAS FLORES: ANTOLOGÍA DE AMOR"! DISPONIBLE EN AMAZON. AHÍ ENCONTRARÁS MIS HISTORIAS COMO "ANTES DEL ALBA", "EN LA DISTANCIA", "MÍRAME A LOS OJOS" Y "A OJOS CERRADOS". ¡ESPERO PUEDAN LEERLO! ESTÁ EN FORMATO FÍSICO Y KINDLE

Pueden unirse a mi grupo de facebook que se llama "Baisers Ardents - Escritora", en donde encontrarán a los personajes, sus atuendos, lugares, encuestas, entre otros, solo deben responder las preguntas y podrán ingresar

Si tienes alguna duda, puedes escribirme a mi correo contacto (arroba) baisersardents (punto) com

Cariños para todas

Baisers!