1940

El pequeño Alemania se encontraba jugando en el jardín de su casa junto a Japón, Italia y Rusia; mientras los padres de los cuatro niños platicaban en el estudio de la casa.

Los cuatro niños se encontraban pateando una pelota entre ellos mientras reían, aunque Alemania procuraba no reír tanto, no quería que vieran sus dientes de piraña, como solía decir su padre, y se asustaron; aunque cuando la pelota fue pateada por Japón y golpeó a Rusia de lleno en la cara fue inevitable, cuando se percató que lo miraban mucho, dejó de hacerlo y tapó su boca.

—No me vean.

—¿Por qué no?, tus dientes son lindos —habló la japonesa.

—No son lindos, son raros y asustan.

—No, son lindos, Japón tiene razón —dijo el pequeño ruso, Italia solo asintió con la cabeza.

Después de aquella plática, Alemania no tuvo miedo de seguir riendo abiertamente durante el día; incluso durante la cena, sus amigos quedaron impresionados de cómo es que comía con sus peculiares dientes.

Cuando tuvieron que irse, Alemania comprendió porque sus amigos no temían a sus dientes.

Los padres de Italia y Japón tenían dientes como los suyos.

Aquello lo hizo sentir mucho mejor consigo mismo, ya que sentía que había quienes jamás lo mirarían mal, aunque era una lástima que sus amigos no contarán con dientes como los suyos.

—Vater, ¿por qué mis amigos no tienen dientes como los míos? —preguntó el pequeño mientras su padre lo arropaba para dormir.

—Bueno, esa es una excelente pregunta, en realidad ni sus padres lo saben, pero aquí entre nos, es porque no son tan geniales como tú, hijo mío —Reich tocó de forma juguetona la nariz de su hijo, haciéndole sonreír.

—Oooooh, ojalá tuvieran dientes como los míos, podríamos hacer competencias de comer manzanas.

—Ay hijo, duerme ya, descansa —dijo el alemán mayor riendo mientras besaba la cabeza de su hijo y salía de la habitación, apagando la luz.

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"Actualidad"

Alemania se encontraba en un gran dilema, ¿qué le regalaría a Canadá por su cumpleaños?, tenía ya el regalo de USA porque para él era más sencillo, pero ¿qué podía regalarle al chico que tenía su corazón cautivado?

Pasó a ver dentro de una tienda de antigüedades, esperando encontrar algo que fuera idóneo para regalar al canadiense.

Vagó por todo el local, observando minuciosamente cada objeto; sus esperanzas se estaban yendo cuando la vio, una pequeña caja musical con unos alces grabados en ella, era simplemente hermosa, perfecta.

La tomó, fue directo al mostrador, y de inmediato una joven apareció tras este.

—¿Es todo lo que llevarás? —preguntó la chica de forma alegre.

—Si, sería todo —dijo con total seriedad.

—Vaya, qué seriedad, deberías de sonreír un poco.

—Te asustaras, créeme.

Una vez que pagó, tomó la bolsa donde colocaron la caja y salió del local.

Tenía algo de hambre, así que se dirigió a la zona de comida, donde se decidió por un Subway. En la fila vio a una señora con un pequeño de tres años delante de él, el pequeño le sonreía y le hacía gestos, aquello enterneció a Alemania, quien decidió hacer ojos bizcos al niño, haciéndole reír cada vez que hacía eso; siempre le habían gustado los niños y no negaba que si pudiera tendría uno propio.

Pronto el menor dejó caer un juguete que traía en su mano. El alemán, como buena persona se agachó y tomó el juguete y, olvidando por un momento su peculiar sonrisa, le extendió el objeto al niño mientras le daba una gran sonrisa, cosa la cual asustó al pequeño y este empezó a llorar.

Alemania rápidamente dejó de sonreír, tocó el hombro de la madre, la cual intentaba calmar a su hijo, y le hizo entrega del juguete, la mujer le agradeció con una sonrisa y Alemania se fue, olvidando que tenía hambre.

Después de aquello no le quedaron ganas de comer fuera, así que emprendió el camino a casa.

Todo el camino estuvo pensando en que fue muy estúpido de su parte haber hecho aquello.

"¿Por qué rayos le he sonreído a ese niño?, era más que obvio que se asustaría por mi dentadura, ¡es algo que sé desde que soy un niño!, ¿cómo es que se me pudo olvidar eso?"

Cuando llegó a su hogar, notó que Canadá estaba sentado en su porche, así que rápidamente metió la bolsa con el regalo en su chaqueta y se acercó.

—Hola Can, no te esperaba —dijo con seriedad, mientras sacaba sus llaves.

—Hola Ale, siento venir sin avisar, pero quería verte… No sé, sentía que tenía que venir.

Pronto ambos estuvieron dentro de la casa, Alemania le pidió a Canadá que lo esperara, así que rápidamente subió a su habitación y metió la bolsa con el regalo bajo la cama, Canadá nunca buscaría allí algo.

Bajó de nuevo y encontró al canadiense esculcando en su refrigerador.

—¿Qué buscas? —preguntó suavemente mientras se acercaba por detrás y colocaba su mano en la espalda baja del contrario.

—Busco comida, pero no tienes nada hecho, así que… creo que comeremos algo que yo prepararé, ve a sentarte a la barra.

—Es mi cocina.

—Si, pero yo cocinaré, así que… shu —dijo a la vez que movía sus manos, como corriéndolo. Alemania hizo caso al más bajo y se sentó del otro lado de la barra, mientras veía a Canadá sacar los ingredientes.

Lo que prepararon fue un estofado de verduras, Alemania ayudó cortando vegetales, pero quien más trabajo hizo fue el canadiense, así que una vez terminaron de cocinar llevó a Canadá a la sala para comer en el sofá mientras veían el televisor.

Cuando terminaron, dejaron los platos en la mesita de centro y Canadá se puso de espaldas a Alemania, acomodándose entre sus piernas, el alemán aprovechó para abrazar al bicolor contra su pecho. Ambos estaban bastante cómodos, era muy normal que se abrazaran así.

Pasado un rato, Canadá se acomodó de tal manera que su cara ahora estaba viendo a Alemania, quien tuvo el impulso de tocar la mejilla del contrario. Desde que había empezado a tomar dos píldoras de prozac en cada dosis, había empezado a tener ciertos impulsos, uno de ellos era tocar la cara de Canadá, por alguna razón, sentía que era necesario hacerlo.

Canadá suspiró, se acercó más al alemán, y con cierto temor, juntó sus labios con los del contrario. Al principio Alemania no sabía cómo reaccionar, pero simplemente cerró los ojos y se dejó llevar. Esa era otra cosa que había notado, le era más fácil relajarse, dejar de pensar.

El beso subió de intensidad, una de las manos de Alemania estaba en la nuca de Canadá, para mantenerlo en ese lugar, y la otra estaba en la espalda baja del mismo, bajo la ropa. Las manos del bicolor estaban bajo la playera del más alto, paseándose de arriba abajo. Cuando se les acabó el aire, Alemania procedió a besar el cuello de su acompañante, quien soltaba suspiros y se estremecía.

Pronto Alemania sintió las manos de Canadá en su cara, quien lo jaló a un nuevo beso más intenso que el anterior. El alemán procedió a acostar al canadiense en el sofá, de tal manera que quedaba entre las piernas del contrario y comenzó un leve balanceo de sus caderas, rozando su entrepierna con la del otro, quien soltó una especie de gemido fusionado con un jadeo al sentir una corriente de placer, aunque pronto tuvieron que detenerse porque sonó el teléfono de Alemania.

Suspiró, tomó su celular y vio quien era… Noruega.

—Hola Noruega, ¿qué necesitas? —dijo con la voz más seria que pudo, desde que lo escuchó hablando con Ucrania sobre él y Canadá era muy distante con el noruego.

—Hola Alemania, quería saber si podrías auxiliarme con algo del Acuerdo de Schengen.

—Noruega… estoy ocupado, porque no mejor le pides ayuda a… Italia —dijo el alemán, tartamudeando un poco ya que Canadá había empezado a besar su cuello.

—Bueno, pensé que podrías ayudarme… pero eres un jodido amargado, como siempre —dijo el noruego con voz molesta, aquello exasperó a Alemania, quien comenzó a temblar de enojo, Canadá lo notó y dejó de besar el cuello de su compañero, observándolo.

—Yo no estoy en obligación de ayudarte, además, como te he dicho, estoy ocupado, así que agradecería que no dijeras que soy un amargado por no ayudarte —dijo mientras se sentaba correctamente en el sofá.

—Bueno, considerando lo que hizo tu padre en el pasado, siento tienes la obligación de ayudar a quien te lo pida, quieras o no—Alemania se sintió frío, siempre que se negaba, alguien tenía que mencionar a su padre, aquello lo tenía harto.

—Escúchame bien Noruega, lo que haya hecho mi padre no tiene ya porque interferir en mi trabajo, alianzas, amistades ni nada por el estilo; si te invadió no es mi problema y no es motivo para exigir que te ayude, así que no lo vuelvas a decir, y busca a otra persona que te ayude —no permitió al contrario responder, porque colgó de inmediato.

Soltó el teléfono y se pasó las manos por el cabello, estaba harto de que siempre mencionaran a su padre y lo que hizo para poder sacar provecho de él.

—Ale… ¿necesitas algo? —preguntó Canadá preocupado y con cautela, cuando Alemania se ponía así, era muy difícil lidiar con él.

—Si… solo necesito estar solo un momento, lo siento Canadá —dijo mientras se levantaba, acariciaba la mata de risos pelirrojos del contrario y subía las escaleras para encerrarse en su habitación.

Canadá no hizo más que suspirar, odiaba que la gente hiciera sentir mal a su amado, él no era una mala persona y en absoluto tenía que cargar con la culpa de lo que había hecho su padre, pero ¿qué podía hacer?

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Algunos días después.

Alemania se encontraba en casa de USA, ambos hermanos norteamericanos habían decidido celebrar sus cumpleaños juntos y por ende el norteamericano le había invitado a quedarse en su vivienda para su comodidad, así que allí estaba. Se miró al espejo, asegurándose de que todo estaba perfecto en su apariencia, pero como siempre faltaba una sonrisa.

Ese día debía ser especial, era cumpleaños de Canadá, y este decía amar verlo feliz, así que tomó el frasco de sus píldoras, lo abrió y pensó, dos píldoras lo ponían de humor para poder despreocupar a sus amigos… tres harían que se pusiera más alegre, ¿no?

Decidió no sobre pensar más en lo que iba a hacer, así que tomó una botella de agua que había en su habitación, la abrió, y tomó agua a la vez que tragaba las tres píldoras… Todo sea porque Canadá tenga lo que quiere en su cumpleaños.

Tomó los regalos de los dos americanos y se encaminó a la planta baja, donde ya había bastantes personas; vio la mesa de regalos y dejó allí el regalo de USA y, con el otro obsequio entre sus manos, buscó a su amado. Logró divisarlo fácilmente, estaba hablando con… Ucrania. Aquello no le era placentero al alemán, así que se acercó.

—Hola, siento interrumpir su charla, pero necesito llevarme a Canadá unos momentos —dijo de manera amable, aunque tenía ganas de simplemente llevarse a Canadá lejos del hipócrita de Ucrania.

—Lo siento Ale, estoy hablando con…

—No hay problema, luego puedo seguir con la charla, te veo más tarde Ucrania —dijo Canadá a la vez que se pegaba a Alemania, este sonrió de manera triunfal y llevó a su acompañante al jardín trasero.

—Feliz cumpleaños, pequeño mapache —dijo Alemania a la vez que le extendía el regalo a Canadá.

—¡Oh, Ale! —dijo el más bajo, a la vez que abría el obsequio.

Al tenerlo entre sus manos, sus ojos brillaron, era una caja bellísima, y al abrirla, se llevó la gran sorpresa de que era una caja musical. A ojo de Alemania, Canadá se veía radiante y por alguna razón aquello le hizo sentir una cálida sensación en su pecho. Una vez Canadá terminó de observar detenidamente su regalo lo dejó en una banca que había allí cerca y se lanzó a los brazos del alemán, abrazándolo fuertemente.

—Es bellísimo, muchísimas gracias —dijo en un susurro, con la cara oculta en el cuello del alemán.

—No hay de que, todo sea por ver feliz a mi pequeño mapache —dijo mientras pasaba su mano de arriba abajo por la espalda de quien lo abrazaba.

Canadá separó su cara del cuello de Alemania, se puso ligeramente de puntitas y lo besó. Alemania estaba un poco sorprendido, pero pronto reaccionó, abrazando más fuerte al más bajo y cargándolo, para que no tuviera que estirarse tanto. Era un beso suave.

Al separarse se miraron a los ojos, y Alemania sonrió inconscientemente mostrando su afilada dentadura, cosa que hizo sonreír más a Canadá, y que sus ojos brillaran mucho más que antes.

Alemania se daba por bien servido con aquello… Tal vez tomar tres píldoras era la clave.