II. Provocación

Ha pasado más de media hora y el sol se está poniendo. La leve brisa de primavera hace más llevadero mi papel de vigilante en un segundo plano. No me he movido de mi sitio, para sorpresa de algunos —deben de pensar que soy una estatua del jardín—, que me miran a medias con curiosidad y a medias con mosqueo. A estos últimos, que parece que les molesto, que les jodan. Ya podrían irse a casa, para así dejar a mi chica en paz. Hay dos de ellos, incluyendo al que tocó a Akane, que ya me han lanzado un par de miradas despectivas. Se las he devuelto elevadas al cubo. ¡Ja! La buena noticia es que la charlatana que tenía al lado hace rato que se cansó de mi no-conversación. Ve con Dios, pesada.

Desvío la mirada cuando veo salir a Akane de la casa con más bebidas en una bandeja. Inspiro profundamente cuando admiro el vestido que lleva puesto. Es de color amarillo, aún su favorito, y manga corta, e incluye unas delicadas flores rosas y blancas en su estampado de inspiración japonesa. Con un corte envolvente, que se ajusta al contorno de su precioso cuerpo y se cierra con un lazo en el lateral de la cintura, deja entrever sus bonitas y esbeltas piernas. Porque sí, Akane sigue haciendo deporte y se mantiene en forma, para mi suerte y la del resto de malditos mirones que hay siempre al acecho. No sé cómo cojones podía llamarla gorda al llegar a Nerima. Hoy me arrepiento de haberlo hecho.

Espabilo al darme cuenta de que los pavos también la están recorriendo de arriba a abajo con sus ojos depredadores. No sólo eso, también presencio como se acercan a ella y le preguntan algo, invadiendo su espacio personal. Hago una mueca de disgusto con la boca. ¡Qué corra el aire, idiotas! Me contengo. Al menos no le han vuelto a poner las manos encima. Están a demasiada distancia para que pueda oírles, aunque no es algo que me importe especialmente. A los pocos segundos Akane se gira y mira en mi dirección sosteniendo la bandeja vacía en sus manos. Nuestros ojos conectan por un instante hasta que ella me vuelve a dar la espalda. Los dos chicos también me lanzan una mirada mezclada de curiosidad y desafío. ¿Acaso le han preguntado por mí? ¿Os estoy poniendo nerviosos, chicos? Me alegro. La sonrisa que les devuelvo está cargada de frialdad y mi rostro es el de un tipo que no quiere hacer precisamente amigos.

Una vez que Akane termina de hablar con ellos, por sus gestos quitándole importancia a lo que sea que hayan hablado, desaparece de nuevo dentro de casa. Sin ella en mi visión, me concentro en los dos objetivos. Van bien vestiditos, con sus vaqueros, camisas y polos bien planchados, como les gusta a los niños ricos de Tokio. Me vuelven a mirar arrogantes a la vez que cuchichean entre ellos, riéndose. Les debo de estar fastidiando bastante si me están prestando tanta atención. Disfrutad, cabrones. Quien ríe el último, ríe mejor. Les saludo juguetón con una mano desde mi posición para que se enteren de que los tengo más que calados.

De pronto Akane vuelve a captar mi interés cuando sale al jardín y se aproxima a mí andando. La devoro con la mirada lo más discretamente posible.

—Ranma, llevas ahí parado toda la tarde. ¿Qué estás haciendo? —me pregunta cuando se planta delante de mí. Parece resignada. A lo lejos percibo como los dos angelitos observan la escena. ¿Así que esto va con vosotros, parias?

—Nada, pasar el rato. ¿Por qué? —contesto lanzando al vuelo la piedra con la que he estado jugando para cazarla al vuelo.

—¿Por qué no vienes y te integras? Te puedo presentar a la gente que ha venido. —En su voz distingo su deseo velado de que haga exactamente eso, de que forme parte de su fiesta. Pero Akane sabe de sobra que estas cosas no son lo mío, y que todo lo relacionado con su universidad me resulta ajeno. En el fondo me hace sentir como un extraño. Sinceramente, no me apetece.

—Akane, ¿por qué no me dices para qué has venido? Así ahorramos tiempo. —Me sabe mal ser tan cortante, pero no quiero que se ande con rodeos. Prefiero que sea directa.

—Veo que tu amabilidad se ha esfumado de repente, como de costumbre —menciona con mosqueo. Su talante cambia a uno más severo, molesta por mi actitud—. Estás incomodando a mis invitados —declara sin tapujos. Agradezco la franqueza.

—Uuuh, a tus invitados… —repito en tono de burla—. ¿A quién exactamente? —quiero saber. En realidad no hace falta que me lo diga, lo tengo bastante claro. Alzo los ojos y confirmo que los tipejos de pacotilla siguen mirándonos.

Veo a Akane suspirar a la vez que evita mi mirada, y entiendo que la he decepcionado con mi reacción infantil. En otras circunstancias, con menos edad, se enfadaría y me gritaría. Pero no aquí y ahora, en medio del evento que ha organizado y siendo ambos jóvenes adultos. Me siento como un capullo, por causar esa reacción en ella. Soy consciente de lo mucho que ella ha madurado en este último par de años, y yo quiero estar a la altura, así que hago el esfuerzo, porque quiero ser merecedor de ella. Quiero que nos entendamos.

—No quiero ser una mosca cojonera, al menos no para ti. —Hablarle de una manera más seria y transparente consigue que vuelva a mirarme—. Intuyo que estás aquí por esos dos chavales cerca del estanque. Llevan mirándome un buen rato, y no de forma amistosa, por si te lo preguntas. —Querría decirle que, más bien, parece que quieren provocarme. Akane, sin querer, asiente cerrando los ojos una vez—. ¿Es a ellos a quién estoy incomodando? No estoy haciendo nada malo.

—Lo sé, es cierto —me alegra ver que al menos coincide conmigo—, pero es raro que estés aquí solo como un guardián. La gente se siente observada —explica acortando el espacio entre nosotros. Me encanta tenerla tan cerca, tanto, que atisbo a oler su perfume floral y a apreciar su escote.

—Ese es su problema, y lo sabes. ¿O es que te importa lo que puedan pensar de mí por estar aquí así? —La desarmo con esa pregunta, lo veo en su ojos. No sé si estoy preparado para escuchar su respuesta. Sólo espero que no se avergüence de mí—. ¿Preferirías que me fuera? —Si ella me lo pide, me marcharé, a regañadientes, pero lo haré. Ya encontraré otra alternativa para seguir vigilando.

—Por supuesto que no me importa —se apresura a contestar, para mi tranquilidad, extendiendo la mano para apoyarla en mi antebrazo—. Y no quiero que te vayas; al revés, me gustaría que te quedases y te lo pasaras bien. —Me ofrece el comienzo de una sonrisa, y esta vez es ella quien me desarma a mí, entonando todo mi cuerpo.

Disfruto del tacto cálido de su piel sobre la mía. No puedo evitar bajar mi mirada por unos segundos para ver en tiempo real su mano tocando mi brazo.

—Sabes que este tipo de planes no son lo mío —confieso dada la pequeña atmósfera de confianza que se ha creado—. Este no es mi "mundillo". —Ella sabe a qué me refiero.

—Lo entiendo, aunque tampoco es que pongas mucho de tu parte. —Akane tiene mucha razón en lo que dice. Qué le vamos a hacer, soy una persona tozuda a más no poder—. Puedo echarte una mano, si quieres. —Me sorprende el ofrecimiento, sobre todo cuando lo acompaña con el guiño de un ojo y una pequeña sonrisa. La hace tan atractiva. Menos mal que ya no me pongo rojo. No se me cae la baba de milagro.

Carraspeo para salir de mi ensoñación.

—Quizás en otro momento, creo que hoy no es mi día. —Necesito estar más mentalizado para hacer de mariposa social—. Pero te lo agradezco —digo con cariño.

—De acuerdo —accede ella, retirando la mano de mi antebrazo. ¡Qué pena!—. Pero esta te la guardo para otra ocasión.

—Me parece bien. —Agradezco que sea comprensiva—¿Te parece bien entonces que me quede aquí?

—Sí, no te preocupes. Ha sido todo una tontería. Tranquilizaré a Kiro y a Shun —comenta divertida negando con la cabeza. Oír sus nombres me pone el vello de punta—. Si cambias de opinión —es decir, si quiero unirme a la fiesta—, ya sabes donde estoy.

Asiento una vez y, cuando ella ya está dando un paso hacia atrás para poner distancia, le digo casi sin pensarlo:

—Diles a Kiro y a Shun que tengan las manos quietecitas. —Otro aviso. Me cuesta trabajo pronunciar sus nombres. Saben a cemento en mi boca.

Akane abre los ojos sorprendida, para después taparse la boca con una mano al sonreír. ¿Por qué es tan guapa?

—¿No estarás celoso? —Parece incrédula de que algo así pueda suceder.

Me callo como una puta. ¿Qué sentido tiene negarlo? Esta es una parte de mi evolución hacia la madurez, aunque me cueste. El regalo de ver cómo su rostro se transforma a una expresión de verdadera comprensión, de que sí, es una opción muy real que pueda estar celoso, es suficiente recompensa.

—Es bueno saberlo —comenta, para después sonreír risueña y dar media vuelta para volver a la fiesta.


Kanakosmiles: Muchas gracias por los comentarios, se aprecian mucho :). Más en el próximo capítulo.