Disclamer: Como siempre y bien sabéis todos, ni los personajes, ni los lugares, ni parte de la trama me pertenecen. Este fic fue escrito sin ánimo de lucro, solo para pasar un buen rato.

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Nota de la Autora: Aunque nos pille ya muy lejos, este fanfic nos transporta a los felices tiempos de la S2 de Miraculous, en concreto se desarrolla después del capítulo 17 Gélido y contendrá referencias a capítulos posteriores de esa misma temporada. Siempre os podéis pasar por esos capítulos y darles una re visionada ^^ ¡Esa temporada era de las mejores!

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GLACIAL

Primera Parte: Una Grieta en el Hielo

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1.

Era increíble aquel sol tan luminoso que resplandecía en el cielo tras haber contemplado la ciudad congelada y oscura el día anterior. El villano conocido como Gélido había convertido Paris en su versión personal del país de las nieves; un escenario helado que iba desde las caudalosas aguas del río Sena, hasta la punta de la Torre Eiffel que se llenó de estalactitas como un tétrico árbol de navidad de metal.

¡Menudo caos!

Las grandes avenidas, como los Campos Elíseos, se volvieron peligrosas pistas de hielo, lo cual podría haber resultado en un desastre de accidentes de tráfico y miles de heridos, de no haberse dado la circunstancia de que la mayoría de personas permanecieron encerradas en sus casas por el congelamiento que sufrieron las puertas de éstas. No hubo que lamentar ese tipo desgracias, pero el miedo que sintió la población fue generalizado. Apenas pudieron hacer nada, las horas que duró el ataque, más que esperar la llegada de los héroes, para que éstos resolvieran el problema, como acostumbraban a hacer.

Y lo hicieron, por supuesto, a pesar de que no fue fácil.

Nada fácil.

Marinette aún podía sentir el tacto del afilado hielo contra su espalda, el dolor agudo y reverberante que azotó su cuerpo al caer sobre él y rodar por la suave superficie. Tanto así que experimentó un escalofrío a pesar del sol que brillaba sobre su cabeza. Levantó los ojos y lo miró, parpadeando con prudencia, antes de soltar un suspiro. Se dio la vuelta y siguió caminando rumbo al instituto.

Las calles de la ciudad habían vuelto a la vida y era indudable que las gentes de París retomaban sus rutinas, cada vez con mayor facilidad y naturalidad, tras uno de esos engorrosos ataques. Eso probaba que, a pesar del miedo, los parisinos confiaban cada vez más en ellos, en que fuera como fuera, al final serían rescatados por los héroes. Y eso llenaba de orgullo a Marinette. Cuando paseaba por el barrio y escuchaba las conversaciones de los viandantes sobre Ladybug y Chat Noir, sonreía para sí misma. No era vanidad, a ella no le interesaba el reconocimiento y por eso, justamente, ponía tanto empeño en mantener su identidad secreta. Lo que la movía era un genuino sentimiento de bondad, de alegría porque todos los desvelos que soportaban, tanto ella como su compañero, por lo menos, tenían una recompensa clara: sus vecinos y vecinas podían llevar una vida más o menos tranquila. Sin bien aún no habían conseguido desenmascarar a Lepidóptero y eso obligaba a esas personas a seguir conviviendo con villanos y akumas, al menos, podían hacerlo de una manera más calmada.

La vida en la ciudad era lo más normal posible y eso era gracias a ellos.

No obstante, ese día en concreto, ni siquiera eso logró animarla.

Marinette caminaba despacio, con los ojos pegados a sus bailarinas que se arrastraban sobre el asfalto con dejadez. Sujetaba las correas de su mochila rosa sin ganas y los hombros hundidos. Cuando exhaló el segundo suspiro, su Kwami asomó la cabecita desde el fondo del bolsito que llevaba en la cadera y la miró con el ceño fruncido.

—Marinette… ¿estás bien? —La jovencita echó una rápida ojeada a su alrededor y cuando comprobó que no había nadie lo bastante cerca como para verla, pegó la barbilla a su hombro derecho.

—Sí, no te preocupes, Tikki.

Pero la pequeña criatura se removió en el bolso, protestando contra esa actitud.

—Ya sabes que no es bueno callarse las cosas que nos preocupan —le advirtió.

—Es posible —afirmó la otra y sin embargo hizo una mueca, remoloneando, tragándose las palabras y desviando la mirada al escaparate que quedaba a su izquierda. Lo miró de pasada, tan ensimismada, que ni se fijó en lo que había al otro lado del cristal, pero sí atrapó su propia mirada y sintió pavor al ver su cara—. Oh… —Se detuvo y se miró mejor. Tenía unas ojeras oscuras que opacaban la luz en sus ojos. El tono de su piel se había vuelto de un palidez enfermiza y diría que sus coletas estaban desniveladas—. No he dormido muy bien —reveló, mientras se deshacía la coleta de la izquierda y la rehacía, peinándose el cabello con los dedos. La mirada de Tikki, reflejada también en el cristal, la instigaba a que siguiera hablando—. Ayer fue un día duro.

Gélido fue un akuma especialmente complicado de vencer.

—Lo fue. Pero no lo decía por él.

—¿Entonces?

Marinette terminó con su pelo y se pasó las manos por la cara al tiempo que tensaba su cuerpo y después lo relajaba de golpe. Era algo que había empezado a hacer desde hacía poco tiempo, una especie de ejercicio para los momentos de más estrés; tensar su cuerpo al máximo le producía una rápida sacudida de dolor desde la cabeza a los pies, pero cuando aflojaba de golpe se veía recompensada por una placentera sensación de relajación y pesadez que la recorría entera durante unos segundos. No era solo cosa del cuerpo, después sentía la mente más clara también.

No es que ese día le hiciera falta, tenía muy claro lo que la estaba molestando.

Adrien.

Kagami.

La pista de hielo.

Apretó los labios al tiempo que se daba un toquecito en la frente.

—¿Por qué no me quitaste de la cabeza la idea de acompañarles, Tikki? —La Kwami apoyó la suya en el borde del bolso, con los ojos entornados y sin dejar de observar a su dueña. No necesitaba preguntar nada, sabía a quienes se refería—. Debería haber hecho caso a mis amigas.

. Alya y las demás me dijeron que era mejor que no fuera, ¡incluso me dieron excusas geniales para librarme! Pero yo me empeñé en ir.

—Porque eres una buena amiga.

Marinette calló, todavía con las manos apretadas contra sus mejillas y su mirada hundida clavada en su rostro demacrado en el cristal. Ella siempre intentaba ser una buena amiga para todo el mundo y la mayoría de las cosas que hacía por los demás eran acciones salidas de su corazón, sin ningún tipo de trasfondo oculto. Pero ante sí misma tenía que reconocer que sus intenciones no habían sido del todo altruistas al empeñarse en ir a la pista de hielo.

Marinette creía estar bastante segura de que Adrien no sentía más que amistad por ella, pero también lo había estado de que el chico no tenía sentimientos especiales por nadie más. Por eso, cuando le habló de Kagami fue todo un shock para ella. Desde el incidente con riposte, Adrien no había vuelto a mencionar a su compañera de esgrima para nada y de pronto, le reveló que estaba empezando a sentir algo por ella.

Bien, él no especificó qué sentía exactamente pero dijo que le gustaba, que le parecía muy guapa y… Ni siquiera recordaba más de la conversación, se había sentido tan mal al oírlo que el resto lo tenía un poco borroso hasta el punto en que se vio a ella misma ofreciéndose a acompañarles.

En ese momento no supo por qué lo hizo.

Pero después, cuando sus amigas la sugirieron que cancelara la invitación y ella se negó a hacerlo, pese a que sabía que lo pasaría mal, se dio cuenta de que sí tenía una razón por la cual quería ir a la cita. Una más allá de ser buena amiga y querer ayudar a Adrien; y es que necesitaba ver con sus propios ojos si el modelo realmente sentía algo por Kagami. No podía fiarse solo de lo que él le había dicho, necesitaba cerciorarse por sí misma, ¿y quién mejor que ella sabría identificar las señales en Adrien si es que estaba enamorado de verdad de esa chica?

Solo así podría quedarse tranquila.

Quizás todo lo que pasó fue un castigo por ser tan egoísta pensó, apesadumbrada. No había ido a la pista de hielo de manera desinteresada a apoyar a un amigo, después de todo. Incluso arrastró a Luka hasta allí para sentirse menos sola.

Lo había hecho todo mal.

Sobre todo con el pobre…

—Marinette, llegarás tarde otra vez a clase —le recordó su Kwami.

—¡Ah! —chasqueó la lengua y se giró. Podía vislumbrar la entrada del instituto a unos pocos metros de distancia—; no me apetece mucho ir.

—¿Por Adrien?

No solo por él.

Tampoco tenía ninguna gana de encarar a sus amigas que la rodearían y la interrogarían a fin de conocer todos los detalles de la tarde anterior. Tenía pensado divagar sobre la aparición del akuma y la batalla de los héroes contra el villano un buen rato para distraer su atención, pero estaba segura de que al final tendría que contar todo lo demás que había ocurrido.

¿Por dónde debería empezar? Se preguntó, mientras movía la punta de su pie sobre los adoquines del suelo de manera distraída ¿Por cuándo casi me caigo de culo frente a Adrien? ¿Cuándo me caí en plena pista y solo pude levantarme gracias a Kagami? ¿Debería contarles lo bien que Adrien y ella patinaban juntos, tan compenetrados y perfectos como una pareja de verdad?

—Marinette…

La chica volvió en sí y muy despacio, echó a andar de nuevo.

—La verdad es que sí me da un poco de vergüenza enfrentarme a Adrien —reconoció. Se frotó los brazos para librarse de esa sensación, pero el picor se le subió a la cabeza donde podía percibir la tirantez de cada uno de sus cabellos atrapados en sus coletas—. No debí correr tras él. No tenía nada que decirle y además hice el ridículo.

—¡Claro que no! —replicó Tikki con fuerza—. Yo creo que hiciste bien.

¡Por supuesto que no!

Aquello fue un gran error (otro más), un impulso tonto nacido del retorcijón que sintió hincarse en ella al ver a Kagami besando a Adrien junto al coche. El corazón se le aceleró con dolor y por un momento creyó ahogarse, sin saber qué hacer.

—Debí marcharme con Luka al metro sin más.

—Hiciste bien en hablar con Adrien.

—¡Pero si no dije nada con sentido! —se quejó al tiempo que llegaba frente al edificio. Había un par de estudiantes apoyados en el marco de la puerta de instituto dejando pasar los segundos de manera distraía, con sus mochilas a los pie, que ella no conocía y uno más sentado en un escalón repasando unas notas. Resopló y se apoyó tras el pequeño muro que ofrecían las escaleras—. Mientras corría tras el coche estaba decidida a decirle lo que sentía, estaba a punto de hacerlo, Tikki, pero cuando le miré a la cara las palabras se desvanecieron de mi mente y pensé: ¿Qué estoy haciendo? Ayer me dijo que le gustaba otra chica… ¿qué voy a conseguir con esto? ¡Me sentí tan tonta!

. Al final, y como siempre, dije la primera tontería que se me pasó por la cabeza.

—No creo que fuera una tontería —opinó Tikki—. Y Adrien tampoco, incluso insinuó que la próxima vez podríais ir solos a la pista.

Marinette arqueó las cejas y bufó.

—No insinuó nada de eso, solo lo dijo por compromiso.

—No es cierto. Esa posibilidad se le ocurrió a él y yo creo que esperaba que tú le dijeras que sí. Que sí querías ir con él a solas —Marinette sonrió por lo absurdo que le sonó esa idea. ¡Era imposible que Adrien quisiera decir eso! Kagami era la chica que le gustaba—. Pero nunca lo sabrás porque tú le dijiste que no.

—¡Yo no dije…! —Bueno, en verdad sí que lo había dicho—. ¡Pero es imposible que él…! —La mirada que le lanzó Tikki la silenció. Parecía tan rotundamente convencida que por un momento la hizo vacilar; el ritmo de su corazón se aceleró y su rostro se tiñó de rojo—. ¿D-de… verdad lo crees?

. ¿Crees que si se lo propusiera de nuevo él me diría que sí?

—¡Pues claro!

En ese instante, Marinette oyó el rugido de un motor que le resultó familiar y alzó la mirada. El elegante coche de Adrien se acercaba desde el otro lado de la calle. Pegó un bote cuando unos inesperados nervios la estrangularon y se pegó más al pequeño muro. Esperó unos segundos a oír que el coche se detenía y que la puerta de éste se abría. Se estiró sobre sus pies y asomó los ojillos por encima de la piedra para ver a Adrien saliendo de su interior. El chico, tan maravilloso como siempre, cerró la puerta del coche y se inclinó por la ventanilla para despedirse del chofer agitando la mano.

Después se giró con una mano apoyada en la correa de su mochila y subió ágilmente las escaleras. Marinette suspiró con una sonrisa bobalicona en su rostro y se perdió en toda clase de ensoñaciones mientras sus labios se movían balbuceando el nombre del chico en silencio. No volvió en sí hasta que Tikki revoloteó hasta su cabeza y le tiró del pelo.

—¿Por qué no lo intentas? —La animó, sonriente.

—Porque… ¡podría ser un desastre! ¡¿Y si me dice que no?! ¡¿Y si Kagami y él ya han quedado y hago el ridículo?!

—¿Y cómo vas a saberlo si no hablas con él?

Sus ojos decayeron hasta el suelo.

—No sé si estoy preparada para saberlo.

—¡Pero, ¿y si te dice que sí?! —insistió Tikki, resuelta y contenta, haciendo piruetas en el aire—. Podría ser que después de pasar el día con las dos, Adrien se haya dado cuenta de que eres tú la que le gusta, ¿no?

—No sé…

—¡Exacto! Y solo hay una manera de saberlo —Marinette se atrevió a sonreír al imaginar que algo tan descabellado podía hacerse realidad. ¿Podía ser? Era un nuevo día, uno distinto al de ayer; el sol brillaba y la ciudad estaba despierta y palpitando a su alrededor.

¿Y si Tikki llevaba razón y tenía esa suerte?

Se llevó una mano al pecho y percibió los embistes de su corazón. Claro, también tenía miedo al rechazo pero por una vez se sentía esperanzada. Adrien había acudido a ella con sus dudas sentimentales, eso demostraba que confiaba en ella y la tenía muy en cuenta, ¿no? Además parecía contento porque ella estuviera también en la cita. La teoría de Tikki no era tan disparatada, pudiera ser que el chico estuviera dudando de lo que sentía hacia dos buenas amigas y ahora tuviera las cosas algo más claras.

Quizás si ella daba el primer paso.

Es verdad que fue a él a quien se le ocurrió la idea de ir solos se recordó. ¿Y si hubiera dicho que sí?

—Supongo que podría intentarlo —murmuró en voz baja.

—¡Eso es! ¡Bien dicho!

Marinette sonrió más animada y dio un fuerte tirón a las correas de la mochila, al tiempo que ella misma daba un saltito antes de rodear la esquina y subir con entusiasmo los escalones que la separaban de la entrada del instituto. De repente se sentía rebosante de energía y esperanza.

¡Podría funcionar! Se dijo una vez más. Normalmente, cuando Alya la animaba a hacer algún movimiento con Adrien no experimentaba esa sensación de júbilo, más bien notaba que la inseguridad se le enroscaba al cuello y no la dejaba respirar. Se ponía a sudar y cuando imaginaba el momento de acercarse y hablar al chico, solo se le ocurrían desenlaces nefastos. Pero esta vez, por alguna razón, estaba muy segura de que todo iría bien.

Tikki podía ser muy convincente.

Igual que el día de San Valentín; cuando encontró ese confuso poema que Adrien había escrito y desechado, su pequeña amiga logró convencerla de que ella podía ser la destinataria de esas dulces (y algo torpes) palabras.

Ahora que lo pienso, aquello no acabó muy bien…

¡Pero la situación era muy distinta! No tenía por qué repetirse el mismo resultado.

Marinette estaba motivada e ilusionada cuando atravesó las puertas de la escuela. Tomó una bocanada de aire y al expulsarlo sonrió con ganas. Estaba contenta, casi feliz. Salvo por un resquicio de malestar que aún le pesaba por dentro y que no tenía nada que ver con Adrien.

Chat Noir pensó, deteniéndose un instante.

Aunque habían resuelto los problemas el día anterior, lo cierto es que Marinette no había dejado de sentirse culpable por el modo en que le había tratado con el asunto de la rosa y lo demás.

En la pista de hielo, luchando contra Gélido, habían hecho las paces y al final ella había sentido que todo volvía a ser como antes pero después, de vuelta en su casa, y mientras pensaba en Adrien y Kagami, esa pena que la había invadido la había llevado a pensar en su compañero felino.

Tal vez porque los malos sentimientos de rechazo y desamor que estaba experimentando entonces eran los mismos que su amigo había sentido esa misma mañana cuando ella le rechazó. Y se sintió culpable por haber provocado algo así. Aún se sentía así, de hecho; sus felices perspectivas con Adrien los habían reactivado y la imagen del héroe había rodado hasta su mente.

De todos modos, no puedo hacer nada por él ahora se recordó. Empezó a subir los peldaños que la conducían a su clase. Ni siquiera puedo saber dónde está.

Quizás la próxima vez que coincidieran podría hacer algo para compensarle. Tal vez algo que le hiciera ver que comprendía sus sentimientos y lamentaba hacerle daño.

Eso podría ser una buena idea.

Decidió que pensaría en algo que pudiera alegrar a su amigo y se sintió un poco mejor cuando llegó ante la puerta del aula. La atravesó más confiada, pero nada más hacerlo se encontró con los ojos de Adrien, brillantes, como si la hubieran estado esperando.

El chico la sonrió y la saludó con la mano. Chat Noir desapareció de su pensamiento como una burbuja que acabase de estallar.

Voy a hacerlo se dijo. Estaba más que decidida.

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2.

Durante todo ese día, Adrien había tenido la sensación de ser observado. Notaba una repentina punzada en la nuca que arrasaba en la piel desnuda y le provocaba un calambre que viajaba por todo su cuerpo haciendo que se estirara y, obligado por esa sensación, mirara a su alrededor con curiosidad.

En fin, no era algo nuevo para él.

Estaba habituado, por ser modelo para una marca tan famosa como la de su padre era normal que la gente le mirara cuando paseaba por la calle. Siempre percibía ojos puestos en él. Incluso le había pasado en el instituto durante sus primeros días allí, el resto de estudiantes se quedaba mirándole o trataba de acercarse para hacerse fotos con él, por la novedad de compartir pasillos con una celebridad. Por suerte todo el mundo parecía haberse acostumbrado a su presencia o eso creía él, sin embargo, ese día había vuelto a sentirse objeto de un sinfín de miradas fijas que le seguían allá a donde fuera.

No obstante, ni una sola vez descubrió a nadie mirándole. Quizás se estaba volviendo un paranoico.

Es por ese anuncio se explicó a sí mismo.

Su número de fans había aumentado mucho tras la salida del comercial sobre el perfume con su nombre y la ciudad estaba repleta de carteles y vallas publicitarias con su cara. Era esperable que su número de admiradores creciera y solía repetirse que debía tener paciencia.

Además no le gustaba quejarse por esos asuntos porque entonces Plagg se reía de él.

Cuando llegó el final de las clases, Adrien recogió sus cosas y caminó hacia la puerta del aula junto a Nino, pero al llegar a ella volvió a notar esa punzada. Se irguió y giró la cabeza a toda prisa. La mayoría de sus compañeros ya habían salido, pero Nathaniel aún estaba en su mesa tan concentrado en su dibujo que no había notado la campana de salida. Juleka y Rose seguían sentadas en sus asientos charlando entre risitas y Marinette estaba recogiendo algo que se le había caído al suelo.

Todo normal.

Entonces, ¿qué está pasando?

—¿Pasa algo? —preguntó Nino, pero él se encogió de hombros sin saber qué responder.

A su espalda oyó un golpe y se percató de que a Marinette se le acababa de caer la mochila al suelo. La vio resoplar y agacharse para recogerlo todo.

—¿Está bien? —se preguntó Adrien. Conocía la adorable torpeza que se apoderaba a veces de su amiga pero ese día la había visto demasiado patosa.

—No sé, pero ya sabes cómo es Marinette.

—Sí, especial —dijo él. Nino abrió los ojos de par en par y el otro le miró confuso—. ¿Qué? ¿No me dijiste tú eso una vez?

—¡Ah, sí! —Nino soltó una risita nostálgica—. Fue hace mucho —En aquel tiempo pasado en que su mejor amigo había estado colgado de Marinette, Adrien aún se reía al recordarlo. La cita en el zoo y el absurdo plan que los dos habían ideado para que Nino pudiera declararse a la joven—. Aquel día me di cuenta de que Alya era mi chica ideal.

Lo dijo con una sonrisa de lo más cursi, cosa que conmovió al rubio porque era un romántico y aquella historia le parecía muy tierna. Y también interesante. De hecho, no habían sido pocas las veces en que había pensado en ella y se había hecho todo tipo de preguntas con respecto al amor, los sentimientos y cómo estos pueden llegar a cambiar en poco tiempo. Aunque no era precisamente eso lo que a él mismo le había ocurrido en su nada interesante vida sentimental.

—Debió ser algo sorprendente, ¿no? —Le preguntó—. Es decir, a ti te gustaba Marinette desde hacía un tiempo y de repente, te diste cuenta de que en verdad te gustaba Alya.

—Tampoco fue tan de repente —aclaró Nino, moviendo los brazos—. Alya y yo éramos grandes amigos de antes.

—Pero nunca habías pensado en ella como novia, ¿verdad?

—No. Hasta esa tarde, no.

—¿Y qué cambió?

Nino abrió la boca pero se quedó callado, parpadeando y mirando la pared que tenían en frente. Lentamente fue frunciendo el ceño y también los labios.

—¡Vaya! No sabría decirte, colega —reveló él mismo un tanto sorprendido—. Estuvimos horas encerrados en una jaula, hablamos de muchas cosas y, quizás fue la situación de peligro o que estábamos solos ¡No lo sé! Pero después de esa tarde ya no tuve dudas.

. Ella era mi chica.

—¿Así sin más?

—Así es el amor, tío —le dijo, ahora sí sonriendo—. No tiene lógica, no se puede explicar y es diferente para cada uno. A veces ocurre de repente, otras veces tardas años en notarlo y otras, lo ves claro cuando está a punto de escapársete de las manos.

. Lo único que sé es que si tiene que ser, será.

Adrien meditó sobre esas palabras, le parecieron muy sabias aunque no supo si las entendía del todo. Aun así, se esforzó en recordarlas. Y también en creer en ellas.

Si tiene que ser… pensó. Espero que mi amor con Ladybug sea de los que tienen que ser.

—¡Auuu! —El gritito de Marinette llamó su atención. La chica estaba ahora sentada en el suelo, frotándose la cabeza que debía haberse golpeado contra la mesa.

—Debería ir a echarle una mano, ¿no crees? —preguntó Adrien.

—Buena idea —Nino, en cambio, se giró hacia la puerta aún sonriente—. Yo me voy a buscar a mi chica.

. ¡Hasta mañana!

Adrien le sonrió, con un poquito de envidia coloreando sus mejillas. Debía ser genial poder decir algo así: mi chica. Tener a alguien a quien en ir a buscar tras las clases para pasar el rato haciendo algo divertido, sin dudas sobre lo que sientes, sin miedo ante un posible rechazo.

Hizo una mueca sin querer porque eso le hizo recordar el día anterior. El asunto de Kagami, la pista de hielo, Ladybug… No estaba seguro de que conclusiones había sacado en claro de todo eso, salvo que aún no estaba listo para rendirse y renunciar a sus sentimientos por la heroína. Por un lado reafirmarse en ellos le hacía sentir bien, más seguro; por otro, tenía la impresión de que había complicado las cosas con su compañera de esgrima para nada.

Hizo a un lado esos pensamientos y se acercó a su amiga.

—Marinette, ¿estás bien? —La chica dio un respingo al oír su voz, y del bote que dio se golpeó de nuevo la cabeza contra la madera. Adrien se inclinó, preocupado—. ¿Necesitas ayuda?

—¿Eh? ¡No! No, no, no —Metió a toda prisa y de mala manera los objetos que seguían en el suelo en su mochila y se puso en pie, aun frotándose la coronilla—. Soy un desastre —se lamentó con una mueca.

Él le sonrió con calma.

—Claro que no —repuso él a toda prisa. Le tendió la mano para que bajara al suelo y ella la aceptó a pesar de que solo los separaba un escalón. La mano de Marinette era cálida y suave, le gustaba que ella siempre la tomara cuando se la ofrecía sin reserva alguna aunque tuvo que soltarla cuando estuvieron frente a frente—. Ayer lo pasamos genial, ¿verdad?

—Sí, ¡sí, claro! —Su expresión vaciló un poco, pero se repuso tan deprisa que él no tuvo ocasión de preguntar—. ¿Y Kagami y tú habéis vuelto a hablar?

—No, supongo que la veré en la próxima clase de esgrima.

—Ya —Bajó la vista, pero Adrien se dio cuenta de que no paraba de mover la punta del pie. Su rostro estaba contraído, algo encendido y su mano se cerraba en torno al pequeño bolsito que siempre llevaba pegado a su cadera.

—¿Ocurre algo?

—Bueno, es que c-creo que ayer, tal vez, hubo un m-malentendido —murmuró con bastante dificultad. Adrien parpadeó confuso y aunque parecía que la chica no había terminado de hablar, las palabras no encontraban su camino. No obstante, no quiso apresurarla con preguntas aunque se quedó algo preocupado.

¿Malentendido?

¿A qué podía estar refiriéndose?

Adrien repasó todo lo que había ocurrido en la pista de hielo y lo único que se le ocurrió, tal vez porque Plagg había caído en el mismo error, fue el momento en que ella había salido corriendo al baño y él la siguió para asegurarse de que estaba bien.

Si se trataba de eso… ¿Marinette pensaba, como Plagg había dicho, que iba detrás de ella?

Observó el rostro cada vez más rojo de su amiga y se percató de que ésta no era capaz de mirarle a los ojos.

¡Quizás ella también lo interpretó mal!

Tal vez pensaba que las había invitado a las dos, a Kagami y a ella, a la pista con intenciones deshonestas. Como si pretendiera jugar con los sentimientos de ambas chicas.

¡Oh, no, no!

—Verás, es que ayer, cuando dijiste que la p-próxima vez podríamos ir s-solos, tú y yo, pues…

Marinette se trabó varias veces, claramente incómoda, con los hombros encorvados y algo temblorosos.

¡No, no! Se dijo el chico. Apretó los puños, nervioso. No quería que por ninguna razón Marinette se sintiera mal por su culpa. Pero era más que evidente que el día anterior había hecho algo que la había confundido. ¡Seré torpe!

No solo fue tras ella cuando abandonó la pista, sino que además sugirió que la próxima vez fueran solos y ella debió creer que la estaba invitando a salir. Él ya sabía que no interesaba a su amiga de ese modo, ella misma se lo había dejado claro en una ocasión y además…

Está Luka.

Por alguna razón le había llevado también a la cita, claro. ¿A Marinette le gustaba Luka? No lo había pensado hasta ese momento pero tenía sentido. ¡Lo que estaba claro era que él, Adrien, no le gustaba más que como amigo y por eso la había incomodado con sus torpezas sociales!

Tenía que hacer algo para arreglarlo cuanto antes.

—¡Oh, eso! —dijo él, rápidamente, intentando mostrarse despreocupado aunque por dentro estaba a punto de estallar—. Lo siento mucho, de verdad, fue una tontería proponer algo así.

. No tienes que preocuparte.

—¿Una tontería?

—Sí, claro —Sonrió al tiempo que hacía un gesto superfluo con la mano—. ¿Tú y yo solos? No tendría sentido.

. Escucha, no es necesario que me digas que no.

—No iba a… —Marinette parpadeó y retiró la mirada, su rostro se ensombreció de golpe—. Iba a decirte que, en realidad, sí me apetecía ir solo contigo a la… —meneó la cabeza llevándose las manos a los brazos, apretándolas con fuerza y respirando hondo—. Pero supongo que sí. Es una tontería —Su mirada se movió hacia la puerta y de un tirón levantó la mochila del suelo—. ¡Tengo que irme!

. Acabo de recordar que… que tengo… bueno, ¡adiós!

Giró sobre sus talones y salió corriendo sin mirar atrás. Lo hizo tan deprisa que Adrien se quedó pasmado, no pudo decir una palabra antes de que ella desapareciera de su vista, ni tan siquiera un escueto adiós.

Permaneció estático, mirando la puerta con el ceño fruncido y sin saber qué había pasado. ¿Había ido mal? Creía haberle dejado claro que no tenía intenciones deshonestas con ella, que había dicho lo que ella quería oír pero no estaba seguro.

Tenía una mala sensación en el estómago.

Qué raro. El modo en que le había mirado, tan solo por un segundo antes de buscar la salida con sus ojos, había sido muy extraño.

—Ahora sí que la has hecho buena —declaró una voz.

Adrien dio un respingo y miró su mochila, pero Plagg no estaba ahí. Buscó por todas partes y le encontró echado sobre su mesa. Miró hacia la puerta, pero Marinette la había dejado cerrada por suerte.

—¡¿Qué haces ahí a la vista?! Marinette podría haberte visto.

—Estaba demasiado distraída con su corazón roto como para fijarse en mí.

—¿Corazón roto? —repitió él, acercándose a la mesa. Plagg apenas se movió, estaba tumbado sobre la madera en una postura lánguida y apenas alzó sus pupilas verdes cuando Adrien estuvo ante él y apoyó las manos—. ¿Marinette? ¿De qué estás hablando?

Plagg entornó sus ojillos hacia él.

—¿Ni siquiera te has dado cuenta de lo que ha pasado? —le espetó y soltó un eructo que hizo temblar su pequeño estómago repleto de queso. El espíritu hizo una mueca mientras se lo frotaba—. ¿No has visto su cara de pena?

—¿Pena? No era pena. Estaba incómoda porque pensó que yo la había invitado a salir —Le explicó. Por supuesto él no era el único que se perdía en las sutilezas de las relaciones sociales, aunque Plagg tenía una excusa por ser un Kwami.

Pero, de todos modos, ese día se mostró mucho más tajante de lo normal.

—Estaba nerviosa porque venía a decirte que sí quería salir contigo.

—¡Eso es absurdo! Marinette no siente eso por mí.

—Bueno, ahora seguro que no —convino el otro, haciendo una nueva mueca—. Le has dicho que la idea de que salgáis juntos te parece una tontería.

—No he dicho eso, yo solo… —Adrien calló repasando la conversación pero solo hizo que se sintiera más confuso—. ¿Desde cuándo te preocupas tanto por mis asuntos amorosos, Plagg?

—¿Cómo no hacerlo? Si no hablas de otra cosa —le respondió de mala gana.

El chico frunció el ceño; en verdad, Plagg se estaba comportando de una manera un poco rara. Solía tomarse las reglas a la ligera pero nunca había sido tan imprudente como para salir a la vista cuando había más gente cerca. Llevaban hablando unos minutos y no había mencionado su queso, eso sin contar las innumerables muecas que hacía, su falta de movimiento, su seriedad

—¡Dios mío, Plagg! ¡No estarás enfermo, ¿verdad?!

El Kwami abrió la boca pero apenas le salió un jadeo. Se revolcó sobre la mesa y Adrien corrió a cogerlo entre sus manos para mirarle bien. El pequeño volvió a eructar y después soltó un alarido.

—¿Sabes qué? No me siento muy bien.

—¿Demasiado queso?

—¡No! ¡Es algo más grave! —Plagg se frotó el estómago apretando los ojos—. ¡Llévame con el maestro Fu! ¡Él sabrá qué me pasa!

Adrien, asustado, pegó un bote.

—¡Sí, claro! —exclamó. Metió a Plagg con cuidado en su bolsillo y echó a correr hacia la puerta de la clase—. Tranquilo, enseguida estaremos allí.

Por suerte, el maestro le había dado su dirección aquella vez que le visitó en su casa por si se presentaba alguna emergencia. Bien, aquello lo era. Tendría que pensar un modo de escapar de su guardaespaldas porque de ningún modo podía fallar a Plagg.

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Marinette había atravesado la puerta del instituto a toda velocidad, sin mirar hacia ningún lado y del mismo modo había bajado las escaleras hasta la acera. Rodeó el edificio y no dejó de correr hasta que no distinguió una pequeña abertura en la calle que daba paso a un estrecho callejón.

Se coló dentro con el pecho ardiéndole, no sabía si por la carrera o por la vergüenza que sentía. Tenía un nudo en la garganta que debía ser del tamaño de su puño porque no podía respirar bien y las lágrimas le ahogaban la mirada. Se apoyó en la pared, dejó caer la mochila y después ella misma se deslizó hasta el suelo. Apoyó la cabeza en el muro y trató de respirar, como alguien que lleva buceando horas y creyó que moriría ahogada, dio grandes bocanadas de aire pero eso no hizo desaparecer el dolor.

Tikki salió revoloteando de su bolso y se apoyó en sus rodillas.

Marinette la miró a través de la humedad que se amontonaba en sus pestañas y sollozó.

—Tikki…

—Lo lamento, Marinette.

—Ha dicho que es una tontería —repitió ella y el dolor se multiplicó por su cuerpo—. Cree que la idea de que estemos juntos es una… ¡Tontería! —Se tapó la cara con las manos y lloró sin control—. ¿Cómo ha podido decir algo así?

—No ha sido exactamente… —La voz de Tikki flaqueaba—; quizás no se daba cuenta de lo que decía.

—Sí se daba cuenta —replicó ella. No dejaba de oír esas palabras, de ver esa sonrisa de indiferencia que Adrien le habría mostrado—. Estaba preparada para un rechazo pero no para que se burlara de mí.

—No se ha burlado de ti, Marinette.

¿No se había burlado? ¡Pero si apenas había podido contener la risa!

Ahora Adrien Agreste debía estar pensando que ella era la chica más tonta y patética del universo. ¿Cómo se le había ocurrido si quiera que alguien como él querría salir con ella?

Y más teniendo a la maravillosa y perfecta Kagami al lado para elegir.

¿Cómo he sido tan tonta?

—Marinette —Tikki la llamó a media voz, recostada sobre sus rodillas, achicaba los ojos como si le costara verla en la oscuridad—; siento haberte convencido para que hablaras con él.

. En verdad creí que…

Entonces, la vocecilla de Tikki se apagó y la Kwami cayó rodando por sus piernas hasta posarse, sin fuerzas, en su regazo.

—¡Tikki! —Marinette la atrapó entre sus manos y la miró—. ¡¿Qué te ocurre?!

—No me siento muy bien.

—¡¿Vuelves a estar enferma?! —Sintió miedo al verla tan débil, pero por suerte esta vez sabía lo que tenía que hacer. Se puso en pie, cogiendo su mochila y colocó a su amiga con delicadeza en su pequeño bolso. Se pasó el brazo por los ojos para quitar los restos de lágrimas—. Tranquila, Tikki, te llevaré con el maestro ahora mismo.

Salió del callejón y miró a su alrededor, desorientada.

¿Por qué había estado tan preocupada por lo que Adrien pensara de ella? Si no hubiese perdido el tiempo llorando por él se habría dado cuenta antes de que Tikki no estaba bien.

Una vez que decidió la ruta más rápida, echó a correr sin más.

La pena y la vergüenza por su actuación en el instituto se borraron de su memoria, ahora lo único que importaba era que Tikki se recuperara lo antes posible.

.

.

.

3.

La casa del maestro Fu no estaba lejos del instituto, así que Marinette no tardó mucho en llegar. Aunque preocupada, se repitió en más de una ocasión que Tikki se pondría bien para intentar mantener la calma, al menos, lo suficiente como para no equivocarse de camino o tropezar y caer al suelo.

Pese a sus buenas intenciones, aporreó el timbre con desesperación en cuanto llegó a la puerta que daba a la calle. Se coló dentro en cuanto esta se abrió y en su frenética subida por las escaleras, mostrando una expresión demudada, sacó al Kwami del bolso para sostenerlos en sus manos. Tenía los ojos cerrados y se encogía contra su palma, pero Marinette se concentró en susurrarle palabras de ánimo.

Por fin llegó a la puerta del maestro, la que daba al salón de masajes que era el trabajo "oficial" del guardián. Agarró el picaporte, pero el cerrojo estaba echado, así que se puso a golpear la madera hasta que el hombrecillo la abrió.

—¡¿Ladybug?! —exclamó éste, con sus pobladas cejas canosas fruncidas—. ¡¿Q-qué haces aquí?!

—¡Es Tikki! ¡Está enferma! —chilló, empujando a su pequeña amiga hacia el hombre. Este echó un vistazo al Kwami, aún acurrucado en las manos de su portadora y lanzó una exhalación al techo.

—¡Vaya, qué cosas! —murmuró.

—¿Qué? ¡Tiene que ayudarla! —La chica intentó entrar, pero el maestro extendió sus cortas extremidades y se lo impidió—. ¡Pero, ¿se puede saber qué ocurre?!

—Chat Noir está aquí —anunció él y con su pulgar señaló su espalda—. Me temo que Plagg también está enfermo.

. Ha llegado tan solo unos minutos antes que tú.

—¿Chat Noir?

—Está des transformado, claro, así que… —Meditó unos instantes hasta que sus ojos rasgados se abrieron de par en par—. Un momento, Ladybug —Y desapareció de vuelta al interior.

Marinette sintió el impulso de seguirle, por puro miedo y preocupación, pero se contuvo. Al otro lado de esa puerta estaba Chat Noir desprovisto de su máscara, de modo que no podía verle.

Ni él a mí.

Ninguno podía saber la identidad secreta del otro, el maestro Fu se lo había dejado claro en muchas ocasiones aunque nunca había llegado a especificar los motivos concretos. Se había centrado en exponerle cuales serían las terribles consecuencias de que alguno de los dos rompiera esa regla: devolver sus prodigios para siempre, así que ella solita había llegado a la conclusión de que tanto secretismo era para protegerse de Lepidóptero. Era la explicación más lógica y ella jamás la pondría en duda. No solo no había intentado descubrir la identidad de su compañero, ni siquiera le dejaba darle pistas o se fijaba en qué dirección tomaba el chico cuando se separaban tras una pelea. No quería saber nada de nada.

Y por eso, saber que había estado a punto de cruzarse con Chat Noir en la calle, con el chico que se ocultaba bajo el antifaz y las orejas de gato, le provocó una punzada de temor en lo alto de la columna.

¡Cómo si no tuviera bastante!

Aunque lo más probable era que no le hubiese reconocido… O tal vez sí.

¿Lo habría sabido si se hubieran encontrado en la misma puerta?

Marinette alzó a Tikki en sus manos y ésta parpadeó esbozando una débil sonrisa. Su cuerpecito temblaba, de modo que la chica la acercó a su rostro y apretó sus labios con suavidad contra la cabecita del Kwami.

¿Los Kwami tienen fiebre?

De repente, el maestro abrió la puerta de par en par y con una mano le indicó que entrara.

—Adelante, Ladybug.

—Pero ¿y Chat Noir?

—Está todo listo.

La sala en la que tantas veces había estado en el pasado se veía distinta ahora que estaba partida por la mitad. El maestro había retirado el tatami de color crema que solía cubrir la mayoría del cuarto y había colocado la mesita baja en una esquina, con las velas multicolores prendidas. El biombo de papel con intrincados símbolos grabados estaba abierto y partía el cuarto en dos mitades iguales, desde la puerta hasta el aparador donde se ocultaba la caja de los prodigios.

El ventanal quedaba al otro lado, y la luz del sol entraba a raudales iluminando el suelo al descubierto, sacando reflejos de la tinta dibujada en los rollos de papel que colgaban de las paredes y especialmente, incidiendo en el papel del biombo, dibujando bordes y figuras. Marinette distinguió la figura de un chico sentado en el suelo, con las piernas cruzadas, al otro lado.

El corazón le dio un vuelco y apartó la mirada.

Chat Noir…

No, el chico tras la máscara. Sin rostro y sin nombre para ella, pero que ahora se encontraba a apenas unos metros de distancia totalmente expuesto.

—Entrégame a Tikki —Marinette dejó a su querida amiga sobre las enjutas y callosas manos de Fu. Este le sonrió al ver su expresión atemorizada—. No te preocupes, Ladybug. Está en buenas manos.

—Gracias maestro.

—Enseguida os devolveré a vuestros kwamis en perfectas condiciones —Les aseguró mientras retrocedía hacia la puerta—. Esperad aquí y quedaos cada uno a un lado del biombo.

. ¡Nada de mirar! Ya sabéis lo que podría ocurrir.

Marinette asintió con la cabeza y esperó hasta que el maestro se marchó. Oyó que otra puerta se cerraba fuera del salón y ella misma lanzó un suspiro, agotada. Después retrocedió hasta el biombo y se sentó en el suelo dándole la espalda.

Por favor, Tikki, recupérate pronto pidió mentalmente mientras entrelazaba sus dedos y apretaba con fuerza.

—Hola, Ladybug —dijo entonces la voz al otro lado del papel. También oyó un movimiento, como si Chat Noir cambiara de postura, pero ella se quedó muy quieta, tensa como una estatua recubierta ya de moho por llevar años a la intemperie.

No sé si deberíamos hablar…

¿Era seguro? La voz de Chat Noir no le había sonado igual que siempre, quizás los trajes también modificaban el timbre de sus voces para que no pudieran reconocerse por ellas en la vida real.

—¿Estás ahí, bichito?

—Sí, estoy —cedió, casi al instante. El silencio le ponía de los nervios—. Hola, Chat Noir —saludó también. Sus ojos recorrieron el pedazo de estancia que estaba a su alcance; la librería del maestro, el dibujo floral del rollo de la pared, la llama de las velas, el gramófono y se preguntó entonces, para sí misma, si su compañero conocería el secreto que ocultaba ese objeto—. Menuda coincidencia que nuestros kwamis se hayan puesto enfermos a la vez, ¿verdad?

—Supongo —respondió él. No era su imaginación, la voz no parecía la de siempre—. Me he llevado un buen susto, la verdad. Plagg nunca se había puesto enfermo.

Puede que me suene diferente porque Chat Noir no suele mostrarse preocupado.

—Tikki sí, una vez, hace ya bastante tiempo —respondió ella. Se preguntó si él estaría girado observando su sombra, pero ella se forzó a quedarse como estaba. Repasó con sus ojos las líneas de la madera del aparador, los cantos rodados que decoraban su superficie—. Así fue como conocí al maestro, cuando Tikki me pidió que la trajera aquí.

. Me dijo que era un veterinario de especies exóticas, aunque yo debí sospechar de él. Curó a Tikki en un par de segundos usando sus manos y un gong.

—¿En serio?

—Sí. El maestro sabe lo que hace —le dijo, pretendiendo sonar segura y tranquila—. No te preocupes, los dos estarán bien en seguida.

Chat Noir calló por unos segundos y la chica se extrañó de la facilidad con que había podido hablarle de aquello. Esa vieja historia no entrañaba un peligro real, pues no contenía ningún detalle de su vida privada pero, solía detenerse a pensar con más prudencia todos los detalles antes de compartir algo con el chico. Le aterraba revelar algo que pudiera dejar su identidad al descubierto; la mayoría de las veces elegía no contarle nada en absoluto para estar tranquila.

Pero esta vez le había salido sin más, y ni siquiera estaba preocupada o ansiosa por ello.

—Bueno, ¿y tú cómo estás? —preguntó él, poco después—. ¿Estás bien o sigues helada por lo de ayer?

Marinette puso los ojos en blanco. Puede que la voz sonara diferente pero no había duda de que era su compañero.

—Veo que tus bobas bromas no provienen de tu traje.

—¡Eh, has sido tú la que me ha dicho que no me preocupe!

Sonrió a su pesar pero guardó silencio.

Su cabeza parecía estar llena de aire y embotada, quizás fuera a salir volando y esa era una sensación muy rara. Pero al mismo tiempo, la situación en la que se encontraba le resultaba de lo más normal; Chat y ella sin las máscaras charlando de tonterías.

Al menos la angustia por el malestar de Tikki parecía estar desapareciendo.

Ella estará bien, logró convencerse de eso, respirar hondo, y aflojar sus brazos en torno a sus piernas dobladas. Ahora ambas extremidades le ardían por culpa de la tensión pero poco a poco el alivio las fue suavizando.

No obstante fue inevitable que volviera a pensar en lo que había pasado en el instituto. De hecho, el recuerdo de ese humillante instante en el aula, a solas con Adrien, apareció ante ella como un flash cegador, como un jarro de agua fría que impactaba en su cuerpo, como un golpe seco en su espalda y una vocecilla dura y chismosa le susurró:

Espera, aún tienes algo por lo que sentirte mal.

Y también volvió la pena, la vergüenza e incluso un poco de rabia hacia ella misma por haberse atrevido a soñar, pero también hacia a Adrien. Y es que por encima de todo no paraba de recordar la reacción que había tenido el chico. Esa ligereza con que se había tomado la proposición, negándola al instante como si no hubiese tenido ninguna importancia. Me equivoqué, olvídalo. Tenía clavada en su cerebro esa sonrisa socarrona que le había dedicado al decir esa palabra odiosa.

Tontería.

¡Ni tan siquiera había tratado de detenerla cuando salió del aula al borde del llanto!

Jamás habría pensado de él que se burlaría así de sus sentimientos. Siempre pensó que Adrien era un chico bueno y respetuoso con los demás, puede que incluso demasiado para su edad; y aunque se había imaginado mil y una maneras en las que él la rechazaba, en todas ellas lo hacía de manera amable y cordial. Incluso pensó que él se preocuparía por no hacerla demasiado daño.

¡Eran buenos amigos!

No sabía si estaba más sorprendida u horrorizada por su comportamiento. Marinette se sentía estafada, como si Adrien hubiese estado fingiendo todo este tiempo ante ella y ahora hubiese mostrado su cara verdadera, en el peor momento posible. Aunque no quería pensar así, el dolor que sentía le impedía hacerlo de otro modo.

¿Qué se supone que haré mañana? Se preguntó, apretándose las mejillas con las manos. Seguro que él actúa como si nada hubiese pasado.

Tal vez para él no hubiera significado nada. ¡Era un modelo de gran fama! Debían declarársele cientos de chicas cada día, ¿por qué habría de preocuparse por una más? Aunque fuera su compañera de clase, su amiga… No, seguramente para él rechazar a chicas era tan normal como comprarse un croissant.

—Ladybug.

La chica cabeceó ante la llamada, demasiado metida en sus pensamientos. Casi se había olvidado de que no estaba sola.

—¿Sí?

—Estás muy callada, ¿va todo bien?

Marinette se frotó los ojos, estaba tan ofuscada por Adrien que ni pudo notar el tono preocupado de su compañero.

—Sí —respondió, cortante—. Y aunque no fuera así, ya sabes que no puedo contarte nada al respecto.

—Sí, sí… conozco el trato —murmuró él y resopló—. ¡Las identidades son lo más importante!

—Pues sí, lo son.

—Está bien, no me hables si no quieres pero… —Oyó un nuevo ruido a su espalda, un cuerpo que se removía contra la áspera madera de la base del biombo, el susurro de la ropa en el suelo y el ligero temblor del mueble contra su espalda—; ¿qué tal si nos damos la mano?

—¿Qué?

—La mano —insistió él y Marinette dio un respingo cuando, desde el otro extremo del biombo, apareció sobre el suelo una mano extendida. No tenía nada de especial, solo una mano grande, de un tono de piel algo más moreno que la suya. Sin anillos, reloj ni nada que pudiera distinguirla de muchas otras.

Y sin embargo se quedó mirándola como si fuera una araña enorme.

—¿Para qué quieres que nos demos la mano, Chat Noir?

—Es la primera vez que estamos juntos sin las máscaras ni los trajes —indicó él, pero ella meneó la cabeza. No era exactamente cierto. Ya estuvieron el uno frente al otro sin máscaras una vez durante su pelea contra DarkHowl—. Nos hemos dado la mano antes pero siempre con los guantes.

. Me gustaría poder tomar tu mano sin nada de por medio.

De hecho, durante aquella pelea y mientras permanecían con los ojos cerrados en el interior de aquel contenedor que se iba llenando de crema sí había habido un momento en que se rozaron las manos sin guantes. Tan solo un instante, las puntas de los dedos de ella habían rozado la palma de la mano de su compañero.

Aquel día fue muy estresante para ella y su recuerdo no hizo más que aumentar el nivel de frustración que ya sentía.

—Chat Noir, nuestros kwamis están enfermos —Le recordó con bastante seriedad—. ¿De verdad crees que es el mejor momento para esto?

. ¡Es una cosa muy seria! Sin nuestros kwamis no podemos proteger la ciudad de Lepidóptero. No sé tú, pero yo estoy muy preocupada por Tikki y no puedo perder el tiempo en…

—Tienes razón —La cortó él de pronto—. Lo siento —Retiró la mano y volvió a moverse detrás de ella, el biombo tembló y ahora sí estuvo segura de que el chico le daba la espalda—. Ha sido una tontería.

La palabra impactó con tanta fuerza en su cerebro que casi sintió que algo se derrumbaba dentro de ella.

Tontería.

Y no fue solo la palabra, sino el tono apesadumbrado y avergonzado que Chat había usado para decirla. Exactamente como ella se había sentido horas atrás en la escuela.

Oh no, se dijo, llevándose una mano a la boca.

Acababa de hacer sentir a Chat así como Adrien la había hecho sentir a ella y fue horrible descubrirlo. Porque ella no quería hacer sentir así a nadie, y menos a su amigo. Lo peor de todo fue que ya había oído antes ese tono de voz, ya que no era la primera vez que era dura con él de manera injusta, por estar asustada o preocupada. No, lo había hecho otras veces y aunque después se sentía culpable y se prometía no volver a hacerlo, acababa incumpliendo su promesa.

¿Por qué?

¿Por qué siempre hacía lo mismo?

—Chat Noir —murmuró con un hilillo de voz. Incluso tuvo que tragar saliva para pasar semejante conmoción—. L-lo siento mucho, de verdad, no quería decirte algo así, yo… —Cerró los ojos, echando hacia atrás la cabeza, presa de un profundo malestar—. Perdóname, por favor, no quería hacerte sentir mal.

—Está bien —dijo él de manera seca.

—No, no lo está. No quería acusarte de no estar preocupado por Plagg es que… —Se colocó de rodillas, sin dejar de sujetarse el rostro—; no es excusa, pero he tenido un día horrible y lo he pagado contigo.

—Yo no quería molestarte, Ladybug.

—Lo sé, lo sé, ¡lo siento!

—Bien —Pero era obvio que seguía enfadado. Cuando Chat se enfurruñaba solía necesitar algo de tiempo hasta que se le pasaba. Quizás era mejor guardar silencio y marcharse en cuanto el maestro apareciera con Tikki. Probablemente ya lo habría olvidado la próxima vez que se encontraran para luchar contra un nuevo enemigo.

Pero si no insistía, quizás él pensara que le daba igual. ¿No era eso lo que más le molestaba del incidente de Adrien, que ni siquiera hubiera intentado detenerla? Además Chat Noir no había hecho nada malo, él solo intentaba animarla como hacía siempre.

No podía dejar las cosas así y esperar que se resolvieran solas.

Avanzó con cuidado hasta el borde del biombo y extendió la mano al otro lado.

—Chat Noir —Le llamó con suavidad, pero él no respondió—. Lo siento de verdad.

. Pero sí que me gustaría que nos diéramos la mano.

—Déjalo.

—No quiero dejarlo —Movió la mano y hasta los dedos—. Por favor.

Esperó con el corazón encogido, al otro lado del biombo se había impuesto el silencio y eso no era una buena señal con ese chico. Ahora que lo pensaba, el día anterior le había herido al rechazar, una vez más, su rosa. Si bien ella no era culpable por no querer aceptar sus gestos románticos y sabía que tenía el derecho a rechazarlos, sí que reconocía que a menudo lo hacía con demasiada dureza. Incluso con cierta indiferencia que podía resultar incluso más dolorosa para él.

Marinette mantuvo su mano extendida durante unos segundos más, sintiéndose una tonta y temiendo que su ofensa hubiese sido demasiada esta vez, pero entonces, otra mano se posó sobre la suya y se cerró en torno a sus dedos. Sonrió con alivio e imitó el gesto, aferrándose al contacto.

—Gracias, gatito —murmuró—. ¿Me perdonas por ser tan bocazas?

—¿Tú me perdonas por ser tan pesado?

Apretó su mano como respuesta y se sentó más cerca del borde, dejando el brazo relajado, la mano suelta entre los dedos de su compañero y se limitó a mirar sus manos hasta que pudo calmarse un poco. Sin embargo, la duda se había instalado en su cerebro: ¿por qué era tan dura con él?

El día anterior ella pudo rechazar su rosa de un modo algo menos brusco, hablándole con sinceridad y sin salir huyendo a la primera de cambio. Se excusaba en que si era directa y firme en sus rechazos, Chat Noir no albergaría esperanzas inútiles pero la verdadera razón era que a ella le daba demasiado miedo contarle toda la verdad.

Y su excesiva confianza en él. En que quizás él no hablaba tan en serio como insinuaba sobre sus sentimientos, en que si se enfurruñaba, ya se le pasaría, de hecho, eso era justo lo que había pensado el día anterior cuando se encontraron para luchar contra Gélido.

Las cosas se han enfriado entre nosotros, mi Lady.

Y aún después de oír eso, ella siguió adelante con su plan como si nada. No se molestó en intentar arreglar nada, ni se interesó por los sentimientos de su compañero. No hizo nada, pero Chat Noir acudió en su ayuda y la salvó del ataque del villano como siempre.

Él dio el paso. Él se esforzó por ella.

Como ahora, pensó con los remordimientos mordiéndole el estómago al mirar sus manos unidas. Como siempre. Pasara lo que pasara, él estaba dispuesto a tenderle su mano.

Y mientras ella levantaba una barrera entre ellos, Chat no se rendía en su empeño por derribarla con su cálida amistad y devoción por ella. Y eso estaba mal, muy mal, porque en lo más profundo consideraba a Chat Noir su mejor amigo. Y no era así como se trataba a un amigo de verdad. Algún día, los buenos sentimientos del héroe por ella se agotarían y sería él quien se alejaría. Empezaría a distanciarse, a tratarla del mismo modo despegado en que ella se comportaba y, en ese instante, se dio cuenta de que lo pasaría muy mal llegado ese momento.

Porque en el fondo necesitaba a Chat Noir. No solo como su compañero para seguir luchando, sino por su presencia amigable y cercana, insistente y segura. Necesitaba sus ánimos y su inquebrantable confianza en ella. Y por sobre todas las cosas, necesitaba a Chat porque él era en quien más confiaba en el mundo entero.

¿Qué sería de Ladybug sin Chat Noir?

¿Qué será de mí si Chat se cansa de aguantarme?

Ante esa posibilidad que se presentó mucho más aterradora y real que nunca, Marinette se vio inundada por una asfixiante congoja y antes de darse cuenta, su otra mano se posó también sobre la del héroe y la apretó con fuerza.

—Eh… ¿mi lady? —murmuró él, sorprendido—. ¿Pasa algo?

—¡No! Es solo que… me alegra que estés aquí —Le explicó—. Quiero pedirte perdón por lo que pasó ayer.

—¿Ayer? —repitió él, confuso—. ¡Ah! ¿Por no hacer caso a mis instintos felinos y observar antes de atacar?

—Ah, bueno sí, también —Suspiró y se dijo que, ya puestos, se disculparía por todo—. Yo me refería a lo que pasó por la mañana.

. Cuando rechacé tu rosa.

—No hace falta —respondió él a toda prisa—. Entiendo por qué lo hiciste; estás enamorada de otro chico y me lo has dicho muchas veces, pero yo no hago caso.

—Creo que podría haberlo hecho de otro modo —resopló, compungida—. Creo que siempre puedo hacer las cosas de un modo mejor contigo, pero no lo hago.

. Desde el principio me he esforzado mucho en proteger mis sentimientos por ese chico, aun cuando sabía que no tenía demasiadas posibilidades de obtener su amor, yo me mantenía leal hacia ellos. Y mientras lo hacía te he herido muchas veces.

—Porque yo no dejaba de insistir aunque ya lo sabía.

—Ese chico me ha rechazado hoy —reveló, aunque no tenía intención de hacerlo. De pronto sintió que le debía a Chat mucha más sinceridad de la que le había estado dando y ahora no podía contenerse. La mano del chico se agitó entre las de ellas por la sorpresa—. Y ahora qué sé cuánto duele un corazón roto, me siento un ser horrible por habértelo hecho a ti.

—Mi corazón es más resistente de lo que piensas, bichito —le respondió, forzando una voz animosa—. Siento lo que te ha pasado, ¿cómo te encuentras?

—Triste, frustrada, avergonzada, enfadada —enumeró con, cada vez, menos pudor—. Chat Noir, si he sido más brusca contigo era porque no quería darte esperanzas en vano y pese a todo, me guiaban buenas intenciones.

. Pero me arrepiento mucho de la forma en que lo he hecho y eso está muy relacionado con mis sentimientos por ese chico. Ahora me veo como una tonta, alguien que ha recorrido un camino totalmente equivocado.

—¿A qué te refieres?

—Pues a que esos sentimientos y mi cobardía para declararme me causaban mucho dolor, mientras que estar contigo siempre me ha hecho feliz —respondió con rapidez. Notaba un apuro por hablar lo más rápido posible y es que era como si todo aquello se le estuviese revelando ahora y temía que se le escapara sino lo decía en voz alta—. Ayer solo me sentí bien cuando hicimos las paces y patinamos juntos para vencer a Gélido.

. Hay tantos días en los que me siento abrumada y perdida entre mi vida normal y me vida súper heroica que me desespero. A veces estoy en clase observando a ese chico, sabiendo que nada cambiará entre nosotros, pero sin dejar de sentir ese amor y entonces, desearía poder desaparecer. A lo mejor, irme a saltar por los tejados contigo y no preocuparme por nada. Sería feliz si pudiera hacerlo.

—¿P-piensas en mí… en tu vida normal?

—Pues claro que lo hago.

Guardaron silencio unos minutos en los que Marinette no quiso pensar en lo que acababa de decir. Era liberador hablar con Chat sin pensar, pero también le estaba resultando aterrador. Y el hecho de que ambos estuvieran al descubierto no mejoraba las cosas; sin su máscara se sentía vulnerable, pero a la vez podía dejar caer la barrera y ser más honesta.

A pesar de todo no dejaba de apretar la mano del chico, todavía le parecía posible salir volando.

—Ladybug —La llamó, entonces, con una voz muy seria—; no hace falta que respondas si no quieres pero ayer, cuando te pregunté si algo cambiaría entre nosotros si ese chico no existiera…

Marinette se tambaleó.

—Oh, Chat.

—¡Está bien, lo siento! —reculó él—. ¡Es verdad! Fue una pregunta inapropiada antes y ahora también.

. No respondas, ha sido…

—No lo sé.

—¿Eh?

La chica cogió mucho aire y después lo empujó a través de sus labios entreabiertos lo más despacio que pudo. Sus ojos parpadearon, le picaban, y recorrieron una vez más el cuarto. Quiso fijarse en el relajante tono crema que hacían los destellos del sol en el color de las paredes, en la solidez del artesonado de madera que cubría el techo, en el dulce aroma que provenía de las velas silenciosas.

La mano de Chat Noir no la había soltado en ningún momento, ni siquiera había aflojado su agarre. Permanecía cálida y paciente, como él.

—No sé si las cosas serían distintas si él no existiera —contestó. Otra vez tenía ese nudo en la garganta que no la dejaba hablar con fuerza, pero esperaba que él la oyera igualmente—. Si quieres saberlo, os conocí más o menos a la vez y no sé, tal vez si te hubiese conocido a ti primero…

. Quizás no habría cambiado nada. Lo siento, gatito, pero esta es la respuesta más sincera que puedo darte: no lo sé.

Y de nuevo el silencio. Supuso que esa no era la respuesta que él esperaba, mucho menos la que deseaba oír. Marinette había buscado en su interior, había tratado de imaginar ese mundo alternativo sin Adrien, sin sus sentimientos por él de por medio, sin que ese chico perfecto fuera una barra de medida en la que todos los demás quedaban por debajo de la suela de su zapato.

Un mundo donde hubiera conocido y convivido con Chat Noir sin el influjo del modelo; luchando mano a mano y compartiendo tantas cosas. Quizás habría sido más comprensiva con sus acercamientos, quizás sus coqueteos tontos le habrían hecho gracia, quizás si hubiera podido prestarle toda su atención algo en ella palpitaría diferente.

Pero, ¿cómo saberlo ahora?

—Es perfecta —dijo Chat de repente. La chica dio un respingo y volvió la cabeza, le pareció que él estaba también de perfil, mirando hacia ese lugar donde estaban sus manos unidas—. Esa respuesta me parece puerrrrfecta, bichito.

A la chica se le escapó una carcajada espontánea, cuando su corazón saltó exaltado, pero por alguna razón al segundo siguiente sus ojos se llenaron de lágrimas y lo que soltó fue un sollozo lastimero.

¿Qué me pasa? Se preguntó, asustada por la intensidad de sus emociones. Se tapó la cara con sus manos y el llanto se desparramó sobre sus rodillas y el suelo de la sala. Sabía que debía controlarse, pero no era capaz.

¿Lloraba por Chat, por Adrien, por sí misma?

¡No tenía ni idea! Pero se estaba ahogando entre sus propias lágrimas.

—Ladybug, cierra los ojos.

—¿Eh?

—Ciérralos.

Marinette no entendió hasta que por el rabillo del ojo captó el movimiento de la figura al otro lado del papel. Soltó un chillido histérico y apretó los párpados con todas sus fuerzas. Se quedó congelada cuando sintió la presencia del chico justo frente a ella.

¡Se ha vuelto loco!

—¡¿Qué se supone que haces?!

—Tranquila, yo también los he cerrado —Las manos de Chat se posaron, con gran dificultad, en sus brazos y de ahí viajaron hasta sus codos y después, a sus hombros.

—¡¿Qué pretendes, gato tonto?!

—Eso me ha ofendido —le contestó en broma. Las manos, posadas en los hombros, le dieron un pequeño apretón—. ¿Pretendías que me quedara quieto oyendo a mi lady llorar de ese modo?

—Esto no es buena idea.

—Solo tenemos que mantener los ojos cerrados —No había el menor atisbo de preocupación en su voz mientras sus manos bajaban por la espalda de la chica, acariciándola con calma, hasta que un brazo rodeó su cintura y la atrajo hacia él. Marinette tembló, asustada, cuando se encontró apoyada contra el torso del chico—. Solo intento abrazarte.

. ¡Es más difícil de lo que parece sin ver nada!

Ella alzó la cabeza y le llegó el sonido del corazón del héroe, como el murmullo de un riachuelo y la hizo sonrojar. La otra mano del chico volvió a subir para rozarle el pelo con adorable torpeza, mas ella no supo qué hacer.

Su sentido de la responsabilidad la instaba a alejarse de esos brazos y mandar al temerario chico al otro lado del biombo. Aunque tuvieran los ojos cerrados podía suceder cualquier cosa.

¿Qué diría el maestro si los encontraba así?

¡Esto no está bien, Chat Noir!

Aunque lo cierto era que ella se sentía cada vez mejor. Llevaba un par de días muy duros, pero como no podía hablar de ello con nadie, tampoco había podido buscar consuelo para sus penas. Agradecía el cariño de Tikki, pero no era lo mismo que sentir el consuelo de otra persona en forma de abrazo.

Se retorció sobre el suelo para apoyarse en él y estiró los brazos que posó, esperaba que con acierto, en los hombros del chico. Subió la cabeza y también la acomodó ahí, con suavidad, pero todavía temblando. Puede que sí sintiera pena por sí misma. Por haber sido tan injusta. Una vez más, el chico cuyo amor había despreciado era quien la consolaba.

Al pensar eso, las lágrimas le arañaron con saña los ojos y gimió de dolor.

—Gracias por haber sido tan sincera conmigo —Le susurró en el oído.

—Gracias por seguir aquí.

Ahora ese aquí tenía un significado más real e importante. Su presencia se había hecho mucho más sólida; sentir sus brazos envolviéndola, su pecho sosteniéndola, su calor rodeándola era una experiencia nueva y sorprendente. Marinette se sintió del todo a salvo con él, sabía que Chat Noir jamás la haría daño, ni la traicionaría, ni la abandonaría.

Podía entregarse a su abrazo porque nada malo ocurriría.

Respiró hondo recostándose más sobre él y su mano se movió sola hasta la nuca del chico, rozó con sus dedos las puntas de su pelo y sintió que la angustia comenzaba a retirarse. Las lágrimas también se desvanecieron de sus ojos, aunque su rostro seguía húmedo.

Cuando Chat se echó hacia atrás, sintió su mano enmarcando el lado derecho de su mandíbula y escuchó su respiración muy cerca de ella. El rostro le ardió por tanta cercanía pero al no ver nada, no se sintió inundada por la vergüenza.

—Siempre estaré aquí para ti, mi lady —Le dijo. Su voz sonó tan cerca que sus oídos vibraron. La frente del chico rozó la de ella y le resultó un gesto demasiado dulce como para apartarse de él—. Incluso si no puedes decirme que es lo que te ocurre, siempre podrás contar conmigo.

Conmovida, bajó las manos de los hombros hasta posarlas en su pecho, notando la suavidad de la ropa. Alzó un poco más su cara, casi sin pensar y sintió el suave contacto que hicieron las puntas de sus narices. Algo parecido a una descarga la hizo boquear.

—Tú también puedes contar conmigo, Chat —Susurró sin darse cuenta.

No había más sonidos en la habitación que sus latidos acelerados. Marinette se dio cuenta de que estaban realmente solos, sin la presencia de sus Kwamis por una vez.

También fue consciente de la posición en la que se encontraban y en lo agradable que resultaba dejarse ir en la intimidad que los unía. Una intimidad que solo existía entre ellos. Durante las peleas contra los villanos era habitual que se tocaran, se agarraran o que incluso cayeran el uno sobre el otro. No sentía malestar ni incomodad ante el contacto de su compañero, quizás por eso ahora era tan natural estar juntos. ¿Había diferencia? Nunca había pensado en ello pero el contacto de Chat Noir era el único que toleraba en todas sus formas.

Y ahora, sentir su mano cubriendo su mejilla, o su nariz pegada a la de ella parecía algo normal, aunque hiciera que su corazón pegara botes en el pecho. Era normal lo que se decían y también lo cómodo que resultaba ese silencio.

No sentía miedo, ni incertidumbre; así de absoluta era su confianza en él.

—Ladybug —murmuró él. Y ahora su voz sonó pesada, relajada hasta el extremo. Un hormigueo se adueñó de ella cuando los labios del chico depositaron un beso sobre su cara, en algún minúsculo pedacito de piel perdido entre su nariz y su mejilla. Ella sonrió, cerrando sus manos en torno a los pliegues de la camisa, alzó un poco más el rostro y creyó sentir algo, mucho más ligero que un roce, sobre sus labios.

Dio un respingo, nerviosa.

¿Ha sido un beso? Se preguntó.

Pero en ese momento, oyeron con absoluta claridad unos pasos acercándose desde el otro lado de la puerta.

—¡El maestro! —exclamó ella, retrocediendo. Del susto estuvo a punto de abrir los ojos, pero apretó las manos contra su cara con tanta fuerza que se hizo daño—. ¡Vuelve a tu sitio!

Antes de que terminara su orden, la presencia del chico despareció y ella abrió los ojos. Frente así estaba la pared, el aparador, el gramófono. Y a su espalda, el biombo se movió y se atrevió a mirar. La sombra del chico sin rostro había regresado al otro lado, le pareció que temblaba y también se tapaba la cara con las manos.

Se giró, estática, hacia delante y con la cara roja. Respiraba muy deprisa porque todavía sentía el cosquilleo en su piel, en sus labios…

¿Me ha besado? Volvió a preguntarse.

El maestro Fu apareció en la habitación antes de que descubriera la respuesta, traía a Tikki en sus manos que parecía muy recuperada. A su lado había otro Kwami; el de Chat Noir claro, pequeño, de color negro y con aspecto de gatito inocente pero que mostraba una sonrisa de los más maliciosa.

—¡Ladybug! —exclamó Tikki, saltando a sus manos. La chica la estrujó contra su mejilla.

—¡Tikki! ¿Estás bien?

—¡Sí, mucho mejor! ¡El maestro nos ha curado en un momento!

—Sí, sí, yo también estoy muy bien —comentó Plagg—. ¿Y mi portador?

—Estoy aquí atrás —Marinette sintió un escalofrío al oír de nuevo su voz. Fue más bien como un latigazo en el fondo de su vientre. Plagg salió volando hacia la voz—. ¡Cómo me alegro de verte!

—¿Dónde está mi queso?

—Nada de queso en unas cuantas horas, Plagg —determinó Fu moviendo un dedo con severidad, después se volvió hacia las chicas—. Bien, todo ha ido como la seda.

. Ambos Kwamis tenían un empacho. Me parece que os estáis excediendo a la hora de alimentarlos, de modo que será mejor que reduzcáis las dosis de comida

—¡Qué osadía! —Se quejó Plagg, pero nadie le hizo mucho caso.

—Será mejor que tú salgas primero, Ladybug —le aconsejó Fu.

Marinette asintió, colgándose su mochila de nuevo y con Tikki en sus manos.

—Gracias, maestro —le dijo y sin volverse añadió—. Chat Noir —Vaciló un instante—. Gracias por la charla.

—Gracias a ti, bichito.

—¿Bichito? —repitió el maestro. Marinette sintió que enrojecía de nuevo, así que se despidió y salió corriendo de la habitación y después, escaleras abajo.

No se detuvo hasta estar de vuelta en la calle.

Respiró hondo el aire del exterior y volvió su rostro hacia los rayos de sol. Tikki la observó con curiosidad tras meterse en su bolso.

—¿Ha pasado algo, Marinette?

—¿A-algo? ¡No, no! ¡¿Q-qué iba a pasar?!

—No lo sé, pareces diferente.

¿Diferente?

Luchó contra los nervios que esa palabra le produjeron y echó a andar. Le aseguró a su Kwami que todo era por lo mucho que se había preocupado por ella, no estaba preparada para hablar de lo que había pasado con Chat Noir.

Ni siquiera ella sabía bien qué había ocurrido.

.

.

.

4.

Al día siguiente, Adrien Agreste se despertó en su cama atrapado en un estado anímico que podría describirse con dos palabras: pletórico y cursi.

En cuanto sonó su despertador, poco antes de las siete de la mañana, el joven abrió los ojos y de manera instantánea esbozó una encantadora (y tremendamente cursi) sonrisa que dirigió al techo de su enorme habitación, donde se reflejaban los primeros destellos del sol que se colaban desde, el también gigantesco, ventanal que le mostraba una imagen panorámica de París.

—Ladybug —suspiró, removiéndose entre los restos de un sueño reconfortante que había estado plagado de bellas ensoñaciones con la heroína. No solo con la valiente líder de la máscara roja y negra, sino también con la fascinante desconocida sin rostro con quien había pasado la tarde anterior y que tenía una voz cristalina como el agua de un río.

Adrien estaba maravillado, exultante, por como parecía haber cambiado todo su mundo en tan solo unas horas y estaba eufórico, además, porque sus esperanzas eran más fuertes que nunca. De modo que se puso en pie de un salto y comenzó con su rutina diaria silbando una melodía enérgica.

En el espejo del baño observó su reflejo y se reencontró con una sonrisa que hacía bastante que no veía, amplia y esplendorosa; también se rio de sí mismo al ver la rojez de sus mejillas. No podía dejar de pensar en lo que había pasado en casa del maestro Fu y eso le llenaba de una alegría casi insoportable.

¡Por fin!

No habría sabido describir con exactitud qué era lo que había sucedido entre Ladybug y él, pero sabía que había sido algo muy especial. Un gran avance en su relación. Aquella había sido la primera vez que la chica había compartido con él sus pensamientos más profundos, incluso detalles de su vida real sin apenas vacilar como si, al fin, confiara en él del todo.

Adrien, o más bien Chat Noir, siempre soñó con que algo así pasaría.

Pese a que entendía la necesidad de mantener en secreto sus identidades, seguía teniendo la esperanza de que Chat Noir fuera el apoyo más importante de su compañera. Que ella supiera que el héroe estaba para algo más que para hacer chistes tontos y destruir cualquier cosa que ella le señalara; quería que le viera como su compañero incondicional, alguien a quien acudir no solo durante las batallas, sino también en esos momentos de zozobra que a veces aparecían a causa de la presión por llevar una doble vida. Por desgracia, Ladybug se obcecaba en levantar un muro de secretos y silencios entre ellos que a él le dolía, incluso más que sus tajantes rechazos en el ámbito romántico.

¡Por eso lo que había pasado ese día era tan importante y crucial!

Lamentaba con todo su corazón que Ladybug lo estuviera pasando tan mal, por más que él sufriera porque ella no correspondía sus sentimientos de amor, no le había gustado verla tan triste por la actitud tan despreciable de ese chico misterioso, pero no podía olvidarse que había sido ese desengaño lo que los había acercado. La chica estaba tan vulnerable que, por una vez, le había permitido ayudarla y él, por supuesto, había hecho todo lo posible por animarla. Ladybug se había apoyado en él, había aceptado su consuelo y, de hecho, había habido un momento que…

—Ladybug —volvió a suspirar, rozándose los labios con el dedo.

No estaba del todo seguro pero, diría… ¿no había habido un instante en que sus labios habían rozado los de ella?

El momento había sido tan emocionante, tan intenso, que Adrien solo recordaba la poderosa cercanía de la chica obnubilando cada uno de sus sentidos, salvo el de la vista, ya que tenía los ojos cerrados. Su nariz no olía otra cosa que su dulce perfume, sus oídos estaban enfocados en captar hasta el más simple susurro de su voz compungida, su piel estaba tan encendida que cada poro de su cuerpo desprendía un calor infernal. Cuando las puntas de su narices se rozaron, su mente se aturulló de tal modo que sintió que flotaba sobre el suelo, por eso apretó con más fuerza a la chica, para no separarse de ella. A partir de ahí, debía reconocerlo, sus recuerdos eran confusos. Las palabras que habían sido dichas se convertían en partículas liberadas que volaban en torno a ellos sin saber a quién pertenecían, el calor que sintió en su rostro podía ser por el roce de otro rostro o por la caricia de una respiración nerviosa. Recordaba haber sentido el urgente deseo de besarla, pero él jamás cometería el descaro de besarla en los labios sin permiso.

Creo que busqué su mejilla se dijo, saliendo del baño ya totalmente vestido y aseado. Sin embargo, después…

Ladybug suspiró sobre su piel haciéndole cosquillas y él se quedó estático, sin saber qué hacer, hasta que de pronto alguien se movió. ¿Fue él? ¿Fue ella? ¿Los dos a la vez? Todo era excitante y confuso, al mismo tiempo, porque no podían abrir los ojos.

¿Y qué importaba?

El caso es que hubo un movimiento y él sintió ese mismo calor rozando sus labios. Aunque fue tan breve, tan irreal, que le parecía estar imaginándolo más que recordando. No obstante, las mejillas se le encendieron de nuevo y el pecho se le infló y desinfló en un vergonzoso movimiento que le arrancó un nuevo suspiro.

—Ladybug…

—¿Puedes parar de una vez? ¡Has repetido esa palabra cien millones de veces desde ayer! —Plagg le saludó, con su habitual buen humor mañanero, desde el otro extremo del cuarto. Estaba frente a la pequeña nevera que Adrien tenía para guardar su queso y la miraba con fastidio—. ¿Por qué no puedo abrirla?

—Ya sabes por qué —le respondió el chico, mientras revisaba su mochila sobre la mesa del escritorio.

—No irás a hacer caso a las tonterías que dijo Fu sobre mi comida, ¿verdad?

—Has estado comiendo demasiado queso, Plagg, por eso enfermaste.

—¡Tonterías!

Adrien levantó la cabeza y le lanzó una mirada firme. Plagg le sacó la lengua y atravesó la puerta de la nevera para meterse dentro pero casi al segundo volvió a salir, temblando de frío.

—¡No se puede disfrutar del queso ahí dentro!

El chico resopló y accedió a darle una porción. La sacó de la surtida nevera y se aseguró de volver a cerrarla bien después. Antes de entregarle el trocito de camembert, le advirtió:

—Será el único desayuno de hoy, así que condúralo.

Plagg se lo arrebató de las manos con ferocidad.

—¡Eres un déspota! —Lo acusó con excesivo dramatismo, que no iba a servir de nada pues Adrien estaba decidido a proteger la salud de su amigo como fuera necesario. Después de lanzarle al queso una serie de proclamas de adoración y veneración eternas, el espíritu lo engulló de un solo bocado, permaneciendo, después, en silencio durante un rato, con una expresión de satisfacción que hizo reír al chico.

—¡Tú también te pasas el día hablando de tu queso, Plagg!

—Yo, al menos, tengo razones para ello —replicó el otro, abriendo de vuelta los ojos para mirarle—. Esa alegría tan cursi es bastante irritante, aunque lo prefiero a cuando te deprimes y no paras de lloriquear por Ladybug…

—Vaya, gracias.

—Pero, ¿estás seguro de que hay motivos para estar tan contento?

Adrien arqueó las cejas, sin comprender del todo esa pregunta.

—¡Claro que sí! —respondió sin dudar—. Ya te conté lo que pasó ayer en casa del maestro.

—¡Sí! Y no quiero oírlo por undécima vez.

—Ahora todo es diferente.

Plagg sostuvo su mirada resplandeciente sin cambiar la mueca de incredulidad que mostraban sus facciones felinas. Siguió flotando a la altura de su rostro, como esperando que él se diera cuenta de algo más, pero para Adrien todo estaba muy claro. ¡El futuro le sonreía!

¿Por qué no iba a disfrutarlo y ser feliz?

—Harías bien en recordar que la situación de ayer fue algo… digamos… excepcional —opinó el pequeño Kwami—. Te dijera lo que te dijera, no era Ladybug quien hablaba.

—¡Claro que era ella!

—No. Era la chica tras la máscara.

—Es lo mismo.

—¡Ja! —Plagg se carcajeó, acercándose tanto al rostro del muchacho que éste pudo captar los efluvios del queso recién engullido en su aliento—. ¿A caso tú te comportas igual con la máscara y sin ella?

La felicidad sin límites que dominaba, no solo la razón, sino todo el organismo del chico, estaba lista para arremeter contra cualquier argumento que pretendiera deshacerla, y por eso, frunció el ceño y dio un paso hacia delante, listo para hablar. Sin embargo, las palabras se le atascaron en la garganta.

Lo que había dicho Plagg era la pura verdad: él era el primero en cambiar su comportamiento cuando llevaba las orejas del gato. Y si bien no era como si cambiara del todo su forma de ser, sí que dejaba más libre algunas partes de sí mismo que el resto del tiempo sujetaba para mostrar una fachada más serena y agradable al mundo. Pero eso no significaba que Ladybug hiciera lo mismo.

¿Verdad?

No obstante, y esto no podía negarse, a excepción de aquellos primeros días cuando acababan de conocerse, nunca volvió a ver a la heroína dejarse llevar por el desánimo o el miedo, como le había pasado el día anterior. Y desde luego, nunca antes hasta ayer, le había hablado con tanta franqueza y libertad. ¿Podía ser verdad, entonces, que ese cambio de actitud tan poderoso se debiera, solo, a que sin la máscara, su lady se había ido dejándole el control a la chica normal?

Si eso era así, ¿qué debía esperar a partir de ahora?

Había pocas posibilidades de que volvieran a encontrarse sin las máscaras, así que la lógica parecía decirle que todo volvería a la normalidad. Y conociendo como conocía a su compañera, no le costaba imaginársela actuando como si nada hubiese ocurrido.

Ese pensamiento amenazó con aplastar su buen ánimo.

—No, eso no puede ser, Plagg —se negó a creer—. Lo que pasó fue demasiado especial como para que no signifique nada.

—¿Estás seguro? —Inquirió el espíritu—. ¿O solo quieres seguir siendo feliz un poco más?

—Dices todo eso porque estás enfadado porque te he quitado tu queso, ¿verdad?

Plagg le retó con la mirada un par de segundos antes de bajar la cabeza.

—Es posible —admitió—. ¡¿Ves lo que el hambre hace conmigo?!

—¡Acabas de comer!

—¡Pues no ha sido suficiente!

Unos pasos en el pasillo interrumpieron la discusión. El Kwami salió disparado a esconderse en el interior de la chaqueta del chico y éste se volvió al instante hacia la puerta de su dormitorio.

Nathalie asomó la cabeza, con su familiar expresión neutra y repasó el espacio evaluándolo como si fuera la primera vez que lo veía.

—¡Buenos días!

—Buenos días, Adrien —Le respondió con una voz plana—. Tu padre quiere desayunar contigo hoy.

—¿Ah, sí?

—Te espera en la cocina —Le informó sin inmutarse y sin darle ninguna otra explicación—. No tardes.

Vaya… Que su padre quisiera verle a esas horas no podía traer nada bueno.

La mayoría del tiempo Gabriel Agreste lo pasaba encerrado en su estudio, demasiado ocupado como para prestar atención a su único hijo. Sin bien solía hacer un esfuerzo por compartir las cenas con Adrien, hacía ya mucho tiempo que el chico desayunaba y comía solo, bajo la fría mirada de Nathalie en el mejor de los casos.

Un cambio en estas rutinas quería decir que su padre tenía que decirle algo importante. En el pasado, fue lo bastante ingenuo como para esperar que su padre quisiera pasar un rato con él, proponerle algún plan o saber de él, sin más, pero ya no era así. Lo más seguro era que Gabriel quisiera informarle de algún cambio sustancial en su horario u ordenarle alguna otra tarea imprevista.

Sobre un taburete de metal y más tieso que el mástil de un barco, Gabriel le esperaba sentado a la isla de la cocina. Tenía una taza de algo humeante frente a él y su mirada severa estaba clavada en su Tablet, como era habitual. Adrien le dio los buenos días y cuando se cansó de esperar una respuesta que no llegó, ocupó su lugar en la isla, frente al plato con tostadas y el vaso con zumo que Nathalie debía haberle preparado. Empezó a comer en silencio y alerta, a pesar de lo cual dio un respingo cuando su padre habló sin bajar la Tablet de su cara.

—Adrien —Por alguna razón, su voz sonó como si proviniera del interior de una caverna y el chico se sintió como si hubiese hecho algo malo.

—¿Sí, padre?

—Quería hablar contigo de la semana de moda —Le indicó y por fin, apartó la Tablet para mirarle a él—. Como sabrás, empieza este fin de semana.

¿Cómo no iba a saberlo?

¡Era uno de los acontecimientos más importantes de París!

La nueva colección de su padre desfilaría el mismo sábado, sería uno de los primeros diseñadores en mostrar sus creaciones frente a los invitados y a la televisión que, por supuesto, retransmitiría el evento al mundo entero. Dentro de lo reservado que era Gabriel con sus prendas, sí que había habido un cierto trajín en la mansión, con personas de la marca yendo y viniendo en busca de la ropa, modelos que venían para que el hombre les probara los vestidos para los últimos arreglos y demás.

—¿Acudirás al desfile esta vez, padre?

—Por supuesto que no —declaró Gabriel sin un ápice de dudas en su postura—. Me he encargado de que todo esté preparado, mi presencia allí es del todo innecesaria —En teoría, así era. Su padre nunca acudía a sus desfiles y delegaba sus funciones en Nathalie, quien siempre respondía con diligencia y eficacia. Lo que preocupaba al chico era, más bien, la fama de rarito que se estaba ganando su padre en el mundo de la moda por esa obsesión que tenía por mantenerse oculto al público—. En cambio, tú sí deberás ir.

—¿Yo? ¿Quieres que vaya a ayudar a Nathalie?

—No, irás a desfilar.

A Adrien se le cayó la tostada de la mano.

—¿Desfilar? ¿Yo? ¿En la semana de la moda?

Su padre apenas cambió el rictus de su rostro. No parecía capaz de hacer una mayor reacción a las palabras de su hijo, ni a la confusión que asomaba entre sus preguntas.

—Tú eres la imagen de la marca Agreste, hijo, no sé por qué te sorprende.

Adrien había hecho muchas sesiones de fotos llevando la línea masculina de su padre, había acudido a eventos con sus trajes, dado entrevistas, incluso había protagonizado el anuncio de su nueva colonia, pero nunca le había hecho participar en un desfile como ése. La verdad, la idea no le hacía ninguna gracia. No le gustaba demasiado su trabajo como modelo fotográfico pero lo hacía para contentar a su exigente padre, por eso y porque tenía la sospecha, acertada sin duda, de que no le serviría de nada protestar por ello.

—Padre, no sé…

—¿No sabes qué?

—Es que no me apetece mucho la idea de…

—Creí que te haría ilusión —Le interrumpió el hombre, que había vuelto a coger la Tablet y, por tanto, su mirada estaba escondida de nuevo tras la pantalla—. No solo desfilarás con uno de mis trajes, sino también con ese bombín que diseñó tu amiga.

—¿Marinette? —preguntó él, alzando los hombros.

—Ésa —contestó su padre—. La que ganó el concurso de tu escuela.

—¡¿Ah, sí?!

—Será una gran oportunidad para ella, ¿no crees? —Gabriel esbozó una sutil sonrisa que apenas fue visible—. Querrás hacerlo bien, ¿no?

—¡Por supuesto!

Vaya, la idea de modelar en ese desfile seguía sin gustarle, pero una cosa era hacerlo por un capricho excéntrico de su padre y otra, muy distinta, hacerlo para ayudar a Marinette.

¡Esa sí que era una gran noticia!

—Cuento contigo, entonces.

Y Adrien respondió con gran entusiasmo, a pesar de que era evidente que su padre no le había hecho ninguna pregunta, sino que lo había afirmado sin más.

—¡Claro que sí! —No obstante, él volvía a estar demasiado ilusionado como para notar la diferencia—. ¡Será genial!

Desfilaría llevando el sombrero de Marinette durante la semana de la moda, todos los diseñadores y críticos de moda del país lo verían; su padre tenía razón, era una grandiosa oportunidad para ella y Adrien estaba encantado de poder ayudarla a conseguirlo.

¿Lo sabría ella ya? ¡Seguro que estaba muchísimo más emocionada que él!

Estaba deseando llegar al instituto y verla.

.

.

El sol acompañó al coche de Adrien durante todo el trayecto hasta el instituto y en eso él veía, dado su estado de emoción e ilusión, un buen presagio de cara al desfile y a las oportunidades de triunfo que ya le había adjudicado a su amiga en el mundo de la moda. Dado que no pudo sacarse esa idea de la cabeza desde el momento en que abandonó su casa, su fantasía había seguido creciendo y ya estaba imaginándose a Marinette como la gran estrella del desfile.

Su talento sería descubierto para el mundo entero y la reconocerían como una (la mejor, sin duda) de las promesas más prometedoras del mundillo. Y él aportaría su granito de arena a su éxito haciendo el mejor desfile posible con su bombín.

Marinette siempre era tan amable y generosa con él que Adrien estaba muy emocionado de poder, por una vez, ser él quien le prestara su ayuda. Tenía la oportunidad de corresponder todas las ocasiones en que ella le había ayudado y apoyado durante esos meses y estaba decidido a hacerlo lo mejor posible. Incluso si eso significaba tener que modelar delante de un montón de personas que no conocía y que le sacarían fotos sin parar.

¡No le importaba!

Ayudar a su amiga era mucho más importante.

Subió los peldaños de la escalinata rumbo a la entrada del edificio casi dando saltos, sujetando la correa de la mochila con una mano para que ésta no le golpeara la cadera. Se le aceleró la respiración y probablemente también el corazón, porque Plagg se removió en su bolsillo y lanzó un alarido que, por suerte, nadie más que él oyó.

—Chico, tienes que calmarte un poco —Le aconsejó.

—¡Es que estoy deseando darle la noticia a Marinette! —respondió sin apenas mover los labios, no solo porque le preocupaba que otros le vieran hablando solo, sino porque le resultaba imposible dejar de sonreír—. ¡Se pondrá tan contenta!

Plagg chasqueó la lengua.

—Primero la persigues en la pista de hielo, luego la invitas a patinar contigo, solo los dos…

—Eso fue un malentendido.

—¿Seguro? —Plagg se acomodó contra su pecho, lanzando un ronroneo insidioso—. No seré yo quien te diga que elijas entre dos quesos, si es que has encontrado dos que te gustan…

—¿Elegir el qué?

—Entre Marinette y Ladybug.

Adrien llegó ante la puerta meneando la cabeza.

—Marinette es solo una amiga —Le repitió, como tantas otras veces había hecho en el pasado—. Ladybug es el único amor de mi vida.

El pequeño espíritu guardó silencio, por lo que el chico interpretó que se había cansado de hablar y aprovechó para entrar en el instituto. El patio estaba lleno de gente porque aún faltaban unos minutos para que las clases comenzaran. Se estiró sobre sus pies para echar un vistazo, buscando a su amiga, y no tardó en hallarla, junto a la escalera que conducía al piso superior.

Su corazón dio un bote cuando empezó a caminar hacia ella.

Marinette estaba agachada en el suelo, retocando algo de una de las sandalias de Rose, cuando llegó junto a ellas. La rubia le sonrió nada más verle.

—¡Hola, Adrien!

—Hola, Rose —dijo él y mirando hacia abajo, añadió—. Buenos días, Marinette.

La susodicha se agitó, sorprendida, aunque no levantó la vista de lo que estaba haciendo. Tuvo que apoyar las rodillas en el suelo para mantener el equilibrio y después, en voz muy bajita, dijo:

—Hola.

—Se me ha roto una tira de la sandalia —Le explicó Rose—. Y Marinette se ha ofrecido a arreglármela.

. ¡Ha sido muy amable!

—Oh, sí —coincidió el chico—. Siempre es muy amable.

—Ya casi está —anunció Marinette. Un par de segundos después, alzó la mirada hacia Rose, con una sonrisita—. Prueba a caminar, a ver qué tal.

Su amiga dio unos cuantos pasos, apoyando el pie con fuerza y moviendo el tobillo en distintos ángulos, pero el arreglo aguantó. La pequeña dio un saltito emocionada, admirando sus queridas sandalias rosas.

—¡Está fantástico! ¡Muchas gracias! —Exclamó contenta—. Me has salvado de pasarme el día cojeando.

—De nada.

Adrien sonrió, enternecido. ¡Marinette era tan buena con todo el mundo! Era una de las razones por las que se merecía la gran oportunidad que su padre le había concedido, y que todo le saliera muy bien.

Rose se marchó de allí trotando, repleta de energía, mientras que Marinette permaneció en el suelo recogiendo los utensilios de su pequeño costurero de mano que había estado usando. En cuanto terminó, Adrien se acercó y le tendió su mano para ayudarla a levantarse. La chica, por fin le miró, pero no respondió a la sincera sonrisa de él, sino que, para su sorpresa, rehuyó su mirada y se puso en pie por sí misma, apretando su mochila contra su pecho.

Adrien retrocedió un paso, extrañado.

—¿Estás bien, Marinette? —Ella asintió—. Quería hablar contigo de algo.

—¿De qué? —preguntó ella, observándole de reojo.

—Del desfile del sábado. Mi padre me ha dicho que llevaré tu sombrero en la semana de la moda.

La joven parpadeó, confundida y desvió la mirada al tiempo que se rozaba el cabello de una de sus coletas. Tragó saliva y asintió con la cabeza.

—Ah, eso.

—Estoy muy contento por ti —Le insistió—. ¡Todo el mundo va a ver el talento que tienes!

Marinette se encogió de hombros.

—Estoy muy agradecida a tu padre por la oportunidad —Le dijo, todavía con los ojos bajos—. Aunque no hace falta que digas esas cosas.

—¿A qué te refieres?

—A decir que tengo talento.

—Pero, yo realmente lo creo.

Marinette no reaccionó como solía hacerlo en esas situaciones. Ella era una chica tan humilde que siempre que Adrien la elogiaba por alguna razón se ruborizada y le daba las gracias entre adorables balbuceos, pero esta vez, permaneció con la mirada baja, apretando las correas de la mochila. Fue ahí cuando él se dio cuenta de que algo no andaba bien.

—Lo que tú digas —murmuró al final y acto seguido, se cuadró y le señaló la escalera—. Alya me está esperando en clase.

—Ah…

La chica pasó por su lado, sin dirigirle una mirada y se marchó sin esperar más. Casi como si huyera de su compañía pero, ¿por qué haría algo así? No le había mirado a los ojos ni una vez y su voz había sonado tan extraña, tan diferente a su tono alegre de siempre.

Algo helado atravesó el estómago de Adrien y se hundió más y más en sus entrañas cuando se giró para mirarla y la vio subir los peldaños cabizbaja y con los hombros hundidos.

¿Qué le ocurre?

No parecía en absoluto emocionada por lo del desfile. ¿Estaría nerviosa por la responsabilidad que era? No, ella parecía estar bien cuando él llegó a su lado, la había visto con esa sonrisilla resolutiva suya arreglando la sandalia de Rose, sin embargo, cuando le dijo hola su voz ya había cambiado.

¿Es por mí? Se preguntó, mirándose la mano. Marinette la había rechazado, cosa que nunca había hecho antes.

—¿Qué he hecho? —se le escapó, encorvando los hombros.

—¿No te acuerdas? —Le susurró Plagg desde su escondite—. Ya te dije ayer que habías metido la pata.

De repente, recordó la escena que Marinette y él habían protagonizado el día anterior en el aula, cuando hablaron del malentendido de la pista de hielo. Pero, ¿qué tenía de particular? Él solo había intentado aclarar las cosas para que su amiga no se sintiera incómoda.

¡Ahora se acordaba de que Plagg le había insinuado esa tontería de que, sin querer, podía haber rechazado una invitación sincera de la chica para patinar solos!

Con el susto de la repentina enfermedad del Kwami, la visita al maestro y su romántico encuentro con Ladybug, Adrien se había olvidado por completo de todo eso.

—Te equivocas, Plagg —insistió el chico—. Seguro que a Marinette le ha pasado alguna otra cosa.

—Que le rompiste el corazón.

—¡Que no! —Adrien cuadró los hombros y se dispuso a subir también a la clase, al tiempo que siseaba palabras en dirección a su bolsillo—. Marinette no siente nada de eso por mí.

—¡Ahora seguro que no!

—¡Ni ahora ni antes!

¡Era imposible!

Y él lo sabía muy bien. ¡Solo eran amigos! En el caso de que Marinette se hubiera enamorado de él, ¿no se lo habría dicho a las claras alguna vez? Ella era una chica muy sincera y que no tenía problemas para expresar sus sentimientos.

Además, le había ayudado en su "cita" con Kagami… ¿Habría hecho algo así si él le gustara de ese modo?

Y llevó a Luka a la pista de hielo.

No había pensado mucho en lo que podía significar eso dos días atrás pero, tal vez, podía entenderse como que Marinette sentía algo por el músico y aquello había sido una especie de cita doble.

Entonces… ¿A Marinette le gusta Luka?

Como fuera, de lo que estaba del todo seguro era de que la chica nunca había estado enamorada de él, por tanto, era imposible que Adrien pudiera romperle el corazón.

Eran amigos, siempre habían sido solo amigos y por eso, entre ellos todo estaba bien. El extraño comportamiento de la chica debía ser por alguna otra razón.

Y por más que quiso convencerse de ello, cuando Adrien llegó a la puerta de clase y saludó a sus amigos con la mano, Alya y Nino le respondieron al instante, mientras que Marinette volvió la cabeza hacia una de las ventanas como si no le hubiera visto.

Plagg soltó una malvada risita desde el interior de la camisa.

Pero, no puede ser se insistió a sí mismo. No podía ser que una de sus mejores amigas se hubiera enfadado con él de ese modo, ¿verdad?

Adrien puso mala cara cuando se sentó en su asiento. Los pelillos de la nuca se le pusieron de punta porque no se atrevió a volver la cabeza hacia la chica, de repente, le asustaba encontrarse con una mueca de desagrado dirigida hacia él que terminara de confirmarle esa idea.

Marinette nunca se había enfadado con él antes, no después de que hicieran las paces por el malentendido que hubo con un chicle y por culpa de Chloe cuando se conocieron. Pero, ¿y si era verdad? ¿Y si Marinette había sentido algo por él y, sin querer, la había hecho sentir rechazada? Una sensación angustiosa se adueñó de su estómago al pensar que algo así hubiese ocurrido.

Si es así, lo resolveré intentó animarse. El desfile del sábado será un éxito, lo haré lo mejor posible llevando su sombrero y le demostraré así lo importante que es para mí.

Eso debería haberle tranquilizado, pero no fue así. A cada minuto que pasaba y sentía el silencio que provenía de su espalda, Adrien se sintió peor. Un temor pegajoso que comenzó a deslizarse por su organismo, de arriba abajo y que, sin que se diera cuenta, borró de él todo recuerdo romántico de su lady.

La simple perspectiva de que Marinette estuviera molesta con él dos días enteros ya le hacía desesperar, pero debía ser paciente y no estropear más las cosas con ella actuando sin pensar.

Respiró hondo justo cuando la primera profesora del día entraba por la puerta. Al menos podría mantenerse distraído las próximas horas.

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