Disclamer: Como siempre y bien sabéis todos, ni los personajes, ni los lugares, ni parte de la trama me pertenecen. Este fic fue escrito sin ánimo de lucro, solo para pasar un buen rato.
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Nota de la Autora: Aunque nos pille ya muy lejos, este fanfic nos transporta a los felices tiempos de la S2 de Miraculous, en concreto se desarrolla después del capítulo 17 Gélido y contendrá referencias a capítulos posteriores de esa misma temporada. Siempre os podéis pasar por esos capítulos y darles una re visionada ^^ ¡Esa temporada era de las mejores!
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GLACIAL
Segunda Parte: En Mil Pedazos
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5.
La temperatura era perfecta aquella noche tan triste.
El clima empezaba a suavizarse con el avance de los meses, como solía ocurrir en Paris cuando la primavera comenzaba a florecer. En los balcones de las casas, los geranios y las margaritas de colores habían abierto sus pétalos en las macetas y se balanceaban al son de una brisa que no era ni fría ni caliente. Era refrescante, quizás, en medio de un suave bochorno que endulzaba la piel.
El sol se había escondido pero su rastro seguía en la roca de los edificios, sobre el metal negro de la fina barandilla que cercaba el balcón de Marinette. A ella le encantaba que llegara esa época para poder salir a observar las estrellas tras el anochecer sin pasar frío, antaño le había parecido un gesto muy romántico, quizás porque mientras contemplaba el resplandor de los astros ella pensaba en Adrien. Evocaba su rostro en el cielo y se perdía en sus ensoñaciones favoritas; eso era cuando aún albergaba alguna esperanza.
Esa noche había salido al exterior en busca de ese consuelo, aunque el dolor que le oprimía el pecho ya la estaba avisando de que no sería tan fácil. Ese escenario tan querido en otros tiempos ahora le resultaba deprimente y a pesar de todo, no dejaba de resultarle extraña la influencia que el chico tenía sobre todas las cosas que conformaban su mundo; por ejemplo, Adrien nunca había estado en su balcón, no tenía ningún recuerdo de él allí y sin embargo, Marinette notaba su ausencia dolorosa en cada rincón del lugar. Si se quedaba muy callada, incluso, le parecía oír el eco de su voz en el rumor del viento agitando la ristra de bombillas de colores que tenía detrás, colgadas en el muro, cada vez que éstas golpeaban la piedra.
Era apenas un chasquido quedo, a veces tan inaudible como el latido extraviado de un corazón. Pero en sus oídos, la voz del chico se reproducía para ella, hiriéndola en lo más hondo. Y la hería porque Marinette ya no escuchaba la palabra tontería en cada susurro del ambiente que la rodeaba, el recuerdo de esa palabra la enfurecía y la avergonzaba y eso era una cosa, muy distinta, a la pena insuperable que ahora la torturaba al recordar las palabras amables que el chico le había dirigido en la escuela el día anterior.
Sus palabras dulces, sus halagos, sus ánimos, todo se había vuelto demasiado doloroso porque ya no se lo creía. Las dudas lo habían transformado en armas afiladas que se clavaban en ella hasta hacerla sangrar; por más que intentaba pensar con cierta racionalidad en lo que había ocurrido, su mente, retorcida por el rechazo, no cesaba de repetirle que Adrien mentía, que no veía nada bueno en ella, que solo le decía esas cosas por compromiso o por ser amable. Su pensamiento repetitivo, intrusivo, hasta provocarle un absurdo dolor de cabeza, había ido tan lejos que incluso dudaba de que el chico fuera sincero en su amistad.
Si la idea de que salieran juntos le parecía una tontería, es que no había nada en ella que le gustara, así que, ¿por qué querría ser su amigo? Ahora todo le parecía una mentira, un engaño. Puede que Adrien solo hubiese estado fingiendo simpatía hacia ella porque, al fin y al cabo, él era el mejor amigo de Nino y ella, la de Alya.
¿Cuántas veces le habría impuesto su compañía a causa de este hecho?
Y mientras tanto ella seguía soñando con él, con su posible amor, su futuro de niños y hámsteres… ¡Solo con recordarlo se moría de la vergüenza! Y era esa vergüenza insoportable lo que hacía que a ratos se sintiera furiosa y no quisiera volver a dirigirle la palabra a Adrien, y a ratos, la pena la consumiera, la aplastara contra el suelo de un modo inconsolable, casi como si el chico hubiese muerto y esa fuera la verdadera razón por la que no volverían a verse nunca.
¡Era tan confuso, tan deprimente!
Marinette pensaba que si, por lo menos, tuviera claro uno de esos dos sentimientos, podría centrarse en él y superarlo del modo en que fuera, pero esa ambigüedad terrible, ese ir y venir entre la pena y la ofuscación no la dejaban salir de ese estado paralizante. Así era como se sentía: atrapada. Y fuera como fuera, todo lo que sentía era dolor, angustia, tristeza, soledad…
Se parapetó en su tumbona favorita, bajo las estrellas, con una ligera manta a la altura del regazo y trató de calmarse. Ese aire primaveral tan refrescante templó sus nervios al acariciar sus mejillas húmedas por las lágrimas, se llevó el calor sofocante del llanto y por espacio de unos pocos minutos, Marinette pudo centrarse en la melodía urbana y familiar de la calle donde estaba su casa. Los coches circulaban y el rugido de sus motores casi silenciaban los pasos de la gente que cruzaba la calzada rumbo a Notre Dame, entre el cándido cantar de los grillos en las inmediaciones del Sena. Ya no salían voces de las ventanas cercanas de otras cosas debido a la hora, las luces se habían apagado, Paris quería irse a dormir pero los efluvios de la ciudad aún flotaban en lo alto del balcón mezclados con el aroma casi extinto de las palomitas que se había preparado tras la cena.
A veces, llenar el estómago aliviaba un poco las penas.
Marinette metió la mano en el bol que todavía tenía sobre el regazo pero solo quedaban los granos de maíz que no habían llegado a convertirse en palomita. De todos modos, agarró uno con la punta de los dedos y lo mordió, distraía, mientras respiraba hondo y la sal le hacía cosquillas en el paladar.
De vez en cuando, volvía a notar la humedad de las lágrimas nacer en sus ojos, empapar sus pestañar y desbordarse hacía su nariz. Tenía la sensación de no estar pensando en nada pero no podía dejar de llorar.
En especial cuando sus ojos se movían, sin querer, hacia el bombín negro que había dejado sobre la mesita de madera que tenía al lado. El bombín que ella había diseñado para Adrien con todo su patético amor y el que chico llevaría en el desfile al día siguiente. Marinette había luchado contra sus sentimientos durante toda la tarde mientras se aseguraba de que el sombrero estuviera perfecto, incluso se había tomado la molestia de sustituir la pluma de pichón por una sintética para que el modelo pudiera llevarlo sin que su alergia le molestara.
Por supuesto, no lo había hecho solo por él, sino porque quería que el desfile fuera un éxito y causar la mejor impresión posible a los críticos. Gabriel Agreste le estaba concediendo una gran oportunidad al seleccionar su diseño y exponerlo en la semana de la moda y ella respondería del modo más profesional que fuera capaz.
Aunque solo con pensar que tendría que ir, ella misma, a llevarle el sombrero a Adrien antes del desfile le temblaban las piernas, y no en el buen sentido. Tratar con él en clase ya había sido un suplicio.
Un nuevo sollozo agitó su cuerpo y Marinette soltó el bol vacío en el suelo, al tiempo que se acurrucaba en la tumbona de lado, como ocultándose del mundo, pues una nueva ráfaga de dolor la azotó con saña.
Adrien, pensó desconsolada. No me quiere. Apretó los párpados con el pecho ardiente de dolor, palpitante como una bomba a punto de estallar y arrasar todo. Ni siquiera le gusto… Se rodeó a sí misma con sus brazos y hundió el rostro en la tela áspera de la tumbona, algunos mechones de su pelo suelto se pegaron a sus mejillas mojadas. ¿Cómo pudo burlarse a sí de mí?
¿Cómo pudo ser tan cruel?
No, Adrien no era cruel. Ella le conocía, sabía que era un buen chico, noble y considerado. Lo sabía. Una parte de ella la insistía en que todo había sido un malentendido porque su amigo no habría querido dañarla de ese modo. Pero Marinette se seguía repitiendo esas cosas terribles porque eso avivaba su enfado y eso, a su vez, ensuciaba la imagen perfecta que tenía de él.
Y ella quería ensuciarla tanto que dejara de gustarle. Se le ocurrió que, tal vez, esa sería la única manera en que podría sacarse al chico de la cabeza y así, dejar de sufrir por él.
El problema era que, incluso imbuida en ese dolor, a Marinette le costaba pensar mal de Adrien y mantener su enfado contra él vivo y fuerte.
Alargó la mano hacia la mesita, sin mirar, buscando el paquete de pañuelos de papel. Palpó la madera con la punta de los dedos pero no lo encontró, por lo que gruñó molesta y, de mala gana, tuvo que incorporarse, con la manta cada vez más enredada alrededor de sus piernas. El aire le golpeó la cara y su cabello suelto se agitó por el impulso violento con que activó su cuerpo de repente.
Miró y no encontró la caja de pañuelos.
¿Dónde…?
—¿Necesitas uno, Marinette?
La voz le cortó la respiración. Incapaz de controlar sus movimientos, por la sorpresa más que nada, la chica giró su rostro húmedo, enrojecido y surcado por el dolor hacia delante para encontrarse, cara a cara, con Chat Noir.
El corazón se le paró durante un largo segundo.
Parecía una aparición fantasmal o una fantasía de su mente. El héroe estaba allí, como salido de la nada, sentado a los pies de su tumbona en una postura gatuna; con las piernas encogidas y la espalda algo encorvada. De no ser porque le tendía la caja de pañuelos con una de sus manos enguantadas, cosa que ningún gato real habría podido hacer, le habría parecido uno.
—¿Qué? —musitó ella, descolocada.
El chico movió la caja, hacia ella, en silencio y Marinette parpadeó con pesadez para mirarla. Le costó entender lo que ese gesto significaba.
—¿Por qué estás llorando? —Le preguntó y aunque su voz sonó preocupada, cuando volvió a mirarle, en su rostro había una pequeña sonrisa—. Si hace una noche miaurrrravillosa.
Marinette separó los labios pero no consiguió hablar. Una bocanada de aire entró directa a su garganta y la secó. Ese mismo aire dejó rastros ardientes en su cara, como surcos agrietados, donde, a buen seguro, aún brillaban sus lágrimas. También en los orificios de su nariz y al pensar en que, muy probablemente, la humedad ahí se debiera a otro motivo, sus pómulos se encendieron de golpe y en un arrebato de renovada vergüenza, la chica se estiró desde el respaldo de la tumbona, le arrancó un pañuelo a la caja y se restregó la nariz con demasiada fuerza.
Ocultó el rostro de vuelta en la tela, presa de los nervios.
—¡No me mires! —Le chilló al héroe. No había vuelto a encontrarse con Chat Noir desde que estuvieron juntos en la casa del maestro Fu… ¡¿Y tenía que verla en ese estado lamentable?! Su pelo, su cara, su nariz moqueando… ¡¿Por qué?!—. ¡Qué vergüenza!
—¿Vergüenza por qué? —Le oyó preguntar a su espalda—. ¡Quién te haya hecho llorar así es quien debería avergonzarse!
—¡No deberías estar aquí, Chat Noir!
—Lo sé —La tumbona se movió y ella supo que Chat Noir se estaba acercando. Ya no estaba sentado en el otro extremo de ésta, sino a pocos centímetros de su cuerpo acurrucado en el borde y eso solo la puso más nerviosa—. Estaba dando una vuelta por ahí cuando te vi por casualidad.
. Y me pareció que llorabas.
—¡Vete de aquí! —Le ordenó.
¡No podía tratar con él en ese estado! Era demasiado pronto y ella estaba tan alterada que era capaz de decir cualquier tontería. El asunto de Adrien la había tenido tan distraída que no había tenido ocasión de asimilar lo que había ocurrido entre ellos hacía dos días. En parte, consideraba una suerte que ningún akuma los hubiese obligado a verse las caras bajo las máscaras porque no sabía cómo reaccionaría.
Y ahora, de repente, el gatito aparecía en su balcón, mientras ella lloraba de un modo humillante. ¡Y era ella misma, Marinette, y no Ladybug! Así que debía disimular e ir con cuidado con lo que le dijera.
—Por favor, Chat Noir, márchate —Le pidió de nuevo, abriendo los ojos y mirando de reojo tras ella—. Quiero estar sola.
Captó un movimiento repentino, pero solo eran las flores de sus macetas que seguían bailando al son del viento nocturno. Su compañero seguía sentado a su lado, inmóvil, y permaneció así, sin decir nada, hasta pasado un rato. Se oyó el crujido de los muelles de la tumbona cuando por fin éste se movió, pero no para levantarse. Su mano enguantada se posó con delicadeza en el hombro de la chica.
—Marinette —la llamó en voz baja, provocándole un escalofrío que recorrió su espalda y su nuca—. No puedo irme y dejarte en este estado.
—¿Por qué no?
—Porque somos amigos, ¿verdad?
La chica apretó los dientes, escondiendo aún más su rostro de él.
—Eso no es verdad —replicó.
Chat Noir y Ladybug eran amigos y compañeros de batalla, pero Marinette y él… No. Ellos no eran nada. No entendía porque Chat había pasado justo por delante de su casa esa noche, ¿Acaso lo hacía a menudo? ¿Lo tenía por costumbre? Si era así, ¿por qué razón? No tenía ningún sentido, como tampoco lo tenía que se hubiera detenido al verla llorar y estuviera allí, fingiendo preocupación, como Adrien había estado fingiendo su amistad todo ese tiempo.
Todos fingen, se dijo, derrotada. Marinette no le importa a nadie.
—¡Claro que somos amigos! —Le respondió Chat Noir alzando su tono de voz desenfadado. Su mano le dio un suave apretón en el hombro y después, se deslizó por su espalda, dibujando círculos amplios y más pequeños después, sobre la camiseta del pijama y sobre su pelo—. ¡Si incluso nos enfrentamos juntos a Ilustrator!
Marinette puso los ojos en blanco.
—Solo porque Ladybug no estaba disponible…
—¿Y Befana? ¿Y qué me dices del Heladiador?
—Tú me salvaste de todos ellos, yo no hice nada —contestó ella tras resoplar.
—¡Vamos! —Insistió él, aunque justo después calló como si se hubiera quedado sin argumentos. Al poco, Marinette sintió sus dedos jugando con su pelo—. No me gusta nada verte así, princesa.
Princesa…
Casi lo había olvidado, ese mote tan cursi. Chat Noir la había llamado así en un par de ocasiones en que habían coincidido, a ella, Marinette, no a Ladybug. Nunca supo por qué y tampoco le dio mucha importancia, pues conocía de sobra el carácter coqueto de su amigo y supuso, sin que eso la preocupara lo más mínimo, que usaría ese tipo de palabras para endulzar los oídos de cuanta chica se encontrara.
No se sintió especial la primera vez que lo oyó, más bien le resultó cansino que, incluso bajo su identidad civil, el gatito la molestara con sobrenombres tontos. ¿No tenía suficiente con eso de bichito? Al final, la heroína había aprendido a apreciar ese mote porque, con el tiempo, se había convencido de que no era una fanfarronada para burlarse de ella sino un signo de sincera intimidad entre ellos. Sin ir más lejos, dos días atrás, en casa del maestro, cuando Chat la llamó así la hizo sentir reconfortada, menos sola.
Eso no quería decir que princesa estuviera al mismo nivel, puesto que su relación no era la misma, pero Marinette se sentía tan mal en esos momentos, que quiso creer con todas sus fuerzas que Chat Noir estaba dispuesto a ofrecerle a ella el mismo cariño y compasión que le dispensaba a su otro yo.
Muy despacio, se incorporó, girándose hacia él, todavía con el pañuelo apretado en el puño y un ligero temblor que le hacía contraer los rasgos de su cara. Chat Noir la recibió con la misma sonrisa pero ella pudo ver su reflejo en sus pupilas verdes y quedó horrorizada.
—Estoy feísima…
El héroe sacudió la cabeza.
—¡Claro que no! —Negó a toda prisa—. Estás un poco roja, un poco despeinada y un poco… —A medida que hablaba, sus ojos se movían por el rostro de la joven, con la misma naturalidad y simpatía de siempre. Acercó una mano y con gran cuidado, despegó los mechones de cabello oscuro, liberando la piel—; triste.
Marinette enmudeció sin poder apartar sus ojos enrojecidos de él. La delicadeza con que la tocó fue tan tierna que la abrumó un sentimiento tan intenso que, sin serlo, le recordó a la congoja y volvieron las ganas de llorar.
Otra vez, ese chico aparecía para consolarla, para hacerla sentir mejor cuando menos se lo merecía. Y de nuevo, Marinette estaba tan ahogada por la pena que no tuvo fuerzas para rechazar sus atenciones y contenerse sola. Recordaba lo bien que se había sentido dos días atrás en sus brazos y solo quiso volver a ellos.
—Chat Noir… ¿Me das un abrazo?
El chico parpadeó, sorprendido.
—Solo si admites que sí somos amigos, princesa.
Marinette sintió un tirón en la comisura de sus labios, a punto de sonreír, pero lo que hizo fue asentir con la cabeza justo antes de lanzarse sobre él. Le atrapó el cuello entre sus brazos en el momento exacto en que él abría los suyos para ella. Chat soltó una risita ante la impetuosidad de su gesto pero no dijo nada, de modo que ella cerró los ojos y apretó los labios para contener un nuevo gemido, mientras temblaba contra el torso del héroe. De pronto era como si su cuerpo estuviera congelado y solo el calor de Chat Noir pudiera reanimarla, se acurrucó más sobre su pecho sin pensar en que a él podía parecerle extraño esa reacción, pero es que solo quería sentirle cerca.
Su compañero del alma.
¿Cómo podía haber pensado que Chat Noir fingía preocuparse por ella?
No, él era el chico más sincero, con respecto a sus sentimientos, que podía existir. ¡Jamás la engañaría con algo así! Si se mostraba contrariado por ella, por su pena, seguro que era verdad. Su abrazo era sincero, tenía que serlo. De algún modo que ella no comprendía, estuvo segura de que Chat Noir sentía un afecto real y genuino por Marinette, que quizás no se comparaba al amor que sentía por la heroína, pero para ella era suficiente con eso.
Su corazón empezó a apaciguarse cuando Chat Noir posó una mano en su pelo y acercó la barbilla a su cabeza. Escuchó su voz susurrando una melodía en su oído que la ayudó a calmarse y Marinette experimentó algo tierno y cálido que curaba su alma, que la envolvía y alejaba de ella los malos sentimientos, algo que despertaba en ella las viejas mariposas de su estómago.
Y era tan agradable que cuando el abrazo terminó, no pudo reprimir una sonrisa.
Chat Noir se quedó mirándola, con los ojillos un poco más abiertos de lo normal y al hablar, dio la impresión de que las palabras se le escapaban.
—Estás preciosa… —La chica dio un respingo y casi al mismo tiempo, él dio otro, todavía mayor—. ¡Tu sonrisa! —Aclaró y las manos se le agarrotaron sobre sus piernas—. ¡No tú! —Dio otro salto sobre la tumbona y su rostro se acaloró—. ¡O sea… tú también eres preciosa! ¡Claro! ¡Pero yo me refería a…! —Tragó saliva, desviando la mirada y se frotó la nuca con las garras—. Vaya, nunca te había visto con el pelo suelto.
—¡Oh! —Marinette se tocó el cabello, reparando en que no llevaba sus habituales coletas—. Ya…
—Te queda bien así.
La sonrisa de la chica se hizo mayor, nerviosa y empezó a pestañear sin control por culpa de un hormigueo que se apoderó de sus manos.
—Gracias, Chat Noir —Alzó los ojos con cierta valentía y se movió por el borde de la hamaca para acercarse un poco más a él—. Tú siempre me animas.
—¿Ah, sí? —Lo preguntó con verdadera incredulidad y ella pensó que resultaba más encantador que nunca.
Se acercó un poquito más a él.
—Sí.
Se miraron unos segundos, con una intensidad que pocas veces habían sentido antes, por lo que les resultó extraña, aunque atrayente, no tardaron en desviar la mirada a la vez, cada uno a un lado y casi suspiraron a un mismo tiempo.
El airecillo les alivió el calor que surcaba sus rostros, las flores seguían danzando, al igual que la ropa olvidada en los tendederos de las casas vecinas. Creaba un efecto curioso observar ese movimiento silencioso a su alrededor, era un poco mágico. Marinette achacó a eso lo rápido que empezó a encontrarse mejor, el modo inaudito en que su corazón volvió a inflarse ilusionado cuando sus ojos se posaban en el héroe y no dudó de que éste también parecía un poco aturdido.
Los ojos de Chat se movían de arriba abajo, como buscando algo que le indicara que decir y, de pronto, recayeron sobre el bombín que seguía en la mesita. El chico alargó las manos y lo tomó.
—¡Vaya! ¡Qué sombrero más genial! —Lo admiró—. ¿Es tuyo?
—Bueno… yo lo diseñé.
—¿En serio? —insistió él, parpadeando sin parar—. ¡Pero si es fantástico!
—Tampoco es para tanto.
—¡Por supuesto que sí! ¡Tienes mucho talento, princesa!
Marinette sintió un bote en su corazón, las mariposas aleteaban con todas sus fuerzas.
—G-gracias, Chat Noir —Tartamudeó un poco sin querer—. De hecho, Gabriel Agreste lo ha escogido para uno de sus desfiles durante la semana de la moda en Paris.
Chat Noir reaccionó a la noticia poniéndose en pie con una gran sonrisa.
—¡No me digas! —Observó el bombín con una mayor expresión de asombro y reverencia—. ¡Pero eso es magnífico! ¡Todo el mundo verá tu diseño! —Marinette apretó los labios y asintió—. ¿No estás emocionada?
—Lo estoy —respondió ella, cogiendo el bombín cuando él se lo devolvió. Lo sostuvo entre sus manos y lo revisó, una vez más, desde todos los ángulos posibles para después resoplar—. Pero, también estoy asustada.
—¿Asustada? ¿Por qué?
—Porque es una gran responsabilidad —Le confesó y no pudo evitar hacer una mueca de terror mientras posaba los pies en el suelo para sentarse recta—. Mi bombín desfilará junto a las prendas de grandes diseñadores de la moda, diseñadores consagrados… ¡Ni en un millón de años podría estar a su altura!
. Cuando la gente vea el sombrero pensará: ¿Qué hace esa cosa desfilando junto a los vestidos de Gabriel Agreste, Dior o Versace?
—Yo pensaba que estos eventos también servían para que las nuevas promesas de la moda se dieran a conocer…
—¡Yo no soy una nueva promesa! —exclamó Marinette, cediendo por primera vez al pánico que, en verdad, la atenazaba por dentro—. Solo soy una niña que ha hecho un sombrero.
—Si fuera solo eso, Agreste no lo habría escogido para que desfilara con sus prendas, ¿no crees?
Marinette apartó las manos que se había llevado a los ojos y notó que el héroe volvía a estar sentado a su lado. Sus codos se rozaron un instante y eso fue bastante para que notara un estremecimiento en su estómago.
—Supongo —murmuró, pero al instante, volvió a agobiarse—. La verdad es que no es solo por Gabriel Agreste.
. Me he enterado de que Audrey Bourgeois también estará allí.
—¿Audrey Bourgeois? ¿La mujer del alcalde?
—También es la directora de "Reina del Estilo", la revista de moda más importante del mundo —Le comentó—. Ella vive en Nueva York, pero estará aquí mañana para ver el desfile y escribir una serie de artículos para la revista.
—¿Y qué?
—¡¿Y qué?! —Marinette alzó la voz de golpe—. ¿Qué pasa si ve mi sombrero, le parece un horror y lo escribe en su revista? —Sin darle tiempo al chico para responder, añadió—. ¡Todo el mundo lo leerá! ¡Y nadie querrá jamás darme una oportunidad como diseñadora! ¡Nunca cumpliré mi sueño y todo será un desastre!
Chat Noir la contempló atónito unos segundos, pero poco a poco, le ofreció una sonrisa tranquilizadora al tiempo que le daba un suave toquecito en el codo.
—O, quizás, podría ser que a Audrey le encante tu bombín —sugirió él. Cogió el sombrero y con gracia, se lo colocó a la chica en la cabeza—. Y que escriba en su revista que eres la diseñadora más talentosa de la década, todo el mundo conocerá tu nombre y te lloverán las ofertas, por todo el mundo, para comenzar tu carrera en la moda.
Marinette ruborizaba, meneó la cabeza.
—Eso es muy poco probable, Chat.
—Es igual de probable que la otra opción, princesa.
Lo cierto era que, a falta de unas cuantas horas del desfile, el chico tenía razón y ambas opciones tenían las mismas probabilidades de cumplirse. Audrey Bourgeois tenía fama de ser implacable a la hora de hacer sus críticas pero si a ella le gustaba lo que hacías, era casi seguro que triunfarías en la pasarela.
En cualquier caso, no había tiempo para más modificaciones, ni tenía ella la cabeza lo suficiente lúcida como para mejorar el diseño. A Gabriel Agreste le había gustado tal y como estaba, así que, tal vez, lo único que le quedaba por hacer era confiar un poco más en sí misma y esperar.
Fuera lo que fuera, al día siguiente saldrían de dudas.
—¿Y ya sabes… quién llevará tu bombín?
Marinette regresó de su mundo de pensamientos ante la pregunta. Achicó los ojos, quitándose el sombrero y volvió a observarlo.
—Adrien —respondió—. El hijo de Gabriel Agreste.
Su tono de voz sufrió un cambio notable y por supuesto, el héroe reparó en él, puesto que frunció el ceño.
—No parece que te haga mucha ilusión que tu amigo lleve el bombín…
—No es eso, es que… ¿Y tú como sabes que somos amigos?
Chat Noir dibujó una sonrisa nerviosa.
—Tú me lo dijiste, ¿recuerdas? Cuando te salvé de Gamer me pediste que ayudara a tu amigo.
El recuerdo, un tanto borroso, de aquel día y, en concreto, de su interacción con Chat Noir antes de transformarse volvió a ella, y aunque no estaba del todo segura de lo que dijo, sí le pareció recordar que había mencionado a Adrien después del ataque en el parque.
—Sí, Adrien y yo somos amigos —asintió, aunque sin darse cuenta, se cruzó de brazos con cierta tensión—. Y estoy segura de que lo hará muy bien en el desfile.
No obstante, el chico siguió mirándola, con mayor intriga si cabe.
—¿Entonces?
—Todo está bien —respondió ella, encogiéndose de hombros e intentando disimular.
No le apetecía demasiado hablar de su humillante fracaso amoroso delante de Chat Noir, aunque suponía que él, justo él, podría comprenderla mejor que nadie y, tal vez, decirle algo que la haría sentir mejor. Pero, ¿para qué? No, de ningún modo, eso iría en contra de su intención de conservar el enfado y la pena que borrarían al modelo de su corazón.
Por otro lado, ya le había hablado del asunto como Ladybug, y aunque no le diera nombres ni detalles, no podía arriesgarse a que Chat sospechara, ni por un instante, que ella era la heroína.
Por desgracia, el susodicho la siguió mirando fijamente, como si pudiera intuir que no estaba siendo del todo sincera y, de hecho, quisiera indagar en el asunto. Marinette atribuyó tanto interés a esa preocupación que su compañero sentía hacia ella y la llenó de un hermoso sentimiento. Sin poder contenerse, apoyó la cabeza en su hombro y suspiró, dejando ir una sonrisa más relajada.
—Todo está bien, gatito.
El chico se mantuvo en silencio, dándose por vencido. Notó como el cuerpo de éste se inflaba y después se desinflaba en una honda respiración, pero no le dio mucha importancia. Se sentía tan bien de repente. En ese lugar, con Chat Noir a su lado, era como si nada pudiera ocurrir ni en ese instante, ni nunca. Le habría gustado quedarse así mucho tiempo más, sin decir nada, solo notando su cercanía amorosa.
En un momento dado, creyó sentir los labios del chico presionando su pelo y su cuerpo se agitó. Después, su voz llegó flotando hasta sus oídos.
—Estoy seguro de que triunfarás mañana, Marinette —Ella soltó una risita—. ¿Ya estás mejor?
Alzó la mirada hacia él.
—Sí —Y de seguido, enfatizó—. Gracias a ti.
Era difícil de decir estando como estaban a contraluz, con las sombras de la noche sobre ellos y el antifaz, negro también, cubriéndole la mitad del rostro, pero Marinette creyó ver como una porción de piel del chico se encendía.
—No sé si me merezco…
Hizo una mueca, perdido.
—¿Si mereces mi agradecimiento?
—Bueno…
Parecía que hubiese algo que quería decir y no era capaz, cosa que era del todo impropia en el héroe, al que nunca se le acababa la labia. De cualquier modo, Marinette estaba tan hechizada por el momento romántico que no le importó, le pareció una actitud adorable y no pudo contenerse antes de darle un beso en la mejilla. El chico se agitó, perplejo, como si su cuerpo hubiese convulsionado, pero no dejó de mirarla. La intensa ternura que adornaba sus pupilas creció con un brillo inesperado.
—Marinette…
—Chat Noir…
El sonido del tañido de una campana milenaria resonó en las entrañas de la noche y llegó hasta ellos. Un único tañido, poderoso, que hizo que ambos volvieran la cabeza hacia la imagen borrosa de la catedral.
—¿Ya es la una de la madrugada? —preguntó Chat, confuso—. ¡Se nos ha hecho tardísimo!
—¡No me había dado cuenta de que era tan tarde!
Se pusieron en pie casi a la vez y se miraron, nerviosos, con cierto rubor viajando por sus caras.
—Te he estado distrayendo con el día tan importante que tienes mañana —se lamentó él, pero la chica negó con la cabeza a toda prisa.
—¡Qué va! ¡Me has ayudado mucho! —Explicó a toda prisa—. Ahora estoy más tranquila.
—No debes estar nerviosa, estoy seguro de que todo saldrá genial.
Marinette asintió, esta vez, mucho más confiada y volvió a sonreírle. Chat Noir agarró su bastón con cierta urgencia y nerviosismo, como si temiera no ser capaz de marcharse nunca de ese balcón. Retrocedió hasta el borde sin dejar de mirarla y de un salto se subió a la barandilla.
—Buenas noches, Chat Noir.
Él se despidió con un gesto de cabeza.
—Dulces sueños, princesa.
Y de un elegante salto se marchó.
Marinette se quedó estática, esperó hasta que su amigo se convirtió en un reflejo púrpura perdido en la oscuridad del cielo, cruzando los haces de luz, y volvió a suspirar.
Las manos le temblaban, pero el resto de su cuerpo estaba exultante de alegría. Tanto así que casi se olvida de coger el bombín cuando regresó al interior de su cuarto. Lo puso a buen recaudo para el día siguiente y se deslizó entre las sabanas, mucho más a gusto, con una sonrisita embelesada en su rostro. Casi tenía los ojos cerrados cuando Tikki apareció ante su cara.
—¿Qué pasa, Marinette?
—Nada —respondió sin pensar—. ¿Qué va a pasar? —Tiró de la sabana, acurrucándose más y soltó—. ¿No te parece que Chat Noir es el chico más encantador del mundo?
—¿Chat Noir?
Marinette volvió a reírse para sí misma, sin saber del todo por qué y se giró hacia la pared con una expresión de enorme paz. Al instante, se quedó dormida.
—Ay, madre… —musitó Tikki rozándose la frente con su manita.
Procuró no pensar en lo complicado que se estaba volviendo todo y se acurrucó en el hombro de la chica para dormir. Por suerte, logró unirse a ella en menos de lo que tardaba en engullir un macaron.
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6.
Chat Noir estrechó los ojos ante una de las fortísimas ráfagas de viento que surcaban la ciudad. Era un aire frío, inesperado para las suaves temperaturas que habían tenido esos días, aunque la verdad era que todo había sido inesperado y extraño ese sábado. El chico, más el chico detrás de la máscara que el héroe, no cabía en sí de lo aliviado que estaba porque hubiese terminado, por fin, la primera jornada de la Semana de la Moda.
¡Menudo caos!
Primero, había tenido que madrugar una barbaridad para estar en el Grand Palais a tiempo para todas las pruebas de vestuario, de calzado, de maquillaje y peluquería que tenía por delante antes del gran desfile, se hicieron interminables y aburridísimas, en especial porque tuvo que soportar el mal humor de Plagg, al cual no le gustaba nada que le despertaran tan temprano. Después ocurrió la abominable akumatización de Audrey Bourgeois en la Reina del Estilo, que no solo había estado aterrorizando a la ciudad entera durante horas, sino que le había dejado fuera de juego a él. Ladybug había tenido que apañárselas sola para vencerla, por suerte, su compañera era un ser extraordinario y podía con cualquier obstáculo que se le presentara.
Ladybug es tan increíble…
No obstante, fue una lástima que la aparición de la súper villana del estilo reventara el desfile justo cuando él estaba sobre la pasarela luciendo el sombrero de su amiga.
Pobre Marinette, pensó, entonces. Seguro que se llevó un buen susto.
Al final, resultó que cuando Audrey volvió en sí y vio el diseño de Marinette quedó realmente fascinada y se deshizo en halagos para ella. Habría sido genial de no ser porque, entonces, Chloe reveló que, de algún modo, se había hecho con uno de los prodigios del Maestro Fu, convirtiéndose así en la heroína Reina Aguijón, quien en lugar de ayudar a mantener la ciudad a salvo, se dedicó a provocar accidentes que, más tarde, ella resolvía en busca de la aprobación y la admiración de los parisinos.
Ay, Chloe… Se lamentó, al tiempo que se pasaba la mano por la nuca y masajeaba la zona donde siempre le acumulaba la tensión.
El tema del prodigio se le fue de las manos, por supuesto, y Lepidóptero aprovechó para akumatizarla (¡Cómo no!), así que, por segunda vez en ese día, tuvieron que enfrentarse a un nuevo villano: Reina Avispa, especialmente difícil de vencer a causa de su legión de avispas paralizadoras. Ladybug y él se habían esforzado al máximo y, como siempre, habían ganado. Recuperaron el prodigio y repararon los destrozos de la pelea con la efectividad que acostumbraban. Y quizás, con algo de suerte, habían logrado darle a Chloe una lección que la ayudaría a mejorar su comportamiento en el futuro.
Adrien era un experto en las complicaciones que resultan de las relaciones entre padres ausentes y los hijos que tanto los necesitan, de modo que podía entender, un poquito, los actos desesperados de Chloe por llamar la atención de su madre. Si bien él confiaba en que su amiga hubiera sacado alguna enseñanza de lo ocurrido de cara al futuro, estaba igual de convencido de que Audrey Bourgeois seguiría siendo la misma madre despegada y negligente que había sido hasta ese momento, cosa que le llenaba de pena.
Al menos su padre había aparecido en el desfile, cuando ya nadie (y mucho menos él) le esperaba, y frente a todos, le había sorprendido con un afectuoso abrazo. Ni siquiera recordaba la última vez que su padre le había estrechado de ese modo, y es que Gabriel Agreste no era un hombre dado a las muestras de afecto. Por un instante, le había parecido incluso asustado, puede que se hubiera enterado por la televisión de que había sido atacado por Reina del Estilo horas antes y hubiese sufrido por él.
Como fuera, ésa había sido la única sorpresa agradable de ese largo día de locos y ahora, cuando faltaba apenas una hora para que el sol se pusiera, Chat Noir estaba listo para rendirse al cansancio, su cuerpo estaba agarrotado por la tensión y el abatimiento. Intensó estirarse con todas sus fuerzas en busca de un poco de alivio y sus piernas se agitaron en lo alto de aquel edificio. Se le escapó un gemido y observó la calma que inundaba, otra vez, las calles que tenía debajo.
Al menos podía consolarse con que todo había vuelto a la normalidad, a la calma. Se dio cuenta de que los días eran cada vez más largos, señal de que el verano se acercaba. Parecía mentira el tiempo que había pasado desde la primera vez que se puso el traje del gato negro, recién iniciado el otoño, con todas esas tormentas lluviosas cargadas de truenos y relámpagos.
Qué raro pensar en eso ahora.
Permaneció en silencio, sintiendo solo la caricia helada de ese viento que comenzaba a aullar en las alturas.
—Qué callado estás, gatito —comentó Ladybug, llamando su atención, aunque ella también llevaba unos minutos en silencio, sentada a su lado, contemplando la ciudad y seguramente pensando en todo lo que había pasado. Su presencia le resultaba tan familiar y cómoda que Chat Noir se había dejado atrapar por el torrente de sus pensamientos y cuando giró el rostro hacia ella, se sorprendió al ver su sonrisa—. No es muy normal en ti.
Era verdad, supuso, pues no había intentado llenar ese momento con sus habituales bromas, pero ver la radiante sonrisa de la chica dirigida hacia él le reanimó del todo.
—¿Echas de menos mis chistes? —Le preguntó, sonriendo a su vez con cierta guasa y acercándose un poco a ella. Ladybug achicó los ojos, una falsa mirada de reprimenda, y no intentó alejarse.
—¿Qué pasa? ¿Algo te preocupa?
No podía responder a esa pregunta con toda la sinceridad que le habría gustado pues sí que había algo que le preocupaba, pero por desgracia no podía compartirlo con ella. En honor a la verdad más verdadera, era un tema que inquietaba a Adrien, y por supuesto, Adrien Agreste no podía confiar sus angustias a Ladybug.
De modo que trató de alejarlo de su mente y mantuvo su sonrisa.
—No es nada —respondió. Se fijó entonces en que la joven tenía las manos sobre su regazo y en ellas, sostenía la cajita de madera con símbolos chinos donde estaba el prodigio de la abeja—. Me encanta pasar este rato contigo mi lady pero, ¿no deberías haber ido ya a devolvérselo al maestro? —Ladybug dio un respingo, sus manos apretaron con más fuerza la cajita y su rostro se ruborizó. Chat Noir soltó una risita, interpretando aquel gesto de manera errónea—. ¡Temes que Fu te eche la bronca!
—Eso ya lo hizo —confesó ella, empujándole con su hombro en actitud graciosa. A pesar de lo cual, su expresión cambió al soltar un resoplido—. Menudo desastre he organizado hoy… ¡¿Cómo he podido perder uno de los prodigios del maestro?!
—No ha sido para tanto, bichito.
—¡Y para colmo, acaba en manos de Chloe!
—Al final lograste que te lo devolviera.
—Después de que fuera akumatizada —replicó ella con una mueca—. ¿Te imaginas que Lepidóptero se hubiera hecho con él?
Chat Noir bajó los hombros, eso sí que habría sido un gran problema. Por lo general él siempre tenía una confianza férrea en que Ladybug y él ganarían, ocurriera lo que ocurriera, pero un Lepidóptero con un prodigio extra podría llegar a ser muy peligroso. Era consciente de que ese día habían salido mal muchas más cosas que de costumbre; todo empezó a desmoronarse en el momento en que Reina del Estilo lo convirtió en una inútil estatua de oro, pero como todo había acabado bien, no veía el propósito de que siguieran culpándose o lamentándose, mucho menos, torturándose por todo lo que podría haber ocurrido.
¡Hasta los héroes tenían sus días malos!
Conocía bien a su compañera y esa manía suya de querer controlarlo todo y ser perfecta, por lo que se imaginaba la clase de pensamientos catastróficos que estarían cruzando por su linda cabecita. A diferencia de él, que se había limitado a repasar una y otra vez los acontecimientos del día como habían sido, sabiendo que ya no se podían cambiar; Ladybug se obsesionaba imaginando posibilidades distintas, que daban lugar a un sinfín de trágicos finales diferentes al que había tenido lugar.
No tenía ningún sentido, pero imaginaba que la heroína no podía evitar hacerlo. Así son las manías.
En un arrebato de valentía, Chat Noir alargó un brazo sobre los hombros de la chica y la atrajo hacia sí. Sus cuerpos entraron en contacto de un modo breve pero intenso, rompiendo la barrera del aire helado que los arrullaba.
—Es normal que de vez en cuando cometas errores, bichito —Le dijo con su tono más desenfadado. Sintió un cosquilleo en su estómago al notar la suavidad del cabello de Ladybug en su mejilla, cuando ésta volvió la cabeza hacia él, y el calor de su piel tan cerca de la suya. Sus grandes ojos azules le miraron fijamente, brillantes y expectantes, como los de una niña pequeña—. Lo que es seguro es que siempre tienes las herramientas para resolverlos cuando hace falta —Continuó—. Y eso es lo importante.
—Chat Noir —Susurró ella, bajando los párpados por un momento. Su espalda se apoyó un poco más en el torso del héroe, como si se acurrucara contra él, en un gesto tierno que nunca antes había hecho y que le robó la respiración. ¿Cómo era posible que fuera tan hermosa, tan maravillosa? El chico se encontró temblando como una hoja, en medio de ese viento tan desapacible que recordaba al más crudo invierno, pero que para él era como verse inundado por la primavera—. Siempre sabes lo que hay que decir.
—¿Ah, sí? —De los nervios se le secó la garganta, tuvo que tragar saliva y carraspear—. Si la mayoría de las veces no te gusta nada de lo que digo.
La sonrisa de ella se acentuó. ¿Sus labios resplandecían a la luz de la tarde? Tuvo la sensación de que ella apoyaba la cabeza en su hombro con suavidad. Entonces, volvió a abrir los ojos y le atrapó de nuevo entre sus larguísimas pestañas.
—Ahora me gusta —Le soltó.
Chat Noir se quedó anonadado ante semejante respuesta que parecía querer decir mucho más que eso. No pudo preguntar, no habría sabido construir esa pregunta que en su mente sonaba un poco ridícula, de modo que se quedó callado, con una profunda sonrisa en su rostro y su brazo bajó de los hombros de la chica hasta su cintura, se atrevió a apretar un poquito más su talle, y de nuevo, eso no pareció molestarla.
Era evidente que algo había cambiado entre ellos, y aunque Chat Noir no se atrevía a nombrarlo si quiera en su cabeza, disfrutaba de ello cada segundo que podía. Había esperado mucho para que su compañera se mostrara tan cariñosa con él y le permitiera acercarse tanto, en el fondo, temía meter la pata y estropear aquella novedosa situación que se estaba dando, por eso, prefería permanecer callado, experimentando el placer de tenerla a su lado, sin anticipar ni temer rechazos que le rompían el corazón.
Sin embargo ese día había algo que no le permitía estar del todo feliz. Algo que no podía olvidar por más que se embelesara por la belleza de la heroína o se distrajera con el dulce aroma de su cabello traído por el viento, era algo que se hincaba con fuerza en las paredes de su cerebro y que le negaba la alegría plena. Y lo peor era que, a cada minuto que pasaba y por más intentos que él hiciera por olvidarlo, eso regresaba con más fuerza, zarandeándole, y le obligaba a apretar la mandíbula para que no se le escapara un gruñido de exasperación.
Frustrado, echó un vistazo a la hora y su abatimiento se recrudeció.
—Se está haciendo tarde —murmuró.
—Pronto habrá anochecido —concordó ella, aunque su voz sonó relajada, incluso un poco somnolienta. Se removió con lentitud hacia él—. ¿Ya te tienes que ir?
Aquella debía ser la primera vez que Ladybug le hacía esa pregunta. Por lo general, era ella la que salía corriendo en cuanto vencían al villano de turno, algunas veces hasta le había dejado con la palabra en la boca con la excusa de que sus pendientes habían comenzado a pitar. La chica nunca daba muestras de querer retenerle con ella sin que mediara ninguna razón heroica y por eso, aquella breve y simple pregunta le conmovió tanto. Pero fue también por eso que Chat Noir sintió un aguijonazo de culpa, ya que no era capaz de disfrutar con plenitud de ese momento tan especial.
¡Él quería prestarle toda su atención a la chica, a sus sentimientos, a esa experiencia afortunada que tenía la suerte de vivir!
Pero no conseguía pensar solo en ella.
En ese mismo instante decidió que tenía que hacer algo con esa preocupación que se revolvía en su cerebro, así, la próxima vez que Ladybug y él estuvieran a solas, podría concentrarse en ella y en nada más. A fin de cuentas, su compañera no se merecía que estuviera distraído pensando en otros asuntos, menos todavía cuando esos asuntos tenían que ver otra chica.
—Me temo que tengo cosas que hacer —respondió él, poniéndose en pie y ofreciéndole la mano. Ladybug la cogió sin dudar y se levantó a su lado—. Ya sabes, mi lady, que el deber de un héroe no termina nunca.
—Así que me dejas para ir en busca de otras damiselas que salvar, ¿no?
A Chat Noir le hizo gracia esa pregunta y estuvo a punto de asentir con la cabeza y soltar algo chistoso al respecto, pero de pronto, se le vino a la mente la imagen de Marinette llorando en su balcón y el recuerdo de ese momento se precipitó ante sus ojos. Un nuevo cosquilleo, que fue más bien como un aleteo furioso, nació en sus entrañas haciéndole sentir tan confuso que bajó la mirada.
—¡Solo era una broma! —Exclamó ella al borde de la risa—. Deberías irte a descansar, gatito.
. Ha sido un día duro.
—Como siempre, mi lady tiene toda la razón —Respondió, volviendo en sí. Alzó la mano de la chica y la besó, sin prisas esta vez, pues suponía que ella no se apartaría—. Hasta la próxima.
—Nos vemos —murmuró ella, sonriente y ruborizada.
Antes de soltarle, Ladybug hizo algo que, de nuevo, nunca antes había hecho: se puso de puntillas y le besó en la mejilla. Justo en el mismo sitio en que Marinette lo había hecho la noche anterior, hecho singular en el que Chat pensó antes de que cualquier otra idea acudiera a su mente aturdida, aunque se reprochó haberlo hecho.
Ella, por suerte, no notó nada de su ofuscación. Soltó una risita nerviosa, sacó su yo-yo y le lanzó una última e intensa mirada desde el borde de la cornisa antes de salir disparada de allí. La observó volar sobre los tejados de los edificios de esa forma en que ella solía hacerlo, con una gracia sutil y sencilla, como si flotara o se deslizara entre las corrientes con la elegancia de una bailarina de ballet.
Todo en ella era tan fantástico que Chat Noir permaneció estático, con su mirada perdida en el horizonte, recordándoselo a sí mismo hasta que se sintió, como siempre, profundamente enamorado de esa chica. Regresar a la certeza de esos sentimientos tan familiares le dio cierta seguridad y aligeró su corazón mientras él mismo recorría la ciudad en dirección contraria, rumbo a su casa.
Sí que necesitaba descansar, pero sobre todo, necesitaba poner las cosas en orden en su cabeza. Era como si todo se hubiera movido ahí dentro, como si un terremoto hubiera puesto patas arriba sus creencias más fuertes y él sabía (o por lo menos intuía) cuál había sido ese terremoto.
Se lanzó contra el ventanal de su habitación, alegrándose en el último momento de haberse acordado de dejar la ventana abierta aquella mañana. Para cuando pisó, su transformación había desaparecido y Adrien soltó un hondo suspiro. Ahora estaba diez veces más cansado. Miró a su alrededor y le pareció que hacía mil años que no pisaba ese lugar.
Se apretó las sienes de la cabeza, mascullando ni él sabía qué, arrastrándose hasta la cama. Antes de rozar el colchón, volvió a mirar la hora en su despertador. Eran algo más de las ocho de la tarde y las sombras habían conquistado el exterior.
Las ocho. Otro resoplido, éste le tiró sobre la cama y él se dejó ir. Marinette.
Aquel día de locos no había servido, aunque él tenía la vana esperanza de que así fuera, para que hiciera las paces con su amiga.
Adrien seguía empecinado en creer que la razón por la que Marinette se mostraba reacia a hablarle o a estar cerca de él se debía a algún malentendido, y si así era, estaba dispuesto a hablarlo con ella hasta que todo se resolviera. Tenía pensado aprovechar que se verían un rato antes del desfile, cuando ella fuera a entregarle el sombrero, para tener esa conversación, pero apenas habían podido intercambiar un par de palabras. A pesar de que en todo momento se mostró correcta con él, era obvio que su comportamiento había cambiado. Marinette no le sonrió ni una vez, y él sentía un chispazo desagradable en el pecho cada vez que sus miradas se cruzaban. Le trató con una distancia tan evidente como si, de pronto, fueran solo un par de conocidos que coincidían en un lugar para llevar a cabo una tarea engorrosa.
Aquella actitud le desconcertó tanto que Adrien se olvidó de todo lo que había pensado decirle y cuando intentó pedir perdón, se sintió demasiado inseguro por no saber aún cuál había sido el problema. En varias ocasiones quiso preguntarle de manera abierta qué había pasado y, sobre todo, qué podía hacer para reparar el daño, pero tampoco fue capaz. Le sobrevino una vergüenza y un temor estremecedores que le paralizaron, de modo que se concentró en darlo todo de sí en el desfile, para compensar su torpeza y demostrarle a Marinette cuanto le importaba, pero hasta eso se había malogrado por culpa de las interrupciones de los akumatizados.
Todo ha sido un desastre, se lamentó, tapándose la cara con las manos.
Y con todo, nada de eso había sido lo peor…
—¡¿Se puede saber qué haces?! —Plagg rugió sobre su cabeza. Adrien apartó las manos para lanzarle una mirada indolente que no tuvo ningún efecto sobre el Kwami hambriento—. ¡¿Y mi queso?!
—¿No puedes esperar?
—¡¿Quieres que muera de hambre?!
Desde que había empezado a racionarle la comida, como el maestro Fu le aconsejó, Plagg estaba más insoportable de lo normal. No dejaba de hostigarle para que le abriera la nevera y cuando no lo hacía, tenía que soportar sus quejas infinitas o algo peor, que se pusiera a cantar para torturar sus oídos.
De mala gana, Adrien se echó al suelo y se arrastró, otra vez, hasta la neverita. La abrió, sacó el pedazo de queso y antes de que se diera cuenta, Plagg se lo arrancó con los dientes para engullirlo como un poseso en menos de dos segundos.
—No deberías comer tan rápido —Le advirtió, mirándole bastante mal. A lo que el espíritu respondió con un sonoro eructo—. ¡Glotón!
Adrien se giró hacia otro lado, apretando sus rodillas con los brazos en una postura infantil, después sacó su móvil del bolsillo y se quedó, ensimismado, observando la pantalla.
—¿Qué pasa ahora? —preguntó Plagg, una vez que su ansiedad se hubo calmado lo suficiente, pero el chico no se molestó en mirarle.
—¿Por qué tiene que pasar algo?
—No tiene sentido mirar tan fijamente algo que no te puedes comer.
¡Comida, comida! Pensó con fastidio. ¡Como si nada más importara!
Logró empujar su cuerpo para ponerse en pie y regresó a la cama, todavía con el móvil en la mano. Dejó de mirarlo para posarlo sobre su pecho y empezó a lanzar grandes respiraciones al techo, cada vez más abatido y nervioso. Aunque se hizo de rogar, por fin Plagg dejó a un lado su actitud chulesca y le habló con más calma.
—¿Qué te tiene tan preocupado? —Quiso saber—. Pensé que estarías dando botes de alegría ahora que Ladybug y tú no paráis de haceros cursis arrumacos.
Eso le encendió el rostro al chico pero pensó que era más inteligente no seguirle el juego.
—Estaba pensando en Marinette…
—¡Qué sorpresa!
Adrien ignoró ese último comentario.
—¿Crees que habrá aceptado la propuesta de Audrey Bourgeois?
—¡Aaaaaaah! ¡Así que se trata de eso!
Pues sí, eso era lo que, en realidad, le tenía tan apesadumbrado.
Más allá del fiasco del desfile, incluso más allá del enfado de la chica, lo que le había tenido todo el día con el corazón en un puño era que Audrey Bourgeois, impresionada por el trabajo de Marinette, la había invitado a acompañarla a Nueva York ese mismo día para ayudarla en su futura carrera como diseñadora de moda.
Al principio se había puesto muy contento al oír la propuesta, pues era una gran oportunidad para su amiga y un reconocimiento más que merecido de su sobrado talento, fue después, cuando Audrey le mencionó que debían partir esa misma tarde, que cayó en la cuenta de que si Marinette aceptaba, se iría de Paris.
Quizás para siempre.
¿Quién sabe si volvería a verla? Esa era la pregunta que no podía apartar de su pensamiento, ni siquiera estando con Ladybug. Llevaba horas angustiado, mirando de reojo el reloj, viendo como las manecillas avanzaban hasta la hora que la mujer le había dado de plazo a su amiga para que tomara una decisión.
Las ocho de esa tarde.
¿Y si había decidido aceptar? ¿Y si Marinette ya había hecho las maletas y estaba, de hecho, surcando los cielos en ese preciso momento, rumbo al otro lado del mundo? Estando como estaba tan enfadada con él, no esperaba que fuera a despedirse si después de todo decidía irse.
Eso también le preocupaba, claro, que se fuera tan lejos sin que hubieran hecho las paces antes.
—Pregúntaselo —resolvió Plagg con gran facilidad.
Eso era lo que estaba pensando él, sin poder apartar los ojos del teléfono. Quería llamarla de inmediato, necesitaba saberlo porque los nervios le estaban devorando, pero también le daba miedo descubrir la verdad.
No seas cobarde, se animó. Volvió a pensar en Marinette, en el rato que habían pasado en su balcón la noche anterior y los cálidos sentimientos que ese recuerdo le inspiró, hicieron que se incorporara de golpe, levantando el aparato. Marcó el número y retuvo la respiración mientras esperaba a que la cara de la chica apareciera en la pantalla, cuando al fin lo hizo (casi en el último toque), apenas se fijó en nada más que en su expresión ensombrecida y la urgencia se apoderó de él.
—Hola, Adrien.
—¡Marinette, hola! —Él mismo se sorprendió por el tono escandalizado que brotó de su garganta y quiso golpearse a sí mismo en la cabeza—. Esto… ¿cómo estás?
—Bien —respondió ésta, tras encogerse de hombros—. ¿Querías algo?
—¡En realidad sí! —De vuelta, hizo una pausa para controlarse—. ¿Estás con Audrey Bourgeois?
—¿Cómo?
—¿Has decidido irte a Nueva York con ella?
La chica parpadeó, sorprendida, y con cierta lentitud negó con la cabeza.
—No —contestó—. He decidido quedarme en París por ahora —Ahí fue que Adrien se dio cuenta de que podría haber reconocido el dormitorio de la chica tras ella si no hubiese estado tan alterado.
—¿De verdad?
—Sí, yo… aún tengo muchas cosas de las que ocuparme aquí.
—¡Eso es maravilloso! —Exclamó sin poder reprimir el alivio y la alegría que sintió al oírlo—. ¡Me alegro tanto! —Sonrió, sosteniendo el teléfono con ambas manos—. Además, seguro que tendrás muchas otras oportunidades como ésta en el futuro.
—No sé yo…
—¡Seguro que sí!
Marinette hizo un gesto curioso, como si estuviera a punto de sonreír, pero en el último momento frunció el ceño, cuadrando los hombros y calló. Desvió la mirada de la pantalla, de él, como había estado haciendo durante todo el día y Adrien volvió a notar la misma frialdad extenderse entre ellos.
Estuvo seguro de que lo siguiente que ella diría sería una excusa para cortar la comunicación lo antes posible, así que decidió adelantarse puesto que la urgencia que había sentido aún no había desaparecido del todo.
—¿Por qué estás enfadada conmigo, Marinette?
El rostro de la susodicha se coloreó de golpe y su mirada siguió vagando por algún lugar del otro lado de la comunicación. Apretó los labios en una mueca que habría resultado graciosa en otro momento, pero no en ése. Adrien esperó, con el corazón encogido, una respuesta que no parecía que fuera a llegar, de modo que volvió a preguntar.
—¿Ni siquiera vas a decírmelo para que pueda disculparme? —El silencio continuó—. ¿Acaso ya no somos amigos?
—Claro que somos amigos —respondió ella, entonces.
—Si es por la conversación que tuvimos sobre lo de la pista de hielo —probó él, desesperado—; creo que hubo un malentendido.
Por fin, la chica le miró, muy seria, y volvió a negar con la cabeza.
—No fue un malentendido —Le dijo, confirmando así que se trataba de eso, aunque de un modo que Adrien seguía sin entender—. En realidad, no debería estar enfadada, puesto que fue todo por mi culpa.
—¿Tu culpa? ¿A qué te refieres?
—No debí intentar invitarte a patinar los dos solos —admitió ella y al parpadear, sus ojos se llenaron de una espesa tristeza que estrujo el corazón de Adrien—. Fui una tonta.
—¡Claro que no! ¿Por qué…?
—Tú ya me habías dicho que la que te gustaba era Kagami, pero yo no hice caso.
Le costó comprender el auténtico significado de esas palabras, si acaso, pasó sobre él sin llegar a verlo del todo y lo único que Adrien comprendió fue que sí se trataba del malentendido al que él había hecho referencia, y que lo que oía, además, no era cierto, por lo que único que pudo hacer fue intentar aclararlo.
—Kagami es mi amiga, no me gusta como…
—No importa —negó Marinette a toda prisa, como si no quisiera oírlo—. Es que… no hace falta que me mientas.
—No estoy mintiendo, de verdad.
—Vosotros dos estáis hechos el uno para el otro —concluyó, recuperando su máscara de seriedad—. Y además, no quiero hablar más de este asunto.
—Pero…
—¡No estoy enfadada! —Le insistió y trató de mostrarle una pequeña sonrisa que no parecía ni muy alegre, ni muy verdadera—. No te preocupes más por esto —Tras tomar una gran bocanada de aire, añadió—; a lo mejor las cosas no vuelven a ser como eran antes, pero siempre seremos amigos.
Adrien no supo qué responder a eso.
¿Las cosas no podían volver a ser cómo antes? ¿Todo estaba tan mal de verdad?
Ante el silencio deprimente que se instaló, Marinette corrió a despedirse y cortó la llamada sin que él pudiera reaccionar. Segundos después, el chico soltó el móvil y se deslizó más hacia el centro de la cama, sin cambiar un ápice la expresión de incredulidad que agarrotaba sus bellos rasgos. No comprendía. No entendía qué había ocurrido. No obstante, tenía una sensación horrible dentro de él que cada vez se hacía mayor, más angustiosa. Y es que, a pesar de la última frase que ella le había dicho, lo que Adrien sentía era un pavoroso miedo a que su amistad con la chica se hubiera acabado.
Tú ya me habías dicho que la que te gustaba era Kagami, pero yo no hice caso.
Recordó la tristeza en su mirada al decir esas palabras, la misma que había visto en ella la noche anterior, así adivinó que era él el causante de su llanto también entonces y se sintió todavía peor. El dolor de su amiga era real, estaba sufriendo por su causa, aunque él no hubiera hecho nada de manera consciente para herirla.
Él no quería que nada cambiara entre Marinette y él, era una de sus amigas más queridas y una de las razones por las que su vida había mejorado tanto en los últimos meses.
Y si lo que estaba pensando resultaba ser cierto…
Volvió a frotarse la cara y se fijó en Plagg, flotando en torno a la nevera cerrada de los quesos. Se movía con desazón, lanzando aullidos lastimeros.
—¡Me partes el corazón…!
Le lloriqueaba al queso como si él fuera el responsable de su separación.
Un corazón roto…
No tenía pensado cometer la estupidez de admitir delante de su Kwami que, una vez más, tenía razón, pero eso era lo que estaba considerando después de aquella particular conversación telefónica.
Marinette había admitido que aquel día, en la escuela, tenía la intención de invitarle a que patinaran los dos solos y antes de que pudiera hacerlo, él la había rechazado. ¡No lo había hecho con mala intención! No estaba seguro pero creía recordar que había usado un término lamentable para hacerlo.
Tontería… Apretó los párpados con pesar y empezó a menear la cabeza hasta que perdió el equilibrio y cayó sobre la almohada. Pegó la boca a la tela y susurró no unas cincuenta veces. ¿Le dije que era una tontería?
Por supuesto que eso explicaba que Marinette estuviera tan enfadada y tan triste con él. ¡Debía estar pensando que se burlaba de ella! Ese día, Adrien se puso tan nervioso creyendo que su amiga se sentía incómoda por sus palabras que ni siquiera fue consciente de lo que decía. Solo quería resolver el malentendido que él creía que se había originado entre ellos. Quizás si no hubiera estado fantaseando con Ladybug minutos antes, se habría dado cuenta de lo mucho que estaba metiendo la pata.
Era un completo idiota.
Pero si toda esa teoría era verdad, y era lo único que parecía encajar con todo lo que estaba pasando, eso significaba que Marinette, su gran amiga, estaba o había estado en algún momento enamorada de él.
¿De mí? Su rostro se encendió de golpe y el cuerpo entero empezó a sudarle con frenesí.
—¿Es eso posible, después de todo?
La posibilidad, a pesar de las circunstancias, le hizo sentir ilusionado, al menos hasta que una malévola voz en su mente le recordó que lo había estropeado todo y que lo más probable era que ahora Marinette le odiara.
—¡Quiero más queso!
Adrien tiró de la sabana y se cubrió con ella hasta la cabeza.
.
.
.
7.
A Marinette le dolían los hombros por la tensión sostenida, dentro del traje de Ladybug.
Había intentado ignorar ese dolor sordo y constante todo el día, en el instituto y en casa con sus padres, pero le resultaba difícil no pensar en esa tensión que se expandía desde su nuca a un lado y a otro, endureciendo la línea de sus hombros, encogidos de manera casi permanente desde hacía unos días. Estaba agotada de soportar ese peso, ese dolor, esa postura de la que no podía librarse porque la hacía sin ser consciente.
A última hora de la tarde, el dolor había reptado siguiendo un camino de líneas rígidas hasta rodear la parte posterior de su cabeza, como dedos afilados que se hincaban en su cuero cabelludo y más allá, agujereando su cerebro, de hecho, estaba tan distraída que era como si las ideas se le escaparan de la mente. No era la primera vez que notaba esa presión descontrolada y por eso, sabía que no faltaba mucho para que el dolor se pasara a su rostro, al lado derecho, porque no solo eran los hombros encogidos, sino que también debía estar apretando la mandíbula con fuerza.
—¡Ah! —chilló cuando sus pies resbalaron sobre las tejas del edificio hasta el borde de la cornisa. Se enredó consigo misma y acabó cayendo, por suerte, su mano izquierda logró aferrarse a la roca, doblándose, eso sí, con un crujido terrible que retumbó en sus oídos inundados por el pánico—. ¡No, no, no! —Pataleó intentando subir de nuevo pero su cuerpo se balanceó de manera estúpida e inútil sobre el suelo de adoquines que tenía diez metros por debajo de ella—. ¿Qué me pasa?
Algo iba muy mal…
Escuchó la aflautada voz del Arenero entre irritantes risitas acercándose a ella y cuando éste asomó su cara violácea, se le escapó un gritito por la sorpresa.
—¡¿Qué me has hecho?!
El villano siguió balanceando su cabeza, como si escuchara una melodía en sus oídos que nadie más captaba y eso le hiciera muy feliz.
—¿Cuál es la peor pesadilla de Ladybug?
Mientras pronunciaba esa pregunta extendió sus manos enanas de niño hacia sus orejas para arrebatarle su prodigio. Fue en ese instante que ella comprendió: su peor pesadilla como heroína no era la misma que la de Marinette. La arena mágica del malvado había caído sobre ella una vez más, ya con el traje puesto, y por eso su miedo había cambiado.
Mis poderes… Se le ocurrió de repente. He perdido mis poderes.
¡Por eso su yo-yo no había funcionado, por eso no lograba regresar a la cima del edificio con un simple salto! Por eso estaba tan ahogada en ese miedo desconocido… ¡Se había convertido en la chica normal! Y sin sus habilidades mágicas estaba indefensa ante el arenero; no solo eso, si llegaba a caerse desde lo alto del edificio, moriría sin remedio al estamparse contra el suelo.
—Socorro… —Se le escapó un susurro envenenado por el pánico mientras intentaba, por todos los medios, sujetarse a la roca, pero manteniendo sus pendientes lo más lejos posible de las manos de su adversario.
—Ríndete, Ladybug, sin tus poderes estás acabada —El Arenero estaba ya prácticamente sobre ella, su sonrisa pérfida a pocos centímetros de su cara—. ¡Entrégame la joya!
—¡No!
Apartó la cabeza, echándola hacia atrás todo lo que era posible, pero el movimiento la traicionó: ese nuevo balanceo que se apoderó de todo su cuerpo hizo que se le agarrotara la mano, su único punto de apoyo. Un calambre terrible le atravesó la palma y recorrió sus dedos hasta las puntas.
¡Iba a caerse de un momento a otro! Sin su fuerza heroica no podría resistir el peso de todo su cuerpo con una sola mano.
¡Pero no puedo permitir que Lepidóptero se haga con mi prodigio!
Se repuso del dolor, apretando la mandíbula y buscó los resquicios de una fortaleza casi extinta que le permitiera aguantar un poco más, hasta que se le ocurriera alguna idea de las suyas, pero el pánico le aturullaba los pensamientos y le impedía pensar.
La mano del villano, helada, se introdujo entre sus cabellos buscando la oreja y del respingo que dio por la sorpresa, su mano flaqueó, soltándose.
—¡Ahhhh! —Chilló atemorizada al notar el vértigo, el azote sin piedad del aire desgarrando su piel en la caída. Clavó los ojos en el cielo nocturno que se alejaba de ella cada vez más deprisa y un segundo antes de que su espalda impactara contra el suelo, apretó los párpados cuando sus ojos se inundaron de lágrimas.
Creyó escuchar un ruido sobre ella, una ráfaga de viento que venía en sentido contrario, pero estaba tan asustada y tensa que apenas sintió nada. Lo que llamó su atención y la hizo abrir los ojos de nuevo fue la falta de dolor.
—¿Ladybug?
Chat Noir había logrado atraparla antes de la colisión. Al volver en sí, se encontró siendo sostenida en volandas por el chico que aterrizó, con bastante elegancia, sobre un muro, apretando su frágil cuerpo contra él. Le oyó resoplar junto a su oído, por el alivio o quizás por el esfuerzo que había hecho por atraparla, sin embargo, le ofrecía una sonrisa cuando ella alzó la mirada hacia él.
Y lo único que vio fue su rostro amable recortado sobre las sombras de la noche, con la intensa luminosidad de una gran luna azul tras ellos. Sus ojos verdes, preocupados y al tiempo, traviesos, estaban fijos en ella y Ladybug notó un retumbar en su pecho que silenció el resto de sonidos del mundo.
—¿Estás bien, mi lady?
—Me… has salvado.
Chat Noir se encogió de hombros, porque no era algo nuevo que la salvara de recibir algún golpe o el hechizo de un akuma, pero esta vez había sido diferente, le acababa de salvar la vida. Si estando como estaba sin sus poderes hubiese acabado en el suelo se habría roto el cuello o fracturado el cráneo. De no ser por los brazos de Chat Noir, no solo Ladybug sino también Marinette, estaría muerta.
Tras el retumbar provocado por el susto, fue imposible que su corazón se calmara pues la intensa emoción que brotó en ella la abrumó, la dejó sin respiración. Un poderoso amor se abrió camino y desbordó su cuerpo.
—¡Ha faltado un bigote! —bromeó él, tratando de restarle importancia, quizás porque podía ver el temor en sus ojos. Esa podía ser la razón por la cual seguía sonriéndola y aún no la había soltado, a pesar de que seguían en medio de una peligrosa batalla.
Ladybug se aferró su cuello, hipnotizada por su mirada y se olvidó de todo lo demás. El mundo desapareció por un segundo y lo único en que pudo pensar fue en su compañero, y en lo cerca que estaban sus rostros.
—Gatito…
De un modo casi irreal, una fuerza increíble tiró de ella para que le besara, un impulso del todo irresistible y que, al pensarlo, no le resultó extraño. Quiso hacerlo como pocas cosas había querido antes en su vida y no llegó a saber si él se dio cuenta de sus intenciones porque entonces, una nueva nube de arena cayó sobre ellos.
Chat Noir se tensó al sentirlo y la dejó en el suelo para sacar su bastón.
—Quédate detrás de mí, mi lady —Le pidió, muy serio.
Ella meneó la cabeza para recuperar la lucidez. La arena había caído sobre el chico, lo que significaba que ahora él también estaba bajo el poder del arenero.
—¿Cómo piensas pelear contra él si tú tampoco tienes tus poderes? —le preguntó.
—Perder mis poderes no es mi mayor pesadilla.
—¿Y cuál es?
No hizo falta que le respondiera porque al segundo siguiente apareció una nueva figura en escena.
—¡Chat Noir! —Gritó una voz muy similar a la de ella, pero más cruel y rabiosa. Ambos héroes alzaron la mirada y se toparon con una segunda Ladybug, exacta a la original, en lo alto del edificio del que había escapado por poco. Su expresión estaba trastornada por el odio—. ¡Gato sarnoso!
. ¡Jamás, nunca, te amaré! ¡¿Me has oído?!
Ladybug se quedó perpleja, incluso le costó un poco entender lo que estaba viendo. ¿Era ella? Chat Noir se irguió, enarbolando su bastón y lanzó un gruñido ante la recién llegada.
—¿Soy yo? —murmuró la joven. Las dulces sensaciones que habían sacudido su cuerpo momentos atrás se enfriaron de golpe—. ¿Yo soy tu peor pesadilla?
—¡No! —le respondió a toda prisa—. Bueno, técnicamente sí, pero no —Se encogió de hombros—. Es complicado.
La Ladybug enfadada siguió chillando cosas horribles contra el héroe. Invocó su Lucky Charm y recibió una poderosa arma que no tardó en usar para amenazarles. Marinette seguía tan descolocada con la aparición de su doble (y más que nada con lo que eso significaba) que, de nuevo, fue Chat Noir quien la salvó de recibir el primer ataque.
—¡Tranquila, mi lady, yo te protegeré!
En realidad, no había mucho que ella pudiera hacer mientras siguiera sin sus poderes. Entre eso y el malestar que sufrió al comprobar que una versión malvada de sí misma era la peor pesadilla de su amigo, quedó paralizada y compungida, por lo que tuvo que ser Chat Noir el que llevara la voz cantante en la batalla.
No obstante, el héroe estaba en desventaja recibiendo los golpes tanto de la Ladybug enfurecida como del arenero que seguía lanzándose contra ellos para hacerse con sus prodigios. Al final, lo único que pudo hacer fue cogerla en brazos y huir por los tejados, hacer tiempo hasta que a la heroína se le ocurriera uno de sus prodigiosos planes que les sacara de ese lío.
Por desgracia, estaba en blanco.
¡No conseguía pensar!
Esa Ladybug desquiciada no hablaba ni se comportaba como ella, pero en el fondo, si había nacido en la mente de Chat Noir como su mayor era miedo, era porque algo tenía que ver con el modo en que le había estado tratando. Ella nunca le había gritado que jamás le amaría, ni había intentado cortarle por la mitad con una espada enorme como estaba haciendo la otra, pero sí que le había rechazado muchas veces y había machacado su corazón y sus esperanzas.
Ladybug temió que esa fuera la manera en que, de verdad, Chat Noir la veía. Esa idea le rompía el corazón, en especial ahora, que sus sentimientos por él no podían ser más fuertes.
—¡Necesitamos uno de tus planes, mi lady! —La urgió él, al tiempo que seguía saltando de tejado en tejado, cargando con ella, procurando en cada aterrizaje que no se hiciera daño.
—Estoy en ello —Le mintió. ¡No se le ocurría nada! Se agarró a su cuello con fuerza y observó, por encima de su hombro, como la malvada copia corría tras ellos, con los ojos inyectados en sangre y sin dejar de zarandear su espada.
—¡Para de un vez, saco de pulgas!
—¡No me das ningún miedo! —Le respondió Chat Noir—. ¡Solo eres un mal sueño!
—¡Este mal sueño te va a convertir en comida para gatos! —replicó la otra.
Empujada por esa furia que parecía brotar de lo más profundo de ella, la otra Ladybug dio un grandísimo salto sobre ellos, alzando su arma para rebanarles el cuello.
—¡Chat Noir!
Éste se dio la vuelta justo a tiempo. Con gran agilidad, soltó a su compañera y se colocó frente a ella, listo para detener la espada que los acechaba con la fuerza de su bastón. Se oyó un choque de metales muy fuerte y un intercambio de gruñidos que ascendió en la noche. El héroe logró detenerla y dedicó los siguientes segundos a contrarrestar las estacadas febriles de su enemiga sin perder el aliento ni una sola vez. Parecía que era capaz de arreglárselas pero, entonces, el arenero flotó hacia ellos subido en su almohada mágica con la clara intención de ayudar a su compinche de pesadilla. Ladybug se temió lo peor, su amigo no podría luchar contra ambos a la vez.
¡Debía hacer algo!
La almohada, se le ocurrió. ¡Seguro que el akuma está ahí!
Echó un vistazo a su alrededor y, por fin, su cerebro se puso a funcionar. Conectó varias ideas y supo lo que debían hacer. Agarró a Chat Noir de su cinturón y tiró de él, apartándole de la trayectoria del filo del arma de la Ladybug mala. Ambos se pegaron al pequeño muro de la azotea del edificio y la provocaron, para que ésta les atacara una vez más. La enorme espada acabó hincándose en la roca y cuando la heroína trató de liberarla, le fue imposible, quedando desarmada y descolocada.
Justo en ese momento, el arenero pasó sobre ellos, y Ladybug lanzó una mirada a su compañero que éste comprendió de inmediato y ambos se arrojaron contra el villano. Chat Noir alzó su garra y desintegró con su poder la almohada flotando en mil pedazos. De manera instantánea, Ladybug recuperó sus poderes y el akumatizado se precipitó desde las alturas lanzando un fuerte alarido.
Tal y como ella sospechaba, la mariposa estaba dentro de la almohada, menos mal que ya estaba lista para liberar su maligno poder. La Ladybug maligna se desvaneció, al igual que el resto de pesadillas que habían poblado la ciudad de París durante esa noche de locura.
—¡Bien hecho! —Exclamó Chat Noir, tan contento como siempre cuando vencían una batalla. Ladybug, aún preocupada por lo que había pasado, le devolvió el choque de puños disimulando—. Mira, bichito, solo era un niño.
En el lugar donde había caído el arenero solo quedaba un pequeño niñito que no superaría los seis años de edad, triste y desconsolado. Se refugió en los brazos de la heroína y le explicó, balbuceante, que había sufrido una pesadilla cómo producto de haber visto una película de terror a escondidas. Al despertar, había una mariposa oscura en su cuarto y después, como solía ocurrir con todos, no recordaba nada más.
—Ahora ya estás a salvo —Le aseguró ella—. Llamaremos a tus padres enseguida.
Los padres del niño akumatizado llegaron a toda prisa para recogerle, por supuesto, y poro después la policía llenó las calles, como también era habitual tras un ataque de Lepidóptero, para asegurarse de que todos los afectados estaban bien y ayudar a aquellos que lo necesitaran. Saludaron a los héroes con ese gesto condescendiente que siempre les dirigían y que parecía decir: sí, sí, gracias por la ayuda, pero a partir de ahora nos encargamos nosotros.
Por una vez fue un alivio ver llegar a un grupo de adultos dispuestos a hacerse cargo de la situación. Los héroes levantaron el vuelo y se alejaron antes de que se consumiera del todo el tiempo de sus transformaciones.
Subieron de vuelta a la intimidad de los tejados para descansar del alboroto y Chat Noir se estiró hasta que su espalda crujió y dio vueltas sobre sí mismo, la adrenalina aún recorría su cuerpo y la energía salía a borbotones de él. Ladybug le observó sin estar segura de qué decir, en sus músculos aún quedaban restos de la tensión que había estado acumulando todo el día y se sintió tan agobiada que necesitó darse la vuelta, en busca de una falsa sensación de soledad para mirar la luz de la ciudad, por encima del edificio, y respirar hondo ese aire brillante.
—¡Qué locura! —Opinó Chat Noir a su espalda—. Los mayores miedos de todo el mundo dando vueltas por la ciudad.
—Sí —convino ella y forzó una risita, quería disimular la angustia que tenía alojada en la garganta—. Qué locura… —Apoyó los brazos sobre la roca y se encorvó—. Lepidóptero no tiene límites.
. Mira que aprovecharse del miedo de ese pobre niño.
—Bueno, a los niños no hay que dejarles ver películas de terror —comentó él—. Aún le faltan unos años para ser tan valiente como yo.
—A mí tampoco me gustan esas películas —replicó ella, distraída.
Chat Noir se colocó tras ella y le siguió hablando con la misma calma despreocupada de antes.
—Si algún día aceptas mi invitación de ir al cine, prometo que veremos una película de risa —Le soltó y ella sonrió sin darse cuenta.
Muy despacio se dio la vuelta y se sorprendió al verle tan cerca. A pesar de eso, le miró fijamente, arqueando las cejas.
—¿Todavía quieres ir al cine conmigo?
—¡Pues claro! —El chico extendió sus manos hacia ella. Las posó en sus brazos y las deslizó, con suavidad, hacia abajo, hasta abarcar sus muñecas y darle un ligero apretón, tirando de ella para que diera un paso hacia él. Ladybug se movió, y su corazón comenzó con las palpitaciones de nuevo—. ¿Crees que he cambiado de idea?
—No sé… —Le habría gustado jugar, mostrarse coqueta y tomarse a guasa el asunto de la Ladybug malvada, pero no podía ignorar que el miedo que sentía era real, por lo que acabó bajando la mirada y cediendo a un leve temblor—. No crees que soy tan mala como en tu pesadilla, ¿verdad?
Chat Noir parpadeó con sorpresa, al no esperarse una pregunta como ésa. Se lo pensó un momento, o fingió que lo hacía, mientras sus manos buscaban las de ella y los dedos se entrelazaban.
—Claro que no —Volvió a tirar y Ladybug se estiró más hacia él, sus rostros volvían a estar tan cerca como cuando la atrapó en el cielo y la salvó. Podía ver las motitas del verde más brillante en sus pupilas, rodeadas del negro del antifaz y sentir el calor de su aliento—. Tú siempre eres lo mejor de mis sueños.
La declaración la dejó anonadada, aunque no supo por qué. Solía decirle cosas como éstas todo el tiempo y sin embargo, le pareció que era lo más bonito que nadie le había dicho nunca… ¿Cómo era posible, después de todos sus rechazos, que ese chico fuera capaz de decirle algo… algo tan…?
Perfecto, pensó obnubilada.
Sus labios dibujaron una trémula sonrisa y sus mejillas se encendieron.
Chat Noir alzó una de sus manos para rozar el perfil de su rostro, el filo finísimo de su garra dibujó un camino que le cosquilleó con frescura en la piel, y después jugó con un mechón suelto de su pelo sin dejar de mirarla y ella, sintiéndose más confiada, se acercó más todavía, hasta que su nariz rozó la de él. No fue un roce breve y casual como en la casa del maestro, sino que empujó con la punta de su nariz en la de él, con ternura, y bajó resbalando por su rostro, pasando muy cerca de sus labios húmedos y entreabiertos. Por alguna razón, ambos se rieron en voz baja. Las estrellas los miraban y las luces de las farolas los ocultaban de miradas indiscretas.
Ladybug recordó esa sensación extraña, aunque maravillosa, que había sentido en la casa del maestro Fu, ese beso o no beso que, sin estar segura de que hubiese sido real, había estado recordando cada noche, buscándole más matices, queriendo descubrir si no había sido solo su imaginación. Ahora podía salir de dudas. La boca de Chat Noir estaba tan cerca que, con tan solo moverse un poco, podría hacer que sucedería de nuevo.
¿Debería?
Se puso muy nerviosa ante ese repentino pensamiento, pero había algo más fuerte que la instaba, por lo menos, a intentarlo. Quería sentirlo: el romance inundando su cuerpo y volviendo loca su cabeza.
Así que, de puntillas, acercó su rostro, casi ya con los ojos cerrados y entonces… no encontró nada. Nada, salvo el aire de la noche repleto de olores. Entreabrió los ojos, confusa, y la cara de Chat Noir seguía frente a ella, aunque, puede que un poco más lejos.
¿Se había echado hacia atrás?
El chico tenía los ojos bien abiertos y el ceño un poco fruncido, hacía una mueca de confusión absoluta.
Estaba a punto de preguntarle si algo iba mal cuando el anillo de él y sus pendientes se pusieron a pitar a la vez. Dieron un respingo, separando las manos de golpe y la atmosfera se resquebrajo.
—Se nos ha hecho tarde —murmuró Chat, con una vocecilla débil, como desubicada.
—Sí —confirmó ella al instante—. Deberíamos… ¿irnos?
Lo dijo de manera automática, su cerebro aún estaba intentando comprender qué había pasado. ¿Por qué no se habían besado? Ella había estado a punto de hacerlo pero algo había salido mal.
Chat Noir apretó los labios, fastidiado, en seguida los separó para hablar, como si acabara de ocurrírsele algo importante y aunque la miró con la misma intensidad, no le salieron las palabras y sus hombros se encogieron un poco.
—Creo que sí —Entonces, levantó la mirada y la atrapó en un fuerte abrazo, con urgencia, espachurrándola contra él con todas sus fuerzas. Ladybug no se lo esperaba pero enseguida sonrió y le devolvió el abrazo—. Buenas noches —Le susurró antes de apartarse y cogerle las manos, las apretó también y después las besó un par de veces—. Sueña con gatitos y con otras cosas bonitas.
La joven, con las mejillas ardiendo, se echó a reír y le prometió que lo haría.
Oyeron un nuevo pitido a su alrededor, así que el héroe sacó su bastón y de un solo salto, se perdió en la noche. Ladybug se llevó las manos al pecho, el corazón le iba tan deprisa que tuvo que respirar hondo un par de veces. Se sentía muy contenta aunque había sido una despedida extraña.
¿Era posible que Chat no se hubiera dado cuenta de que iba a besarle?
Teniendo en cuenta todas las veces que ella se había alejado cuando él lo intentaba, era posible que la misma idea le pareciera increíble y por eso, no había sabido leer sus intenciones. Sí se hubiese dado cuenta no se habría apartado de ella, ¿verdad? En un segundo estuvo convencida de que todo había sido un malentendido, un desajuste; al fin y al cabo, ambos eran inexpertos y era lógico que Chat estuviera un poco desorientado con el cambio en su actitud.
Todavía no le había dicho lo que sentía por él ahora, y tal vez, no se hubiera percatado por sí mismo.
Ladybug podía dudar de muchas cosas en su vida pero no del amor de su compañero por ella, estaba convencida de que él también quería besarla. Lo sabía por el modo en que la había mirado todo el tiempo y por cómo la había tocado.
Porque él me quiere, se dijo con rotundidad y un cosquilleo terrible hizo vibrar su estómago provocándole una carcajada nerviosa. ¡Y yo también le quiero a él!
Ese pensamiento, repentino aunque veraz, le provocó una felicidad inaudita, hizo que riera muy alto y se pusiera a girar por aquel tejado, extasiada de alegría, recordando lo hermoso que había sido ser sostenida por el chico, sus caricias en el rostro, su abrazo. Porque era tan hermoso amar a alguien y saber seguro que se era correspondida, poder tener el corazón lleno de esperanza, sin un solo atisbo de miedo al rechazo. Ahora sí podía dar rienda suelta a sus emociones contenidas y podía perderse en toda clase de fantasías románticas.
Se rodeó el cuerpo con los brazos, cerró los ojos y se imaginó que él seguía allí, con ella, estrechándola con fuerza.
—Amo a Chat Noir —dijo para sí misma. Una alegría pletórica se expandió por su cuerpo—. ¡Quiero a mi gatito!
Ahora solo tenía que pensar en el mejor modo de decírselo a él, pero no sintió ningún miedo ante esa expectativa. Sabía que todo iría bien. Y cuando lo hubiera hecho, ya nada se interpondría entre ellos: podrían ser felices de una vez por todas.
—Felices —Por una vez, parecía tan fácil que casi asustaba un poco.
Ladybug escuchó un tercer pitido y se obligó a abandonar ese mundo de fantasías cursis y regresar al real. Debía volver a su casa antes de perder sus poderes o se le haría todavía más tarde.
Sacó su yo-yo y se giró en busca de la ruta más directa hacia la panadería de sus padres, por desgracia, en el edificio que tenía tras ella vio algo que la paralizó. Experimentó una convulsión interna que casi la hizo doblarse y la obligó a bajar la mirada. Frente a ella había una de esas vallas publicitarias gigantescas con la fotografía de Adrien, un fotograma del famoso anuncio de la colonia Agreste. Su rostro, tan atractivo como de costumbre, en un tamaño de cinco metros de largo por tres de ancho, una sonrisa infinita alumbrando el cielo.
Era la primera vez que veía esa fotografía y sentía un retorcijón de malestar.
Recuperada de la impresión, la estuvo admirando hasta que experimentó un nuevo acaloramiento en su rostro que la hizo dar un respingo y menear la cabeza. No, no, no, no. Se dio la vuelta, irguiéndose y dio unos cuantos pasos en la dirección contraria. Resopló, se paró, y giró la cabeza por encima de su hombro. El bello rostro de Adrien seguía ahí, claro, y confirmó con pesar que mirarlo ya no le provocaba enfado.
Le prometí que le había perdonado, se recordó. No fue solo por esa promesa, sino que, de ningún modo habría podido guardarle rencor para siempre. Adrien no se lo merecía, pues estaba muy preocupado por ella. Había intentado mantener la creencia de que se había burlado de ella y de sus sentimientos todo lo que había podido, pero le conocía lo suficiente como para saber que eso no era propio de su amigo.
No era un mal chico, en su cuerpo no albergaba ni una molécula de crueldad.
No es como Chloe Bourgeois, a pesar de que había querido pensarlo.
Seguía sin entender cómo se había producido el malentendido, y en parte era porque no le había permitido que se lo explicara. Apenas hablaban en el instituto, la verdad, Marinette temía una conversación cara a cara con él porque sabía que si Adrien volvía a disculparse, su corazón cedería y sus arrebatadores sentimientos de amor por él, que aún no se habían extinguido, volverían a dominarla.
¡No quería caer en eso!
Gracias a lo que había pasado, Marinette sentía que empezaba a olvidarse de Adrien. Ya no pensaba tanto en él como antes, porque si lo hacía, su corazón aullaba de dolor por el desengaño. Eso era algo bueno, puesto que nunca tuvo ni la más mínima oportunidad de aspirar a su amor, lo que necesitaba era desencantarse, librarse de la adoración que sentía por él por completo.
Obviamente, si aún sufría cuando le veía, quería decir que todavía le amaba, pero cuanto más se alejaba del recuerdo del modelo, más libre quedaba su corazón y éste, al fin, se estaba llenando del amor de Chat Noir. Y ese era el único sentimiento que quería conservar de verdad. Con Chat podía ser feliz, podía tener el romance más delicioso del mundo y sentir todas esas cosas que siempre soñó experimentar.
Estaban hechos el uno para el otro, ahora lo sabía.
Se trataba de hacer un pequeño esfuerzo, arrancarse los últimos vestigios de su obsesión por Adrien Agreste del alma, para poder entregarse a un nuevo amor. Y por una vez, estaba convencida de estar tomando el camino correcto para ser feliz. Con su compañero del alma. Adrien sería feliz con Kagami y todo estaría bien.
Lanzó su yo-yo en una dirección que, si bien la haría dar más vueltas, le resultaría mucho más segura para llegar a su casa, lejos de imágenes gigantes que pudieran distraerla de su verdadero destino.
Chat Noir, se dijo convencida del todo. Siempre fue Chat Noir.
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Quiero agradecer las reviews que recibió la primera parte de esta historia ^^ Aquí tenéis la segunda, espero que os siga gustando
Gracias por escribirme, me hace mucha ilusión saber vuestras impresiones y me inspira mucho para seguir creando de este fandom.
Nos vemos en la tercera y última parte de este fanfic.
Hasta entonces, besotes para todos y todas.
—EroLady
