DISCLAIMER: Hetalia y sus personajes pertenecen a Hidekaz Himaruya, mientras que la trama de este fanfic es de mi autoría. La siguiente historia tiene como único propósito entretener, y no intenta fomentar algunas de las acciones y/o conductas negativas de los personajes. Para finalizar, queda estrictamente prohibido plagiar cualquier elemento relacionado con mi trabajo, así como resubir el fanfic a otros sitios web sin mi autorización. En adición a lo anterior, y con el auge de personas ajenas a los autores que se dedican a vender fanfics en formato físico, me desvinculo de cualquiera que promueva esta práctica, y sus acciones serán motivo suficiente para una denuncia.
ADVERTENCIA: El siguiente fanfic podría entrar en la categoría de Dark Hetalia, ya que hace una ligera mención de temas históricos controversiales, y por ello se recomienda leerlo desde un punto de vista crítico, así como de una completa discreción.
Sin más que decir, les doy la bienvenida y espero que disfruten :)
"¡Franceses! Durante más de treinta años en paz y en guerra he marchado con ustedes. Sigo marchando todavía por el mismo camino. Esta noche me dirijo a ustedes en sus hogares, dondequiera que estén o cual sea su suerte. Repito la oración escrita sobre el luis d'or*, 'Dieu protège la France'*. Aquí en Inglaterra, bajo el fuego de los Boche*, no olvidamos los lazos y vínculos que nos unen a Francia...Aquí en Londres, que Herr Hitler dice que reducirá a cenizas... nuestra Fuerza Aérea se ha mantenido firme…"
— Winston Churchill, 21 de octubre de 1940.
A inicios del mes de febrero de 1941, el joven Inglaterra miraba con detención los mapas que tenía clavados en la pared de su estudio, marcando los últimos movimientos que los ejércitos de Rusia y del Eje habían ejecutado, así como los suyos propios y de los Aliados, de modo que pudiera formular la siguiente estrategia en el campo de batalla.
Al observar la enorme porción de Europa que había sucumbido ante las tropas rivales, el británico llegó a la conclusión de que, hasta ese momento, la situación había sido favorable para él. Con mucha antelación, determinación, y quizás un poco de buena suerte, había logrado resistir a los ataques de Alemania, su principal enemigo en esa contienda. Sin embargo, recordó que no todos sus planes habían salido a la perfección, como aquel en el que intentó usar la magia negra para poner en desventaja al hombre de origen teutón, invocando por accidente a Rusia, el país al que más temía en todo el planeta.
De pronto un pequeño resplandor cruzó la habitación. Cerca de él flotó un hada de relucientes cabellos rojizos y un colorido vestido hecho de hojas y plumas. Inglaterra la saludó con una sonrisa afectuosa, siendo que la pequeña criatura era del grupo de seres mágicos con los que mostraba su lado más gentil y risueño.
— ¿Saben si el yank* ya nos envió más armamento? —le preguntó a continuación. En algunas ocasiones, sobre todo en tiempos de guerra, sus místicos amigos servían como sus espías personales.
— Lo siento Inglaterra, aún no tenemos noticias sobre él —dijo el hada con una voz aguda, pero a la vez dulce.
Ante su respuesta, Inglaterra frunció el ceño y dirigió su mirada al mapa del continente americano.
— That bloody git*! En el momento menos apropiado decidió ser un pacifista.
Estaba a punto de golpear con el puño izquierdo el territorio de Estados Unidos, pero un horrible dolor se apoderó de su brazo y lo detuvo al instante. «Agh!», gimió de dolor. Con la mano contraria se aferró a su antebrazo, al tiempo que se encorvaba y cerraba los ojos con fuerza. Angustiada, el hada emitió un grito ahogado y batió sus alas a la velocidad de un colibrí.
— ¡Oh cielos!, ¿estás bien?
Al escucharla, el británico intentó recobrar la compostura. Realizó una serie de respiraciones hondas, hasta que el dolor comenzó a desvanecerse. Entonces volvió a erguir su postura y volteó a ver a su amiga con un rostro en apariencia sereno.
— Tu brazo aún no ha sanado… —exclamó el hada, con sus manos cubriendo sus rosadas mejillas.
— No te preocupes —respondió Inglaterra, dirigiéndole otra sonrisa, una más sutil que la anterior. Le causaba conmoción que las criaturas mágicas de su casa fueran de los pocos seres que le mostraban abiertamente respeto y cariño—. Si todo marcha bien en los próximos días estaré como nuevo. Ustedes sigan vigilando de cerca a los demás, y háganme saber cualquier novedad de inmediato.
Acto seguido retomó su tarea. Contempló el mapa de África, en donde la campaña de África del Norte se estaba llevando a cabo. Recapituló la reciente victoria que había tenido en Libia, quien en esos momentos estaba bajo la custodia de los hermanos Italia. Con tinta azul marcó la zona que había ocupado su ejército en el norte de ese territorio, y después miró a la izquierda. Los dominios de Argelia* estaban rodeados por un círculo de tinta roja. No obstante, arriba de esa zona estaba escrito en azul: "OPERACIÓN CATAPULTA: EXITOSA".* Esa frase, que no le causaba mucha complacencia, hizo que regresara al mapa de Europa y observara el terreno que le correspondía a Francia.
Qué irónico era el destino, pensó Inglaterra. Un día él y el hombre de origen galo podían ser rivales acérrimos, y al otro eran aliados, como estaba ocurriendo en esos instantes.
— A propósito, ¿cuánto tiempo más estará aquí el señor Francia? —preguntó el hada, como si le hubiera leído el pensamiento. Inglaterra dio un largo suspiro.
— Sinceramente, no lo sé.
— Pues espero que sea pronto, porque es difícil esconderse de él todos los días —contestó molesta la pequeña mujer, cruzando sus largos y delgados brazos. Inglaterra la miró con sorpresa.
— No me digas que los vio.
— Estuvo a punto de hacerlo, pero huimos a tiempo.
— Sean pacientes. Créeme, yo tampoco quiero que se quede aquí, pero hasta que no podamos expulsar a los alemanes de su casa no puedo hacer nada al respecto. Y además, mi jefe me mataría si lo echara.
No satisfecha con la respuesta, el místico ser resopló, pero unos segundos después sus ojos se iluminaron y una sonrisa traviesa se dibujó en su rostro.
— Entiendo, ¿pero podríamos aunque sea jugarle una bromita?— dijo con picardía. Voló cerca del oído del británico y le susurró una tentadora idea—, ¿tal vez pintarle el cabello de verde mientras duerme?
Inglaterra soltó una carcajada al pensar en la cara que pondría el francés al despertar y mirarse al espejo. Pero recordó algo que lo hizo cambiar de opinión.
— Eh… preferiría que no, por ahora.
El hada quedó pasmada ante la negación de su amigo. Ella, al igual que muchos, había atestiguado la complicada convivencia que tenían ambas naciones, un vestigio de su rivalidad histórica, en la que siempre intentaban superar y humillar al otro.
— Pero pensé que no te agradaba el señor Francia —le dijo. Inglaterra volvió a carcajear ante tal ridícula declaración, pero esta vez con un tono de nerviosismo.
— Y no me agrada—fijó su vista en la capital del territorio francés en el mapa, y su semblante se tornó serio—, pero en estos días… no ha sido él mismo...
En medio de esos tiempos caóticos, y pese a su oposición inicial, Inglaterra no había tenido más remedio que tomar el papel de anfitrión, y acoger al extravagante hombre en su casa. Cohabitar con Francia era una pesadilla hecha realidad, y la convivencia durante los primeros días fue muy tensa. El país anglosajón, de carácter reservado y aparentemente estoico, a menudo se encontraba exasperado por la naturaleza efusiva y melodramática de Francia. Y como era su costumbre, los dos hombres siempre encontraban una razón para discutir. Bastaba mencionar algo relacionado a la guerra o con respecto a Alemania o Prusia, para que comenzaran a culpar al otro por los eventos del presente. Incluso había ocasiones en las que los rencores de siglos atrás volvían a surgir a la superficie, como ocurrió en una reunión que tuvieron hace tres meses.
— ¡De los dos tú fuiste el que lo presionó más para que te pagara! —le reclamó Inglaterra en esa ocasión, haciendo referencia al famoso Tratado de Versalles.
— ¿Y cómo iba a saber yo que su actual líder es un megalómano con sed de venganza?
— Oh, ¿megalómano como tu querido Napoleón?* —respondió Inglaterra con una sonrisa sarcástica. Como lo esperó, había tocado una fibra sensible en el francés, ya que el susodicho se levantó de su asiento y se acercó a él de forma amenazante.
— ¡No vuelvas a insultarlo en frente de mí, ni tampoco a mis espaldas!, ¿me oyes? —exclamó Francia, mientras daba empujones al pecho del británico con su dedo índice—. ¡Además tú también eres culpable!
— ¿En qué? —preguntó Inglaterra al tiempo que apartaba con brusquedad la mano del hombre galo.
— En que nada de esto hubiera pasado si ese idiota de Amerique no hubiera empeorado la situación en la que estábamos*, ¿y debo recordarte quien fue responsable de su crianza?
— ¿Piensas que lo hubieras hecho mejor que yo, stupid frog? ¡Ni siquiera pudiste quedarte con Canadá ni con Seychelles!*
Y así, pelea tras pelea, pasaron los días. Pero a medida que éstos se convirtieron en semanas, y después en meses, Inglaterra no pudo evitar notar la creciente melancolía en el comportamiento de Francia. El elegante y extrovertido hombre se había vuelto tranquilo y retraído, al punto de que sus discusiones disminuyeron de manera significativa. Prácticamente su huésped se había convertido en una sombra de lo que era antes.
A pesar de que Francia trataba de enmascarar su estado de ánimo, para Inglaterra era evidente el cambio, tanto en el interior como en el exterior. Por ejemplo, un sobrio uniforme de colores neutros había reemplazado a las elegantes y llamativas ropas que caracterizaban al francés, algo que éste jamás hubiera permitido en el pasado.
Ni siquiera los hermanos mayores de Inglaterra, con quienes Francia tenía un mejor trato, habían conseguido que su sonrisa se recuperara del todo. Debía existir algún modo para que volviera a ser el de antes, pensó la nación anglosajona… Pero entonces recapacitó y se auto-sermoneó. ¿Por qué le debía preocupar el estado de ánimo de Francia?. Tenía cosas más importantes con las que lidiar. Su gente y sus tropas dependían de él y de sus superiores, aún más cuando se sabía que su hogar era el siguiente objetivo en la lista del jefe de Alemania. Además, al ser uno de los pocos países en Europa que no había caído ante las garras del Tercer Reich, ni de la Unión Soviética, muchas naciones aliadas contaban con él, lo que era un enorme peso sobre sus hombros.
— Tendrás que disculparme pequeña amiga, pero ahora estoy muy ocupado —dijo mientras hacía un ademán de despedida al hada. La criaturita, sin más remedio, asintió con la cabeza y se desvaneció con ayuda de su magia, dejando al inglés solo, inmerso en el silencio de su estudio.
. . . . .
En otra habitación de la casa, la representación humana de Francia se encontraba sentado en un sofá mientras miraba el horizonte, hacia donde suponía que era el sur. A cientos de kilómetros más allá se encontraba su amado hogar. La radio estaba encendida, pero no le prestaba ni la mínima atención a la voz masculina que anunciaba las últimas noticias, ni tampoco a los intermedios orquestales que pretendían levantar el ánimo de los oyentes. En su lugar, suspiró frente a la ventana. Ya casi se cumplían ocho meses desde el día en el que había sido evacuado de sus dominios.
Con pesar recordó cómo los eventos que causaron su derrota cayeron uno sobre otro, como fichas de dominó. Primero fue la operación Dunkerque en la que, por culpa de Inglaterra, perdió refuerzos que lo ayudarían a defender su casa de la invasión. Diez días después, los soldados alemanes cruzaron la línea Maginot y llegaron hasta su capital, mientras que los italianos ocuparon el sur. Con su derrota, el líder de Alemania puso a otra persona a cargo de sus dominios, y para muchas naciones no existía peor humillación que la de un gobierno títere impuesto por otro país.
Le parecía terrible la idea de que después de la era napoleónica no había vuelto a ser la nación poderosa que alguna vez fue, aquella que derrotó a Prusia, el mismo hombre que junto a su hermano menor lo habían derrocado a él el año pasado.
Por si todo aquello no había sido suficiente, la persona que le tendió una mano y un refugio temporal, de una manera para nada convencional, era la misma con la que había tenido conflictos desde el primer día en que se conocieron.
Francia hizo una mueca de disgusto al recordar el pasado mes de julio. En el día de su rendición, poco después de que se firmara el armisticio con Alemania, alguien lo noqueó en la cabeza mientras caminaba de regreso a su departamento. Al despertar, se dio cuenta que estaba en la casa de la nación británica, localizada en el barrio de Kensington, Londres. Aunque al principio se rehusó a quedarse ahí, eventualmente supo que no tenía más opciones, ya que los soldados alemanes se habían esparcido como plaga por casi todo el continente europeo. La casa de España, que era de los pocos territorios que no estaba ocupado por el enemigo, hubiera sido una mejor opción para él, de no ser porque el país hispano, al que consideraba como amigo cercano, estaba pasando por una situación complicada tras su guerra civil. Y pese a que Suiza había declarado su neutralidad en el conflicto, éste no tenía ningún problema con que Alemania merodeara por su hogar, cual águila en busca de su próxima presa. Por lo tanto, la oferta del británico fue su única alternativa.
No obstante, nunca estuvo en los planes de Francia agradecer a Inglaterra por haberlo "salvado", mucho menos cuando se enteró de las medidas drásticas que la nación aliada había tomado para evitar que aumentara el poder armamentista de Alemania, como destrozar los puertos y buques que estaban bajo su nombre. Tal vez en el momento de su rendición habían sido entregados a Alemania y a Prusia, pero seguían siendo suyos después de todo.
Fue así que el francés encontró una de tantas razones para discutir todos los días con Inglaterra, aunque para nadie eso era novedad, ya que desde que eran niños tenía una predisposición para molestarlo. Le gustaba burlarse de su falta de estilo, así como de su carácter reservado y terco. Sin embargo, conforme pasaron los días en aquella casa, Francia descubrió que, para sorpresa suya, esa costumbre poco a poco le dejaba de causar la misma satisfacción que en el pasado. Entonces se dio cuenta de que la ocupación forzosa de su hogar lo había dejado en un estado vulnerable, una sensación de añoranza que sin importar cuánto lo intentaba, era difícil de esconder frente a los demás.
La enorme devoción que sentía por su casa hacía que cada día aumentara su nostalgia. Extrañaba los desayunos en los cafés parisinos, donde podía conocer a diferentes personas y conversar con ellas; extrañaba las tardes doradas en las que paseaba por las galerías de arte, las cuáles de seguro ya habían sido saqueadas y robadas por los hombres de Alemania; y extrañaba las noches estrelladas en las que se recargaba en el balcón de su departamento, con una copa de su mejor vino en la mano, y observaba con deleite su ciudad bañada por la luz de la luna y las cálidas lámparas. En otras palabras, extrañaba su Ville de l'amour*.
¿Y qué podía decir sobre la casa del inglés? Pues una palabra que describía a la perfección el estilo de vida de Inglaterra era: practicidad. A diferencia de él, que le daba un toque de belleza y glamour a todo lo que concernía a su vida cotidiana, para el británico parecía ser que esas cosas no le importaban en lo absoluto. Era así que, ante los ojos de Francia, a la casa de su compañero le faltaba vida; y el clima gris y húmedo de varios días consecutivos no era de gran ayuda.
Pero no solo los muebles y la decoración de la casa eran prácticos, sino también la comida. Francia, que estaba acostumbrado a deleitarse con una variedad de sabores refinados, tuvo que conformarse con alimentos más sencillos y rústicos. A pesar de que las dos naciones habían acordado, tras una larga negociación, que Francia sería el cocinero de la casa, a consecuencia de la guerra era difícil conseguir todos los ingredientes que éste necesitaba para recrear sus platillos. Tanto él como Inglaterra tenían que acudir en secreto al Mercado Negro para comprar raciones extra de comida.
Fuera de esos detalles banales, Francia hubiera considerado la casa de su anfitrión como un sitio tranquilo, y mil veces mejor que estar recluido en una de las prisiones del Eje, de no ser por el ambiente embrujado que predominaba en aquel lugar. Con frecuencia las puertas y ventanas se movían sin que hubiera viento, y ruidos extraños se escuchaban por los rincones. Al principio el francés pensó que solo se trataban de insectos o de roedores, pero en una ocasión, en la que abrió la puerta de la habitación de Inglaterra tras minutos de haberla estado tocando, juró haber visto hadas, unicornios, duendes y otras criaturas rodeando al joven anglosajón, quien dormía tranquilo en su escritorio. El británico negaría horas después lo que su huésped había presenciado, y tras ese hecho Francia no volvió a presenciar algo similar. No obstante, había ocasiones en las que Inglaterra se encerraba en una habitación y pasaba horas hablando consigo mismo, o al menos esa era la impresión que Francia tenía, la cual le causaba cierta angustia, ¿a ese nivel de insolación había llegado el inglés? En el pasado hubiera usado ese hecho como pretexto para llamarlo "loco", pero en esos momentos sentía que el país británico necesitaba con urgencia la compañía de un amigo…
El sonido del viejo reloj de madera de aquella sala lo distrajo de su estado meditativo, y segundos después la bocina de un auto lo llamó desde afuera. Era hora de reunirse con su líder y con una parte de su ejército* en el número 3 de la calle Carlton Gardens. Al menos no era la única persona que se encontraba viviendo en Londres lejos de casa, se dijo a sí mismo mientras se incorporaba del sofá, apagaba la radio y se retiraba de la habitación. Aquellos compatriotas se habían rehusado a servir a los caprichos del líder de Alemania y, al igual que él, ansiaban por recuperar su hogar y la vida que tenían antes del conflicto.
Pero, ¿qué iba a suceder si todo salía mal?, pensó.
¿Qué iba a ser de él?.
. . . . .
Como si las dos naciones no hubieran tenido muchos asuntos con los que lidiar, en los que se incluía su incómoda cohabitación, en septiembre del año pasado el Blitz había llegado al corazón de Inglaterra. Durante la noche sonaban las sirenas de los ataques aéreos, y Londres temblaba bajo el peso de las bombas de la Luftwaffe, la fuerza aérea de Alemania. Aquel Año Nuevo los habitantes lo recibieron de forma agridulce, ya que dos días atrás había sido el peor ataque a la capital: ciento sesenta civiles muertos, y doscientos cincuenta heridos. La propia personificación del país terminó con varias lesiones, en las que se incluían un brazo y un pie fracturados; y contrario a otras ocasiones, sus heridas tardaron varios días en sanar, lo que indicaba la gravedad de la situación.
Hasta aquel febrero de 1941, Inglaterra había recuperado la movilidad de su pie al caminar, pero por breves instantes su brazo izquierdo aún le causaba molestias, sobretodo cada vez que se sentía presionado por sus deberes en el campo de batalla. Es así como tres noches después el hombre británico, llevando sobre su hombro derecho un costal lleno de sábanas y edredones, se dirigió a su sala de estar, donde se encontraba Francia.
— ¡Vamos frog! —le ordenó—, tenemos que llevar unas cosas al Underground, y no puedo cargar todo yo solo.
En otras ocasiones el francés se hubiera mofado de la incapacidad que presentaba su compañero, pero en lugar de ello solo lo cuestionó.
— ¿Al metro? ¿Por qué a ese lugar?
Por la expresión fría de Inglaterra, Francia supo que no estaba de humor para dar largas explicaciones.
— Para simplificarlo —contestó el inglés—, mucha gente lo está usando como refugio antibombas. ¡Rápido, ayúdame a llevar los costales al camión!
Sin mucha objeción, Francia hizo lo que le pidió, y una vez que terminaron de acomodar la carga en el vehículo prestado, ambos subieron a éste y partieron hacia su destino, con Inglaterra al volante.
En el trayecto pasaron por numerosas calles, cuyo panorama era todo menos alentador: edificios y catedrales destruidas, vehículos atrapados dentro de agujeros causados por las bombas, puentes partidos a la mitad, y camiones de bomberos patrullando en cada esquina, así como soldados.
Al notar el rostro melancólico de Francia, Inglaterra se arrepintió de la forma brusca con la que había actuado momentos atrás, por lo que se despojó momentáneamente de su personalidad obstinada.
— Verás —dijo para llamar su atención, lo que consiguió al instante—, cuando comenzaron los bombardeos los trenes seguían en operación, como si esta maldita guerra no existiera. Pero, debido a la necesidad de la gente de encontrar un sitio seguro, éstos dejaron de ser usados, y ahora los túneles son un sitio de resguardo.
— Oh, ya veo.
Francia no esperó ese repentino cambio de actitud en Inglaterra, pero aún así sintió cierta satisfacción al escuchar como el joven británico trataba de ser más atento con él. Y por otra parte, pensó en lo que esas pobres personas debían estar pasando. Era muy probable que algunos se habían quedado sin nada después de los bombardeos, mientras que otros, en medio de la desesperación, dejaron todas sus pertenencias atrás. Ante esto último, el francés podía identificarse a la perfección con su situación.
Al llegar a una de las estaciones del Underground, Inglaterra estacionó el camión cerca del lugar. Él y Francia bajaron del vehículo y descendieron las escaleras, llevando consigo algunos de los costales. Sus pasos resonaron a través del espacio poco iluminado, hasta que arribaron al mundo subterráneo, un sitio que, tal como lo había dicho Inglaterra, había sido transformado en un santuario para los seres humanos.
Pero al contemplar con mejor detalle el entorno, los dos países se sorprendieron al observar que, contrario al caos y desamparo que acontecía arriba, los túneles se habían convertido en un hervidero lleno de vida. Personas de todos los ámbitos sociales se encontraban allí, conviviendo y buscando un respiro de los horrores de la guerra.
Caminaron unos metros más, y llegaron a un sitio donde la gente había improvisado camas, hamacas y literas. Algunos dormían en las plataformas de las estaciones, mientras que otros descansaban en la vía férrea. Entonces las naciones se acercaron y comenzaron a entregar las sábanas y los edredones. Unas cuantas personas, apreciando la bondad de aquellos dos hombres, se ofrecieron a ayudarlos a traer los demás costales que habían dejado en el camión, un gesto que ambos países agradecieron.
Mientras hacía su tarea, Francia encontró a paisanos suyos, con quienes sostuvo unas cuantas conversaciones. ¡Dios, cómo había extrañado tener una charla casual y amena en su idioma natal!, se dijo a sí mismo. Algunos de sus compatriotas habían construido una vida junto a los ingleses antes de la guerra, mientras que otros habían escapado durante la invasión alemana, siendo conscientes del peligro que habían corrido al intentar huir. Pero lo que más asombró a Francia, fue que su gente había encontrado esperanza en la casa de Inglaterra, a pesar de los constantes bombardeos. Alababan la valentía de los británicos, así como la forma en la que usaban el humor para burlarse del enemigo y contrarrestar el ambiente tenso.
— Y así como ellos, tenemos que ser resilientes —le dijo una mujer castaña que cargaba en sus brazos a su bebé.
Fue así que Francia volteó a ver a Inglaterra, quien se encontraba a unos metros de distancia de él. Hasta ese momento no había pensado de esa forma de su aliado. Todo ese tiempo había estado tan ocupado en solo resaltar sus características negativas, que ignoró por completo el enorme valor que tenía la nación anglosajona para no ceder ante el enemigo.
— Oui madame, creo que tiene razón…
De forma paralela, Inglaterra también entabló conversaciones con algunos ciudadanos, aunque lo hacía de una manera más formal. Ellos, al notar el uniforme militar que portaba, le preguntaron por el paradero de algún familiar o amigo del que no habían tenido noticias recientes. Inglaterra no pudo responder con certeza, ya que no poseía la lista completa de los hombres que conformaban a su ejército. No obstante, en su interior una enorme culpa comenzaba a carcomerlo. Se sintió responsable por la situación que estaba pasando su gente, ya que si no hubiera sido por algunas de las acciones bélicas que su jefe le había ordenado ejecutar, esas personas estarían con sus seres amados. Recuerdos de la Operación Catapulta volvieron a asaltar su mente. Era parte de su deber, ¿o no?, se dijo a sí mismo. Debía defender su hogar, aunque eso implicara que otros salieran lastimados. Después de todo, no era la primera vez que algo semejante ocurría… «Oh no», otra vez ese horrible dolor en su brazo…
Al mirar la preocupación en su rostro, un hombre de mediana edad se incorporó de su litera y se acercó a él, colocando una mano reconfortante en su hombro derecho.
— No te sientas mal, hijo. Ustedes están haciendo un gran esfuerzo, y estamos muy agradecidos por todo su sacrificio—aquel hombre pensaba que se estaba dirigiendo a un joven soldado común, sin saber que estaba hablando con la mismísima representación humana de su país—. Y ya verás que las cosas mejorarán, aunque no todo vaya a ser igual que antes.
Con aquellas emotivas palabras, el corazón del anglosajón sintió algo de paz. Giró en dirección a las otras personas que se encontraban cerca de ellos, y algunas asintieron, estando de acuerdo con el hombre mayor; mientras que otras solo le dirigieron una mirada o una sonrisa comprensiva. Inglaterra tenía que admitir que, tras haber pasado mucho tiempo concentrado en sus deberes como nación en medio de un conflicto bélico, había olvidado la calidez que brindaba la convivencia entre los seres humanos.
De pronto, cuando una mujer agregó a la conversación la hospitalidad que el pueblo británico había tenido con el francés, Inglaterra automáticamente volteó a ver a Francia, quien le regalaba una sonrisa o un guiño a cada una de las personas con las que cruzaba palabras, acción que Inglaterra vio como una buena señal, ya que su compañero se estaba desprendiendo poco a poco de su faceta retraída. Pero en el momento que el país galo volteó a su dirección y cruzaron miradas, el británico desvió la mirada lo más rápido que pudo.
Una hora después, cuando todo el contenido de los costales había sido distribuido entre los civiles, las dos naciones iban a retirarse, hasta que el hombre que se había dirigido a Inglaterra minutos atrás volvió a aproximarse a ellos, con una sonrisa cálida.
— Quédense un rato más, caballeros. Dentro de unos minutos habrá un pequeño concierto que será todo un espectáculo.
Inglaterra parpadeó con sorpresa, pero por su parte Francia solo entendió unas pocas palabras, al no manejar a la perfección el idioma inglés. Solo cuando la nación británica habló, pudo comprender a lo que se refería aquel hombre.*
— ¿Un concierto? ¿Aquí y ahora?
— Sí, desde hace unos días un grupo de músicos han estado tocando aquí para levantar el ánimo de la gente.*
Los ojos de Francia se iluminaron, llenos de curiosidad. El atractivo de la música le resultaba demasiado tentador como para resistirse. Pero por el lado contrario, Inglaterra se mostró reacio. Organizar eventos de entretenimiento en medio de la amenaza de las bombas le parecía una de las cosas más inoportunas e imprudentes. Sin embargo, al ver que los ojos del francés recuperaban la chispa que habían estado perdiendo desde meses atrás, reconsideró la invitación.
— Bueno, supongo que no podría hacer daño —dijo.
Entonces fueron guiados a través de los túneles, hasta reunirse con un grupo de personas paradas en la vía férrea, viendo hacia a la plataforma de una de las estaciones, que funcionaba en ese momento como el escenario principal, el cual estaba iluminado por velas parpadeantes y el brillo de algunas bombillas. En aquel auditorio improvisado, un diverso grupo de músicos comenzó a tocar melodías que bañaron el ambiente cavernoso en oleadas de ritmos alegres y contagiosos. Gradualmente el sonido de la música se hizo más fuerte, como una señal de resistencia ante la oscuridad que se cernía sobre ellos, y que invitaba a los presentes a dejar atrás la devastación del exterior.
Algunas parejas del público empezaron a bailar. Desde su sitio, Francia se encontró dando golpecitos rítmicos al suelo con la planta de su pie derecho, mientras que Inglaterra sintió que aquella música penetraba su protegida coraza, aflojando el nudo de tensión que se había arraigado en su interior desde que comenzó la guerra.
Cuando la música llegó a su punto vivaz, Francia no pudo resistir más. Se aproximó a una joven que estaba cerca de ellos, y con una sonrisa coqueta le extendió la mano para invitarla a bailar. La chica aceptó sin dudarlo. Se dirigieron a la pista de baile, y el hombre galo se balanceó con elegancia al ritmo del swing. Muy pronto otras mujeres se acercaron a él para ser la siguiente compañera de baile, por lo que Francia bailó encantado con cada una de ellas.
Inglaterra sintió un poco de envidia al contemplar aquella escena. El carisma natural de su aliado era algo que él no poseía. Pero al verlo divertirse, sintió contra su propia fuerza de voluntad una pizca de simpatía, lo que lo dejó perplejo. Y para variar, al escuchar que la risa del francés volvía a sonar en aquel lugar, aquella risa que días atrás había sido sustituida por suspiros vacíos, descubrió lo mucho que la había extrañado, lo que hizo que sintiera aún más pánico. ¿Por qué la felicidad de Francia hacía que él se sintiera complacido, cuando ellos siempre habían sido rivales?.
Justo cuando se hacía esa pregunta, las manos de Francia tomaron las suyas y lo condujeron hasta la pista de baile improvisada.
— ¿Qué haces? —preguntó sobresaltado Inglaterra, con un leve sonrojo que cubría sus mejillas.
— ¡Oh, vamos Angleterre! ¡No seas un aguafiestas! —respondió Francia con los ojos brillando de emoción, mientras intentaba guiar al inglés al son del jazz—. La música es genial y todos nos estamos divirtiendo, ¡aprovecha el momento! —entonces arqueó una ceja y le dirigió una sonrisa pícara—. Claro, a menos que tengas dos pies izquierdos.
Ahí estaba el francés que conocía desde siempre, pensó Inglaterra. Por supuesto que en ese momento no iba a permitirle ser el blanco de sus comentarios burlones, así que apartó sus manos de las suyas y lo miró de forma desafiante.
— Eso ya lo veremos, frog— le dijo con una sonrisa ladina.
Su baile empezó como una competencia para ver quien tenía los mejores pasos individuales, tratando de que sus pies no tropezaran contra los rieles o las traviesas de la vía. Pero a diferencia de otras ocasiones, esa competencia resultó ser amistosa. En esos momentos ninguno tenía la necesidad de insultar o burlarse del otro. Mientras que uno bailaba charlestón, el otro respondía con claqué. Tal vez no eran los bailarines que mejor dominaban esos estilos, pero ambos hacían su mejor esfuerzo por deslumbrar al otro, Francia usando su elegancia natural, e Inglaterra su determinación.
Bailaron alrededor del otro, y gradualmente sus pasos se sincronizaron hasta que estuvieron en perfecta armonía. De vez en cuando sus manos se encontraban para realizar un paso que requería de dos individuos. Con cada giro la tensión entre ellos parecía disminuir, hasta que una sonrisa genuina se dibujó en el rostro de Inglaterra. Se encontraron perdidos en el momento, que durante un breve intervalo sus diferencias parecieron volverse insignificantes. Olvidaron las dificultades que estaban enfrentando, y en ese momento sólo eran dos hombres jóvenes que estaban pasando un buen rato.
Cuando el concierto alcanzó su clímax y las notas finales se desvanecieron en el silencio, Inglaterra y Francia se encontraron de pie cerca, jadeando a causa de la intensidad de su danza. Intercambiaron miradas, y en los ojos del otro vieron una sensación compartida de liberación y camaradería.
Al salir de los túneles, los ecos de las risas, los aplausos y la música aún sonaban en sus oídos. De vuelta en la calle, en medio de la oscuridad y el silencio de la noche, las dos naciones veían el entorno con ojos diferentes, y solo esperaban que las sirenas antiaéreas no interrumpieran aquel ambiente sereno. En ese momento, para Francia la casa de Inglaterra ya no le parecía un lugar tan gris y melancólico. Mientras que el inglés, a pesar del cansancio que le produjo bailar, ya no sentía ninguna molestia en su cuerpo, sobretodo en su brazo izquierdo, por lo que se sintió liberado, renovado.
Se quedaron parados allí un momento, sin la urgencia de subir al camión. Sobre ellos, la luz de la luna se asomaba entre las nubes grises.
— Fue una experiencia divertida —dijo de forma inesperada Francia, sin apartar su mirada del horizonte. Hubiera agradecido a Inglaterra por haberlo llevado a aquel lugar, pero su orgullo no se lo permitió. Después de todo, su relación con el inglés no se destacaba por ser afable.
— Sí. Fue…agradable — contestó Inglaterra, sin tampoco voltear a verlo.
— Deberíamos asistir a otro concierto uno de estos días…
— Si te interesa… escuché que la Galería Nacional hace recitales al mediodía. O también puedo llevarte a conocer al Fitzroy, aunque ya sé que no te agradan los pubs…
— De hecho, suena bien.
— Oh, genial…
Sin más palabras que intercambiar y agotados por todas las emociones que habían experimentado ese día, ambos subieron al vehículo e Inglaterra condujo de regreso a casa. Ninguno de los dos volvió a hablar durante el trayecto. Sin embargo, Inglaterra debatía consigo mismo acerca de algo que quería decirle al francés, con la incertidumbre de no saber si era el momento oportuno, o cómo sería la reacción del hombre galo. Fue hasta que llegaron a su morada, que el inglés decidió hacerlo. Antes de que bajaran del camión, dijo dos sencillas palabras:
— Lo siento.
Francia dirigió su mirada hacia él, confuso.
— Lamento lo que ocurrió en Dunkerque—continuó Inglaterra, muy apenado como para ver a Francia a los ojos—, y también por los barcos.
En los siguientes segundos, al no escuchar ninguna palabra salir de los labios de Francia, el británico comenzó a temer que la conexión que habían forjado momentos atrás iba a desaparecer en ese instante. Pero entonces, Francia suspiró y respondió en un tono sereno.
— No tienes que hacerlo. Si fueron órdenes de tu jefe no había nada que pudieras hacer…
— ¡Lo sé! Pero… pudimos haberlo solucionado de otra manera —contestó Inglaterra, pensando de nuevo en todos los civiles que habían sido arrastrados a los estragos de la guerra, no importaba si éstos eran compatriotas o de otro país.
Francia lo miró de reojo, y pudo contemplar cómo la mano del inglés que se aferraba al volante temblaba, y sus ojos brillaban como cristales al decir aquellas palabras, tratando de que no brotaran un par de lágrimas. Entonces recordó las palabras de la mujer paisana que encontró en el subterráneo, e intentó consolar a su compañero.
— Pues ahora tenemos que pelear por los que todavía siguen en pie.
Ante sus palabras, Inglaterra finalmente volteó a verlo a los ojos, asombrado. Para tratar de alivianar la tensión un poco más, Francia soltó una pequeña risa.
— ¿Sabes? Eso me recuerda a algo que suelo decir. Verás, nosotros somos como barcos, y nuestra gente es el viento que nos ayuda a movernos. Mientras todavía existan personas que sean capaces de guiarnos, podremos seguir adelante, pese a las tempestades.
La verdad era que Francia había olvidado tiempo atrás aquella analogía, producto del sentimiento de desesperanza que se había apoderado de él, pero en esos momentos volvía a encontrar sentido a aquellas palabras.
— Sí. Tienes razón —respondió Inglaterra. De nuevo los ojos verdes del británico se encontraron con los ojos azules del francés, y ambos sonrieron a manera de comprensión. Pero entonces Inglaterra, temiendo estar demostrando su lado más sentimental frente a Francia, cambió su semblante, tratando de actuar como la persona fría y cínica por la que era conocida entre las demás naciones.
— ¡O-oye, talvez sean muy alentadoras tus palabras, pero si le cuentas a alguien lo que pasó hoy me aseguraré de dejarte noqueado por otros meses más!
— Oh, hon, hon, hon! —rio Francia, divertido por la personalidad obstinada de su compañero, con la cual estaba muy familiarizado—,descuida mon ami, yo tampoco quiero que alguien se entere de que bailaste conmigo
— Bien. ¡Espera! ¿Eso qué significa? ¿Qué hay de malo en bailar conmigo?
— Bonne nuit Angleterre! —exclamó Francia con un teatral regocijo, antes de salir del camión y entrar a la casa de Inglaterra.
Sin duda, las cosas habían vuelto a la normalidad.
. . . . .
Mientras Inglaterra yacía en su cama, no podía evitar pensar en la noche que había compartido con el francés. No recordaba la última vez que se había divertido tanto con alguien, y esa persona resultó ser la que menos esperaba. Era evidente, se dijo a sí mismo, que ambos necesitaban de una pequeña distracción. Esa noche había sido un pequeño momento de alegría en medio de la desesperación. En otras palabras, había sido como un destello de luz en medio de la oscuridad.
La pregunta era, ¿seguirían siendo rivales después de aquella noche?. Lo más probable era que sí. Siglos de conflictos y discusiones eran difícil de solucionar en un solo día, y para ellos era una costumbre difícil de cambiar. Sin embargo, un nuevo entendimiento había florecido entre ellos. No sólo la guerra había puesto a prueba su determinación y los había colocado en circunstancias extraordinarias, pero también reveló una verdad oculta: detrás de años de rivalidad, había un vínculo que era difícil de romper, o que se resistía a ser quebrado.
Giró hacia el otro lado de la cama para observar el calendario que tenía colgado en la pared. Por varios meses había estado muy ocupado, que hasta esa noche todos los días habían sido iguales para él, sin ninguna distinción. Pero en ese momento tenía curiosidad por saber en qué fecha se encontraban.
Casi se cayó de la cama al observar la respuesta:
Viernes 14 de febrero.
— FIN —
NOTAS Y ACLARACIONES (Especialmente para quienes no son franceses o ingleses):
* Luis d´or: "Luis de Oro". Antigua moneda francesa.
* Dieu protège la France: "Dios proteja a Francia".
* Boche: Término peyorativo usado por los Aliados para referirse a los alemanes. La palabra la originaron los franceses, fue aplicada en las dos guerras mundiales, y traducido al español es algo similar a "cabeza dura", "bribón" o "granuja".
* Yank: Término usado por los ingleses para referirse a los estadounidenses, semejante al término "yankee".
* That bloody git: "Ese maldito idiota".
* Libia fue una colonia italiana de 1911 hasta el final de la Segunda Guerra Mundial, cuando se le otorgó su independencia. Argelia fue una colonia francesa de 1830 hasta 1962, y durante la Segunda Guerra Mundial los colonos franceses apoyaron al gobierno de Vichy, el gobierno títere impuesto por el Tercer Reich, lo que motivó aún más a los armenios a luchar por su independencia.
* Operación Catapulta: Acción militar británica realizada en el verano de 1940 con el fin de tomar el control o destruir el grueso de la Armada francesa, de manera que no supusiese una amenaza a Gran Bretaña tras la rendición francesa ante el Eje. Uno de los acontecimientos más destacados de esta operación fue el ataque a Mers el-Kebir, Argelia, en el que se logró hundir un acorazado y averiar tres buques franceses.
* Como dato curioso, y contrario a Inglaterra en este fanfic, Winston Churchill declaró lo siguiente en un comunicado del 19 de diciembre de 1940: "I certainly deprecate any comparison between Herr Hitler and Napoleon; I do not wish to insult the dead. (Ciertamente desapruebo cualquier comparación entre Herr Hitler y Napoleón; No deseo insultar a los muertos.)"
* La caída de la bolsa de valores de 1929 en Estados Unidos también afectó a varias naciones, incluyendo a Alemania, quien todavía se estaba recuperando de las pérdidas económicas de la Primera Guerra Mundial y de las sanciones impuestas en el Tratado de Versalles. Esta crisis fue aprovechada por el partido N*zi para llegar al poder.
* Canadá fue colonia de Francia desde 1535 hasta 1763, sin embargo, desde los años 1600 Inglaterra ya había adquirido algunos territorios. Finalmente, con el Tratado de París de 1763 Canadá formó parte del Imperio Británico de manera oficial; por su parte, Seychelles fue parte del Imperio Francés desde 1742 a 1814, hasta que llegaron las Guerras Napoleónicas y se firmó un nuevo Tratado de París, en el que Seychelles pasó a formar parte del Imperio Británico.
* Ville de l'amour : Ciudad del amor.
* El Gobierno de la Francia Libre, o simplemente Francia Libre, es el nombre dado al gobierno en el exilio francés fundado por Charles de Gaulle en 1940, y que tenía su capital en el exilio en Londres. Su sede principal fue en una casa de la calle Carlton Gardens, en una de las zonas más exclusivas de Londres.
* En mis headcanons, y acorde a lo visto en el manga y el anime, además de que cada uno de los países habla su idioma natal, se pueden entender entre ellos como si tuvieran un idioma exclusivo para naciones. Pero cuando hablan con personas normales que son de otros países, no pueden entenderlas a menos que hayan estudiado el idioma que predomina en esa región.
* La Entertainments National Service Association (ENSA) era una organización británica encargada de ofrecer espectáculos a las fuerzas armadas. A veces ofrecían conciertos en las estaciones que se usaban como refugios antiaéreos.
Si llegaste hasta aquí, muchísimas gracias por tomarte tu tiempo para leer este one-shot. Es la primera vez que escribo un fanfic de un ship famoso del fandom. De hecho, me dí cuenta que casi no escribo ni dibujo nada de los personajes canon de Hetalia, ya que me enfoco demasiado en mis propios OCs, así que espero que les haya gustado la historia. Si encontraron la trama similar a otro fanfic que escribí… no los culpo, yo también me dí cuenta de que tengo algo por hacer que dos personajes que no se llevan bien vivan en la misma casa, je,je.
Quedo atenta a cualquier comentario o crítica constructiva, y antes de irme les dejo unos datos random sobre este fic. ¡Nos vemos!
DATOS TRIVIA:
* La razón por la que el fanfic termina en el día 14 de febrero, es porque originalmente iba a subirlo en Día de San Valentín, pero por culpa de un trabajo que me pidieron a última hora mi agenda se modificó, y no lo pude compartir ese día. Y después hice algunos cambios al borrador que parecía ser el definitivo.
* En el primer borrador Inglaterra iba a saber desde el principio sobre el concierto en el Underground, e iba a sugerir a Francia que asistieran para que ambos se distrajeran por un rato de la guerra. Pero al final me resultó más interesante que la experiencia fuera espontánea para los dos y que los tomara por sorpresa.
* El hada fue un personaje agregado en el último momento, y fue de gran ayuda, porque en los primeros borradores Inglaterra tenía pocos diálogos, y meditaba demasiado, al igual que Francia. El hada es mencionada en una de las canciones de Inglaterra, en el soundtrack oficial de Hetalia.
* Creo que hasta ahora Francia es el personaje que más me ha costado escribir, ya que en el material original tiene una personalidad muy… extravagante. Entonces sí, considero que en este fanfic tiene momentos muy fuera de personaje. No sé qué opinen acerca de Inglaterra…
* Principal inspiración para el fanfic: Un libro de fotografías de la Segunda Guerra Mundial, en el que había unas imágenes de artistas entreteniendo a los refugiados en los túneles subterráneos de Londres. También la información que contenía el libro ayudó a desarrollar la historia y la ambientación.
* Playlist que también sirvió como inspiración mientras escribía el fanfic: Safe and Sound de Capital Cities; You Go To My Head, interpretada por Bea Wain; Fall in Love, Mademoiselle, del soundtrack oficial de Hetalia; After Dark de Mr. Kitty; y Dark Waltz History, compuesta por Brian Keane.
