Disclaimer
Los personajes aparecidos en esta historia son de propiedad única y exclusiva (hasta donde sé) de la señora Rumiko Takahashi de su obra Ranma ½ . Esta servidora sólo los utiliza para su entretención y la de los que leen. No recibo ningún beneficio pecuniario a cambio.
Nota aclaratoria: Esta historia tiene una historia (ojojojo). Es antigua y fue posteada en un foro de Ranma ½, ya desaparecido, por allá por el año 2009-10 (cof, cof). Estaba tan horriblemente escrita que finalmente la saqué de ahí y me olvidé de su existencia. Sin embargo, a alguien le pareció interesante, la copió y la guardó. Nos reencontramos hace poco en la interweb, me lo hizo saber y ofreció mandármelo. Realmente estaba muy mal escrito pero sentí que la idea central no era tan mala. Con el permiso de Telminha Vermelha, porque esta historia es ahora de ella, traté de arreglar lo que pude y aquí estamos. Es un fic muy corto, tres capítulos, y está terminado aunque debo arreglar lo que me falta. Obrigada Telminha por tu acción y espero no decepcionar con la arreglada que le di :)
Gracias a todos por leer. Comentarios y críticas respetuosas son más que bienvenidas.
Una vida sin pasado, una mente sin recuerdos.
Dime por favor donde no estás
en qué lugar puedo no ser tu ausencia
dónde puedo vivir sin recordarte,
y dónde recordar, sin que me duela.
Dime por favor en que vacío,
no está tu sombra llenando los centros;
dónde mi soledad es ella misma,
y no el sentir que tú te encuentras lejos.
Dime por favor por qué camino,
podré yo caminar, sin ser tu huella;
dónde podré correr no por buscarte,
y dónde descansar de mi tristeza.
Dime por favor cuál es la noche,
que no tiene el color de tu mirada;
cuál es el sol, que tiene luz tan solo,
y no la sensación de que me llamas.
Dime por favor donde hay un mar,
que no susurre a mis oídos tus palabras.
Dime por favor en qué rincón,
nadie podrá ver mi tristeza;
dime cuál es el hueco de mi almohada,
que no tiene apoyada tu cabeza.
Dime por favor cuál es la noche,
en que vendrás, para velar tu sueño;
que no puedo vivir, porque te extraño;
y que no puedo morir, porque te quiero.
Jorge Luis Borges - Poema de un recuerdo.
Era una calurosa tarde de verano, de esas en las que el sol parece quemar la piel. Todos los que se atrevían a salir de sus casas iban con un paso lento, cansado, desganado. Y así iba ella, caminando apenas pero ya sintiendo el agua del río corriendo por su piel. Había trabajado toda la mañana ayudando a su padre y éste, orgulloso de la responsabilidad de su hija, había decidido ir por la tarde a dar un paseo al río. Les gustaba andar en bote pero a la chica más le gustaba lanzarse al agua y así lo hizo apenas tuvo la oportunidad.
– No te alejes demasiado, hija. Ya sabes que no es bueno desafiar al agua – decía el hombre preocupado. La hija le respondía que no tenía por qué temer: él mismo le había enseñado a nadar; era una experta y, para demostrarlo, comenzó a nadar alejándose del bote. El padre, desesperado salió tras ella pero fue imposible darle alcance, nunca había sido bueno con los remos. Exhausto, se rindió y decidió confiar en las habilidades de su hija. No pasó mucho cuando sintió los gritos desesperados de la chica. Temió lo peor.
– ¡Papá, acércate! ¡Rápido! – decía ella desesperada. Viendo que no podía hacer nada con los remos, el hombre se lanzó al agua.
– ¿Qué te pasa? ¿Estás bien? – decía mientras nadaba tratando de alcanzarla.
– Hay un hombre ahí, sobre eso que creo que es un tronco – decía la hija mientras apuntaba a un bulto en el agua –: ¿Estará muerto? ¡Parece que sí!
Padre e hija se acercaron nuevamente y sí, era un muchacho, joven. Si no estaba muerto aunque estaba muy mal.
– Ayúdame a llevarlo al bote – ordenó el hombre y como pudieron, lo subieron a él. Temían que muriera en cualquier momento por lo que, una vez fuera del río, lo llevaron inmediatamente a un hospital. El médico no le dio muchas esperanzas: tenía muchos golpes y había pasado mucho tiempo en el agua. Padre e hija decidieron quedarse con él, a la espera de cualquier cosa que pasara.
=.=.=.=.=
– Hola Ranma – dijo una dulce voz al lado de su cama. Con mucha dificultad abrió los ojos: la luz de la sala le molestaba inmensamente. Le dolía mucho la cabeza.
– ¿Ranma? – fue todo lo que el joven atinó a decir.
– Ese es tu nombre. O al menos, eso decía en la camiseta que traías puesta – sonrió la joven. El muchacho sacudió la cabeza: sentía que todo le daba vueltas, se sentía realmente muy mal.
– ¿Dónde estoy? – preguntó, confundido.
– En el hospital. Mi padre y yo te encontramos en el río inconsciente y decidimos traerte. En un principio creímos que estabas muerto pero, ya ves, sigues vivo y te ves bastante bien – fue la respuesta.
– ¿Desde cuándo estoy aquí? – seguía preguntando el joven.
– Desde hace un par de semanas. Los médicos no creían que despertarías pero yo tenía confianza de que así sería. Y bueno, ya pasó – sonrió la chica dulcemente.
– ¿Has venido todos los días a visitarme? ¿Por qué?
Esa pregunta descolocó a la joven. El porqué no lo sabía. Suponía que el haberlo encontrado y, a partir de eso, haber cooperado con su regreso a la vida la había hecho crear un vínculo con él. De parte de ella, claro está porque el hombre que tenía en frente no tenía las más mínima idea de dónde estaba parado. O acostado.
– No sé, supongo que por curiosidad, para ver si te salvabas – y explotó en una pequeña carcajada pero pronto reaccionó: no era el lugar ni el momento de reírse de esa manera –: ¿Realmente no recuerdas que tu nombre es Ranma, Ranma Saotome? ¿Ni de dónde vienes ni por qué terminaste en el río?
No lo sabía. Tenía los pensamientos completamente revueltos: creía recordar rostros, voces pero no sabía si eran parte de su vida o no. Si los soñó o los inventó.
– Gracias – fue todo lo que dijo.
– De nada. Volveré aquí mañana para ver si necesitas algo o por si ya te dejan ir a casa – dijo la muchacha. Ranma realmente esperaba que eso no sucediera; él no tenía casa, es decir, no la recordaba. Si lo daban de alta ¿adónde iría a parar?
– Gracias de nuevo por preocuparte. Nos vemos entonces mañana… – Ranma hizo una pausa y un gesto incicando que quería saber el nombre de la mujer.
– Ukyo. Ukyo Kuonji. Nos vemos mañana, Ranma – le contestó mientras salía.
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Tal como lo había prometido, Ukyo fue a visitar a Ranma el día siguiente y los que vinieron. Poco a poco se transformó en un apoyo para él, especialmente cuando los médicos se dieron cuenta de que las lesiones de Ranma lo habían dejado sin poder caminar. Sentía las piernas pero no tenía la fuerza suficiente para ponerse de pie y menos para andar. Una vez que los médicos dijeron que podía irse a su casa, la angustía se apoderó de él. ¿A casa? ¿A cuál casa? Ukyo habló con su padre y le pidió llevarlo con ellos, al menos hasta que se recuperara y pudiera recordar algo que lo llevara de vuelta a su hogar. Sin mucho entusiasmo, el padre de Ukyo accedió y Ranma llegó a la casa de los Kuonji que, además, era un restaurant, un lugar donde es trabajaba duro.
Ranma se sentía un inútil. Estaba demasiado agradecido con Ukyo y su padre que no sólo lo salvaron sino que ahora lo tenían en su casa, haciendo nada. Quería ayudar pero no sabía cómo.
– No es necesario, muchacho. Una vez que ya puedas moverte con mayor agilidad, veremos en qué puedes darnos una mano – le dijo el padre de Ukyo, amablemente. Ranma se lo agradeció. No lograba entender por qué hacían lo que hacían; él era un extraño, no conocían sus intenciones. Claro que, por ahora, él no tenía intenciones de nada. Apenas se acordaba de quién era; si quería algo o no, por ahora lo desconocía.
– No te preocupes, Ranma. Yo te ayudaré a que puedas recuperarte. Ya verás que en un par de días o semanas, estarás mejor – sonrió Ukyo. Ranma se dio cuenta de que ella era muy bonita y amable. Le debía la vida y algún día pagaría su deuda con ella, como fuera.
Las semanas pasaron y Ranma no daba mayores señales de mejoría. Se ponía de pie, sí. Daba unos pasos, también pero aparte de eso, no mucho. Le preocupaba que el señor Kuonji se hartara de él y lo lanzara a la calle sin nada. Porque él nada tenía; ni la ropa que ahora llevaba puesta era de él. Cuando esas dudas afloraban, Ukyo lo tranquilizaba. Su padre no era así, jamás lo sacaría de su casa sabiendo que aún no estaba del todo recuperado y, además, le había tomado gran cariño. Seguramente su padre lo veía como el hijo que nunca tuvo y que siempre ansió tener.
– No le hace falta, Ukyo. Tú eres mejor que cualquier hijo que podría haberle nacido al señor Kuonji – afirmó Ranma. Los cumplidos de Ranma eran sinceros: Ukyo era una buena muchacha, trabajadora, amable. Era imposible tener una mejor hija, fuera hombre o mujer. Esos halagos no le eran indiferente a la muchacha. No sabía por qué pero empezó a desear que Ranma nunca se recuperara totalmente, así no podría dejarlos. Cada vez que estos pensamientos venían a su cabeza, se regañaba por su actitud tan egoísta pero no podía dejar de sentirlo. Sólo trataba que Ranma no lo notara.
Como a Ranma no le gustaba ser un mantenido, pronto comenzó a ayudar en el restaurante, a cargo del dinero, de la caja. Era un verdadero desastre: se demoraba, se confundía, daba dinero de más o de menos lo que provocaba que los clientes fueran a reclamar, etc. Ahora sí que estaba convencido de que lo sacarían a patadas de la casa. Pero no fue así. El señor Kuonji le perdonaba todo, incluso lo que a su propia hija no. Además, cada vez que podía, Ukyo estaba ahí para cubrir a Ranma, incluso dispuesta a recibir los regaños de su padre por él. Pronto fue evidente que Ukyo estaba enamorada de Ranma y su padre no pudo estar más contento por eso. Si todo funcionaba bien, sus temores de tener que dejar a su hija sola, algún día, a cargo del negocio se esfumaban. Lo único que le preocupaba era que Ranma parecía no tener mayor interés en su hija, como mujer y eso lo atormentaba tanto como a Ukyo.
Que Ranma no mostrara interés amoroso en Ukyo no se debía a Ukyo sino a otra razón que ni el mismo Ranma sabía cuál era. Sentía que su corazón ya estaba ocupado pero no sabía por quién. A veces, cuando lograba estar solo, trataba de buscar en su memoria algún recuerdo, una pista, una señal que le indicara quién era la dueña de su amor. Estaba convencido que, de hacerlo, su pasado volvería a él y, con eso, su vida completa. Pero nada asomaba a su mente. Una noche, Ranma mientras dormía, Ukyo escuchó algo que hubiese preferido nunca oír.
– Akane…
Sólo eso, nada más. Ese sólo nombre bastó para congelar su sangre. Akane era un nombre de mujer. Trató de tranquilizarse: podía ser su madre, su hermana, no tenía por qué ser el nombre una novia o de una mujer de la que estuviera enamorado. No lo comentó con nadie pero la incertidumbre comenzó a matarla, mas temía preguntar porque le aterraba saber la respuesta. Ranma no parecía recordar lo que había dicho en sueños pero sí notó que la actitud de Ukyo había cambiado. No con él, seguía siendo muy amable y cariñosa pero podía ver en sus ojos un destello de preocupación, de inquietud.
– ¿Te sucede algo? – le preguntó finalmente un día. Ukyo trató de disimular e inventó miles de excusas. Ranma no era tonto, ella algo le ocultaba. Viéndose acorralada, reveló aquéllo que la torturaba.
– Hace unas noches, en sueños, nombraste a alguien… – fue todo lo que pudo decir. El rostro de Ranma se iluminó ¿a quién había nombrado?
– ¿Qué dije? Por favor dímelo – le rogó. Ukyo pensó largo rato, eso podía significar el fin de su sueño de tener un futuro al lado de Ranma. Sin embargo, sabía cuánto sufría él por no saber nada de su pasado. Cedió.
– Llamaste a una tal Akane – contestó.
Akane. Ése era un muy bonito nombre y, si la llamaba en sueños, seguramente fue importante en su vida. Aunque no sabía de quién se trataba, comenzó a tratar de formarse una imagen en su cabeza. Pasaba horas intentando invocar ese recuerdo que tan bien guardado tenía en su mente, en algún lugar. Se dormía todas las noches esperando a que ella viniese en sueños y le indicara quién era, por qué era tan importante para él. ¿Sería esa Akane la persona que ocupaba su corazón? Difícil saberlo sin embargo, con el tiempo, recuerdos lejanos llegaron desde un tiempo pasado: una risa hermosa se dejaba oír y el aroma que se desprendía de un cabello largo y brillante. Se desesperó, necesitaba encontrarla pero ¿dónde? A pesar de lo mucho que le dolía, Ukyo se ofreció sinceramente a ayudarlo. Podían buscar entre las chicas del pueblo aunque, por su trabajo, Ukyo conocía a casi todos ahí y no, ninguna Akane se le venía a la mente.
Pasaron varias semanas, meses, quizás años y los recuerdos de Ranma no se dejaban caer completamente por su mente. Ya podía caminar, no bien, pero al menos podía valerse por sí mismo y ayudaba a los Kuonji en su durísimo trabajo. Ya no se sentía una carga aunque siempre estaría en deuda con ellos.
– No digas eso, nada nos debes – le respondían una y otra vez, cada vez que él sacaba el tema. Luego de cerrar el restaurante, Ranma iba todas las noches a la orilla del río a mirar las estrellas. No sabía por qué pero le traían un aire de nostalgia, cargado de sentimientos que no podía explicar. Los sueños con la chica del cabello perfumado empezaron a hacerse frecuentes. La veía moverse, sonreír y él sonreía con ella. Poco a poco, nuevas imágenes comenzaron a aparecer: ahora veía a un muchacho, probablemente de su misma edad, que siempre llevaba una cinta amarrada en la cabeza. ¿Quién sería? ¿Un hermano, un amigo? Así como con "Akane" sólo lograba sentir el aroma de sus cabellos, a este joven tampoco lograba verle claramente el rostro pero sí distinguía sus ojos, de un particular color gris. No sabía quién era ni cómo se llamaba pero estaba seguro de que él también era importante en su vida.
– Tranquilo Ranma, ya ves que has ido recordando poco a poco. No te atormentes – lo consolaba Ukyo. Cada vez que Ranma entregaba una nueva señal de su historia, ella caía en la desesperación. No quería que Ranma se alejara de su lado pero también tenía claro que jamás lo retendría por la fuerza. Repentinamente, el día tan temido por ella terminó llegando. A su padre se le ocurrió pintar el restaurante, para darle un mejor aspecto al local. Ukyo no se mostraba muy de acuerdo, eso significaba cerrar el negocio, perder dinero y, además, la posibilidad de ensuciar la alfombra, una belleza de tapiz.
– No te preocupes por eso hija. Ranma, ve a la bodega y traéme unos periódicos que hay por ahí. Si los ajustamos bien, nada dañara tu preciosa alfombra, mi hermosa Ukyo – respondió el padre. Ranma fue. La bodega de los Kuonji sí que era un desastre pero, después de revolver todo, encontró el papel que el señor Kuoji pedía. No eran pocos y con gran dificultad los llevó hasta él.
– Bien, coloquémoslos sobre el piso, de este modo empezamos antes y, por ende, terminamos antes. Y Ukyo no sufre tanto por las posibles pérdidas que esta remodelación trae – dijo Ranma provocando las carcajadas de todos los presentes. Mientras hacía su trabajo, se encontró con una página vieja, de un periódico de Tokio y, en ella, una fotografía en la que se anunciaba el matrimonio de la joven heredera del dojo Tendo con Ryoga Hibiki. Ranma los reconoció de inmediato, eran las personas de sus sueños. Y sí, eran importantes, ahora podía recordarlo: ella había sido su novia, él, su mejor amigo. ¿Por qué había sucedido así? Ukyo, al notar la preocupante palidez de Ranma se acercó a él.
– Ranma ¿estás bien? –. Era evidente que no. Sus manos temblaban con el papel en las manos. Ukyo se lo quitó, necesitaba saber qué lo había dejado en tal estado de conmoción. La boda de la señorita Akane Tendo con el señor Ryoga Hibiki. Las personas de sus sueños.
– Akane… Ryoga – era todo lo que repetía Ranma.
– ¿Quién es Ryoga? – preguntó Ukyo. Ranma casi no podía respirar. Después de un largo rato, contestó que era su mejor amigo.
– Entonces, la Akane con la que soñabas era la novia de tu amigo. Por eso la considerabas tan importante – Ukyo suspiró alviada. No fue por mucho tiempo.
– Akane era mi prometida…
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Su novia. La tal Akane era su novia y no sólo eso: se notaba que Ranma la había querido mucho porque se necesita adorar a alguien para sufrir como él estaba sufriendo. Ukyo hubiese hecho todo lo que estaba a su alcance para consolar a Ranma pero él no quería ser consolado. Necesitaba vivir su pena, superarla solo porque sólo a él le incumbía ese asunto. ¡Qué equivocado estaba! Todo lo que a él le afectaba, a ella también. Y en ese momento odiaba a esa mujer que estaba destrozando el alma de su amado, casándose con su mejor amigo. Probablemente Ranma quiso escapar de la traición, intentó atentar contra su vida y por eso lo encontraron de la forma en que lo encontraron. Ukyo no tenía ninguna prueba para afirmar lo que pensaba pero ver a Ranma desconsolado y, lo que era peor, aún enamorado de esa Akane, la estaba matando. Lo dejó solo varios días pero la situación no podía mantenerse así eternamente. Ranma tenía que reaccionar.
– ¡Basta ya con todo esto! ¿Hasta cuándo pretendes sufrir por alguien que te dejó por tu supuesto mejor amigo? Debes olvidarla ya, una mujer así no te merece. Tú mereces a alguien que te quiera y respete de verdad – Ukyo bajó la vista sin agregar nada más. Claro que sí, esa mujer era ella. Ranma entendió el mensaje, pero no se hizo cargo de él.
– Ukyo, has sido muy buena conmigo. Tú y tu padre me han salvado de todas las formas en que se puede salvar a una persona pero… no puedo evitarlo. Entiéndeme – fue todo lo que pudo decir. Ella lo entendió. Era cierto, lo había ayudado pero nunca pensando en obtener algo a cambio. Se compadeció de él y a lo largo del tiempo, con el trato diario, se fue enamorando. Pensó que la imagen de Akane era sólo producto de la imaginación de Ranma, un esfuerzo desesperado por crear un pasado. Creyó que él desistiría de su invención y pondría sus ojos en ella. Finalmente, cuando se enteraron de que Akane se había casado con el amigo de Ranma, se ilusionó con que Ranma se desilusionara de su novia y se animara a fijar sus ojos en ella, en ella que lo quería tanto. Pero no. Saber la verdad fue mucho peor que vivir en las penumbras. Para él y para ella. Para los dos.
Una noche, Ukyo se levantó a medianoche por un vaso de agua. Acostumbraba a pasar a dar una mirada a Ranma para asegurarse de que estuviera bien, que nada le faltara. Esa noche no estaba. Por un momento creyó que había salido a mirar las estrellas, que había ido al baño, a buscar algo de comer, cualquier cosa. Lo buscó por todas partes y no lo halló. Abatida, se lanzó sobre uno de los sillones. Ranma se había ido, la había abandonado. Repentinamente miró sobre la mesa y vio un papel escrito con la pésima caligrafía de Ranma. En la carta le decía que no podría vivir con la incertidumbre de saber qué había pasado con Akane y Ryoga, si se habían comprometido cuando él aun estaba con ellos, si él y Akane habían roto su compromiso antes. Necesitaba saberlo todo y, para eso, sólo podía ir directamente donde ellos. Le agradecía enormemente todo lo que su padre y ella le habían dado, su apoyo y amistad. Algún día regresaría para darles las gracias en persona…
Ukyo no pudo seguir leyendo, las lágrimas se lo impedían. Se quedó en ese sillón hasta el amanecer, hasta que su padre se levantó para abrir el restaurante. Se sorprendió primero de verla ahí y, posteriormente, se preocupó al verla llorando.
– Ranma se fue, papá – le dijo. Su padre se acercó, tomó la carta de sus manos y la leyó.
– ¿Dónde podrá haber ido ese muchacho loco?
– ¿No sabes leer? ¡A buscarla a ella! – gritó Ukyo.
No, no era eso lo que intranquilizaba al señor Kuonji sino el hecho de que Ranma apenas si recordaba gentes y eventos. No había salido del pueblo en años ¿cómo pretendía llegar a Tokio? Ukyo se dio cuenta de que su padre tenía razón. Ranma no sería capaz de llegar a ningún lado solo. Salieron a buscarlo pero, después de varios días, se resignaron a aceptar la realidad. Ukyo lloró amargamente. Si bien Ranma jamás le había prometido nada, ella se había ilusionado. Se odiaba por ser tan estúpida. Su padre no estaba de mucho mejor ánimo. Apreciaba realmente al muchacho y ahora lo extrañaría, mucho. Aceptaron que no lo verían más.
No era cierto. Después de unos días vagando por quién sabe dónde, Ranma volvió a casa de Ukyo. Tal como ellos pensaban, no fue capaz de seguir ningún camino. Además ¿qué sacaba con pedir explicaciones a Akane y Ryoga? Ellos estaban casados, tenían una vida juntos. No sería él quien se la arruinara.
– Señor Kuonji, Ukyo: perdónenme. Sé que hice mal en marcharme como lo hice pero en ese momento no veía otra salida. No llegué a ningún lado y, sinceramente, es mejor. Si no les molesta, me gustaría volver a vivir con ustedes.
¿Molestarles? ¡Claro que no! Padre e hija estaban radiantes. Ranma había vuelto y, al parecer, esta vez para quedarse. Lo único que inquietaba a Ukyo era saber si Ranma había logrado recordar algo más en esos días fuera de casa. Él no respondió directamente pero dio a entender que no y aceptaba su vida tal cual era ahora. Ukyo suspiró aliviada. Akane se iría de su mente, ella lo ayudaría a lograrlo.
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Ranma miraba a Ukyo mientras cocinaba. Era muy bonita y muy dulce. Se notaba que lo quería y él, aunque no de la misma forma, la quería también. No recordaba cómo había sido su relación con Akane pero cada vez que pensaba en ella sentía una emoción dentro de sí, algo que no podía explicar. Nunca sintió lo mismo con Ukyo pero se sentía bien, tranquilo. Quizás era lo más cercano a la felicidad que podía presentársele después de todo. Un hermoso día de primavera, en que las flores de los cerezos volaban por todas partes, se atrevió:
– Ukyo, has sido muy buena conmigo. No sé cómo pagarte.
– No me debes nada, tranquilo – le respondió ella con una sonrisa.
– Cásate conmigo – fue todo lo que Ranma dijo. Ukyo tuvo que sentarse para no caerse. ¿Era una broma? ¿Ranma le estaba pidiendo matrimonio? Efectivamente.
– Disculpa, creo que fui muy bruto. Ni siquiera sé si sientes algo por mí – mintió Ranma.
– ¡Claro que quiero! – dijo ella emocionada, rodeando con sus brazos el cuello de su futuro marido. La autorización del padre no fue casi necesaria: el hombre estaba casi más feliz que la propia Ukyo. Los días pasaron rápido, los preparativos tomaron poco: la boda era al día siguiente. Mientras terminaba de dar los últimos retoques a su traje, Ukyo miró por la ventana. Ahí estaba Ranma, a la orilla del río, mirando las estrellas. Suspiró. No tenía necesidad de preguntar qué estaba pensando. O en quien. Estaba pensando en una mujer y esa mujer no era ella.
La boda fue sencilla y la vida de todos no cambió mucho. Todo siguió siendo igual que antes, todos trabajando mucho y saliendo poco. No pasaba un día en el que Ukyo no se preguntara si Ranma había recordado algo más o si aún pensaba en Akane. Jamás le preguntaba, por miedo a reabrir heridas y, lo que era peor, recuerdos. Soportaba estoicamente la incertidumbre y nunca se lo hacía notar a Ranma. Ella se sentía feliz de estar a su lado y se engañaba pensado que Akane no era más que parte del pasado.
La tranquilidad del día se veía eclipsada por la conmoción de las noches. Desde hace unas semanas, Ranma despertaba agitado, muy angustiado. Ukyo no se atrevía a preguntarle qué era lo que veía, prefería que él se decidiera a hacerlo. De la boca de Ranma no salió nada por largo tiempo lo que atormentaba a su esposa. Un día, la angustia fue más fuerte y lo interrogó.
– Ranma ¿qué pasa? ¿Con qué sueñas? ¿Qué ves?
– Cosas terribles – respondía él, agitado.
– ¿Akane? – Ukyo se atrevió a preguntar.
No, no la veía a ella. Era él, escapando para luego verse rodeado de sangre un hombre muerto otro que quizás lo estaba. Veía a Ryoga. Sí, ahora podía verlo claramente.
– ¿Te hizo daño?
Ranma no sabía, no entendía sus sueños. Sólo sabía que esas imágenes volvían una y otra vez y él no era capaz de contenerlas. Ukyo comenzó a desesperarse: quería ayudarlo pero ignoraba cómo.
Trataron de seguir su vida como si nada sucediera en las noches. Y casi lo conseguían. Pero bastaba que Ranma cerrara los ojos para que la escena sangrienta se presentara otra vez. Necesitaba con urgencia una respuesta y al poco tiempo la halló. Una pareja llegó un día a comer al restaurante, Ranma fue a atenderlos. Notó que el joven lo miraba fijamente, como haciendo esfuerzos por reconocerlo. Se puso nervioso, comenzó a indicarles los platos del día, las ofertas pero no conseguía que el hombre quitara sus ojos de él.
– Tú vivías en Tokio ¿verdad? Te vi algunas veces, con Ryoga Hibiki. Eran muy amigos, creo.
Al oír el nombre de Ryoga, Ranma palideció y Ukyo, que estaba más atrás, sintió que se desvanecía. Nada bueno saldría de eso.
– Sí – respondió Ranma, siguiendo el juego –, hace tiempo que no lo veo. ¿Qué ha sido de él?
– Está bien. Se casó hace un tiempo con una niña muy linda. Se lo merecía el pobre. Merecía rehacer su vida, después de todo el tiempo que pasó en la cárcel…
¿Ryoga en la cárcel? Al oír esto, Ranma sintió que la cabeza le daba vueltas. Cayó al piso. Todos fueron a ver cómo estaba pero se zafó de todas las manos y salió corriendo hasta donde le dieron las fuerzas. A medida que corría, se fueron ordenando las cosas en su cabeza.
Volvió tarde a su casa. Ukyo y su padre lo esperaban en la calle, ella salió corriendo a recibirlo y lo abrazó llorando. Creyó que algo malo le había sucedido. Estaba aliviada de ver que no era así. O tal vez sí.
– Ukyo, ya recuerdo todo –. La joven lo miró impactada.
– ¿Qué es todo?
– Todo y no puedo quedarme aquí. Debo solucionar un par de cosas. Me voy esta misma noche, esta vez no me perderé. Ya puedo recordar el camino.
– Yo iré contigo – dijo ella firmemente.
– No, esto es algo de mi pasado y debo resolverlo solo – dijo entrando a la casa para recoger algo de ropa y partir hacia su destino, no sin antes agradecerle a los Kuonji por todo lo que habían hecho y asegurándoles que volvería en cuanto aclarara lo que tenía pendiente. Ukyo lo abrazó diciéndole que lo estaría esperando. Ranma se despidió de ella y se fue. Ukyo lo quedó mirando hasta que no pudo verlo más. Le había dicho que volvería pero ella sabía que jamás lo haría.
Gracias de nuevo a todos los que leen.
A los lectores de los otros fics: no se preocupen, no están abandonados. Se vienen pronto actualizaciones :D
Chao.
