Holi!

¡Sorpresa! No tenía pensado regresar por aquí porque me da penita ver el fandom tan muerto y más después de haber terminado una temporada tan increíble como la 6 XoX

No obstante, no me pude resistir. Estaba escribiendo ideas tentativas de dos Izouchas distópicos y un Bakudeku fantasía cuando llegó esto y... boom. ¡Pues aquí está!

Será una mini historia, ya que últimamente no tengo fuerzas ni motivación para escribir cosas largas. Es además muy desenfadada, una historia divertida y tierna. ¡Y un poco muy picante!

En total serán tres capis, solo tengo escrito el primero y los otros dibujados. No sé cuándo lo terminaré, supongo que iré con calma, pero lo terminaré seguro. ^^

Sin más, os dejo leer y nos leemos abajo.

Un abrazo!


UN ÁRBOL PARA TI

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1. ALGO COMO AQUELLO

Ochaco Uraraka había tenido muchas noches locas en su vida. Locas, en todos los sentidos.

Noches de licor e ilusiones; noches de rescates, fuego y llanto.

También había tenido sus pequeños deslices, pues no era perfecta. A veces comía algún que otro Muffin a escondidas en el trabajo, hacía la vista gorda cuando veía a algún preadolescente robar chicles en un centro comercial o se callaba las cosas que tenía que decirle a su vecino, ese que tiraba la basura orgánica antes del horario oficial para hacerlo.

Después de todo, era humana.

Y también mujer. Y por tanto alguna que otra vez había tenido alguna aventurilla inocente, alguna 'canita al aire'. Algún coqueteo descarado con un repartidor de Amazon, alguna cita a ciegas con un oficinista despistado o un polvo de una noche confuso con algún héroe no muy conocido…

No obstante, aun con esas pequeñas maldades, se consideraba una mujer sensata.

Una que JAMÁS, NUNCA, EN TODA SU VIDA, habría hecho algo tan loco y descerebrado como aquello.

Aquello que sin duda se le había ido de las manos, pues de ningún otro modo se hubiese despertado desnuda, en cama ajena, sin saber dónde estaba, con la mayor resaca del mundo y abraza al cálido cuerpo desnudo de Bakugo Katsuki.

Bakugo.

Sí, Bakugo.

BA-KU-GO.

¡Oh dios! ¡Pero qué diablos había hecho! ¡¿Acaso había perdido el juicio!?

Lo peor de todo, es que aquello había sido totalmente mutuo y deseado. Muy MUY deseado. Al menos por su 'yo' risueña, borracha y desatada de la noche anterior. Esa que ahora se reía de su 'yo' resacosa, desnuda y con el cuerpo rebozado en nitroglicerina.

¡Ay dios! ¿¡Por qué!? ¿Qué mosca le había picado anoche como para pensar que era buena idea acostarse con Bakugo?¡CON BAKUGO! ¿Estaba loca? ¡Qué alguien llamara a un manicomio!

Lo peor es que encima el susodicho dormía súper tranquilo a su lado, sin remordimientos aparentes, en paz consigo mismo, como si la cosa no fuera con él. Roncando ligeramente, boca abajo, abrazado a su almohada, dándole la espalda. Sin preocuparse ni lo más mínimo de que Ochaco Uraraka estuviera desnuda en su cama, abrazada a él, con la cabeza enterrada en su sobaco y la pierna enroscada en su cintura.

A él le daba igual. Seguía durmiendo plácidamente.

Al menos gozaba de salud, una que estaba perdiendo Ochaco Uraraka a medida que despertaba y empezaba a sufrir una taquicardia.

Despegó la cara de la espalda de Bakugo, se irguió y se dejó golpear por los mil demonios del tequila, el vodka con limón y el whisky barato. ¿Por qué había mezclado tanto? ¿Volvía a tener 15 años o qué? Ay dios… 15 años… esos que habían pasado desde que había sido una jovenzuela irresponsable. Bueno, ya daba igual si era joven o no, porque siempre hay edad para cagarla.

Porque la había cagado. MUCHO.

Esa era su conclusión después de todo. Al menos mientras abría los ojos y escrutaba la espalda desnuda y marcada de Bakugo.

Se había acostado con un compañero, con un 'amigo'. (Bueno, tampoco eran tan amigos ¿no? Si llevaban años sin compartir más de diez palabras seguidas…). Intentó consolarse como pudo. No obstante, eso no borraba el problema.

¿Y ahora qué iba a hacer? ¿Cómo podría volver a mirarlo a la cara? ¿Cómo hablarle de nuevo con normalidad? Bakugo… es que encima era él. ÉL. El hombre con el que habría jurado que jamás se acostaría. ¡Si lo aborrecía! Aborrecía su prepotencia y su chulería. Y más en los últimos años, que no había parado de salir en revistas, carteles y pancartas como uno de los héroes más deseados del año. ¡Ugg! Uraraka odiaba a ese tipo de hombres y sin duda Bakugo estaba en esa lista de indeseables. Y lo peor es que ni siquiera había sido un revolcón tonto que borrar de su mente y culpar al alcohol. Oh no, había sido un señor polvo. Un polvazo. ¡¿Por qué lo habría disfrutado tanto?! ¡Si era Bakugo!

Ochaco se llevó las manos a la cara, muerta de vergüenza. ¡Joder! ¡Si es que habían hecho de todo! ¡DE TODO! ¡Ay madre! ¿Había empezado ella o había sido él? No lo recordaba con claridad. Quizás la había besado él… sí… Aunque sin duda ella no se apartó. De hecho, llevó la iniciativa. ¿Por qué? Joder, si hasta se la había chupado ¡y de qué marena! ¿Por qué? ¿Por qué se había desatado de aquella manera? Si por lo general era bastante modosita las primeras veces. Además, ella jamás la chupaba en la primera cita. ¿Qué le había pasado? Y luego todo lo demás…

Maldijo al alcohol. Eso era más fácil que culparse a ella y a sus oscuros deseos.

¿Y si alguien más se enteraba? pensó de repente, invadida por un profundo terror. Lo sabrían todos sus amigos y familiares y la comunidad de héroes y los paparazzis y la prensa internacional. Ay no, la prensa internacional no… Toda su vida se iría a la mierda si la prensa la sacaba en portada liada con Bakugo. ¡Con ese chulo! Desnuda en su cama, como una estúpida que se ha dejado seducir por un canalla, como una pecadora… ¿Había ventanas? se asustó de repente. ¿Y si alguien los había visto? Era ilegal si les tomaban fotos así, ¿no? ¿Dónde se supone que estaban? Era su casa, ¿no?¡Joder entraba mucha luz por la ventana! ¿Y sus cosas? ¿Por qué estaba tan mareada? ¿Qué dirían los demás cuándo se enteraran? ¡Nadie podía enterarse! Ese secreto se iría a la tumba con ella. Pero, ¿y si Bakugo lo contaba? La cabeza le daba vueltas. ¿Qué día era? ¿Cuánto tiempo llevaba dormida? ¿Se habrían lavado los dientes? ¿Y qué había pasado con Hana? ¿Qué le diría? No sé creería cualquier excusa. ¿Y su ropa? El ardor de estómago la estaba matando. ¿Dónde había dejado las bragas? ¿Qué habían bebido? ¿Llegó a mandarle ese mail a su jefa? ¿Se habían drogado? ¿Qué estaba haciendo con su vida? ¿Qué pensaría ahora Bakugo de ella? ¿Cuánto se tardaría en ir a su casa desde allí? ¿Y si en realidad estaban en un hotel? ¿Los habría visto entrar alguien? ¿Quién lo había pagado? ¿Cuánto costaría un taxi? ¿¡Le había dejado comida al gato?!

Antes de seguir con el bucle de ansiedad, vomitó.

Lo echó todo.

No tuvo tiempo ni de reaccionar, sólo lo suficiente como para no vomitar sobre la cama sino en el suelo al borde de ésta.

Aquello fue un choque de realidad, uno que la hizo despertar del todo. A ella y a Bakugo, quien se irguió también sobresaltado y sorprendido por el ruido y el movimiento espasmódico al otro lado de la cama.

Uraraka ni siquiera tenía nada en el estómago, pero aun así no pudo evitar vomitar toda aquella ansiedad en forma de bilis ardiente y alcohol blanco. Se le saltaron las lágrimas, se le atoró en la garganta el llanto y la vergüenza. Ojalá su vómito fuese arcoiris como en los dibujos animados. O estuviese pixelado. Así al menos la escena sería menos lamentable y asquerosa.

Era patética.

Se sentía tan tonta y miserable.

La había cagado para siempre. El peor error de su vida.

Quería llorar.

—Oi, ¿estás bien?

La cálida, conciliadora y áspera mano de Bakugo sobre su espalda la asustó. Tanto, como para dar otra arcada y seguir vomitando. Al menos fue reconfortante. Asintió, entre lágrimas, con las mejillas rojas del esfuerzo.

—¿Segura? —siguió preguntando el causante de aquella indigestión mañanera.

También era más fácil culparlo a él que a todo lo que se había bebido sin control su 'yo' borracha.

—Sí… —atinó a decir, sujetándose el pelo, mientras tosía y escupía los últimos retablos de saliva espesa—. Perdona Katsuki, lo siento mucho no quería despertarte…

—No pasa nada, tranquila—sonó extrañamente sereno y cercano el rubio, sin dejar de acariciarle la espalda—. ¿Seguro que estás bien?

Ella volvió a asentir, incapaz de mirarlo.

—Sí, no te preocupes… perdona el estropicio.

Bakugo se levantó de la cama o eso notó Ochaco al cambio de peso en el colchón. Salió de la habitación sin decir palabra mientras ella se limpiaba las lágrimas con las muñecas y regresó al minuto, con un vaso de agua y un clínex de papel.

—Toma—le ofreció conciliador.

Ochaco seguía encogida sobre sí misma, con la cabeza fuera de la cama por si volvía a vomitar, porque seguía mareada. Levantó la vista al oirle, agradecida, pero la apartó rápidamente al descubrir que el chico estaba como su madre lo había traído al mundo. Y a ver… puede que Bakugo estuviera MUY bueno desnudo y que cualquiera quisiera desayunarse su six-pack. —Además, ya lo había visto sin ropa la noche anterior, no iba a escandalizarse—; no obstante, lo que menos le apetecía después de vomitar culpable era encontrarse con su pene flácido prácticamente en la cara. Se reprimió otra arcada.

—Joder—no pudo evitar decir, cerrándo los ojos e irguiendose en la cama.

Luego carraspeó, se recompuso, abrió los ojos y —luchando con todas sus fuerzas por mirarle a los ojos y no bajar la mirada—, tomó el vaso de agua que le ofrecía el susodicho.

—Gracias, Katsuki.

—De nada—dijo con simpleza el chico.

Luego él se sentó al borde de la cama, a los pies de ella. Se rascó la cabeza, como si tuviera migraña y la miró, con sus penetrantes ojos rojos. Esos que siempre la habían inquietado. Esos que anoche la devoraron.

—¿Seguro que estás bien? —repitió conciliador, con cierta preocupación.

Ella volvió a asentir.

—Sí, tranquilo… no sé qué me ha pasado—se tapó también con las sábanas, consciente de lo desnuda que estaba—.. Me… me he mareado—mintió—. Es que no estoy acostumbrada a beber y ayer… hicimos muchos.. ujum, cambios de gravedad.

Una manera 'elegante' de resumir TODO lo que hicieron.

Una extraña sonrisa felina se dibujó en la cara de Bakugo, quien asintió.

—Ya veo, ya… —fue lo único que dijo.

—Lo siento mucho, lo limpio ahora mismo—salió de su trance Uraraka, más angustiada que otra cosa, sorbiéndose los mocos—. Perdona, de verdad, es muy desagradable.

Bakugo bufó, sin perder aquel amago de sonrisa.

—Eso es lo de menos…—sin más, le señaló divertido hacia el vómito—. Creo que hay algo peor.

Uraraka lo siguió con la mirada y quiso morirse al ver que no solo había vomitado en aquel suelo que parecía de madera cara, sino que también lo había hecho sobre su vestido nuevo. Ése que le había costado un ojo de la cara y que ahora estaba tirado y hecho un ovillo húmedo en el suelo.

—Ay no…

¿Podía ser más humillante? ¿Cómo iba ahora a irse a casa sin ropa? No le quedaba nada más en el estómago, sino hubiese vuelto a vomitar. En su lugar, se llevó las manos a la cara, las mejillas ardiendo, intentando ocultar las lágrimas de vergüenza que se le empezaban a acumular en los ojos. ¿Por qué le estaba pasando todo eso y encima delante de Bakugo?

¡De BAKUGO!

—Oi— la llamó el chico—. Esto le pasa a cualquiera, cara pan. No te martirices—le restó importancia él, posiblemente al verla tan angustiada. Se levantó de la cama estirando la espalda y bostezando—. Yo también tengo una resaca de campeonato. ¿Qué mierda de basura bebimos en el último bar?

Ochaco se limpió rauda las lágrimas, se peinó el pelo hacia atrás y lo miró vidriosa. Recomponiéndose todo lo que le era posible.

—Quizás fue la droga de la copa…

—Ah sí… se me había olvidado esa mierda.

Ochaco hizo amago de sonreír cómplice, pero no le salió muy bien. Se le estaba corriendo el rímel… lo que le faltaba.

—¿Dónde estamos? —consiguió preguntar tímida, apretándose las sábanas al cuerpo.

—En mi casa—resolvió Bakugo— Mira, hay un baño al final del pasillo—resumió—. Y no te voy a cobrar por el agua caliente, así que yo que tú iría directa a la ducha. Ya verás como se te pasa el mareo.

Aquello consiguió sacarle una sonrisa a la chica. Una de verdad. Sonaba bastante bien después de todo.

—No… ¿no te importa? —meditó algo insegura—. No quiero abusar de tu hospitalidad.

—¿Por qué mierdas me iba a importar? —preguntó sin esperar respuesta, mientras recogía sus calzoncillos del suelo y se los ponía—. Venga, largo a la ducha. Yo limpio esto, no te preocupes.

Ochaco negó y le rebatió, pero no hubo manera de convencer a Katsuki.

—Somos héroes, un vómito es de lejos lo menos asqueroso que he visto este mes—se explicó Bakugo—. Y ahora largo a la ducha… y no sé por qué te tapas tanto, que ya te he visto desnuda.

Y eso también era una verdad como un templo.

—Ahora te llevo algo de ropa.

—Y… ¿has visto mis…?

Katsuki lo meditó un segundo, pero le dolía demasiado la cabeza.

—¿Tus bragas? Te las quité en el salón, pero no sé qué hice con ellas—resumió—. Ahora te llevo algo. Ah, y por tu bien…—la escrutó con detenimiento—. Yo que tú no tocaría nada que pueda ser inflamable.

Ochaco quiso morirse de la vergüenza, pero efectivamente tenía la piel brillante, cubierta con nitroglicerina. Acató sin más y con la poca dignidad que le quedaba, se envolvió en una sábana y salió de allí camino al baño.

No fue capaz de mirarse al espejo, así que se metió en la ducha directamente y se rindió de inmediato a esa ducha maravillosa y reconfortante. A esa promesa silenciosa de que había purificación para sus males. Que el agua se llevara el alcohol, la culpa y la nitroglicerina.

Además… tampoco había sido tan raro después de todo, ¿no? El mundo parecía seguir siendo el mismo y Bakugo se lo había tomado con mucha más filosofía y madurez de la que ella esperaba. Incluso de sí misma.

Había imaginado gritos en su cabeza, amenazas de muerte, silencios e incomodidad extrema. Obviamente nada de eso había sucedido. Ni siquiera había sido cordialmente tenso, había sido… extrañamente natural y cómodo.

De hecho, nunca había visto a Bakugo hablando tan calmadamente y comprensivo en toda su vida.

Tal vez la noche anterior vislumbró algo así en él. Algo que sucedió durante un momentito discreto, cuando iban en ese bus nocturno compartiendo un brick de zumo de uva como si fuesen dos adolescentes rebeldes. Ahora que la noche empezaba a dibujarse con más claridad en su cabeza, tenía que admitir que se lo había pasado realmente bien con él. Rara y sorprendemente bien. Sonrió para sí, sintiéndose un poco tonta y absurda, con una felicidad contenida que llevaba tiempo sin sentir.

Sí, llevaba mucho sin divertirse y bajar la guardia de verdad con alguien.

Cuando salió de la ducha descubrió que Bakugo le había dejado en la entrada del baño una toalla y una muda limpia. Ochaco se puso aquella camiseta negra dos tallas más grande y unos pantalones de chándal cortos de hombre con toda la dignidad que pudo. También se puso unos calzoncillos de Bakugo, quien parecía haber fallado en la misión de encontrar su ropa interior perdida.

Con mimo, limpió el vaho del espejo y se peinó con los dedos el cabello mojado. Seguía llevándolo corto, pero mucho más largo que cuando era adolescente. Quitando la resaca… no tenía tan mala cara. ¿No? Al menos no tanta después de aquella buena ducha con hidromasaje. Algo así tenía que construir ella en su casa. Lo apuntó como nota mental, al menos para cuando terminase de pagar la hipoteca.

Se miró al espejo una vez más antes de salir y enfrentar a Bakugo. Podía ser peor… Al menos aquella ropa era tremendamente cómoda, como un buen pijama de verano. Ideal para la resaca que tenía encima. Si estuviese en su propia casa hubiese elegido algo parecido.

Caminó descalza hasta la habitación en busca de Bakugo, pero no lo encontró. Caray, qué eficiente por las mañana. Ya había limpiado el vómito, cambiado las sábanas, abierto la ventana y hecho la cama. ¡Quién lo diría!

Bajó las escaleras haciendo uso de la memoria y la intuición, consiguiendo llegar hasta el salón-cocina que estaba a medio armar. Había cajas por todas partes, uno o dos muebles y partes del suelo que no tenían losería. Aun así, la estancia se sentía extrañamente acogedora. Entraba mucha luz natural.

Y en el centro de todo también estaba el sofá rojo donde se habían dado el lote anoche… lo recordaba, síp, aunque prefería no pensar lo que habían hecho en él. Le daba dolor de cabeza.

Así que esa debía ser la casa que Bakugo se estaba construyendo en el barrio de los héroes ¡qué envidia! Aún sin terminar parecía espectacular. Que suerte estar en el top 3 con treinta y tres años y ser tan rico.

Consiguió divisarlo al fondo en una sala contigua, poniendo una lavadora.

—Hola—consiguió decir, cuando se acercó—. Ya he terminado, muchas gracias por todo.

—No hay de qué.

Luego se quedaron mirándose, en silencio. Katsuki podía haber llevado las riendas hace un instante, pero lo cierto es que no tenía mejor aspecto que ella. También parecía cansado y resacoso. Estaba despeinado, ojeroso y llevaba ropa de estar por casa.

—Esto… —se armó de valor Uraraka—. Creo que… debería irme a casa.

Él la miró de manera inescrutable unos segundos eternos y asintió.

—Bien—fue lo único que dijo.

Tras esto, se volvió a instalar entre ellos un silencio incómodo. MUY incómodo.

Uraraka había tenido muchas citas malas en su vida. Y como la adulta que era, sabía lidiar con aquel tipo de pormenores. Claro que ese tipo de situación de un 'aquí te pillo, aquí te mato' o 'un polvo rápido y si te vi no me acuerdo', no funcionaban cuando el otro era Bakugo Katsuki, un tipo al que veía hasta en la sopa y con quien tenía reuniones semanales de protocolo de acción de héroes. Por no hablar de que ambos presidían la comisión internacional junto con sus compañeros y que tenían más de una docena de amigos en común. Nunca se dirigían la palabra, pero jamás la existencia del otro les había sido indiferente.

—¿Sabes… dónde puse mis cosas? —preguntó cordial, con una sonrisa forzada, evitándole la mirada.

A Bakugo no es que le funcionara el cerebro más rápido que a ella. Necesitó dos minutos para responder.

—Creo que… junto al sofá, espera.

El chico se acercó al salón y ella lo siguió. Lo vio entonces agacharse junto al sofá y al rato consiguió sacar de debajo un bolso.

—¿Esto?

Uraraka asintió y se acercó a coger sus cosas. Abrió el bolso. Por suerte estaba todo y su 'yo' borracha no había causado gran estropicio (sin comentar lo evidente).

—Mierda, no tengo batería… —dijo al intentar encender el teléfono.

Bakugo chasqueó la lengua. Posiblemente porque la situación se estaba enredando más de lo que le apetecía.

—Espera, te lo pongo a cargar —accedió, llevándose el teléfono a la cocina—. Es el único sitio de la casa donde han instalado los enchufes.

Bakugo, al igual que Izuku y otros héroes del top 10, estaban en un gran estado de bonanza, sobre todo económica y de popularidad. Así es cómo de pasar a salir en la televisión y las noticias como salvadores de la gran catástrofe de Tokio, habían pasado a convertirse en merchandising y figuritas de acción. Eran populares, famosos y grandes héroes. Y por tanto: RICOS. Muy ricos, asquerosamente ricos. Uraraka todavía se sorprendía de las cifras que podían llegar a cobrar. De hecho, una de las grandes cosas por las que luchaba la castaña en los últimos tiempos era por el ajuste de sueldos entre héroes y heroínas, pues había una clara brecha de género.

En sus primeros años mozos le había dado igual, sólo quería ser una gran heroína y ayudar a la gente. Ahora, a sus treinta y tres años, sabía que había muchas luchas más que tenía que liderar alguien si querían llegar a buen puerto y sin duda ella encabezaba la lista de heroínas 'tocapelotas' que se sublevaban a lo establecido. Por eso Uravity era súper popular y querida por la gente, aunque secretamente odiada por la comisión de gestión de héroes.

También por esta razón a ella le quedaban cinco años de hipoteca por un piso en el centro y Bakugo Katsuki podía construirse una mansión en el barrio de los héroes.

—Ya está— dijo el chico al conectar el teléfono al cargador—. Supongo que tardará un rato en encender…

—No pasa nada—respondió ella, cruzándose de brazos.

Era raro.

MUY raro. Llevaba años sin estar a solas con Katsuki en un lugar que no fuera la oficina o la calle, vestidos de héroes. Claro que ahí en la calle eran Uravity y Dinamight, no Ochaco Uraraka y Bakugo Katsuki.

Verse así, era como retroceder en el tiempo a cuando ambos compartían residencia en la U.A. Qué tiempos… si a la dulce e inocente Ochaco de entonces le hubiesen dicho que terminaría acostándose con Bakugo dieciséis años después se hubiese reído. Mucho y con la boca grande.

Ahora ninguno se reía.

—Y… ¿dónde queda esto? —preguntó cordial.

—Por Nagara, al final de la barriada de los héroes.

—Es… bonita la casa—opinó—. ¿Te queda mucho para terminarla?

—Sí. No. Bueno, no exactamente.

Bakugo abrigó la boca para decir algo más, pero no dijo nada. Estaba ordenando sus pensamientos.

—No me queda mucho, pero… —arrugó el gesto, pasándose la mano por la cara, claramente cansado—. Los obreros son una pesadilla y no sé qué mierdas pasa con no sé qué del tejado o qué puñetas sé yo— explicó con bastante desgana, sin energías, como una batalla perdida—. Tenían que llamarme esta tarde o llamarles yo por no sé qué de la facturación de las placas solares porque sino todo se iba a retrasar… dos o tres meses, no me acuerdo ahora. Ja, como si no me importase un pimiento unas putas placas solares un domingo por la tarde.

Uraraka lo miró y no pudo evitar que se escapara una risa.

—¿Qué? —preguntó él al verla reír, con sus bonitas mejillas sonrojadas.

Ochaco se mordió el labio y lo miró al fin con complicidad. Al fin y al cabo, aquello iba a ser tan raro como ellos quisieran hacerlo.

—Cuesta pensar con la resaca, ¿no? —adivinó cercana—. Yo desde años no soy persona hasta dos días después.

Y sonrió.

Y Bakugo, que era un hombre vil, huraño y de pocas palabras, le devolvió la sonrisa, aun cuando luchó por no hacerlo.

—Me va a reventar la cabeza, sí—se rindió al fin—. Aunque no te creas que sobrio me entero mejor de la mierda de la obra y el puto tejado.

—Hablan un lenguaje que nos queda a años luz—rio ella, refiréndose a los obreros—. Deberían entrar en la lista de villanos contra la salud mental.

Por extraño que fuera, lo dos se rieron bajito y torpes.

—Yo desde hace meses la he perdido— le siguió la corriente él—. Entre eso y la maldita copa de ayer.

—Lo de entrar en ese bar fue muy mala idea—completó Uraraka, haciendo mención a su aventura de la noche anterior.

—Sin duda—se cruzó de brazos él, extrañamente cómplice—. Aunque fue idea tuya, cara pan.

¡Qué raro era Bakugo cuando no gritaba colérico! Tenía una voz bastante bonita cuando hablaba sonriendo.

—¿Mi culpa? —preguntó sorprendida Ochaco, abriendo los ojos.

Por un momento, regresó la complicidad que habían compartido la noche anterior.

—Si no le hubieses dado un puñetazo al tipo ese, no nos hubiesen echado de la discoteca, mochi—expuso los hechos el rubio.

Eso también era verdad. Dicho así, sonaba peor de lo que era.

—Tú te metiste porque quisiste, yo no te lo pedí—se defendió—. Podía sola con ellos.

Él se mordió el labio y Ochaco se preguntó en qué momento parecía que empezado a coquetear con él.

—Te confieso que durante un rato me divirtió ver cómo les zurrabas—aceptó Bakugo—, pero cuando empezaron a meterse extras y a haber sangre, perdió la gracia.

—Pero lo solucioné, ¿no? —añadió ella.

—Sí, solo salieron heridas tres personas.

—Evité otras muchas.

—¿Cómo evitaste la multa? El policía de la entrada echaba humo por las orejas.

—Ese hombre tenía muy mal humor.

—Normal.

—Ahora que lo pienso—ató cabos Ochaco—. Ayer sólo conocimos a malas personas.

—No entramos en los mejores sitios, no...

Ochaco se tapó la cara con las manos.

—Vaya noche sí… muchas malas decisiones.

—Ya…

Aquello bajó el ánimo y estropeó un poco el ambiente, que de repente volvió a ser algo tenso. ¿Había dicho 'malas decisiones' cuando efectivamente existía el hecho insólito de que se habían acostado? Sí. Ese era el don de la oportunidad que acompañaría a la chica hasta el fin de sus días.

Antes de que Ochaco pudiera decir alguna tontería y salir de allí triunfal hacia su casa, Bakugo alzó la voz.

—Oi —empezó, extrañamente incómodo de repente—. Tú… O sea, tú te acuerdas de lo de anoche, ¿no? —preguntó, clavando los ojos en ella.

¿Acaso él no? pensó Ochaco en su cabeza. Iban muy bebidos y accidentalmente drogados… tal vez Bakugo no se acordaba.

—No mucho… —respondió para no verse implicada emocionalmente, restándole importancia.

Así es. Era una mujer empoderada, aquel polvo no había significado nada y estaba bien que el ego superlativo de Bakugo lo supiera.

Aquello, sin embargo, no pareció dañarle el orgullo. Más bien lo alteró, de repente se puso muy tenso y pálido al escucharla. Arrugó los ojos con preocupación.

—¿No? —insistió, como si ahora él fuera capaz de vomitar—. ¿En serio? ¿Nada?

Al ver su preocupación, Ochaco cambio de estrategia.

—A ver, algo me acuerdo, claro… es sólo que iba muy borracha, ya sabes—intentó explicarse sin saber ni lo que estaba diciendo—. A veces se hacen cosas que uno no querría hacer de normal, pero bueno…

Bakugo la cortó, muy serio.

—Uraraka—la llamó por su apellido—. Te voy a preguntar algo y quiero que respondas con sinceridad.

¿Sinceridad? ¿Qué iba a preguntarle? ¿Por qué se empeñaba en que ella lo recordara? ¿Tanto necesitaba saber que la había hecho disfrutar? ¡Vaya ego! ¡Joder! Pues claro que le había gustado. ¡Cómo olvidarlo! Si había sido de los mejores polvos de su vida, pero no entraba en sus planes alimentar el narcisismo de Bakugo Katsuki. Prefería hacerle ver qué aquello había sido indiferente para ella.

—Claro, dime.

Bakugo apretó los labios antes de hablar, se cruzó de brazos, muy muy incómodo. Extremadamente incómodo, sudando en frío. Con una gran preocupación en 'in crescendo'.

—Lo de anoche que dices que no recuerdas bien… —tragó antes de hablar, clavando sus ojos en ella, masticando bien las palabras.

A Uraraka de repente se le iba a salir el corazón del pecho.

—¿Si?

—Fue consentido, ¿no? —lanzó la bomba Katsuki.

El corazón de Uraraka se paró al escucharle. ¡Ay Dios! Palideció.

—Yo me acuerdo de casi todo y pensaba que tú también—se explicó él—. Anoche entendí que tú también querías.

Uraraka se apresuró en contestar, sintiéndose idiota.

—¡Claro! O sea, ¡sí! Claro que sí quería, Katsuki. Te prometo que sí que fue… eso. En fin, que me acuerdo de todo.

—¿Segura? —preguntó no muy convencido—. Si no lo fue… puedes decírmelo. Me gustaría saberlo y creo que somos adultos para hablarlo.

¿Podía cagarla más ese día? Obviamente no.

—Katsuki, estoy segura de que fue consentido—fue tajante.

—¿De verdad? —quisó asegurarse el rubio, escrutando detenidamente si mentía.

—Completamente consentido y deseado—sobre gesticuló la chica—. Me acuerdo perfectamente de todo, de cómo llegamos aquí, del sofá, de todo lo que pasó en él y en la cama y en el techo. ¡Ay lo del techo! ¿Tú no tienes agujetas? En fin, que me acuerdo de todo. De todo, todo —sonrió forzadamente— ¡Y eso que hicimos muuuuucha cosas! ¿No?—. Luego se rió nerviosa.

MUY nerviosa.

Estaba tan roja como una cereza. Y Katsuki blanco como un fantasma, uno que poco a poco volvía a la vida.

—Sí, que hicimos muchas cosas, sí…—aceptó, algo más tranquilo.

Qué la tierra se la tragara de una vez, por favor. Pidió la chica.

—Todo está bien, no te preocupes. Somos adultos, no le des más vueltas, por favor—se empeñó en añadir ella, por si le seguían quedando dudas. —Hagamos como si no hubiese pasado y ya está.

Él pareció tener sus reservas, pero terminó por asentir. Se hizo el silencio entre ambos, uno muy largo.

—Bueno… —comenzó Ochaco, incómoda, agarrando su teléfono para encenderlo—. ¿Y entonces dónde dices que queda esto? Creo que es hora de que vuelva a mi casa…

Él asintió, de acuerdo con ella. Carraspeó antes de hablar.

—Estás en la calle Koi número 112.

—Caray, sí que está lejos esto de mi casa—bufó la chica con falso humor para borrar los rastros de su ansiedad, ampliando el mapa de la app de su teléfono.

—¿Por dónde estás viviendo ahora? —preguntó cordial Bakugo, para evitar el silencio.

—Por Saitama.

—Joder, pues sí que estás lejos —aceptó—. Mira, hay un autobús que puedes coger cuatro calles más abajo. Te deja en la estación de Hakushu Kitahara y allí puedes pillar tren bala al centro, que no debería dejarte muy lejos de casa. Lo único que es domingo, no sé qué horario tiene.

Bakugo sacó su teléfono y empezó a teclear también. Mientras antes lo solucionaran, antes acabarían con aquello.

—Si te das prisa, sale en quince minutos—chequeó en su teléfono—. El siguiente es ya por la tarde. O sino—siguió buscando opciones—. Siempre puedes pillar un taxi. Es como una hora, serán 40.000 yenes.

—¡40.000 yenes! —gritó escandalizada—. ¡Qué robo!

—Podría ser peor…

—Eso lo dices porque eres rico, pero no todos cobramos lo que tú.

Obviamente Uraraka estaba deseando reprocharle eso.

—Vale—aceptó la chica, intentando ser práctica— Si salgo corriendo, me da tiempo a coger ese bus.

—¿Vas a ir sin zapatos? —preguntó entonces Katsuki.

Ella suspiró, cerrando los ojos. ¿Podía despertarse ya de esa pesadilla?

—¡Mis tacones! —recordó.

Corrió al sofá y agarró uno de ellos del suelo, poniéndoselo sin dificultad. Mientras, se recogió el pelo en un moño un poco feo y se metió la camiseta XL por el pantalón corto para… ¿parecer que llevaba un casual look y no una resaca monumental? Al sacar el otro zapato de debajo del sofá se sintió tonta.

—Ay no… se me rompió ayer, es verdad—maldijo—. ¿Me prestas unos zapatos? —demandó sin pensar—. Porque.. ¿no tendrás una amante que calce un 23?

Bakugo la observó desde el marco de la puerta. Vestida con su ropa deportiva y despeinada,en aquella postura tan rara mientras sujetaba un tacón roto en la mano y con la otra se intentaba arreglar el pelo. Parecía agobiada, pero incluso así se veía adorable. Odiaba admitirlo, pero Ochaco Uraraka sería atractiva incluso vestida con una bolsa de basura.

No pudo evitar mirarla con una sonrisa ladina. En el fondo se estaba dividiendo con su desesperación.

—Mira, sé que esto es raro de cojones—resumió Katsuki—. Y siendo sincero, por lo general me apetece una mierda lidiar con la gente se queda a dormir y luego no se quieren largar a sus casas.

—Te juro que ya me voy, ¿eh?—expresó, claramente molesta.

Aquella respuesta le sacó una sonrisa ladina a Katsuki.

—No idiota—se explicó el rubio—. Mira, a primera hora de la tarde tengo que estar en la clínica Yūgen.

—¿La clínica donde la gente se opera las tetas?

—Sí, esa—bufó.

—¿Tú también tienes una amante a la que le has pagado las tetas como Mineta? —alzó una ceja Uraraka, inquisitiva.

Aquello realmente le hizo gracia a Bakugo, que rodó los ojos.

—Ja, ja, muy graciosa…

—¿Quién es? ¿La conozco? Dímelo—preguntó cotilla Uraraka, sin poder creerlo.

Bakugo Katsuki jamás había salido formalmente con nadie y a día de hoy sus conquistas eran siempre un misterio. La prensa lo había pillado con algunas desconocidas, pero rara vez le habían durado más de dos semanas.

—No es nadie—se defendió.

—¡Oh, vamos! —Uraraka abrió los ojos—. Seré una tumba, te lo prometo. ¡Aunque no te tenía por ese tipo de hombre!

Él suspiró antes de hablar.

—No voy a operarle las tetas a ninguna amante como hacen la mitad de los extras de la profesión—respondió extrañamente sereno—. Voy una vez a la semana con mi madre porque también es un centro de oncología especializada.

Se hizo el silencio.

Absoluto silencio.

—Perdona Katsuki, lo siento, no lo sabía.

Uraraka bajó el tono y la mirada. Eso sí que no era divertido.

—Tranquila, no tenías por qué saberlo.

—¿Está bien? ¿Qué tiene?— preguntó angustiada.

No sabía si hacía bien preguntar, pero esa bondad suya le impedía oír algo así y no preocuparse.

—Cáncer de mama, una putada…

—Lo siento mucho—dijo de corazón.

Katsuki se separó del marco de la puerta y descruzó los brazos.

—No lo sientas, la bruja está insoportable—dijo. Luego miró su reloj—. Tiene cita a las… 17:30 horas. Le prometí que estaría allí un rato antes. Voy en moto desde aquí, así que te puedo dejar más o menos cerca de tu casa. Al menos todo lo cerca para que cojas un taxi y no te quejes del precio.

Aquel ofrecimiento sorprendió a Uraraka.

—No quiero molestarte... ¿Me llevarías en serio?

—Sí—expresó rotundo—. Además, necesito un café y creo que tú también. ¿Te apetece desayunar?

Por primera vez en la mañana, Ochaco sintió que el universo le sonreía un poquito y le perdonaba la vida.

—Me muero de hambre—concluyó, con una sonrisa cómplice, sincera y por primera vez alegre.

—Genial, pues me ducho y vamos por un café.

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¡Y hasta aquí por hoy! Espero que lo hayáis disfrutado como yo ^^

Como siempre digo y sé que soy algo pesada, no cobro por estas historias e invierto mucho tiempo y cariño en ellas. Por eso os pido que si os gusta, me dejéis un comentario. Me ayudan muchísimo a sacar fuerzas para escribir y también me sirven de inspiración.

Para quien se acabe de incorporar, tengo más historias en mi perfil, por si queréis echarle un vistazo :P

Gracias! Nos leemos pronto :D