Hola a todxs!
Sí, yo otra vez por aquí. Como prometí, voy a terminar todas mis historias en activo. En principio esta historia iba a tener dos capis y un extra. Viendo que me quedaba algo largo y que quería que fuera algo más cortito, finalmente serán 3 capis y un extra.
Mil millones de gracias a los que os animásteis a escribir. Vuestras reviews me hicieron inmensamente feliz. Más a bajo os contesto :D
Éste capi dos creo que es bastante seriote y trata temas sobre la vida adulta y las cargas emocionales. No obstante, creo que no deja de ser ameno y algo más de situación. El último capi será algo más picantón y se revelará el por qué del título. Espero que os esté gustando esta historia, se me hace amable como slice of life y divertida de escribir.
Como siempre, una review sería más que bienvenida. No gano nada más por publicar esto aquí y no dejarlo en mi cabeza.
Muchas gracias a todxs por leer!
DOS CAFÉS PARA DOS
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Si una cosa le había dado la edad a Ochaco Uraraka, era desparpajo.
De jovencita y adolescente, Ochaco siempre había sido muy vergonzosa. ¡Que no tímida! Son cosas muy diferentes.
Siempre le había dado algo de vergüenza su físico porque se desarrolló muy pronto. Con apenas doce años ya tenía tetas y las caderas se le habían ensanchado. Aquellas miradas de entonces le molestaban mucho. Miradas de jóvenes y adultos que recorrían sus camisetas en busca de la forma del sujetador o los indicios de que aquella falda de repente le quedaba pequeña. Y por eso se tapaba. Se tapaba y odiaba su cuerpo a partes iguales.
Con trece años usaba el uniforme escolar una talla más grande e iba encorvada y camuflada bajo su largo flequillo en la cara. Lo mismo le ocurría con sus piernas, esas que empezó a necesitar tapar.
Algo que a veces olvida la sociedad sobre las niñas es que son… eso: NIÑAS.
Y por tanto, con trece años Uraraka podía tener tetas y menstruar, pero seguía siendo una niña. Una que no sabía lo que era el body shaming, la rutina facial, el maquillaje, la dieta, los cánones estéticos, la moda, el 'cutis' o la depilación. Y claro que tenía vello en las piernas, como todo ser humano. No obstante, sus amigas de entonces ya se lo quitaban y empezaron a reírse de ella por no quitárselo. La empezaron a llamar 'macaca' como los monos que viven en las aguas termales, al norte de Japón. Básicamente porque tenía pelos en las piernas y la cara siempre rosada.
Durante semanas imploró a su madre para que le pagase una depilación y durante años, una vez al mes, sufrió lo indecible por dejar de ser una macaca y ser una 'Mujer bonita'. Algo que claramente no era, porque con trece años solo se puede ser una cosa: una NIÑA.
Su etapa en secundaria había estado plagada de falsas amistades que se burlaban de su físico y de su sueño de ser heroína con un don tan simplón y un aspecto tan poco grandioso, sexy o espectacular. Por esta razón, cuando entró en la UA decidió tomar poder sobre sí misma. Se acabó sufrir y depilarse las piernas —aun cuando llevaba siempre leotardos negros para que nadie lo notara— y se acabó llevar ropa tres tallas más grande. Allí nadie la conocía y ella quería y necesitaba empezar de cero.
Su traje de heroína obviamente la escandalizó, porque era muy ceñido. MUY ceñido y provocativo. Lloró cuando lo vio y una terrible ansiedad le soltó la tripa una semana antes de usarlo. No obstante, ninguno de sus compañeros dijo nada ni mostró el más mínimo gesto irrespetuoso cuando apareció con él puesto. De hecho, lo único que sacó en claro de aquel primer día de prácticas de clase es que tendría que esforzarse y concentrarse más si quería llegar a ser una heroína. Y eso, al fin y al cabo, nada tenía que ver con su físico.
Fue entonces que se dio cuenta de que había dejado su físico a merced de otros demasiado tiempo. Por suerte, las aspirantes a heroína, las chicas de la UA, sus nuevas amigas… eran un lugar seguro. Uno donde el físico de cada una no iba a ser juzgado. Y si alguien osaba decir algo, ya le darían una paliza entre todas.
De ahí en adelante, nunca más había dejado que nada ni nadie usase su aspecto contra ella. Ni siquiera Himiko Toga. En el futuro más cercano, también quedaron excluidos la prensa, la comisión de héroes o los publicistas de su agencia.
Por esta razón, cuando entró en aquella cafetería de lujo vestida con la ropa de Katsuki, el pelo revuelto en un moño, la cara lavada, calcetines hasta las rodillas, sin depilar y con unas zapatillas de casa seis números más grandes… poco le importó.
Lo único que tenía en la cabeza era que la prensa no la pillara con Bakugo. Eso y que necesitaba un café. Un mocca doble con caramelo.
Katsuki no tenía mejor pinta que ella, pero él acostumbraba a tener cara de mierda y ser maleducado, así que nadie del barrio se extrañó demasiado al verlo entrar en la cafetería despeinado, con cara de pocos amigos y en chándal.
Por suerte, aquel domingo no había nadie en la cafetería, solo un economista anciano retirado leyendo el periódico. Se notaba que el local solo llevaba un par de semanas abierto y que sabían dónde habían abierto su cafetería: en la barriada de los héroes.
De tal modo que el lugar se fundamentaba en dos conceptos: lujo y discreción.
—¿Qué vas a querer? —preguntó Katsuki cuando ambos se plantaron frente al mostrador.
Llevaban gafas de sol y unas gorras, por si acaso algún paparazzi los reconocía. También iban a pedirlo todo para llevar. No querían correr riesgos innecesarios por un desliz tan tonto. Tenían una reputación que cuidar.
—Quiero… —meditó Uraraka, mirando la vitrina llena de pecados azucarados—. Un mocca doble de caramelo con chocolate y hielo, un café latte con vainilla y canela y…doce mini croissants de mantequilla.
Katsuki se quedó procesando a la velocidad que le permitía su cerebro.
—¿Quieres… dos cafés? —fue lo único que consiguió decir.
La resaca lo había dejado algo espeso.
—Sí, uno para el camino y el otro para tu casa.
Él asintió y sin darle más vueltas pidió la comanda de Ochaco y la suya. La castaña mientras tanto salió del local y respondió a varias llamadas perdidas que tenía. Por suerte nada era tan urgente como para dar demasiadas explicaciones, pero aun así se pasó diez minutos al teléfono mientras Katsuki salía de la cafetería con dos bolsas que parecían más el desayuno de diez personas que el de dos adultos funcionales.
Le dio uno de los cafés a Ochaco y caminó a su lado mientras ella seguía hablando por teléfono.
—...bueno, pues dile que esta tarde me llame y cerramos el comunicado. Y sobre todo que no se preocupe… —seguía hablando ella, agarrando la bolsa de croissants para llevarse uno a la boca mientras hablaba—. Sí, yo me encargo. Y no, no creo que me presente, ya lo hemos hablado, no insistas. No pienso meterme en batallas perdidas. Venga, hablamos. Ciao. Ciao.
Suspiró y sin mucho mimo se guardó el teléfono en el bolsillo. El sol del mediodía de primavera se sentía agradable aun cuando aquel lugar parecía un paraíso de plástico y pladur.
—¿Te molestan mucho en fin de semana? —preguntó Katsuki por cortesía, mientras le daba un sorbo al café.
—Más de lo que me gustaría admitir… —suspiró, notando los estragos de la resaca acrecentarse por el sol y la brisa—. Al menos hace un día bonito, aunque este barrio… parece de mentira—fue lo único que añadió.
Katsuki se tomó su tiempo en responder, guiándola por las calles anchas y diagonales. Apenas había acera, solo asfalto, urbanizaciones de lujo y palmeras, como si aquello quisiera parecerse más a Los Ángeles que al Japón futurista en el que se había convertido Tokio.
—Eso es porque es de mentira—expresó él, abriendo una bolsa con un sándwich—. Solo me mudo a esta mierda de sitio para que la prensa y los fans me dejen tranquilo.
Ella asintió. En el fondo lo entendía.
—Es un fastidio ser famoso. ¿Eh?
Katsuki arrugó el gesto.
—¿Por qué lo dices como si tú no lo fueras? —habló con la boca llena, con un sincero tono de curiosidad y recriminación.
Ella sonrió. A veces olvidaba que ella también estaba dentro del top 30 del ranking de héroes. Había ido bajando escaños con los años. Lo normal cuando cada vez hay más adolescentes superpoderosos y alguien con cabeza tiene que encargarse de lo que no se ve.
—Lo soy, pero no tanto—bebió un sorbo de su café, puso mala cara y rebuscó en la bolsa un poco de azúcar—Uggg.
Katsuki la miró incrédulo.
—Así que tomas azúcar con café.
Aquello le sacó una sonrisa a Ochaco, una de mosqueo.
—No todos somos un señor italiano jubilado de los antiguos años cincuenta como tú—bromeó ella, señalando su triple expreso sin azúcar.
—Es mejor eso que desarrollar diabetes con cincuenta años.
—Cuando lleguemos a los cincuenta ya veremos quién está mejor de los dos.
—Mientras no llegue calvo, me conformo—dijo Katsuki, metiendo la mano en la bolsa de Ochaco—, anda, dame un croissant.
—Están muy ricos—dijo llevándose otro a la boca.
—Si no tienes en cuenta de que están a un átomo de ser plástico, sí.
Uraraka casi se atraganta, poniendo morritos.
—¿Ahora eres físico?
—No, pero tú desde luego tú no podrías ser catadora.
Uraraka obvió el comentario y siguió masticando con un descarado recochineo.
— ¿Desde cuándo Bakugo Katsuki bromea? ¿Quién eres y qué le has hecho al número dos de Japón?
—No te pensarías que me paso la vida enfadado y gritando a la gente en mi día libre— le dio un largo sorbo a su café, mientras volvía al ataque con su sándwich.
Ochaco meditó aquello. Obvio que Bakugo se pasaba la vida de mal humor y gritando a la gente, aunque aquella mañana estuviera especialmente tranquilo.
—Bueno, desde que te conozco estás enfadado— puntualizó Uraraka, sin maldad, con la boca llena y un diente manchado de chocolate—. Es tu estado natural.
Katsuki se terminó el último bocado y se llevó la mano libre al bolsillo. Se ayudó de un trago de café para volver a hablar.
—Tsu— dijo, señalando a la izquierda para giraran—. Eso es porque el estado natural del mundo es tocarme las pelotas.
—Un comentario muy en tu línea, definitivamente eres Bakugo— se terminó de un sorbo su café de caramelo—. ¿Y haces mucho esto?
—¿Qué? ¿Pasear a pleno sol y con resaca por este barrio de mierda? ¿Tú qué crees?
—Me refería a llevar a tus ligues a desayunar a sitios tan caros. No te tenía por esa clase de hombre que le gusta impresionar a las mujeres.
Bakugo quiso bufar, pero cada vez le costaba más ocultar que el descaro de Ochaco realmente le gustaba.
—Me importa una mierda lo que piensen cuatro extras vanidosas. Además, por lo general mis conquistas se largan educadamente por la mañana sin armar ningún numerito—lanzó la pulla él, robándole otro croissant de la bolsa—. Y las que se quedan, definitivamente no se piden doce croissants y dos café gourmet.
Ochaco debería haberse sentido ofendida, pero ni siquiera se dio por aludida.
—Tenía hambre, ¿tú no? —se terminó su café, tirándolo en una papelera de la calle.
—Ya, eso me ha quedado claro—dictaminó él, burlón.
Ochaco abrió los ojos al escuchar ese tono.
—¿Qué? —preguntó inquisitiva al notar que él se estaba mordiendo la lengua con algo.
—Nada.
—Dílo—demandó Ochaco risueña.
OTRA VEZ. ¿¡Qué hacía OTRA VEZ coqueteando con Bakugo Katsuki!? ¿Estaba loca de remate? ¿Había perdido el maldito juicio? ¿Hola? ¿Sensatez llamando a Ochaco Uraraka por segunda vez? ¿Acaso se había olvidado de con quién estaba?
Lo miró y por un instante estudió sus rasgos, como intentando que algo en su imagen le recordara al tipo engreído e idiota que conocía por Bakugo. Algo que le devolviera la lucidez. No obstante, lo único que encontró es la imagen de un Katsuki dibujada por la edad y la madurez. Sí, si lo miraba con detenimiento, la imagen de cretino se volvía algo difusa.
Bakugo había cambiado bastante con la edad. Había aumentado su complexión a una más fuerte, llevaba el pelo más corto y tenía una cicatriz en la ceja izquierda, fruto de la lucha contra Shingaraki. Aquel día casi perdió el ojo y aunque pudieron salvarlo a tiempo, Uraraka sabía que desde entonces Katsuki necesitaba gafas para ver de cerca con ese ojo. Él odiaba llevarlas, pero en las reuniones anuales del consejo de héroes no tenía más remedio que usarlas para leer los informes. Lo peor es que esa no era la única herramienta que había incorporado a su vida. Katsuki llevaba también audífonos desde los veinticinco años, cuando su don empezó a causarle serios problemas de audición. Él siempre había gritado, pero por aquel entonces lo hacía en un tono seriamente preocupante. Tras varias revisiones habían detectado que si no se ponía audífonos terminaría quedándose sordo, así que ahora los llevaba incorporados como una parte más de su cuerpo, como un autómata. Los bajaba al mínimo para pelear y recuperaba la audición para hacer vida normal.
Gajes del oficio.
Ochaco también sabía que a veces los apagaba cuando Iida hablaba de protocolos de responsabilidad civil. Uraraka lo había pillado una vez hace cuatro años en una reunión. Y él se dio cuenta, obviamente. No obstante, con una extraña complicidad, Bakugo le guiñó un ojo en aquella ocasión desde la mesa de enfrente, pidiéndole silencio con el dedo y ella fingió cerrarse la boca con cremallera. Sí… su gran y único secreto en común. La única muestra que compartieron de cercanía y afecto en siglos. En toda su existencia posiblemente.
Un secreto a años luz del que compartían ahora.
—Nada, que sí que tenía hambre—terminó por decir él, bajando un poco el tono, extrañamente sereno.
Claro que tenía hambre. ¿Cómo no? Ni siquiera cenaron anoche y el alcohol hace muchas cosas pero no alimenta el cuerpo. Al cuerpo lo alimentaron con otra cosa. Otra más saciante y apetecible que empezaba a dibujarse en su cabeza cada vez con más claridad y nitidez.
De repente, Ochaco se puso a recordar más y más de la noche anterior. Gestos, conversaciones, miradas cómplices, abrazos, la lengua de Bakugo en su boca, sus labios detrás de sus orejas, la sonrisa riéndose perfecta en su cuello, cómplice, el rubio mordiéndole cariñosamente la nariz…
La invadieron los nervios.
Se puso nerviosa, muy muy nerviosa. Y por supuesto, evaluó la situación. Aquello era raro, una anomalía muy extraña que nunca tendría que haber pasado. Quizás sí que debería pedir ese taxi y pagar lo que costase, pero no podía quedarse. No podía pasar toda la mañana y almuerzo con Bakugo en su casa, los dos solos, conversando. Era raro. Muy raro después de haberse acostado con él. Raro incluso si no lo hubiera hecho. Era su compañero de trabajo, lo conocía desde hace más de quince años. Estaba mal. Tenía que estarlo ¿no?
Definitivamente, en cuanto llegasen a casa de Bakugo, se bebería su segundo café y diría educadamente que había olvidado algo importante y que tenía que irse antes, pediría un taxi y se iría como la mujer adulta, resolutiva e independiente que era…
—Por cierto, deberías presentarte al puesto—dijo de repente Katsuki, sacándola de su burbuja mental.
Ochaco detuvo el paso y lo miró.
—¿Me has oído al teléfono? —preguntó entonces, recalculando la conversación y alejando la vorágine de imágenes confusas de su cabeza.
Él asintió, metiéndose las manos en el bolsillo.
—Sí y deberías presentarte— dijo sin ninguna duda, retomando el paso por los dos.
Uraraka se mordió el labio insegura.
—No vale la pena, no tengo ninguna posibilidad—expresó resignada.
—¿Y eso por qué lo dices? Eres la persona más preparada para el puesto.
—La persona más preparada para el puesto es Yaoyorozu y solo he salido yo como candidata porque se va de baja por maternidad.
—Yo te voté—confesó entonces Katsuki.
Ochaco pensó en primera instancia que se estaba burlando de ella, pero la serenidad con la que lo dijo la desarmó.
—¿En serio?
—¿Por qué mierdas iba a mentirte?
—No sé… para hacerme sentir bien.
El día anterior, Uraraka se había enterado en el baño de mujeres que gran parte de sus compañeros pensaban que era tonta.
No había sido exactamente así, obviamente, pero es lo que había deducido. Había ocurrido cuando estaba en el baño orinando y entró la secretaria del jefe del consejo de héroes hablando con otras heroínas. Por primera vez en veinte años, iba a ver un cambio de dirección de la asamblea y Ochaco, que llevaba años intentando cambiar junto a Izuku, Iida y Momo varias leyes del reglamento de héroes, decidió presentarse como opción a la jefatura, al igual que otros compañeros. Lo sometieron a votación y de entre catorce voluntarios, salió elegida junto a cuatro personas más para decidirse la jefatura. La opción más votada fue Momo, pero como estaba embarazada de siete meses, decidió abstenerse, ya que no tendría tiempo para gestionar algo tan gordo e inmediato.
Esa era una cosa de las muchas que Uraraka quería cambiar: cómo el sistema gestionaba la maternidad en las heroínas.
El caso es que allí en el baño, oyó alto y claro decir que no entendían cómo Uravity había salido como opción, ya que era algo 'corta' y poco cualificada para un puesto tan grande. Se rieron de que incluso se hubiese presentado como voluntaria. 'Es un poco ridícula, si fuera ella me daría vergüenza. Encima no sé quién la ha votado, como no se esté follando a alguien de los gordos, no me lo explico' 'Las que van de mosquita muerta son las peores' llegaron a decir.
Esperó paciente a que se fueran para echarse a llorar. Luego salió, se miró al espejo, se arregló el rímel y se fue con la mayor dignidad posible a la fiesta de nuevos reclutas a la que le había prometido asistir a su pasante.
La maldita fiesta donde se había encontrado con Bakugo Katsuki. La maldita fiesta que los había puesto en esa situación.
—A estas alturas deberías saber que yo no digo las cosas por decir, mochi—resolvió el rubio, terminándose también su primer café. Había pedido dos como Uraraka—. Y realmente creo que tienes buenas propuestas para la comisión de héroes. Está rancia y anticuada y los otros candidatos son unos amargados que le chupan el culo a los viejos.
—No sé… lo pensaré… —zanjó Uraraka el tema, algo desanimada.
Cuando llegaron a la casa de Bakugo, el peso de la resaca volvió a cernirse sobre ellos. A Uraraka le comenzó a doler la cabeza horrores y la fatiga la hizo desear más que nunca irse a su casa. Además, tenía ganas de llorar si era sincera consigo misma. No estaba siendo su mejor semana ni de lejos.
Se hundió más en el sofá rojo del salón de Katsuki, mientras lo esperaba en su búsqueda de encontrar algo para el dolor de cabeza. El mismo sofá donde anoche tenían un mood muy distinto. Se tumbó sobre los cojines, descubriendo que no eran tan cómodos como se lo parecieron anoche, cuando tenía a Katsuki enterrado en ella, embistiéndola contra ellos. Aquel recuerdo le calentó el estómago y acentuó el dolor de cabeza.
Lo cierto es que la casa era impresionante aún a medio construir. Lo más increíble era la luz que tenía, al igual que el techo de cinco metros. Le sorprendía que la mayoría de los muebles estaban en cajas y que lo único que había en ese salón fuera ese sofá. ¿Para qué lo habría montado Katsuki? ¿Para liarse con sus ligues sin el compromiso de subir a su habitación? ¿Para que esperasen las visitas? ¿Para no estar de pie como un tonto en un salón enorme? De repente, le llegó otro pensamiento al observar el techo gris casi infinito. ¿Se sentiría Bakugo solo en una casa tan grande y tan vacía?
—¡Es tu día de suerte! —apareció como una ironía de la vida el rubio, con una caja blanca—. Sí que tengo aspirinas, al final la vieja iba a tener razón con lo del maldito botiquín del baño.
Se sentó en el sofá junto a ella sin pedir permiso —como quien está en su casa, claramente— y abrió la caja para sacar una tableta metálica. Con el ceño fruncido sacó dos pastillas. Una se la llevó a la boca y le dio un sorbo a su café, que había dejado en una bolsa en el suelo. Luego le ofreció la otra a Uraraka.
—¿Estás bien? ¿Quieres dormir un rato? —preguntó entonces al verla allí tumbada, con esa cara de malestar.
Ella negó, incorporándose y aceptando aquel químico blanco que le prometía curar sus males. Abrió su segundo café y de un sorbo se tomó la pastilla.
—Quizás tenemos resaca química—dijo ella muy seria, mirando su café.
Ambos no habían querido hacer mucho hincapié en aquello, pero era cierto que la noche anterior habían bebido por error de una droga que un tipo le había puesto a una chica en una copa.
—Puede ser, aunque no me había drogado antes—respondió Bakugo, bostezando—. En realidad llevo tanto sin beber que tampoco me extraña el dolor de cabeza que tengo—argumentó el rubio, dejándose caer en el sofá a una distancia prudencial de ella.
—¿Crees que en un análisis de sangre saldrá lo que tomamos? —comenzó a pensar en voz alta Uraraka—. Le prometí a esa chica que la ayudaría a denunciar.
Bakugo lo meditó.
—Posiblemente, pero es verdad que la cagamos bebiéndola. Sin pruebas no sirve de nada.
—Pero fue sin querer… —intentó sentirse menos culpable Uraraka—. Odio que ese cabrón se salga con la suya.
Bakugo asintió, de acuerdo con ella. Luego se le dibujó en la cara una sonrisa, mientras miraba su café.
—Vaya derechazo le diste—recordó—. Casi le partes la mandíbula. ¿Eso era de Kárate?
—De kick boxing en realidad—puntualizó ella—. Voy cuatro veces al mes con Jirou a entrenar a un sitio que está muy bien. ¿Sabes quién es Masao Kikuhiro?
—Sí.
—Pues ese lleva el gimnasio.
—Fue un buen golpe, incluso aunque te contuviste.
A Uraraka nunca le dejaba de asombrar cómo Bakugo o Izuku podían tan ser analíticos con todo, cómo podían tener una percepción tan exacta de todo lo que pasaba a su alrededor. Tal vez por eso estaban en el top 3.
Se quedaron un rato en silencio, hundidos en aquel sofá que olía a plástico nuevo y a sexo. Uraraka aprovechó para contestar un par de mensajes en su teléfono y cuando quiso acordar tenía a Katsuki prácticamente dormido a su lado. Lo miró y al sentirse observado abrió los ojos, como las personas que siempre están en alerta.
—Oye, si tú sí quieres dormir por mí no te cortes, estás en tu casa—añadió Uraraka al verse pillada mirándole—. Si quieres puedo irme, en realidad el taxi no es tan caro, es simplemente que me había despertado algo desubicada y me he agobiado.
—Tranquila—dijo Katsuki frotándose los ojos—. Y obvio que estoy en mi casa, es solo que… llevo varios días sin dormir, solo eso.
—Lo siento—se disculpó Uraraka.
Katsuki frunció el ceño.
—¿Por qué?
—Por lo de anoche—aclaró—. Sé que querías marcharte.
Bakugo bostezó, llevándose su café a los labios para terminarlo.
—No te preocupes, al final la noche estuvo divertida—expresó con sinceridad y un claro eufemismo—. Aunque me sorprendió mucho que fueras capaz de chantajearme.
Uraraka abrió los ojos, sorprendida de aquella acusación que desgraciadamente era cierta.
Porque efectivamente había chantajeado a Bakugo para que se quedara un rato en la fiesta maldita fiesta de admisión de nuevos reclutas.
Bakugo había llegado con cara de mierda al evento, había nombrado quiénes de sus alumnos se quedaban en su agencia y quienes no, y se había ido de allí echando ostias. Uraraka lo paró justo en la puerta, antes de que tomara un taxi.
—¿No te quedas a la fiestas de después? —le preguntó.
—No—dijo seco.
—Tienes que quedarte, es el cumpleaños de Hana, la chica que trabaja para mí—explicó Uraraka.
—Como si es el cumpleaños de la reina de Tailandia—escupió de mala gana el rubio, apartándola—. Me largo, tengo un asunto importante.
—Katsuki—lo llegó incluso a llamar por su nombre—. Por favor, nunca te he pedido nada en esta vida, pero su sueño es conocerte y le he prometido que os presentaría.
—Y a mí qué—se había encogido de hombros—. No prometas cosas que no puedas cumplir, cara pan.
—¡Oh vamos! No seas así—le recriminó—. ¿No te debes a los fans? Será solo un momento. Yo jamás te he pedido nada.
Y eso era verdad.
—Paso—la apartó de mala gana.
Uraraka se hubiese rendido, sino fuera porque estaba pasando posiblemente por uno de los peores días de su vida y estaba harta de ser mangoneada por unos y por otros, de no conseguir nada por no ser suficiente.
—¡Agg eres horrible! ¡Sabía que no podía pedirte ni un favor! ¿Por qué nunca te importa nadie? —gritó—. Salvar a la gente también consiste en las pequeñas cosas. Solo será un momento y la harás inmensamente feliz. ¿Sabes que hace años la salvaste a ella y a su familia de un incendio? No, claro que no—resopló, enfada—.Todo lo que ha trabajado para llegar a donde está es porque te admira. ¡Eres su maldito héroe! ¿Y para qué? Pues para nada, porque ella no sabe cómo eres realmente, pero yo sí. ¡Y no eres más que un narcisista prepotente y vanidoso que solo se importa a si mismo!
Se pasó. Mucho. Tal vez porque necesitaba pagar con alguien su frustración.
Y por supuesto Katsuki no se lo diría jamás a Ochaco, pero aquellas palabras le hicieron mucho daño.
Hizo ademán de irse, dejándola con la palabra en la boca, cuando ella volvió a hablar.
—Te sustituiré en la próxima junta.
—¿Qué? —consiguió que le saliera la voz del cuerpo, fingiendo que nada de lo que ella había dicho le había importado.
—Kirishima me dijo que necesitabas cogerte ese día libre—explicó Uraraka—. No voy a preguntarte para qué lo necesitas, pero yo haré la guarida. Un favor por otro. Sin explicaciones. Sólo serán cinco minutos.
Y accedió. Porque sí que necesitaba cogerse ese maldito día libre. Sin saber que cinco minutos lo llevarían a aquella situación actual.
—Lo siento—repitió la Uraraka del presente, sintiéndose fatal—, pero es que Hana es súper fan tuya y quería hacerme la tutora cool. Necesitaba impresionar a alguien para no hundir más mi autoestima. Soy patética y encima te dije cosas horribles.
—No eres patética—negó Bakugo, analizando aquella autocompasión arrastrada de su compañera.
—Sí que lo soy—se regocijó Uraraka—. Encima es mi pasante, se supone que debería admirarme a mí, pero solo hizo las prácticas en mi academia porque no le dio la nota para hacerlas en la tuya. Me siento ridícula.
—No eres rídicula, Ochaco—la llamó por su nombre.
Ella solo se hundió más en el sofá, sin valor para seguir hablando. Sabía que la resaca química tenía parte de culpa en aquella bajona emocional, pero lo último que le faltaba en su bajada a los infiernos era encima ponerse a llorar frente a Bakugo.
Él tomó aire, largo y tendido, respetando su silencio. Luego habló sin tapujos, mirando su vaso vacío de café.
—Esas cosas siempre me acojonan—habló con un hilo de voz— que alguien te admire tanto que te eleve como si fueras un maldito Dios. Sobre todo porque solo puedes decepcionarles. No sé si de verdad soy su héroe, pero creo que se quedó muy disgustada después de conocerme.
—No lo creo—negó Uraraka—su sueño era conocerte y estuvisteis hablando un montón de rato. Es imposible que la decepcionaras.
Katsuki se encogió de hombros, no muy seguro.
—Fui borde y un estúpido— soltó el rubio—. Creo que pagué con ella mi día de mierda.
Uraraka se quedó en silencio, dejándole hablar. Lo cierto es que Bakugo nunca había sido muy hablador ni abierto y menos con ella. Y sí que se creía que hubiese sido borde y estúpido con su pasante. Tendría que haberlo imaginado desde el primer momento.
—La chica tiene potencial y un don muy llamativo, pero le falta disciplina y mucho entrenamiento—explicó el héroe—. No es mala chica, pero no soporto a las crías que se creen que lo saben todo con diecisiete años.
—Nosotros pensábamos que lo sabíamos todo con esa edad—pensó en voz alta ella.
Él refunfuñó.
—Sí, pero nosotros teníamos motivos para saberlo. Ellos solo se dedican a jugar a ser héroes, nosotros con su edad tuvimos que tomar la decisión de matar a gente.
Eso también era verdad.
—Al menos le diste la oportunidad de conocerte—intentó sonar agradecida Uraraka, obviando la oscuridad de aquella época trágica—. No siempre se tiene esa suerte, seguro que fue especial para ella.
Bakugo se hundió más en el sofá, como si no estuviera de acuerdo con eso.
—Tsu—bufó el rubio—, No sé… eso espero. A mi ella no podía importarme menos, pero me miraba como si yo fuera la mejor persona del planeta—se sinceró—. Supongo que es parte de ser famoso. La gente piensa que eres que maravilloso, que tienes una vida genial, que te conocen... Todos quieren ser tus amigos, tenerte cerca, acostarse contigo, hacerte fotos… pero al final la única realidad es que eres mediocre y vulgar y que estás jodidamente solo.
Solo.
Así se sentía Bakugo.
Y así se sentía ella la mayoría de las noches que no podía dormir y miraba el techo como lo había hecho hacía un instante. Luego miró a Katsuki y escrutó su cara de mal humor, sus ojeras, la extraña tristeza que vio en él la noche anterior…
Sí que debía sentirse muy solo. Al menos empezó a tener esa certeza al recordar ciertos momentos de la noche, en cómo sus manos ásperas la habían acariciado tan suave, como quien lleva mucho tiempo añorando el calor de otro ser humano…
Tomó aire antes de hablar.
—Voy a cumplir mi promesa—anunció Uraraka, abrazándose las piernas—. Lo que te prometí de cubrirte en la junta. Cuenta con ese día y si necesitas que te cubra otro día más…
—Mi madre tiene unas pruebas ese día—se abrió entonces Katsuki, como si tuviera por primera vez esa conversación con alguien—. Por eso necesitaba ese maldito día, pero no quería que Kirishima lo supiera porque es muy pesado e iba hacerme muchas preguntas. Me importaba una mierda ayudarte con tu pasante.
Uraraka digirió aquello, aunque le sentó como una patada en el estómago.
—¿No se lo has contando a Kirishima?
—No se lo he contado a nadie—reveló entonces—. Tampoco nadie me ha preguntado y prefiero que siga así.
Él negó. Y por primera vez Uraraka fue consciente de lo extremadamente vulnerable que era Katsuki en su hermetismo.
—Entonces seré una tumba—intentó aliviar el ambiente la chica.
—Eso espero o te mato—amenazó el rubio en un tono cansado, incapaz de mirarla.
Se hizo de nuevo el silencio, uno que culminó con la cálida y valiente voz de Ochaco, esa que la hacía resplandecer incluso cuando estaba de resaca, iba vestida con ropa de otra persona y llevaba el pelo espantoso.
—¿Cómo está tu madre? —preguntó con el atisbo de una sonrisa amable. Una que se clavó en los ojos de Bakugo.
Una invitación a hablar con alguien de un tema que el héroe llevaba enquistado en el corazón y que le regurgitaba la bilis del estómago. Explotó, al fin, como necesitaba explotar desde hace meses.
—Insoportable—dictaminó—. La bruja está insufrible. No para de quejarse de todo y por todo. Es inaguantable. Y encima mi padre no se entera de una mierda y tengo que hacerlo yo todo. Se supone que son dos adultos funcionales y se comportan como dos críos inmaduros. Me llaman por las noches para tonterías y mi padre no para de hacerse el lío con la puta medicación. ¡No es tan difícil joder! Y mi madre en vez de hablarlo con él, se queja de que no paso tiempo con ella. ¿Cuándo le ha importado eso? Si es la primera que se puede pasar meses sin llamarme ni para saber cómo estoy. Encima es una presumida y hasta hace poco no se quiso dar quimio porque no quería quedarse calva. ¿Acaso muerta se iba a ver mejor? Es una cabezota. Y una egoísta, y…
Uraraka escuchó paciente y comprensiva a Katsuki hasta que él pareció poder respirar de nuevo.
—Joder, perdona—dijo cuando fue consciente de su monólogo despechado—. No sé ni por qué cojones te estoy contando toda esta mierda.
—A veces está bien compartir 'la mierda' con alguien—se encogió de hombros Uraraka. Ante el silencio, sacó un croissant más y le ofreció el último a Katsuki—. ¿Cuándo se lo detectaron? —preguntó cauta y cercana.
Y Katsuki aceptó el croissant.
—Hace ocho meses.
Le sorprendió bastante que Katsuki hubiese ocultado algo así por tanto tiempo. Ahora entendía su cansancio diario y su malaleche multiplicada por mil de los últimos meses. Y mira que todos lo achacaban a la edad o a su mala suerte con las parejas, que no le duraban más de dos semanas.
Uraraka se sentía bastante mal de haber pasado su malestar por alto. De haber mirado hacia otro lado cuando un compañero estaba pasando por algo así, aunque tampoco podía saberlo. Como tampoco era tan cercana a Katsuki para ello.
—En parte… te entiendo—empezó ella—. No lo de la enfermedad, eso… no puedo imaginar por lo que estás pasando, pero sí que entiendo cómo te sientes respecto a tus padres. Es raro hacerse mayor y ver que ellos también. Sobre todo—intentó explicarse—, ver que no son tan 'adultos' como tú pensabas cuando eras niño. Mis padres también son un poco desastres.
Katsuki se acomodó mejor en el sofá, cruzándose de piernas y apoyándose de tal forma que podía mirarla mejor.
—Iban a divorciarse—explicó el rubio—, mis padres. Un par de semanas antes de que a mi madre le detectaran el cáncer.
—Lo siento.
—No lo sientas, deberían haberlo hecho hace mucho tiempo.
Katsuki siempre pensó que sería incómodo exponer su vida, pero lo cierto es que por primera vez no se sentía idiota abriéndose con alguien, aunque fuera solo un poquito y por un hecho casual y bizarro.
—Desde que soy niño los he visto discutir por todo—la puso en contexto—. Mi madre es una mujer un poco cruel cuando algo no es como ella quiere y mi padre es muy pasivo. No es capaz de hacer nada por sí mismo si no se lo dice mi madre y a la vez eso le genera mucho estrés. Tienen una relación muy tóxica, sigo sin entender cómo han estado tantos años juntos.
—¿Quizás eran las apariencias? Mis padres son mucho de apariencias.
—Supongo—aceptó Katsuki—, pero es una mierda. Se piensan que yo ahora puedo perdonarles todo y obviar el hecho de que esa casa ha sido un infierno. Se echan todo el rato el mérito de que yo haya llegado a donde estoy cuando en realidad yo he llegado hasta aquí solo. Cuando era adolescente mi madre creía firmemente que sería un delincuente, jamás creyó que pudiera llegar dónde estoy. No digo que no quiera a mis padres, pero gestionar esta situación me está superando.
Uraraka lo escuchó con atención, sin saber cómo de repente aquel conocido que siempre había sido un poco desconocido se le hacía tan cercano. Como si por un momento hubiese recordado que eran amigos, algo que había olvidado. Como si la vida adulta le hubiese hecho olvidar que habían vivido tres años en la misma residencia, que habían peleado juntos en el campeonato deportivo, que fue el primero en tratarla con respecto y sin miramientos, como a una igual. Que habían estado en varias fiestas, en bodas, en muchas despedidas y a punto de morir en varias ocasiones. Que habían peleado codo con codo. Que habían compartido noches infinitas en reuniones, comisiones y países extranjeros. Que, después de todo, pertenecían a la familia que se elige. A esa que componen los amigos. Sí, había olvidado que Bakugo Katsuki era su amigo, a pesar de sí mismo.
Y entonces se sintió un poco mal, porque se dio cuenta que lo había reducido en los últimos años a una portada de revista y a una nómina monstruosa, como si no fuera una persona corriente y común, que es lo que era.
—Te entiendo, Katsuki—dijo entonces con la mayor sinceridad que pudo—. Si te soy sincera, yo también siento mucha ira hacia mis padres, sobre todo hacia mi madre—relevó entonces Uraraka.
Katsuki se quedó helado con esa relevación. Jamás hubiese imaginado que el sentimiento 'ira' estuviese en el vocabulario de Ochaco Uraraka.
—Mis padres se quieren mucho, pero igualmente tienen una relación súper tóxica—explicó la castaña—. Están siempre juntos, no saben hacer nada sin el otro. Trabajan juntos, hacen la compra juntos, viajan juntos por trabajo… no tienen amigos y apenas se relacionan con otros familiares. Sé que de cara a los demás, son la pareja perfecta—intentó explicar el punto—, pero en realidad no saben estar solos. Mi madre nunca ha sabido tomar decisiones por sí misma o gestionar cosas sola, depende de mi padre para todo y eso hace que mi padre a veces tenga la necesidad de sobreprotegerla, como si fuera una niña. A veces, cuando tenían que viajar por trabajo, no tenían que ir los dos, pero aún así se iban y me dejaban sola. Es como… que su amor hacia mí nunca ha sido mayor que el comparten. Es raro.
—Uff—dijo casi sin pensar Katsuki.
—Lo sé—reafirmó ella—. Es un poco triste… aunque no me gustaría tener una relación como la de mis padres.
—Ya somos dos—concordó él—. Lo peor es que yo me parezco mucho a mi madre. Tenemos el mismo carácter de mierda.
Aquello le hizo gracia a Uraraka.
—Bueno, ser consciente de ello es un paso—lo alentó la chica—. Tal vez en eso les llevamos ventaja. Estoy segura de que nuestros padres jamás se han cuestionado cómo son o cómo mejorarlo. Yo soy tan insegura como mi madre.
Katsuki frunció el ceño, extrañado.
—No, no lo eres—negó.
—Sí que lo soy—se abrazó a sí misma.
—No, no lo eres, no eres insegura—insistió Bakugo—. Mira dónde estás, joder. Hace falta mucha confianza y valentía para estar en el top 30 de un país.
Uraraka pensó que podría llorar, por esa razón salió con una frase amable.
—Tú… tal vez sí que eres un poco delincuente—bromeó, intentando recomponerse por dentro—. Katsuki, te has ganado a pulso estar donde estás. Siento mucho que estés pasando por algo así.
Él se encogió de hombros, incómodo de verse expuesto y vulnerable.
—Siento que ha llegado en el peor momento… —suspiró agotado, dejándose caer en el sofá hasta tumbarse.
—Nunca es un buen momento para algo así—lo imitó Uraraka, tumbándose desde el otro extremo del sofá.
Sus pies se encontraron, pero más que hallar incomodidad o sorpresa, se amoldaron a la postura compartida.
—¿Te apetece dormir un rato? —preguntó entonces Bakugo—. El café tardará un rato en hacer efecto.
—¿Una power nap? Hablas con una experta en materia.
Aquella chulería en boca de un algodón de azúcar hizo reír a Bakugo. Y Uraraka también se rio. Se sentían tan cansados. Y extrañamente cómodos. Tal vez haber roto la tensión sexual había ayudado. Eso y que Bakugo había visto vomitar a Uraraka esa mañana. Si eso no había roto cualquier barrera de incomodidad, nada lo haría.
—Te sienta bien—fue lo único que añadió Uraraka una vez se quedaron en silencio, con los ojos cerrado y las piernas entrelazadas en ese puzle caótico.
—¿El qué?
—Sonreír. No estar enfadado.
Él ensachó la sonrisa, incluso cuando luchó por no hacerlo.
—Tsu—soltó, acomodándose mejor en el sofá, abrazándose a un cojín—. Hay días que no me apetece estar enfadado. Supone demasiado esfuerzo.
Ochaco se abrazó a sí misma y se encogió de hombros.
—Pues te sienta muy bien—resumió.
Él bostezó.
—Encontré tus bragas, por cierto.
Aquello hizo que Uraraka abriera los ojos, arrugando el gesto.
—¿En serio?
Él asintió.
—Estaban entre los cojines. Las he echado a lavar—luego decidió añadir—. Tienes que comprarte otro tipo de lencería, son horrorosas, parecían de mi abuela.
Uraraka no contestó, simplemente le lanzó un cojín a la cara. Katsuki no lo vio venir, pero lo llevó con dignidad.
—No tenía entre mis planes que nadie las viera—refunfuñó Ochako, girándose en el sofá hasta pegar la cara contra la tapicería—. Si no te gustan… —no sabía ni qué decir—… pues te aguantas.
Bakugo no llegó a escucharla, porque se quedó dormido. Y cuando ella quiso contestarle con alguna bordería más para hacerle un jaque matte… pues se había dormido también.
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Y hasta aquí esta segunda parte. :)
Como decía más arriba, me gusta la idea de que sean capis cortitos e íntimos. ¿Os gusta la relación que se establece entre ellos? Habrá un capi más para cerrar este fortuito encuentro. Ya se verá que se será de ellos después de este evento en sus vidas. También haré un bonus extra sobre la noche frenética que recuerdan a medias jujuju.
Por cierto, el tiempo pasa EXTREMADAMENTE RÁPIDO. Hace un año que publiqué la primera parte, no lo puedo ni creer.
Paso a contestar las REVIEWS:
-ShirayGaunt: gracias por dejar la primera review de este fic y leer siempre mis historias. Yo también creo que Uraraka y Bakugo hacen un buen team cómico. Tienen todos los ingredientes para que todo salga muy mal entre ellos y a la vez muy bien. GRACIAS!
-susuna: MIL gracias por tu bonito comentario. Qué alegría saber que te gusta mi forma de escribir. A mi me gusta mucho la premisa, no solo la de una noche que se va de madre entre estos dos, sino de cómo lo gestionan después. Y sí, coincido contigo. A mí también me da que uno de los dos se lo ha tomado mejor que el otro xD jajaja
-jeyolopare: gracias por tu comentario! A mi también me da penita que cada vez esté más abandonado el fandom. Así que gracias por leer y por hacer el esfuerzo de comentar :'). Espero que sigas la historia y que te guste cómo continua la historia de estos dos.
-Lady Vi-Da: gracias por la review! No sabes lo bonito que es que me digas que quieres leer el resto de historias. Sinceramente me deprimí un poco al ver la poca acogida de lectores y de reviews. Al final escribo para mi pero también para que la gente lea. Sino las historias se quedarían en mi cabeza. Espero algún día poder sacar adelante todo lo que tengo a medio escribir (entre ellas las que tú citas). Gracias por leer. Me alegra mucho saber que mis historias te acompañaron en un momento dificil y lo hicieron más llevadero. Creo que esa es la magia del fandom. Gracias de verdad por tu bonita review, me llenó un poquito el kokoro 3
-Lenka387: muchas gracias! Algo tarde, pero aquí tienes la continuación. Como decía, pronto subiré más cositas.
Gracias a todas los que leéis en general, incluso anónimas :) Me alienta saber que al menos a alguien puede alegrarle el día leer estas historias.
Sin más, nos leemos muy muy prontito :)
