N.A.: Hola y bienvenidxs a una nueva historia.

Esta es una historia especial pues es un relato en el que participan varios personajes a los que llevo tiempo pensando en dedicar una historia (una que sea capaz de terminar, por lo menos). Y ningun momento mejor que el presente día de celebración pues hoy las redes conmemoran al hombre que une al grupo protagónico, Jesús Barreda.

Mi plan es que dure unos 3 o 4 capítulos y publicar el último para este 21 de abril.

En fin, acabada la parte más sentimental, recordad que los personajes y situaciones que podáis reconocer no son de mi propiedad. Espero que os guste. Cualquier comentario, crítica y palabra de ánimo es bienvenida.

Sin más, adelante con el capítulo.

Capítulo 1: Bienvenus a Paris… (Bienvenidos a París...)

— Aaay, que alguien apague la luz — dijo Spider-Man abriendo de golpe los ojos a la luz de la mañana que se colaba por la ventana de la habitación.

"Dios, me duele todo el cuerpo. ¿contra quién estuve peleando anoche?¿Y qué día es hoy?¿Por qué no me ha sonado el despertador?" añadió en su mente mientras se incorporaba sólo para descubrir que…

— Esto no es mi cuarto — exclamó escaneando sus alrededores en busca de alguna pista acerca de dónde y cómo había acabado dormido allí "Un biombo con dibujos de bambú, estanterías de botes de cristal con contenidos en los que prefiero no indagar, diagramas del cuerpo cuerpo humano, olor a jazmín,… No hay duda de que se trata de una clínica de acupuntura." — ¿Esto es… Chinatown?

— No lo creo — dijo de pronto una voz a su derecha.

La voz pertenecía a un muchacho poco mayor que él con el pelo color arena que se sentaba apoyado en la pared. Vestía una especie de traje acolchado de lo que parecía cuero negro con botas a juego. La única nota de color en su vestimenta la ponía el contorno de una X blanca que lucía en el pecho y en el lateral de las botas. A ambos lados parecían dormir dos tipos más, uno rubio con un traje azul y negro y otro negro y calvo notoriamente mayor que él vestido con una camisa amarillenta que, en algún momento, había sido blanca, pantalones marrones y sandalias.

— Tío, ¿no te han dicho que no está bien eso de espiar a la gente mientras duerme? — preguntó Spider-Man poniéndose en pie de un salto que aprovechó para poner una cierta distancia entre ellos — ¿Cuánto llevas ahí observando?¿Y quienes son esos dos?

— Tranquilo. Yo también acabo de despertarme aquí sin saber cómo — respondió con tono conciliador el del pelo color arena —. Me llamo Bobby, Bobby Drake. El rubio es Johnny Storm, la Antorcha Humana, y el hermano no sé quién es. Y tú, ¿quién eres?

— Me llamo Spider-Man, de Queens.

— ¿Ese es tu nombre de superhéroe? Encantado, Queens. Yo soy el Hombre de Hielo de Long Island.

— ¿De Hielo? No pareces muy congelado.

— Es porque no estoy usando mis poderes. Pero en cuanto se dé la ocasión… Y hablando de poderes, ¿qué clase de poderes tiene una araña?

— Bueno, depende de la especie. Las hay que pueden saltar diez veces su propia longitud, algunas pueden levantar 15 veces su propio peso, otras pueden producir una tela proporcionalmente más fuerte que el cable de acero,…

— Y tú eres de las que saltan, ¿no?

— Te aseguro que hago más que saltar — contestó Spider-Man al tiempo que saltaba y, de una voltereta, pegaba los pies al techo del local.

— ¡Qué pasada! — exclamó Bobby al tiempo que se levantaba con cuidado con cuidado de no despertar a los otros dos.

— ¿A que sí? — dijo Spider-Man volviendo al suelo — ¿Te importa que salga fuera a ver si me ubico?

— Para nada. Te acompaño.

— No hace falta que vengas.

— Insisto. Yo también tengo que buscar el camino a casa.

— Está bien, dejaré que me acompañes. — dijo girando el picaporte de la puerta sólo para comprobar que estaba cerrada.

— ¿Está cerrada?

— Eso parece. Tendremos que salir por una ventana.

— ¿Una ventana?

— Es la forma más discreta de salir. — replicó Spider-Man abriendo con sumo cuidado el pestillo de la ventana

— ¿Hablas por experiencia?

— Por supuesto. — contestó Spider-Man saltando y agarrándose en pleno salto del marco de la ventana, lo que le permitió dar una voltereta con la que se adhirió a la pared exterior del edificio de enfrente (maniobra que dejó boquiabierto a Bobby) — Si mi tía se enterase de que soy un superhéroe, le daría un patatús.

— Como a mis padres.— contestó Bobby aupándose con la ligereza de un felino hasta la ventana de un salto, en cuyo vano se colocó arqueado como una extraña gárgola diciendo para sí — Aunque no los veo desde hace años.

— ¿Necesitas ayuda para bajar?¿O subir? — se apresuró a preguntar Spider-Man al tiempo que Bobby cambiaba de lugar las manos preparándose para saltar al callejón.

— No. no te preocupes. Me las arreglaré. — contestó el del pelo arena impulsándose para aterrizar en el callejón al otro lado de la ventana. Y no perdió tiempo antes de llevar las manos al suelo, donde, para sorpresa del de rojo y azul, comenzó a crecer un pilar de hielo.

— Vaya, ¿cómo has hecho eso? — inquirió el hombre-araña con los ojos como platos mientras el pilar crecía más y más.

— Congelando las partículas de humedad del aire, puedo crear lo que quiera — contestó Bobby sin dejar de elevarse paralelo a la pared antes de añadir — Será mejor que empieces a escalar, lentorro.

— Tú espera y verás quién es un lento — replicó Spider-Man impulsándose hacia arriba de un salto con el que rebasó a Iceman, que aumentó la velocidad de crecimiento del pilar. Había logrado superarlo y ponerse a la altura de la azotea cuando, con un salto con voltereta hacia atrás cuya gracia envidiaría cualquier gimnasta olímpico, Spider-Man le pasó por encima y aterrizó en la azotea de la clínica justo cuando ponía ponía el pie en la misma.

— No vale. Yo llegué primero, bicho.

— Pero yo he dado el salto más alucinante, bola de nieve.

— Espera que voy a darte yo bola de nieve — dijo Bobby al tiempo que en su mano se formaba una bola de nieve que se disponía a lanzar, cuando cayó en la cuenta de que…

— ¡Oh, Dios! No estamos en Nueva York.

— Y que lo digas, amigo. — concordó Spider-Man llegando junto a él — ¿Dónde crees que podemos estar?

— Estáis en París, jóvenes guerreros. — dijo de pronto una voz con un cierto acento a sus espaldas. Era un hombre asiático, de corta estatura (le calculaban poco más de metro sesenta de altura), pelo blanco como la leche y aire de sabio maestro (que se veía acentuado por la manera de poner las manos a la espalda). Vestía una camisa hawaiana color rojo con flores blancas, pantalones claros y sandalias.

— ¿París, Francia? — se sorprendió el arácnido.

— Eso parece — replicó Bobby antes de dirigirse al anciano —¿Y usted quién se supone que es, señor?

— Me llamo Fu, Fu Gui. Os estaba esperando.

— ¿Esperándonos?¿Por qué?

— Porque sois los elegidos del gato. París necesita vuestra ayuda.

— ¿Los elegidos del gato?

— Sí. Os daré los detalles cuando estéis los cinco juntos.

— ¿Cinco? Pero si abajo…

— Hay sólo dos. Me hago cargo. Uno de vosotros parece que ha decidido salir a explorar la ciudad. Igual era buena idea que lo buscaseis no sea que le pase algo.

— Tiene que ver con la amenaza que azota esta ciudad ¿verdad? — inquirió un serio Spider-Man — Esa que noto desde que salimos por la ventana de su consulta y que apostaría es la razón de que necesitéis nuestra ayuda.

— Estás en lo cierto, joven araña. La ciudad está tomada por una horda de villanos místicos que...

— Podrían atacarlo, lo capto. ¡Vamos, Iceman! Ese "elegido del gato" no va a salvarse solo — dijo Spider-Man echando a correr y saltando por encima de la cornisa de la azotea al tiempo que disparaba una especie de fina cuerda blanca desde su muñeca.

— ¡Sí, claro!¡Espérame! — le gritó Bobby saltando tras él, creando un tobogán de hielo bajo sus pies con el cual pudo seguir el balanceo del arácnido.


— Oye, ese tobogán de hielo es una pasada.

— Podría decir lo mismo de tus… ¿son telarañas?

— En efecto. Aunque no veas como me deja la espalda todo este bamboleo.

— Te entiendo. A mí me pasa igual en las piernas cuando me deslizo mucho tiempo por los toboganes de hielo — contestó Bobby antes de notar un extraño bulto tendido en la calle — ¿Eso es un mimo?

— Eso parece — respondió Spider-Man soltando la telaraña y aterrizando con una voltereta en la calzada, seguido por Bobby, que resbaló por el tobogán hasta la acera.

— Oye, François. Ese parece un sitio bastante incómodo para una siesta — dijo Spider-Man buscando llamar la atención del mimo, que abrió un ojo.

— Me llamo Fred — contestó el mimo — ¿y vosotros? Por vuestro acento deduzco que sois americanos pero no os parecéis a ninguno de los superhéroes que conozco.

— ¿En serio? Yo soy Spider-Man y él es Iceman, el Hombre de Hielo.

— Encantado de conoceros. Esperad que me levanto — contestó Fred intentando levantarse del suelo. Cual no sería su sorpresa cuando, al incorporarse, notó algo inusual en su flanco — ¿Y esto?¿Quién me ha clavado una aguja entre las costillas?¿tenéis idea de qué ha ocurrido aquí?

— Ni idea, esperábamos que tú supieras explicarnos mejor la situación. pero dime ¿Sabes quién puede haberte atacado?

— No lo sé. Ni siquiera recuerdo cómo he llegado aquí. Hace una hora o así estaba en la celebración del Día de los Héroes y lo siguiente que recuerdo es despertarme aquí, en el suelo .

— ¿Estarás bien aquí o necesitas que te lleve a algún sitio?

— Gracias, pero creo que estaré bien por mi cuenta. Lo que sí puedes y te agradecería encarecidamente es quitarme la aguja de la espalda. Me apetece recostarme y me molesta.

— ¿Estás seguro?

— Seguro.

— Vale — contestó Spider-Man agarrando fuertemente la aguja —. A la de tres, aprieta los dientes.

— De acuerdo — replicó Fred antes de que, con un fuerte tirón, Spider-Man le extrajera la aguja (lo que arrancó un gruñido ahogado de parte de Fred).

— ¿Mejor? — preguntó Spider-Man al tiempo que cubría la herida con un poco de telaraña, cuya composición sabía que garantizaba una excelente protección contra las infecciones además de una adherencia, elasticidad y resistencia superior al de cualquier tirita o venda.

— Sí — replicó Fred antes de fijarse en la telaraña — ¿con qué me has rociado?

— Sólo es un poco de telaraña. Debería mantener protegida la herida durante una hora o así antes de evaporarse. Eso debería darme tiempo para encontrarte ayuda médica.

— Gracias, Spider-Man. Antes de que te vayas, ¿habéis visto a Ladybug o a Chat Noir?

— Me temo que no pero si los vemos...

— Ayudadles, por favor. Aunque haya otros, ellos son nuestros héroes.

— Haremos lo que podamos, Fred — aseguró Spider-Man antes de despedirse —. Mantenente a salvo.

— Tú también, Spider.

— ¿Y?¿Qué te ha contado el mimo? — preguntó Bobby en cuanto se hubieron alejado un poco.

— Me ha contado que se llama Fred. Al parecer, estaba en una especie de fiesta en honor a los héroes de la ciudad, Ladybug y Cat Noir, cuando los villanos atacaron.

— ¿Qué clase de villanos?

— Él dice que no recuerda pero parece que uno le dejó un recuerdo en forma de aguja. Y no me sorprendería para nada que le hayan envenenado porque eso de que te claven una aguja y te dé sueño... no es normal.

— ¿Le han envenenado? ¡Entonces necesita ayuda!

— Sí, esa es ahora nuestra misión secundaria.

— ¿Eso significa que tendremos que elegir si nos desviamos en busca de un hospital?

— Tal vez sí. O tal vez avanzar en nuestra misión principal nos ayude a resolverla. — aventuró Spider-Man justo cuando, a la distancia, se oyó un rugido que ninguno hubiera imaginado oír en la vida. Un sonido primitivo y salvaje seguido por unas estruendosas pisadas que se dirigían hacia ellos

— ¿Eso es lo que creo que es?

— Puedes apostar a que sí, Bobby. Acaba de desatarse Parque Jurásico.