Resplandor entre Tinieblas

Por
WingzemonX

Capítulo 04.
Demasiado peligrosa

A la mañana siguiente, Matilda se despertó muy temprano, se empinó lo más rápido que pudo dos tazas de café en el restaurante de la planta baja del hotel, y luego se sirvió un poco más en un termo para el camino. Se subió a su vehículo alquilado, y condujo hacia el norte junto con los primeros rayos del sol. Sería un largo y cansado viaje de algunas horas, en el que no tendría a otro acompañante más que la radio y su termo.

La ruta original que tenía pensada el día anterior, previa a su llamada con Eleven, era dirigirse directo hacia Port Townsend, pasando por Portland, y quizás deteniéndose unos momentos en Olympia para descansar y desayunar algo más en forma. Ese sólo recorrido le terminaría tomando quizás entre cuatro y cinco horas. Una vez en Port Townsend, tendría que esperar y tomar el ferry que la llevaría hasta la Isla Moesko, en donde se encontraba la Granja de Caballos de los Morgan. Tomando en cuenta la espera y el tiempo del recorrido, en el peor escenario esperaba estar ahí entre la una y las dos de la tarde.

Pero, como dijimos, esa era su ruta original; la que llevaba en la mente al levantarse esa mañana, ya era otra nueva. Ésta incluía que en Tacoma, en lugar de tomar hacia el noroeste en dirección Port Townsend, se desviara hacia el noreste, hacia Seattle, desvío que le tomaría a cuenta varias horas adicionales. Había pensado pasar a Seattle después de ir a Moesko, pero la llamada con Eleven le había hecho sentir que ir allá debía de ser prioritario.

Según su información, desde hace tres años, Cody Hobson, un viejo amigo suyo de la Fundación, trabajaba en Seattle como maestro de biología en una escuela primaria. Cody también tenía el resplandor, pero uno único, muy diferente al suyo, muy diferente al de Eleven, y muy diferente a básicamente cualquier otro que había conocido hasta ese momento; pero, sorprendentemente, quizás algo parecido al de Samara, o al menos eso es lo que teorizaba. Es por ello que había considerado buena idea hablar con él, especialmente aprovechando su relativa cercanía. Pero ahora quizás él podría darle además algo de luz sobre qué era lo que a su mentora había puesto tan alerta, o de cuál era esa "otra" experiencia que supuestamente le hacía falta. Y aunque no pudiera, su percepción especial gracias a su resplandor, estaba segura le sería de mucha utilidad.

En Olympia, se detuvo en un Denny's a desayunar, descansar y estirar las piernas. Aprovechó la parada, que consideró ya era a una hora prudente para llamar por teléfono, para comunicarse con el señor Morgan, y mover la hora de su reunión para más tarde, después de las cuatro o cinco; no pareció haber problema alguno. Intentó igualmente comunicarse con Cody para no caerle de sorpresa, pero al parecer el último número que tenía de él no era el más reciente. Le mandó un mensaje a Eleven, pidiéndole que le pasara su nuevo número si lo tenía. Para su buena suerte, en efecto, sí lo tenía; para su mala suerte, le respondió ya cuando estaba de nuevo en el camino, y no lo pudo leer hasta una hora después, cuando ya estaba por cruzar los límites de Seattle. Y aun así, cuando intentó llamarle de nuevo a ese nuevo número, el teléfono sonó, pero de los tres intentos que hizo, en ninguno obtuvo respuesta.

Se detuvo unos momentos para meditarlo. ¿Y si había hecho su desvío en vano? ¿Y si Cody ni siquiera estaba en Seattle?; quizás había ido a Alabama a visitar a sus padres, y ella se había aventurado sin averiguar siquiera.

Le tomó unos minutos decidirse, pero al final optó por dirigirse a la escuela en la trabajaba y arriesgarse. Al llegar, se presentó en la dirección como colega de Cody Hobson, a quien buscaba por un asunto personal importante. Para su fortuna, le informaron que en efecto la persona que buscaba se encontraba presente, y dando clases en esos momentos. Eso la hizo suspirar aliviada. Le ofrecieron mandarlo a llamar, pero ella optó por ir por su cuenta a verlo a su salón de clases, previendo que la hora de recreo estaba cerca. Aunque renuentes al inicio, su muy efectivo poder de convencimiento le dio el camino libre.

Siguió las indicaciones que le dieron para dar con el Salón B de cuarto grado, cuya puerta se encontraba abierta. Cuando ya estaba a unos cuantos centímetros de la entrada, pudo escuchar, y reconocer, con claridad la voz del profesor en su interior.

—…y esta clase especial de mariposa monarca, es de las especies más longevas —pronunciaba la voz suave y algo juguetona en el interior del aula—, ya que pueden llegar a vivir de ocho hasta nueve meses.

Matilda se detuvo cerca del marco de la puerta, y se asomó sutilmente, intentando no llamar para nada la atención. Parado delante del salón, vio a un hombre joven, algo delgado, de cabello rubio, ligeramente largo y lacio, con un copete peinado hacia la derecha, que le cubría por completo su frente. Sus ojos pardos se asomaban desde atrás de un par de anteojo de armazón delgado. Usaba un atuendo interesante, de jeans azules, camisa verde a cuadros, y un saco café casual, que gracias a su complexión hacía parecer que le quedaba más grande de lo que realmente era. Matilda no pudo evitar sonreír un poco; unas botas y un sombrero, y tendría el atuendo esperado de un joven cowboy de Alabama, aunque su notable falta de vello facial no le ayudaría a afianzar dicha apariencia.

Su viejo amigo Cody se veía justo y como lo recordaba; su rostro algo aniñado, lo hacía lucir considerablemente más joven de lo que realmente era. Pero pocos sabían que debajo de esa apariencia escuálida y aparentemente débil, se escondía uno de los poseedores del resplandor más poderosos con los que hubiera tenido oportunidad de cruzarse, además de uno de los más inteligentes.

Permaneció afuera, limitándose a escuchar el resto de su lección, hasta que sonara la campana.

—Este lapso quizás suene a poco —prosiguió el joven profesor, mirando con gran emoción a sus estudiantes—, pero no lo es tanto si consideramos que el tiempo de vida promedio de una monarca es de…

Hizo una larga pausa, y se volteó hacia la clase, esperando que alguien completara su frase por iniciativa propia. Sin embargo, con lo que se encontró fue sólo el silencio.

—Les daré una pista: lo dije hace quince minutos.

Tardaron un rato más en al fin mostrar alguna reacción, hasta que una niña en el centro del aula levantó tímidamente su mano.

—¿Cuatro semanas? —Cuestionó, insegura.

—Si contamos sólo su tiempo de vida como mariposa, sí. Si consideramos todo el ciclo de vida completo, desde que es huevecillo, estaríamos hablando de entre cuatro y ocho semanas, quizás hasta diez. Pero me estoy desviando del tema.

Cody se paró justo en el centro del pizarrón, tomó un marcador de color azul, y comenzó a escribir algunos datos sobre éste, al tiempo que seguía con su explicación. Los niños, por su lado, escribían en sus cuadernos todo lo que consideraban relevante.

—Estas monarcas de la generación Matusalén, son un caso muy singular. No sólo por el hecho de que vivan más que las otras, sino que pareciera ser que deben —pronunció poniendo especial énfasis en esta palabra— de hacerlo. Verán, como les había dicho, las monarcas, con sus vidas tan efímeras, básicamente viven única y exclusivamente para la supervivencia de su especie. Nacen, se reproducen, y mueren, en ese sencillo orden, sin más ni menos. Cuando llega el invierno, necesitan viajar hacia el sur, para buscar tierras más cálidas, desde Canadá, hasta el centro y sur de México. Pero teniendo vidas tan cortas, ¿cómo podrían hacer este largo viaje? ¿Cómo podrían sobrevivir todos esos meses? La lógica te diría que su destino es morir bajo esas circunstancias, y que la especie se extinguiría.

Hizo una pequeña pausa, y se giró de nuevo hacia la clase, sonriéndoles de oreja a oreja con entusiasmo.

—Pero ahí es cuando estas pequeñas entran en acción —señaló con mucho hincapié, como si estuviera a punto de revelar un sorpréndete secreto—. Es como si la propia naturaleza fuera un ser consciente, y supiera exactamente lo que hace. Porque justo cuando llega el otoño, cuando el frío comienza, esta generación nacida en estos momentos, nace con la capacidad de durar muchos más tiempo que sus ancestros. Y de esta forma, pueden llevar a cabo la increíble tarea de hacer todo el largo viaje hasta el sur, sobrevivir todo esos meses, y luego volver a su hogar, para darle paso a la siguiente generación, algo que sería casi imposible de otra forma.

»Si lo ponemos en perspectiva, es como si ustedes tuvieran un hijo, y este naciera con la capacidad de vivir más de quinientos años. Y todo, sólo para perdurar la especie. Como si ese niño naciera con un don especial y único, con el destino de usarlo para asegurarse de que sus descendientes a su vez, sobrevivan. Para asegurarse de que nuestra especie, viva una generación más.

Todos los niños, más Matilda en el pasillo, escucharon esa parte del relato con mucho interés. Pero fue sólo la joven psiquiatra la que captó el mensaje completo de lo que trataba de transmitir en ese punto. ¿Esperaba que quizás algún niño en especial entre su público lo entendiera también? ¿O lanzaba sólo el comentario al aire, como una red esperando que atrapara algo? Claro, igual podría sólo ser una coincidencia.

—La naturaleza, bajo este punto de vista, es bastante sabia —concluyó el profesor—. Todos nacemos con un propósito, aunque no siempre sea tan claro cuál es…

La campana sonó en ese momento, cortando las palabras de Cody, que igual parecían al menos haber podido llegar al punto. Los chicos, sin espera, comenzaron a guardar todas sus cosas con algo de prisa.

—Recuerden el ensayo para la próxima semana. Pórtense bien, disfruten su recreo.

Algunos de los pequeños le respondieron con un pequeño "sí", pero en su mayoría todos se dirigieron más temprano que tarde a la puerta del salón. Al salir al pasillo, algunos miraron con curiosidad a Matilda parada afuera, que sólo les sonrió y saludó de forma amistosa; unos pocos le regresaron el saludo de la misma forma.

Una vez que el salón se vació por completo, al menos de alumnos, Matilda se tomó la libertad de al fin ingresar. Cody estaba de espaldas a la puerta, recogiendo sus libros y apuntes del escritorio.

—Muy buena clase, profesor —exclamó con un tono animado, que tomó por sorpresa al chico rubio—. Aunque la historia de las Monarcas Matusalén me gustó más las primeras diez veces que me la contaste, me gustó ese giro final nuevo que le agregaste. Inspirador.

Había un tono juguetón, casi sarcástico en sus palabras, pero eso no las volvía falsas.

Cody se volteó rápidamente hacia la puerta al escucharla, y su rostro se llenó de absoluto asombro al verla ahí. Sin embargo, dicho asombro no tardó mucho en convertirse en júbilo.

—¡Matilda!, qué increíble sorpresa —exclamó con entusiasmo, y de inmediato se le aproximó con los brazos extendidos. La joven castaña hizo lo mismo, para que ambos se pudieran dar un amistoso abrazo.

—Lamento llegar así —se disculpó la visitante, una vez que se soltaron—. Quise hablarte, pero me fue imposible.

—Lo siento… —Cody extendió su mano hacia el escritorio, tomando su teléfono móvil y echando un rápido vistazo a su pantalla—. Siempre lo pongo en silencio cuando doy clases. Pero ha pasado tanto tiempo —cuatro años, al menos—. ¿Qué te trae a Seattle?

—Estoy atendiendo un caso de la Fundación en Oregón, cerca de Salem, que se está tornando un poco complicado. Pensé, y también Eleven estuvo de acuerdo conmigo, que podrías ayudarme con algunas cosas. Si te es posible, claro.

—Claro que sí —no dudó en responder, sonriéndole ampliamente a su vieja amiga—. Lo que sea por ti, y por Eleven.

Matilda igualmente sonrió, feliz de ver que el chico que conoció hacía ya quizás unos doce años atrás seguía siendo el mismo chico amable que recordaba, con la misma vibra positiva y cándida a su alrededor. Aunque igual había algunas sutiles diferencias. Recordaba, por ejemplo, siempre haber sido notablemente más alto que él, pero en ese momento, aún con sus tacones, parecían estar en estaturas bastante similares. Los anteojos también eran nuevos, pero igual quedaban muy bien con su estilo. Y ni que hablar de la notoria seguridad que transmitía al dar clases. Aunque claro, quizás el hablar de un tema que tanto le apasionaba como las mariposas, ayudaba mucho en ello.

Mientras Cody siguió recogiendo sus cosas, se dio permiso a sí misma de tomar asiento en uno de los pupitres de la primera fila. Aunque no había pasado tanto tiempo desde el término de su doctorado como para decir que eso le traía nostalgia de cuando era estudiante, si le provocó una un tanto extraña sensación. Miró pensativa hacia los pizarrones blancos, con los datos que Cody había escrito en ellos con plumón aún en ellos. Irremediablemente a su cabeza vinieron algunos recuerdos, ya lejanos, de sus propios días de primaria. Claro, en aquel entonces los pizarrones eran verdes y se usaban gises sobre ellos.

Se sumió tanto en sus pensamientos, que sólo reaccionó cuando Cody comenzó a borrar los datos sobre la Monarcas Matusalén.

—No sé si alguna vez te lo dije —comenzó a decir de pronto—, pero por un largo tiempo durante mi niñez y pubertad, mi meta a futuro era ser maestra.

—Cómo lo era tu madre adoptiva, ¿no?

—Aún lo es. Aunque ahora se dedica más a ser directora.

—¿Y por qué no lo fuiste al final?

Matilda se quedó un rato pensativa. Era una buena pregunta, que ella misma se hacía a veces, pero no tenía una respuesta concreta, sino quizás varias que se complementaban entre sí.

—No lo sé —susurró despacio, más para sí misma que como respuesta al chico delante de ella—. Supongo que simplemente son vueltas que da la vida.

Cuando Cody terminó de borrar, Matilda se puso de nuevo de pie, y se acercó al escritorio del profesor, con su maletín en mano. Sacó sin espera de éste el expediente que estaba armando del caso de Samara, tanto la información que el Dr. Scott le había proporcionado, más la que obtuvo de sus propias fuentes, y claro la que ella misma había estado recogiendo en esos tres días pasados; se veía bastante abultado, pero aun así le hacía falta la información que guardaba directamente en su computadora.

—¿Te es familiar el término Termografía Proyectada? —Cody simplemente la miró fijamente, con confusión en sus ojos—. Si no, no te aflijas. No es muy conocido. Es una habilidad psíquica teórica, que se basa en poder plasmar una imagen mental en alguna superficie física. Principalmente se relaciona con fotografías y videos que le hacen al usuario, pero también se presenta sobre papel, o prácticamente cualquier espacio.

Matilda abrió el expediente, y sacó de éste varias radiografías, o al menos eso era lo que parecían, y las colocó sobre el escritorio. Eran alrededor de cinco. Cody se sentó en la silla tras el escritorio, se acomodó sus anteojos, y les echó un vistazo. Aunque parecían radiografías, no estaba claro de qué eran exactamente. No eran de los huesos de una persona, eso era claro. Parecían ser algún tipo de extraños dibujos, plasmados en el acetato como si flashazos de luz se tratase. En una se veía lo que a simple vista parecía ser un caballo de juguete, flotando sobre olas del mar. En otro se veían los pies de alguien, cubiertos con unas botas, y debajo, aparentemente enterrada bajo tierra, lo que parecía ser na muñeca con jeringas y clavos enterrados en ella; una visión bastante aterradora. En otra más, se percibía un árbol de amplias ramas sobre un horizonte, y en otra las siluetas de varios juguetes.

Cody pareció más que intrigado por lo que veía.

—¿Dices que alguien plasmó estas imágenes con su mente? —Preguntó curioso, virándose de nuevo hacia Matilda, quien asintió levemente con su cabeza.

—Una niña de doce años, para ser exactos. Según me dijeron, es lo que aparece cada vez que intentan sacarle alguna radiografía de cualquier parte de su cuerpo, como si en lugar de proyectar sus huesos, lo hiciera lo que está pensando en esos instantes.

La ceja derecha de Cody se arqueó, como señal suspicacia, formando en su rostro un gesto casi cómico.

—¿Y crees que se trata de esa Termografía que mencionaste hace un momento?

—Sí, y no —respondió Matilda, algo ecléctica—. Aunque los doctores que la examinaron primero están usando este término, estoy pensando que es algo mucho más complejo que eso. Ella no sólo puede plasmar esas imágenes en radiografías o superficies físicas como éstas; puede hacerlo también en la mente de las personas. Lo hizo con su madre sin querer, provocando que viera cosas que la han estado arrastrando hasta la locura. Y al parecer también lo hizo con los caballos del rancho donde vive, haciendo que enloquecieran, y muchos saltaran al mar.

—¿Saltaran al mar? Oye, creo que leí algo de eso —Cómo biólogo, era comprensible que un incidente como ese llamaría su atención—. ¿No dijeron en los periódicos que los motivos eran desconocidos?

—Para ellos quizás, pero para sus padres fue claro desde el inicio qué o quién había sido. Es capaz de crear imágenes realmente vividas, e implantarlas en las personas y los animales, a veces sin darse cuenta de ello, provocándoles reacciones obsesivas, y a veces incluso violentas.

—¿Posee cualidades telepáticas?

—Sí, pero hasta dónde he visto, bastante pocas. Son más sensaciones y pequeños flashes que le llegan de pronto. Y lo sé, es una contradicción. La lógica diría que alguien que pudiera alterar de tal forma la mente de una persona, debería de tener capacidades telepáticas extraordinarias, pero no es así, o no lo ha demostrado al menos. Y sabes tan bien cómo yo que cada resplandor es muy diferente, por lo que no podríamos juzgar ello como una regla tallada en piedra. Además, me parece que aún no ha mostrado todo de lo que es capaz. Es más un presentimiento, pero creo que puede hacer muchas cosas más con esta habilidad que aún desconocemos, ella misma incluida.

Cody no respondió con palabras, pero su expresión demostraba que no estaba en desacuerdo con dichas afirmaciones, o al menos no poseía nada para desmentirlas. Posó su atención de nuevo en las radiografías, contemplándolas con sumo interés. Algunas de esas imágenes eran realmente extrañas; difícil de creer que habían salido de la mente de un niño. Aunque si alguien conocía los horrores que podían esconderse en la mente de un niño pequeño, ese era él.

—¿Qué opinas? —Le cuestionó Matilda, algo ansiosa—. ¿Puede que sea algo parecido a tu habilidad?

—No estoy seguro —le respondió el profesor, sin apartar sus ojos de las imágenes—. La verdad, no creo que nadie haya visto algo parecido antes, ni siquiera Eleven.

Tal afirmación dejó a Matilda casi anonadada de inmediato.

—¿Por qué lo dices?

Cody se mantuvo reflexivo. ¿Qué era lo que ocupaba a tal grado su mente? Luego de casi un minuto de silencio, se quitó sus anteojos y se talló los ojos con los dedos. Se levantó, caminó hacia la puerta del salón, y se apresuró a cerrarla, con llave por dentro.

—Hay algo que debes de entender sobre mi resplandor —comentó con un tono algo serio, en contraposición con el estado tan animado que tenía unos momentos atrás.

De pronto, juntó sus manos frente a su pecho y talló sus palmas entre ellas. Cerró los ojos unos instantes, y luego, al volver a abrirlos, separó sus palmas extendiéndolas a los lados, y de entre ellas surgió una pequeña y brillante mariposa azul, nítida, que se elevó revoloteando sus alas en el aire, hasta colocarse sobre sus cabezas. Pero no fue la única; a esa primera, le siguieron decenas más iguales, que comenzaron a volar por el salón con completa libertad.

Matilda miró todas ellas con admiración, más no con sorpresa.

—Cuando yo materializo un pensamiento en el entorno —prosiguió explicando, Cody—, éste dura sólo hasta que yo dejo de pensar en ello, o hasta que dejo de enfocarme en él. Luego de eso, se desvanece, como una cortina de humo; como si nunca hubiera estado aquí realmente.

Una por una, todas las mariposas azules comenzaron a desintegrarse, como pérdidas en una neblina azulosa que se extendía hacia todos lados, y luego desaparecía por completo. En cuestión de segundos, todas las mariposas se desvanecieron; en efecto, como si nunca hubieran estado ahí.

El resplandor de Cody era uno único en su tipo: le daba la facultad para poder materializar sus pensamientos y sueños en su entorno, y manipularlo a su disposición. Pero no como simples ilusiones intangibles, no como simples espejismos; lo que proyectaba, realmente se hacía real, al menos por el lapso de tiempo que él así lo decidiera. A Matilda, esa habilidad siempre le había parecido bastante increíble, a la vez que hermosa. Sin embargo, podía tornarse también aterradora, bajo ciertas circunstancias. Según le habían dicho Eleven y el propio Cody, era bastante difícil de controlar y mantener en un estado consciente, pero se volvía cien veces más efectiva mientras dormía; pero, por consiguiente, más incontrolable.

—Sucede lo mismo cuando un telépata con habilidades de ilusionista —continuó—, proyecta una imagen en la mente de una persona; igualmente, sólo dura hasta que el usuario deje de proyectarla, y luego de eso también se desvanece. Son sólo ideas, ¿me explico? Imágenes temporales que formamos en nuestras cabezas, y luego exteriorizamos. Pero esto…

Cody tomó de nuevo una de las radiografías, y la colocó contra la luz para contemplarla mejor.

—Estas imágenes no son temporales. Perduran, se quedan en el mundo físico, aunque su usuario ya no esté siquiera presente. Y si esto ocurre con las imágenes en el acetato, debe ser igual con las mentes de las personas. En otras palabras, las imágenes que implante en sus mentes… —hizo una ligera pausa reflexiva—, nunca desaparecen. Si le hizo esto a su madre, el daño que le haya hecho…

—Podría ser permanente —concluyó Matilda, previendo el punto al que Cody quería llegar; éste asintió, afirmando su sospecha.

Ambos se quedaron en silencio, digiriendo su resolución. Matilda ya había llegado a considerarlo con anterioridad, pero el hecho de que Cody se lo confirmara, lo hacía aún más real. El ambiente en el salón se volvió algo lúgubre de golpe. ¿Sería eso lo que tanto preocupaba a Eleven? ¿Lo que le hacía sentir que quizás no estaba lista para lidiar con algo como eso? Era probable, pero no le hacía más claro a qué se refería exactamente con que esta habilidad podía ser de una "naturaleza diferente".

Mientras ella meditaba al respecto, Cody notó otra imagen que Matilda traía consigo, pero que en lugar de estar en un acetato, se encontraba en un cartón para pintura, de tamaño oficio. Cody lo tomó, y echó un vistazo; el mismo árbol, o al menos uno muy similar, al de una las radiografías, se encontraba ahí plasmado.

—¿Éste también lo hizo ella?

—Sí, justo ayer. Yo le pedí que lo hiciera para corroborar que era capaz de formar las imágenes de forma consciente, o si sólo de forma involuntaria. Aparentemente fue lo primero, aunque no creo que ella entienda muy bien cómo es que lo hace.

Cody contempló con curiosidad el extraño dibujo. Lo miró de muy cerca, y pasó también con mucho cuidado sus dedos sobre la superficie del cartón, específicamente donde se encontraban los trazos del árbol. Algo llamó su atención de inmediato.

—Es extraño. En las radiografías esto no es tan notable, pero aquí se puede ver que el dibujo no está sobre el cartón, o dentro del cartón: está en él, como si hubiera sido prefabricado con la imagen. Como si fuera parte del mismo material.

Al oír eso, Matilda lo volteó a ver rápidamente con los ojos totalmente abiertos, mas Cody no lo notó de inmediato.

—Pero la única forma que se me ocurre en que eso pudiera ser posible, es que…

—¡El cartón haya sido modificado a nivel molecular! —Se apresuró Matilda a agregar, notándosele una notable emoción en su voz que a Cody tomó por sorpresa. Le siguió entonces una pequeña risilla, casi nerviosa—. ¿Cómo no me di cuenta antes? La única forma en la que podrías modificar la imagen en las radiografías, es manipulando los fotones de rayos x que llegan a la lámina para que se forme la imagen deseada. Esa debió ser mi clave. En el cartón y en el papel es lo mismo. Si logras modificar las moléculas del material, éstas pueden reacomodarse de cierta forma, y así es como logra que aparezcan estas imágenes. Por eso las imágenes perduran. No las proyecta con su mente, su mente las fabrica físicamente, en toda la extensión de la palabra.

—De hecho, tiene bastante sentido ahora que lo mencionas —añadió Cody, ya un poco contagiado por la emoción de su amiga—. La gente suele ver a los pensamientos y recuerdos de las personas como algo abstracto e intangible; en otras palabras, como algo no físico. Pero en términos biológicos, todo ello se basa principalmente en composiciones celulares y químicas de nuestros cerebros. Es decir…

—¡Qué igualmente pueden ser manipulados a un nivel molecular, como el cartón o los fotones! —Exclamó Matilda con más fuerza de lo que se proponía—. No es estrictamente Termografía Proyectada en el sentido convencional, sino una habilidad totalmente nueva: la habilidad de modificar las mentes de las personas a un nivel físico, no abstracto como la telepatía. Esa debe ser su habilidad primaria, y las imágenes que se plasman en las radiografías y en el papel, son sólo resultados derivados de ello, no al revés como el Dr. Scott y su equipo supusieron. Se fueron por la teoría de la Termografía y no vieron más allá, ¡y yo casi caí en lo mismo!

—Pero todo esto es meramente especulativo —se apresuró el joven profesor a señalar—. Es imposible saber si en verdad su habilidad es como lo suponemos, especialmente porque no hay ningún precedente parecido a esto. No es telepatía, ni telequinesis, ni algo con lo que hayamos interactuado antes. Pero además, si en efecto se trata de algo como lo que dices, estaríamos hablando de una habilidad demasiado peligrosa —puso especial énfasis en esa última parte—. Es probable que con la concentración y experiencia suficiente, pudiera destrozar por completo la mente de una persona, convertirla en un vegetal, o incluso lavarle el cerebro por completo y convertirla en otra persona. O algo como en la película de Inception, pero mucho más agresivo.

—¿No estás exagerando? —Masculló Matilda, algo escéptica, a lo que Cody simplemente se encogió de hombros.

—Quizás, pero sólo estoy yéndome al mayor extremo que se me ocurre. Escuché a algunos otros chicos de la Fundación decir que si se enfocaba lo suficiente, Eleven era capaz de provocarle un derrame cerebral a alguien. Obviamente yo nunca la vi hacerlo, pero… —Pareció decidir al último momento no continuar con su oración—. Pero igual no todo tiene que ser tan malo. Bien encaminada, una habilidad así podría ser también muy benéfica. Podría ayudar a personas con algún tipo de lesión cerebral, trastornos en el desarrollo neuronal, o incluso ayudar a corregir problemas de conducta o demencia. ¿Quién sabe?, quizás incluso corregir comas permanentes, o curar traumas emocionales.

—Es probable —asintió Matilda—. Pero creo que pasará mucho tiempo antes de que permitan a alguien como ella hacerle su versión psíquica de una operación de cerebro a alguna persona.

—Quizás. Pero lo que trato de decir al final es que, si es lo que pensamos, puede traer consigo muchas cosas buenas… pero también muchas cosas malas. —Miró fijamente a Matilda en ese momento a través de los delgados cristales de sus anteojos—. Debes tener mucho cuidado. Lo que le pasó a su madre, te puede pasar a ti.

—Descuida —se apresuró a responder, despreocupada—. ¿Olvidas la protección que Eleven nos colocó contra este tipo de ataques cuando éramos niños?

—No, pero recuerda que ésta podría no ser una habilidad psíquica normal. Además, recuerdo que Eleven nos dijo que esa protección era más para ataques a larga distancia, para que nadie pudiera detectarnos o afectarnos desde lejos. Y también nos dijo que mientras más cerca estuviéramos, menos efectivo se volvería. Y tú estarás bastante cerca de ella.

Matilda guardó silencio, notablemente pensativa. En realidad, no necesitaba que Cody se lo mencionara: ella era totalmente consciente de ello. Siempre había usado la excusa de aquella supuesta protección como un sustento, para hacer que su madre no se preocupara por ella, y en parte también para darse autoconfianza en su labor. Pero ahora, quizás no iba a ser suficiente.

Eleven le había dicho que ese caso le parecía particularmente peligroso para ella, y ya en esos momentos le resultaba difícil fingir que no pensaba que pudiera tener razón. Podía aceptar sin problema que Eleven estaba en lo cierto; de hecho, desde su adolescencia se había acostumbrado a ello. Pero lo que no soportaría, sería darle la razón del Dr. Scott y a sus miedos, aunque estos ya no le parecieran tan irracionales.

Suspiró con cansancio, y volvió a sentarse en uno de los pupitres.

—Tenía pensado pedirte que me acompañaras en una sesión para que conocieras a esta niña, y me dieras tu opinión más de primera mano; especialmente de su resplandor. Pero entenderé si después de todo esto, prefieras no involucrarte tan directamente.

—Descuida, lo haré con gusto —se apresuró Cody a responder, tomando un poco por sorpresa a Matilda—. Como dije, haría lo que sea por ti…. ¡Y por Eleven! —se apresuró a agregar, casi nervioso.

Matilda sólo pudo soltar una pequeña risilla, que intentó disimular, pero igual hizo que las mejillas del chico se ruborizaran un poco.

—¿Cómo se llama la niña? —Cuestionó Cody rápidamente, intentando cambiar de tema.

—Se llama Samara, Samara Morgan.

El rostro de Cody formó una extraña mueca de confusión.

—¿Morgan?

—Sí. ¿Pasa algo?

—No, nada. Es sólo que Morgan era el apellido de mi madre… de mi madre biológica — corrigió rápidamente—. Que coincidencia. Quizás sea mi pariente.

Al mirar de nuevo a Matilda, notó como el rostro de ésta se había tornado profundamente serio, tanto que por un momento llegó a pensar que había dicho algo que la había molestado. Pero antes de que pudiera preguntarle qué pasaba ella pronunció…

—No, no creo que lo sea

Cody sólo la miró, confuso por esa extraña reacción.

FIN DEL CAPÍTULO 04

NOTAS DEL AUTOR:

— El personaje de Cody Hobson o Cody Morgan está basado en el niño protagonista de la película Before I Wake del 2016, teniendo en estos momentos ya alrededor de veinticinco años, en contraposición con los ocho que tiene en dicha película. Por ello se toma que los acontecimientos de Before I Wake ocurren varios años antes que originalmente. Las habilidades de Cody estarán completamente basadas en las expuestas en la película, pero quizás con algunos ligeros ajustes para darles mayor explicación.

— La explicación dada en este capítulo a las habilidades psíquicas de Samara Morgan, son en su mayoría creaciones de mi propia imaginación, ya que en sus respectivas películas, nunca se explica de manera muy detallada o explícita cómo funcionan. Igual a lo largo de la historia, se irá tocando dicho tema seguido, y se seguirá explicando.