Resplandor entre Tinieblas

Por
WingzemonX

Capítulo 121.
Mucho de qué hablar

Los ojos de Samara se abrieron perezosamente, enfocándose de forma borrosa con en el papel tapiz de la habitación de Matilda. El olor de las sábanas limpias de la cama fue lo siguiente que detectaron sus sentidos, seguido poco después por el lejano sonido de voces y pasos en la planta baja. Su conciencia del dónde y el cuándo fue lo que más tardó en llegar, casi al mismo tiempo que soltaba un profundo bostezo que hizo que sus ojos se humedecieran un poco.

Era su segunda mañana en la residencia Honey, y no le parecía posible recordar algún momento en el que hubiera despertado con tanta tranquilidad desde hacía años. De hecho, le sorprendía lo realmente bien que había logrado dormir las dos noches que llevaba ahí, en la cama y en el cuarto de Matilda, en compañía de ésta. Un sueño profundo, ininterrumpido, tranquilo y, lo más importante, sin ninguna pesadilla. Totalmente lo contrario a lo que ocurría durante su estancia en el Psiquiátrico de Eola, o incluso en su propia casa en Moesko. Estando en el pent-house de Damien había logrado también dormir bien, pero seguía siendo algo distinto. Ahí se percibía una paz tan cálida y agradable que no creía pudiera ser posible.

¿Era acaso debido a que había logrado alejar a aquella Otra Samara? ¿O quizás era por esa casa en sí, y por la compañía de esas personas que ejercía un efecto tan positivo en ella? No lo sabía, y una parte de ella no quería saberlo. Sólo disfrutaba del momento lo más que podía.

Al girarse hacia el costado contrario de la cama, lo encontró vacío. Matilda no estaba. Eso la alarmó un poco al principio, pero no dejó que esa emoción la dominara. El reloj digital que había sobre la mesa de noche, marcaba cuarto para las diez, así que quizás sencillamente se había levantado más temprano y había salido del cuarto discretamente para no despertarla. La primera noche ambas llegaron bastante tarde, se quedaron aún despiertas más tiempo explicándole a la Srta. Honey lo sucedido (o al menos lo que podían explicarle), y encima estaban más que agotadas por todo. Naturalmente al día siguiente terminaron despertándose bastante tarde, quizás lo más tarde que Samara se había levantado en su vida. Pero esa mañana ya debía ser diferente, en especial para Matilda que parecía ser alguien que acostumbraba levantarse temprano y aprovechar el día.

Samara se sentó en la cama y pegó sus pies descalzos contra el suelo frío de madera. Estiró los brazos al aire, soltó otro bostezo más y se paró para encaminarse a la puerta. A falta de un pijama de su tamaño, había estado durmiendo con una vieja camiseta azul de Matilda con YALE al frente en letras blancas, que obviamente le quedaba un poco grande, y unos shorts de tela rosados que igualmente eran algo grandes para ella pero tenían un cordel para ajustarse a la cintura, y gracias a eso lograba que se quedaran en su sitio.

Matilda había prometido que irían a comprarle algo de ropa nueva en cuanto pudieran; sólo necesitaban asegurarse que no era riesgoso sacarla a la calle. Después de todo, públicamente seguía siendo una niña que había sido secuestrada en Oregón y su rostro había salido seguido en las noticias, así que no podían ser imprudentes.

Al bajar las escaleras hacia la planta baja, captó que las voces que había oído provenían de la cocina, por lo que se dirigió directo para allá.

—¿A qué niño normal crees que le gustan las pasas en los panqués? —escuchó que comentaba la voz de Máxima, la pareja de la Srta. Honey, mientras se aproximaba.

—¿Por qué lo dices? A Matilda le gustaban cuando tenía doce —replicó ahora la propia Srta. Honey.

—Por eso digo, ¿a qué niño "normal"? —masculló Máxima con tono jocoso—. Matilda tiene toda la apariencia de haber sido una mujer adulta desde los diez.

—Oh, por supuesto que no. Te sorprenderías de haberla… ¡Oye! No, basta. Deja eso…

Sus voces se convirtieron rápidamente en sonoras risas, alegres y sueltas. Una sinfonía que Samara no estaba precisamente muy acostumbrada a escuchar. Al pararse en la entrada de la cocina y echar un vistazo al interior, vio a las dos mujeres de pie frente a la encimera. Máxima estaba detrás de la Srta. Honey, pegada contra ella, y parecía rodearla con un brazo, sujetándola mientras intentaba introducir un dedo de su otra mano en el bol con mezcla que ésta tenía en las manos, y que intentaba alejar lo más posible de su intromisión.

—¡Es para los panqués! —le regañó la Srta. Honey, aunque seguía riendo—. Te hará daño comer la mezcla cruda.

—¿Dónde leyó eso, maestra? —le respondió la mujer de piel morena, mientras insistía en querer alcanzar el bol—. Además, sólo quiero estar segura de que pasas no es lo único raro que le hayas echado.

—¿Por quién me tomas? Soy bastante buena haciendo panqués, y lo sabes.

Como le fue posible, Jennifer se giró para encararla, manteniendo el bol en alto para que no lo alcanzara. Al estar frente a frente, sin embargo, Máxima pareció menos interesada en el bol. Su mirada se enfocó en los de la mujer delante de ella, y sus labios dibujaron una sonrisilla pícara que ciertamente puso un poco nerviosa a la Srta. Honey.

—Yo no sé nada —masculló Máxima, casi ronroneando. Colocó entonces ambas manos contra la encimera, a cada lado del torso de Jennifer, y se le pagó más de forma poco discreta—. Necesito que me lo demuestres, ¿bien?

Sin mucha más ceremonia, inclinó su rostro hacia ella, besándola rápidamente en los labios una, dos, y tres veces más. A Jennifer se le dificultó reaccionar, en especial porque seguía teniendo el bol en el aire.

—Es… pera… —murmuraba la maestra entre beso y beso—. Harás que lo tiré…

No pudieron evitar volver a reír, pero ni eso impidió que se siguieran besando. Jennifer logró con mucho cuidado bajar el bol con una mano hasta colocarla sobre la encimera, mientras con su otro brazo rodeaba el cuello de su pareja. Ya sin el peso en las manos, le fue más sencillo corresponderle, y dejarse llevar por los dulces besos de la mujer, y por sus suaves caricias que amenazaban con volverse un poco más atrevidas si acaso se lo permitía. Y quizás se lo hubiera permitido, sino fuera porque en un momento en el que Jennifer abrió los ojos, alcanzó a ver por el rabillo del ojo a la pequeña Samara, parada en el marco de la puerta, mirando en su dirección con expresión aún adormilada.

Jennifer respingó un poco y rápidamente le dio un par de palmadas en los hombros a Máxima para hacerle reaccionar.

—Max, Max, detente —le murmuró con insistencia—. Hola, Samara, buenos días —se apresuró a pronunciar, sonriéndole de forma nerviosa.

Sólo hasta que escuchó ese saludo Máxima separó su rostro del de su pareja, se viró hacia la puerta y también fue consciente de la presencia de la pequeña.

—Hey, buenos días, amiguita —pronunció con voz que intentaba parecer despreocupada, dando además un paso hacia atrás para tomar una distancia más prudente de la Srta. Honey—. ¿Cómo estás? ¿Dormiste bien?

Samara asintió levemente con su cabeza. Alzó una mano para tallarse su ojo izquierdo y soltó entonces otro bostezo más al aire.

—¿Dónde está Matilda? —masculló despacio arrastrando un poco las palabras.

—Salió temprano, cariño —le informó la Srta. Honey, mientras pasaba su mano disimuladamente por su cabello y blusa para acomodarlos—. Creo que la otra jovencita que estuvo con ustedes esa noche va a ser dada de alta hoy, y fue a recogerla.

—¿Abra?

—Sí, creo que así se llama. No han de tardar en volver. Estábamos preparando panqués para todos, para que tuvieran algo rico que comer cuando llegaran. ¿Te gustaría ayudarme?

Samara alzó su mirada hacia el frente, fijándola en el bol con la mezcla sobre la encimera de la cocina.

—¿Panqués? —pronunció en voz baja, comenzando a avanzar cautelosa. Apoyó ambas manos en la orilla de la encimera y se inclinó al frente para poder ver el contenido del bol. El olor distintivo que tenía la mezcla homogénea de harina, leche, huevo y mantequilla impregnó rápidamente su nariz. Ese aroma, así como el color amarillo pálido que tenía ese líquido espeso, trajo de inmediato recuerdos a la mente de la pequeña. Recuerdos de tiempos que sentía ya muy lejanos, y que apenas y se mantenían como imágenes borrosas en su memoria.

Su madre, sonriente en la cocina de su casa en Moesko, moviendo con rapidez el batidor de globo contra la mezcla en un bol bastante similar a ese, mientras canturreaba una canción. Una más pequeña Samara de seis, máximo ocho años, sentada sobre la encimera observando todo lo que la mujer hacía, creyendo ingenuamente que la estaba ayudando de algún modo, y expectante de poder probar el primero de los panqués con chispas de chocolate. El sol brillaba afuera y se filtraba por la ventana de la cocina, iluminando toda ésta.

Aquello había sido mucho antes del incidente de los caballos, mucho antes de que sus poderes comenzaran a salirse de control. Antes de Eola, antes de que terminara destruyendo por completo la cordura de su madre, y antes de que la asesinara…

Inevitablemente la imagen de aquel lindo recuerdo terminó mezclándose con la de su madre empapada de sangre, con sus ojos abiertos y nebulosos mirando a la nada mientras la vida se le escapaba por la horrible herida de su cuello. La mezcla del bol que su madre sostenía se tornó entonces rojiza. El recipiente se resbaló de sus manos, y pintó el suelo de ese mismo tono, desparramándose por todos lados en torno al cuerpo inerte de su madre en el piso.

—¿Samara? —escuchó pronunciar en la lejanía la voz de Jennifer Honey, pero se volvió más tangible al sentir su mano posándose en su hombro, haciéndola exaltarse—. ¿Estás bien, pequeña?

Sólo hasta entonces Samara se dio cuenta de que su respiración se había agitado, su cuerpo comenzado a temblar un poco, y sus ojos se habían humedecido. Una pequeña lágrima se escapó de su ojo derecho, comenzando a resbalar por su mejilla. La niña reaccionó un tanto frenética, comenzando a tallarse sus ojos con ambas manos.

—Estoy bien, estoy bien —repitió un par de veces con un tono que intentaba sonar tranquilo, pero dejando en evidencia un rastro claro de ansiedad siendo arrastrado para cada una de sus palabras.

—Oh, cariño —pronunció Jennifer, intentando lo más posible sonar comprensible pero no lastimosa. Se agachó hasta ponerse de rodillas a lado de ella y la rodeó dulcemente con sus brazos. Samara, sin embargo, no pareció reaccionar a este pequeño acercamiento y seguía más concentrada en limpiarse los rastros de lágrimas de sus ojos—. Tranquila, tranquila… No hay nada de malo con dejar salir tus sentimientos. Has pasado por mucho, pero ya estás a salvo.

—Estoy bien —pronunció Samara de nuevo con mayor firmeza. Si lo estaba o no realmente, ni siquiera la propia Samara lo sabía. Lo que tenía claro es que no podía permitirse estar mal; no podía abrirle la puerta de nuevo a la oscuridad que la había estado cubriendo todo ese tiempo.

Jennifer siguió abrazándola, permitiéndose incluso darle un pequeño beso en la corona de su cabeza. Max la observaba en silencio desde su posición. Siempre le impresionaba lo apegada y buena que era con los niños. Pero era natural, pues había sido maestra de primaria por bastantes años. Por su lado, a Máxima toda esa situación la tenía bastante aturdida. Intentaba ser lo más comprensible posible y ayudar en lo que pudiera, pero apenas y había logrado lidiar con Matilda y sus poderes, habilidades o como fuera que ella le dijera; ahora lo poco que le habían llegado a contar de la historia esa niña, que su pareja estaba abrazando tan amorosamente en esos momentos… le era un poco difícil no sentirse incómoda, por decir lo menos.

El sonido de las llantas de un vehículo aproximándose por el camino de tierra llegó a los oídos de Máxima en esos momentos, distrayendo un poco su mente de la escena delante de ella.

—Hey, creo que Matilda ya volvió —indicó con efusividad, dirigiéndose con paso apresurado hacia la puerta principal.

—¿Oíste, Samara? —masculló Jennifer, separándose de la niña lo suficiente para poder ver su rostro de frente, aunque gran parte de éste se encontraba cubierto con sus largos cabellos negros—. ¿Le decimos a Matilda que nos ayude a preparar los panqués? ¿Eso te gustaría?

La niña asintió lentamente con su cabeza, sin pronunciar palabra. En realidad Jennifer casi no la había oído decir mucho desde la noche que llegaron, más que cuando hablaba directamente con Matilda. Esperaba que con el tiempo pudiera abrirse un poco más, aunque tampoco estaba segura de cuánto se quedaría ahí con ellas.

Jennifer guio a Samara y ambas se dirigieron al vestíbulo para encontrarse con Matilda. Al ingresar, sin embargo, vieron a Máxima asomándose por la ventana a un lado de la puerta.

—No es Matilda —pronunció de pronto con un dejo de preocupación—. Creo que es un taxi.

—¿Taxi? —murmuró Jennifer, arrugando un poco el entrecejo. ¿Quién podría ser? No esperaban a nadie más, y ciertamente la presencia de Samara en la casa no les daba precisamente la libertad de recibir visitas, en especial repentinas—. Samara, sube y quédate en el cuarto de Matilda —le indicó a la pequeña con voz firme—. No salgas hasta que te lo indique, ¿de acuerdo?

Samara no necesitó mayor explicación; Matilda ya le había expuesto perfectamente la situación y qué debían de hacer. Así que sólo asintió y se apresuró a subir las escaleras hacia la planta alta.

—¿Crees que vengan por ella? —le murmuró Máxima despacio, una vez que Samara estuvo arriba.

—No lo sé —masculló Jennifer, pasando sus dedos por su fleco para acomodarlo, y pensando nerviosa en su cabeza: «Matilda, por favor no tardes demasiado».


Casi al mismo tiempo que esa "visita repentina" arribaba a la residencia Honey, Abra Stone era transportada sobre una silla de ruedas por los pasillos de la clínica de San Miguel, en dirección a la puerta principal del lugar. La silla era empujada por detrás por un enfermero, y era escoltada a cada lado por Matilda y Cole.

Gracias a la curación que Samara le había aplicado a su pierna, Cole pudo salir de la clínica a la mañana siguiente de haber ingresado. Siendo un sitio de confianza para el padre Babatos y sus ayudantes, a Cole no le sorprendió darse cuenta de que el personal parecía estar de cierta forma acostumbrado a ese tipo de situaciones, y nadie hizo demasiadas preguntas sobre cómo exactamente se había curado. Abra, sin embargo, necesitó quedarse un día más, sólo para asegurarse de que no hubiera ninguna complicación inesperada derivada de su herida.

—¿Y no puede esa niña curarme también y así irme de aquí de una vez? —había cuestionado Abra molesta al enterarse.

—Sé que suena tentador, pero no te lo recomendaría —le había respondido Cole, alzando su mano delante de él para que la joven pudiera ver la mancha negra que se había dibujado en su palma y dorso; en el sitio justo en donde Damien Thorn le había travesado con una bala—. Aún desconocemos qué tipo de consecuencias pudiera traer esto, tanto en la persona a la que se le aplica como para la propia Samara. Pero como alguien que ha lidiado con demasiadas cosas como éstas antes, te puedo casi asegurar de que tarde o temprano las habrá. Así que si te es posible curarte por medio más convencionales, te sugiero hacerlo.

Abra entendió plenamente a qué se refería, aunque eso no significaba que estuviera contenta con ello. Pero al final tenía razón en que era mejor meterse lo menos posible con fuerzas que no entendía. Ya había tenido suficiente de ello en tan sólo unos días.

Por suerte su herida pareció avanzar bien y sin ninguna complicación aparente, así que al día siguiente ya pudo oficialmente darse de alta. Matilda y Cole quedaron de verse en la clínica temprano para llevarla. Habían planeado que se quedara temporalmente en la casa de Matilda, hasta que discutieran con ella lo que harían. Después de todo, en ausencia de Charlie y Kali, recaía en ellos cuidarla; justo como la primera les había pedido antes de irse aquella noche en su motocicleta.

—Ya puedo caminar por mí cuenta, ¿saben? —masculló Abra con desdén mientras era llevada en la silla de ruedas—. En serio, ya ni siquiera me duele tanto.

Eso decía, pero en su rostro se reflejaba aún una gran incomodidad. Y su mano, quizás sin que ella misma se diera cuenta, estaba ligeramente presionada contra su costado, palpando el abultado vendaje que la cubría por debajo de sus ropas.

—Creo que es algo más legal que otra cosa —le explicó Cole, andando a su lado—. Una vez que dejes el edificio dejas de ser su responsabilidad, así que tienen que asegurarse de que no te pase nada hasta entonces. ¿Cierto, amigo? —le cuestionó directamente al enfermero, pero éste se limitó a sólo sonreír y mirar al frente.

—Mientras menos te presiones será mejor —añadió Matilda al otro lado—. Los doctores pidieron que reposaras, así que tómatelo con calma.

—Usted es la doctora —masculló Abra, un poco apática.

A pesar de que hasta hace dos días nunca se habían visto, y la mayor parte del tiempo que pasaron juntos Abra estuvo dormida o intentando no desangrarse, los tres habían encontrado el espacio para sentarse y conocerse entre sí durante la estadía de Abra en la clínica. Matilda y Cole le contaron sobre quiénes eran, sobre la Fundación Eleven (aunque la jovencita ya sabías bastante al respecto), y cómo sus caminos se habían cruzado con Damien Thorn. Abra hizo lo mismo, resumiéndoles su primer encuentro con Damien, cómo había recibido esa visita repentina de la Sra. Wheeler la noche de su ataque, lo ocurrido en Hawkins con Terry (lo que aclaró algunas dudas que a Cole le habían quedado de su fugaz conversación con el chico Thorn), y cómo conoció a Charlie y Kali. Y así entre charla y vasos de café, fueron armando por piezas la historia completa de ambas partes.

Matilda recordaba que Eleven había comentado en alguna ocasión que el Resplandor era más que hacer trucos psíquicos como leer la mente, mover objetos o saber las cosas que pasaron o pasarán. Se trataba más de una conexión entre las personas que lo poseían, y como terminaban de alguna forma llamándose entre sí cuando se necesitaban. Abra recordó que su tío Dan también le había dicho algo parecido. Y en su caso, eso parecía concordar. Extraños de puntos apartados del país, que nunca se habían cruzado hasta que todo esto ocurrió. Eso hacía que inevitablemente uno se preguntará si no había algo realmente moviendo los hilos de todo para que las cosas ocurrieran como ocurrieron.

Pero como fuera que haya ocurrido, ahora estaban ahí, habían pasado por todo eso juntos, y les tocaba salir de ello del mismo modo.

Una vez que salieron por la puerta principal de la clínica, muy diferente a la trasera por la que habían ingresado la noche en que llegaron, Abra tuvo permitido levantarse de la silla de ruedas. Matilda había traído el vehículo de su madre, y lo tenía estacionado justo frente a la fachada. A pesar de que Abra había insistido tanto en que podía caminar por su cuenta, lo cierto es que requirió de la ayuda de Cole y Matilda para aproximarse al vehículo y poder subirse al asiento trasero de éste.

—Me siento tan inútil —masculló Abra entre dientes, notándosele bastante frustrada.

—Te entiendo, no estás acostumbrada a ser la que recibe ayuda, ¿cierto? —bromeó Cole mientras le estaba ayudando a sentarse y a colocarse su cinturón de seguridad. Abra no respondió.

Matilda recordó lo que Kali y Charlie le habían mencionado aquella noche, sobre como las personas con un poder tan grande como el suyo, suelen creer que pueden, y deben, hacerlo todo ellas solas. Al parecer eso también aplicaba para Abra. Pero ella aún era muy joven, y aún tenía tiempo de aprender que las cosas no tenían por qué ser siempre así.

Una vez que estuvieron los tres arriba y se pusieron en marcha, se hizo el silencio entre ellos por un rato, hasta que Abra sintió la necesidad apremiante de volver a preguntar:

—¿Han sabido algo de Roberta?

—Me temo que no —respondió Matilda al volante, volteándola a ver un instante por el espejo retrovisor—. Pero por lo que he oído de ella, aunque esté bien y fuera de peligro, es poco probable que intente comunicarse con nosotros. Podríamos intentar ver si alguno de los rastreadores de la Fundación puede encontrarla.

—Creo que será mejor que no —masculló la joven, volteando a ver a través de su ventanilla. Fue evidente que cargaba consigo una dosis de resentimiento, muy probablemente porque sentía que la había abandonado aquella noche.

—Las versiones de lo ocurrido en aquel edificio varían demasiado —señaló Cole a continuación—. Pero casi todas, o al menos las que llegan a mencionar su nombre, concuerdan en que Damien Thorn ya no se encontraba ahí cuando ocurrió la explosión y ahora está reposando en su casa en Chicago.

—Es mentira —contestó Abra tajantemente—. Él estaba ahí, y fue Roberta la que hizo que el lugar explotara. Dijo que en cuanto estuviera ante él dejaría salir todas sus fuerzas contra él, y lo hizo.

—Entonces podría estar muerto y sólo quieren ocultarlo —propuso Matilda con seriedad.

—No —negó Abra, moviendo su cabeza lentamente—. Así como sé que él estaba en el pent-house en el momento de la explosión, igual sé que no fue suficiente para matarlo. Si está herido y reposando en su gran mansión… eso sí no lo sé.

Matilda volvió a mirarla un momento por el espejo, y luego se viró sutilmente de reojo hacia Cole, sentado en el asiento del copiloto a su lado. No pronunció palabra, pero su mirada mostraba una pregunta clara, que Cole comprendió pues él mismo se la hacía. ¿Estaba ese chico aún con vida? Y si era así, ¿qué significaba eso para ellos, para Samara, para todos? ¿Seguían aún en peligro?

—¿Y ahora qué sigue? —soltó Abra de pronto—. ¿Cuál es el plan?

—El plan es que reposes esa herida lo mejor posible, y nos pongamos en contacto con tus padres lo antes posible —respondió Matilda sin vacilación alguna.

—Oh, eso no —exclamó Abra, su voz temblando nerviosa.

—Sabes que tienes que hacerlo —añadió Cole, volteando hacia atrás para mirarla—. Deben estar muertos de la preocupación sin saber en dónde estás. Y siendo sinceros, legalmente McGee terminó secuestrándote, considerando que eres menor de edad y te trajo desde Indiana cruzando… —hubo una pequeña pausa—. ¿Cómo cuantos límites estatales?

—Mínimo ocho —contestó Matilda, bastante segura.

—Un crimen federal, sin duda.

—Lo sé, lo sé —pronunció Abra irritada, abrazándose a sí misma—. Pero es que no conocen a mi madre. Cuando sepa que me fugué para acá, y encima terminé herida así… no dejará de decirme "te lo dije" hasta que esté casada, y después. Y en serio quiero postergar eso lo más posible.

Matilda no pudo evitar soltar una pequeña risilla en ese momento, así como tampoco pudo evitar sentirse ligeramente identificada con eso. Y ni siquiera tenía que remontarse a cuando tenía la misma edad que Abra. Hace sólo unas semanas cuando llegó a casa, con una fea herida de bala en su hombro, y siendo casi una mujer de treinta, su mayor preocupación era lo angustiada y molesta que se pondría la Srta. Honey cuando se enterara.

—Así son las madres —susurró Matilda despacio—. Está en su naturaleza.

Los tres permanecieron callados casi todo el resto del camino, salvo por algún comentario ocasional. Pese a que ya había pasado un poco más de un día desde el incidente, era obvio que aún se sentían bastante agotados; física y mentalmente.

Al llegar, Matilda estacionó el vehículo justo enfrente de la casa para que Abra no tuviera que caminar demasiado. Igual como la habían ayudado a subirse, Cole y ella se apresuraron a hacer lo mismo para que bajara del auto.

—Qué bonita casa —masculló Abra, alzando su mirada para admirar la fachada de la residencia mientras avanzaba a las escaleras del pórtico, agarrada del brazo de Matilda como apoyo para caminar.

—Gracias, espero que también te parezca cómoda —le respondió la psiquiatra, sonriente.

—Luego de dormir tantos días en esa bodega o en la parte trasera de una camioneta, creo que cualquier…

Justo cuando Abra había puesto un pie en el primer escalón, la puerta de entrada se abrió de golpe, y de una forma tan rápida y repentina que jaló la atención de los recién llegados directo al frente. La mujer que estaba de pie ahí en el marco de la puerta principal, no resultó familiar para dos de ellos… pero sí demasiado para una.

—Abra Stone —pronunció con voz dura y grave, casi como si la garganta le ardiera al hablar, provocando que la aludida respingara intensamente y su respiración se cortara.

—¿Mamá…? —pronunció entrecortada, dando inconscientemente un paso hacia atrás.

—¿Cómo que te apuñalaron? —pronunció frenética Lucy Stone, avanzando hacia ella con rapidez—. ¿Qué fue lo que pasó? ¿Estás bien?

Su tono sonaba a una extraña combinación de preocupación y enojo, inclinándose sin embargo mucho más a la segunda emoción.

Matilda y Cole estaban bastante confundidos por la escena tan repentina que se formaba ante ellos de un segundo a otro, pero la psiquiatra se las arregló para reaccionar lo suficientemente rápido para moverse y colocarse entre Abra y la mujer que, al parecer, era su madre.

—Sra. Stone, por favor cálmese —le indicó con voz serena, alzando ambas manos al frente para obligar a que Lucy se detuviera. Cole, por su lado, se apresuró a sujetar a Abra para evitar que se cayera; ya fuera por la debilidad o por la impresión que la había inundado.

—Hágame el favor de hacerse a un lado —murmuró la mujer despacio, al parecer intentando reflejar la mayor calma que le era posible; que no era mucha—. Quiero hablar con mi hija.

—Su hija está bien, se lo aseguro. Sí, fue herida, pero fue tratada y ahora está bien. Pero se encuentra débil y cansada, y necesita reposo.

—Si es el caso, la llevaré de inmediato a casa para que repose allá. Luego de que me expliqué en qué demonios estaba pensando para desaparecerse así —pronunció la última frase con mayor fuerza, asomándose encima del hombro de la mujer castaña para poder mirar directo y manera casi fulminante a su hija.

—Mamá, por favor, me estás avergonzando —masculló Abra entre dientes.

—¿Avergonzando? —espetó Lucy, sorprendida y al parecer ofendida—. ¿Cómo te atreves, jovencita? ¿Tienes alguna idea de todo por lo que he pasado? No sabía dónde estabas o si estabas viva siquiera. ¡¿Y me vienes a decir que te estoy avergonzando…?!

Lucy casi por inercia intentaba sacarle la vuelta a Matilda y aproximársele. Sus intenciones al hacer eso no eran del todo claras, y de seguro no era en lo absoluto violentas, pero igual el instinto protector de Matilda le incitaba a no permitírselo.

—Vamos a intentar calmarnos un momento, ¿de acuerdo? —murmuraba intentando que su voz se hiciera notar entre todas las emociones a flor de piel.

Mientras las cosas seguían alterándose, alguien más salió en ese momento por la puerta abierta, y con marcada prisa se dirigió hacia ellas. Resultaba ser otra persona desconocida para Matilda, y eso instintivamente la puso en alerta, en especial al ver cómo se aproximaba.

—Lucy, por favor —pronunció aquel hombre con firmeza, parándose detrás de la Sra. Stone y tomándola de los hombros con ambas manos para apartarla de Matilda un par de pasos—. ¿Recuerdas lo que dijimos sobre no perder la compostura y ser comprensibles?

La mujer lo volteó a ver sobre su hombro, sus ojos entornados aún cubiertos de rabia, pero igual no dijo nada.

Se escuchó entonces una profunda inhalación de sorpresa proveniente de la joven Abra. Al voltear a verla, Matilda notó como ésta tenía su rostro petrificado en una expresión de perplejidad, mucho más que el que había tenido al momento de ver a su madre. Sus ojos totalmente abiertos de par en par, y sus labios ligeramente separados ansiosos por pronunciar alguna palabra que no terminaba de formarse en su cabeza. Tras unos segundos, logró susurrar despacio, apenas logrando ser escuchada:

—¿Tío Dan…?

Aquel hombre de cabellos rubios oscuros que sujetaba a Lucy Stone, giró su mirada hacia la jovencita al pie de las escaleras del pórtico, regalándole una pequeña pero radiante sonrisa.

—Hola, enana —pronunció despacio Daniel Torrance, y escucharlo hablarle directamente fue como una sacudida para Abra, como si la despertaran abruptamente de un profundo sueño.

—¡Tío Dan! —exclamó con fuerza desbordante de emoción. Y olvidándose por completo de su dolor, o sobreponiéndose a él de alguna forma, se apartó de Cole, subió casi saltando los escalones y se lanzó hacia Danny, hundiendo su rostro contra su pecho y rodeándolo con sus brazos. Y si él no la hubiera abrazado de regreso, quizás se hubiera caído al no poder sostenerse por sí misma, pero eso de momento no le importó—. Estás bien, estás despierto —pronunció con júbilo, estando casi al bordo del llanto.

—Sí, así es —pronunció Dan, estrechándola sólo un poco y pasando una mano lentamente por su cabeza.

—Lo siento, lo siento tanto tío… —sollozó Abra, ahora ya más despacio.

—Tranquila. Ya estamos aquí. Todo estará bien.

Dan miró de reojo hacia su hermana, que los observaba a ambos en silencio, con sus brazos cruzados, sus ojos entrecerrados y su mueca torcida. Dan no tenía que leer su mente para saber que no le causaba mucha gracia la notable diferencia entre cómo la joven había reaccionado al verla a ella, y cómo lo había hecho al verlo a él. Sin embargo, de momento lo único que pudo hacer fue sonreírle levemente y encogerse de hombros. Eso no ayudó a hacerla sentir mejor.

Por su parte, Cole y Matilda seguían un tanto consternados por la serie de cambios que habían suscitado uno tras otro. ¿Qué estaba pasando exactamente? ¿Cómo habían llegado esas personas ahí en primer lugar?

—Matilda, Cole —escucharon el cercano susurró de Jennifer, que hizo acto de presencia en la puerta, apenas asomando medio cuerpo por ésta. Una vez que ambos pusieron su atención en ella, les hizo un ademán con su mano para indicarles que fueran hacia adentro. Ambos no ocuparon de más para precisamente pasar a un lado de Abra y su tío, y avanzar hacia el interior de la casa sin decir nada que rompiera el momento.

Una vez dentro, Jennifer comenzó a caminar, casi de puntillas, hacia la sala de estar.

—¿Qué pasó?, ¿cómo es que supieron que Abra estaba aquí? —le murmuró Matilda despacio mientras la seguía, y Cole iba igualmente muy cerca.

—Hay alguien más que quiere verlos y podrá resolverles esas dudas —contestó Jennifer con una voz extraña y enigmática.

—¿Alguien?, ¿quién? —preguntó Cole con curiosidad, externando la misma pregunta que invadía la mente de Matilda.

Jennifer guardó silencio el par de pasos que los separaban de la entrada de la sala. Ingresó escurridiza al interior de ésta, y se hizo a un lado para que ambos pudieran avanzar a su propio paso. Matilda y Cole se pararon bajo el umbral, y observaron al mismo tiempo a las dos personas que ahí se encontraban, una sentada en el sillón más amplio de la sala, y la otra de pie a su lado.

—Matilda, Cole, qué gusto verlos de nuevo —murmuró aquella que estaba de pie, una mujer joven delgada de cabellos cobrizos muy rizados, y anteojos grandes y redondos, que ambos habrían reconocido rápidamente como Sarah Wheeler. Sin embargo, lo cierto es que apenas y pudieron reparar en ella o las palabras que les había dicho, pues la atención de los dos estaba completamente puesta en la otra mujer, sentada en el sillón. Ésta tenía sus manos apoyadas juntas sobre el mango metálico de un elegante bastón que mantenía delante de ella, y los observaba desde su asiento, esbozando una amplia sonrisa confiada y despreocupada.

Los recién llegados se quedaron prácticamente petrificados en su sitio, incapaces de reaccionar de manera oportunidad debido a la estupefacción que los invadía.

—¿Sra. Wheeler…? —murmuró Matilda, sonando claramente como un escéptico cuestionamiento.

La sonrisa de la mujer en el sillón se ensanchó aún más, y con voz cauta le respondió:

—Matilda Linda, ya eres lo suficientemente mayor para que te esté recordando que no necesitas llamarme señora. ¿O no?

Aquellas palabras retumbaron en la cabeza de Matilda, creando prácticamente una explosión de emoción en su interior que se exteriorizó en la forma de una fuerte exclamación de asombro. Llevó por mero reflejo ambas manos a su boca, cubriéndola con sus dedos. Toda la compostura que le quedaba se desquebrajó en ese momento, y llegó de golpe al borde de las lágrimas.

—¡No puedo creerlo! ¡Estás aquí! —pronunció con la voz entrecortada, aproximándosele con rapidez, aunque deteniéndose repentinamente a mitad del camino—. Sí estás aquí, ¿verdad?

El rio; era una pregunta bastante válida, tratándose de ella.

—Estoy aquí —respondió despacio, asintiendo lentamente con la cabeza. Le extendiendo entonces un brazo, indicándole que se le acercara—. Ven aquí, tontita.

Matilda aceptó de inmediato su invitación y cruzó rápidamente la distancia que las separaba. Se sentó justo a un lado de ella, rodeando rápidamente su cuello con sus brazos y abrazándola con fuerza. Las lágrimas no tardaron ni un segundo más en brotar de los ojos de psiquiatra, comenzando a empapar el hombro del blazer azul de la mujer mayor.

—No sabes qué tanto me hiciste falta, Eleven —masculló Matilda entre sollozos—. No sabes qué tanto…

—Me estoy haciendo una idea —le susurró ella despacio con voz cariñosa.

Ambas se quedaron abrazadas sin decir nada más, observadas bajo las miradas silenciosas de Sarah y Jennifer desde sus respectivas posiciones.

Cole tuvo una reacción más moderada que su compañera. Él avanzó un poco más lento desde la puerta, observando a la mujer sentada en el sillón con cierta reserva, quizás incluso escéptico de que en verdad fuera la persona que parecía ser. Se detuvo de pie a lado de donde Matilda estaba sentada, y en ese momento El alzó su mirada hacia él, observándolo detenidamente, y le sonrió.

Al instante, las dudas se disiparon de su cabeza, y Cole se permitió también sonreír.

—Eleven —pronunció casi riendo.

—Hizo un gran trabajo, Det. Sear —pronunció El con elocuencia, extendiendo una mano para estrechar firmemente la de él—. Ambos lo hicieron. Estoy muy orgullosa de los dos…

La atención de El se centró de golpe en la mano que sujetaba de Cole, y en esa visible mancha negra que adornaba la piel de su dorso. Un vestigio de preocupación se hizo visible en su mirada.

—Quizás no debas estar tan orgullosa cómo crees —pronunció Cole con solemnidad, apartando su mano con cuidado. Respiró hondo, intentando mantener en compostura sus emociones—. ¿Cómo es que despertaste? ¿Qué es lo que pasó?

Matilda logró en ese momento calmarse lo suficiente y apartarse de Eleven para mirarla. La misma pregunta que Cole había hecho se dibujaba en su rostro humedecido.

—Siéntense, por favor —les indicó, señalando con su cabeza al sillón delante del suyo—. Tenemos mucho de qué hablar.


Mientras en la sala Cole y Matilda tomaban asiento como les habían pedido, en el pórtico de la residencia había comenzado a suscitarse su respectiva conversación entre los miembros de la familia Stone/Torrance. Tras lograr que todos se tranquilizaran, al menos lo más que podían tranquilizarse, Dan, Lucy y Abra se instalaron en la pequeña sala para jardín que la Srta. Honey tenía en el porche para tomar el té. Y una vez ahí, Abra comenzó a contarles a su madre y a su tío, de manera resumida, lo que había ocurrido desde aquel día en Hawkins cuando se separó de Dan hasta ese momento. Su viaje con Charlie y Kali, omitiendo sus nombres directamente (aunque Dan supo de inmediato a quién se refería con una de ellas), como rastrearon a la persona que había atacado a la Sra. Wheeler y a Danny, y planearon la forma de acercársele. Intentó suavizar lo más posibles los sucesos de hace dos días y cómo es que fue herida, omitiendo por ejemplo que prácticamente había sido parte de un tiroteo, que dos de los atacantes eran claramente miembros del Nudo Verdadero (eso se lo compartiría sólo a su tío cuando estuvieran solos), y que alguien había muerto en aquella bodega. Todo eso para no alterar a su madre más de lo que ya estaba, cosa que no logró del todo.

—¿En qué estabas pensando involucrándote en toda esta locura de esa forma tan irresponsable? —recriminó Lucy Stone con voz asertiva—. En cuánto le ocurrió eso a Dan, lo único que debiste haber hecho es llamarnos, y a lo mucho tomar al primer avión de regreso a casa. ¿Cómo pudiste subirte a la camioneta de una extraña y cruzar medo país? ¿Es que acaso perdiste totalmente la razón?

—Lucy, cálmate, por favor —pronunció Dan desde su asiento delante de ella.

—No me digas que me calme —respondió la Sra. Stone con dureza—. Ella ni siquiera debería de haber estado en ese sitio en primer lugar. Se suponía que irías a encargarte de todo eso para no exponerla.

—No lo culpes a él por nada esto —exclamó Abra tajante antes de que Dan pudiera decir algo—. Yo fui la que se escapó y se subió a ese avión en primer lugar, y la que decidió irse de Indiana por su cuenta dejándolo solo en ese hospital. Soy lo suficientemente grande para responsabilizarme de mis decisiones.

—Pues evidentemente no lo eres —le refutó Lucy—. Mira cómo terminaron tus decisiones —añadió señalando con su mano hacia su costado herido, el cuál Abra no podía evitar sujetar con una mano como si temiera que todo su interior se le fuera a salir si la retiraba—. ¿Y todo para qué?

—Tenía que hacer algo, ¡maldita sea! —espetó Abra, repleta de frustración—. ¿Qué no logras entenderlo ni un poco? Ese sujeto es un peligro, ¡para todos!

—Cuida tu tono —le amenazó Lucy, alzando un dedo delante de ella—. Y no me importa lo que pienses que tenías que hacer. Tú no tendrías en primer lugar que haberte inmiscuido en este asunto que ni siquiera te concernía.

—¡Es que sí me concernía! ¡Todo este asunto era mi maldito problema desde el inicio!

Se hizo el silencio, y por un vago momento la actitud combativa de Lucy fue sobrepasada por su confusión.

—¿De qué estás hablando?

Abra parpadeó dos veces, y se viró lentamente hacia su tío.

—Supongo que no le hablaste de eso, ¿o sí?

Dan torció un poco su boca y se viró instintivamente hacia un lado, evadiendo la mirada fulminante de su media hermana.

—¿Qué me están ocultando ahora? —inquirió Lucy con voz férrea.

—Yo no te oculté nada, Lucy —se apresuró Dan a responder—. Solamente no me atañía hablarte de eso, ya que me pidieron que no lo hiciera.

Las miradas de ambos adultos se fijaron de nuevo en Abra, y especialmente la de su madre exigía ferviente una respuesta. La joven suspiró con pesadez y agachó su mirada al suelo.

—Resulta que yo sí conocía a la persona que atacó a la Sra. Wheeler —murmuró en voz baja—. Era un chico que conocí unos meses atrás, en el viaje escolar que hice a Manchester. Lo descubrí mientras indagaba en la mente de la Sra. Wheeler. Es por eso que me buscaban. Él siempre supo de mí, quién era y dónde vivía. Toda esta locura comenzó por mi culpa.

Lucy guardó silencio, contemplando a su hija con expresión indescifrable a simple vista. Tras unos instantes llevó una mano a su frente y talló sus dedos con algo de fuerza por toda ella. Era posible que no fuera capaz de comprender por completo todo lo que le habían estado contando durante ese rato; ya fuera por falta de experiencia en esos temas, o simplemente por la ausencia de un "algo" en su cerebro que le permitiera visualizar todo de la forma en que Abra o Dan veían las cosas. Pero esperaban al menos haber sido capaces de rascar la superficie lo suficiente.

—Muy bien, al demonio con todo esto —masculló la Sra. Stone de golpe con fiereza—. Nos vamos todos a casa, ahora mismo.

Abra suspiró con pesada frustración. Al parecer no lo habían logrado.

—No puedo hacer tal cosa —afirmó Abra con firmeza—. ¿Qué no has oído lo que he dicho? Ese sujeto sigue con vida, y en cuanto pueda irá tras de mí. Y ya sabe dónde vivo, sabe quién es el tío Dan, y muy seguramente también sabe quiénes son ustedes.

—Si así, entonces… nos mudaremos —respondió Lucy, encogiéndose de hombros—. A cualquier sitio; hasta a México si es necesario. Y si tú también sabes quién es él, entonces denunciémoslo a la policía, que ellos se encarguen.

—¿La policía? No estás hablando en serio —farfulló Abra con voz casi burlona, lo que no terminó agradando a su madre en lo absoluto.

—Pues no me importa lo que se tenga que hacer, pero tú ya no te meterás más en esto. Tienes que volver a casa, volver a la escuela, terminar tu semestre y enfocarte en la universidad.

—Por Dios. ¿Escuela? ¿Universidad? ¿Escuchas lo que dices? Te acabo de decir que hay alguien allá afuera que nos quiere muertos, y que puede hacerlo con tan sólo pensarlo, y tú lo que quieres es que vayamos a escondernos y fingir que nada ocurre. Es tan típico de ti.

—Abra, por favor… —intentó Dan intervenir, pero los humores de ambas mujeres Stone ya estaban demasiado encendidos para ese punto.

—Ponte de pie en este instante —exigió Lucy, parándose rápidamente de su asiento—. No nos quedaremos en este sitio ni un minuto más.

—¡Pues tendremos que quedarnos bastante más que eso! —exclamó Abra con voz desafiante—. Porque para empezar, me dijeron muy claramente que tenía que descansar esta herida al menos cinco días antes de hacer cualquier maldito viaje.

Lucy entorno ligeramente los ojos al escuchar tal declaración, un tanto desconfiada al parecer.

—¿Es eso cierto? —cuestionó de golpe, girándose hacia Dan. Muy seguramente buscaba su confirmación como enfermero… aún a pesar de que él no tenía estudios de enfermería en realidad, menos de doctor en medicina; muy a pesar de su apodo de Doctor Sueño. Por suerte sabía algunas cosas, derivadas de la experiencia en primera mano y algo de lectura del tema.

—Bueno… sí, me parece que sí —respondió, aunque no sonando en realidad muy seguro—. Pero incluso dejando de lado las repercusiones que podía traer el que se subiera a un avión en estos momentos, con una herida tan grave lo más importante los primeros días es el reposo. Y cualquier viaje hasta New Hampshire, por la vía que sea, implicaría una situación agotadora y estresante, totalmente contraria a lo que se requiere. Es importante que esté lo más cómoda posible. Y, más importante aún, debe tener a la mano ayuda médica en caso de que se presente cualquier complicación. Y antes de que lo digas, me refiero a ayuda médica mucho más de la que yo o cualquiera le pudiera proporcionar en un avión, o en un vehículo a mitad de la carretera. Podemos verlo directamente con su doctor si prefieres, pero creo que lo ideal en efecto sería esperar esos cinco días antes de moverla.

Lucy turnaba su mirada entre uno y otro, como intentando encontrar cualquier rastro de mentira reflejada en sus miradas. ¿Creía que le estaban engañando? Quizás tenía motivos para pensarlo. Pero la herida de Abra era ciertamente bastante real, y no podía ser tomada a la ligera. Una parte de Lucy de seguro lo tenía claro. Pero otra, alimentada por su enojo, ciertamente no la dejaba verlo por completo.

—Hola —se escuchó de pronto que pronunciaban desde la puerta de la casa, jalando la atención de los tres. Jennifer Honey los miraba y les sonreía desde su distancia, sujetando en sus manos una bandeja metálica, y sobre ésta una tetera humeante y tres tazas—. Disculpen la intromisión —murmuró mientras caminaba hacia ellos—, sólo quise traerles un poco de té para calmar los ánimos. Es lavanda con miel, muy útil para para amortiguar el estrés.

Jennifer colocó la bandeja en la mesita en el centro de la pequeña salita.

—Gracias, Srta. Honey —dijo Dan, esbozando la sonrisa más amistosa que le fue posible, dado el aire tan tenso que los rodeaba—. Pero ya le hemos causado demasiadas molestias…

—No es ninguna molestia —se apresuró Jennifer a aclarar—. Estoy contenta de tenerlos en mi casa, y poder serles de alguna ayuda en este momento difícil. ¿Me permiten servirles?

Nadie le dio ninguna respuesta afirmativa o negativa, así que la profesora se dio permiso a sí misma para tomar la tetera y comenzar a verter lentamente un poco del líquido opaco y caliente en las tres tazas. Al ver esto, Lucy, quizás influenciada por sus propios modales, volvió a sentarse en su sitio.

Pero, como al menos uno de ellos sospechaba, servirles té no era la única intención de Jennifer Honey al adentrarse en ese campo de batalla.

—Si me dejan sólo ser un poco más entrometida —masculló despacio mientras continuaba sirviendo—, no es bueno confundir el enojo con la preocupación. —Aquello jaló inevitablemente la atención de Lucy y Abra—. Si lo analizan bien, ambas quieren lo mismo: que la otra esté bien, y a salvo, aunque en este momento lo vean como posiciones contrarias ya que cada una lo busca por medios diferentes. Yo sé muy bien lo complicada que puede ser la comunicación entre madre e hija, sobre todo cuando una de ellas es tan especial que… bueno, la otra se siente a veces abrumada por eso. Pero la única forma de lograr esa meta que tienen en común, es recordando que, como familia, son un equipo que debe trabajar junto, no enemigas que compiten una contra la otra.

Lucy y Abra escucharon en silencio aquellas palabras, y justo después se limitaron a mirarse entre sí. Si alguna tenía algún pensamiento u opinión derivada de la reflexión que la Srta. Honey les había compartido, ninguna pareció dispuesta a compartirla de momento. Dan, por su lado, prefería permanecer como mero observador de la escena. Sin embargo, le pareció desde su perspectiva que había surtido algún efecto, pues al menos notó a Lucy un tanto más tranquila. Tanto así que la mujer de Anniston logró relajar sus hombros tensos, suavizar su expresión y extender una mano hacia la taza servida delante de ella y dar un sorbo de ésta. No fue claro si el sabor de la infusión le resultó agradable, pero al menos no dio seña de lo contrario.

—Está bien —murmuró despacio y con tono mucho más pacífico, justo antes de dar un pequeño sorbo más de su té—. Nos quedaremos esos cinco días para que reposes. Reposes —repitió firmemente señalando a su hija para dejar clara su intención—. Y luego de ese tiempo… ya veremos qué hacer.

Abra permaneció en silencio, pero se permitió asentir con su cabeza como respuesta. Aquello pareció ser como una pequeña liberación para la joven, pues al instante se permitió también extender sus manos hacia su taza y tomarla con ambas para aproximarla a sus labios.

—Gracias —susurró despacio antes de comenzar a beber también.

—Parece ser que nos tocará pasar Acción de Gracias por aquí —masculló Lucy con cierta amargura.

—Oh, son más que bienvenidos a pasarlo aquí con nosotras —indicó Jennifer rápidamente con cortesía.

—Gracias, Srta. Honey —contestó Lucy, asintiendo—. Pero en serio, ya no queremos importunarla más.

—No es importuno en lo absoluto. Será agradable tener la casa llena de personas para variar. Pero, no lo tomen como una imposición. Sólo quiero que sepan que la invitación está abierta.

—Gracias —se apresuró Dan a intervenir—. La consideraremos, de verdad. Y gracias también por el té.

—No hay de qué —respondió Jennifer sonriente, y sin más se dispuso a volver al interior de la casa llevando la bandeja metálica consigo.

—Estas personas son realmente agradables —indicó Danny con certeza una vez que su anfitriona casi forzada se retiró.

—Quizás demasiado —susurró Lucy, como un pensamiento más para sí misma, seguida de un sorbo de su taza. Sin importar lo que dijera, parecía que al menos el té le había gustado—. Tú no tienes que quedarte aquí, Danny. De seguro tienes que volver pronto a tu trabajo, y ya te hemos causado bastantes molestias. Yo me quedaré aquí con Abra, y veré con David si es posible que nos alcance un día de estos.

Las palabras de su hermana sonaban sinceras, pero aun así Dan no podía evitar pensar que una parte de ellas provenían del hecho de que no lo quería ahí con ellas en primer lugar. Fue un tanto complicado convencerla de que debía acompañarla hasta ahí, pero cedió más que nada cuando de esa forma David podía volver a casa luego de ausentarse tantos días en el trabajo, con la certeza de que ya sabían dónde estaba su hija y que estaba bien. Quizás no era así, y Dan sólo estaba un poco paranoico.

Y aunque la idea de volver a Frazier, a su trabajo, y a su vida más o menos normal le resultaba tentadora, como Abra bien había dicho no sentía que ese asunto hubiera terminado todavía. Además, cuando se giró a mirar de reojo a su sobrina, notó como ésta lo miraba de regreso con una expresión que prácticamente gritaba como una súplica: "por favor, no me dejes sola con ella."

—Me quedaré sólo un poco más, si están de acuerdo —indicó tras unos momentos—. Sólo para asegurarme de que no haya ningún otro peligro por aquí, y ayudar a Abra en lo que pueda en su recuperación. Si después de Acción de Gracias todo está bien, me iré adelantando a volver.

—Si es lo que quieres —masculló Lucy con voz ausente, quizás más resignada que otra cosa.

Obviamente no todo se había aclarado o calmado entre ellos, pero al menos parecía haber habido un progreso.

FIN DEL CAPÍTULO 121

Notas del Autor:

¿Cómo han estado todos? Espero que muy bien. Como ven luego de terminar el arco anterior, y el flashback de Damien, en estos últimos capítulos nos hemos dedicado mucho a ver a los diferentes personajes involucrados, ver dónde quedaron luego de tan desastroso desenlace, y qué es lo que seguirá para ellos. En este capítulo en especial tenemos un par reencuentros importantes, y que obviamente marcarán el rumbo que ha de seguir los siguientes capítulos. De entrada, justo como Eleven dijo, tiene mucho de qué hablar con Matilda y Cole. Quédense al pendiente pues en los siguientes capítulos veremos mucho de estos tres, que de seguro más de uno ya los extrañaba.