Resplandor entre Tinieblas
Por
WingzemonX
Capítulo 127.
Primera Cita
Matilda y Cole habían pactado verse a las ocho, pero la psiquiatra había comenzado a arreglarse desde dos horas antes, empezando por darse una larga ducha. Había aprovechado gran parte de la tarde para descansar, que bien le hacía falta, y por unos momentos la cita (aún no se hacía la idea de llamarla así) prácticamente se le había borrado de la memoria. Sin embargo, eso no duró mucho, y en cuanto lo consideró prudente se puso manos a la obra. No era la clase de persona que le gustaba estar mucho tiempo sin hacer nada, en especial cuando tenía algo que hacer próximamente.
Una vez que salió de la ducha, se dirigió envuelta en su bata de baño hacia su habitación, en donde en compañía de la mirada curiosa de Samara comenzó rápidamente a secarse el cabello, mientras intentaba elegir qué atuendo se pondría. Había tenido toda la tarde para hacerlo, pero no lo consideró algo tan relevante hasta ese momento.
Mientras con una mano pasaba distraídamente el secador por su cabello, y con la otra esculcaba entre las prendas colgadas en el armario, Samara la observaba desde la cama, recostada sobre su vientre, y su barbilla apoyada contra sus brazos cruzados. Matilda se había acostumbrado bastante rápido a la presencia de la niña, casi como si siempre hubieran estado juntas en esa casa, o compartiendo esa habitación; como dos viejas amigas, o como dos hermanas que se conocían de toda la vida.
Samara se mostró especialmente interesada en el momento en el que Matilda le informó que saldría con Cole esa noche.
—¿Puedo ir también? —fue lo primero que preguntó al instante, causando un par de miradas inquisitivas entre la psiquiatra y la Srta. Honey.
Luego de que Matilda le explicara, con la mayor delicadeza, que era una salida sólo para ellos dos, y que Jennifer añadiera que esa noche la pasarían juntas viendo algunas películas, Samara arrugó un poco entrecejo, pensativa, y entonces preguntó:
—¿Es una cita?
—Algo así… —pronunció Matilda, sonriendo nerviosa. Samara sólo asintió, al parecer comprensiva de lo que esto implicaba, pero aparentemente también más interesada en el asunto que antes.
Durante un rato en la tarde, la niña le estuvo preguntando qué harían, a dónde irían, si acaso Cole era su novio, o si quería que lo fuera. Matilda intentó responder a todas esas preguntas lo más abierta posible, siendo sin embargo un tanto ambigua con las que le resultaban un poco más escabrosas.
Samara hizo incluso la audaz observación de que, cuando recién conoció a Cole, le había dado la impresión de que Matilda y él no se llevaban bien. Esto sorprendió un poco a la Dra. Honey. No porque la afirmación no fuera cierta, que de hecho sí lo era, y eso ella lo sabía muy bien, sino porque no estaba segura de cómo se había dado cuenta, pues siempre había procurado tener una actitud profesional y amable con el detective estando en su presencia. Aunque claro, casi de inmediato se reprendió a sí misma al darse cuenta de que muy probablemente había sido algo que captó flotando en la superficie de sus pensamientos, más que en sus actos.
—Sí, es verdad —le había respondido Matilda con total seguridad—. A veces cuando recién conoces a alguien, puedes llegar a sentir una resistencia casi inconsciente a siquiera querer convivir con esa persona, incluso cuando en realidad no conoces nada de ella aún. Y a veces, si te tomas el tiempo para conocerla mejor… confirmas que de hecho tus primeras impresiones estaban bastante justificadas —rio divertida, y Samara le acompañó, aunque con más moderación—. Pero otras, te das cuenta de que esa obstinación inicial era más por algo que vivía en ti, que algo de la otra persona. ¿Entiendes a lo que me refiero?
—Eso creo —masculló Samara, aunque no sonando tan convencida en realidad.
—Supongo que lo que trato de decir, en pocas palabras, es que… me equivoqué en la forma en la que juzgué a Cole al inicio. Pensé que era un engreído que creía en cosas que podrían ser dañinas; para ti, y para todos. Pero la verdad es que no es nada de eso. Es de hecho una persona bastante… agradable.
—¿Entonces ahora te gusta? —insistió Samara, ya siendo para ese momento quizás la tercera vez que le preguntaba, y de seguro dándose cuenta de que Matilda no le había dado hasta ese momento una respuesta directa.
Matilda rio entre nerviosa y divertida. Y un poco más resignada para ese punto, le respondió de la mejor forma que le era posible:
—La verdad, no lo sé. Pero tener esta primera cita es un buen paso para intentar descubrirlo.
Unos minutos después de terminada esa conversación, se ruborizaría un poco ante la idea de que haberla llamado "primera cita" implicaba la posibilidad de que podría haber más. Y… ¿no era ese caso?
Incluso horas más tarde, ya en su habitación eligiendo su atuendo, seguía sintiendo las mariposas revoloteando en su estómago ante todas esas posibilidades.
«Por favor, Matilda, te comportas como un adolescentes inexperta» se decía a sí misma a modo de regaño.
—¿Qué te parece éste? —preguntó virándose hacia Samara, justo después de sacar del armario un atuendo de blusa blanca de mangas cortas y holgadas con un discreto estampado negro, acompañado de una falda larga negra de tela delgada y ligera, y sosteniendo ambos contra su cuerpo aún envuelto en la bata de baño.
Samara entornó los ojos, contemplando pensativa el atuendo, y quizás intentando imaginar a Matilda con él.
—Es lindo —murmuró despacio—. Pero, ¿no dijiste que irían a comer perros calientes?
—Sí… ¿Te parece demasiado formal? —masculló Matilda indecisa, echándole de nuevo un vistazo a las dos prendas—. Es verdad, quizás algo más casual…
Colgó de nuevo la blusa y la falda en el armario, y volvió a revisar prenda por prenda desde el inicio, sintiéndose ya en esos momentos algo frustrada.
—Lo que pasa es que tengo tan pocas opciones —soltó al aire, sin dejar en claro si aquello era para Samara o sólo para sí misma—. Sólo los cambios que había empacado para mi viaje a Oregón, y casi todos son ropa formal de trabajo. Y claro, estas prendas que dejé aquí hace tiempo, y varias no las he usado en años.
—¿También necesitas comprarte ropa nueva? —preguntó Samara con curiosidad, alzando un poco más el torso de la cama para ver mejor.
—No, no —masculló Matilda, riendo—. Bueno, quizás un poco. Tengo de hecho bastante ropa casual, pero está en mi departamento, en Boston.
Samara se alzó con cuidado para poder sentarse en la cama, con sus piernas cruzadas.
—¿Cómo es tú casa en Boston? —preguntó con interés.
—Oh, es… —Matilda vaciló unos segundos, intentando encontrar las palabras adecuadas para describir su departamento—. Práctica… y cómoda.
Se sintió algo avergonzada. Hasta ella debía aceptar que no era una forma muy interesante de describirlo.
—Pero es un departamento bastante bonito, y amplio —se apresuró a señalar desde el interior del armario—. Tengo una habitación que convertí entera en mi biblioteca personal, con estantes del piso hasta el techo llenos de libros; tantos que creo que ya me quedó algo pequeña. Y hay un parque amplio frente al edificio, y una piscina privada… aunque casi no los he usado. Y mi consultorio no está muy lejos. Y hablando de mi consultorio, tiene una vista hermosa de la bahía.
—¿Dónde arrojaron el té? —preguntó Samara con inocente curiosidad, arrugando un poco su entrecejo.
Matilda rio.
—Sí, creo que sí.
—Me gustaría conocer tu casa y tu consultorio algún día —indicó Samara, esbozando una gentil y emocionada sonrisa.
Aquello destanteó un poco a Matilda. Como era obvio, no había compartido con Samara por el momento sus deseos a largo plazo en lo que respectaba a ellas dos, y de hecho intentó desviar su mente hacia otra cosa; no fuera a ser que alguno de esos pensamientos pudiera alcanzarla por accidente. De momento el adoptarla era más un deseo y una opción, más que un plan en firme. Cómo Eleven le había indicado, antes de llegar a eso había cosas que se tenían que hacer primero, incluyendo llevar a Samara de regreso a casa, y ver cómo se daban las cosas con su padre. Así que no tenía sentido decirle nada a la niña aún, ni hacerle promesas que no estaba segura si podría cumplir.
Lo que menos deseaba era lastimarla, como ya tanta gente lo había hecho.
—Si se da la oportunidad, prometo que te los mostraré —comentó con voz disipada.
Y esperaba que así fuera, aunque en realidad aún no había decidido del todo en dónde vivirían si acaso el tema de la adopción se daba. Su departamento en Boston quizás les quedaría un poco pequeño a ambas. Si decidía que vivieran allá, tal vez tendrían que buscar un sitio mejor; quizás una casa, aunque dudaba que sus ahorros e historial crediticio le dieran para tanto. Además, había estado considerando seriamente la posibilidad de mudarse de regreso ahí a California. No a esa casa, pues aunque su madre de seguro estaría encantada, en esta travesía en la que estaba considerando embarcarse no podía depender tanto de ella; aunque claro, tenerla cerca para cualquier situación o emergencia siempre sería un punto a favor.
Pero esas serían cuestiones que tendría que meditar con mayor profundidad cuando todo fuera un hecho. Tenía que enfocarse en un asunto a la vez, y esa noche el asunto era su "cita".
—¿Y éste? —salió del armario, cargando en una mano una blusa de color amarillo con blanco, y unos pantalones de mezclilla azules. Bastante más casual.
—Creo que está bien —comentó Samara, encogiéndose de hombros—. Es una linda combinación.
Matilda no estaba segura, pero no podía perder más tiempo. Tendría que quedarse con ello.
Se aproximó con el conjunto hacia la cama, colocando ambas prendas sobre ésta. Echó un vistazo rápido a su espejo de tocador; su cabello estaba seco, pero estaba lejos de estar en su sitio. Rápidamente se sentó en su banquito frente al tocador, tomó su cepillo y comenzó a pasarlo por sus desacomodados y algo rebeldes cabellos cafés.
—¿Quieres que te ayude a cepillarte? —propuso Samara, parándose de la cama.
Matilda se viró hacia ella, un tanto sorprendida por la propuesta, pero no precisamente en desacuerdo con ella.
—Sí, claro —le respondió con ánimo, extendiéndole el cepillo. Samara lo tomó y se colocó detrás de la psiquiatra, comenzando a pasar el cepillo por la parte trasera de su cabello.
A Matilda le llamó la atención la manera en la que la niña llevaba aquella tarea. Mirando su rostro por el reflejo del espejo, su expresión era de concentración; no como si realizara una tarea difícil, sino una que quería hacer bien. En sus movimientos se notaba delicadeza, deseando de seguro no lastimarla. Pero, al mismo tiempo, parecía saber de antemano que para desatar algún nudo rebelde era necesario aplicar la cantidad adecuada de fuerza.
—Solía hacer esto con mi mamá —murmuró Samara de pronto, tomando un poco desprevenida a Matilda—. Ella me peinaba a mí, y luego yo a ella.
—Ya veo —masculló Matilda con cautela.
La voz de Samara al pronunciar aquello no parecía cargar tristeza, enojo o desagrado. Sonaba como una anécdota normal, que alguien contaría añorando un recuerdo que le resultaba feliz. Era destacable que pudiera hablar de su madre en ese contexto, en especial tras lo que Jennifer le contó que había ocurrido en la cocina cuando vio el cuenco con la masa de panqués. Matilda había estado esperando el momento para hablar con ella al respecto; tarde o temprano tendrían que hablar abiertamente de la muerte de Anna Morgan y lo que significaba esto para ella. Si ese era el momento en el que Samara se sentía lista para hacerlo, se lo permitiría. Si no, no la forzaría a hacerlo.
—De seguro por eso tienes un cabello tan bonito —señaló Matilda con seguridad—. Yo nunca me animaría a dejármelo crecer tan largo.
Samara alzó ligeramente su mirada, contemplando su propio reflejo en el espejo, en específico sus largos y lizos cabellos oscuros que caían sobre sus hombros y se perdían detrás de su espalda.
—Tú cabello también es bonito —respondió tras un rato, continuando con sus cepilladas—. Yo… nunca lo he tenido tan corto, que yo recuerde. Mi madre era a la que le gustaba que lo tuviera tan largo.
—¿Y a ti te gusta tenerlo así? —le preguntó Matilda con curiosidad.
No hubo una respuesta directa a dicha pregunta, pues Samara en realidad no estaba muy segura de cómo responder. Como le había comentado a Esther la primera mañana que despertaron en aquel Motel, si había algo que le gustaba de tener el cabello tan largo era poder ocultar su rostro detrás de él si se sentía cohibida o malhumorada. Era casi un tic que se le había quedado arraigado desde que era muy pequeña. Pero, fuera de eso, ¿le gustaba tenerlo de esa forma? Era difícil decirlo cuando era el único estilo que conocía; era como si le preguntaran si le gustaba tener dos ojos o cinco dedos.
Tras unos segundos de silencio, Samara volvió a hablar, pero resultó ser algo desconectado del rumbo original de la conversación.
—Pensé en lo que dijiste hace rato, sobre que a veces conoces a alguien que te desagrada al inicio, pero cuando la conoces puede cambiar tu opinión. ¿Crees que pudiera ocurrir… al revés?
—¿Qué alguien te agrade al inicio y luego cuando la conoces mejor eso cambie? —preguntó Matilda, a lo que Samara respondió sólo asintiendo con la cabeza—. Si, por supuesto. ¿Lo preguntas por algo en especial?
—Yo… —balbuceó Samara con duda, deteniendo su mano que sujetaba el cepillo—. Estaba pensando en Damien.
La mención repentina de aquel nombre hizo que Matilda se estremeciera, y por mero reflejo se girara a mirarla; ya no por el reflejo del espejo, sino directamente.
—Me pareció… un chico muy agradable cuando lo conocí —comentó la niña, apretando el cepillo entre sus dedos—. Fue muy lindo y amable conmigo desde el inicio, y me hizo sentir importante y afortunada por sólo poder estar cerca de él. Realmente sentí… que me entendía como nadie nunca lo había hecho.
—¿Y ahora? —preguntó Matilda, cuidado sus palabras y su tono—. ¿Cómo te sientes ahora? ¿Te has dado cuenta de que no era eso que creías?
—No… —musitó Samara, agachando su mirada—. Ese… es el problema. Yo sé que es una mala persona; de hecho, él nunca lo ocultó. Pero en verdad sentí que era la persona con quien debía estar. Esther incluso dijo que eso significaba que él me gustaba, pero no estoy segura si es así. Lo que sé es que, aún ahora, me preocupa lo que él pudiera pensar de mí. Me pone triste que se sienta decepcionado, o incluso que lo traicioné al irme contigo. ¿Tiene eso algún… sentido…?
—Tiene todo el sentido —respondió Matilda sin vacilación alguna. Se giró entonces por completo en su banquito, hasta estar completamente volteada hacia su lado—. Lo que sientes es totalmente normal —añadió, extendiendo sus manos para tomar firmemente las de la niña, mientras la observaba atenta a los ojos—. Pasaste por una situación muy difícil, que te dejó totalmente indefensa, desorientada y asustada. Es totalmente comprensible que quisieras aferrarte a cualquier cosa que te pudiera dar tranquilidad y seguridad cuando más la necesitabas. Y, para bien o para mal, Leena Klammer, Lilith Sullivan, y Damien Thorn terminaron siendo ese sustento para ti. El que sigas sintiendo apego, o incluso cariño, por esas personas no es nada malo. Pero lo importante es que comiences a ver más allá de ese sentimiento, y evitar que éste no te deje ver el gran daño que estas personas te han hecho a ti, y a tantos otros. Samara, esa seguridad que creías sentir con ellos, era sólo un espejismo; una forma que utilizaron para manipularte, hacerte creer que sólo podrías estar a salvo y bien estando ellos. Pero no es así, Samara. Las cosas que te hayan dicho o de lo que te hayan convencido creer o hacer, no puedes dejar que sigan dominando tus acciones. No será un proceso sencillo, pero poco a poco y con esfuerzo, irás dejando todo lo que pasó atrás.
—No creo que todo haya sido mentira —musitó la pequeña, un dejo de duda adornando sus palabras—. Yo creo que en verdad se preocupaban por mí, o les simpatizaba. Creo que, a su forma… ellos sí querían lo mejor para mí.
—Quizás —musitó Matilda con voz neutra—. Pero algo difícil de asimilar cuando creces, es darte cuenta de que una persona puede quererte con todo su corazón, y aun así provocarte un terrible daño. Y aún más difícil convencerte de que lo primero, no compensa ni borra lo segundo. No te voy a decir que borres los buenos recuerdos o los sentimientos positivos que puedas tener por esas personas, ni siquiera por Damien Thorn. Nunca sentir amor o cariño por alguien será algo incorrecto. Pero si elegiste alejarte fue porque tú sabes muy bien que tú no eres como ellos, y que no quieres serlo. Sabes aquí —pronunció señalando un dedo a su pecho—, profundamente, que estando con ellos no podrías nunca sentirte enteramente segura ni feliz. Y debes aferrarte firmemente a esa decisión, convencida de que fue la correcta, porque yo te prometo que así fue. ¿De acuerdo?
Samara asintió lentamente, y Matilda justo después la rodeó con sus brazos, acercándola hacia ella. La niña le correspondió el abrazo, apoyando su cabeza contra su hombro.
—Matilda —pronunció Samara despacio tras un rato—. ¿Y cómo sabes cuando alguien te gusta?
—Esa es una pregunta complicada —murmuró Matilda cerca de su oído, y luego se apartó lo suficiente para poder verla a los ojos de nuevo—. Pero te puedo decir que a tu edad es usual sentirse atraída por un chico mayor y atractivo como Damien Thorn, en especial si éste se porta atento contigo. Pero dejarte llevar por esas emociones siendo tan joven puede ser muy peligroso para ti, y en especial te puede dejar vulnerable a personas peligrosas. Aunque en estos momentos no lo parezca, sólo la edad y la experiencia te ayudarán a diferenciar lo que es una simple atracción superficial, de un verdadero cariño, amistad, y amor. Y si la vida lo tiene predestinado para ti, y espero que así sea, tarde o temprano conocerás a una persona que te haga sentir que eres más cuando estás con ella; no una que te haga sentir que eres menos si no lo estás.
—¿Eso sientes tú con Cole? —preguntó la pequeña repentinamente, tomando a Matilda totalmente desprevenida (otra vez).
Los labios de la psiquiatra se separaron, pero de ellos no surgió ninguna palabra. Aunque hasta ese momento había podido hablar y responder con bastante fluidez y seguridad, eso había cambiado de golpe ante ese repentino giro.
Por suerte, el sonido de alguien llamando a la puerta la salvó en el momento.
—¿Matilda? —musitó la voz de Jennifer Honey desde el otro lado.
—Pasa —respondió rápidamente, en parte sintiéndose culpable por dejar la pregunta de Samara en el aire, pero al mismo tiempo aliviada por eso mismo.
Jennifer abrió con cuidado la puerta, asomándose al interior. Sus ojos saltaron entre Samara y Matilda, quizás percibiendo que había interrumpido algo importante. Intentó recuperarse rápido sin embargo, y concentrarse en lo que había ido a informar.
—Cole ya llegó —musitó sin mucho rodeos, y esas simples tres palabras fueron suficientes para que el corazón de Matilda diera un brinco, y el resto de su cuerpo de paso lo diera también, parándose rápidamente del banco.
—¡¿Qué cosa?! —exclamó casi asustada, virándose de inmediato a mirar el reloj digital sobre su buró—. No, no, quedamos a las ocho, y aún no son las ocho. ¡No estoy lista!
—Al parecer creyó que iba a haber más tráfico y no quería llegar tarde, así que se vino más temprano. ¿No es lindo? —sonrió Jennifer maravillada, pero el rostro exasperado de Matilda no parecía reflejar su mismo sentimiento. Jennifer carraspeó un poco y añadió—: Igual dijo que no te preocupes, que él te esperará abajo hasta que estés lista.
—Qué considerado —musitó con ligera molestia, y se dirigió de inmediato al banco para revisar su cabello y su rostro. Samara ya había hecho casi todo el trabajo con lo primero, pero igual tomó otro cepillo para acomodarse algunos cabellos que aún seguían fuera de su sitio.
—Ven, Samara —masculló Jennifer, extendiéndole una mano a la niña—. Dejemos a Matilda sola para que termine de alistarse, ¿de acuerdo?
Samara observó un tanto vacilante la mano que Jennifer le extendía. Volteó a ver a Matilda, y ésta lo notó en el reflejo.
—Estoy bien, tranquila —le sonrió Matilda a través del espejo—. Bajo en un minuto, ¿de acuerdo?
Samara asintió, y teniendo su permiso tomó la mano de la Srta. Honey y ambas salieron del cuarto, dejando sola a su ocupante. Ésta se tomó sólo un segundo para respirar, intentar calmarse, y recordarse que no era una quinceañera arreglándose para el baile (cosa que de hecho ella no había hecho nunca pues se había ido a la universidad antes de ir a cualquier baile), y que sólo era una salida casual de dos amigos adultos, que sólo por convenio social llamaban "cita". Nada más…
Un poco más tranquila, aunque no por completo, siguió arreglándose.
Cole se encontraba sentado en la sala, en el mismo sillón en el que horas más temprano había estado charlando con Eleven frente a él, y Matilda a su lado. Ahora el motivo que lo tenía de regreso al mismo sitio resultaba ser totalmente diferente, pero no por eso le causaba menos ansiedad; de hecho, se atrevía a decir que era incluso más.
Pasada la emoción del momento, no había tardado en sorprenderse a sí mismo con la increíble realidad de que se había animado a pedirle una cita a Matilda, o la más impactante aún de que ésta había aceptado. No tardaron en aplastarlo las dudas, como si acaso era correcto hacer tal cosa cuando hace dos noches estuvieron a punto de morir, y aún seguía sobre ellos la amenaza latente; o si acaso había acorralado a Matilda y prácticamente obligado a aceptar su invitación; o que de seguro haría el ridículo, y ésta sería la primera y única oportunidad que tendría…
«Y uno cree que deja de ser una masa de inseguridades cuando se vuelve adulto; vaya mentira» pensó, riéndose nervioso de sí mismo.
Al final por suerte tuvo varias horas para meditarlo, y decidir que no valía la pena abrumarse. Aquello no se trataba de un examen ni una entrevista de trabajo. Sólo era un momento para que ambos pudieran pasar un rato agradable, sin disparos, sin ilusiones, sin fantasmas (con suerte así sería), y sin Anticristos u organizaciones secretas del gobierno. Sólo "un chico y una chica" saliendo a comer perros calientes, pasear y charlar. Nada por lo cual sentirse ansioso… ¿verdad?
—¿Una cerveza para el valor? —escuchó de pronto que le preguntaban, haciendo salir de sus cavilaciones. A su diestra, Máxima le extendía una botella opaca en una mano, mientras en la otra sujetaba una más para ella misma.
—Gracias —murmuró el detective, tomando la botella.
Máxima se dirigió al sillón enfrente de él, tomando asiento con las piernas cruzadas, y abrió su respectiva botella con un simple giro de su mano, con bastante facilidad. Cole intentó hacer lo mismo, pero no tardó en darse cuenta de que no era tan sencillo. ¿No se ocupaba un destapador de botellas?
—Y dime, ¿qué intenciones tienes con mi hijastra, jovencito? —cuestionó Máxima de pronto con severidad, tomando por sorpresa a Cole, que alzó su mirada hacia ella con mirada casi espantada. Max no pudo evitar soltar una sonora carcajada—. Sólo bromeo, tranquilo. ¿Te ayudo con eso? —añadió justo después, inclinándose al frente y extendiendo su mano hacia él.
—Sí, por favor —susurró Cole, pasándole la botella aún algo aturdido. Máxima colocó un instante su botella sobre la mesa de frente para así tomar la de Cole con ambas manos y abrirla con la misma facilidad que lo hizo con la suya. «¿De qué están hechas sus manos?»
—Aquí tienes —indicó Máxima, pasándole la botella de regreso—. Cole, ¿cierto? ¿Te puedo confesar algo?
—Claro —respondió el policía con sinceridad, dando justo después un trago de la botella. La cerveza era bastante ligera, así que le pareció ideal para ir abriendo un poco el apetito.
Entre trago y trago de su botella, Máxima comenzó a explayarse.
—Yo comencé a salir con Jenny cuando Matilda ya estaba estudiando su doctorado en Connecticut, así que en verdad nunca convivimos cuando ella era joven. Pero sé por algunas cosas que me ha contado Jenny que de hecho no la pasó tan bien mientras iba a la escuela aquí en California. Se saltó varios años, le tocaba convivir con chicos y chicas bastante mayores que ella, y no a todos les agradaba la idea de compartir aula con una niña que se jactaba de ser mucho más inteligente que ellos; o al menos así lo veían. Y en el tiempo que llevo de conocerla en persona… si bien es cierto que la mayoría del tiempo no está por aquí, nunca he oído mencionar a Jenny ni a nadie de ninguna pareja, cita, o siquiera amigo demasiado cercano que tuviera. Claro, es probable que no fuera el tipo de cosas que uno quiere estarle contando a su madre, y eso lo respeto. Pero, aquí entre nosotros, dudo de que ese sea el caso. —Esa última afirmación fue acompañada de un discreto toque de su dedo contra su nariz—. No digo que nunca haya salido en una cita con alguien antes, pero no creo que haya sido nunca algo en serio, o siquiera que a ella le importara demasiado. Y, definitivamente, nunca alguna que la haya puesto tan nerviosa como lo ha estado todo el día —rio burlona, señalando con un dedo hacia las escaleras.
Cole instintivamente se giró en la misma dirección que había señalado. ¿Matilda se había puesto nerviosa? Había llegado a pensar que eso era imposible. Estaban hablando de una mujer que se había parado firmemente ante pistolas y rifles, con el suficiente temple para incluso detener las balas sin pestañear, y mandar a sus atacantes a volar. O incluso recibir un disparo en el hombro, ponerse de pie, y sobreponerse al dolor para ir tras la niña a su cuidado. ¿Cómo podía una persona tan ruda ponerse nerviosa por una simple cita? Cole debía admitir que era algo que no le molestaría ver directamente.
—Siempre me ha parecido que es una persona que se dedica de lleno a su trabajo —añadió Máxima tras un rato, jalando de nuevo su atención—. O al menos lo suficiente para nunca tener tiempo para cosas más… mundanas como ésta.
—Eso es algo que tenemos en común —masculló sonriendo—. Debo confesar que yo también me he dedicado únicamente a mi trabajo durante estos años, quizás más de lo que debería.
—Pues a su salud, muchachos —prorrumpió Máxima con entusiasmo, alzando su cerveza—. Qué todo les salga bien esta noche, que Dios sabe que les hace falta un momento de calma.
—Brindo por eso —añadió Cole sonriente, alzando también su botella.
Ambos bebieron un trago más, casi al mismo tiempo que Jennifer y Samara venían bajando las escaleras y se dirigían a la sala.
—Matilda estará aquí en unos minutos —indicó Jennifer con elocuencia.
—No hay prisa —se apresuró Cole a indicar—. Fue mi culpa por llegar tan temprano.
—Oh, a mí siempre me han gustado las personas que cuidan la puntualidad —comentó Jennifer, tomando asiento a lado de Máxima en el sillón.
—Llegar demasiado antes también va en contra de la puntualidad, ¿no? —bromeó Máxima, bebiendo otro sorbo de su botella—. Sólo estoy jugando, estoy segura que Matilda también apreciará que no hayas llegado tarde.
Jennifer carraspeó un poco y desvió su mirada hacia otro lado. No podía evitar recordar que la reacción de Matilda no había sido precisamente de aprecio, pero sabía que esto era más debido a los nervios que a otra cosa.
Samara permaneció de pie a un lado Jennifer, observando sólo de reojo a Cole a través de sus largos cabellos negros. El policía le sonrió con amabilidad, inclinando su cuerpo hacia el frente.
—¿Cómo te has sentido, Samara? —le preguntó con voz suave—. ¿Aquel otro ser no ha vuelto a aparecer?
—No —respondió la niña, negando su cabeza—. Sé que dijiste que volvería, pero no la he vuelto a sentir cerca desde esa noche.
—Eso es bueno —asintió Cole—. Pero no hay que confiarnos, ¿de acuerdo? No hay necesidad de estar mirando sobre tu hombro cada cinco minutos, pero sólo estemos alerta. ¿Bien?
Samara asintió lentamente. Jennifer y Max no estaban muy seguras de qué estaban hablando con exactitud, pero prefirieron mejor no preguntar.
Los minutos pasaron, y haciendo lujo de una puntualidad casi perfecta, un poco antes de las ocho se escucharon los pasos de la chica más esperada de la noche bajando al fin por la escalera de la casa. Cole se puso de inmediato de pie por mero reflejo, y centró su atención en la puerta de la sala, tan nervioso que sintió los latidos de su corazón atorandose de alguna forma en su garganta, y tuvo que dejar la botella de cerveza a la mitad en la mesita para que no se fuera a resbalar de sus manos húmedas.
Matilda ingresó con paso discreto a la sala, captando de inmediato las miradas de todos, y no sólo la de Cole. El detective tuvo que contenerse para no soltar alguna exclamación de asombro demasiado obvia, pero era un hecho que su respiración se había detenido por un instante en cuanto sus ojos se posaron en ella.
La psiquiatra vestía el último atuendo que había elegido junto con Samara: una blusa amarilla holgada, de manga corta y con los hombros un poco descubiertos. Unos pantalones azules de mezclilla un poco entallados, y en sus pies unos zapatos descubiertos color anaranjado. Traía su cabello suelto, brillando un poco por la crema que se había colocado para mantenerlo en su lugar, y apenas con un pequeño y discreto broche amarillo sujetando el lado derecho de su fleco. En su rostro no portaba ningún maquillaje demasiado cargado; nunca había sido su estilo. Sólo un poco de base, y un discreto corrector en los ojos. Cole no sabría decir si se había colocado algo en los labios o no, pero desde su perspectiva estos le parecían ligeramente más rosados que antes; quizás sólo era su propia imaginación. Pero fuera lo que fuera, se veía simplemente perfecta; como siempre.
—Disculpa la tardanza —musitó Matilda en voz baja, ingresando con mayor seguridad a la sala.
—No, descuida —se apresuró Cole a responder—. Fue mi culpa por sobrestimar el tráfico de Los Ángeles. O quizás sólo tuve demasiada suerte.
Matilda se paró a unos metros, recorriendo su vista por él sin proponérselo del todo consciente.
—Vaya —exclamó con algo de sorpresa, sonriendo divertida—. Comenzaba a pensar que sólo habías traído trajes de detective a tus vacaciones.
—¿Qué? —murmuró Cole, un tanto distraído para entender el comentario al inicio, pero comprendiendo casi al instante siguiente—. ¡Ah!, sí, claro —exclamó, echándole un vistazo a su propio atuendo.
En efecto, a diferencia de los trajes de pantalón y saco de vestir, camisa y corbata que le había tocado usar casi siempre desde que aterrizó en Oregón, en esa ocasión su atuendo era también bastante más casual, aunque no por ello menos cuidado. Éste se componía de una camisa blanca a cuadros, unos jeans grises, y una cazadora de piel. Lo único que quizás se mantenía de su atuendo usual eran sus zapatos cafés, ya un poco maltratados por todo lo que tuvieron que pasar esos días.
—¿Me creerías si te dijera que pasé toda la tarde en tiendas de ropa eligiéndola? —comentó con tono burlón, provocando que Matilda soltara una pequeña pero notable risilla.
—¿La verdad…? Sí —le respondió con sorna, tocándole ahora a Cole reír.
Y así, de forma tan fácil y tan natural, todo ese nerviosismo e incluso incomodidad que ambos habían llegado a sentir, simplemente se esfumó, y todo se volvía a sentir como siempre. Y es que, por más que se vistieran o se arreglaran de forma diferente, seguían siendo ellos mismos; y eso era justamente lo que les gustaba.
Esa comodidad, sin embargo, se apaciguó un poco cuando Matilda desvió su mirada hacia un lado, lo suficiente para notar las miradas inquisitivas de Jennifer, Máxima, e incluso Samara, que las observaban con interés desde sus asientos.
—Creo que será mejor que nos vayamos —indicó Matilda con relativo apuro—. Antes de que… sea más tarde.
—Sí, de hecho ya me está dando hambre —señaló Cole con tono jocoso, colocando una mano sobre su abdomen—. He estado pensando todo el día en los "mejores perros calientes de Los Ángeles".
—No me culpes si no cumplen tus expectativas, que ya te dije que hace años que no voy —le advirtió Matilda mientras rodeaba la mesita, dirigiéndose a Samara. Se agachó frente a la niña, colocando su rostro a su misma altura—. No tardaré, ¿de acuerdo? Pórtate bien.
Samara asintió, y justo después la rodeó con sus brazos para darle un rápido abrazo.
—Diviértete —le susurró la pequeña despacio.
—Gracias, lo haré —le respondió Matilda con dulzura, y luego ambas se separaron.
—No te preocupes, nosotras también nos divertiremos, Samara —mencionó la Srta. Honey, colocando con cuidado una mano sobre el hombro de Samara—. Haremos unas palomitas y veremos algunas películas en Netflix. ¿Eso te gustaría?
Samara volvió a asentir despacio, aunque con menor seguridad.
Matilda se incorporó una vez más, y comenzó a caminar ahora hacia el vestíbulo.
—¿Nos vamos? —le indicó a Cole, apuntando con su cabeza hacia la puerta.
—Sí, gracias por todo —comentó el detective girándose un momento hacia Máxima y Jennifer.
—Diviértanse y cuídense —murmuró Jennifer agitando una mano en el aire a modo de despedida—. Y no lleguen muy tarde, por favor.
—Mamá —murmulló Matilda, apenada aunque aun así riendo.
—Bueno, un poquito tarde no estaría mal —comentó Máxima con tono socarrona, alzando su cerveza—. Como hasta mañana, por ejemplo.
—¡Máxima! —exclamaron Jennifer y Matilda prácticamente al mismo tiempo, ambas sorprendidas y apenadas, aunque sólo la Srta. Honey estaba en la posición adecuada para darle una ligera palmada de regaño contra su pierna. La arquitecta sólo sonrió divertida y dio un trago de su botella.
Cole se quedó congelado en su sitio un momento, pero forzó a que sus piernas se movieran para poder seguir a Matilda. Ésta, sin decir nada y mirando a otro lado para disimular su sonrojo, fue directo al perchero para tomar un bolso pequeño, guardar en éste sus llaves y su nuevo teléfono celular recién comprado, y luego directo hacia el pórtico por la puerta abierta de la entrada.
—Perdón por eso —le comentó Matilda a su acompañante una vez que estuvieron afuera.
—No sé de qué hablas —respondió Cole encogiéndose de hombros—. Descuida. Si hubieras conocido a mi madre, te aseguro que hubiera sido mucho peor.
Matilda se detuvo en seco de pronto. Su rostro se tornó un poco pálido, aunque las luces no tan brillantes del exterior de la casa lo lograban disimular un poco.
"Si hubieras conocido a mi madre…"
Cole se giró hacia ella al notar que se había detenido.
—¿Sucede algo? —le preguntó preocupado.
—No, no —respondió la psiquiatra rápidamente, reanudando al momento la marcha—. Vamos, creo que también ya me está dando hambre.
Stan's Dogs resultó no ser precisamente el tipo de local que se había imaginado Cole al recibir la invitación de Matilda para comer perros calientes, pero ciertamente no estaba decepcionado. El sitio no estaba de hecho tan lejos de la residencia Honey, aunque sí lo suficiente para tomar un taxi que les ahorrase los diez a quince minutos de caminata que les hubiera tomado. Estaba ubicado sobre una avenida amplia, en un terreno pavimentado y cercado al aire libre, como si se tratara de un pequeño estacionamiento, sólo que lo único que estaba ahí estacionado eran tres food trucks colocados en las orillas entorno al área central en la que había varias mesas y bancos de madera.
Uno de los camiones se llamaba Tacos Félix, cuyo menú era bastante explicativo por su propio nombre; el otro era Carson Brothers' Harbor, que por el nombre y los olores que desprendía era claramente de mariscos; y claro, el que los había llevado ahí esa noche, Stan's Dogs. Las bancas se encontraban casi todas ocupadas, y encima cada camión atendía su respectiva larga fila de clientes ansiosos y hambrientos. Parecía ser una noche concurrida.
—Parece que también hay tacos o mariscos, si prefieres —le señaló Matilda mientras ingresaban al área.
—Suena tentador, pero creo que me iré por los perros calientes —respondió Cole, apuntando con su cabeza hacia el camión al fondo—. Después de todo, si vienen con tu recomendación debo tomarlo en cuenta.
—Insisto que no me culpes si acaso no son como te los imaginas —murmuró Matilda, notándose ligeramente apenada—. Este sitio ha cambiado un poco desde la última vez que estuve aquí. Esos otros dos camiones son nuevos… bueno, al menos para mí. Y las bancas se ven que también las renovaron.
Ambos avanzaron hasta colocarse en la fila de Stan's Dogs; había cinco clientes más adelante. A Matilda le llamó principalmente la atención el que estaba justo después de ellos; un hombre tan alto que le dificultaba poder ver a lo lejos el menú colgado a un lado del camión.
—Debo confesar que no imaginé que fueras asidua a sitios para comer como éste —le susurró Cole casi como si fuera un secreto, provocando que Matilda se volteara a verlo con cierta aprensión.
—¿Y qué sitios pensabas que eran más mi estilo exactamente? —le cuestionó cruzándose de brazos.
—Bueno… —masculló Cole, un poco dudoso—. No lo sé, restaurantes franceses o italianos muy costosos, con platillos e ingredientes que no sé ni pronunciar, o con cortes de carne tan gruesos como mi puño. O en su defecto, cafeterías bohemias donde se lee poesía y cosas así.
Matilda no pudo evitar soltar una fuerte carcajada, aunque se forzó rápidamente a moderar su tono.
—Pues lamento romper la imagen que tenías de mí —bromeó la psiquiatra—. ¿Tan estirada te parezco?
—No es eso lo que quise decir, en serio. Lo siento, supongo que sólo saqué mis propias conclusiones, por la casa estilo victoriano tan grande, la carrera y posgrado en Yale, y la forma de hablar tan correcta…
—Espera un momento, ¿creías que era rica? —masculló Matilda girándose por completo hacia él, su rostro reflejando una combinación de asombro, pero también de incredulidad.
—No, no, no —se apresuró a pronunciar Cole, agitando una mano. Luego hizo una pausa, y añadió—. Bueno, quizás sí, un poco…
Matilda volvió a reír, aunque con bastante más moderación.
—Bueno, espero que no me hayas invitado a salir por eso, porque será una nueva decepción. Es verdad que el padre de la Srta. Honey le dejó al morir lo suficiente para sobrevivir el resto de su vida sin muchas preocupaciones, y en ello se incluye también esa casa "estilo victoriano tan grande". Pero tampoco creas que era demasiado dinero como para despilfarrarlo, además de que su tía ya se había gastado mucho de él para cuando lo recuperó, y otro tanto se fue en abogados justamente para lograrlo. Así que a partir de ahí mi madre se volvió muy cuidadosa con ese tema, y siempre ha tomado de ese dinero sólo lo necesario, y para emergencias inesperadas. La mayor parte de sus gastos siempre los ha cubierto su sueldo de maestra y directora; y bueno ahora que vive con Max, ella la apoya con lo que gana de su firma de arquitectos. En mi caso, mi "carrera y posgrado en Yale" fue gracias a varias becas y créditos estudiantiles, mismos que sigo pagando, por cierto. Y todos mis gastos los cubro por medio de lo que gano como psiquiatra en la práctica privada, más mi sueldo fijo por el trabajo que realizo para la Fundación. Que sí, en conjunto es… suficiente. Pero quitando las deudas, los gastos variados… y los libros —había bajado casi involuntariamente la voz al pronunciar esa última parte—, creo que me queda lo suficiente para unos cuantos lujos, pero no para irme de vacaciones a Europa o comprar diademas de diamantes, si eso creías. Y no he hecho los cálculos completos, pero creo que economizando en algunas cosas alcanzará bien para poder cuidar de Samara. Y sobre mi "forma de hablar tan correcta…" no sé, supongo que podría ser porque leo mucho, y claro los buenos modales que me inculcó la Srta. Honey.
—Entiendo —murmuró Cole en voz baja, sonriendo tímidamente, y sintiéndose además profundamente apenado—. Lo lamento mucho. Si fuera tan buen detective como creo que soy, no debería haber sacado conclusiones sin haber tenido los hechos claros.
—Descuida —murmuró Matilda; no se le notaba realmente ningún dejo de enojo en su voz—. Quizás no sea detective, pero se podría decir que yo hice lo mismo contigo al inicio.
—Bueno, para eso estamos haciendo esto, ¿cierto? —indicó Cole, encogiéndose de hombros—. Para conocernos mejor. Y en sólo un par de minutos ya sé bastante más de ti; como que tienes una deuda estudiantil, y que quizás gastas bastante más en libros de lo que deberías.
Matilda no pudo evitar ruborizarse un poco al escucharlo y se giró rápidamente hacia otra dirección.
—Yo no diría "bastante más"… —masculló muy despacio.
La fila avanzó rápido mientras ambos conversaban, así que cuando menos se lo pensaron ya estaban frente a la caja. Matilda tenía claro lo que pediría, pero Cole, al ser su primera vez, le tomó un poco más de tiempo. Su elección fue un perro caliente especial, con una salchicha y pan de un tamaño mayor a la normal, con bastante queso encima, algo de carne molida, champiñones e incluso pepperoni. Y, por supuesto, venía acompañado de una pequeña ración de papas. En una mesa colocada a un lado del camión había varios condimentos que uno le podía agregar al gusto, incluyendo pepinillos, cebolla, catsup, mostaza, y otras más. Cole le puso un poco de cada cosa.
Al parecer en verdad tenía hambre
Unos minutos después, ya con sus órdenes en mano, ambos buscaron una banca disponible, y prácticamente se lanzaron contra una justo cuando sus ocupantes se paraban y se retiraron. Ambos no pudieron evitar reír por esa maniobra que habían hecho en perfecta sincronía, sin siquiera proponérselo al otro.
Matilda observó expectante mientras Cole daba la primera mordida. Creyó que tendría problemas por su tamaño, pero pareció bastante conocedor del tema en lo que respectaba a tomarlo y darle un primer bocado bastante generoso. Los ojos del detective se iluminaron al instante, y una discreta exclamación de gusto se hizo notar mientras masticaba su bocado. Al parecer le había gustado bastante, y no tardó en confirmarlo en cuanto logró tragar lo suficiente para poder hablar.
—Qué maravilla —exclamó con júbilo—. No está nada mal, pero debo confesar que no es el mejor que he probado.
—¿Ah no? —murmuró Matilda, riendo un poco—. ¿Y cuáles serían esos?
Cole dio un sorbo de la pajilla de su soda de cola para terminar de pasar el bocado, antes de volver a hablar.
—Si no me equivoco, serían unos que probé en un puesto en New York, hace como dos años cuando fui por otro caso que me encargó Eleven. Presumían de ser perros calientes totalmente artesanales. No sé qué tan cierto fuera eso, ni de qué estaba hecha esa salchicha, pero nunca he vuelto probar algo parecido. Pero éste —alzó entonces el perro caliente en sus manos a la altura de su rostro—, definitivamente se lleva el segundo lugar.
—Tendré que conformarme con el segundo lugar, entonces —bromeó Matilda, probando ella también su respectivo perro caliente, bastante más pequeño y modesto que el de Cole, pero igualmente surtido de varios condimentos. Eran justo como los recordaba.
Comieron en silencio por un rato, cada uno disfrutando de su respectiva cena. Cuando Cole ya iba más o menos a la mitad, bajó su perro caliente a la pequeña charola de cartón en la que se lo habían dado, con la intención de hacer un poco de espacio y poder terminarlo en un rato más.
—Bueno, ¿qué más me puedes contar de ti? —preguntó Cole curioso, dando poco después un sorbo más de su refresco—. Ya sé que no eres rica, qué mal; que tienes una deuda estudiantil, un problema de libros…
—Ya no digas eso —masculló Matilda con tono de reproche.
—…y que tienes muy buen gusto en perros calientes —añadió Cole sin detenerse—. ¿Algún otro secreto que la Dra. Honey oculte?
—Ninguno de esos eran secretos, en realidad —respondió la psiquiatra con normalidad, bajando también su aperitivo a su charola—. Y… no se me ocurre qué más podría contarte. Ya sabes casi todo lo importante, creo que yo. Al menos que ya quieras entrar al terreno de mis libros o películas favoritas.
—No estaría mal —asintió Cole—. Pero antes de eso, yo sí sé de algo que no me has contado, y de lo que en serio me gustaría saber.
—¿Qué cosa? —preguntó Matilda curiosa, bebiendo de su soda justo después.
—Creo que tú ya lo sabes —desdeñó Cole, sonriendo con complicidad—. Eso que ya te he pedido como unas tres veces que me cuentes y siempre te has rehusado.
Matilda arrugó su entrecejo, sintiéndose un poco perdida al no identificar de inmediato a qué se refería. Siguió sorbiendo refresco de su vaso mientras pensaba en aquello. Y de pronto, con la misma rapidez que la bebida azucarada entraba a su cuerpo, así mismo cayó en cuenta de qué estaba hablando.
—¡Ah! —exclamó con un poco de fuerza, bajando de nuevo su vaso a la mesa—. ¿Te refieres a la historia del "poltergeist" que ocurrió en mi primaria?
—Eso mismo —espetó Cole con entusiasmo, apuntándole con un dedo casi acusador—. Tengo mis teorías, pero en verdad quiero saber qué pasó ahí.
—Vaya, no lo vas a soltar, ¿cierto? —masculló Matilda con resignación—. Te aseguro que en realidad no es una historia tan "extraordinaria" como de seguro te la estás imaginando.
—No estaría muy seguro de eso —respondió Cole encogiéndose de hombros—. Presiento que el sólo oírte relatarlo valdrá totalmente la pena.
Se inclinó entonces al frente y apoyó su barbilla contra sus manos, y la observó con sumo interés. Matilda suspiró con pesadez. Suponía que quizás se lo debía; él le había contado aquella noche en Salem la historia completa de su primer amigo fantasma. En comparación, la historia de su pequeña "travesura" de niña no parecía la gran cosa.
—De acuerdo —pronunció Matilda con firmeza—. Pero antes de llegar a eso, necesitas conocer algo de contexto, y debo contarte de mi directora en aquel entonces, la Srta. Tronchatoro…
—Espera, ¿en verdad su nombre era Tronchatoro? —cuestionó Cole, riéndose.
—Era su apellido en realidad, pero eso no importa. ¿Por dónde empiezo? Veamos, cuando tenía seis años y medio, mi padre biológico…
Y sin darse cuenta, y a pesar de su resistencia inicial, comenzó a relatarle entre broma y broma mucho más de lo que se proponía, sobre aquella época ya tan lejana de su vida, que recordaba en parte con cariño, y en parte con horror. Cole la escuchó atentamente, comentando cada cierto tiempo sobre los puntos más resaltantes. Y aunque ya conocía varios de esos fragmentos de información, fue bastante agradable poder unirlos todos en una sola imagen, en especial siendo descrita de viva voz de su increíble protagonista.
FIN DEL CAPÍTULO 127
