Resplandor entre Tinieblas
Por
WingzemonX
Capítulo 147.
El Lucero de la Mañana ha Salido
La puerta de la sala de interrogatorios se abrió abruptamente, y tanto Cody como Lucy se pusieron en alerta, anticipando el regreso del mismo soldado que los había estado cuestionando hasta ese momento. Y en efecto, aquel soldado venía de regreso, pero no lo hacía solo. Y en cuanto Cody posó sus ojos en la mujer de cabellos negros rizados, anteojos y bata blanca, su reacción inmediata fue pararse de su silla, prácticamente de un brinco.
—¡Lisa! —exclamó entusiasmado, esbozando una amplia sonrisa tan larga que casi hizo que le dolieran las mejillas.
Una gran alegría, aderezada con alivio, se apoderó de su pecho, haciendo a un lado la asfixiante preocupación que se había posado sobre sus hombros. Era ella, en verdad estaba ahí, y parecía estar completamente sana. Quería acercársele y abrazarla lo mejor que sus manos esposadas se le pudieran permitir… pero desistió de la idea casi al instante.
Un vistazo más certero a la expresión de Lisa, y en especial a como sus ojos centellantes de furia lo miraban, lo hizo darse cuenta de que ella no compartía del todo su alegría de verlo.
—¿Lisa…? —susurró despacio, vacilante.
La bioquímica respiró profundo por su nariz, apretó sus puños a cada costado de su cuerpo, y soltó al aire con voz áspera:
—Eres… un… ¡tonto! ¿En qué estabas pensando? Podrían haberte matado.
Cody se hizo hacia atrás por mero reflejo al escuchar tal recriminación, y una reacción similar, aunque más sutil, surgió también tanto en Lucy como en Francis. Éste último miró con curiosidad a ambos, parado a lado de la puerta con sus brazos cruzados frente a su pecho. No era como se había imaginado que sería esa conversación cuando la Dra. Mathews le suplicó de esa forma que la dejara hablar con su novio.
—Sólo quería saber que estabas bien —se defendió Cody, procurando recuperar la compostura—. Te desapareciste de esa forma durante semanas, sin decirme nada…
—Te mandé un mensaje —espetó Lisa, señalándolo de forma acusadora—. Te dije que empezaría mi nuevo proyecto, que estaría fuera un tiempo, y me reportaría contigo en cuanto pudiera.
—¿Y se supone que debía estar tranquilo sólo con eso? —exclamó Cody, sonando en ese punto casi indignado—. No tenía ni idea de a dónde te habías ido, por cuánto tiempo, o a hacer qué.
—¿Y decidiste que lo mejor era lanzarte sin rumbo hasta al otro lado del país para buscarme? ¿Qué clase de persona loca hace eso?
—¡Un novio preocupado por la seguridad de su novia!
—Por favor… —resopló Lisa con ironía, volteándose hacia la pared con tal de no mirarlo.
Lucy miraba a cada uno con expresión incómoda, turnándose entre uno y otro conforme hablaban, como si de un partido de tenis se tratase.
—¿No debería separarlos? —susurró despacio, mirando en dirección a Francis. Éste, al darse cuenta que le hablaba a él, simplemente se encogió de hombros, indiferente.
—Va más allá de mis capacidades.
Su tono era estoico como siempre, pero cualquiera podía notar que la situación le divertía, aunque fuera un poco.
Cody respiró hondo, intentando calmar sus ánimos antes de volver a hablar. Era evidente que Lisa estaba molesta, y el que él se enojase no ayudaría en nada a mitigar la situación.
—Escucha —murmuró con voz más templada, aproximándose un par de pasos hacia ella—, cuando te fuiste, recién acabábamos de pasar por una situación peligrosa allá en Oregón, y una persona muy cercana a mí terminó lastimada. Y tú no me respondías mis llamadas, y luego te fuiste de esa forma. Perdón si acaso me puse paranoico, pero temí que pudiera haberte pasado algo malo a ti también.
—Ya te había dicho que me estaban considerando para otro proyecto del gobierno —alegó Lisa, girándose de nuevo hacia él aún con actitud desafiante.
—Sí, pero no me dijiste que era algo como… esto —señaló Cody, extendiendo sus brazos (aunque no mucho, en realidad, por las esposas) hacia su alrededor—. ¿Trabajar en este sitio es tu proyecto?
—Por el amor de Dios, Cody. ¿Qué parte de esto te parece que hubiera podido compartirte? ¿No es más que obvio que se trataba de un secreto?
Hasta ahí llegaron los intentos de Cody de calmarse, pues al instante comenzó a calentarse de nuevo.
—Pues quizás si no hubieras sido tan evasiva con esto, no me hubiera preocupado tanto.
Lisa soltó de pronto una sonora carcajada sarcástica.
—¿En verdad quiere que hablemos de secretos y de ocultarnos cosas, profesor? Yo tenía un contrato y la seguridad nacional como excusa. ¿Cuál es la tuya para no confiar en mí?
—Lo hice —espetó Cody en alto—. Te lo dije todo, y huiste de mí, ¿recuerdas?
—¡No hui! Sólo necesitaba… tiempo para asimilarlo todo. Fue demasiado.
—Por eso mismo temía decírtelo. Temía también que estuvieras en peligro por mi culpa.
Una sensación de profundo abatimiento inundó su voz en ese momento, tan intenso que incluso Lisa logró sentirlo. El profesor se apoyó contra la mesa, y agachó su mirada; parecía agotado, o quizás incluso avergonzado.
—Estas habilidades… han lastimado a demasiada gente que amaba —declaró acongojado—. No quería que tú fueras una de ellas. No tú.
Lisa pareció estar dispuesta a objetarle algo, pero por unos momentos las palabras se negaron a salir de su boca. Apretó aún más sus brazos contra sí, y su pie se movió inquieto contra el suelo. Miró hacia un lado con aprensión, y tras unos segundos dejó escapar una breve:
—Maldición…
Caminó lentamente hacia la silla vacía en la mesa en donde anteriormente se había sentado el Sgto. Schur, y se dejó caer en ella sin más. Se retiró los anteojos un momento, los colocó sobre la mesa, y se talló sus ojos y su frente con los dedos.
—Está bien, lo admito —concedió Lisa, volteando a ver de nuevo a su novio—. Podría haber sido más clara con mis planes. Debí haber hablado contigo en persona antes de irme de esa forma; hacer más que sólo enviarte un escueto mensaje de texto. Pero… en verdad nunca pensé que intentarías algo como esto.
No era claro si había recriminación, preocupación, o arrepentimiento en esas últimas palabras. Podría ser un poco de todo. Cody también tenía para ese punto las emociones mezcladas.
El profesor se apartó de la mesa, y se sentó en la silla que había ocupado hasta hace poco, justo frente a su novia.
—Lisa, ¿sabes qué lugar es éste? —le cuestionó apremiante, mirando de reojo de forma no tan disimulada hacia el soldado en la sala—. ¿Sabes lo que hacen aquí?
—¡Por supuesto que lo sé! —exclamó Lisa en alto, como si la sola pregunta la insultara—. He estado encerrada aquí el suficiente tiempo para enterarme de exactamente qué hacen aquí. Lo he visto tan de cerca, que estuve incluso en al menos dos ocasiones de morir por culpa de ello.
—¿Qué cosa? —exclamó Cody alterado, y su rostro se tornó pálido de golpe. Lisa negó con la cabeza, restándole importancia, y siguió hablando.
—No sabes los deseos que tenía de largarme de este sitio de una vez por todas. ¿Y quieres oír la ironía? Hoy mismo me iba a ir. Iba a volver a casa, y en cuanto pudiera te contactaría para que habláramos. Pero ahora ya no va a ser posible.
—¿Qué?, ¿por qué no? —pronunció Cody, confundido.
—¿Por qué? —susurró Lisa, seguida de una pequeña risa burlona—. Porque mi novio se metió a la fuerza en los terrenos de una base militar secreta, y para que no lo ejecuten, o algo peor, tengo que jugar la única carta que tengo: quedarme y terminar el trabajo para el que me contrataron, aunque lo deteste.
Cody se hizo completamente hacia atrás, apoyando su espalda entera contra el respaldo de su silla. Sus ojos se abrieron bien grandes, y su cuerpo se tensó entero. Le faltaba bastante contexto para entender las implicaciones enteras de lo que Lisa le acababa de decir, pero comprendía lo suficiente; en especial para entender que su osada intrusión podría haberla afectado incluso más de lo que había previsto.
—No, no pueden obligarte a hacer eso —pronunció con voz indignada.
—No me están obligando, tonto —le respondió Lisa, acalorada—. Lo estoy haciendo para salvarte de las consecuencias de esta absoluta imprudencia.
—No tienes por qué hacer tal cosa por mí. ¿Por qué lo haces?
—¡Pues porque te amo, grandísimo idiota! —soltó Lisa muy alto, como un grito que resonó fuertemente en el escaso eco de aquella habitación cerrada.
El retumbar de sus palabras se mantuvo unos instantes, vibrando en las propias paredes, y en especial en los oídos de todos los que la habían escuchado: Lucy, Francis, Gorrión Blanco desde el otro lado del cristal… Y, por supuesto, Cody, que la observaba fijamente con el rostro azorado, y sus ojos humedecidos.
—¿Me amas…? —susurró despacio, casi con incredulidad. Una pequeña sonrisilla terminó asomándose en sus labios de forma casi inconsciente.
Lisa no pudo evitar soltar una pequeña risilla, sin poder concebir que en serio le estuviera haciendo esa pregunta. Aunque era justa; ella misma se la había hecho hace un par de horas, cuando Gorrión Blanco se lo había preguntado.
Se tomó entonces un momento para aclarar sus ideas, pasó sus dedos por sus ojos para limpiar unas pequeñas lágrimas que amenazaban con escaparse, y se colocó una vez más sus anteojos.
—Lamento mucho el cómo reaccioné cuando me confesaste lo que podías hacer —susurró Lisa con voz bastante más suave—. Lo admito, estaba asustada. Aún lo estoy, en especial después de las cosas que he visto en este sitio. Pero en cuanto te vi ahí sentado, esposado, desarreglado y sucio, hablándole de frente y desafiante a un hombre que podría partirte en dos con sus propias manos… —una pequeña sonrisita a medio camino entre ser alegre y burlona se dibujó en sus delgados labios—. Sentí un miedo mucho más grande de que pudieran hacerte cualquier daño. Y entonces, de un momento a otro, nada más importó. Y si tengo que quedarme un poco más en este purgatorio para que esa linda cabecita tuya se quede sobre tus hombros… valdrá la pena cada segundo.
Cody sintió una punzada de dolor y culpa en el pecho al escucharla decir todo aquello. Aun así, fue imposible evitar que en sus labios se dibujara una sutil sonrisa de alegría.
—Lisa… Lo siento —murmuró apenado, y extendió sus manos esposadas sobre la mesa en su dirección—. Metí la pata, ¿cierto?
—Muy metida —le respondió Lisa, entre tajante y burlona. Extendió también una mano hacia él, y la posó delicadamente sobre las suyas—. Pero también fuiste muy valiente y osado. No sé si me gusta esta faceta tuya o no —añadió con ligero sarcasmo—. Yo me enamoré de un confiable y serio maestro de secundaria.
Cody no pudo evitar soltar una risa despreocupada por su comentario.
—Y yo de una aburrida y predecible química de laboratorio, no de una científica de proyectos ultra secretos.
—¿Me dijiste aburrida? —inquirió Lisa con falso tono de ofendida. Ambos rieron al unísono, como una clase de chiste interno sólo entre ellos.
Lucy, Francis, y Gorrión Blanco desde la otra habitación, los estuvieron observando en silencio todo ese rato, siendo abordados por diferentes sentimientos conforme aquella conversación progresaba. En el caso de Lucy, por ejemplo, la más predominante fue sin lugar a duda la confusión.
—No lo entiendo —susurró despacio, negando con la cabeza—. ¿No estaban peleando hace un segundo?
No estaba claro si la pregunta iba dirigida hacia Cody y Lisa directamente, pero igual estos dos no parecieron escucharla. Por mero reflejo se giró hacia Francis, como si esperara que éste de alguna forma le respondiera, pero por supuesto éste tampoco lo hizo. El militar se limitó a sólo observarla de reojo, y luego girarse hacia otro lado. Ciertamente la situación se había tornado un poco incomoda para él, y no estaba seguro si debía intervenir para separarlos, o sólo dejar que terminaran. Gorrión Blanco de seguro preferiría que hiciera eso último.
—Pero, Lisa —murmuró Cody, tomando una postura más seria—. ¿Qué es lo que te están pidiendo hacer aquí? Si es algo peligroso…
Antes de que terminara su frase, Lisa extendió un dedo de su otra mano hacia él, posándolo contra sus labios para indicarle con ese simple gesto que guardara silencio.
—Cody, no puedo decirte nada —le respondió con firmeza, pero sin la amargura que acompañó sus palabras anteriormente—. Ya sabes demasiado. Y mientras más sepas, en más peligro te pondrás… Y a tu amiga.
Al pronunciar aquello, volteó a ver de soslayo hacia Lucy por primera vez en todo ese rato. Ésta se sobresaltó un poco; por un momento había creído que ella no se había siquiera percatado de su presencia.
—Hola, soy Lucy —pronunció, alzando sus manos esposadas a modo de saludo—. O así me dicen, al menos. Es un gusto conocerte al fin de frente.
Lisa no le respondió nada a su saludo, y se limitó a simplemente asentir con su cabeza, para de inmediato girarse de nuevo hacia Cody.
—Sólo confía en mí, ¿está bien? —susurró muy despacio, apretando con un poco más de fuerza la mano del chico entre sus dedos—. ¿Me prometes que no harás ninguna otra locura hasta que vuelva?
Cody sonrió de una forma que parecía casi picarona.
—Puedo prometerte que lo intentaré.
—Grandísimo tonto —exclamó Lisa, entre risas.
Y sin que ninguno tuviera que decirlo o sugerirlo abiertamente, en ese mismo momento ambos se separaron un poco de sus sillas, e inclinaron sus cuerpos hacia adelante en dirección al otro. Y aun estando uno de ellos esposado, ambos en el interior de una sala de interrogatorios, con un malhumorado sargento observándolos en la esquina, y quién sabe cuántos soldados a través del vidrio o las cámaras, ambos pegaron sus labios contra el otro, fundiéndose en un suave beso, delicado pero no por eso pequeño, que llevaba varios días de atraso. Y si Cody no tuviera la movilidad de sus brazos tan limitada, de seguro la hubiera rodeado con ellos para abrazarla. Aquello, sin embargo, no privó a Lisa de colocar sus manos contra el cuello de él, y atraerlo más hacia ella a mitad de su beso.
Y de nuevo, aquello produjo una nueva oleada de emociones entre sus espectadores. Lucy se sintió confundida, e incluso un poco asqueada; no era muy fan de las muestras de afecto públicas… ni tampoco las privadas, en todo caso. Francis se sintió aún más incómodo, y se preparó para en unos segundos más separarlos y llevarse a la Srta. Mathews fuera de ahí. No podrá decir que no les dio mucho más que los segundo que le había pedido para hablar con su novio.
Pero la que tuvo la reacción más profunda fue sin lugar a duda Gorrión Blanco. Tras escuchar toda aquella conversación a través del altavoz del otro cuarto, poner atención sobre cómo ésta se desarrollaba, y encima concluyendo en ese repentino y dulce beso de amor… Una oleada de calor inundó su pecho entero, y sintió como subió por su cuello hasta provocar que sus mejillas se encendieran.
—Qué lindos… —susurró maravillada, soltando después un largo suspiro de admiración, mientras presionaba sus manos contra su pecho.
Pero aquello que sentía iba más allá de las palabras que habían dicho, o del beso que se habían dado. Gorrión Blanco había percibido algo más, algo que le había llegado de forma inconsciente, de una forma que no comprendía. Las emociones cálidas y dulces que emanaban de cada uno de ellos, los pensamientos tan intensos que cruzaban por sus cabezas al mirar al otro, incluso los de enojo. Todo eso pudo sentirlo, más fuerte que cualquier otra cosa que había sentido en ese sitio desde que despertó.
¿Sería así como se sentía el amor? ¿El amor real…?
Y en ese momento, justo cuando Cody y Lisa se separaron, y un segundo antes de que Francis diera un paso al frente para dar por terminada esa reunión, los altavoces del pasillo, y las radios en los cinturones de Francis y los demás soldados, comenzaron a sonar. Y al unísono, todos escucharon el mismo mensaje que al mismo tiempo se pronunciaba en toda la base.
—Entonces, ¿qué lugar es éste exactamente? —cuestionó Damien, curioso, recorriendo su vista por su alrededor lo mejor que su posición se lo permitía. No había mucho que ver en aquel espacio cerrado, en realidad, salvo las paredes blancas, las máquinas conectadas a su cuerpo, y claro los soldados que lo observaban con atención desde la parte superior—. Evidentemente no es un hospital convencional, y esos chicos no parecen guardias de prisión. ¿Estamos en Guantánamo, el Área 51 o algo por el estilo?
Su tono era abrumadoramente relajado, incluso burlón, lo que ciertamente seguía destanteando un poco a Lucas. No era la primera vez que había encarado a sujetos que se escudaban tras una actitud despreocupada para ocultar su temor o ansiedad; Charlene McGee era un claro ejemplo de ello. Pero este chico era algo distinto. No sólo quería aparentar que aquello no le causaba el menor miedo, sino que parecía en verdad no sentirlo en lo absoluto.
—La mayoría de las personas suelen preguntar primero por qué están aquí —comentó Lucas, ecuánime, siguiéndole un poco el juego.
—No me gusta ser como la mayoría —respondió el muchacho, acompañado de un pequeño movimiento de sus brazos, que quizás de no haber estado amarrado hubiera terminado en un encogimiento de hombros—. Además, creo que usted ya lo explicó muy bien, ¿no? Estoy aquí porque, según ustedes, cometí algunos "crímenes contra los Estados Unidos". Aunque no se me ocurre cuáles podrían ser esos, pues nunca me he pasado siquiera una luz roja; aunque tal vez eso pudiera ser porque la mayoría del tiempo viajo con chofer. Y además, soy un estudiante modelo, y la empresa de mi familia es un pináculo importante de esta nación. Y, hasta dónde sé, no evadimos impuestos. Bueno, de seguro no más que otras empresas de similar tamaño.
—Esto le parece divertido, ¿Sr. Thorn? —cuestionó Lucas, tajante.
—Por favor, llámeme Damien. Me hace sentir viejo diciéndome señor. ¿Cómo debería llamarlo a usted?
—Eso no es relevante para esta charla.
—¿Eso es esto?, ¿una charla? —exclamó el muchacho con voz risueña—. Pues es la primera en la que estoy tan… amarrado. ¿Le molestaría a alguno desatarme para que podamos charlar más cómodos?
Lucas respiró hondo por su nariz, haciendo uso de todo su entrenamiento para mantener la calma. Si aquello eran intentos de desequilibrarlo y que perdiera el control de la situación, no le daría el gusto.
—Entiendo muy bien que está acostumbrado a ir por la vida con actitud desafiante y despreocupada, siempre contando con que su apellido o su dinero lo sacarán de cualquier problema. ¿Me equivoco?
No era claro si aquella era una pregunta real, pero igual Damien no respondió.
—Pues permítame delecir que ninguna de esas dos cosas lo librará del embrollo en el que se ha metido, Sr. Thorn —prosiguió Luca—. Ni su apellido, ni su dinero, ni sus cientos de abogados, ni su tía CEO, su padrino ex presidente, o sus amiguitos de escuela privada. En lo que respecta a cualquier ser humano fuera de estas paredes, este sitio no existe; usted no existe. Y ni siquiera esas habilidades inusuales, que de seguro hasta ahora lo habían hecho sentirse tan superior a cualquiera, le servirán para algo. Aquí, usted me pertenece por completo. Yo decido cuando come, cuando bebe, cuando va al baño, incluso cuando duerme o cuando se despierta. Aquí, usted no es nadie.
—Y eso de seguro lo hace sentir a usted como alguien muy poderoso, ¿no es cierto? —comentó Damien, divertido.
La mirada de Lucas se volvió sólo un poco más afilada, pero lo suficiente para dejar entrever la molestia que tanto había intentado ocultar hasta ese momento. Se paró derecho, e inhaló aire fuerte por la nariz para intentar despejarla.
—¿Qué tal si nos dejamos de juegos y hablamos de por qué está usted aquí en realidad?
—Por favor —exclamó Damien, sonando incluso entusiasmado con la idea.
Lucas tomó entonces el grueso expediente que había traído consigo, que a pesar de su tamaño era una versión reducida de toda la información que tanto él como Inteligencia habían extraído de todo lo referente a Damien Thorn. Y, especialmente, todas aquellas personas a su alrededor afectadas de manera sospechosa por su propia presencia.
Abrió el expediente en la primera página de ésta, y pronunció con voz alta y clara:
—Cuénteme de Holly Huck.
Damien parpadeó un par de veces, y lo observó en silencio unos segundos, como si esperara que le dijera algo más para entender de qué hablaba. Cuando fue claro que no sería así, preguntó sin más:
—¿Se supone que ese nombre debería sonarme de algo?
—Era la joven que trabajaba como su niñera en Inglaterra, cuando tenía cinco años —aclaró Lucas—. Se ahorcó a sí misma durante su fiesta de cumpleaños frente a usted y todos sus invitados. ¿Ya le suena?
—¿Usted recuerda a su niñera de cuando tenía cinco? —bromeó Damien, divertido—. Conozco el suceso, pero por supuesto que no tengo memoria de nada de eso. Era muy pequeño, y de seguro ni siquiera entendí en su momento lo que pasó. Sólo sé lo que algunos chismosos me han contado. Pero en todo caso, ¿eso qué tiene que ver conmigo? Yo era un niño, y ella se ahorcó ella misma; usted mismo lo dijo.
—¿Eso fue lo que realmente pasó? —inquirió Lucas, con un dejo de acusación implícito en su voz. Damien guardó silencio.
Lucas pasó entonces a la siguiente parte del reporte en sus manos.
—¿Qué hay de la Sra. Willa Baylock? Se convirtió en su niñera poco después de aquel horrible incidente, y murió no mucho después atropellada en su propiedad en Londres.
—Tampoco lo recuerdo —respondió Damien sin vacilar—. Y llámenme loco, pero me parece que un niño de cinco años es demasiado pequeño como para conducir y atropellar a alguien.
—Quizás… Pero hay aún más personas ligadas a usted y a su familia que terminaron con destinos muy parecidos. ¿Sabía que el hospital en el que nació en Roma fue reducido a cenizas y murieron cientos de personas en el incidente?
—Desafortunado —comentó Damien, aburrido—. Pero de seguro miles de otros bebés nacieron ahí antes que yo, ¿no?
Lucas pasó por algo su comentario hiriente, y en su lugar prosiguió con otro punto.
—Steven Haines, antiguo embajador de Estados Unidos en Italia, jefe y amigo de su padre; murió calcinado en su propio vehículo poco después de ser nombrado embajador en Gran Bretaña. Keith Jennings, un reportero que al parecer se encontraba investigándolo a usted y a su familia tras la muerte de su niñera, murió decapitado en Israel poco después de entrar en contacto con su padre. Y hablando de sus padres, ¿qué me puede decir de ellos? ¿Qué hay de Katherine y Robert Thorn?
Aquella pregunta sí ocasionó un ligero ápice de reacción en el rostro del chico, apenas un apreciable tic de su ojo derecho, pero que desapareció casi al instante.
—¿Qué hay de ellos? Cada uno murió en un trágico accidente.
—Ambos sabemos que eso no fue lo que pasó, Sr. Thorn —declaró Lucas, tajante—. Dígame, ¿cómo murieron realmente?
—No tengo idea de lo que habla —sostuvo el joven Thorn con desafío—. ¿Por qué no me dice usted cómo murieron? En vista de que al parecer lo sabe todo.
Lucas la sostuvo la mirada, intentado detectar de nuevo alguna señal de vacilación como había ocurrido hace un momento. Sin embargo, el muchacho había recuperado rápidamente su postura de hielo.
—Quizás volvamos a ellos más adelante —comentó algo despreocupado, y volvió sus ojos hacia su expediente.
En realidad, no necesitaba que él le dijera nada de los Thorn, ni de ninguna de las personas en ese expediente. Él ya conocía las circunstancias exactas de sus muertes, además de las teorías de cómo el muchacho había intervenido en cada una. De momento le bastaba con dejarle ver que él lo sabía todo; que sabía el nombre de todas esas personas, y que alguien había notado sus acciones por más que haya querido aculatarlas.
—¿Y si hablamos de muertes un poco más recientes? A ver si esas las tiene más presentes. Como Joan Hart, Bill Atherton, David Pasarian, Charles Warren… Todas personas que trabajaban para usted, su familia o su empresa; todos fallecidos de formas horribles. ¿Alguno de estos nombres le resulta más familiar?
—Vagamente… ¿El Sr. Warren está muerto? —comentó Damien de pronto con genuina curiosidad—. La última vez que supe, sólo estaba desaparecido.
Lucas no le ofreció una respuesta a dicha pregunta, pero su silencio dejaba de cierta forma implícita la verdad.
—Hasta este punto parece bastante evidente para cualquiera que la muerte lo persigue a donde quiera que vaya, Sr. Thorn. ¿No le parece extraño?
—Trágico, diría yo —respondió Damien escuetamente, y de nuevo otro movimiento que intentaba ser un encogimiento de hombros.
—¿Qué hay de los miembros de su propia familia? ¿A ellos sí los recuerda? Además de sus padres, tenemos en la lista a su tía abuela, Marion Thorn. A su tío, Richard Thorn…
—Por favor —exclamó el muchacho, dejando escapar además una risilla burlona.
—¿Qué me dice de su primo? Mark Thorn.
Y fue justo en ese momento en donde ocurrió lo que Lucas tanto esperaba percibir: una reacción, una real, tangible, imposible de ocultar. En cuánto Lucas pronunció aquel nombre, el rostro entero de Damien cambió. Su sonrisa se esfumó y su mirada se endureció, adoptando abruptamente una expresión mucho más seria, preocupada… incluso, molesta.
Lucas tomó de nuevo el expediente, echándole un ojo por encima a la parte que hablaba justo de esa persona en especial.
—Mark Thorn —repitió en voz alta para que el muchacho pudiera oírlo con claridad. Cerró el expediente de nuevo forma abrupta, y cruzó sus brazos sobre el pecho, presionando el expediente contra éste—. Hábleme de él.
—¿Qué hay que decir? —pronunció Damien con sequedad—. Murió por una hemorragia, causada por una malformación en su cerebro difícil de detectar… e imposible de evitar.
—Y usted fue el único con él cuando ocurrió tal hemorragia, ¿no es cierto? —preguntó Lucas con curiosidad, aunque él ya conocía muy bien la respuesta.
—Sí… y fue horrible —musitó Damien, desviando su mirada hacia un lado—. Una horrible tragedia de la que prefiero no hablar.
—¿Por qué no? ¿Es que acaso recordar aquel incidente le remueve esa pequeña parte de su ser que los individuos normales llamamos conciencia? Porque en realidad no fue causado por una malformación de su cerebro, ¿o sí?
Damien giró rápidamente el rostro hacia él, y en sus ojos Lucas pudo notar un fuego incandescente, alimentado por una rabia interior que el muchacho aún luchaba por mantener mitigada, pero que aun así lograba colarse lo suficiente al exterior.
—No tengo idea de lo que habla —farfulló con voz enronquecida.
—¿Ah, no? ¿Y qué pensaría si le dijera que a lo largo de los años, he conocido a al menos tres individuos capaces de provocarles hemorragias cerebrales a alguien con tan sólo concéntrese lo suficiente? Un sólo pensamiento, y el cerebro de la otra persona se volvía papilla molida. ¿Qué opina de eso?
—Que ha visto muchas películas de terror —sentenció Damien cortante.
Lucas se permitió sonreír divertido. Era evidente que el asunto de su primo lo afectaba mucho más que el resto de los nombres de esa lista. Quizás a él en realidad no quería matarlo; quizás su caso sí fue un accidente, después de todo. Pero eso era especular demasiado. Lo que fuera que le causara esa reacción, era su puerta de entrada.
—Ya deje de fingir, Sr. Thorn —exclamó en alto, como una advertencia—. Todos aquí sabemos lo que usted es y lo que puede hacer. Sabemos muy bien que ninguna de estas muertes fue accidental. Sabemos muy bien que usted mató a todas estas personas, incluido a su propio primo. ¿Por qué? ¿Ambición? ¿Ira? ¿Algún placer retorcido? Cualquier motivo es bueno, ¿no es cierto? Para alguien que es capaz de matar con tan sólo desearlo, incluso sin estar cerca de su víctima. El asesino perfecto.
—Está loco —sentenció Damien con irritación, agitándose en la camilla, por primera vez pareciendo hacer un sincero intento de zafarse de las apretadas correas—. ¿Tiene alguna prueba de estas tonterías que escupe?
—Ese es justo el problema, ¿no es cierto? —murmuró Lucas, astuto—. ¿Cómo probar que alguien con estas capacidades existe? ¿Cómo probar que alguien que puede matar a otra persona a kilómetros de distancia lo hizo? Las leyes de este mundo no contemplan a personas como usted, lo que permite que pueden ir por sus anchas haciendo lo que quieran. Pero para eso justo existimos. Nosotros no necesitamos pruebas, jueces, jurados, abogados, ni siquiera verdugos, dado el caso. Nosotros trabajamos con completa autonomía de actuar y neutralizar cualquier amenaza fuera de los parámetros normales, que represente un peligro para las buenas personas de esta nación. Como usted, Sr. Thorn —sentenció alzando el expediente en alto para que pudiera verlo—. Tantas vidas inocentes, cegadas por el simple hecho de haberse cruzado con usted. Ni siquiera su propia familia podía considerarse a salvo. Pero estoy aquí para decirle que eso termina hoy. Usted está ahora en mis manos. Y mientras más rápido admita su culpa y comience a cooperar, mejor será para usted.
Damien guardó silencio escuchando atentamente todo aquel discurso que le soltaba. Su expresión se volvió aún más aguerrida, y el fuego en sus ojos se volvió aún más presente. Esa rabia que tanto había intentado esconder tras una máscara de indiferencia y tranquilidad, al fin se había asomado lo suficiente para que todos la vieran. Ese era un vistazo al verdadero monstruo que se escondía debajo de Damien Thorn…
De pronto, otro pequeño gesto se asomó en su rostro, como si hubiera captado un sonido repentino, o algo moviéndose en la periferia de su visión, y eso distrajera su atención hacia otra cosa. Lentamente giró su rostro hacia un lado, y sus ojos se posaron justo en una de las cámaras en la esquina superior del cuarto; aquella que apuntaba justo hacia su rostro, en realidad. Y desde su respectivo monitor en la sala de observación, los espectadores de toda aquella charla pudieron captar su mirada virando hacia ellos, como si los estuviera viendo directamente a través de la cámara.
Aquello ciertamente los inquietó, y este sentimiento fue particularmente palpable en los rostros de Russel y Davis, pero ninguno dijo nada.
Damien se mantuvo callado y mirando a la cámara por varios segundos. Luego, de un momento a otro, un curioso destello le iluminó los ojos, como el destello de alguien que acababa de recordar algo olvidado, o se había percatado de un detalle muy obvio que había pasado por alto. Y ese vistazo al interior de su ser que habían captado hace un momento, despareció por completo. Los labios del chico se torcieron de nuevo en una aguda sonrisa astuta, y el fuego que reflejaba en su mirada hasta hace un momento, se convirtió de pronto en una arrogancia tan abundante, que casi se desbordaba de sus ojos. Y por si fuera poco, al instante siguiente de su boca se escapó un pequeño dejo de risa, que fue creciendo poco a poco, hasta al final convertirse en una sonora y casi desquiciada carcajada que rebotó de forma disonante en toda aquella habitación.
Aquello destanteó aún más a Lucas, tanto que por reflejo retrocedió un paso, como queriendo hacer más distancia entre aquel chico y él. Pero no fue el único, pues desde la sala de observación, McCarthy y los demás se quedaron igualmente pasmados ante este cambio. Y al menos Davis si percibió una sensación fría que le subía por la espalda.
Aquel no era el chico despreocupado del inicio, tampoco el alimentado por la ira de hace unos segundos. Aquello era algo más…
—Muy bien —masculló Damien una vez que dejó de reír. En ese momento miraba fijamente hacia el techo sobre él, y a las luces fluorescentes que colgaban de él—. Muy, muy bien… Me atraparon; los felicito. Sí, en efecto, yo soy el monstruo que buscaban. Y les confirmo que a esa lista le faltan todavía muchos otros nombres. Sin embargo, me temo que en realidad a muchas de esas personas que mencionaron no las maté yo personalmente. Pero se pueden consolar en que sí tuve que ver, de alguna forma, con sus muertes. Y sí, justo como dice, a veces es tan sencillo como sólo desearlo, concentrarme lo suficiente, y… ¡zas! Cerebro hecho papilla. Otras no es tan simple, pero con un poco de esfuerzo todo se puede, ¿no?
Alzó entonces su cabeza lo suficiente para volver a posar su atención fija en Lucas, que lo observaba expectante desde las alturas.
—Pero ninguna de esas personas es el motivo verdadero por el que estamos aquí, ¿no es cierto? ¿Por qué no dejamos esta farsa y me dices en verdad lo que quieres… Lucas?
Aquello provocó que el director, al igual que casi todos los demás espectadores, se estremecieran de sorpresa, pero también de temor.
—Él nunca le dijo su nombre —señaló Russel en voz baja, atónito.
—¡Está usando sus poderes! —exclamó McCarthy, exaltado.
—Es imposible, el ASP-55…
—¡Eso no importa! ¡Duérmalo ahora! —ordenó McCarthy con apuro.
Russel asintió. Estaba por la darle la indicación al hombre sentado frente al panel de control, cuando alguien más intervino.
—¡Aguarden! —pronunció Cullen en alto—. Miren.
La agente señalaba con su dedo hacia uno de los monitores, el de la cámara que enfocaba directo al Dir. Sinclair. En éste, se veía claramente como Lucas miraba hacia la cámara, y tenía una mano alzada en su dirección, con la clara indicación de "Alto". Muy seguramente él había pensado lo mismo que ellos, y había previsto además cuál sería la siguiente acción de sus subordinados.
—Nos indica que esperemos —señaló Cullen.
—Es muy arriesgado —sentenció McCarthy, negando con la cabeza—. Si logró captar su nombre, podría hacer algo más.
—Quizás no —añadió Russel, aunque un tanto dubitativo—. Quizás siempre lo supo y sólo estaba jugando con nosotros. Es totalmente imposible que pueda usar ese grado de telepatía con esta dosis del ASP-55. El director lo sabe. Así que tendremos que confiar en que también sabe lo que hace.
McCarthy no dijo nada más, pero era claro que no estaba en lo absoluto de acuerdo con eso. Cada vez se convencía más de que dejar a ese muchacho despierto sería el peor error que podrían cometer.
Lucas respiró hondo, y se forzó a recuperar la compostura antes de volver a hablar.
—¿A qué se refiere con eso?
—Dije que dejáramos las farsas, Lucas —sentenció Damien, poniendo principal énfasis al pronunciar su nombre—. Sé que ninguna de esas personas te importa tanto en realidad; son sólo nombres y números en un papel, como tantos que has visto antes. Pero todo esto se trata de algo más personal, ¿no es cierto? Dime, ¿qué nombre de esa lista no has pronunciado? ¿A quién hice tanto daño como para llenarte de tanto odio hacia mi persona?
—Te equivocas —respondió Lucas con firmeza marcial—. Estos nombres, estos números, por supuesto que son importantes para mí. Cualquiera que sufra en manos de individuos como tú, con poder pero sin los escrúpulos para usarlos como es debido, es importante para mí.
Hizo una pausa, que conforme más se alargaba, más vacilante parecía.
—Pero es verdad que hace poco heriste a alguien cercano a mí —admitió en voz baja, sin tener del todo claro por qué lo hacía—. Su nombre era Jane Wheeler.
—¿Jane Wheeler? —pronunció Damien, curioso. Inclinó su cabeza hacia un lado, con expresión reflexiva—. Jane Wheeler… —repitió—. Wheeler…
La claridad pareció llegarle de golpe tras unos instantes. No tenía claro si acaso había oído directamente ese nombre en alguna de sus experiencias pasadas, o simplemente algo por debajo de su propia consciencia hizo las conexiones necesarias para relacionarlo con una persona en concreto.
—Ah, la madre de Terry —concluyó, esbozando una sonrisa juguetona. La mención tan directa a la hija menor de Eleven, claramente crispó a Lucas—. La última vez que la vi estaba un poco perdida en su propia cabeza, me parece. ¿Acaso la buena señora se murió? Es una lástima, si es que fue así. Pero ella fue la que se metió conmigo, no al revés. Si ella y sus amigos se hubieran alejado de mis asuntos, nada hubiera pasado.
—No me interesa escuchar tus excusas —declaró Lucas, tajante.
—No es una excusa —exclamó Damien, soltando después una aguda carcajada—. Es un hecho, en toda la extensión. Pero no importa. De todas formas, creo que ya estoy entendiendo de qué va todo esto.
Aquel repentino comentario destanteó a Lucas. Era como si hubieran cambiando abruptamente de conversación.
—¿Qué está diciendo?
Damien volvió a reír, incluso más irreverente que antes.
—Escúchame bien, Lucas, porque sólo lo diré una vez —pronunció con voz clara y serena—. Así es como será esto: me soltarán en este momento, me dejarán ir, y todos haremos como si este penoso incidente nunca hubiera ocurrido. Quizás incluso arregle que se les dé una buena contribución a su causa; por las molestias. Y es la oferta más generosa que recibirás.
Lucas se sintió totalmente perdido. ¿De dónde salía todo esto? ¿Por qué su actitud y su postura habían cambiado tan de golpe? ¿De qué se estaba perdiendo?
—¿Está intentando sobornarme?
—No, claro que no —indicó Damien, negando con la cabeza—. Te estoy amenazando, en realidad. Ya que si no haces lo que le digo en este instante, tú y todos en esta base… morirán. Y me parece que será muy, muy pronto.
Aquellas palabras se quedaron flotando en el aire, llenando la habitación de un aire denso y pesado, impregnado de todas las implicaciones que tenían. Un par de los soldados en la galería parecieron inquietos, y centraron su atención en el director, en busca de algo de aclaración, y quizás de soporte. Lucas observaba al muchacho, claramente confundido, y sin saber cómo se suponía que debía responder a aquello. ¿Era sólo una amenaza al aire que tiraba para que picara? ¿O sabía algo que él no?
Daba igual lo que se propusiera. Estaba a una simple señal de su mano de que lo pusieran a dormir de nuevo, lo encerraran en esa quirófano, y los soldados lo llenaran de balas. Cualquier poder que creía tener en esa situación, era una mera ilusión.
—Ignoro qué clase de juego le esté cruzando por la cabeza —sentenció Lucas con voz firme—. Pero desde ahora le digo que nada de lo que acaba de decir ocurrirá. En lo que a mí respecta, una vez que salga de aquí, se quedará amarrado a esa camilla, plácidamente dormido, hasta que a mí me dé la gana volver a despertarlo. Y espero que en ese momento comience a ser más participo.
Lucas hizo en ese momento el ademán de darse media vuelta para dirigirse a la sala de observaciones, y dejar todo ese asunto atrás de momento.
—Es obvio que quien ignora cosas aquí eres tú, Lucas —exclamó Damien en alto para que pudiera escucharlo—. Estás tan ciego que no te has dado cuenta que tú ya no eres el jefe aquí. De hecho, me parece que ahora lo soy… yo.
Lucas se detuvo en seco al escuchar tan escandalosa declaración, y no pudo evitar girarse de nuevo en su dirección, y pronunciar desorientado un simple:
—¿Qué?
Nadie tuvo tiempo de decir nada más, o siquiera detenerse un segundo a meditar más profundo en toda esa situación, pues en ese momento… los altavoces de la sala, y las radios que portaban Lucas, McCarthy y los demás soldados, comenzaron a sonar. Y por todos ellos se escuchó la misma voz de mujer:
—Atención, a todo el personal del Nido.
Todos se quedaron quietos en su posición, con su atención fija en el origen de aquella voz más cercano a cada uno.
—¿Esa es Kat? —pronunció McCarthy sorprendido al reconocer la voz de su secretaria. Tomó entonces la radio, acercándola más a su rostro.
Desde su posición aún en la parte elevada del quirófano, Lucas hizo lo mismo.
—Creo que el tiempo se te acabó —escuchó que Damien murmuraba desde abajo. Al girar a mirarlo, éste sonreía lleno de complacencia—. Lo siento…
Antes de poder preguntar algo más, la misma voz en las radios siguió hablando:
—Éste es un anuncio importante. Presten atención, por favor. —Hubo una pequeña pausa expectante, y entonces pronunció con voz solemne—: El Lucero de la Mañana ha salido al fin. Es momento de mirar al cielo para contemplarlo mejor. Buenas tardes.
Y tan repentino y extraño como había iniciado, la conversación simplemente se cortó, dejando de nuevo en silencio todas las radios cercanas, y una confusión generalizada.
—¿Y eso qué demonios fue? —preguntó Russel, desconcertado, mirando a McCarthy en busca de alguna explicación. Si la que había dado ese extraño anuncio fue su secretaria, lo esperado era que él tuviera alguna respuesta, pero no era el caso. McCarthy en realidad se encontraba igual de confundido que todos, sino era que incluso más.
—Creo que se refería a esto —comentó Cullen de pronto con voz sosegada. Russel y Davis tardaron un poco en reaccionar tras escuchar sus palabras, y para cuando se giraron hacia ella... la agente ya había desenfundado de un movimiento su arma, y menos de un segundo después pegó el cañón de ésta contra la parte trasera de la cabeza del técnico sentado frente a los controles, y tiró del gatillo.
El estruendo del disparo retumbó en las paredes de la pequeña habitación, al tiempo que un fuerte estallido de sangre brotaba desde la frente de aquel hombre, manchando por completo el panel de control, y los monitores de las cámaras.
Todo fue tan rápido, que ninguno de los otros dos hombres presentes logró siquiera carburar lo que había ocurrido, hasta que el cuerpo del técnico se desplomó flácido contra la consola, en un sonido sordo que resultó incluso más atormentador que el propio disparo.
Al instante siguiente, Cullen se giró rápidamente hacia ellos con su arma en alto, apuntando con ésta directo a la cara de Russel, quien se quedó quieto como piedra en cuanto vislumbró aquella arma apuntándole. Cullen presionó el gatillo con fuerza, pero un instante antes de que la bala saliera del cañón, McCarthy se adelantó, y de un manotazo desvió el cañón del arma hacia un lado y la bala pasó casi rozando la sien del Dr. Shepherd y se estampó contra el muro. El científico soltó un chillido, y cayó al suelo.
—¡Ruby! —exclamó McCarthy con fuerza, al tiempo que sujetaba a la agente de su muñeca, intentando desarmarla, pero también procurando mantener la pistola lejos del rango de disparo de él o de Russel—. ¡¿Qué estás ha…?!
Antes de que terminara su pregunta, Cullen le estampó con fuerza su rodilla en el estómago, haciendo que se doblara hacia el frente. Luego, aprovechando ese momento, se liberó de sus manos y le hizo una llave rápida, que tumbó al viejo capitán de espaldas al suelo. Teniéndolo ahí a sus pies, Cullen se giró lo más rápido que pudo para apuntarle a la cabeza y disparar, pero no lo suficiente antes de que McCarthy moviera con rapidez una de sus piernas, barriendo las de ella y haciendo que también se precipitara abruptamente al suelo, y su arma se escapara de sus manos.
—¡Corra, Shepherd! —gritó McCarthy con voz colérica, al tiempo que intentaba colocarse sobre Ruby para someterla en el piso.
Russel no necesitó más que eso para reaccionar al fin, ponerse de pie y salir corriendo con todas sus fuerzas de aquella sala.
Por su parte, el retumbar de los dos disparos de Cullen en la sala de observación llegó hasta los oídos de Lucas, y rápidamente se giró hacia dicha dirección, tan alarmado que no le importó soltar el expediente que traía consigo y que su contenido se desparramara por el suelo.
Hubo un tercer disparo, o más bien una sucesión de ellos. Sin embargo, estos retumbaron bastante más cerca. Lucas giró su cuello como un látigo, justo para ver como uno de los soldados de la galería caía hacía atrás sobre el suelo del nivel alto. A su vez, su compañero de pie justo a su lado, sostenía su rifle aún humeante en su dirección. Él le había disparado.
Y sólo fue el primero, pues de inmediato uno más lo hizo en contra de otro de sus compañeros, y un tercero se los unió. El primero también comenzó a disparar antes de que alguno de los otros pudiera reaccionar. El soldado a la derecha de Lucas cayó abatido antes de poder alzar por completo su arma, cayendo a sus pies. Y de un segundo a otro, ráfagas de balas cortaron el aire de un lado a otro entre los diez soldados que se suponían estaban ahí por seguridad.
Lucas miró todo aquello como una escena en cámara lente de una película, como si estuviera en medio de un campo de batalla y no en la supuesta seguridad de su base. Sus propios soldados, disparándose entre sí, pólvora, humo y sangre impregnaron rápidamente el aire de la habitación. Y de un momento a otro, uno de aquellos tres soldados traidores se giró directo hacia él, y lo apuntó con su arma.
Lucas forzó a su cuerpo a reaccionar, y rápidamente se tiró al suelo, apenas logrando esquivar los disparos que iban directo a su cabeza. Se arrastró un metro hacia un lado, justo a donde había caído uno de sus hombres, y sin dudarlo mucho tomó su arma, se puso de rodillas y comenzó a disparar, intentando más que nada mantener a raya a los atacantes, y estos retrocedieron. Gritó a sus hombres, esperando que alguno lo escuchara y lo siguiera. Sin embargo, un vistazo rápido a su alrededor le bastó para darse cuenta de que no quedaba nadie más; sólo esos tres hombres, que claramente ya no eran sus hombres.
—Se lo dije —escuchó como murmuraba la presuntuosa voz de Damien desde su camilla. Lucas se sobresaltó al instante. ¿Acaso ese muchacho…?
No tenía tiempo para pensar en ello. Volvió a disparar con el rifle, prácticamente sólo soltando disparos al aire. Logró herir a uno de los soldados atacantes, derribándolo, y los otros volvieron a mantener su distancia, cubriéndose detrás de las columnas. Lucas aprovechó ese momento para ponerse de pue y correr hacia la sala de observaciones.
Sin embargo, Lucas ignoraba que las cosas allá estaban incluso peor.
Ruby logró quitarse de encima a Davis, dándole un cabezazo con fuerza que le hizo sangrar la nariz. Una vez que la soltó, lo pateó con fuerza para alejarlo de ella, y rápidamente se puso de pie de un salto, alzando sus puños en su posición de ataque. McCarthy, adolorido y mareado, se puso también de pie rápidamente, al tiempo justo para cubrir un derechazo de la agente Cullen que iba directo a su cara. Tomó su propia arma y la desenfundó, pero Ruby se la tiró de las manos con una rápida patada circular, haciendo lujo de sus extraordinarias habilidades de combate fruto de sus años de entrenamiento y misiones en el campo.
—¡Ruby! —gritó McCarthy, agitado, y alzó rápidamente sus puños—. ¡El muchacho! ¡Él debe estarte controlando!
Una sonrisa torcida se dibujó en los labios de la capitana.
—Eso lo haría todo mucho más simple, ¿verdad? —musitó Cullen, risueña, y comenzó al instante a lanzar una serie de golpes en contra de McCarthy, bastante contundentes, y que el viejo capitán a duras penas lograba repeler—. Pero me temo que no es así. Esto lo hago por mi propio libre albedrio. De hecho, ¡ésta siempre fue mi verdadera misión!
Davis se sobresaltó atónito al escuchar aquello, y ese momento de vacilación resultó su ruina. Ruby le propinó un golpe directo a su quijada por el costado derecho, que lo desequilibró. Después, dejó caer su pie con todas sus fuerzas contra su rodilla, destrozándola en el acto. McCarthy soltó un agudo grito de dolor al aire, cómo quizás nunca había gritado. Por último, Cullen remató con otra patada circular que lo golpeó directo en su cabeza y lo terminó por estampar contra el suelo. McCarthy se quedó tirado, totalmente adolorido y mareado, y al parecer imposibilitado para levantarse. Lo más que pudo fue ladearse lo suficiente para quedar casi sentado, jadeando intentando que el aire volviera a sus pulmones
—Te dije que tanto tiempo tras un escritorio te había atrofiado —comentó la capitana, casi burlona, al tiempo que recogía del suelo el arma de McCarthy. La sujetó firme con una mano y la apuntó directo al rostro del director general del Nido. Éste miró el arma ante él, aun totalmente imposibilitado de creer que aquello era algo real.
—Ruby… ¿Por qué…? —logró preguntar entre dolorosos jadeos, pero los golpes definitivamente no dolían tanto como la horrible traición que estaba presenciando.
Algo en el rostro de Ruby se suavizó al momento de escuchar esa pregunta, pero sólo duró un momento. Al instante siguiente, volvió a cubrirse de la misma frialdad que tanto la distinguía.
—Lo siento, Davis —murmuró en voz baja, carente de cualquier tipo de emoción real—. Consuélate en saber que es por un bien mayor.
Y sin más, jaló el gatillo. Un sólo disparo certero, y el proyectil dio directo en el centro de la frente de Davis McCarthy, cuyo último pensamiento iría dedicado a sus hijas y a su esposa.
En el momento justo en el que Cullen presionó el gatillo, la puerta de la sala que daba al área del quirófano se abrió de golpe. Y fue el momento adecuado para que Lucas presenciara como el cuerpo del capitán McCarthy se precipitaba hacia atrás luego del impacto, quedando de espaldas al suelo. La sangre no tardó en escapar por la herida de salida, encharcándose en el suelo debajo de él.
—¡No! —exclamó colérico, alzando de golpe el rifle que traía consigo y apuntando con éste directo a Ruby. El reconocer a la asesina de su amigo sólo lo hizo vacilar un instante, pero se sobrepuso rápidamente, y jaló el gatillo en su contra sin titubeo.
Ruby se echó al suelo y rodó, hasta colocarse tras la silla sobre la que aún se encontraba el cuerpo del técnico con la horrible herida de bala en la cabeza. El cuerpo recibió gran parte de los disparos de Lucas, sirviendo de un útil escudo para la capitana. Ésta pateó de golpe la silla desde atrás, enviándola rodando con todo y el cuerpo ensangrentado hacia Lucas, embistiéndolo.
El golpe lo desequilibró, pero la espalda de Lucas chocó contra el muro, evitando que cayera. Intentó volver a disparar, pero Ruby se le adelantó, alzando el arma de McCarthy aún en sus manos y disparando rápidamente hacia él. Lucas tuvo que moverse rápidamente hacia un lado para esquivar los disparos, y uno de ellos le rozó peligrosamente el hombro derecho, rajándole su traje y su piel superficialmente.
Por el rabillo del ojo vio como los tres soldados del quirófano entraban por la misma puerta que él, con sus armas en mano listas para contraatacar; incluso aquel que creía haber derribado, parecía sólo haber sido herido. Con la rabia acumulada en su garganta, en especial al echar un vistazo rápido al cuerpo de McCarthy en el suelo a unos cuantos metros de él, Lucas supo que no había mucho que podía hacer él solo contra tantos enemigos.
No ahí dentro, al menos.
Disparó casi a ciegas para forzar a Ruby y a los otros tres a cubrirse, y de esa forma poder dirigirse corriendo hacia la puerta de la sala. Tardó unos segundos en poder abrirla con su tarjeta electrónica, segundos que el primer soldado en poder ingresar a la sala aprovechó para disparar, pero sus balas terminaron dando contra la puerta blindada, al tiempo que Lucas se escurría hacia afuera, lejos de su alcance.
Los tres soldados traidores se dispusieron a encaminarse rápidamente detrás de él.
—Déjenlo —espetó Cullen con fuerza, mientras se acomodaba su abrigo. Se aproximó hacia donde yacía su propia arma, la recogió del suelo, y la regresó a su funda—. De todas formas no tiene ningún sitio al cuál ir.
Había malicia en su voz al pronunciar aquello. El pobre Dir. Sinclair desconocía el verdadero alcance de lo que estaba ocurriendo en esos momentos, pero no tardaría mucho en descubrirlo.
—Nosotros tenemos algo más importante que hacer —pronunció con dureza, y con un ademán de su cabeza les indicó a los hombres que la siguieran, y así lo hicieron.
Los cuatro salieron también de la sala, pero con otro destino. Ellos en cambio bajaron por las escaleras de acero a un lado de la sala de observaciones, para dirigirse a la parte baja del quirófano. Ahí, aguardando pacientemente mientras miraba al techo, se encontraron con Damien recostado en su camilla.
—Desátenlo —ordenó Ruby con apuro, y los tres hombres se apresuraron a obedecer sin mediar palabra.
Rápidamente le retiraron los tubos conectados a sus brazos, y por supuesto las gruesas corras que le rodeaban el cuerpo. Damien permaneció quieto mientras lo liberaban. Una vez listo, dos hombres se ofrecieron a ayudarlo a pararse, pero el muchacho se negó y lo hizo por su propia cuenta. Entendería de inmediato el porqué de aquel ofrecimiento, pues lo que fuera aquella droga que le estaban suministrado, en efecto lo había dejado mareado. Aun así, logró pegar sus pies descalzos sobre el frío piso, y erguirse firme ante ellos.
La atención del muchacho se centró sobre todo en aquella mujer de cabellos rubios y atuendo verde. Ésta, en cuanto sintió su mirada sobre ella, esbozó una amplia sonrisa, tan grande que parecía casi irreal. Y sus ojos brillaron con una enorme emoción que casi amenazaba en escapar de ella en la forma de un desbordante llanto.
Supo de inmediato que ella habían surgido aquellas emociones y pensamientos que había captado hace unos momentos; aquellos que le indicaron que justo eso estaba por ocurrir.
—Mi señor —pronunció Ruby con solemnidad, y de la nada se tiró de rodillas al suelo, agachando su cabeza con sumisión. Los tres soldados a su lado no tardaron es hacer exactamente mismo—. Es el más grande honor para mí poder estar en su presencia. Me postro humilde ante sus pies.
Damien la observó a ella y a los otros con expresión indescifrable. Ladeó su cabeza hacia un lado, y con apenas un dejo de emoción palpable en su voz pronunció:
—Déjame adivinar; eres discípula de Neff, ¿cierto?
—Así es, mi señor —masculló la Capt. Cullen, agachando aún más la cabeza—. Mi nombre es Ruby, y soy su leal sierva.
Damien bufó aburrido, y pasó una mano por su cabello, haciendo su fleco hacia atrás. Sólo hasta ese momento, cuando pasó sus dedos por su cabello, y pudo echarle más fácilmente una mirada a su mano, se dio cuenta de que no había seña alguna de quemadura en su piel. Lo último que recordaba era estar en el pent-house, con la piel tan rostizado como un pollo, y un dolor indescriptible recorriéndole el cuerpo.
Ahora no había rastro alguno de aquello. ¿Qué había pasado exactamente?
Permitió que aquello distrajera su atención sólo unos momentos, y luego se forzó a enfocarse de nuevo en el presente.
—Cómo sea —masculló casi indiferente, y comenzó sin más a caminar hacia la puerta—. Sólo sáquenme de este establo.
—Sí, señor —exclamó Ruby con ferviente emoción—. Su transporte ya viene el camino.
Rápidamente todos se pararon de nuevo y rodearon a Damien como una guardia de honor, con la capitana al frente de ellos.
—Andando —ordenó Ruby con firmeza, y comenzaron a caminar con paso firme hacia la salida. Damien los siguió sin decir nada.
FIN DEL CAPÍTULO 147
Notas del Autor:
Pues después de algo de espera, aquí lo tienen: el movimiento de la Hermandad, atacando al DIC desde sus propias entrañas, como Neff había prometido. Y ya tenemos las primeras bajas de este cruel ataque. Pero no se descuiden, pues esto apenas está comenzando…
