Conceal


El cazador y la presa. Ese era el juego al que se tendrían que someter durante una semana, y el desgaste mental se hizo presente tras la retirada de los examinadores, dejando a todos los presentes ensimismados, pensando en quién podría ser su presa y en quién los estaría acechando. Era una cacería humana, tal y como dijo Kurapika.

Fue entre el silencio y la tensión del ambiente que Mika decidió apartarse para buscar un lugar para reflexionar un poco sobre la situación, tal y como todos, solo que en su caso era un poco distinto; aún se preguntaba si continuar o no en el examen. ¿Qué le quedaba? Nunca tuvo una motivación real y ahora todo eso le parecía demasiado trabajo como para seguir adelante. Simplemente no le compensaba.

Volvió a ver la tarjeta con el número que se suponía debía perseguir: 80, y le frustraba no recordar del todo a esa persona, pero le razonaba de alguna manera—como si hubiera tenido algún rol importante al momento de desencallar el barco y enfrentarse a la tormenta. Luego sacó su propio número, 76, y volvió a su lugar seguro para despejar su mente: los números.

76 más 80 igual a 156.

1 más 5 más 6 igual a 12.

1 más 2 igual a 3.

Por supuesto que no le servía de nada, pero despejó sus pensamientos lo suficiente como para darse la libertad de deambular por el barco hasta llegar a una parte en la que nunca había estado. ¿Quién sabe? A lo mejor todo esto era una señal para no comer por tres días. Fue allí donde para su suerte, que no sabría así definir como buena o mala, volvió a toparse con él a la distancia, quien tenía la mirada perdida en el horizonte.

Mika trató de dar media vuelta y retirarse, pero no logró pasar desapercibida. Él no le habló, mas su mirada le invitaba a acercarse en un insistente silencio, hasta que ella acabó caminando hasta él, sentándose en el barandal.

"¿Quién es tu número?" Preguntó sin recato.

"No eres tú," respondió él. No pretendía preguntarle lo mismo, y francamente prefería no saberlo. "¿Qué te da miedo de todo esto?"

Ella guardó silencio, sin saber realmente qué responder a esa pregunta. Pregunta que no había cruzado su mente hasta entonces. ¿A qué le temía realmente? Pensaba en cosas banales, en cosas como cuáles serían las calorías de los alimentos que pudiera encontrar en el bosque. Le temía a morir y dejar atrás un cuerpo demasiado gordo para su gusto. Pero esas no eran el tipo de preocupaciones acorde la situación.

"Deambular por días sin encontrar a mi número," respondió con un suspiro, fingido, calculado. "Vaya pérdida de tiempo que sería eso, ¿no?"

"Mentirosa." dijo él, negando con la cabeza.

"¿Y tú? ¿A qué le temes?" Si él pensó en responder, las circunstancias no se lo permitieron. Leorio llegó al lugar, y Mika prefirió retirarse casi instantáneamente. No estaba de humor para lidiar con él, especialmente después de todo lo ocurrido—bien puede que haya ido a buscarla al fondo del mar, pero no fue por él. No por él. Prefirió dejar pasar el tiempo hasta entrar al bosque y ponerse en busca del número 80.

¿Por qué le sonaba tan familiar?

En la isla deambuló por días sin toparse con nadie, y no sabía si eso era una bendición o una maldición. Un golpe a su ego. Vivió a base de agua de un río y de su orgullo, demasiado alerta y a la vez no lo suficiente. No se esperaba lo que estaba por venir.

Fue a las orillas de una cascada que vio a esa mujer semi-escondida en las alturas de un árbol, con su arma en mano apuntando a su presa, y fue al ver su rostro que la reconoció. Ella era a quien estaba buscando.

Sopezó las oportunidades y las posibilidades, buscando el momento propicio para acercarse—pero alguien se le adelantó. No sabe qué ocurrió primero, si el que Gittarackur surgiera de las sombras para atacar a la francotiradora, o que ciper errara el tiro. Fue una fracción de segundo que Mika tomó para acercarse de un salto y estirar sus brazos con rapidez hacia los bolsillos de la mujer.

Forcejearon, casi olvidándose de los demás presentes. Al ser luchadoras a distancia, de esas que obtienen su ventaja en las sombras, al permanecer ocultas esperando el momento para atacar, no intercambiaron ni golpes ni palabras, solo un veloz forcejeo. Una sincronía de esquivación que podía haber durado demasiado si no fuera porque aquel hombre intervino con un movimiento repentino. La mujer cayó al suelo con un sonido sordo al tiempo que su placa caía de su bolsillo y Mika se abalanzaba para cogerla mientras aún estaba en el aire. Fue en ese instante que pudo ver el vacío en los ojos del Gittarackur.

Tuvo miedo.

Podría haberla matado con facilidad y sin embargo se limitó a concederle una sonrisa macabra que le hizo sentir un fuerte escalofrío. No sabía si le entregara la posibilidad de seguir viviendo, susurrándole —ya sea por lástima o desinterés, por curiosidad o apatía— que valía la pena dejarla ir para luego darle la espalda y continuar la pelea inconclusa que tenía con aquel guerrero caído que rogaba por una última batalla de honor.

Se echó a correr, manchada por la vergüenza de no haber hecho nada en absoluto para lograr su objetivo, de que simplemente lo logró por una extraña compasión. Corrió hasta que le faltaba el aliento y su cabeza golpeteaba y hasta no poder del mareo o el ardor en su pecho. Se apoyó contra un árbol, sus piernas temblando, y fue allí donde divisó un par de caras conocidas. Quiso esconderse, pero su cuerpo no se lo permitía. Quiso acercarse, pero su orgullo se lo impedía.

No supo qué hacer, mas la decisión fue tomada sin su consentimiento. Leorio la vio. La vio y su cara de desagrado fue lo suficientemente grande como para que Kurapika también reparara en su presencia. Se miraron y acabaron acercándose, cruzando un par de palabras incómodas hasta que finalmente el rubio retomó esa pregunta que había dejado pendiente días atrás.

"¿Quién era tu número?"

"El 80. Esa chica que tenía buena puntería."

"¿Tenía?"

"Conseguí la placa por suerte, nada más. Está muerta. Fue así como la conseguí."

Contó eso con facilidad y luego titubeó sobre continuar, sopesando y negándose a contar la parte de que la avergonzaba. Prefirió callar y dejar al aire el motivo de su muerte, dejando que los demás se cuestionen si ocurrió por accidente, a manos de otro o de ella misma.

Quedaban cuatro días de los cuales ella bien podría haberlos pasado en soledad, pero sus planes fueron alterados en el momento en que, dentro de su cansancio, decidió no cuestionar a Kurapika cuando propuso que continuaran juntos—por el bien del grupo, para estar con personas que se podían ayudar mutuamente en la batalla.

"No," clamó Leorio. "Me niego. En ella no confío. ¿Quién dice que no nos hará algo mientras dormimos?"

"Te salvo la vida." Le recordó Kurapika.

"Puede ser. ¿Pero por qué siempre te pones de su lado?"

"¿Acaso no importa mi opinión sobre la situación?" Intervino ella.

"¡No!" Dijo Leorio con rabia, indispuesto a escuchar tan siquiera lo que tuviera que decir; lo que no era más que una posición vacía, puesto que ella había perdido el interés por todo. Solo le quedaba dejarse estar.

"Qué orgulloso." Rodó los ojos.

"... hagan lo que quieran. La verdad es que me da igual lo que pase contigo, independientemente de dónde estés." Dijo con despecho, buscando evitar el darle cualquier oportunidad para que ella juegue con su mente.

Tantos gritos me dieron hambre. Vamos a comer y de seguro así será más fácil olvidarme de que esta traidora está aquí."

Mika no podía entender cómo él podía encontrar una distracción a sus problemas en algo tan insignificante como la comida. Era una mente tan simple, tan patética. Ella miró al suelo, se mordió el labio y se dispuso a dar media vuelta. Más no pudo, ya que el rubio tomó su mano para evitar que se fuera. Como reacción instantánea, ella hizo un movimiento brusco para separarse del contacto. Su mano contra su pecho apretada con fuerza. Aún podía sentir cómo el calor le quemaba.

"Solo siéntate." Kurapika rodó los ojos y se instaló en el suelo, esperando a que ella hiciera lo mismo.

Ya iban tres días en los que no comía y se cuestionó si ese era el momento para empezar a hacerlo. Se quedó viendo el pedazo de pan que el muchacho le tendía y la incertidumbre se le hizo demasiado. ¿Cuánto era? ¿170? ¿230? ¿310? No podía con eso. Y es que cuando se deja de comer, se hace tan difícil volver a empezar. Hay un algo en el detenerse que te hace perder todo el ímpetu de comenzar. Se siente como algo sucio, como un fracaso, incluso siendo que antes era capaz de convencerse de que podía hacerlo sin problemas. Y es que a lo mejor sí podía, siempre y cuando fuera bajo sus propios términos.

Finalmente, tras un momento, quizás demasiado largo, cogió el pedazo de pan, despedazando una parte progresivamente para que las migas cayeran al suelo y se mezclaran con la tierra, y cortando trozos infinitamente pequeños, llevándolos a su boca con lentitud y masticando inconscientemente un número determinado de veces.

"Entonces, ¿ya encontraron sus placas?" Preguntó para desviar la atención, tanto de las miradas de ellos como de lo que generaba encontrarse en esa situación.

"Leorio aún no la encuentra."

"¡Hey! Yo puedo responder por mí mismo," refunfuñó. "Mi presa es el 246, por si te suena familiar."

Por supuesto que le sonaba familiar, recordaba a esa chica de la que se aprovechó en su momento dado. Esa chica que hablaba de temas triviales y que, en toda honestidad, Mika sentía más empatía por ella que por Leorio. Ponzu era una persona con la que no le molestaría pasar un breve momento en un tiempo delimitado, sobre todo si eso significaba tener a alguien que siempre pudiera tener a su favor.

El tiempo pasó y la noche llegó, dando paso a un incómodo encuentro con Hisoka. Fue allí cuando ella volvió a sentir una extraña cautivación por aquel muchacho rubio. Una cautivación personal y frustrante al ver a Kurapika tan en control de la situación; de sus palabras y movimientos.

"Depende de las condiciones," empieza él, "No será como en la ciénaga Numelle."

Ella quiso sonreír al escucharlo, al hablar con tanta seguridad, siendo o sintiendo un ajeno calor en sus mejillas, sus manos sudando levemente. Quiso achacarle esas sensaciones, esas reacciones corporales que no dependían de ella, al supuesto miedo que debía tenerle al mago. Más sabía que no era así. No, no era por eso.

Cuando finalmente se alejaron, ella podía sentir su corazón latiendo con fuerza. No por el encuentro por haber corrido, sino que impulsado por algo que venía desde dentro. Y ella lo odiaba. Odiaba eso y lo odiaba él. ¿Cómo se atrevía? Verlo tan en control no debía significar nada para ella. Y aún así, la simple idea de ello la cautivaba.

Maldito.

Se instalaron junto a un árbol con la intención de descansar, llegando a la conclusión de que lo mejor sería turnarse para dormir, cosa de no bajar la guardia de ninguna manera. Como era de esperarse, Leorio se opuso que Mika hiciera la vigilancia. Decía no confiar en ella mientras él estaba con la guardia baja. Así que, en resignación del resto de los presentes, ambos se dispusieron a dormir mientras Kurapica vigilaba. Mas ella no logró conciliar el sueño. Seguía demasiado ansiosa por todo lo ocurrido.

Se frotó los ojos y se puso de pie para estirarse un poco, porque si hay algo de lo que se sentía orgullosa, de lo que se sentía capaz y superior, era de su flexibilidad y sus reflejos en el cuerpo. Y ya está. Era consciente de que de mente era extremadamente rígida, demasiado para su propio bien.

"Deberías tratar de dormir." Le dijo él, mirándola de reojo con un leve asombro por la gracilidad de sus movimientos.

"Ya traté, no se pudo," respondió a la par que arqueaba su espalda hasta tocar el suelo.

"¿Cómo te sientes después de todo lo que ha ocurrido?"

"Podría preguntarte lo mismo." Ante eso él rió, clara y limpiamente.

"Es como si siguiera en estado de alerta," confesó. "No puedo dejar de pensar que hay algo al acecho listo para atacarnos de nuevo, incluso si sé que por el momento no será así.

"¿Tuviste miedo?"

"Pienso que tener miedo es una respuesta natural en una situación así, ¿no crees?"

"Pienso en la forma en que manejaste la situación," empezó ella, para desviar su pregunta, pensando en contarle una verdad, la mitad de la verdad. "Pienso que me sorprendió."

"¿Eso es algo bueno o malo?"

Ella se encogió de hombros y se sentó junto a él, quizás un poco más cerca de lo que le hacía sentir cómoda, menos aún con el comentario que estaba por venir.

"No has estado comiendo."

"Tú me has visto hacerlo," murmuró un tanto ofendida, y es que le era tan difícil no ponerse a la defensiva con esos temas. En el pasado nunca tuvo a nadie que la cuestionara y le resultaba exasperante que ahora estuviera ocurriendo. "—y eso qué se supone tiene que ver?

"Mucho," él apretó los puños. "¿Te das cuenta de lo que podría haber pasado si hubiéramos tenido que pelear? ¿Te das cuenta de lo que podría haberte pasado?

"No es como si me importara particularmente."

"¡A mí sí!" Mika se echó levemente hacia atrás, confundida por esa reacción que no le parecía acorde. Ella lo pensaba como alguien frío, alguien calculador, no como alguien que pudiera sentir rabia o frustración de esa manera. Algo estaba mal.

Si quieres conocer a alguien de verdad, busca a quien lo hace enojar.

"... ¿por qué?"

"Porque tú me importas, ¡maldición! ¿Cómo puedes ser tan descuidada?" Ella guardó silencio, sopesando sus palabras y él se mordió el labio con fuerza, inundado ya sea por vergüenza o arrepentimiento. "Perdona, no debería haberte gritado."

Ella era incapaz de recordar en toda su vida a alguien que le hablara de preocupación, de que ella valía lo suficiente como para ser capaz de, genuinamente, preocuparle a alguien. Había algo en eso que le molestaba, el que alguien la reconociera como un individuo y pudiera ver detrás de cada fachada y pretensión que se había creado. Le molestaba y le hacía sentir bien el pensar que eso le entregaba poder sobre él. A fin de cuentas, eso es lo que quiso desde un principio. Pero no así, no así. Algo estaba mal.

"Deberías reevaluar tus prioridades."

"¿Cómo puedes ser tan terca?" Negó con la cabeza, sus mejillas levemente enrojecidas ya sea por la frustración o aquella confesión.

"Me gustó cómo manejaste la situación de hoy," repitió, dando por zanjado el tema antes de admitir sus siguientes palabras. "Me gustó verte."

Ambos guardaron silencio, el aire cargado de nerviosismo e incomodidad. Fue un acto de valor o estupidez que Kurapica se aventuró a tomar la mano de Mika, al principio como un leve roce y luego con firmeza. Era distinto la primera vez que se encontraron en esa situación. Esta vez era genuino y sin pretensiones, sin buscar conseguir algo a cambio, a diferencia de cuando ella lo había hecho tras terminar la primera prueba.

Él intentó decirle algo que desconocía con ese gesto, y ella no hizo intento de apartarse. Simplemente se quedaron ahí, despiertos hasta el amanecer donde, ya a la luz del sol, hicieron un pacto silencioso de no mencionar nada de lo ocurrido. Ese momento se quedaba entre ellos.

En la mañana caminaron hasta la orilla de la playa donde se toparon con Gon, quien no dudó en ayudar hasta guiarlos a la cueva en la que se encontraba Ponzu. Leorio entró decidido, pero tras escuchar sus gritos todos se aventuraron en el lugar corriendo, donde descubrieron que estaban atrapados en la trampa del difunto Barbón.

"Las serpientes son mi animal favorito, ¿sabes?" Le comentó Mika a Ponzu con descuido mientras le aplicaba el antídoto a Leorio, como si no pudiera sentirse más indiferente frente a esa situación. "Junto con los gatos."

"Esa información no ayuda mucho."

"Tengo esto para ti." Rebuscó en su bolso y le entregó el espejo.

"¿Lo robaste?" Preguntó, cayendo en cuenta de que Mika ahora tenía un pendiente en cada oreja.

"No es robar si lo dejan abandonado." Se encogió de hombros.

Fue gracias a Gon que lograron salir de ese lugar. Fue gracias a ese muchacho que se alejó corriendo apenas dejó a sus amigos recostados con la seguridad de que no tendrían problemas para despertar—y así fue poco después. Tanto Kurapika como Leorio recobraron la conciencia. Sin embargo, no parecía que Mika fuera a hacerlo dentro de lo pronto.

"Es por ser tan esquelética," soltó Leorio con un bufido. "A su cuerpo le va a tomar más tiempo eliminar la toxina. Deberíamos dejarla aquí. Si tiene suerte, se despertará a tiempo para llegar."

Kurapika negó con la cabeza y sin decirle una palabra cogió a la muchacha para llevarla hasta el punto de encuentro a orillas de la playa, con la esperanza de que despertara pronto. Sí, ella le importaba, incluso más de lo que estuviera dispuesto a admitir.


Nota: Ha pasado muchísimo tiempo. Actualmente no tengo ordenador y escribir estas cosas en el móvil es toda una hazaña, pero intentaré ser más proactiva al respecto. Muchas gracias a todos por leer 3