AVISO: NO APTO PARA MENORES...

Subí del sótano al piso principal. Mi madre estaba sentada en la cocina con el té servido, y me convidó. Llevaba varios días más tranquila de lo usual, y diría que cuerda. Sus ideas sonaban momentáneamente razonables. Tampoco se extrañó de la historia que le conté. Ella en el fondo sabía que todo lo que habíamos hecho podía haber sido en vano. Candy jamás aceptaría lo que le estábamos ofreciendo, y aunque le desilusionaba, estaba dispuesta a todo por verme feliz. Pero verme feliz a costa de qué.

"Hazla tuya", me decía con total indiferencia.

"Nunca lo aceptará".

"Pues drógala. Si pierde al niño, mejor. Quizás podamos lograr que se embarace con el tuyo más adelante".

"No creo que sea posible a su edad. Será perderlo para no tener más. De todos modos, la deseo, y sí, quiero hacerla mía, con niño o sin él".

Eleanor a eso se levantó de la silla en la que estaba sentada.

"¿Lo ves? Llevas demasiado tiempo sin cumplir tu deseo. Si la tomas ahora, ella cederá en su tiempo, y si no lo hace, pues es su problema. Puedes usarla mientras dure. Eres hombre y demás está decirte que demasiado atractivo. Ella no se resistirá eventualmente".

Quería creerlo sinceramente. Pero la verdad es que no me atrevía ni a acercarme. Candy me despreciaba, y eso era más de lo que podía tolerar. Tampoco quería obligarla. Pero eso que me decía mi madre aumentaba tenía sentido, así que cuando terminé el té, le dije que no me interrumpiera y que nadie se acercara allí.

Del cuarto del lado, me despojé de mi ropa. No, ya no podía más. Y desnudo, me fui hacia la cama del cuarto donde estaba ella, y me le acosté a su lado. Cuando me vio, comenzó a gritar y a llorar desesperada. Sabía que había hablado con mi madre, y ese había sido el resultado. De una halada, sin embargo, se soltó de un lado con tal fuerza, que me dio en el pecho con la mano suelta. De ahí, comenzó a desatarse, hasta que quedó libre. Y agarró una madera suelta en la habitación, y comenzó a amenazarme con ella. Nadie la iba a amarrar más, así que yo salí en ese momento, pues ella no iba a vacilar en golpearme ahora que se había soltado. La encerré en el cuarto, y comenzó a gritarme desde adentro.

"Terence, escúchame de una vez y por todas. No voy para California, y no voy a tener relaciones contigo así seas el último hombre en la tierra. Siempre te recordé con cariño, pero esto se pasó. No voy a tener reparos en reportar este secuestro y encierro, así que lo mejor es que me dejes ir por las buenas".

Mientras subía la escalinata luego de colocarme la ropa, podía escuchar como sus gritos desenfrenados desaparecían en la distancia. Candy no se iría por propia voluntad con nosotros, así que, definitivamente habría que obligarla. Pero…

Al otro día, la mucama regresó sola a la habitación y encontró a Candy totalmente desamarrada, con hambre, pues llevaba muchas horas sola, y bañada en sudor. Le levantó la madera a ella, como para golpearla, pero al darse cuenta de que era Dora, la dejó caer sobre la cama. De hecho, llevaba días hablando con ella, a escondidas y planificando la escapada entre las dos.

Dora le había comunicado lo que había pasado con la policía semanas antes, y le decía que pensaba que había vigilancia de parte de su esposo en el área. Pero no había forma de ella salir, y eso probablemente se le hiciera raro a la policía. Así se darían cuenta de que ella estaba presa también en la casa, sin hacer mercado, ni compras. Candy le había pasado la información, pero como no podía salir a la calle y llamar, había optado entonces por dejar mensajes en el jardín, escondidos en porrones y tiestos, con la esperanza de que algo pasara, pero en esos días, todos sus mensajes estaban donde los había colocado. Claro, tendría que buscar la manera de dejarlos en la entrada, porque definitivamente, el jardín trasero no estaba a la vista, pero fue un buen intento de su parte.

Más allá, Terry y la madre se apostaban cerca para escuchar las conversaciones entre Candy y ella. También revisaban que no tuviera algo que delatara cualquier intención de ayudarla a escapar. Lo que se les fue ese día es que Dora le traía cosas con las que ella pudiera armar el rompecabezas día a día. Ese día le entregó una copia de servicio de la llave del cuarto en el que estaba encerrada entre los alimentos que le servía, y se la dejó. Ya tenía la de la puerta del sótano, pero esa no pudo dejársela mucho tiempo. Días después, le llevó la de la puerta del jardín trasero. Esa era la única vía de escape para Candy. Pero Eleanor se la pidió más adelante, pues era la única, y ella, sospechando, le pidió que arreglaran el jardín trasero. Para suerte, le dio el tiempo suficiente para recuperarla. La pobre Candy no podía salir, aunque tuviera las llaves en sus manos, pues la vigilancia le limitaba el movimiento.

Desde el jardín, por cierto, sólo se divisaba el garaje donde estaban los autos. El mismo estaba cerrado, así que tampoco se veían los dos vehículos ahí guardados. Para todas las apariencias, la mucama era la única persona que estaba allí, aunque no la habían visto salir ni una vez. De pronto, supusieron que había una entrada y salida trasera, y que, por eso, no veían a nadie salir del frente de la casa. Pero lo dejaron, en parte, pasar, pues también supusieron que alguno de los vecinos traseros los ayudaba con sus necesidades. De por sí, todo el que estaba allí era un virtual preso. Colocaron entonces la vigilancia también en la parte trasera, aunque de forma disimulada.

Albert fue uno que pensaba bien todo, y planificaba de acuerdo con lo que conocía de Terry, como para saber que no pondría a Candy en peligro, y que la protegería, aunque eso también era un planteamiento que se llevaba al pecho todas las noches. Había optado por hacer planes, y cambiarlos día a día. Candy iba a tener un bebé, eso ya lo sabía, y no podía arriesgar ni a hijo ni a madre. Por eso, las cosas cambiaban constantemente.

…..

La sorpresa ocurrió días después, cuando dos figuras, un hombre y una mujer, se apearon de un taxi frente a la casa. La mujer llevaba su largo cabello rubio, suelto, y el hombre llevaba gafas, un sombrero y una bufanda. Las dos figuras portaban maletas y, al tocar la puerta, fueron recibidos aparentemente por la mucama, aunque fue mi madre con una peluca y vestida de este modo, por si había alguien pendiente afuera. Era muy difícil saber si lo que parecía ser cierto, que los señores habían llegado a la casa. Una vez adentro, los dos actores se deshicieron de sus disfraces, y comenzaron su transformación para despistar a los agentes que sabíamos que estaban afuera. De pronto, comenzamos la supuesta rutina de hacer mercado y las cosas que no habíamos supuestamente hecho hasta entonces. De hecho, hubo que mover fechas, para que la trampa no fuera descubierta, y claro, luego de la conversación previa que tuve con mi madre. Y nos habíamos hecho a la idea de sacar los vehículos y subirnos con la mucama, de modo que los dos actores sacaran a Candy de la casa tan pronto saliéramos con la Dora disfrazada en el otro vehículo, y horas después.

Parecía perfecto el plan, excepto que Dora era más alta que Candy, al menos tres pulgadas. Pero en la distancia, quizás no se darían cuenta. Por otro lado, lo mejor quizás pensaron que sería taparla completa, para que los agentes no la vieran, y creyeran que era ella. También contaban con la idea de que quizás la mucama podía delatarlos de algún modo, pero lo descartaron, porque en todo ese tiempo, ella no había podido cruzar el umbral de la puerta. Y en el patio trasero, no había forma de que los agentes se acercaran, aunque sabían que Dora había intentado dejarles cosas allí. Digo, no podían asegurarlo, pero las sospechas estaban ahí, vivas.

Los Ángeles era el destino final. Una vez allí, podían confundirse con la multitud de estrellas que pululaba la ciudad. Candy se quedaría encerrada en la casa, como una presa, hasta que aceptara las condiciones de su libertad, que incluían que pidiera el divorcio de su esposo, la custodia de sus hijos y que aceptara casarse con Terry. No era un trato tan malo que no pudiera darle hijos. Lo importante es que ella estaría para siempre con él. Aún si lo despreciaba en ese momento, aprendería a amarlo, como lo hizo antes. Candy le decía que prefería estar muerta, pero eso era la rabia del momento. Ya lo superaría.

Tanto estuvo Eleanor para convencerlo de que vería un corazón enamorado de parte de su amada, que no le quedó dudas de que aplacaría la rabia que Candy sentía por él en ese momento. El amor tomaba tiempo y él le enseñaría a amarlo. De eso no le quedaba ninguna duda.

….

Annie no hablaba hacía varios días del asunto de Candy, y eso le preocupaba a Patty. De pronto, se dio cuenta de que lo que había hecho para salvar a Candy podía ser el final de algo que le convenía, según su mente, más que a Candy. Terry había probado que la amaba hasta el fin, y eso era lo que se necesitaba. Albert había engañado a Candy, haciéndole pensar que lo amaba, pero ella sabía la verdad, y para entonces, las dudas eran cada vez menores. Y así, un día, con Patricia, dijo como pensando en voz alta:

"Yo creo que Candy va a estar bien. Terry la ama y no le haría daño".

Patty levantó la vista de su tejido en ese momento, y le contestó:

"Sabes que yo creía eso mismo antes, mucho antes, pero ahora pienso diferente. Candy ama a Albert, y creo que desde siempre".

"Esos son pamplinas, Patty. Tú sabes cómo nuestra amiga quedó después del asunto de la Susanna esa. Ellos debieron de vivir su amor. Sí, ahora me arrepiento de haberle dado los datos a Georges sobre lo que pasó en el hospital en Londres. Eso no fue un secuestro después de todo. Candy se fue porque quiso, y ahora no quiere regresar. Ella ama a Terry y quiere estar con él".

Patricia hizo un gesto de resignación con la cabeza, y ambas no se percataron de la presencia de Albert en el salón. Eran las 5 de la tarde, y Albert llegaba de NY, con un corto séquito. De pronto, no hizo ningún gesto, aunque ambas mujeres se dieron cuenta de que él estaba presente. Siguió camino hacia la cocina. Annie comentó:

"Es mejor para él que se entere de lo que pasa", dijo con resignación.

"Annie, creo que estás equivocada. Candy está secuestrada. Ella ama a Albert. Ya tú has visto lo mucho que ellos se aman y comparten".

"Son amigos desde hace tiempo, pero el amor es otra cosa. Candy no pudo vivir su fantasía de amor con Terry, y pienso que ahora lo está haciendo y no quiere regresar".

Patty seguía negando con la cabeza, pero sabía que no iba a convencerla. La verdad es que todos ellos, en algún momento, creyeron que la felicidad de Candy era Terry, pero el tiempo había pasado, y esa herida parecía haber sanado. Es más, ella apostaba a que su amor por Albert, aunque más sedado y maduro, era perfecto. Ellos se demostraban su cariño día a día. De verdad que no pensaba que lo que decía Annie fuera cierto, y con esto en mente, se dirigió a la cocina, donde pensaba que estaría Albert.

Cuando llegó allí, lo encontró solo en la mesita de la cocina, comiendo algo. Patty entró de pronto, como pidiéndole permiso.

"Ven Patricia, y comparte este bocado conmigo".

Patricia se sentó a su lado, pero las palabras no le salían. Albert fue el que comenzó la conversación.

"Así que Annie piensa que Candy aún ama a Terry", preguntó directamente.

Patty tomó aire. No sería una conversación fácil.

"Albert, aunque no pienso que sea cierto eso, la realidad es que Annie tiene un punto. Candy y Terry nunca vivieron su historia de amor, y quizás por curiosidad, Candy podría ceder, no sé".

Albert parecía tranquilo, aunque en el fondo, eso era lo que más temió desde siempre de su relación con Candy.

"¿Tú lo crees?", preguntó también aparentemente tranquilo.

"No, aunque Annie me haga dudar. Yo no pienso que Candy sea capaz de ser infiel, y más, por todo lo que han pasado para estar juntos. Annie conoce la historia, pero me parece que está proyectándose más con Candy de lo que pensamos. Ya sabes todo lo que pasó con Archi. Es simple frustración".

Eso tranquilizó un poco a Albert, pero no lo suficiente. La realidad es que ese fantasma siempre estuvo ahí. Nunca fue fácil convencer a Candy de lo contrario, y más porque todo parecía estar en su contra. Nunca pudo provocar ese tipo de pasión en su esposa, y él lo sabía.

"Te voy a decir algo que pensé incluso antes de ese intercambio de Annie y mío. Si eso que ella dice fuera cierto, Candy ya te habría pedido el divorcio y la custodia de los niños. Ella no lo hará, aunque quieran forzarla. No quiero sonar dramática, pero ella preferiría morir antes de ceder".

"A lo mejor, como dices, quieren obligarla".

"Candy no se va a dejar. Candy no ama a Terry. De eso estoy segura. Confía en ella".

Le terminó, dándole una palmadita en el hombro. Albert dio un suspiro casi imperceptible para Patty, y ella misma salió convencida de lo que decía. Él esperó, sin embargo, unos minutos para dirigirse al salón donde estaba sentada Annie. Ella seguía en su tejido. Albert entró sigiloso, en espera de que ella levantara la vista y lo viera, lo que hizo después de unos segundos.

"Entra, Albert. Creo que nos debemos esta conversación".

Albert entró y se sentó el otro extremo del sofá. Annie le sonrió con algo de compasión.

"Sé lo que piensas, especialmente de mí, después de escuchar lo que le dije a Patty, pero no termina de ser cierto del todo. Candy creo que se siente libre ahora, y sería un poco egoísta pretender que esto no está pasando. Me parece, mi querido Albert, que debes darle la libertad, para que ella pueda hacer lo que su alma desea desde hace tiempo".

"Entiendo", le dijo Albert bajando en algo la vista, pero con la misma mirada serena que siempre lo caracterizaba.

"Quita la vigilancia, y deja que ella sea feliz. Después de todo, te quedarás con tus hijos y tus recuerdos. Si quieres voy, y hablo con ella, y le digo que quieres darle el divorcio… Sí, sé que será un escándalo, pero conociendo a Candy como la conozco, no creo que le importe demasiado".

"Patty no cree eso…", dijo con voz baja, pero reconociblemente afectado.

"Albert, Patty no conoce a Candy como la conozco yo, y te puedo asegurar desde el fondo de mi alma que ella anhela estar por fin con Terry. Y no, no es algo que me haya dicho. De hecho, durante mucho tiempo me ha hecho pensar que es feliz, pero ella merece estar con el hombre que ama desde el día que lo conoció. Por favor…", le dijo Annie en tono suplicante. "Dale el divorcio, y así ambos tendrán paz. Tú también mereces estar con alguien que te ame, te respete y quiera estar contigo".

Las palabras de Annie resonaban en su corazón como dardos, pero aún y todo lo que había vivido con Candy, lo más que siempre deseó fue su felicidad. Así que, sin pensarlo demasiado, impulsivamente, le dijo.

"Quitaré la vigilancia, como dices, y solicitaré que te dejen entrar para que hables con ella. Ahora mismo le diré a mis abogados que redacten la sentencia de divorcio, y así darle a Candy esa oportunidad de estar con Terry si ella quiere".

"Ella quiere, Albert… Y gracias… Eres un gran hombre, ¿sabes? Ya encontrarás una mujer que sepa valorarte, como mereces", le terminó Annie, toda emocionada.

"Te voy a dar una carta con el visto bueno, para que Terry y su madre te permitan entrar a su casa. Así también corroboras de una vez por todas si Candy está allí, como sospechamos. También yo le escribiré como despedida, y así nos ahorramos las escenas dolorosas… Y ahora, excúsame. Debo ir a reflexionar mis próximos pasos"

Annie le dio su visto bueno tratando de que él no se diera cuenta de que su rostro lleno de dolor había calado en ella. Y así, varios días después, llegó Albert, luego de llorar su dolor toda esa noche, tanto con los papeles para acelerar su divorcio, su carta para Terry y su madre, y otra para Candy con una sorpresa...

Continuará...