FUTURO EN EL PASADO
XXVI.
Rin observaba en silencio mientras continuaba pasándole a la anciana Kaede paño tras paño, no tenía palabras para describir la escena, en los años que había ayudado a Kaede a traer a bebés al mundo, nunca le había tocado ver algo como lo que tenía delante, aquella escena sangrienta y devastadora, sí, Sango había tenido un hermoso bebé, pero ¿a qué costo? ¿su vida?
–Rin –le llamó Kagome.
–¿Sí? –contestó mientras le pasaba otro paño a la anciana Kaede.
–Necesito, necesito que me reemplaces –dijo ya sin sentir sus brazos de tanto esfuerzo, al ver la cara de terror de la muchacha añadió–, no es difícil, sólo tienes que seguir un ritmo, un dos tres y presionas así –le enseñó mientras Rin se acercaba.
–De acuerdo –no parecía complicado, en todo caso Kagome se veía ya muy cansada.
Kagome tenía la cabeza echa un lío, no entendía cómo las cosas habían acabado así, ni siquiera alcanzaba a entender lo que Miroku podría estar sintiendo en aquel momento, tenía a su hijo, pero ni siquiera tenía la certeza de que tendría a su esposa, pero sí que presentía que al igual que ella se sentía impotente, el no poder hacer nada por ella era lo peor. Kagome tenía la sensación de que no estaba haciendo nada, más que atrasar lo inevitable. De pronto, algo en su mente conectó, una solución, quizá había encontrado la solución, una chispa de esperanza se encendió en ella, ya sabía lo que tenía que hacer. Ni siquiera volteó a ver a Rin ni a la anciana Kaede, salió corriendo de aquel lugar, tan rápido como sus piernas se lo permitían.
–Esa era la señora Kagome –dijo sorprendido Kohaku, mientras Miroku se limitó a ver como la mujer iba desapareciendo a lo lejos, no entendía que pasaba, pero al menos a Miroku, aquello le dio un poco de esperanza, podía ver que Kagome no se había dado por vencida.
Dentro de la casa la anciana Kaede y Rin se quedaron sorprendidas de ver a Kagome salir corriendo de ahí, al principio a la anciana Kaede se le ocurrió que aquello era demasiado para Kagome, pero después pensó que quizá había encontrado una forma de ayudar a Sango, aunque no estaba segura de si podría llegar a tiempo.
La anciana Kaede comenzó a notar que la sangre comenzaba a disminuir, pero para ella no fue una grata sorpresa, pues con la cantidad de sangre que había perdido, lo más probable era que la disminución se tratase porque Sango no tenía más sangre en su cuerpo.
Un silencio abrumador reinó en el lugar, tan sólo era interrumpido por la cuenta que llevaba Rin al hacer las compresiones.
–Rin –la llamó la anciana Kaede. Rin la volteó a ver y la anciana negó con la cabeza, no, aquello no podía ser.
El cuerpo inerte de Sango estaba en medio de ellas dos, la piel tan pálida como el papel dejaba claro que ya no había más sangre recorriendo su cuerpo; las lágrimas de impotencia corrieron por sus rostros, mientras se veían la una a la otra, sabiendo que ya no había nada más que hacer.
–Sólo soy una maldita anciana que no ha sido capaz de salvar a esta pobre muchacha, a esta mujer que apenas comienza a vivir, ¿para qué he vivido tantos años? Si no sirvo de nada –la rabia y la impotencia se arremolinaban dentro del cuerpo de la anciana Kaede, quien no paraba de farfullar en voz baja.
La anciana Kaede no podía dar crédito a lo que veía, no podía creer que en verdad Sango estuviese muerta, su cuerpo aún se encontraba un poco tibio, pero su corazón había dejado de latir, su mente había partido de este mundo hacía ya tiempo, bajó la mirada incapaz de continuar viendo a Sango, el piso, aquel piso se encontraba cubierto de sangre, sus manos estaban llenas de sangre también, su ropa, todo, tanta sangre, nunca le había afectado ver tanta sangre, podía escuchar la respiración entrecortada de Rin y sus sollozos contenidos, qué horror, qué terrible escena. La anciana era incapaz de apartar la vista de sus manos, aquellas manos llenas de sangre que habían sido tan inútiles, que no habían logrado detener el sangrado, suspiró cansada, cansada de la vida o de aquella situación, harta de todo miró a Sango, aún tenía las piernas abiertas ante ella, la piel pálida y los ojos entre abiertos, parecía como si estuviese pidiendo ayuda, se levantó entonces con pesadez y le cerró las piernas, acomodó su bata y la cubrió con las sábanas, tendría que cambiarlas, estaban llenas de sangre.
