FUTURO EN EL PASADO

XXX.

Kagome sintió un alivio casi inmediato al percatarse que Sesshomaru la ayudaría, al darse cuenta de que había aceptado ayudar, ayudar en un asunto que nada tenía que ver con él, claro que se preguntaba el por qué, pero tampoco tenía cabeza para pensar demasiado en el por qué, se conformó con saber que quizá era que al igual que Inuyasha, Sesshomaru poseía un corazón bueno muy a su pesar.

Mientras había estado corriendo en medio de aquel bosque iba pensando en cómo lograría que Sesshomaru aceptara ayudar, pensó inmediatamente en que tendría que darle algo a cambio, algo que quisiera, ¡claro! La espada de Inuyasha, no era lo más correcto pero sí era lo más obvio, Inuyasha lo entendería, tendría que entender que tenía que entregarle su espada. Ahora respiraba aliviada al saber que no tendría que hacer que Inuyasha renunciase a su espada, aún a sabiendas de que Inuyasha entendería las circunstancias.

La noche comenzaba a desvanecerse, en menos de una hora seguramente podrían ver el Sol iluminando el día, la cabeza le daba vueltas a Kagome, era como si su cuerpo avanzara por pura inercia, por ello cuando sus ojos veían que la aldea se encontraban a unos metros solamente, su mente no entendía nada, hasta que al fin lo entendió, habían llegado, finalmente, parecía que la noche había sido eterna, que el camino no terminaba, el corazón se le apachurró nuevamente al recordar el cuerpo sin vida de su amiga.

El monje Miroku se había sentado ya para esas horas, sus hijas se habían ido a dormir en la casita de enfrente, mientras Kohaku y Jacken estaban recargados dormitando, la noche había terminado y Miroku aún no tenía la fuerza para entrar a la casa y ver a Sango, algo le decía que aquel silencio no era bueno, aquel silencio era una mala señal, por eso, no quería entrar, se negaba a entrar y ver a su amada esposa ahí, probablemente sin vida ya; no, se negaba a verla así, se negaba a dejar escapar la esperanza de su cuerpo, no, se quedaría afuera junto a su hijo, esperando, esperaba ver a Kagome regresando con algo, con ayuda, con lo que fuera, la esperaba para seguir teniendo fe o simplemente perder toda esperanza.

Kaede y Rin estaban en una esquina cada una, se veían a ratos, ninguna de las dos sabía qué decir o qué hacer, ya habían terminado de limpiar el lugar, habían cambiado las sábanas y hasta la bata de Sango, ya no había nada que hacer, pero se negaban a dejar el lugar, o quizá era que ninguna de las dos podía moverse, la adrenalina había pasado y ahora sólo quedaba la desesperanza, la desesperanza ilustrada en el empalidecido rostro de Sango.

La anciana Kaede se negaba a pensar en lo que había pasado, pero sus pensamientos la continuaban torturando, no entendía cómo había pasado todo aquello con tal rapidez, nunca había presenciado algo así, claro que algunas mujeres llegaban a morir, pero nunca así, nunca de aquella forma tan cruel; Kaede suspiró agotada, esperando algo, a Kagome o lo que fuese, rezaba para que Kagome regresara con lo que sea que hubiese ido a buscar.

Rin tenía la mirada perdida, no lograba asimilar lo que había ocurrido, sentía una tristeza tan profunda que se preguntaba si algún día aquella tristeza la embargaría por completo, el pecho le dolía, tenía ganas de llorar, pero no podía hacerlo, si lo hacía no podría parar, no podía desmoronarse ahora, no cuando quien tenía todo el derecho de desmoronarse continuaba afuera esperando, anhelando alguna noticia, aunque seguramente ya habría intuido el resultado.

La joven de cabellos castaños se prometió en aquel instante, que haría todo, todo cuanto estuviese en su poder por ser feliz, lucharía por aquello que quería, lo haría, tenía que hacerlo porque si no ¿qué sentido tenía vivir?

—¡Amo bonito! —gritó Jacken fuera de la casa causando que dentro de ésta ambas mujeres se voltearan a ver al instante y un brillo de esperanza se dibujase en su rostro.

—La espada... —murmuraron ambas sintiendo que el corazón se les aceleraba ante la expectativa de que aquello tuviese solución, de que con un movimiento de espada la vida de Sango fuese restaurada.

Hasta aquel momento Kagome no había sentido ninguna molestia en su hombro, pero ahora estando ya a unos metros solamente de Sango, comenzaba a dolerle, como si se hubiera golpeado, quizá así había sido, no estaba segura, había estado corriendo como loca por el bosque de noche; aquello no tenía importancia, ese dolor no tenía la menor importancia pues había logrado traer a Sesshomaru, había traído ayuda, había traído la solución se decía.

Kagome pudo sentir la mirada de Miroku y de Kohaku encima suyo, pero no era momento de dar explicaciones, tenían que entrar a la casa y traer de vuelta a Sango, sentía un nudo en la garganta, abrió la puerta y ambos entraron dejando afuera a Miroku tan destrozado que le era imposible voltear a verlo; Sesshomaru sintió de inmediato aquel nauseabundo olor a sangre y muerte extendido por todo el lugar ¿cuánta gente había muerto? Se preguntó el youkai.

Un parpadeo bastó para que Sesshomaru se pusiera frente a la mujer de su hermano y la cubriera con su cuerpo, en aquel momento pensó ¿en dónde se encontraba el inútil de su hermano? Él era quien tendría que cuidar de su mujer.

¡BUUUMMM! —resonó por todo el lugar.