Legado

Cuando nació el nuevo heredero de los Seis Ojos, Kasumi supo que era hora de regresar. Poco imaginó que su corazón podría volver a latir. El problema fue que Satoru Gojo no era alguien que pasara por su vida como una suave brisa. Él era una tempestad que lo puso todo de cabeza. Un voto vinculante. Un legado secreto.

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Siempre juntos

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«Lamento que hayas sido tú la que fue… bendecida de esta forma. Tu alma es pura y tu corazón demasiado bueno, temo que se quiebren ante las inclemencias del tiempo.»

«Si hay algo que deseo para ti, es que mantengas ese espíritu inquebrantable.»

El sonido de las chicharras inundó sus oídos sacándola del mundo de los sueños. Parpadeó aclarando sus ojos y dirigiéndolos a la ventana de su habitación. Los rayos del inclemente sol de verano pasaban a través de las finas cortinas, calentándole la piel.

Hacía demasiado tiempo que no soñaba, aunque en este caso, se trataba del recuerdo de la última conversación que mantuvo con su hermano menor. Incorporándose en la cama, apartó las sábanas y se sentó mirando el paisaje soleado frente a ella. Adoraba los árboles de cerezo que se extendían por toda la enorme propiedad. Aún absorta, repasó en su mente las palabras de Sota. No importaba cuánto tiempo pasara, siempre habría personas, situaciones y palabras que se quedarían adheridos al alma. Aún a pesar de…

—Las inclemencias del tiempo…

Se vistió con un pantalón negro ajustado y una playera ancha del mismo color y se dirigió a la habitación donde dormía su nuevo... Propósito.

Golpeó la puerta suavemente solo por cortesía e ingresó con seguridad. Todo estaba en penumbras, gruesas cortinas cubrían las ventanas impidiendo que pasara la luz del sol.

Lo primero que hizo fue correrlas y abrir las ventanas de par en par para que entrara la brisa veraniega.

—Buenos días —dijo con una sonrisa y se dio la vuelta.

Unos enormes ojos azules la evaluaban, seguramente midiendo su energía maldita.

Creía que se había preparado para volver a ver una mirada así, los resplandecientes ojos celestes del portador de los Seis Ojos del Clan Gojo, pero el impacto fue tan fuerte que la dejó sin aliento, con la boca seca y el corazón palpitante.

—¿Quién eres? —preguntó el futuro heredero del Clan, incorporándose en la cama—. Eres débil.

Entendió la amenaza velada de esa afirmación. Él le estaba advirtiendo que necesitarían algo más que a ella para siquiera poder matarlo, si esa fuera su intención. No sería la primera vez que atentaran contra la vida de los hechiceros del infinito.

Caminó hacia a la cama y se dejó caer al suelo, apoyando sus antebrazos en el colchón, a unos centímetros de él, quien no dejaba de mirarla sin vacilación a los ojos y eso solo la hizo sonreír. Era un niño precioso, con unos ojos demasiado grandes para ese pequeño rostro, rodeados de tupidas pestañas, sus mejillas levemente sonrosadas por el sueño y su cabello corto desordenado. Todos los Gojo resultaban ser fotocopias en todas las épocas.

—Mi nombre es Kasumi —se presentó, tocándole con el dedo la punta de su pequeña nariz —. Y sí, para alguien como tú, soy débil.

Él apartó el rostro, extrañado ante la cercanía y ese mínimo contacto físico. Su infinito no se había activado...

—¿Eres parte del personal? ¿No te han dicho que no puedes dirigirme la palabra?

La mujer apoyó la mejilla en sus brazos e hizo un mohín.

—¿En serio esa es una de las reglas? —el niño asintió —. Vaya, qué tontería. Creo que ahora entiendo más aún el por qué a veces es bueno romperlas...

—Vete antes de que te descubran y asegúrate de repasar mejor los requisitos. Tu vestimenta tampoco es la apropiada.

Kasumi lo miró con curiosidad. Tan pequeño y tan serio.

—Tienes sólo seis años, pero ya me regañaste e impartiste órdenes —le dijo riéndose—. Veo que es una característica de los Gojo imponerse, independiente de la edad —se puso de pie y le dio la espalda, mirándolo sobre su hombro—. Lo bueno es que yo tengo carta blanca aquí, soy algo así como tu… mm… mentora, supongo. No pongas esa cara —recriminó cuando una expresión de desconcierto cruzó el rostro del niño y se señaló a sí misma—, soy más fuerte de lo que crees o puedas percibir.

—No lo parece.

—Qué cruel —se quejó Kasumi pero luego le sonrió—. Vístete, vamos a salir. ¿Necesitas ayuda?

El niño se quedó viéndola en silencio, así que Kasumi se acercó con toda la intención de ayudarlo. Cuando tomó el borde del cinturón de su liviana yukata para desatarlo, él se apartó.

—Puedo solo.

La ternura la llenó cuando lo vio pararse de la cama. Tan pequeño, pero tan independiente. Resultaba adorable. Fue hacia la puerta para darle la privacidad que él estaba esperando y le sonrió antes de salir.

—A partir de hoy, vamos a estar siempre juntos, Satoru.

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Esa mujer era extraña... y eso era decir poco.

Ella no había soltado su mano en ningún momento. El contacto físico no era algo habitual para él y no podía sentirse más confundido por cómo se estaba desarrollando ese día.

Lo había prácticamente arrastrado a un centro comercial y estaba entrando a tiendas infantiles para comprarle ropa, argumentando que no tenía más que atuendos formales y que necesitaban ampliar el repertorio de su armario. Le sugirió que se vistiera con lo primero que habían comprado, que era un short negro, y una playera blanca y él accedió porque sentía que desentonaba en ese lugar con su yukata celeste. Se sentía tan ajeno...

Al principio le siguió el juego, pensó que los detendrían antes de que siquiera atravesaran las puertas que conectaban la finca del Clan con unas largas escaleras que conducían al exterior, pero nada de eso sucedió. Cruzaron las puertas de salida, custodiadas por el personal de seguridad y los saludaron educadamente sin hacer ningún cuestionamiento de por qué lo llevaba con ella.

Extraño, muy extraño. La observó atentamente y no notó nada especial. Su energía maldita era moderada, nada destacable como para que confiaran tanto en que ella sería una escolta decente.
No estaba acostumbrado a salir de la gran finca y, si lo hacía, era con un contingente de seguridad a sus espaldas y a lugares aburridos llenos de ancianos que hablaban muchas cosas que no entendía. Ni de cerca había visitado nunca un lugar tan bullicioso y lleno de gente como aquél. La información que captaba su cerebro era enorme. Estaba lleno de energía maldita por todos lados, el ambiente era pesado y abrumador, nada tenía que ver con el aire purificado del Clan. La gente de su alrededor desprendía torrentes constantes de energía maldita. Estaban en todo lugar, en todas direcciones. Podía ver cómo iban formándose pequeñas maldiciones de diversas apariencias que se alimentaban de las emociones de su alrededor. Era desgastante sentir su cuerpo en guardia a los 360 grados, no podía evitarlo… Pero había tantos colores, tantos aromas y sonidos nuevos para él. Sus ojos curiosos captaban todo a su paso. Gente riendo, jóvenes tomados de las manos, besándose, abrazándose. Había niños riendo en voz alta y parloteando animadamente. Hablaban mucho con sus acompañantes y ellos parecían escucharlos. Además de las personas que desprendían energía maldita, había otros que parecían estar bien. Todos parecían muy... felices.

Estaba tan distraído mirando a su alrededor que cuando la sintió acuchillarse frente a él con una sonrisa enorme, invadiendo su espacio personal, casi se cae de espaldas, pero ella lo sostuvo, manteniéndolo cerca, demasiado cerca. Lo rodeó un aroma dulce muy agradable.

—Es la primera vez que estás en un lugar así, ¿cierto? —él asintió —. ¿Te gusta?

Lo cierto era que no sabía cómo responder. Su sistema nervioso estaba recibiendo demasiada información como para pensar; pero cuando escuchó un nuevo alboroto y muchas risas a su alrededor… volvió a asentir, respondiendo la última pregunta.

—Puede resultar un poco sobrecogedor ver tanta gente después de mucho tiempo de soledad, a mí también me pasó un par de veces. Pero lo mejor va a ser que te acostumbres a recibir estímulos constantes en el ambiente.

Ella todavía lo mantenía muy cerca con su rostro a la altura del suyo. Cuando sus ojos se encontraron, los azules de ella se llenaron de algo que él no había visto nunca en nadie y lo dejó completamente perplejo cuando se acercó, dándole un sonoro beso en su mullida mejilla. La joven se puso de pie y volvió a tomar su mano para llevarlo a otro lado, mientras que Satoru tocaba el lugar donde había recibido ese beso.

Qué sensación extraña.

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—Ten —sentados en una banca de un parque cercano, Kasumi le pasó un cono de helado a Satoru—. Te gustará.

El niño lo agarró y comenzó a comerlo con la cuchara. Ella supo que le había encantado por las expresiones que iban cruzando su rostro.

Aparentemente los clanes seguían siendo lugares cerrados que mantenían sus reglas al pie de la letra.

Hasta ahora, lo más osado que ha hecho el Clan Gojo es mantener un único secreto a los otros clanes y a los ancianos. Por eso, ella estaba allí ahora.

—¿Por qué me trajiste aquí?

—¿Por qué no? Quería que hiciéramos algo que no haces nunca y, de paso, nos sirve para conocernos, ¿no crees?

—Pero mis clases…

—Solicité que las suspendan sólo por hoy, no te preocupes.

¿Qué clase de importancia tenía esa mujer en su clan para que la tomaran en cuenta?

—Es la primera vez que te veo —dijo Satoru—. ¿Conocías a mis padres de antes?

—Digamos que más o menos. Conocí a tu madre cuando estabas en su vientre.

—Oh.

—Me hubiera gustado mucho verte de bebé. ¡Seguro eras adorable! Lo sigues siendo —le dijo, acariciando sus cabellos—. Aunque supongo que habrá fotos, ¿no?

—Lo dudo —le contestó, abrumado por la naturalidad con la que lo trataba—. Está prohibido sacar fotos o hacer algún tipo de retrato de cualquier miembro del clan antes de cumplir los cinco años.

—¿Qué? —protestó—. Qué tontería. Si quieren ocultarlos, sólo basta verte para saber que eres un Gojo.

—Bueno... tienes razón. Pero son las reglas.

—Tú las conoces mejor que yo. ¿Estás de acuerdo con todas esas reglas?

Los ojos cielo de Satoru escanearon el rostro de la mujer, tratando de identificar algún atisbo de burla o gracia, pero sólo encontró seriedad. Ella le estaba preguntando de verdad qué pensaba. No sabía que eso podría ser importante para alguien. Estaba acostumbrado a hacer lo que debía porque así lo disponían. Todo en su vida estaba ya señalado, era un camino guiado y él sólo tenía que seguir los dictados.

—Yo —dudó—, no lo sé.

—Lo siento —suspiró Kasumi—, olvidé que eres sólo un niño a pesar de ser quién eres. Seguramente más adelante puedas pensarlo mejor —se levantó de la banca más animada y volvió a extenderle la mano, él la tomó en un impulso que lo sorprendió—. ¡Vamos!

—¿A dónde?

—¡A divertirnos!

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Estaba ya acostado en su cama mirando el techo, pensando en todo lo acontecido ese día. Se sentía agotado debido a todos los estímulos que su cerebro recibió en todo momento. Todo estaba siendo tan extraño. Incluso lo había acompañado en la cena, cuando él comía en soledad, parloteando animadamente. ¿Quién era esa mujer? ¿Por qué lo ponían a cargo de alguien que no se parecía en nada a los adultos a los que estaba acostumbrado?

Era en vano preguntárselo a su padre, nunca obtendría una respuesta. Y cada vez que se lo había consultado a la chica, había eludido las respuestas, con alguna otra ocurrencia. Había aparecido de la nada y rodeada de misterios.

Giró su rostro y se sentó, tomando entre sus manos la pequeña tira de diapositivas que se habían tomado en el parque por insistencia de ella. En todas sonreía feliz, abrazándolo. Qué sensación tan rara. No sólo se había sentido aturdido por todo lo demás, sino por ella, quien le hablaba, lo tocaba constantemente y le prestaba excesiva atención a todo lo que él hacía y decía y, aunque a eso estaba acostumbrado, en ella ese interés era algo genuino. Cómo si de verdad le importara lo que pensaba o dijera. Cómo si él le importara y no por el deber de atender al heredero del clan.

Sonaron dos golpes en la puerta, pero él ya sabía que era ella antes de que entrara como un alegre torbellino. No sólo al sentir su energía maldita, sino porque nadie lo visitaba en su habitación. Traía en sus manos una bandeja con leche y galletas. Todas cosas que no solían darle. Su alimentación estaba milimétricamente controlada. Quizás esto no fuera tan malo, le habían gustado mucho todos los dulces que ella le hizo probar por primera vez.

La chica dejó la bandeja en su mesita de noche y se sentó en la cama sin pedirle permiso, aunque eso ya no debería extrañarle. Tenía su largo cabello celeste recogido en una coleta alta. Su suave sonrisa se ensanchó cuando vio las fotos que él tenía entre sus manos. Por algún motivo, eso ocasionó que sus mejillas se calentaran. Ella tomó las diapositivas y las examinó.

—Me gustan, salimos bien.

—Puedes quedártelas, si quieres —le dijo, aunque algo dentro de su vientre dolió al pensar que se las llevaría.

—Quiero que tú tengas estas. Pronto haremos muchas más y me quedaré con alguna.

—¿Por qué sonríes tanto?

—Porque estoy muy feliz por conocerte.

—¿Porque soy el hechicero bendecido con los seis ojos?

—No realmente por eso. Sí estoy aquí porque hice una promesa que tenía que ver con eso, pero me hace muy feliz el hecho de poder conocerte y estar contigo —puso una mano en la mullida mejilla del pequeño —. Quiero conocer a Satoru.

Si no hubiera estado acostumbrado a controlar las expresiones de su rostro, ella podría haber notado la leve ondulación de su barbilla. Ella lo estaba abrumando otra vez, pero no iba a aferrarse a eso. No podía. En cualquier momento lo dejaría solo. Prefería quedarse con lo que conocía, antes de que le mostrara algo mejor y luego extrañarlo.

Se apartó un poco para romper el contacto y ella lo notó, permitiendo que lo hiciera.

Le pasó el vaso con leche que él aceptó por tener algo más que hacer con sus manos.

—¿Quieres que te lea un cuento? —él la vio horrorizado por tal sugerencia y Kasumi casi rió —. ¿Que te cante, entonces?

—No.

—Oye... Que no canto tan mal. Ni siquiera me has escuchado.

—No soy un bebé.

—A los niños de tu edad también le gustan las historias. ¿Quieres que te recite alguna?

—Sería lo mismo que un cuento.

—No tanto. Si yo te cuento una historia, puedo desviarme e ir cambiándola en el transcurso si quiero. Un cuento tendría un inicio y un final ya escrito.

—Da igual. No quiero.

—Qué terco eres —negó Kasumi con gracia, viendo los cansados ojos celestes—. Me iré para que puedas dormir, pero... Con una condición.

—¿Mmm?

—Quiero que digas mi nombre.

—¿Eh?

—Es simple, ¿No? Anda y me iré.

Satoru apartó el rostro. Mujer rara.

Ella siguió insistiendo, mientras le acercaba una galleta a los labios y él atinaba a morderla inconscientemente. Se alarmó cuando comenzó a mordisquear la siguiente galleta, ¿Es que lo creía una mascota?

—Qué pesada eres —le dijo para disimular su vergüenza—. Si lo digo, entonces te irás...

—Sí —afirmó y él bajó involuntariamente sus hombros. Aunque ella agregó con una sonrisa—: Solo hasta mañana.

—Bueno —la miró a la cara, sintiéndose tímido, intentando no demostrarlo—. Kasumi.

Ella dio un pequeño gritito y dio una vuelta sobre sí misma como festejando una gran hazaña.

—Suena tan bonito, Satoru —sin poder contenerse, se lanzó y lo abrazó, refregando su mejilla con la de él. Se separó lo suficiente para darle un suave beso en la frente—. Una promesa es una promesa.

Una vez solo, Satoru tocó su frente. Estaba cálida.

—Supongo que me tendré que acostumbrar a esto —se dijo, las comisuras de sus labios levemente curvas.

La verdad era que había estirado decir su nombre no porque sintiera pena o no quisiera decirlo, sino porque no quería que se fuera. No aún.

Hasta mañana, había dicho ella y él nunca había deseado tanto que llegara el día siguiente. Jamás había deseado nada.

Se recostó pensando que, aunque todo estaba siendo extraño, el cambio le gustaba. Lo disfrutaría mientras tanto.

Los misterios resultaban muy interesantes.

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La luz de la luna sacaba destellos azules de su cabello. No podía dormir. Era su segunda noche allí y debería acostumbrarse porque ese sería su hogar por mucho tiempo. ¿Hacía cuánto que no permanecía en algún sitio más que algún puñado de años? Ya no podía recordarlo. Ese había sido su estilo de vida.

Pensó en el pequeño Gojo que, a partir de ahora, sería algo así como su alumno. Sonrió de sólo imaginarlo. Si alguien le hubiera dicho que en algún futuro ella sería la protectora del heredero del Clan Gojo bendecido por los seis ojos, se echaría a reír a carcajadas. ¿Una debilucha e inútil como ella? Qué buena broma.

Ya no era ninguna de esas cosas.

Aunque cuando Satoru madurara y alcanzara la fuente de su poder, ella no sería una contrincante digna. De hecho, podía seguramente estar por debajo del poder de muchos otros hechiceros importantes, pero el tiempo le había dado mucha ventaja y había aprendido a paso agigantados.

Repasó en su mente el día y la tarde que había pasado con el pequeño Satoru. Para ella también había sido una novedad ir al centro comercial y tener tantos estímulos ya que había llegado recién la noche anterior desde un templo aislado de las Filipinas, donde había pasado los últimos 3 años, o podrían haber sido 5… ya no lo recordaba. Debería haberse tomado un par de días más para ver los alrededores de las instalaciones del Clan y repasar un poco más las cosas. Tenía que pasar desapercibida, no llamar la atención. Las tan dichosas reglas... Pero estaba tan ansiosa por conocerlo.

Tan callado, tan serio. Nada había cambiado en los manejos de los clanes. Aislaban a los niños de cualquier tipo de cariño para hacer herederos fuertes. Quienes hayan escrito esas reglas estúpidas eran unos cretinos. Satoru se había sobresaltado cuando ella lo abrazó, se había alarmado cuando le dio un simple beso en la mejilla. Y se dió cuenta de que no era sólo porque ella era una extraña, sino porque no estaba acostumbrado para nada a ese tipo de contacto, ni a ninguna especie de cariño. No le extrañaba para nada, siempre había sido así.

Él tampoco la había entendido en un principio…

Sacudió su cabeza, la nostalgia no era algo que necesitara en ese momento. Había llegado la hora, tendría que centrarse pura y exclusivamente en Satoru Gojo, un niño con una enorme responsabilidad sobre sus pequeños hombros.

Sabía que tendría que contenerse. Ella también estaba necesitada de cariño, tenía mucho amor acumulado para dar ya que hace años no se involucraba con absolutamente nadie. Verlo tan pequeño, tan precioso y serio le provocó un instinto de protección y desbordó sus sentimientos. Quería darle todo lo que sabía, le había sido negado, desde su nacimiento, por simple capricho de un grupo de amargados ancianos. Le daría diversión y un poco de descontrol propio de cualquier niño. Dejaría que se volviera un poco loco, decidió con una sonrisa de sólo pensarlo.

Mientras tanto, ella estaría ahí para protegerlo. Sólo debería ser cuidadosa en no desafiar abiertamente ninguna ley y sólo pasar desapercibida. Sabía que no le negarían ninguna de sus disposiciones. Tenía un acuerdo que había sobrevivido en el Clan Gojo desde generación en generación, un legado de sangre; un secreto que era revelado a cada uno de los líderes en el momento que tomaban su lugar. Hasta llegar a ese presente que había sido tan lejano y ahora estaba frente a sus ojos.

Un destino que ella había aceptado tiempo atrás cuando no tenía ninguna meta real por la cual seguir viviendo. Se había preparado, había entrenado hasta la extenuación, había estado al borde de la muerte más veces de las que pudo contar, había superado sus propios límites… todo para llegar a este preciso momento.

Un mundo en el que el poseedor de los Seis Ojos había vuelto a nacer.

No por nada había sobrevivido durante más de 400 años.


N/A: Hace mucho, muchísimo que no escribía, pero estos personajes comenzaron a entrelazar esta historia en mi cabeza y me lancé. Como digo siempre, lo mío es más ser lectora. Me suelo aburrir de escribir, por eso esperé a tener esto medianamente avanzado antes de publicar. Estoy bastante conforme con lo que vengo planteando y, cada vez que releo, quiero agregar más cosas. Me reí muchísimo escribiendo escenas que vienen más adelante. Cosas que siempre me imaginé de teen Gojo.
Como verán, la introducción de Kasumi en la historia y como personaje, no es cannon, pero todo el resto sí lo será.

¿Qué decirles? Comencé a amar esta pareja por algunas de las historias de acá que ustedes ya conocen. Al principio, Kasumi me parecía muy sosa para emparejarla con alguien tan complejo como Satoru, pero al ir leyéndolas y empapándome de estos personajes, mi propia versión surgió en mi mente. La de veces que se me cruzó en la cabeza cómo es que Gojo llegó a ser quién era, a tener esa personalidad… ya que siempre me imaginé que el Clan sería bastante estricto. No como el Zenin, que es del que más detalles nos dieron tanto en el manga como en el anime, pero sí me imaginé que debía tener normas claras y firmes. No por nada, es el Clan más poderoso.

Espero que les guste! Un beso enorme!