Capítulo 2
. Apego .
—¿Esto es necesario? —preguntó Satoru abriendo uno de sus ojos, manteniéndose en la posición de loto.
—Por supuesto —contestó Kasumi a su lado en la misma posición, con los ojos cerrados—. La meditación es importante para tener una mente y espíritu tranquilos. Partiendo de esa base, puedes afrontar cualquier cosa.
Satoru bufó, Pero volvió a cerrar el ojo.
—Qué aburrido.
Estaban cerca de las instalaciones del Clan, básicamente en el medio de la nada, a los pies de un lago y rodeados de árboles.
—Concéntrate —le indicó Kasumi con voz calmada—. Escucha los sonidos a tu alrededor, la vibración del suelo, la fluidez del agua, las ondas de energía que generan los seres vivos a nuestro alrededor. Todo fluye con la energía maldita, es parte del flujo de la vida. Debes aprender a que sean parte de ti. Vibrar en la misma sintonía que la tierra y, cuando lo necesites, fluir como el agua.
Después de todo, tú serás el hechicero más poderoso. Todo esto es parte de ti.
Satoru pensó que su voz tenía un efecto muy relajante en él. Sus instructores no eran así de amables y cálidos, solían ser fríos y solo recitaban lo que querían transmitir sin más.
Percibió la brisa remover sus cabellos, arrastrando el dulce aroma de Kasumi. También la sensación de la piel de sus pantorrillas en contacto con la tierra. El calor del sol la mantenía cálida al tacto. Afinó los oídos, captando todo a su alrededor, el sonido de las chicharras, el aleteo de un picaflor, el crujido de una rama al correr de un conejo. Abrió esos seis ojos levemente porque hacerlo aún le daba mareos. Frente a él había demasiada información de todo tipo, sin embargo, lo que más le llamó la atención era la ligera concentración de energía maldita alrededor de Kasumi. Era una pequeña capa, como un velo para ocultar algo dentro. Se esforzó un poco más, se imaginó apartando ese velo que lo separaba de ella... Adentro se veía como una fuente llena de energía maldita. Reluciente, transparente y con su esencia. Una especie de hilo rojo la rodeaba. Satoru sintió una especie de tirón en su interior, quiso mirar más. La fuente estaba custodiada...
Una sensación de vacío golpeó su interior, se sintió como expulsado en el aire.
Su concentración se perdió. Abrió los ojos exaltado, separó los labios para respirar profundamente como si hubiera olvidado como hacerlo. ¿Habría estado reteniendo el aliento?
Kasumi estaba frente a él, observándolo con una expresión seria.
—Tienes que ir de a poco —lo regañó suavemente —. Apenas sabes caminar y quisiste correr con todas tus fuerzas. No puedes hacer todo de ese modo, Satoru. Ve despacio, con pasos firmes.
—No es como si lo hubiera hecho adrede —se justificó, mirando hacia otro lado—. Solo sentí que podía expandir mi visión.
—Pronto podrás hacerlo sin que sea algo peligroso. Me asustaste. Te has quedado pasmado por más de diez minutos y pudo pasarte cualquier cosa. No puedes bajar la guardia así.
—Pero —dudó y la miró —, estás tú, ¿No?
—Sí, mientras yo esté, nada podrá hacerte daño —cuando la miraba con esos ojos, no podía seguir regañándolo. Se sentó detrás de él, con las piernas a cada lado de su cuerpo, abrazándolo por el pecho, con la barbilla sobre su cabeza—. Pero debes acostumbrarte a estar siempre en guardia. Odio que tengas que hacerlo, es el mundo en el que vivimos y pueden querer lastimarte por ser quien eres.
—Lo sé —se lo habían repetido miles de veces, aunque no de aquella forma, con tal preocupación. Podía sentir el latido del corazón de la chica en su espalda. Aún no se acostumbraba al contacto físico constante. Siempre resultaba una sensación nueva.
—Vamos a tomarnos un descanso.
Kasumi se apartó y fue en busca del bolso que había traído. De dentro, sacó unas latas y un bento grande. Extendió una manta en el pasto cerca de ellos y dispuso todo diligentemente.
—¿Qué son? —preguntó, señalando la comida dentro del bento.
—Vaya. Lo que se pierden en los clanes. Son unos sandwiches y esto es Coca-Cola. Ambos te gustarán mucho. Mucho azúcar no es del todo saludable, pero no hace mal de vez en cuando.
Ella tuvo razón. Todo había estado delicioso. Estaba encantado con los nuevos sabores de cosas que le estaba haciendo probar.
Cuando terminaron de comer, Satoru se recostó en la manta. Sentía el estómago muy lleno, no recordaba la última vez que había comido hasta hartarse. El gas del refresco le había generado cosquillas en la garganta y el azúcar le despertó los sentidos.
Kasumi le acarició el cabello y la sensación fue agradable, tanto que, a pesar del azúcar en su sistema, se adormeció.
Lo dejó tomar una pequeña siesta. Era sólo un niño. Ese día, mientras él tenía sus clases por la mañana, ella había pedido toda la información que necesitaba. Estaba al tanto de su horario, de su dieta y de quiénes podían tener o no contacto con él. Intentó, sin éxito, no sentirse indignada. Era un horario más que estricto para un niño de seis años.
Le impartían clases de todo tipo: Diplomacia, Etiqueta, Hechicería Ritual, Hechicería Antigua, Hechicería Moderna, Runas, Costumbres Antiguas, Historia del mundo, Estrategias de Guerra, Lenguas antiguas, Lenguas actuales, y muchas otras más a las que Kasumi no le encontró sentido.
Sus tiempos libres eran muy escasos, lo que claramente iba a cambiar estando ella ahí. Por primera vez haría uso de ese dichoso poder que le habían otorgado hace 400 años y nadie podría negarse, ni siquiera el líder actual del clan: Gojo Kane, el padre de Satoru. De todos modos, sabía que tenía que ser muy discreta al respecto.
Cuando Satoru despertó, vio a Kasumi nadando en el lago. Se refregó los ojos para espabilarse y se acercó un poco a la orilla. Ella al verlo, se acercó también.
—Ven, Satoru. Hace mucho calor y el agua está increíble.
—No traje cambio de ropa.
—No importa.
—Sí que importa, es incómodo.
—Se secará súper rápido, hace mucho calor.
—No podemos andar por ahí con la ropa mojada.
—No seas estirado —le dijo con una sonrisa traviesa, a la vez que lo tomaba del brazo y lo lanzaba en medio del lago.
—¡Oye! —reclamó cuando emergió, con todos sus cabellos blancos pegados al rostro.
Kasumi rió.
—Se siente refrescante, ¿cierto?
—Sí, pero…
—Satoru —interrumpió la chica—. Deja de pensar tanto las cosas. Sólo hazlas. Si algo se siente bien, si te divierte disfrútalo sin más, ¿sí?
—¿De verdad eres algo así como mi… mentora? —cuestionó. Nadie le había enseñado nunca el concepto de diversión. Ni siquiera sabía si estaba permitido que se divirtiera.
—Pues sí. Y una de mis grandes enseñanzas es que siempre te adaptes al ambiente y, a pesar de las responsabilidades, exprimas al máximo el entretenimiento. Una vida sólo de obligaciones es amarga. Y a ti, mi pequeño Satoru —sonrió ampliamente—, te están gustando demasiado las cosas dulces.
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Se sentía realmente agotado físicamente. Por lo general, su cansancio resultaba ser mental al estar todo el día con clases, pero Kasumi todas las tardes solía arrastrarlo a distintos tipos de actividades. Esa tarde, cuando volvieron del bosque con la ropa hecha un desastre y totalmente empapados, tuvieron la mala suerte de cruzarse con su madre, Shiori Gojo, mientras daba un paseo por el jardín. Sintió su reprobadora mirada en su persona, como un filoso hielo pasando por su espalda. Kasumi se había puesto frente a él, cubriéndolo y diciéndole a su madre lo hermosa que estaba esa tarde, lo bien que le sentaban los colores claros. Parecía haberla distraído, porque la matriarca asintió y siguió de largo con su caminata sin decir una sola palabra. Por primera vez, Satoru sintió que lo habían protegido, aunque no hubiera un peligro real a su alrededor.
Cuando elevó sus ojos celestes, pudo notar que Kasumi miraba hacia donde se había ido su madre con una expresión entre pensativa y molesta. Suspiró, pasándole la mano por sus cabellos en ese tipo de caricias inconscientes que había identificado en ella, como si necesitara todo el tiempo demostrar algo a través del contacto. Asumió que ese era el método en el que Kasumi mejor se comunicaba.
Luego de una ducha, habían cenado juntos. Satoru supo que para Kasumi resultaba muy importante compartir el tiempo durante la comida en especial, era un momento sagrado para ella y a él era un buen cambio no estar solo y en silencio. Ahora, con el evidente contraste, el constante y alegre parloteo de su mentora le resultaba sumamente agradable.
Estaba por meterse en la cama cuando ella apareció en su puerta, ésta vez llevando solamente un vaso de leche.
—Hoy no hay galletas —le dijo, leyéndole la mente—. Demasiada azúcar por hoy.
Se acercó y lo instó a meterse a la cama para sentarse en un costado, mientras le pasaba el vaso.
—No tenía hambre, de todos modos.
—Las galletas con chispas de chocolate son un placer culposo, Satoru, no tienes que tener hambre para comerlas —le dijo acomodando algunos mechones rebeldes de su flequillo —. Tienes los ojos cansados. Será mejor que duermas.
Iba a levantarse para irse, pero él la agarró de la amplia playera que usaba como pijama.
No te vayas todavía, pasaba por su mente. Pero decirle aquello era... Demasiado.
—Hoy —dudó un momento, pero juntó coraje —. Hoy me gustaría escuchar una historia.
—¡Oh! Me tomas desprevenida. Déjame pensar unos momentos... —se paró, dando vueltas por toda la habitación y sonrió cuando volteó a verlo—. ¡Ya sé! Aunque te la iré contando en varias partes porque se me están ocurriendo muchas cosas y suelo emocionarme.
Satoru se recostó en la cama y asintió.
Fue entonces que Kasumi comenzó a recitar:
Esto es Berk, está a doce días al norte de Calvarion y algunos grados al Sur del Muere de Frío. Está ubicado justo sobre el Meridiano de la Tristeza. Mi pueblo, en una palabra: tenaz, ha estado aquí por siete generaciones, pero todas las casas son nuevas.
Sonrió, viéndola. Se movía de un lado a otro, personificando todo. Era una excelente oradora.
Tenemos pesca, caza y una encantadora vista del atardecer. El único problema son las pestes. Verán, la mayoría de los sitios tienen ratones o mosquitos, pero aquí hay… Dragones.
La mayoría se mudaría, pero nosotros no. Somos vikingos. Tenemos… problemas de necedad.
Me llamo Hipo. Lindo nombre, lo sé, pero no es el peor. Los padres creen que un nombre feo alejará a los gnomos y trols, como si la refinada conducta vikinga no lo hiciera.
Satoru se sintió casi transportado a ese sitio. Incluso cuando sus ojos se cerraron, aún escuchaba la suave voz de Kasumi relatar emocionada esa historia llena de fantasía.
Su mundo estaba cambiando.
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Antes los días eran interminables, pero no importaba porque no tenía nada mejor que hacer. Solía aburrirse durante sus clases, durante las comidas y en sus tiempos libres. No importaba lo que hiciera, era monótono y todo carente de emoción.
Ahora, esperaba ansiosamente terminar con todo. Añoraba que las horas pasaran rápido para poder pasar las tardes con Kasumi
Y el tiempo con ella pasaba demasiado rápido para su gusto. No importaba si lo hacía meditar durante horas o le enseñaba katas que aprendía en solo un intento. El tiempo con ella, se dio cuenta, comenzó a ser algo sumamente valioso para él.
Ella le contaba sobre todo lo que había aprendido en sus muchos viajes y él la escuchaba atentamente. A veces se preguntaba cómo es que le había dado el tiempo para tantos viajes. Asumía que no tenía más de 25 años, por lo que algunas de sus historias le parecían inverosímiles, pero era entretenido escucharla. Ella tenía estrellas en los ojos cada vez que le contaba algo que la emocionaba y Satoru absorbía sus sentimientos en cada palabra. Kasumi nunca se enfadaba y siempre le tenía suma paciencia
Le contaba cómo era el mundo exterior, más allá de los muros del Clan. Lo que él había podido ver las veces que salieron, no era nada comparado a la intensidad del universo. Había todo tipo de clases sociales y de familias. Ellos, le había dicho, eran privilegiados. Pero se habían quedado atrás y les faltaba algo demasiado importante.
—Amor —musitó, recordando sus palabras.
Kasumi desbordaba amor. Lo sabía ahora. En un principio había llegado a abrumarlo, sin embargo, ahora esperaba cada una de sus caricias y arrumacos, ya era algo natural. Además, cada vez que se cruzaba con alguno de los sirvientes, los trataba con sumo cariño, preguntándole si ya se había curado su mano, si su marido se había recuperado del resfriado, si su hija ya había dado a luz. Conversaba con todos, siempre atenta y todos adoraban su amabilidad. Podía entender cada vez mejor por qué ella se había indignado tanto con las reglas del clan que le impedían relacionarse con las personas que le servían.
Por las noches, habían mantenido la rutina de la continuación de la historia que ella le estaba contando. Al principio, lo había hecho para que se quedara un poco más, pero a final de cuentas, se había enganchado muchísimo con la imaginación de Kasumi.
Ahora se encontraban ambos frente a un edificio lleno de energía maldita, en un barrio de mala muerte. Era la primera vez que Satoru sentía la energía maldita de una maldición tan de cerca.
—Este es un barrio peligroso. Hay vandalismo constantemente, lo que generó que esa maldición se alimentara del miedo y la rabia de las personas de los alrededores —le explicó Kasumi—. Mi idea al traerte aquí es que ya experimentes una maldición de cerca y te familiarices.
—Creo poder con esa maldición, no es fuerte.
—Yo lo haré, Satoru. Tú sólo recopila información en ese cerebro tan listo que tienes.
Ingresaron al edificio a paso lento. Satoru absorbía absolutamente toda la información que estaba frente a sus ojos. La maldición se había estado alimentando no sólo de las emociones negativas de los vecinos de la zona, sino que también había matado a algunos vagabundos que tenían la mala idea de pasar la noche en ese lugar. Lo notaba en como la energía maldita se entremezclaba con miedo y dolor, dos de las emociones más fuertes.
Kasumi se detuvo en frente de un ventanal hecho pedazos, tenía una de sus manos sobre la empuñadura de su katana y estaba alerta, en tensión, lista para salir disparada al ataque. Del techo cayó la maldición, parándose sobre cuatro patas con garras afiladas. Tenía el aspecto de un lobo, con una boca llena de dientes enormes y las extremidades más largas de lo que deberían ser. Incluso su cola era una especie de látigo afilado.
—Activa tu infinito, Satoru —indicó Kasumi—. No debería darnos problema, pero no quiero correr ningún riesgo.
Se ubicó delante de Satoru y adoptó una posición de ataque. Cuando la bestia se lanzó a ellos, con las fauces sangrientas y las garras listas para destazarlos, Kasumi desenvainó a una velocidad relámpago y lo acabó de un solo golpe como una profesional, como si hubiera hecho eso millones de veces. Un dominio simple había sido suficiente.
La energía maldita se dispersó y sólo quedaron los oscilantes ruidos de la instalación en ruinas.
Satoru parpadeó tratando de comprender la fuente del poder maldito de Kasumi. Ella lo liberó como si se tratase de una canilla que podía abrir a voluntad y volver a cerrar. ¿Sería, acaso, una de las pocas personas que podía manejar eso a su antojo? ¿Podía ocultar su presencia maldita? Los libros antiguos decían que no era algo imposible, pero requería demasiada concentración y práctica desarrollar una habilidad así. Demasiado esfuerzo para algo que quizás no merecía la pena.
—Es la primera vez que ves una maldición, pero no te dio miedo, ¿no? —preguntó ella, envainando su katana en un movimiento suave y natural.
—No era fuerte. No sé si hubiera podido con él porque mis técnicas aún son difíciles de conjurar, pero no iba a llegar a mí por el infinito. No tenía que temer.
Ella hizo un puchero.
—Qué mal, Satoru. Pensé que no tuviste miedo porque yo estaba aquí.
—Bueno… —dudó un poco y al escucharla bufar y medio reir, agregó—. Puede que eso también ayudara. No estar solo…
—Me das el premio consuelo. Me agrada. Hace unas semanas sólo me habrías dicho que era débil a secas —le pasó una mano cariñosamente por los cabellos—. Vamos a merendar, hay una pastelería muy famosa a la que quiero ir.
Tomando su pequeña mano, como ya se le había hecho costumbre, Kasumi salió con él y caminaron tranquilamente hasta llegar a un vecindario mucho mejor que en el que estaban. Lo hizo entrar en un pequeño local muy colorido donde habían expuestos en las vidrieras distintos tipos de pasteles de todos colores y sabores. Satoru se quedó viendo todo con asombro. Había descubierto que le podían las cosas dulces y ahora sentía que quería probarlo todo. Se veían deliciosos, no sabría cuál elegir.
Kasumi le dijo que podía elegir uno y ella elegiría otro para que pudiera probar ambos y que luego llevarían algunos para comer en la finca, pero que no podían pedir todos porque comer tanto, le haría daño en el estómago. Le prometió que volverían seguido.
Hicieron sus órdenes y esperaron. Satoru vio que en una mesa cercana, una mujer estaba sentada con una niña y un niño de más o menos su edad, parecían gemelos, porque eran casi idénticos. Ambos parloteaban animadamente y la mujer les sonreía y charlaba con ellos como iguales. Vio en esa sonrisa amable muchas similitudes a la de Kasumi.
—¿Crees que sea su niñera? —preguntó un poco ausente. Kasumi siguió la dirección de su mirada y sonrió con ternura.
—Creo que es su mamá —le dijo—. Tienen el mismo color de ojos.
—¿Su madre? —volvió sus ojos turquezas a ella, algo sorprendido—. Pero… ¿cómo?
Con una sonrisa un poco triste, Kasumi tomó su pequeña manita entre las suyas sobre la mesa. Lamentablemente entendía lo que él no podía preguntar con palabras.
—Como te fui contando, hay distintas clases sociales o costumbres dentro de la sociedad. Tú perteneces a una pequeña elite privilegiada con normas un poco estrictas. Pero la gente normal, digamos, vive una vida tranquila y, en lo posible, sin contratiempos. Ellos —indicó, señalado a la pequeña familia—, seguramente, no deben tener la menor idea de que las maldiciones y la hechicería existe. Probablemente la mujer pasó a buscar a sus hijos del colegio, por los uniformes, y se detuvieron a comer algo por insistencia de los pequeños. Las personas fuera de los clanes, suelen ocuparse de sus cosas y de sus hijos. Los niños van al colegio durante la mañana y parte de la tarde, un lugar con muchos otros niños de su edad. Los adultos atienden la casa o trabajan para ganar dinero y poder vivir. Muchas veces, el dinero no abunda, no como en el Clan que nunca te faltará nada, y por ello las personas lo consideran muy importante y se esfuerzan para obtenerlo. Es más o menos así. Lo irás entendiendo con el tiempo.
Satoru guardó silencio, asimilando todo.
—Mi madre… nunca me traería a un sitio así —afirmó luego de unos minutos—. No hemos compartido más que las comidas de los días de mi cumpleaños. Y siempre estamos en silencio. No así —movió sus ojos de nuevo a la mesa donde el incesante parloteo infantil se escuchaba—. No suele dirigirme la palabra, a menos, que necesite transmitirme alguna orden directa. Lo mismo con mi padre.
El corazón de Kasumi golpeó dolorosamente contra su pecho. Ya sabía todo eso, lo había visto en los pocos meses que llevaba en el Clan, y se había preparado para ese tipo de cosas. Pero escucharlo de la boca de Satoru, resultaba doloroso. Más que nada porque ella le estaba mostrando las diferencias, le estaba haciendo notar, indirecta o directamente, todo de lo que él carecía. Tarde o temprano, él lo habría notado cuando saliera al mundo exterior, pero aún era un niño que quizás añoraría ese tipo de cosas que jamás tendría de sus progenitores… simplemente porque no estaban emocionalmente preparados ni dispuestos a darle algo así en el mundo que vivían.
—Me tienes a mí —dijo en un impulso con el fin de consolarlo—. Te traeré aquí cuantas veces quieras y conoceremos otros lugares también. Sé que no es reemplazo suficiente, pero…
—Contigo es mucho mejor —la interrumpió, regalándole una leve pero hermosa sonrisa—. Me siento libre de ser y decir lo que quiera. Me gusta cuando hablas mucho, me gusta escucharte porque no me hablas como si solo fuera un niño o estuvieras cansada de mí. Me hablas como si… como si disfrutaras de estar… conmigo.
—Lo disfruto muchísimo. Adoro nuestro tiempo juntos, Satoru.
—¿No te… aburrirás de mí?
—Nunca —tiró con cariño de un pequeño mechón de cabello blanco—. No te aburres de las personas que quieres. Y yo te quiero mucho.
El calor subió a sus mejillas y apartó la mirada de ella.
—¿Por qué?
—¿Que por qué te quiero? Es lo que siento, te quiero muchísimo. Hay muchos porqués, pero es un sentimiento que se aloja en tu corazón y solo lo sientes y ya. Pero si necesitas razones más precisas, te quiero porque me pareces adorable, eres precioso y listo. A veces te comportas casi como un adulto y es gracioso. Aprendes muy rápido y absorbes todo con enorme curiosidad. Escuchas con atención cuando algo te interesa mucho. Tus ojos se iluminan cuando algo te gusta, sobre todo, cuando comes dulces… qué más…
—Está bien así —le dijo algo avergonzado—. Creo que lo entiendo.
Sus pedidos llegaron entonces, una tarta de chocolate y crema para él con una malteada de caramelo y un chesse cake con una malteada de vainilla para Kasumi.
La tarta estaba deliciosa, el chocolate se derretía en su boca. La dulzura invadía sus papilas gustativas, y se dio cuenta que todo era mucho más delicioso cuando lo comía acompañado por ella. Kasumi había partido de su porción y le había dado la parte más grande porque sabía que eso lo hacía feliz. Le acarició sus mejillas suavemente para quitarle los restos de chocolate con una sonrisa.
Quizás no importaban las razones por las cuáles ella lo quería, solo importaba la manera en la que lo demostraba constantemente con esos gestos.
Porque él, probablemente, también había comenzado a quererla.
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Afuera, caía una lluvia incesante, podía verlo a través de la ventana de su habitación. Gruesas gotas se golpeaban contra el cristal y el viento silbaba una fina melodía a través de las ramas de los árboles que bordeaban los pasillos de las instalaciones privadas.
—¿Estás seguro de que estarás bien? ¿No tienes miedo de la tormenta? —le preguntó Kasumi.
—No me da miedo. Me gusta.
—¡A mí también! Siempre me gustó dormir mientras llueve. Pero pensé que quizás podrías asustarte por algún relámpago o algo así.
—No soy un tonto, Kasumi.
—No serías un tonto por asustarte —le tocó la punta de la nariz con el dedo—. Deja de ser tan rígido. Está bien tener miedo de vez en cuando. Es lo que nos hace valientes.
Ella comenzó a darle un discurso o una enseñanza, como solía llamarles y él sólo observó como sus ojos azules brillaban y sus labios rosados se curvaban y extendían cada vez que sonreía. Su cabello se movía a su alrededor desparramando ese aroma dulce que parecía desprender de su piel. Su melodiosa voz no resultaba irritante como la de algunas mujeres, sino relajante y cálida. Kasumi siempre tenía bonitas palabras para él.
—… con tu madre, ¿sí? —ella se lo quedó viendo, esperando una respuesta y Satoru asintió, no queriendo admitirle que no la estaba escuchando con atención. Inclinándose, lo cubrió con una delgada manta y le dio el reglamentario beso en la frente—. Descansa, cualquier cosa, estaré a pocas puertas de distancia.
Él asintió y la vio irse y cerrar la puerta. Se acomodó en su mullida almohada con la confianza de alguien que se siente seguro donde está.
Al otro día, realizó todas sus tareas de la mañana como siempre. Le extrañó muchísimo que Kasumi no fuera a despertarlo para darle los buenos días con el desayuno; era la primera vez desde que ella estaba allí, que desayunaba solo. Le pasó lo mismo en el almuerzo y se dijo que, probablemente, ella estaría ocupada con algo.
Cuando terminó sus clases, la joven tampoco lo estaba esperando. Kasumi siempre lo esperaba afuera, le sonreía cuando salía de las estancias donde dictaban sus materias.
Desanimado, fue hacia su habitación. Quizás ella lo buscaría más tarde allí. Se recostó en su cama, mirando el techo. Así había sido su vida antes de que Kasumi llegara, no sería nada nuevo, pero, a diferencia de antes, el tiempo pasó muy lentamente. Cuando las últimas luces de la tarde se colaron por su ventana, decidió que sería él quien fuera a buscarla. Se dirigió a su habitación, sabía cuál era aunque nunca había estado ahí. Golpeó la puerta y al no recibir respuesta, abrió. Dentro se veía exactamente igual a su habitación, la cama en el centro de la gran sala, una ventana enorme que daba a los árboles de cerezo, una mesa de luz y un enorme vestidor. No había nada fuera de lugar, todo lucía ordenado. En un impulso, abrió el vestidor y se sintió desmoralizado al ver muy poca ropa en su interior. ¿Se habría ido?
Se sentó unos momentos en la cama, siendo envuelto por su aroma dulce y sintió más su falta, si eso era posible.
Abrió el cajón de su mesita de noche y dentro vio varias de las fotografías que se habían ido tomando ese tiempo y en el fondo una cajita de cristal que tenía en su interior un anillo plateado con una pequeña joya de color celeste. Nunca se lo había visto puesto, le pareció un tipo de joya que ella usaría al ser sencillo. Dejó todo en su sitio y se recostó en su cama. Quizás tuvo que salir y volvería más tarde, la esperaría.
Los rayos del sol de un nuevo día lo despertaron. Su nariz captó ese olor dulce y se levantó de golpe, emocionado, sólo para encontrarse solo en esa habitación. La habitación de Kasumi.
El estómago le rugió y recordó que la noche anterior no había cenado. Se levantó y alistó para comenzar con su día. Volvió a desayunar solo. La comida ya no sabía tan deliciosa. Sació su hambre, pero seguía sintiendo un gran vacío en su estómago. Apenas pudo concentrarse en sus clases, sus estirados profesores lo regañaron muchas veces, sin embargo, no le importó. De nuevo el tiempo pasaba lentamente. Le daba miedo que terminaran sus clases y no encontrar a Kasumi esperándolo.
Le dolió el estómago cuando salió y no la vio. Se lo había esperado, pero tenía esperanzas. Sus pequeños pasos volvieron a llevarlo a la habitación de la chica donde pasó el resto de la tarde abrazado a la almohada que era la que más conservaba su aroma. ¿Se habría cansado de él? Ni siquiera se había despedido.
Ella le dijo que estarían siempre juntos. Que nunca lo dejaría solo.
Se había acostumbrado a ella, le había mostrado un mundo lleno de colores y de sabores. Le había demostrado mucho cariño y un gran interés a pesar de que era sólo un niño.
Kasumi había hecho todo eso para luego lanzarlo nuevamente a un mundo gris y ordinario. Un mundo al que debería estar acostumbrado, porque era la manera en la que había estado viviendo desde que tenía uso de razón, pero que ahora le resultaba insoportable.
Qué cruel, pensó desamparado. Mostrarle una gama tan grande de colores para luego lanzarlo a la oscuridad más absoluta.
Se había permitido quererla mucho… Quería a Kasumi más de lo que había querido a otro ser humano jamás. Ni su madre ni su padre habían llegado a ser tan importantes para él en lo que llevaba de vida, como lo había logrado ser Kasumi en pocos meses.
Y ella lo había abandonado. Lo había dejado solo. No se había despedido ni le había dicho absolutamente nada.
Su garganta ardió y le dolió cuando la angustia de pensar en no volver a verla lo invadió. Quizás volvería, se dijo como consuelo, había dejado algunas cosas en esa habitación. Tenía que volver a buscarlas… ¿y luego?
Su pecho dolió y abrazó más fuerte la almohada. Extrañaba sus besos y sus abrazos. No había terminado de contarle el cuento que habían comenzado. Muchas veces se sentía avergonzado y abrumado como para devolverle los abrazos y ahora se arrepentía de no haberlo hecho. Quizás ella pensaba que no la quería y por eso se había ido…
—Kasumi… —susurró ahogadamente contra la almohada, mientras una lagrima se deslizaba por uno de sus ojos.
Al día siguiente volvió a despertar cuando el sol le dio en el rostro. El aroma dulce de Kasumi se estaba difuminando lentamente de la cama y lo lamentó con el corazón oprimido.
Se levantó y aseó para ir a las clases, pero no fue capaz de pasar un solo bocado, a pesar de que la noche anterior tampoco había cenado. Su garganta estaba completamente cerrada y dolía mucho.
De nuevo los maestros se quejaron de su falta de interés en las clases, poco le importaron sus quejas y reprimendas. Ya no había nadie que se sintiera orgulloso de él y de sus avances. Todo le parecía demasiado soso y falto de interés.
Volvió a repetir la rutina de los últimos días, fue a la habitación que había ocupado Kasumi y se tumbó en la cama para percibir lo poco que quedaba de su aroma. No supo el momento en el que se quedó dormido, pero sí cuando comenzó a soñar que su aroma volvía a rodearlo y la calidez de sus manos en sus mejillas.
Abrió sus ojos en el sueño y la vio ahí, en la penumbra, mirándolo con cariño y preocupación. Su pequeño corazón saltó contra su pecho y se aferró a ella con fuerza, abrazándola de la cintura.
—Te quiero —susurró, sintiéndose ahogado, deseando que no se fuera, que se quedara por siempre en sus sueños—. Te quiero, Kasumi. Te quiero.
—Satoru… ¿estás bien?
Ella quiso separarlo de su cuerpo, pero él se aferró con toda la fuerza de sus pequeños brazos. No quería despertar, no aún. Un poco más…
—Quiero quedarme…
—Satoru, me preocupas, me dijeron que no cenaste las últimas noches y que hoy apenas probaste bocado. ¿Te sientes mal?
El tacto de sus manos, acariciando su cabello comenzó a sentirse muy real. Sus brazos comenzaron a doler por la presión que estaban ejerciendo sobre el cuerpo de la chica. Abrió lentamente sus ojos turquesas, notando que no estaba soñando. Levantó la cabeza del suave pecho femenino para cruzar su mirada con la de Kasumi. La penumbra rodeaba la habitación, lo que le hizo saber que aún era de noche.
—Kasumi…
—Satoru, ¿qué pasa?
—Estás aquí…
—Sí, volví antes. Te extrañaba. Fui a tu habitación primero y me asusté al no encontrarte ahí. Menos mal que pasé por aquí primero antes de dar vuelta todo el Clan.
—Creí… —su voz se quebró levemente y él volvió a ocultar su rostro en el pecho de la joven. Su pequeño cuerpo comenzó a temblar contra el de ella—. Creí que… no volverías. Que te habías ido.
Kasumi acarició su espalda, queriendo reconfortarlo, pero sin entender su desasosiego. Algo le había pasado. Quizás se sentía enfermo.
—¿Por qué no volvería?
—Te fuiste de un día para otro… no dijiste nada. Sólo… desapareciste.
—¿Qué? —preguntó confundida—. Te comenté que tenía que escoltar a tu madre a un breve viaje de cinco días a Kanagawa. Volví antes porque quería verte.
—¿Cuándo dijiste eso? —la pregunta llegó amortiguada desde su pecho.
—Cuando te di las buenas noches el otro día en tu habitación. Te lo conté y asentiste… pensé que habías entendido —se angustió un poco al caer en la cuenta de lo que Satoru pensaba—. ¿Creíste que me había ido?
La rigidez en su pequeño cuerpo le dio la respuesta.
Satoru alzó el rostro con sus ojos levemente enrojecidos.
—No… no te escuché. No estaba prestando atención y sólo dije sí —los ojos celestes se llenaron de lágrimas, pero esta vez de alivio—. No quiero que vuelvas a irte. No te vayas, Kasumi.
Emocionada, la joven sintió sus ojos humedecer.
—No me voy a ir. Si surge algo así de nuevo, me aseguraré de que me escuches, ¿está bien? —Satoru asintió y ella lo abrazó fuerte—. ¿Quieres que te prepare algo de comer?
—No. Quiero… ¿puedo quedarme aquí contigo?
—Por supuesto.
Tiernamente, Kasumi lo alzó contra su pecho y levantó las mantas para recostarlo y acostarse a su lado. Él volvió a acurrucarse en su pecho sin querer perder el contacto.
Se quedaron así en silencio, sin poder dormir. Kasumi sentía aún el fuerte latido del corazón de Satoru. Parecía que no podía calmarse. Le acarició la espalda y sus cabellos, masajeando su cuerpo cabelludo para relajarlo.
—No vuelvas a irte —le repitió en un susurro, casi sin voz—. Fue horrible sin ti.
—No lo haré —respondió, conmovida.
—Tuve miedo de no volver a verte. Te quiero —volvió a decirle, como cuando pensó que estaba en un sueño—. Pensé que te habías ido porque no te lo había dicho. Me… me daba vergüenza, pero te quiero mucho, Kasumi.
Ella se mordió los labios conteniendo un sollozo. Sabía que él estaba con la guardia baja porque, en otro momento, no sería tan sincero con sus sentimientos.
—Yo también te quiero, Satoru. Muchísimo. No pienso abandonarte.
—Me gusta tu olor, es dulce…
—No lo sabía. Me alegro.
—Que estés aquí —su voz se iba apagando de a poco, igual que iban desacelerando los latidos de su corazón—, es lo mejor que me ha pasado.
Sintió como su respiración se hacía uniforme y los puños que la tenían aferrada de la camiseta, se aflojaban. Satoru se había quedado finalmente dormido entre sus brazos. Miró su tierno rostro de mullidas mejillas y lamentó los restos de lágrimas en sus blancas pestañas. Cuánta angustia habría pasado al sentirse solo y abandonado nuevamente… quiso llorar al ser tan tonta como para no cerciorarse que él le había entendido. A veces olvidaba que era un niño pequeño por la manera que tenía de hablar, pero no debería olvidarlo más. No había querido despedirse en la madrugada para no despertarlo, pero debió haberlo hecho. Acarició su suave mejilla y se prometió que le compensaría esos días de malestar. Ahora entendía lo que decían los informes sobre que no había querido comer y no prestaba atención. Su pequeño Satoru estaba triste. Por ella. Un sentimiento agridulce se expandió en su pecho, por un lado, lamentaba profundamente los malos ratos que pasó su pequeño, pero por el otro sentía el corazón henchido de amor por él, porque la quería y era importante en su vida.
Su pequeño Satoru.
Al día siguiente, Kasumi no quiso moverse de su lado hasta que él despertara y viera que seguía ahí.
Cuando abrió sus ojos celestes, ella lo miraba con una sonrisa y, aún en la neblina del sueño, él sonrió también. En el momento en que su mente se aclaró y recordó los sucesos de la noche anterior, las mejillas de Satoru se calentaron y sintió todo el peso de las palabras que le había dicho a Kasumi, aunque no se retractaba porque eran ciertas. Sólo se sintió un poco tonto por todo el malentendido. Había llorado… no recordaba haber llorado desde que tenía uso de razón. Sólo pensar que ella lo vio así, lo llenó de vergüenza y timidez, pero no quiso apartarse de su lado. Se sentía bien y se había dado cuenta de que su falta había sido horrible.
—¿Desayunamos? —le preguntó ella y él asintió sin mirarla. Ahora sí tenía hambre, y sabía que la comida le sabría deliciosa.
Kasumi se puso de pie, aún traía la ropa de la noche anterior. No pudo pensar en mucho más porque sintió las manos de ella debajo de sus brazos y lo elevó para cargarlo. Se quejó y ella se rió. Lo estaba tratando como a un bebé.
—Puedo caminar —refunfuñó sin poder verla a la cara por el sonrojo.
—Lo sé, pero yo quiero mimarte. Vamos a que te des una ducha y después vamos a desayunar.
Apoyó sus pequeñas manos en los hombros de la chica, abochornado por la situación, pero disfrutando de sus atenciones y cercanía. Apreció aún más su presencia y el miedo a que ya no estuviera también se instaló en su mente.
Cuando llegaron a su habitación, ella lo bajó, dándole un cambio de ropa para que fuera al baño, estuvo a punto de salir por la puerta cuando él la detuvo, agarrándole un borde de su camiseta
—Voy a pedir el desayuno —explicó.
—Sí, pero…
Al verlo dudar y bajar el rostro angustiado nuevamente, Kasumi creyó entender su conflicto.
—Volveré pronto, seguramente antes de que salgas de la ducha —se acuchilló a su lado y le acarició la cabeza—. Cuando queremos mucho a alguien, surge en nosotros el inconsciente miedo a perderlos. Es algo automático, como un 2x1. Está en nosotros la tarea de controlarlo por más difícil que sea, y disfrutar todo el tiempo a su lado. Yo también tengo mucho miedo a perderte, no quisiera que nada te pase. Estamos juntos en esto.
—¿Es… normal?
—Sí, es un sentimiento que viene con el querer, temer por el otro y desear velar siempre por él. A medida que nos conozcamos, la confianza va a hacer que ese miedo sea cada vez más diminuto. Tú sabrás que no me iré y yo tendré la seguridad de que crecerás y te volverás tan fuerte que nadie podrá hacerte daño.
Satoru asintió, analizando sus palabras con su mente infantil. Confió en ella y la soltó para meterse en el baño. Cuando salió de la ducha, Kasumi estaba esperándolo con el desayuno tal y como le había dicho y una sonrisa automática se formó en su infantil rostro. Ella había cumplido.
En lo único en lo que tenía dudas era que, por más fuerte que se volviera, hay cosas que sí podrían hacerle daño, no uno físico, pero igual de doloroso, pensó al tocarse el pecho que le había dolido tanto cuando creyó no verla de nuevo.
Había heridas de las que, quizás, no podría defenderse.
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-.-
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N/A: Bueno, espero que les guste este capítulo. A mí siempre me gustó imaginarme a Satoru de chiquito y ahora estamos viviendo el sueño (?)
Considero al Clan Gojo como muy conservador y cerrado. De ahí que Satoru no conozca el exterior ni la vida de las personas normales más allá de una teoría global. Su única realidad es pequeña y va aprendiendo a pasos agigantados, que es lo que pretende Kasumi al mostrarle muchas cosas.
Al final lo que sufre Satoru es un apego ansioso. No la vio unos pocos días y se desesperó. Nos pasa a todos, en distintas escalas, cuando comienzan a darnos algo que nos falta y luego nos lo quitan. No podemos olvidar que él es un niño al que le habían dado un dulce y creyó que se lo sacaban para siempre. Es la manera en la que realmente vea a Kasumi como a alguien más importante que como a una persona que está ahí para servirle, porque ella le daba más cosas de las que había recibido en su vida y comenzó a sentirlas agradables. Ya no quería volver a lo mismo de antes, y de nuevo, nos pasa a todos.
El cuento que comienza a contarle Kasumi es la introducción de la peli "Cómo entregar a tu dragón", ¡adoro esa peli!
Creo que nada más que señalar, ¡les mando un beso!
