Vals y viceversa
Regina tenía dos alternativas: dormir un poco más y seguir soñando, o despertar ella para también despertar a Emma. Prefería la segunda opción. Abrió los ojos, se vio en un cuarto femenino y bastante más pequeño que el suyo, se giró rápidamente en la cama, pero lo suficiente para palpar el lado derecho donde estaría ella. Pero Emma ya no estaba en la cama. El aroma que entraba por la puerta entreabierta era de algo siendo frito, lo que hizo que el estómago de la señora Mills se quejara de hambre. Regina miró alrededor. Swan tenía buen gusto y para nada era de lujos como era ella, por ejemplo teniendo una colección de perfumes importados alineados en el tocador. Emma no tenía colecciones, no era ni la mitad de vanidosa que era Regina, sino que poseía una simplicidad en arreglar las cosas que llevaba a Regina a sentirse infinitamente segura estando con ella.
La noche pasada había sido la cereza del pastel, aunque Regina pensara que estaba lista para hacer el amor en aquel mismo instante. Supo que Emma era todo lo que imaginaba cuando regresó al interior del apartamento y pasaron el resto de la noche echadas. Emma era caliente. La poseía sin necesitar la fuerza de los brazos o besarla en la boca para sentirlo. No hablaron de nada más, pero tampoco hicieron nada que las incriminase, lo que Regina consideraba una disculpa para no tener sexo. Emma quería, ella también. Así que llegaron a un acuerdo. Si sobrevivían a aquella noche, harían el amor lo más pronto posible. Quizás tras la guardia que Emma tenía que cubrir o tal vez tras un día sencillo de trabajo para ambas. La verdad era que estaban locas y esa noche puso a prueba ese hecho. Emma se cambió de ropa frente a ella después del baño que no había tenido tiempo de darse. Era una visión tan bonita como admirar un cuadro en un museo de arte, por lo que hasta el momento Regina nunca había sentido interés. Quizás fuera la unión. Era una novedad increíble descubrirse enamorada de una mujer, cuando durante toda su vida había estado enamorada de un hombre. Emma le quitó la ropa y le ofreció un camisón, pero ella llevaba una talla menos que Regina, así que Mills solo se quitó la ropa formal y se acostó con ella con la ropa interior puesta. Si le preguntasen a Emma de qué color era la ropa interior de Regina, diría que algo entre rojo sangre, color vino o algo parecido. La verdad era que después de eso, se anidaron como hacen los enamorados y el espacio que las prendas íntimas les robaba era solo un mero detalle.
Emma acarició a Regina y Regina acarició a Emma. Cabellos, manos, rostro, brazos, pechos. Detalles de más. Había algo en la mano de la rubia, un toque divino que hacía que el cerebro atrapara el corazón y la dejara con una sensación de amor tan grande. Mills había vivido esa sensación una vez, pero no de aquella forma. Era diferente a todo, y ella no quería abandonarla nunca. Se quedó dormida de lo cómoda que se sentía. Y de la manera que había despertado, girada hacia el lado opuesto, sabía que Emma había seguido por algunas horas la sesión de caricias. Parecía que había pasado la noche entera dentro de un río, hundiéndose cómodamente mientras el agua bailaba con su cuerpo.
De algún modo, consigue levantarse de la cama sin apoyarse, está mejorando, sabe que es un ejercicio continuo. Fue lo que le había dicho Ingrid. Abre el armario de Emma y encuentra una bata colgada de una percha. Sale del cuarto vestida, pero con frío. Emma sale de la cocina hacia el pasillo, del pasillo a la sala y pone un plato lleno de tostadas sobre la mesa, y se lleva un susto cuando ve a Mills de pie a su lado. De todas maneras, sonríe y Regina le enseña cómo se las había arreglado sola. Tienen la misma actitud, un beso corto de buenos días hasta que Emma separa una silla para que su reina se siente.
‒ Buenos días, ¿la señora durmió bien? ‒ bromea Emma
‒ Creo que ha sido el mejor sueño de mi vida‒ Regina la mira y se encoge de hombros como si no pudiera negarlo.
‒ Dices eso desde que fui a trabajar a tu casa ‒ Emma se sienta a su lado
‒ Solo digo la verdad. Desde que entraste en mi vida me siento dentro de una primavera.
‒ Por un momento, ayer mientras me mirabas, pensé que te ibas a ir. Gracias por haberte quedado conmigo, por haber confiado en mí. No te puedo ofrecer comodidad, no tengo mucho más que ofrecerte que mi amor.
‒ ¿Aún estás preocupada por lo que pienso de tu apartamento? Me gusta tu casa, tu cama y quiero dormir más veces aquí contigo‒ Regina se estira y Emma sirve el café ‒ No quiero marcharme ahora.
‒ También me gustaría que esta noche no hubiese acabado, al igual que no quise que la anterior pasara. Es como si todas las noches contigo fuesen demasiado provechosas como para que terminen.
Regina se sirve. Aún está pensando en las manos de Emma alrededor de su cuerpo, emparejándose con su cuerpo y hundiéndose en un pozo de ternura. Sus pechos se endurecen como piedra mientras recuerda. Emma está justo a su lado y ella se está muriendo por saltar a su regazo. Se ríe de sí misma y respira hondo, intentando no parecer carente, aunque Swan se haya dado cuenta de sus pezones erectos a través de la lencería y de la bata. Emma la mira, intrigada por la belleza matinal que Regina mantenía. Su rostro aún está hinchado por el sueño, pero está tan atractiva. Se había librado de la idea de que ya no la merecía. Ella se merecía a Regina y todo lo que traía con ella. Si la señora Mills se entregaba tan bien a los sentimientos que proporcionaba, era hora de que ella también se libertara de las amarras y se diera la oportunidad de amar cada pedacito de aquella mujer. Emma puso la garrafa en su sitio y notó que había echado demasiado café en su taza. Usa eso como disculpa para ir a la cocina, pero al intentar levantarse, parece que los ojos de Regina se lo impiden cruelmente. Siente un hormigueo por su nuca, apartando sus cabellos hacia atrás y aquellos ojos, los ojos más seductores del mundo sobre ella. Quiere preguntarle qué va a hacer hoy, porque su guardia comenzará a las siete de la tarde. Podrían visitar algún sitio, almorzar juntas. Pero Regina no está en ese plan, no tiene asuntos aburridos que tratar con ella. La enfermera siente que si tomaban la decisión de hacer algo, debía partir de ella. Así que Emma, toca la boca de Regina, acaricia los labios, desciende el dedo por el mentón y la abraza de una vez. Para Regina es el comienzo de un nuevo sueño, suspira y la busca con la boca.
Se besan algunas veces, es difícil no hacerlo, pero el desayuno se está enfriando, y Regina realmente tiene hambre. ¿O serían hambres? Emma entiende que puede avanzar, que Regina está ahí para hacer lo que ella quiera y que la noche pasada no sucedió nada solamente porque estaban recelosas. Y Regina quiere, pero es tan fuerte, más de lo que siempre soportó, que se aparta de nuevo de los besos, aunque ya estaba lista.
‒ Vamos a estar dos días sin vernos. ¿Sabes cómo me fastidia?‒ pregunta, poniendo la taza en la mesa.
‒ Ayer estuve pensando en eso. Me he acostumbrado a vivir como tu compañia. ¿Puedo llamarte más tarde? Alrededor de las once de la noche tendré una pausa‒ Emma pregunta, por fin atacando una tostada.
‒ Pues claro que puedes. Me gustaría que me visitaras, que te sintieras a gusto para dormir en mi cama también, a fin de cuentas, estamos juntas.
‒ Sería algo extraño. Tu casa es enorme, pero están Cora y tus empleadas.
Regina lo encuentra gracioso y ríe, volviendo a colocar la taza en la mesa.
‒ No están todo el tiempo vigilándome. Les puedo pedir que se cojan un día libre si te sientes tan incómoda. ¿Y qué tiene que ver ellas con nosotras? Nadie puede decir nada.
‒ Es curioso que tú te sientas tan segura, cuando eras tú la que estabas casada con un hombre, tuviste hijos con él, esas cosas…
‒ No me preguntes cómo lo consigo, apenas estoy siguiendo lo que mi corazón me va pidiendo. Todo el tiempo eres tú, Emma.
Se miran con el mayor cariño del mundo. Emma abraza de nuevo el cuerpo de Regina y Mills apoya la cabeza en su hombro.
‒ ¿Cómo te resististe anoche?‒ pregunta la morena
‒ ¿Cómo me resistí a ti en mis brazos?‒ replica Emma y Regina asiente sin mirarla a los ojos ‒ Me di cuenta de que tú aún tenías algo de miedo por lo que yo pudiera hacer. Aunque también quería saltar esa etapa, no quería de ninguna manera que fuera algo terrible. Sucederá en el momento oportuno. Puede ser hoy, mañana o más tarde.
‒ Nunca he hecho esto antes, Emma. No con una mujer. Tengo miedo, un pequeño miedo a despertar del sueño en que he estado viviendo desde que desperté del coma.
Emma busca su mano sobre su regazo y la enlaza. Ella besa sus cabellos, su cabeza, apoya su mentón en ella y respira el buen perfume que exhala la señora Mills.
‒ Si por casualidad despiertas, sigue pensando que se trata de un sueño y que no podría ser mejor.
Están una hora más solas, pensando si era una buena idea que cada una siguiera con su ritmo durante el día. Pero, por más rica que fuera, y por más enamorada que estuviera, Regina y Emma toman la acertada decisión de despedirse de momento.
El resto del día pasa bien, de tal modo que la empresaria sale airosa de la reunión que tiene con sus subordinados en la Mills & Colter. Robin se da cuenta de lo bien que ella está, en lo inteligente que suena su discurso sobre enfocarse en las importaciones. De cierto modo se parece a la Regina del pasado, había vuelto. En contrapartida, Regina se sentaba con sus funcionarios como si fuera una de ellos, ya no era la mujer que su cuñado conocía. Ella había llegado tarde aquella mañana, aunque no ha parado ni un minuto desde que pisó el despacho, apoyada en su bastón, y necesitando ayuda para sacar una lata de refresco de la máquina.
Al final del día, cuando la tienda ya está cerrada, Robin llama a la puerta de su despacho y entra. Ella lo escucha antes de alzar el rostro y verlo. Colter tiene en las manos las llaves del coche y una carpeta del trabajo. Vino para saber si Regina necesitaba que la llevaran, aunque sabía que ella tenía un chófer particular, pero en realidad, necesitaba un consejo. Y si la cuñada de verdad había cambiado, ella podría ayudarlo. Siendo así, algo avergonzado pregunta.
‒ ¿Necesitas que te lleven, Mills?
Ella no deja de teclear en el ordenador.
‒ No, gracias. Leopold está abajo, él me lleva.
‒ Ok. Entonces todo bien. Pensé que hoy te ibas a ir más temprano, debes estar cansada.
‒ Estoy cansada, pero me siento bien, podría fácilmente trabajar unas horas más hoy.
‒ Es bueno verte de regreso. Si necesitas cualquier cosa…
‒ Te agradezco tu atención, Robin. A propósito, ¿comprobaste si tu salario está bien este mes?
‒ No. ¿Qué habría de equivocado?‒ puso una mueca sin entender
‒ He hecho un ingreso con una gratificación por el buen servicio mientras he estado ausente. Si la cuantía está por debajo de lo que mereces, por favor, dímelo‒ ella para y saca una hoja de la impresora.
‒ ¡Vaya! Es muy amable por tu parte, Regina. ¡Gracias! ¡Gracias de verdad!
‒ Pregúntale a Tamara mañana si ella también ha recibido la gratificación‒ Regina se gira lentamente en la silla y organiza lo que había impreso en carpetas separadas. Se da cuenta de que Robin está sonrojado. Sobre todo después de haber tocado el nombre de la abogada ‒ ¿Qué ocurre? ¿Te sientes bien?
‒ Sí, sí, estoy bien. Yo hablo con ella.
Regina no logra no encontrar graciosa la situación. Sabe de la tensión que existe entre Tamara y él, por eso él no consigue dejar claro que está ahí para preguntar algo sobre ese tema. Ella piensa que debe tener cara de Cupido, pues la situación es la misma cuando mira a Cora y Leo, sus trabajadores. Encantadora como solo ella es, Regina apoya su mejilla en la palma de la mano y golpea los dedos en su rostro, mirando cómo el cuñado desvía la atención hacia los cuadros de la pared.
‒ Robin, ¿ya invitaste a Tamara a cenar?
Él la mira inmediatamente.
‒ Ah, yo…Lo hice ayer‒ confiesa.
‒ ¿Y ella?
‒ Aceptó. Voy a llevarla a la azotea del Ferret a las ocho. Estaba pensando si llevarle algún presente. ¿Qué os gusta a las mujeres que os den en estos casos?
‒ Hum…Perfume, joyas, chocolate. Somos caras, pero cuando nos gusta alguien, la invitación a cenar es suficiente. Por lo que parece, ella es sencilla, puede que sencillamente llevando flores la conquistes.
‒ Flores. Está bien‒ él parece nervioso, pero le gusta la sugerencia, y mira la hora en el reloj ‒ Voy a llevarle flores‒ Robin le da las gracias y sale. Sonriendo como quien ha recibido la respuesta para una pregunta muy difícil.
Regina recuerda cómo a Emma le habían gustado las flores y el chocolate que ella le llevó una semana atrás. Ella era bonita. Ella no necesitaba esforzarse para ello. Y al recordarla, Regina sentía su corazón calentándose tan rápido que casi coge el móvil para llamarla en aquel instante. Tenía una foto de ella como salvapantallas. Así que Regina encendió el móvil y la observó. ¿Cuándo sería la próxima cita? ¿Cuándo se darían otro abrazo? ¿Cuándo se besarían intensamente de nuevo? ¿En breve, en pocas horas, dentro de un día quizás? Ella quería estar en el lugar de Robin y Tamara. Quería que Emma y ella estuvieran juntas en un restaurante por la noche, pero ¿qué sería un día sin ella comparado con todo el resto del tiempo que tenían y que vendría? Adelantar las cosas no era tan agradable como parecía. Así que esperaría un poco más para recibir la llamada y desearle buena guardia mientras ella se iba a dormir. Todo lo que era demasiado intenso necesitaba una pausa. Era así como se sentía Regina. En medio de todo, del proceso, de la espera, le pareció atrayente, como si aquel frío en la barriga le estuviera diciendo que, al final, no se arrepentiría.
El nerviosismo era nítido en el rostro y los hombros de Killian cuando Ariel entró por el pasillo sembrado de rosas. El sábado estaba hermoso, todo el lugar había sido decorado con ayuda de los mejores profesionales de bodas de la ciudad y los invitados habían aparecido para sorpresa de los novios que ya ni sabían a cuántas personas habían invitado. Todo el mundo sabía cómo funcionaba una ceremonia de boda. La novia entraba acompañada por el padre y el novio la esperaba frente al altar. Las madrinas formaban una fila a los dos lados, tradicionalmente vestidas de la misma manera. Las madres lloraban, mientras el cura recitaba unos versículos fundamentales hasta la llegada de la hora del célebre sí. Fue bonito ver a Killian alzando el velo del rostro de su prometida y no pudiendo contener la sonrisa que quería dar. Eso había bastado para que la tensión en sus hombros desapareciera y finalmente pudiera seguir el resto de la ceremonia al lado de la hermosa Ariel. Ella era dos años más pequeña que él y estaba acabando la facultad de veterinaria. Se habían conocido en una fiesta de amigos en común y desde entonces eran como uña y carne.
Emma estaba atenta al amigo, pues desde siempre él había manifestado su deseo de tener una familia, pero sus pretensiones eran demasiado grandes comparadas con el salario que recibía como enfermero auxiliar. Ella pensaba en lo bueno que había sido haber conocido a una persona como Regina, que había ayudado al amigo, pues sola jamás podría haberlo hecho. Ellas estaban juntas, sentadas en la primera fila. Regina estaba haciendo un gran esfuerzo para acordarse de su boda con Daniel, pero todo lo que podía recordar era cómo había sido el viaje de luna de miel, pues aparentemente fue lo que la había marcado. Emma, de una manera discreta, intentaba no mirar para un lado, porque Isabelle y Zelena estaban en esa dirección. Killian le había preguntado si le importaba, a fin de cuentas, Ariel no iba a dejar de invitar a la jefa a la boda. Transformar la fiesta del amigo y su novia en una competición era algo que jamás haría. Tampoco parecía justo aparentar estar intimidada, precisamente ahora que tenía a Regina con ella para desprenderse del pasado y liberarse completamente del rencor que había sentido por tanto tiempo. Queriendo huir de la proximidad cuando la ceremonia acabó, Emma siguió con Regina por el pasillo cuando Belle la vio. Era imposible no fijarse en aquellos cabellos rubios ensortijados en las puntas y no notar el vestido color ceniza que llevaba puesto. Belle conocía aquel vestido y en qué ocasión lo había comprado, y eso hizo que sintiera rabia de sí misma por haber herido a Emma.
Killian había elegido un sitio increíble para casarse, acorde a la cuantía recibida por la Mills & Colter, y su mayor representante. Era una propiedad en lo alto de la ciudad, donde desde los jardines podía verse todo Amber City. Él no había dejado de agradecerle a la mujer por la donación que había proporcionado todo aquello, ni Ariel cuando la vio en la fiesta y tuvo oportunidad de hablar con ella personalmente. Regina saludó a los recién casados, después de que ambos tuvieron un momento para hablar a solas con ella y Emma. Estaban hermosos y particularmente felices.
‒ Ari, esta es Regina Mills. La dueña de Mills & Colter y nuestra donante‒ dijo Killian presentándole a la mujer.
Ariel aprieta su mano y le agradece con los ojos llorosos. Había escuchado rumores sobre la dueña de la tienda como todo el mundo en aquella fiesta, pero nadie tenía idea de quién se trataba realmente. Regina notaba cuando alguien ya la conocía, no importaba cómo estuviera vestida o maquillada, parecía que siempre se inclinarían ante ella como si fuera una reina. Por un lado era una sensación agradable, pero por otro le molestaba, pues no se consideraba todo esto y no era correcto que la creyesen una persona con tanta vanidad.
‒ No tengo palabras, señora. ¡Muchas gracias! Por todo
‒ Solo quise ayudar. ¡Forman una hermosa pareja! Es muy bonito ver lo enamorado que están y la ceremonia ha estado perfecta‒ dice Mills
‒ ¡Gracias! Jamás nos olvidaremos de lo que usted ha hecho por nosotros y por nuestra amiga‒ habla Killian. Emma siente que su rostro enrojece. Él sabe que las dos están juntas por cómo caminan juntas y por la forma en que se dieron las manos al salir de la ceremonia. En cualquier momento le preguntaría cómo comenzó todo ‒ Bueno, dentro de un momento vamos a bailar y no quiero veros a las dos paradas.
‒ Kill, sabes lo pésima que soy bailando‒ Emma intenta evitarlo
‒ Puede que lo seas, pero la señora Mills, lo dudo mucho…‒ dice él, antes de que el fotógrafo los llame
El enfermero y su esposa se apartan y Regina se apoya en el bastón, parándose delante de Emma.
‒ ¿Entonces eres pésima en el baile? ¿Qué fue aquello en casa entonces?
‒ Ah, Regina, estábamos abrazadas, lento, no fue un vals.
‒ Pero bailamos, Emma. ¿Tienes vergüenza de que bailemos en público?
‒ Claro que no, yo…Es que están…‒ Emma se da cuenta de que Belle está a diez metros de ellas. Intenta no mirar mucho.
Regina sabe que hay algo incomodando a Emma y tarda para darse cuenta de que se trata de la muchacha que había herido tanto a Swan. Ella ve cuando Zelena se acerca a la otra y le da una copa de champán.
‒ Ya entendí‒ Regina mira a Emma.
El vals que Emma temía comienza en pocos minutos. Todos están alrededor de los novios en el gran espacio del jardín, viendo cómo los dos giran para acá y para allá. Los músicos comienzan a tocar Moonlight Serenade, de Glenn Miller, y algunas parejas invaden el espacio bailando pegados como pide el momento. Belle y Zelena no se intimidan y pronto lo único que se ve de un lado a otro de la pista son los enormes rizos de la pelirroja. Emma no quiere competir. Ve aquello como una gran provocación, pues ambas son solo sonrisas y besos exagerados como si fueran ellas la pareja de recién casadas. No era necesario actuar tan bajo. No había necesidad de mostrarse ante todos. Parecía que revivía el día en que había descubierto a Zelena y Belle juntas, el peor día de su vida.
Regina sabía que Emma no estaba feliz en aquella posición y que debía hacer algo. Rodeó a Emma. Las personas estaban dispersas bailando. Dejó el bastón apoyado en una silla, y caminó hacia Emma, deteniéndose ante ella. La miró de soslayo y extendió un brazo. Emma la miró y pensó que estaba siendo cortejada. De cierta forma, aquello cambió su foco y le hizo sonreír a la persona maravillosa que Regina era en aquel instante, aunque lo era siempre.
‒ ¿Vamos a bailar?‒ pregunta la mujer.
Emma traga en seco. Mira a la pareja de pelirrojas en medio de la pista y las manda al infierno a las dos mentalmente. Ella asiente, agarrando la mano de Regina. Caminan hasta el medio de las otras parejas. Una mano va a la cintura, otra a la otra mano de ella y viceversa. Se miran profundamente a los ojos, confiando una en la otra sin sombra de dudas. Comienzan girando lentamente hasta que las piernas de la señora Mills adquieren el valor para ir más rápido, aunque algo torpes. Regina tropieza algunas veces, no resiste, lo encuentra gracioso, arrancando risas de Emma. Ellas se deslizan por la pista, riéndose eufóricas de los aciertos en los pases equivocados de Regina. No saben exactamente lo que están haciendo, solo saben que se están divirtiendo. Que Regina está distrayendo a Emma y haciendo que la ame más. Que Emma está viendo la evolución de aquella mujer y aceptando que su destino haya sido mucho más generoso de lo que podría esperar. Emma olvida a las dos intrusas de su vida. Está bailando con Regina una música romántica que hace que las dos se miren a los ojos todo el rato. Ellas pegan sus cabezas, el rostro, se disfrutan, se adoran, se aman. Bailan otras dos canciones, después tres, cuatro.
Diez metros hacia un lado, Zelena se queja de los zapatos y para con la intención de quitárselos. Es cuando Isabell ve a Emma de nuevo, por vigésima vez en ese atardecer. Pero no solo ve a Emma, ve a Emma y a Regina Mills dándose un beso en medio de todo el mundo como si este no fuera nada y en esa nada la incluyeran a ella. Zelena también tiene la misma visión. Mira con sorpresa a Belle. Conoce aquella mirada en Belle. Sabe que puede que haya conseguido arrancarle la novia a Emma, pero teme por primera vez no habérsela arrancado como quería. Estira un brazo, coge la muñeca de Belle y esta no quiere seguir viendo esa escena. Acompaña a la pelirroja de rizos fuera de la pista, dando por acabada la fiesta, mientras esta apenas había comenzado para Emma y Regina.
