Disclaimer: Esta historia y sus personajes no me pertenecen. La historia es de eien-no-basho y los personajes son de Rumiko Takahashi, yo únicamente traduzco.
Nota de la autora: Hola a todos. Aquí Eien-no-basho, aunque seré E-n-B para abreviar. Este es mi primer intento de hacer un fanfic de Inuyasha, así que solicito un poco de misericordia a la hora de juzgarme. Ahora bien, os pediría que no me lo pongáis demasiado fácil: donde no hay crítica no hay mejora. Lo que quiero hacer aquí, en realidad, antes de empezar con la historia, es explicar algunos puntos clave:
1) Aunque la amo a muerte, la historia japonesa no es el enfoque principal de mi carrera. Haré un buen uso de la historia japonesa tal y como la conozco, aunque no siempre sea exacto. En otras palabras, no dudéis en señalarme cualquier imprecisión que percibáis. Quiero saber cuándo me equivoco.
2) Esta historia tiene lugar en el periodo Heian (más o menos del 794 DC al 1185 DC) en lugar de en el periodo Sengoku (Guerras civiles) (1478-1603 DC) en el que tiene lugar la serie. La razón es que encuentro que la época anterior servía mejor a mis propósitos.
Algunas de las características claves de este periodo que voy a usar son (aquí tenéis vuestra pequeña lección de historia del día): un Gobierno descentralizado con la capital en Heian (hoy Kioto) y con muchas aldeas independientes esparcidas por todo el país. Estas aldeas apenas tenían contacto o conexión con la corte central de Heian. Y, aunque la propia capital tomaba prestadas instituciones chinas y disfrutaba de una gran cantidad de riqueza, la mayoría de las pequeñas aldeas seguían estando formadas por casas de barro excavadas o cabañas endebles.
Así que, básicamente, ser cortesano significaba riqueza y comodidad, y ser campesino implicaba luchar constantemente por cultivar comida suficiente para sobrevivir. La disparidad entre los dos grupos resultó obvia y provocó un profundo resentimiento arraigado que llegaría a su conclusión más tarde, en la era Kamakura.
Otra faceta del periodo Heian era el Tennō o «Emperador Divino», un concepto introducido en el anterior periodo Nara de un emperador divino como descendiente directo del kami (dios) central sintoísta de la época, Amaterasu, la diosa del sol. En virtud de esta relación, se reconocía que el emperador tenía el derecho divino de gobernar y una autoridad absoluta.
Eso, sin embargo, no evitó las numerosas intrigas palaciegas entre los muchos clanes nobles que intervenían en el gobierno del país, resultando en batallas sangrientas dentro de la corte por el control de o por la posición de Tennō. El más destacado de estos clanes enfrentados en silencio era el de los Fujiwara, que mantuvo un control absoluto sobre el Gobierno de Heian durante un buen número de años como regentes y a través del matrimonio.
Otro gran factor en mi historia será la religión dominante en este periodo: la sintoísta o «camino de los dioses». Es esencialmente una religión que cree en muchos kami, estando la mayoría de alguna forma conectados con la naturaleza o con algún fenómeno natural. Cualquier cosa, desde un árbol prominente (Goshinboku) hasta una roca impresionante, podría ser considerado un kami, así que hay una apreciación inherente de la naturaleza y la «fuerza» espiritual, por así decirlo, de la naturaleza. Tanto Kagome como Kikyou son sacerdotisas (miko) de esta religión en la serie.
Miroku, sin embargo, es un monje budista (houshi), una religión que ya había llegado de China en el periodo Heian, pero que todavía era relativamente minoritaria. En mi historia voy a dejarlo como monje budista, a pesar de su relativo desconocimiento en Japón en ese momento.
Hay algunas similitudes entre las dos religiones, así que no debería haber demasiado conflicto (aunque debo apuntar que no soy ninguna experta en ninguna de estas religiones, mi entendimiento del budismo es especialmente escaso, así que no dudéis en corregirme ante cualquier traspié que veáis).
3) Finalmente, aunque voy a usar el periodo Heian, no me voy a apegar en absoluto a los eventos que tuvieron lugar de verdad durante esa época. La mera existencia de Inuyasha y de youkai en la historia ya distorsiona la realidad de los hechos, así que aunque puede que utilice algunos eventos clave, la mayoría de los sucesos serán producto de mi imaginación demente. Por favor, no los toméis como hechos reales.
Además, si el diálogo os parece un poco rígido en ocasiones, es porque lo es. La formalidad y el decoro son una gran parte de la cultura japonesa y eso es lo que espero reflejar con exactitud. Ya he terminado de cotorrear, así que, si no os habéis cansado ya de este prefacio terriblemente largo, por favor, sentíos libres de disfrutar de la historia.
Capítulo 1: De una oscuridad inminente y monjes pervertidos
La baja entonación de las palabras sagradas susurró en voz baja a través del silencio de la habitación, la inflexión bajaba y subía como el fluir de un riachuelo sobre suaves piedras. Una suave luz se reunió en unas pequeñas manos encallecidas por el trabajo, equilibradas justo por encima de la lastimera forma de un niño postrado en el suelo de tierra. Las manos se cernieron inquisitivamente sobre el largo del cuerpo del niño, de la cabeza a los pies, de los pies a la cabeza, deteniéndose justo encima del centro del estómago del chiquillo.
Las manos empujaron hacia abajo con una suave presión. El niño empezó a estremecerse.
Los estremecimientos se convirtieron rápidamente en convulsiones que estrujaron su pequeña figura y un sonido como el aullido del viento batiendo a través de un angosto valle llenó la habitación. Una sombra, retorcida y serpenteante, salió lentamente del niño, permaneciendo brevemente sobre él antes de salir por el techo de paja de la pequeña y ordinaria cabaña.
El muchacho yació quieto una vez más, su rostro se relajó en un tranquilo sueño.
Kagome suspiró suavemente, echándose hacia atrás y colocando las manos en su regazo mientras el brillo remitía de ellas. Se volvió hacia los dos pálidos semblantes sentados a los pies del pequeño, ofreciéndoles una sonrisa reconfortante.
—Ahora debería estar bien. Lo que le estaba poniendo enfermo solo era un espíritu intranquilo. Un poco de descanso y volverá enseguida a la normalidad.
Una áspera exhalación provino de la mujer, la madre del muchacho, que Kagome solo pudo asumir que era de alivio. El hombre, el padre del chico, colocó solemnemente las palmas de las manos ante él en el suelo y se inclinó hasta que su frente casi tocó la tierra.
—Le estamos profundamente agradecidos, Miko-sama. Puede tomar cualquier cosa en nuestro poder como pago.
—No, no. No es necesario. Me alegro de haber podido ayudar —protestó Kagome, poniéndose en pie y desempolvando su harapiento hakama rojo. Se colgó al hombro su arco largo y sus flechas, y correspondió a su reverencia—. Si les parece bien, volveré a ver cómo está en unos días. Quiero asegurarme de que ese espíritu no vuelve a molestarle mientras todavía se está recuperando.
—Es usted bienvenida en todo momento, Miko-sama —intervino la esposa, su sonrisa era de una infinita gratitud, como solo podía serlo la de una madre—, pero los espíritus sin duda parecen estar inquietos últimamente. Mi Taro es el tercero del que se ha tenido que encargar usted este mes. No sé qué haría esta aldea si no la tuviéramos para protegernos.
La sonrisa de Kagome flaqueó un instante. Reajustó el carcaj en su hombro, cohibida.
—Es muy amable por su parte… —murmuró con ojos abatidos—. Bueno, he de irme. Le prometí a mi madre que le ayudaría hoy en los campos.
Kagome les hizo una reverencia y salió rápidamente de la cabaña.
Las nubes estaban bajas y oscuras fuera, en el cielo, tal y como se habían habituado a estarlo durante los últimos meses. El aguacero empezaría pronto, se lamentó Kagome para sus adentros.
Toda la lluvia que habían estado recibiendo había anegado las orillas del río junto al que estaba situada su pequeña aldea, inundando mucho de lo que ya habían sido unos exiguos cultivos. Pronto les llegaría el invierno y el poco grano que tenían en reserva se terminaría rápido. La aldea tendría un problema nada pequeño si no hacían algo pronto.
Kagome suspiró. Le había estado dando vueltas a la situación una y otra vez en su cabeza durante casi dos meses y solo parecía encontrar nuevos problemas de los que preocuparse. Solo había logrado encontrar dos soluciones en sus noches en vela, cada una de ellas poco convincente, en el mejor de los casos.
Una sería comerciar por una provisión de grano con la aldea vecina para pasar el invierno. Desafortunadamente, su aldea tenía tan poco excedente de todo que era poco probable que otra aldea quisiera comerciar con ellos, si es que esa aldea tenía siquiera suficiente como para poder darlo.
Otro obstáculo a ese plan sería la reciente aniquilación de numerosas aldeas a manos de una horda de inquietos youkai. Kaede, la miko anciana de la aldea, y ella habían conseguido levantar una barrera lo suficientemente fuerte para proteger a su pequeña aldea de los ataques, pero muchas de las demás aldeas con espiritistas menores o con ninguno en absoluto habían sido destruidas. Bueno, eso era lo que había oído de los pocos mercaderes que habían pasado por la aldea. Así que era imposible saber cuánto tiempo llevaría llegar siquiera a la aldea más cercana que siguiera en pie.
La segunda opción sería hacer el largo viaje hasta la corte imperial de Heian y suplicar por alguna clase de ayuda, pero además del tiempo que llevaría solo llegar hasta allí, llevaría todavía más incluso que se tomara la decisión sobre si conceder o no la ayuda. Y aunque la concedieran, no había forma de saber qué clase de pago le pedirían a cambio a su aldea.
Como si eso fuera poco, los espíritus y los youkai llevaban meses inquietos, su agitación crispaba constantemente su sentido espiritual. La horda que había pasado destruyendo aldeas era meramente una manifestación extrema de su creciente descontento.
Kagome volvió a suspirar, un pequeño resoplido de frustración, mientras subía una mano para presionarse la sien. Cierto, Kaede y ella habían conseguido proteger la aldea, pero ¿dónde estaba su supuesto Tennō cuando sus súbditos necesitaban su ayuda? Encerrado en su ostentoso palacio y demasiado ocupado con asuntos cortesanos como para preocuparse por ellos, sin duda.
O al menos así era como le había explicado Jii-chan que era la vida en palacio tras haber visitado la corte una vez en su juventud. Kagome nunca se había topado con un cortesano y nunca había tenido tiempo para aventurarse mucho más lejos de su aldea, y mucho menos a ningún lugar cercano a Heian.
Se levantó viento de repente, subiendo por la pendiente en la que se encontraba Kagome mientras empezaba el aguacero. La miko cerró los ojos mientras sentía las frías gotas cayendo por su rostro, preguntándoles silenciosamente a los kami qué razones podrían tener para permitir que le ocurriera aquello a su aldea.
No hubo respuesta. Nunca había respuesta.
La lluvia siguió cayendo. Todos sus crecientes temores clamaron atención en la oscuridad tras sus párpados. Durante un breve y asfixiante momento, Kagome pudo sentir su futuro desarrollándose ante ella, largo, oscuro y difícil.
Kagome respiró hondo, abriendo los ojos. Poco a poco. Así era como tenía que hacer esto. Así era como iba a hacer que todos superaran esto.
Asintiendo para sus adentros, empezó a bajar por la colina para comenzar a revisar las barreras.
Tras lo que le pareció una pequeña y húmeda eternidad, Kagome terminó sus comprobaciones y comenzó su trabajoso viaje para subir la colina más grande de la aldea a través del intenso aguacero de camino al templo de la aldea. Aunque la palabra «templo» parecía una total exageración en lo referente a la pequeña estructura desgastada. En realidad, era más bien una cabaña ampliada, pero con paja más fuerte en el tejado y paredes ligeramente más gruesas. Era, sin embargo, lo único que podía permitirse su humilde aldea.
Kagome hizo a un lado la gruesa y áspera estera que colgaba en la entrada, escurriendo toda el agua que pudo de su pelo y sus mangas anchas.
—Kaede-sama, acabo de revisar las barreras y… —Kagome se interrumpió cuando sus ojos se ajustaron a la tenue iluminación de la estancia.
Kaede estaba sentada junto al brasero en el centro de la sala, con una taza de té aferrada entre sus manos ásperas y curtidas. Las tazas de té buenas, notó Kagome distraídamente.
Pero fue el desconocido sentado enfrente de Kaede el que detuvo el saludo familiar de Kagome en sus labios. Se apartó del fuego para mirarla, una sonrisa amable adornando sus hermosas facciones y un par de finos aros de oro en su oreja derecha atraparon la luz.
Kagome se sonrojó, avergonzada. Se dio cuenta al mismo tiempo de por qué Kaede había sacado las tazas buenas y de que ella parecía un derrumbe viviente, empapada y salpicada de fango.
—Kagome, niña —llamó Kaede. Su voz ronca tuvo la firmeza suficiente para sacar a Kagome de su estupor—. Este es Shingon Miroku-sama. Es un houshi que nos visita desde la corte imperial.
Motivada por las palabras de Kaede, Kagome se puso de rodillas con elegancia en la entrada.
Hizo una profunda reverencia, esperando que el gesto mitigase de alguna forma su enlodada apariencia.
—Es un honor conocerle, Houshi-sama —dijo Kagome formalmente, tal y como le había enseñado Kaede—. Por favor, disculpe mi falta de modales y mi… menos que adecuada apariencia. No tenía conocimiento de que hoy fuéramos a recibir a un estimado invitado.
—En absoluto, Kagome-chan —replicó Miroku con una risita, sorprendiendo a Kagome con su informal modo de hablar—. Después de todo, cualquier hombre que no sepa apreciar a una mujer con un aspecto tan bueno como el tuyo cuando está mojada no es un hombre en absoluto.
Kagome se alzó de su reverencia, su expresión se torció con incredulidad. El houshi continuó esbozando su jovial sonrisa como si nunca hubiera pronunciado una palabra inadecuada en su vida. Kagome dirigió los ojos hacia el único ojo bueno de Kaede con recelo, pero la miko anciana se limitó a negar con la cabeza de una manera que decía claramente que no se había esperado nada menos.
—Ven, niña, siéntate —instruyó Kaede, haciéndole un gesto a la miko más joven para que tomara asiento junto a ella, cerca del fuego.
Kagome se levantó con indecisión y fue hacia ella, poniendo tierra de por medio con el sonriente houshi. Estaba muy limpio, notó al pasar junto a él, comparando mentalmente su pálida piel con la piel constantemente sucia que tenían los aldeanos y ella.
Llevaba el pelo oscuro y corto limpio y recogido con otro ornamento de oro de aspecto elegante a la altura de la nuca. Su oscuro osode y su kesa de un violeta oscuro también estaban hechos de un material valioso, era obvio incluso desde la distancia. Todo ello era testimonio de la gran riqueza de la corte y un recordatorio desgarrador de la escasez en su pequeña aldea.
Kagome se dio cuenta de que no había conseguido evitar del todo que el amargo giro de sus pensamientos se reflejase en su rostro mientras se sentaba, siendo alertada por el ligero decaimiento de la sonrisa del houshi y el suave agarre de Kaede en su hombro. Compuso rápidamente su rostro para reflejar civismo y se ofreció a hacer más té.
El houshi respondió con una negativa con el mismo civismo, aunque con un poco más de cordialidad. En el silencio que siguió a eso, Kagome se recordó firmemente que el hombre que tenía delante no era la causa de sus frustraciones y que no se merecía tener que lidiar con ellas.
—¿Qué asuntos le traen tan lejos de la capital, Houshi-sama? —preguntó Kagome, deshaciendo a la fuerza la tensión que había provocado en la sala.
—Deseo investigar las recientes perturbaciones espirituales de las que han informado en esta zona —contestó Miroku, aunque Kagome captó la rápida mirada que intercambiaron el houshi y Kaede—. Los recientes ataques de youkai han caldeado todavía más las cosas, haciendo mi trabajo de encontrar la fuente aún más difícil de lo que esperaba. Pero ten por seguro que estoy haciendo todo lo que está en mi mano para evitar que tal tragedia vuelva a ocurrir.
—Entonces ¿solo está de paso, de camino a una de las aldeas destruidas, Houshi-sama? —dijo Kagome—. Creo que pueden necesitar de su ayuda más que nosotros, después de todo, y puede que sean capaces de proporcionarle más información sobre ellos. Los youkai no han sido capaces de entrar en nuestra aldea.
El hombre y su mentora intercambiaron otra mirada furtiva.
—En realidad, Kagome-chan, decidí visitar esta aldea precisamente porque no ha sido destruida. Tenía curiosidad por saber qué había salvado a vuestra aldea cuando varias de las aldeas circundantes fueron completamente destruidas. Kaede-sama me ha estado informando de que este pequeño milagro se te puede atribuir a ti —explicó Miroku, su mirada se volvió extrañamente resuelta al descansar por completo sobre ella.
—No, en absoluto —dijo Kagome, ligeramente turbada—. Solo ayudé un poco. Kaede-sama fue la que hizo la mayor parte del trabajo. Simplemente es demasiado modesta como para decirlo.
—Soy demasiado vieja para la modestia, niña —interrumpió Kaede secamente—. Si hubiera sido yo, lo habría dicho.
—Es cierto que tienes un aura reseñable, Kagome-chan —añadió Miroku, la perspicacia permanecía todavía en sus ojos—. Fui capaz de sentirla a una buena distancia, en realidad.
—Bueno… —titubeó Kagome, desconcertada por las miradas ahora fijas en ella de su mentora y del houshi. La sensación de que estaba pasando por alto algo importante pendía irritablemente sobre ella como el humo del fuego.
Transcurrieron largos instantes, llenados únicamente por el golpeteo de la lluvia contra la cabaña y el ligero crepitar del fuego. Miroku y Kaede bebieron su té en silencio, ninguno de ellos hizo movimiento alguno que Kagome pudiera ver para reanudar su silenciosa comunicación. Se había quedado con nada más que una vaga irritación y algunas sospechas a medio formar.
Finalmente, Kaede dejó su taza de té y se levantó, casi se oyó el chirrido de sus viejas articulaciones.
—Bueno, Houshi-sama, si nos disculpa, creo que el objetivo original de Kagome al venir aquí era solicitar mi ayuda para reforzar la barrera de la aldea. Dado que me gustaría completar dicha tarea antes de que caiga la noche, hemos de ponernos en marcha. ¿Verdad, niña? —dijo.
—Ah, sí —dijo Kagome, recordando repentinamente su intención inicial.
Se levantó rápidamente y cogió un abrigo que colgaba de la pared, sabiendo que la anciana edad de Kaede la dejaba vulnerable a climas como el que continuaba azotando el exterior. Kaede asintió a modo de agradecimiento, envolviendo la áspera prenda alrededor de sus hombros y de su cabeza.
—Siéntase libre de quedarse aquí en el templo todo el tiempo que desee, Miroku-sama. Está, como siempre, a su disposición —ofreció Kaede mientras Kagome y ella cogían sus arcos y se encaminaban hacia la puerta.
Miroku se levantó para unirse a ellas, el shakujou chapado en oro tintineó en su mano.
—Me temo que ya he abusado durante demasiado tiempo de su amable hospitalidad, Kaede-sama —dijo con una ligera inclinación—. Además, tengo unos asuntos que atender antes de que deba partir. Supongo que nos veremos obligados a separar aquí nuestros caminos por el momento.
Antes de que Kagome pudiera siquiera parpadear, lo tuvo a su lado, inclinándose para besarle la mano. Era un gesto tan extraño que tuvo que luchar contra el deseo de encogerse. Hasta que sintió el rápido movimiento sobre su trasero. Únicamente sus reflejos hicieron que su mano abierta le pegara con fuerza en la cara, la humillación le dio escalofríos cuando el sonido carnoso resonó por la pequeña habitación.
—Yo… Yo… ¡su mano! Usted… —balbuceó Kagome, sus propias manos se movieron haciendo extraños gestos angustiados que eran medio apaciguadores y medio explicativos. ¡Por los kami, le había pegado a un noble!
—No te preocupes, Kagome-chan. Mi mano resbaló y tú reaccionaste como lo habría hecho cualquiera —dijo el houshi con suavidad, tocando cautelosamente la rojez que florecía por su mejilla.
Kagome no pudo evitar pensar que había notado la mano en su trasero como algo bastante intencionado como para ser un accidente, pero consiguió reprimir ese comentario. No había necesidad de tentar más a su suerte si él estaba conforme con dejarlo estar.
—Pongámonos en marcha y dejemos que Miroku-sama haga lo mismo, niña —intervino Kaede, apenas conteniendo la risa que se agolpaba en su voz. Cogió la mano de Kagome para guiarla hasta el exterior como a una niña, pero Kagome dudó cuando se le ocurrió algo.
—Mmm, Miroku-sama —se atrevió a decir con vacilación—. No sé muy bien cómo decir esto, especialmente después de haberle pegado de esa forma…
—Ah, ¿acaso te has enamorado de mí? —interrumpió Miroku con extrema seriedad—. Desafortunadamente, bella Kagome-chan, por muy hermosa que seas, no me encuentro actualmente en posición de tomar esposa, aunque supongo que al menos podría concederte el placer de concebir a mi…
—Ah, no, no es eso en absoluto —interrumpió Kagome, demasiado sorprendida por la extravagancia de sus palabras como para recordar sus modales—. Solo me preguntaba si va a volver a la capital antes del invierno.
—¡Oh! —dijo Miroku tímidamente, aunque sin llegar al grado de vergüenza que, según Kagome, sería adecuado para la situación—. Sí, eso pretendo. ¿Por qué lo preguntas?
Fue el turno de Kagome de sentirse tímida.
—Es que… los cultivos de la aldea para esta estación se han arruinado debido a toda la lluvia y las inundaciones, y he agotado rápidamente todas las opciones que conozco que eviten que pasemos hambre este invierno. Esperaba… que pudiera abogar ante el Tennō-sama en nuestro nombre. Lo lamento mucho y me avergüenza pedirle esto, pero creo que usted podría ser nuestra mayor esperanza.
Kagome hizo una profunda inclinación, plenamente consciente de que se estaba poniendo a su merced.
—Venga, no hay necesidad de hacer eso, Kagome-chan —dijo el houshi—. Estaré más que contento de abogar por tu aldea cuando regrese.
—¿De verdad? —Kagome podría haberle dado un abrazo, sus ojos brillaron con alivio al levantarlos para mirarlo.
—Por supuesto —respondió—. Y lo único que pediría a cambio es que tú, Kagome-chan, concibas para mí un saludable…
—Hora de irse, niña —le interrumpió Kaede, prácticamente arrastrando a la joven fuera de la cabaña.
—Adiós, Kagome-chan. Estoy seguro de que nos volveremos a ver —llamó Miroku mientras desaparecían en la tormenta.
—¿Estamos seguras de que es un houshi? ¿Y de la corte? —preguntó Kagome, lanzando una mirada incrédula hacia atrás.
—Eso espero, niña. Si no, acabas de permitir que manosee tus cuartos traseros a cambio de solo una pequeña bofetada.
—Maravilloso…
No fue hasta el anochecer que a Kagome se le permitió volver a casa, empapada, exhausta y totalmente irritada.
Los agujeros de la zona más oriental de la barrera habían requerido mucha más energía de la que había previsto para su arreglo, sumado a que ya había gastado una buena cantidad de poder al curar al niño aquella mañana. Y, durante todo ese tiempo, la lluvia había seguido cayendo sobre sus cabezas. Kagome casi podía sentir los cultivos muriendo.
Como incremento a su irritación, Kaede había esquivado hábilmente todas las preguntas que había hecho en relación con su extraño visitante. Aunque eso hacía mucho por confirmar sus sospechas de que pasaba algo más de lo que se había revelado, al final se quedó con más preguntas que nunca. Así, regresó a casa sintiéndose bastante derrotada, ansiando nada más que cambiarse para ponerse ropa seca y meterse en su futón.
Su día, sin embargo, no estaba ni cerca de terminar.
Saliendo de la acogedora cabaña que compartía con su madre, hermano y abuelo estaba Miroku. Kagome casi tropezó.
Al verla, él saludó animadamente, de nuevo pareciendo ignorar la extrañeza de sus actos.
—Sabía que volveríamos a encontrarnos, Kagome-chan. Sin duda, debe ser el destino. Aunque me temo que pareces un poco agotada después de tu largo día.
Kagome abrió y cerró la boca varias veces, pero incluso una educada formalidad se negaba a salir fácilmente de sus labios. Se conformó con limitarse a sacudir la cabeza, esperando despejar la niebla que pudiera haber entrado.
—Veo que te has quedado sin palabras por el júbilo de nuestra reunión. Pero entra dentro y siéntate. Tenemos mucho de qué hablar.
Con una mano amable en su hombro, la condujo al interior. Kagome solo se dio cuenta vagamente de lo tonto que era que un desconocido la condujera al interior de su propio hogar, ocupada como estaba en hacer un seguimiento de cuánto se atrevía su mano a bajar por su espalda.
Su madre estaba sentada en el interior de la cabaña, aferrando una labor de bordado con los nudillos blancos. Dio un respingo cuando entraron, como si de repente se sacara un gran peso de encima. Se levantó para recibirlos con una sonrisa casi demasiado amplia.
—Kagome, me alegro tanto de que al fin hayas vuelto. Me estaba preocupando porque estuvieras todo el día fuera con este tiempo —dijo, inquieta, envolviendo a su hija en un fuerte abrazo a pesar de lo empapada que estaba la miko.
El abrazo fue extrañamente persistente para ser solo un abrazo de bienvenida y Kagome juraría que había sentido que su madre temblaba levemente.
—¿Dónde están Souta y Jii-chan? —preguntó, consiguiendo mantener a su madre a distancia para mirarla.
Su madre se dio la vuelta rápidamente y fue a ocuparse hurgando en un pequeño y burdo baúl en busca de una manta. Desconcertada, Kagome miró al houshi que estaba a su lado. Su sonrisa fue tan afable y de tan poca ayuda como siempre.
La madre de Kagome descubrió una manta con una diminuta exclamación y volvió rápidamente para envolverla firmemente alrededor de los hombros de Kagome, conduciéndolos a Miroku y a ella al brasero del centro de la sala. Los obligó a sentarse y se movió afanosamente, haciendo té caliente de una forma tan informal que Kagome no tuvo dudas de que su madre y el houshi habían estado hablando durante algún tiempo antes de que ella llegara.
—¿Puedo preguntar qué hace en mi casa, Houshi-sama? —se atrevió a decir con vacilación.
—Este es el otro asunto que tenía que atender. Aunque creo que a tu encantadora y honorable madre le gustaría ser quien te lo explique todo —respondió.
La aprensión recorrió ligeramente la espalda de Kagome. Se giró hacia su madre.
—¿Mamá? ¿Qué pasa? —la llamó, deteniendo a su madre en seco—. ¿Dónde están Souta y Jii-chan? ¿Por qué has estado hablando con Houshi-sama?
La señora dejó lentamente todas las baratijas con las que se había estado manteniendo ocupada. Fue a sentarse enfrente de los dos, con los ojos fijos en las manos entrelazadas con fuerza sobre su regazo.
La sonrisa había desaparecido. Había sido dolorosamente forzada, se dio cuenta Kagome.
Notó súbitamente lo cansada que parecía su madre, las arrugas alrededor de sus ojos y su boca hundida. La señora hizo algunos gestos inútiles y sin sentido con las manos antes de poder mirar a su hija a los ojos.
—Kagome, cariño… —Buscó las palabras y Kagome se encontró conteniendo la respiración—. Sabes… sabes demasiado bien cuál es la situación aquí en la aldea. Tal y como están las cosas, no sobreviviremos al invierno. Y, aunque lo hagamos, seguiremos dependiendo de ti para evitar que ataquen los youkai.
»Sé que eres fuerte, cariño… lo sé. Pero si las cosas siguen así… lo único que puedo ver es algo largo, difícil y doloroso para ti. No quiero eso. Y estoy segura de que una parte de ti se ha dado cuenta de ello y de que tú tampoco lo quieres, incluso aunque te asuste decirlo.
—Mamá —dijo Kagome, deseando que se detuviera.
Sabía perfectamente cuál sería su futuro en la aldea, endilgado con el peso de protegerla y, aun así, nunca perteneciendo realmente a ella durante el resto de su vida. Solo había un camino que pudiera recorrer, y la desolación y la inevitabilidad de ello casi la habían vencido en sus momentos más débiles.
Pero hacía mucho que había aprendido a aceptarlo como el destino le habían designado. Mejor que lo soportase con toda la gracia y alegría que pudiera reunir, ya que darles voz a sus miedos solo serviría para preocupar a los aldeanos que dependían de ella.
Se negaba a agregar otra carga al montón de aquellos que ya tenían más que una justa parte con la que lidiar. Eran fuertes y sería un grave fracaso por su parte no ser fuerte también. El hecho de que su madre hubiera podido ver el miedo en ella… ¿los demás también podían verlo? ¿Les estaba fallando cuando más la necesitaban?
—Envié a Souta y a Jii-chan a ver qué podían hacer para cubrir los cultivos cuando Miroku-sama llegó solicitando hablar conmigo —continuó con firmeza la madre de Kagome, aunque le temblaba la voz como si eso fuera lo único que podía hacer para no llorar—. Ellos también quieren lo mejor para ti, pero no creí que pudieran ser capaces de lidiar con esto de la forma necesaria. Vas más allá de esta aldea, Kagome. Es tan simple como eso.
»La forma en la que te ha educado Kaede-sama, tus inmensos dones espirituales, incluso con tu sola naturaleza te diferencias. Nos has superado tanto a todos nosotros que los aldeanos no pueden evitar aferrarse a ti, confiando en ti incluso mientras te tienen como algo distinto a ellos. Y tú no puedes evitar esforzarte por complacerlos a todos, porque así eres tú. Pero nunca serás feliz aquí… no es posible. No será suficiente para ti. Temo que la vida aquí te destroce, que drene toda la luminosidad que veo en ti.
—Mamá, para —rogó Kagome, desesperadamente asustada al oír las palabras en las que rara vez se había permitido siquiera pensar dichas en voz alta—. Crecí aquí, soy igual que todos… que tú… soy parte de esta aldea…
—Silencio, Kagome —interrumpió su madre con amable firmeza, su expresión empezaba a desmoronarse lentamente—. Sabes que no es así. Yo sé que no es así. Eres mi niña y verte esforzándote todos los días… verte convirtiéndote en alguien tan inteligente y fuerte… cuando Shingon-sama hizo su oferta, no tuve más elección que aceptar. Sé que te enfadarás, pero… por favor, intenta comprender que solo quiero lo mejor para ti —rogó.
—Creo de verdad que tu honorable madre solo quiere lo mejor para ti. Una mujer menos valiente no sería capaz de hacer lo que ha hecho —añadió el houshi solemnemente. Kagome se sobresaltó un poco, habiéndose olvidado por un momento de que él seguía en la sala con ellas.
—¿Qué ha hecho? —preguntó Kagome a través de unos labios que se le habían entumecido, con el corazón hundiéndose como una piedra a través de su pecho para reposar sobre la boca de su estómago.
—Shingon-sama… ha solicitado que lo acompañes en su viaje de regreso a Heian. Dentro de unos días, después de que hayas hecho las maletas y te hayas despedido de los aldeanos, te irás con él… para vivir en la corte como espiritista.
Las lágrimas que su madre había contenido con tanta valentía escaparon ahora en pequeños sollozos acompañados de hipo. Presionó una mano contra su boca como para amortiguar el sonido, sus ojos se encontraron de soslayo con los de Kagome.
El frío y el cansancio del día parecieron penetrar en los huesos de Kagome. No pudo más que mirar a su sollozante madre, a la mujer que acababa de entregarla.
La oscuridad se acumuló, velando sus ojos. Se desmayó.
Nota de la traductora (1): ¡Hola a todos!
Vaya, no sé cuántos años han pasado desde que empecé la traducción de un fic de Inuyasha, pero aquí estoy de nuevo. La verdad es que hacía tiempo que había dejado de leer fanfics, pero entre que sacaron Hanyo no Yashahime y que me he puesto a leer a escritoras estupendas (tanto en español como en inglés), no me he podido resistir.
Espero que os guste esta historia (os aseguro que vale muchísimo la pena) y que me comentéis lo que queráis de ella. Si tenéis alguna duda, intentaré resolverla lo mejor que pueda.
¡Hasta la próxima!
Nota de la traductora (2): Capítulo revisado el 29 de marzo de 2024.
