Disclaimer: Los personajes que aparecen en este fic, así como el universo donde se desarrolla la historia no son creaciones mías ni me pertenecen. Todo es obra de Masashi Kishimoto.
Summary: Tras un reencuentro fortuito con Sasuke, Sakura abandona la aldea. Nadie a su alrededor conoce los motivos que la orillaron a tomar esa decisión, pero solo ella sabe que todo se remonta a esa noche de verano, en la que, por azares del destino, volvería a cruzarse con su antiguo amor.
Nada va a lastimarte, cariño.
Capítulo 1
En las calles de Tanzaku
Se movía como una serpiente escurridiza , saltando de rama en rama con la misma gracia que un ciervo deambulando por la intimidad del bosque.
Avanzaba a paso presuroso entre setos de espino cuajados de blanco, el terreno lucia alfombra de campanillas azules y en los campos de trigo, centeno y cebada y en los pastos de heno, ya casi a punto para siega, resplandecían las amapolas y los grajos revoloteaban bulliciosos.
Por la transformación del paisaje, la diligente kunoichi era capaz de deducir que estaba cerca de su destino. Había analizado el mapa la noche anterior un centenar de veces, procurando memorizar la ruta recomendada por Kakashi.
El camino era poco más que dos surcos entre las hierbas crecidas.
Por un lado eso era bueno, había poco tráfico de viajeros que nadie podría señalar en qué dirección se había ido. Allí, la marea humana que recorrió el camino feudal no era más que un reguerillo.
Lo malo era que el camino resultaba sinuoso como una serpiente, trazaba curvas y más curvas, se enredaba con otros senderos secundarios, y en ocasiones parecía esfumarse por completo, para reaparecer media legua adelante, justo cuando ya había perdido la esperanza. Sakura lo detestaba a muerte. Sakura lo detestaba a muerte. El terreno no era duro, las colinas eran onduladas y los campos sembrados se intercalaban entre prados, bosquecillos y valles surcados por arroyuelos de aguas tranquilas bordeados de sauces. Pero, pese a todo, el camino era tan estrecho y retorcido que tenía que avanzar a paso de caracol entre las ramas.
Bajo la cálida luz de los rayos del sol que conseguían filtrarse entre los recovecos del entramado follaje, podía sentir como las gotas de sudor resbalaban por la longitud de su cuello hasta desaparecer en la parte superior de su vestimenta, haciéndola sentir sucia y pegajosa. Tenía los músculos tan tensos que podrían saltar en cualquier momento y los dientes tan apretados que podrían romperse. Sin lugar a dudas, se encargaría de aumentar el pago de la misión una vez regresara a Konoha.
Justo después de diez minutos se detuvo para volver a consultar el mapa. Encontró el punto donde se reuniría con el escuadrón ANBU, pero no el camino, aunque posiblemente conducía a él. Llegaría. A la carretera y debería recorrerla entera hasta bordear las murallas que protegían la ciudad de Tanzaku. No había otra ruta. Dobló el mapa y siguió caminando.
Luego de media hora, la pelirosa ubicó el ambiguo punto de reunión. Por fin, con los músculos agarrotados, bajó del árbol.
Analizó las figuras de los dos ANBUS que aguardaban por ella; ambos le daban la espalda, , yacían de pie con las piernas separadas al nivel de los hombros, exponiendo la perfecta postura de un shinobi que ha pasado gran parte de su vida entrenando para la batalla. Con solo verlos, podía deducir que habían permanecido en esa posición desde su arribo, y eso se resumía a más de cuatro horas.
Tan pronto como su chakra entró en sus campos de percepción, la dupla de ninjas se giraron para encararla. No dejaba de sorprenderle la agudeza de sus sentidos, por esa razón estaban al tanto de las misiones peligrosas.
—Haruno Sakura— dijo a manera de saludo uno de ellos. La aludida intercaló la mirada entre ambos. Era imposible vislumbrar sus rostros tras las hermosas máscaras de cerámica que portaban—.Estas recorriendo un laberinto, frente a ti aparecen tres puertas. La puerta de la izquierda lleva a un ardiente infierno. La puerta del centro a un brutal asesino. Y la puerta de la derecha a un león que no ha comido en tres meses. ¿Qué puerta escoges?
Contuvo las ganas de poner los ojos en blanco. Aquello era parte del protocolo, una medida de seguridad para corroborar que se trataba de la persona en cuestión. Después de todo, la paranoia y desconfianza era parte del riguroso entrenamiento ANBU, no podían permitirse confiar deliberadamente en cualquier extraño que se les plantara en frente.
—La puerta de la derecha— suspiró como hacía siempre que hacía afirmaciones semejantes, y sacudió la cabeza negativamente—. El león ya habrá muerto de hambre— señaló con obviedad.
Victoriosa, rebuscó en la cangurera trasera el pergamino que Kakashi le había otorgado esa mañana antes de marcharse.
Tal como su Hokage lo había predicho, sus custodios le entregarían otro rollo. Desconocía el contenido de ambos y, bajo ninguna circunstancia, tenía la autorización de abrirlos y leerlos, lo cual la ponía un tanto ansiosa.
—No hay necesidad de ponerse nerviosa, Haruno-san— dijo el ANBU con la máscara que hacía alusión a un zorro—.Solo es parte del protocolo— intentó tranquilizarla.
—Lo sé— masculló.
Sakura detestaba la formalidad de dichas misiones.
Sabía que el escuadrón de elite no iba a custodiarla, por supuesto que no. Los ANBU eran demasiado cautelosos para su propio bien, vivían en un estado de paranoia constante que los obligada a desconfiar de todo y de todos, inclusive si se trataba de la aprendiz de la misma Godaime.
La hacienda del Daimyō se encontraba al pie de las colinas que se alzaban al noreste de la ciudad de Tanzaku. Era un lugar poco convencional para instalar una residencia de verano. Sin embargo, de acuerdo con la misiva del señor Feudal, su esposa se mostró indispuesta a continuar con el ajetreado viaje de cinco días en el delicado estado en el que se hallaba.
Por ese motivo, a la kunoichi no le sorprendió en lo absoluto que el parto se adelantara. Su misión consistía en traer al primer hijo del Daimyō sano y salvo.
Luego de cuarenta minutos de trayecto, el grupo arribó a su destino.
Era la primera vez que Sakura estaba en un sitio con tanto lujo, y se sintió bastante abrumada por todo lo que veía a su alrededor.
Uno de los guardianes la acompañó hasta la puerta principal. Tocó el timbre por ella, y la puerta se abrió de inmediato, en menos tiempo del que alguien puede tardar en ir a responder.
—¿Tu eres la ninja médico?— quiso saber la mujer bajo el umbral. Ni siquiera se apartó para dejarla entrar; se quedó en el hueco de la puerta, bloqueando la entrada.
—Sí— respondió Sakura—. Haruno Sakura, estoy aquí para servirle— hizo una pequeña reverencia, a la que aquella dama respondió con una inclinación de cabeza. Entonces suspiró aún más profundamente y se estrujó el puente de la nariz.
—Demasiado joven— el susurro alcanzó los adiestrados oídos de la kunoichi.
La pelirosa frunció el entrecejo con ahincó.
No era la primera vez que una persona ponía en duda sus habilidades basándose simplemente en su aspecto. Dichos desplantes se presentaron durante gran parte de su corta existencia y, por ende, había aprendido a lidiar con ese tipo de comentarios. Aun así, siempre le generaban impresión y una especie de desasosiego incapaz de ignorar.
—Le aseguro que, pese a mi apariencia, desempeño mi labor a la perfección.
Estaba segura que iba a decirle algo más, pero en lugar de ello se sacó debajo del obi una pipa con la cazoleta de metal y una larga boquilla de bambú. Luego se sacó del bolsillo que llevaba en la manga una bolsita de seda, de la que extrajo una buena cantidad de tabaco. Cargó la pipa, apretando bien el tabaco con el dedo meñique; la llevo hasta su boca y encendió una cerilla que sacó de una cajita de metal.
Entonces la observó detenidamente, exhalando el humo.
—Además de ingenua, impertinente— siseó.
Sakura no respondió: una réplica podría haber sido insultante, demasiado desafiante.
La mujer dio una calada y largó otra bocanada de humo.
—Será mejor que entres— dijo. Se volvió, dándole la espalda y entró en el vestíbulo cojeando—. Y cierra la puerta.
Siguió cada una de las indicaciones al pie de la letra.
—¿Alguna vez has asistido un parto?
—Si, señora—espetó—. Aprendí lo mejor de la mejor.
Miró directamente a los ojos a la mujer. Ahora su cara estaba a la misma altura que la de ella. Llevaba el poco cabello atado en un moño perfectamente relamido. Tenía las cejas depiladas en finas líneas arqueadas, lo que le proporcionaba una mirada de sorpresa permanente, o agraviada, o inquisitiva, como la de un niño asustado, pero sus párpados tenían expresión fatigada. No así sus ojos, de un azul hostil como el cielo de pleno verano en el que brilla el sol, un azul implacable. Su nariz era demasiado pequeña en relación a la cara, que no era gorda, pero si grande. De las comisuras de sus labios arrancaban dos líneas descendentes, y entre éstas sobresalía su barbilla, apretada como si se tratara de un puño.
—Considerando que Tsunade Senju es tu maestra…— arrugó la nariz en señal de disgusto.
Su enojo se había vuelto más agudo y nítido, como un pulso palpitante. La rabia recorría su cuerpo entero con tanta fuerza y poder que estaba casi a punto de temblar. Sus sentimientos que habían enmudecido por cierto recato, estaban comenzando a aflorar.
Por un instante, agradeció el ingreso del señor Feudal a la sala. Llevaba puesto un yukata, negro. Tenía la nariz colorada y los ojos un tanto saltones. Su barbilla estaba adornada por una barba canosa bajo la que se adivinaban unos recios carrillos, o posiblemente una papada: pliegues de pellejo colgante. Era el nuevo Daimyō, y así que se trataba de una figura venerable, y había sido esencial en los últimos años para la reconstrucción y el progreso de la aldea. Había tenido a varias Esposas —que desdichadamente habían muerto—, y tenía asignadas cinco concubinas. Su quinta esposa le había concedido el don de engendrar hijos.
—¿Es ella?— preguntó directamente a la mujer, pasando de largo e ignorando su presencia completamente.
La dama asintió con un gesto solemne.
Sakura puso cuidado en hacer una reverencia perfecta para saludar y rendir respeto al señor Feudal.
—Supongo que usted debe ser Haruno Sakura, la aprendiz de Tsunade y Kakashi— dijo sin tintes de emoción en la voz, con los ojos fijos sobre los de ella, mortalmente serios, como sin vida.
—Así es— masculló, nerviosa.
La mujer esbozó una ligeras sonrisa despectiva en sus labios, y la kunoichi adivinó al punto que la había juzgado una palurda. Un no sé qué en su rostro le dio una sensación de intranquilidad.
—Pasaremos de las formalidades— resopló con cierto hastió—. Nishiosa-sama te llevara a la habitación de mi esposa.
Ella asintió, gustosa.
Sin decir una palabra, dirigió su andar hacia el otro extremo de la habitación donde se vislumbraba un estrecho pasillo que conectaba el vestíbulo con el resto de la casa.
Desde arriba le llegaba el sonsonete de las mujeres que ya habían arribado. La ceremonia del nacimiento era un acontecimiento al que asistían las familias de mayor categoría en el País del Fuego. La reunión no apuntaba a acompañar a la gestante; la esposa del Daimyō probablemente se encontraba en soledad en una habitación repleta, sin lugar para expresar sus sentimientos y sensaciones, operando como una máquina que cumple su función en el parto.
En cuanto a las esposas o concubinas de los demás señores, degustaban todo tipo de aperitivos y bebidas mientras aguardaban la noticia del alumbramiento.
Como era de esperarse, el Daimyō no estaba a la vista. Se había ido a donde se van los hombres en esas ocasiones, algún escondrijo. Probablemente estaba calculando el momento en que sería anunciada su presentación, si todo salía bien. Ahora estaba seguro de haberlo logrado.
La frágil esposa se encontraba en la habitación principal, sentada en la enorme cama, apuntalada con cojines, hinchada pero reducida. Llevaba un vestido recto de algodón blanco, levantado por encima de los muslos; su larga cabellera rojiza estaba peinada hacia atrás y recogida en la nuca, para que no le molestara. Tenía los ojos apretados a causa del dolor.
Yacía flanqueada por dos mujeres que le sujetaban las manos, o quizás era ella la que sujetaba las manos de las mujeres. Una tercera doncella le levantó el camisón, untándole aceite para bebé en el montículo que forma su barriga y haciendo fricciones en sentido descendete.
A su lado se veía la silla de partos. No la colocarían allí hasta que llegara el momento. Tenían las sábanas preparadas, lo mismo que una pequeña bañera y el bol con cubos de hielo para que la esposa del Daimyō los chupara.
La señora Nishiosa la dejo en el umbral de la puerta, y hasta cuando volvió a ocupar su lugar cerca de las demás, vio aquella figura negra, en pie, sola, aislada, distinta, y aunque ya callaba, sabía que no le quitaba el ojo de encima.
Procurando ignorar la incomodidad, dispuso sus cosas en la esquina de la habitación y se dirigió a la que debía ser la partera.
—Soy Haruno Sakura, la ninja médico enviada desde Konoha para auxiliarlas— se presentó ante ellas—. ¿Cuál es la situación?— demandó saber.
—El trabajo de parto no progresa. Las contracciones se debilitaron y el cuello uterino no está lo suficientemente dilatado— respondió la mujer con nerviosismo—. Le administramos medicamento para solucionarlo, pero fue inútil.
Se preparó con la misma velocidad y diligencia a la que estaba habituada en el hospital.
Aunque la mujer procuraba contenerse, a veces los chillidos cesaban repentinamente y el silencio se extendía por los rincones de la mansión; en esos momentos, sus acompañantes alzaban la cabeza y agudizaban el oído; escuchaban con la esperanza de que el repentino silencio señalara el alumbramiento de un nuevo heredero. Escuchaba, y en la quietud que dominaba en la habitación escuchó el sonido áspero de la trabajosa respiración de la mujer, hasta que en un momento, y sólo por una vez, se oyó otro gemido patético.
Acumuló chakra en la palma de sus manos y las colocó sobre el vientre descubierto. Su trabajo habría sido más sencillo si contara con el equipo necesario para realizarlo, pero no se encontraba en el hospital, y tanto el Daimyō como Kakashi confiaban en que podría desempeñar su labor sin problema alguno.
Las arrugas poblaron su frente al detectar el problema. Apartó las manos y lanzó una mirada severa a las asistentes de la partera, quienes aguardaban aterrorizadas en los pies de la cama.
—¿Y bien?— cuestionó la matrona con cierta impaciencia, intercalando la mirada entre la faz de la kunoichi y la doliente mujer en la espera de un respuesta.
—El bebé no está en posición y su frecuencia cardiaca es anormal— contestó—. Necesitare más toallas y gasas— una de las jóvenes asintió y salió disparada de la habitación—. Hay que moverla, mientras tanto asegúrense de colocar una sábana o cortina para crear un área estéril.
Todas a su alrededor comenzaron a moverse como hormigas atareadas.
El aire estaba cargado de un olor peculiar; un olor que desprende la propia carne, orgánico, a sudor con matices de hierro que debe emanar de la sangre de las sábanas.
Sus fosas nasales se habían acostumbrado a ese aroma. Lo presenció en el campo de batalla y también en el quirófano. Se impregnó de éste cuando curó las heridas de su mejor amigo y del hombre al que amaba. Acompañaba sus pesadillas y la rodeaba en los momentos menos esperados, opacando el aroma de las flores o la tierra.
Pero aquel olor era peculiar, más animal, que seguramente salía de la mujer en la cama: olor a guarida, a cueva habitada. Olor a matriz.
Se aproximó a la joven con cautela, ella, con los ojos cerrados, intentaba aminorar el ritmo de su respiración. Tenían el tiempo encima. Si Sakura no actuaba rápido, tanto la madre como el feto podrían fallecer en el intento.
—Es el momento— dijo Sakura una vez que ayudó a la mujer a colocarse en posición.
Una de las ayudantes le limpió la frente con un paño húmedo. La esposa del Daimyō estaba sudando, algunos mechones de pelo se le sueltan de la banda elástica y otros más pequeños le quedan pegados en la frente y el cuello. Tenía la piel húmeda, empapada y lustrosa.
—Quiero salir— dijo la mujer, haciendo un intento por levantarse de la cama—. Quiero dar un paseo. Me siento bien. Tengo que ir al retrete.
La matrona ingresó a la habitación a toda prisa. Se situó a los pies de la cama, preparada para recibir al bebé.
—Respire, respire— pidió Sakura mientras juntaba chakra en sus manos para iniciar su labor. Con ayuda del ninjutsu médico conseguiría cambiar la posición del bebé—. Solo tiene que resistir un poco más. Solo un poco más.
Nunca antes había estado tan nerviosa a la hora de auxiliar a alguien. No era porque no pudiese hacerlo, sino que temía que algo terrible llegara a sucederle a la madre y el hijo.
Las manos le temblaron cuando llegó a pensar en las posibilidades de todo saliera ma, sin embargo, sus dedos nunca se alejaron del vientre abultado de la mujer.
—Es hora— anunció Sakura.
—Empuje, señora, empuje— incitó la matrona.
Ahora fue turno de la kunoichi situarse a los pies de la cama. Sin dejar de producir chakra, oteó la coronación de todo, la gloria, la cabeza de color púrpura y manchada; agarrándolo firmemente de las nalgas con la mano derecha, mientras con los dedos de la mano izquierda tanteaba en la oscuridad, buscando el cuello de la criatura para separar el cordón umbilical que lo estrangulaba.
El grito de la mujer en el momento del alumbramiento fue más desgarrador que cuantos le habían precedido. Fue el aullido de un animal atormentado, un lamento capaz de arrancar lagrimas a la noche.
Otro empujón más y el diminuto cuerpo se deslizó hacia afuera, untado de flujo y sangre, colmando la espera. Sakura le quitó el cordón del cuello. Con el bebé en brazos empezó a inspeccionarlo; era un niño, muy pequeño, pero de momento estaba bien, no tenía ningún defecto, manos, pies, ojos, todo estaba en su sitio.
Fue así que al frotarle la espalda, lo inició en el sufrimiento de la vida y la mecánica de la respiración. Inmediatamente, la kunoichi colocó amorosamente sobre el pecho desnudo y tibio de su madre al recién nacido, donde encontró algún consuelo a la tristeza de nacer.
Madre e hijo permanecieron descansando, desnudos y abrazados, mientras los demás limpiaban los vestigios del parto y se afanaban con las sábanas nuevas y los primeros pañales.
Una vez se aseguró que ambos estuvieran en perfectas condiciones, la Kunoichi abandonó la habitación.
—¿Todo salió bien?— preguntó el Daimyō en tono ansioso.
—Sí— respondió. En ese momento se sentía desgarrada, exhausta.
—Un niño— dijo el hombre entre dientes, anticipándose a la confirmación.
—Es un varón fuerte y sano.
—Un heredero— dijo el Daimyō en tono admirativo, somo si en realidad no hubiera osado implorar el favor de cualquier divinidad. Se enjuagó las lágrimas.
Las personas que aguardaban en la sala contigua se acercaron a la puerta de la habitación, empujándola. Hablaban en voz muy alta, algunos de ellos aun llevaban sus platos, sus tazas de café, sus vasos de vino, algunos todavía estaban masticando. Todos buscaban felicitar a los padres. La envidia emanaba de ellos, podía olerla, como débiles vestigios de ácido mezclado con perfume,
—Sugiero que tanto la madre y el niño descansen todo el tiempo que sea necesario. Es propicio genera un ambiente tranquilo.
—Nishiosa-sama se encargara de eso— dijo, y rebuscando entre sus ropaje sacó un sobre beige y se lo ofreció como recompensa.
Sakura interpretó el gesto como una señal para marcharse en cuanto antes. Había extendido su visita más tiempo de lo esperado y, una vez concluida su labor, no tenía motivos para permanecer en la mansión.
Aceptó por fin el sobre. El niño seguía llorando y la madre gemía, pero los invitados al nacimiento celebraban ya la nueva de que el Daimyō volvía a tener un heredero. El nacimiento de un niño conllevaba celebraciones y regalos esplendidos.
Cuando el Daimyō decidió ingresar por fin a la habitación donde se encontraba su esposa, Sakura oteó el rostro impertérrito de la señora Nishiosa, que aguardaba por ella para escoltar a la salida.
Ajustó la correa de la mochila a su hombro y siguió los pasos de la adusta dama por las escaleras hasta llegar a la planta baja. En la puerta principal, la mujer realizó una reverencia y, lejos de aguardar a que Sakura emitiera unas palabras de agradecimiento, la apresuró a salir, cerrando la puerta sonoramente tras de ella.
El escuadrón ANBU estaba afuera, esperando para escoltarla al camino principal.
Llegó a Tanzaku a última hora de la tarde. El sol brillaba débilmente entre las nubes y en el aire flotaba el olor de la hierba húmeda que empezaba a calentarse.
Caminó por las bulliciosas calles levantando pesadamente los pies. Sentía como si hubiera estado en pie durante días corriendo todo el tiempo; el pecho le dolía y los músculos se le acalambraban como si le faltara azúcar. Por una vez en la vida, ansiaba estar sola.
Aun así, pese a la extenuación que sentía, decidió detenerse en una taberna local antes de iniciar la búsqueda de una posada para pasar la noche. Necesitaba tomar una copa después del episodio con el Daimyō. Por eso, cuando se halló en la puerta del establecimiento, a pesar de encontrarse en misión, decidió ingresar por un trago en lugar de guarecerse en la soledad de la habitación a llorar.
Sakura entró. El sitio estaba tal como lo imaginaba: bullicioso y atiborrado de gente; con estrafalaria decoración y el inconfundible sonido de las risas perdidas entre las altas dosis de licor y la bruma del cigarrillo. Achicó los ojos en busca de un asiento en la barra; al detectar uno vacío, se sacó la pesada mochila, la capa y luego de guindarla en el respaldo de la silla, tomo asiento a lado de una pareja que parecía estar inmersa en una discusión.
Mientras se sacudía el cansancio, ordenó un sake; más demoró el camarero en servirle la bebida que Sakura en atragantarse con ella.
Estaba bebiendo demasiado, pero nunca hasta el punto de emborracharse. Solo necesitaba echar un trago. Siempre había sentido debilidad por la imagen del licor como lubricación, una capa protectora contra todos los pensamientos dañinos que fabrica la mente. El camarero era un tipo con la cara redonda y los dientes torcidos.
—Bienvenida— murmuró mientras le llenaba por segunda ocasión un vaso grande plástico con dos tercios de sake—. Invita la casa— dijo, dirigiéndose al servilletero—. Aquí no aceptamos dinero de las mujeres guapas.
El cuello se le puso colorado y de repente fingió que tenía que atender algo urgente al otro extremo de la barra.
Contuvo las ganas de poner los ojos en blanco ante el patético intento de coqueteo. A esas alturas de la vida estaba habituada a la atención masculina, mas no quería decir que era fanática de ella, al contrario, la detestaba. Ino solía decirle que era una mojigata. Si bien, no había un día de la semana en la que algún hombre la invitara a salir, Sakura no estaba particularmente interesada en mantener una relación romántica. Sus amigas atribuían este hecho a Sasuke, sugiriendo que, debido a su incierto estatus dentro de la aldea, lo mejor era olvidarlo y continuar con su vida.
Luego de cuatro años de ausencia, Sakura consideró seriamente hacerlo, sin embargo, la vida tenía otros planes para ella y, más pronto que tarde, su maestra decidió que era momento de prepararla para asumir el cargo de directora dentro del hospital cuando llegara el momento adecuado, incrementando la carga de trabajo.
Con eso en bandeja y el proyecto del sanatorio mental para niños, a duras penas tenía ratos libres. La mayor parte del tiempo la pasaba en el hospital y, las horas que estaban destinadas al descanso y el ocio transcurrían sin pena ni gloria en la soledad de su apartamento.
Sakura engulló otro trago, deseando olvidar la realidad en la que estaba inmersa. Con Naruto a punto de casarse y Sasuke lejos de la aldea, tenía la impresión de que su vida había quedado estancada.
—Parece estresada.
La kunoichi alzó la vista cuando la cariñosa voz de una chica llegó a sus oídos. La mujer le ofreció otro trago, que ella tomó -tal cual había venido haciendo en los últimos minutos- mientras le dedicaba una sonrisa ausente.
—Lo estoy– ratificó a la vez que atendía el vaso vació para que se lo llenara de bueno.
—¿Desea acompañar su bebida con alguno de los platillos disponibles en el menú?— preguntó.
Sakura negó con la cabeza.
—Estoy bien, gracias— la joven sonrió—. Pero ¿serías tan amable de decirme si hay alguna posada disponible alrededor?
—Sí, se ubica a dos cuadras hacia el este. Los precios son accesibles y cuenta con todas las comodidades— murmuró la camarera, vertiendo más licor en un pequeño vaso; sin embargo, este se lo entregó a un hombre que estaba sentado no muy lejos de Sakura.
—Gracias— dijo la pelirosa en bisbiseo silencioso—. Puedes dejar la botella aquí— solicitó. Había llegado a la conclusión de que un trago no sería suficiente para disipar su mal humor, precisaría de una botella completa para acallar sus pensamientos.
La chica se detuvo la miro de hito en hito mientras sopesaba que tan conveniente era contribuir a su aturdimiento. Tras unos cuantos segundos, dejó la botella de sake sobre la superficie de madera de la barra.
—Cualquier cosa, estaré en la trastienda— dijo, subrayando la oferta con una sonrisa.
Sakura asintió a manera de después y se tomó su trago.
En verdad necesitaba darle sentido a su vida. Ser la mejor ninja medico no bastaba para ella. Haruno Sakura se sentía vacía y sabía que dichas sensaciones estaban asociadas a cierto pelinegro que había prometido regresar hace cuatro años atrás, cuando ella se ofreció a acompañarlo en su viaje de redención.
Borracha, pero sin parar de beber, se llenó el vaso y lo engulló de golpe.
—No deberías beber tanto, Sakura.
Con el corazón tamborileándole al mil por hora, la aludida levantó la cabeza, encontrándose con Sasuke de pie a lado de ella. Pese a sus conocimientos anatómicos, la kunoichi no supo precisar qué cambio sufrió su cuerpo, pero cuando esos penetrantes ojos negros la otearon con un profundo interés, sus mejillas empezaron a arder. Un extraño corrientazo la recorrió de pies a cabeza y si no hubiese estado sentada, seguramente habría terminado tendida en el suelo al ver ese rostro después de tanto tiempo.
Llevaba el cabello más largo, diferente al estilo corto que se las apañó en mantener durante toda la adolescencia; los vestigios de la niñez habían desaparecido de sus facciones, ahora lucía más maduro; la mandíbula bien definida, los pómulos altos y la nariz recta y perfilada. Aun así, su mirada era la misma y conseguía despertar en ella sensaciones que creía muertas.
Contuvo las ganas de lanzar una carcajada. De todos los lugares y situaciones posibles en las que podría encontrar al azabache, aquella era la más irreal.
A diferencia de los vividos recuerdos, este Sasuke se presentó ante ella en carne y hueso. Lo supo porque sus miradas se encontraron al instante, atrayéndose como imanes. Sakura tragó en seco, procurando ocultar lo nerviosa que se sentía al tenerlo ahí de pie y no en la seguridad de su mente.
—Aunque creo que la situación lo amerita— agregó, tomándose la libertad de sentarse en la silla desocupada. Con un escueto gesto, solicitó al cantinero un vaso. Los tragos gratis habían acabado con la llegada de Sasuke.
Bajo la mirada atónita de una estupefacta Sakura, el pelinegro llenó su vaso y el de ella con más sake de la botella que la chica le había dejado minutos atrás.
—¿Qué estás haciendo aquí?— fue lo primero que consiguió decir cuando su capacidad neuronal pareció regresar a la normalidad.
Sasuke bebió el trago de golpe y limpió la comisura de sus labios con el dorso de la mano.
—Estaba a punto de preguntarte lo mismo— dijo él finalmente, atropellando sus sentidos con el timbre masculino de su voz.
—Yo pregunte primero— le recordó aunque no estas obligado a responder.
—Solo estoy de paso— la respuesta de Sasuke fue desprevenida, casual.
Sakura tuvo que aferrarse a los remanentes de buen juicio que le restaban para dejar de mirarlo. Si Sasuke Uchiha era considerado guapo en el pasado, la madurez había hecho con él un trabajo espectacular. La sola idea de pensar en ello en esos momentos la hacía sentirse como una tonta.
Aun así, tampoco fue capaz de evitar la decepción que la embargo ante el escueto encuentro. No iba a negar que constantemente imaginaba cómo serían las cosas entre los dos una vez que él regresara a la aldea. Probablemente la abrazaría, y ella lo apegaría su cuerpo mientras recitaba en su oído cuanto lo había extrañado y si se armaba de valor, le plantaría un beso en los labios.
Sin embargo, las cosas habían resultado completamente distintas a lo que ella esperaba y, en lugar de ello, el Uchiha optó por postrarse en el taburete desocupado, amedrentarla por su mal hábito y acompañarla a beber.
—¿Qué estás haciendo aquí?— preguntó Sasuke.
—Estoy de misión.
—¿Tú sola?— cuestionó, extrañado.
—Sí, ahora soy Jounin. Me ascendieron el año pasado— dijo, otorgándole una mirada aprensiva.
La severidad se apoderó del rostro de Sasuke.
—No era mi intención hacerlo sonar de esa forma— se disculpó el azabache.
Sakura suspiró, abatida. El alcohol la despojaba de leer la situación adecuadamente. Por un momento imaginó que Sasuke estaba dudando de sus habilidades como Kunoichi.
—Lo sé, lo lamento.
Ella parpadeó para romper el inusitado, pero penetrante contacto visual y volvió el rostro para ocultar su bochorno.
—¿Cumpliste tu misión con éxito?— quiso saber.
Debido a la naturaleza de su encomienda, Sakura no podía ir por la calle pregonando los acontecimientos de esa tarde, mucho menos a Sasuke. Los ancianos del consejo no confiaban en él. Si llegaba a sus oídos alguna noticia de su encuentro no dudarían en interrogarla.
Apenada, llevó un mechón de cabello detrás de su oreja.
—Sí, lo conseguí— sintió como su corazón volvía a estremecerse al ver como sus delicadas facciones se relajaban con el indicio de una sonrisa afectada; la comisura de sus labios a medio levantar—.¿Vas a quedarte mucho tiempo?
—No— era visible que se empeñaba en no sonar seco, pero eso fue justamente como se escuchó—. Debo estar en otro lugar dentro de dos días.
—Ah— suspiró, procurando ocultar la decepción que amenazaba con manifestarse no solo en su tono de voz, si no también en su faz—.Ya veo.
Insegura sobre qué debía hacer, comenzó a jugar con el vaso vacío.
—¿Cómo va el viaje de redención?— su tono salió un tono más agudo y más amargo de lo que pretendía.
Ambos intercambiaron miradas. La de Sakura era un torbellino de emociones, la de Sasuke un reflejo de incertidumbre.
—Ha sido… revelador en muchos sentidos— dijo.
—Me alegra saber que todo marche bien, eso quiere decir que…— las palabras quedaron suspendidas en el aire cuando se dio cuenta de lo que estaba a punto de decir. Tan pronto como el Uchiha se postró a su lado, decidió no mencionar nada del tema de su regreso.
—¿Qué…?— preguntó, intrigado.
Sakura sacudió la cabeza.
—No es nada, olvidalo.
Rodeados por el silencio, la pelirosa hizo un esfuerzo sobrehumano para contener el llanto. Toda esa coyuntura era decepcionante. Probablemente ya tenía una conclusión respecto a sus sentimientos, pero no quería indagar en ello. ¿Acaso había olvidado lo sucedido? ¿La promesa que le hizo?. Tal vez en otra ocasión, Sakura». Cerró los ojos un instante.
—Eso amerita un brindis— moduló ella, sintiéndose torpe mientras se aclaraba la garganta. Rápidamente se encargó de verter licor en ambos vasos y, sin más, alzó su propia copa improvisada—. Por los nuevos comienzos y los viejos amigos.
Ambos chocaron los vasos y bebieron de golpe.
Sakura era consciente de que Sasuke la estaba mirando, pero antes de verle ella tenía que preparar algo que decir.
Comprendió que a lo largo de todo aquel día se había sentido extraña y veía las cosas de un modo extraño, como si todo se hallara ya en un pasado remoto, realzado por ironías póstumas que no captaba del todo.
—Creo que es hora de marcharme— dijo, tanteando las bolsas de su capa en busca de algo. Extrajo la cartera y colocó unos cuantos billetes sobre la barra. Eso bastaría para cubrir el monto del consumo—.Debo regresar a Konoha a primera hora y no quiero interferir con tu viaje.
Lo que en realidad quería hacer era pasar a una tienda de conveniencia, comprar otra botella de sake y beberla en la soledad de su habitación hasta perder el conocimiento, hasta olvidar que se había topado con Sasuke y, por supuesto, eliminar la decepción que ese amargo encuentro dejó en ella. Necesitaba relamerse las heridas y asimilar que, cualquier cosa que hubiese detectado cuatro años atrás no existía y que lo suyo con Sasuke era prácticamente imposible.
Con la misma rapidez con la que dejo el dinero sobre la barra, alcanzó la pesada mochila y tomó su capa.
—Sakura— llamó Sasuke con voz aterciopelada, pero ella hizo oídos sordos.
Cuando la aludida hizo amago de caminar hacia el exterior, el pelinegro la detuvo tomándola del antebrazo.
Como cada vez que él la tocaba o estaba cerca, Sakura advirtió como las fuerzas abandonaban su cuerpo; sus piernas se volvieron trémulas y su respiración errática.
—¿Tienes un lugar adónde ir?
—No, vine directamente a la taberna.
Los ojos de Sasuke se clavaron en los esmeraldas de ella como dos fríos kunais y solo se despegaron cando él elevó ambas cejas en señal de sorpresa.
—Te acompaño— masculló. No era. Una sugerencia y tampoco estaba pidiéndole permiso.
Antes de que ella pudiera responder, se encontró deambulando por las calles de Tanzaku con Uchiha Sasuke, ambos rodeados por la afonía e inmersos en la tempestad de sus pensamientos.
¿Por qué le resultaba tan difícil hablar con él? Era como si fuesen dos completos desconocidos. Sakura no sabía que temas abordar y cuales debía evitar a toda costa. Aquello era una pauta de los últimos años; el uno o el otro estaba siempre equivocado y procuraba retirar el ultimo comentario. No había soltura, no había estabilidad en el curso de sus conversaciones, ninguna ocasión de serenidad. Por el contrario, todo eran púas, trampas, torpes giros que a ella la inducían a sentir tanto desagrado por sí misma como el que le inspiraba a él, aunque no dudaba de que la cupla era sobre todo de Sasuke. Ella no había cambiado, pero evidente él sí.
—Con que Jounin ¿No es así?— susurró Sasuke en un tono jocoso. Ella se tensó de pies a cabeza, él sonrió de medio lado.
El sonrojo alcanzó su rostro y no pudo evitar que una amplia y genuina sonrisa estirara sus mejillas.
—Si, es increíble ¿verdad?
—Tratándose de ti, no.
Sakura volteó los ojos.
—Estás siendo modesto.
Él la miraba con un recelo divertido. Había algo entre ellos, e incluso Sakura debía reconocer que un comentario banal sobre sus habilidades resultaba provocador.
—Para ser honestos, tú eras la única que tenía potencial— acotó el Uchiha.
Redujeron el paso y luego se detuvieron para decidir el próximo destino.
—Ahora estas siendo amable. Ambos sabemos que eso no es cierto— se obligó a hablar mirando a Sasuke directamente a la cara.
Presintió que había dicho una estupidez. Sasuke miraba a lo lejos, más allá de las calles llenas de gente.
—Lo eres, solo que nunca lo has visto— contestó—. De no ser por ti, Naruto y yo habríamos muerto hace mucho tiempo— agregó—. Nunca desconfíes de tus habilidades.
Sakura sintió los latidos del corazón en sus oídos cuando lo escuchó recitar esas palabras. Para ser justos, el pelinegro era una de las pocas personas que resaltaba sus habilidades como kunoichi, sucedió en los exámenes chunin y durante la guerra, Sasuke conocía el potencial que residía tanto en su cabeza como en sus manos.
—Deberías pasar a visitarnos algún día, Naruto estaría encantado— dijo, con una voz que incluso a sus oídos sonaba insegura. Alzó la vista al cielo, evitando contemplar a Sasuke, desequilibrada unos instantes por esa vasta masa de espacio negro que se alzaba sobre sus cabezas.
—Tal vez lo haga— concedió al cabo de unos segundos.
Los dos se detuvieron frente a la entrada de la posada. Insegura sobre cómo proceder, llevó un mechón de cabello detrás de su oreja, un claro indicativo de que estaba nerviosa.
—Supongo que llegue a mi destino— rió, agitada.
Alguien pasó a su costado, empujándola, y cuando lo supo, solo por el tacto de sus mano, comprendió que el equilibrio se había roto. Un corrientazo de electricidad adormeció sus nervios cuando sintió una mano tocando sutilmente su cintura, dejando a su paso una extraña sensación de llamarada que su corazón compenso en latidos desembocados.
Para hacer más grande su sorpresa, el pelinegro la acercó lentamente, cubriendo la distancia hasta fundir sus cuerpos en un calor inexplicable. Solo en ese momento, mientras él la sostenía con delicadeza, se percató de lo alto que era en contraste con ella. Le gustaba que fuese tan alto. Era una combinación interesante en un hombre, inteligencia y extrema corpulencia.
—Tal vez debería entrar— consiguió susurrar con dificultad. Recitar aquellas palabras requirió un esfuerzo monumental de su parte.
El sonido que anuncia la tormenta llegó a alguna parte de sus oídos. Ambos alzaron la vista al cielo; la lluvia comenzaría pronto.
Sasuke se alejó de ella, manteniendo la distancia entre los dos. Sakura había olvidado respirar en todo ese tiempo. Tomó una enorme bocanada aire a la vez que la mano del Uchiha la soltaba como si su cintura ardiera.
—¿Dónde te quedaras?— cuestionó. Sentía que tenía la mirada fija en ella y deseó apartar la vista. Sus manos no dejaban de temblar y un millón de nudos le estrujaban el estómago.
—Seguiré con mi camino— dijo él.
—Va a llover— elevó la mirada al firmamento; las nubes grises cubrían las estrellas por completo y sólo era posible atisbar los inicios de la tormenta eléctrica.
—Estoy consciente de ello— agregó Sasuke. Abrió la boca para hablar, pero ella lo interrumpió de inmediato.
—¿Quieres pasar la noche conmigo?— le contestó su lengua sin pedirle permiso.
El corazón le golpeó las costillas al darse cuenta de lo que acababa de decir. Aquella propuesta podía malinterpretarse de muchas maneras y, aunque sabía que Sasuke no razonaría en doble sentido, se apresuró a corregir el error.
—Me refiero…— quiso aclarar cuando notó una leven sonrisa socarrona curvar la comisura de sus labios—. Podemos compartir habitación. Pronto comenzara a llover y no estaré tranquila si te marchas ahora.
Sasuke la miró un momento, como si estuviese considerando sus opciones. Aquel instante de afonía fue eterno, aun cuando nada más le tomó un minuto llegar a una conclusión.
—Está bien— concedió el Uchiha—. Me marchare al amanecer— quiso dejar en claro mientras recorrían la corta distancia que quedaba hasta la entrada del establecimiento.
—¿Eso es un sí?— preguntó la kunoichi, impresionada.
—¿Vienes?— la llamó Sasuke a la vez que abría la puerta, invitándola a ingresar con una ardiente mirada llena de proporciones desconocidas para Sakura.
La pelirosa no notó el rubor de sus mejillas ni el disparo de su pulso, porque estaba demasiado concentrada en aunar un poco de valor para poder pasar el resto de la noche a lado del hombre al que amaba.
El hombre de recepción detrás del mostrador era viejo, usaba anteojos, tenía una nariz grande sobre un bigote oscuro y tupido y nada de cabello en el cabeza.
—Bienvenidos a la posada Loire, ¿Puedo ayudarles en algo?— cuestionó, expectante.
—Nosotros…eh…— Sakura no tuvo el coraje de mirar al hombre a los ojos, así que opto por otear el escritorio viejo y maltratado—. Necesitamos una habitación, doble.
El hombre paseó una ominosa mirada de Sasuke a ella, deteniéndose en su apariencia con una notoria reprobación en su semblante. El decoro de Sakura la hizo bajar aún más el rostro.
No era la primera vez que ingresaba a una posada acompañada de un hombre. Lo había hecho algunas ocasiones con Naruto, Sai, Yamato e incluso Kakashi. ¿Por qué esta vez era diferente?
—Son treinta yenes por una noche— respondió el hombre, dejando el periódico sobre la superficie y ajustándose las gafas—. Contamos con servicio a la habitación. Puedo ofrecerles un pase a las aguas termales por un costo extra de veinte yenes, es exclusivo para parejas.
Sakura contuvo la vergüenza a duras penas y desvió la vista a otra parte.
—Con la habitación bastara— ordenó Sasuke tajantemente.
La pelirosa se removió incomoda a su lado. Había dormido cientos de veces con Sasuke en la intemperie, cuando ambos eran Genin, pero jamás se limitaron a las cuatro paredes de un cuarto. Un pequeño hormigueo llegó a su pecho alertándola del sostenido sonrojo en sus mejillas.
Sasuke colocó el dinero sobre el mostrador.
—Yo pagare— se apresuró a decir Sakura mientras rebuscaba la bolsa del dinero entre los confines de la capa. Su estadía correría por cuenta del generoso presupuesto que Kakashi le había conferido antes de abandonar la aldea. «Lo mejor de lo mejor para nuestra increíble kunoichi». Recitó el hombre enmascarado con una sonrisa.
—No— se rehusó Sasuke—. Pagaste en la taberna, es justo que esto vaya por mi cuenta.
Sakura guardó silencio y hundió más la cara entre su escondite improvisado. Posó la mirada en él y luego en la distancia que los separaba. Sus brazos casi se rozaban y la cercanía de su cuerpo incrementaba su nerviosismo a niveles incalculables.
Sasuke guardo silencio sin apartar la vista de la pelirosa, hasta que la voz adusta del hombre hizo eco en la sala, forzándolos a los dos a retornar su atención al frente.
—Si ambos necesitan algo más no duden en preguntar— espetó en una frase pre ensayada. Al mismo tiempo que le extendía una pequeña llave al pelinegro—. Tercer piso, habitación 389.
Sakura hizo una reverencia en señal de disculpa y salió corriendo al por el pasillo con Sasuke detrás de ella.
Atravesaron la puerta que estaba al final del tercer piso. Sasuke tanteó la llave en la cerradura plana y abrió la puerta con el número 389 inscrito en una placa que probablemente, en sus mejores tiempos, había sido dorada, pero ahora lucía opaca. Sakura se quedó en el umbral con el corazón disparado en un sordo temor. Sin embargo, cuando Sasuke encendió la luz, ella se vio a sí misma ingresando detrás de él a la habitación.
El cuarto era reducido, contaba con el espacio suficiente para albergar a dos personas. Contenía lo básico, un baño en la esquina, un viejo televiso, un par de sillas, un escritorio bajo la ventana y por supuesto, dos camas individuales dispuestas a los costados de la habitación. Sasuke se quitó la capa negra de un solo golpe. Sakura lo imitó en silencio.
Colocó la mochila cerca de la puerta y colgó la capa en el pequeño perchero. Soltó el aire que tenía en los pulmones y procuró mantener sus manos ocupadas, controlando su imaginación de ingresar al peligroso terreno de las fantasías sexuales y lo prohibido.
—Si no te molesta, tomare una ducha— dijo, una vez más nerviosa y apenada.
—Adelante— respondió Sasuke.
Sakura tragó el nudo de su garganta al ver a Sasuke despojarse de su chaleco tan resueltamente. Una ráfaga irracional de pánico la sacudió y ella se encontró precipitándose al baño en con más rapidez y brusquedad de la que pretendía.
Su pecho subía y bajaba en largos intervalos sus mejillas estaban calientes al tacto. Cuando se postró frente al espejo; vio sus pómulos rojos y quiso abofetearse.
—Controlate— susurró para sí misma. Hormonas o no, era una adulta. Nunca antes se había comportado de esa manera con Sasuke.
Con manos temblorosas, se despojó de parte superior habitual atuendo de combate,.
—Nada sucederá entre nosotros. Solo somos amigos. Sí, eso es, amigos… o tal vez aliados.
—¿Estás bien?— pregunto Sasuke, llamando a la puerta justo cuando la última prenda de su ropa interior se soltó de su cuerpo. Por segunda ocasión, la kunoichi echó un vistazo a la imagen que le regresaba el espejo: delgada, sus curvas femeninas adornadas con músculos en cada centímetro, reflejo de todos los años de arduo entrenamiento.
—Estoy bien— respondió a secas, colocando el seguro en la puerta. No para evitar que Sasuke ingresara, sino para contener los impulsos de salir.
Agua. Necesitaba una ducha. Sin pensarlo demasiado, abrió la llave de la regadera y dejó que el gélido liquido corriera por su cabeza. La temperatura la golpeó como mil agujas dolorosas, pero se obligó a sí misma a apretaba los dientes y permanecer quieta.
Cualquier cosa que amenazara con salir de su interior tenía que morir. Su encuentro era una casualidad, una ocurrencia única e irrepetible. Al amanecer, ambos tomarían caminos distintos y olvidarían el suceso.
—Estúpido Sasuke— murmuró, presionando la frente contra la pared de azulejos. Era demasiado alto, demasiado guapo para su propio bien. Supuso que tales efectos se veían potenciados por todo el sake que había bebido anteriormente con demasiada libertad.
«Sólo una coincidencia», repitió para sus adentros.
Colocó una mano contra su pecho, ahí donde su corazón latía desbocado y violento. Sintió una oleada de placer cuando su brazo rozó uno de los pezones endurecidos. Sakura volvió a pasar la palma de la mano y luego lo tomó entre e índice y el pulgar. Una vez más, el placer recorrió todo su cuerpo y apretó los muslos para intensificarlo.
«No». Negó con la cabeza. «Es una coincidencia». Ella no quería el deseo; era Haruno Sakura, y lo último que necesitaba era que su cuerpo y las estúpidas hormonas le jugaran una mala pasada. «Él ni siquiera está interesado en mi».
Cerró los ojos con fuerza; no había nada de malo en decirse la verdad. Y los hechos estaban allí para que sus ojos los vieran.
Una vez terminó, se aseguró de secar todo el cuerpo con una de las toallas ásperas del hotel. Alcanzó la bata y cubrió su fisionomía.
—Puedes usar el baño— anunció al salir del diminuto cuarto.
Sasuke la observó en silencio antes de atravesar la habitación hasta llegar a la puerta, confinándose en la intimidad de la habitación contigua.
Sakura dejó escapar otro largo y sonoro suspiro. Antes de que su mente pudiese ahondar en la idea de que Sasuke estaba desnudo, optó por subir la calefacción y colocarse un par de bragas limpias. Solicitó servicio a la habitación y acomodó su bolsa de viaje al menos tres veces, asegurándose de que todo estaba en orden y, al mismo tiempo, buscar una excusa para mantenerse en movimiento.
Mentiría si decía que no estaba nerviosa, porque lo estaba, y mucho. Jamás había compartido ese tipo de intimidad con Sasuke. Toda esa experiencia era nueva para ella y no tenía la menor idea de qué decir o hacer.
El llamado a la puerta la obligó a escapar de sus pensamientos. De forma automática, se levantó de la cama y acudió a ver de quien se trataba. La chica del servicio a la habitación la saludó formalmente. Sakura le indicó que dejara la bandeja con alimentos y alcohol sobre la mesa. Una vez finalizó, la joven realizó una reverencia y prometió regresar por las cosas cuando ella se lo solicitara.
Cuando Sasuke salió del baño, se veía más serio que de costumbre. Había sustituido sus ropas de viaje por la ultima bata disponible. Del caballo azabache caían algunas gotas que resbalaban por la extensión de su cuello y desaparecían por la abertura que dejaba ver sus clavículas y parte de su pecho.
—No sabía si tenías hambre, así que me tome la libertad de pedir algo de sopa para acompañarlo con el sake— dijo por fin utilizando una voz demasiado monótona.
Sasuke se limitó a asentir.
Al exterior la tormenta se había desatado con furia. El destello de unos rayos espectaculares y centelleantes iluminó el cielo durante un instante y entonces, como añadido de última hora, el impetuoso golpeteo de un diluvio cayó sobre el tejado de la posada con tal intensidad que al principio apagó todos los otros sonidos.
Los dos tomaron asiento cerca del tatami, uno frente del otro.
Fue hasta que el delicioso olor de la sopa alcanzó sus fosas nasales que la kunoichi se percató de lo hambrienta que estaba. Había ingerido su última comida poco antes de arribar al sitio de la misión. Con todo el ajetreo del parto y su abrupta despedida, su estómago no había dado razones para protestar.
—Sobre tu viaje…— comenzó a hablar para disipar la incomodidad que se cernía sobre ellos.
—He conocido muchos lugares— contestó—. Realizo algunos trabajos para las personas que necesitan ayuda y, de vez en cuando, realizó algunas misiones para la aldea.
A Sakura le sorprendió escucharlo recitar más de tres palabras. Rara vez hablaba con ella. Si estaba al tanto de su paradero era gracias a los comentarios esporádicos de su antiguo maestro y a los explícitos detalles que Naruto relataba cada vez que recibía una carta de Sasuke.
El día de su cumpleaños recibió una misiva, corta y sencilla: «Felicidades», podía apreciarse en el papel con una perfecta caligrafía. Sakura no sabía si sentirse decepcionada por la escueta epístola o conmovida porque el azabache había recordado su cumpleaños.
—Kakashi-sensei mencionó algo sobre un altercado en Iwagakure— dijo ella, comiendo parsimoniosamente.
Sasuke tomó un poco más de sopa.
—Nada de lo que no pudiera encargarme— intentó hablar con un tono despreocupado—. Se trataba de una banda de delincuentes, ninjas renegados. Consiguieron atacarme— Sakura frunció el ceño. No cualquiera era capaz de hacerle daño a Sasuke en un combate cuerpo a cuerpo—. Ha sido complicado adaptarme al modo de lucha con un solo brazo.
Sin pensarlo, la mirada de Sakura se desvió al sitio donde estaba el muñón del brazo izquierdo de Sasuke, oculto por la manga larga de la bata. Para ese entonces era costumbre verlo si una de sus extremidades, mas no quería decir que le agradaba observarlo en esa posición.
—¿Sabes?, Tsunade-sama también hizo una prótesis para ti.
Sus palabras quedaron suspendidas en el aire en un mutismo que se prolongó lo suficiente para considerarse incomodo. Sakura se tomó la libertad de verter sake en dos pequeños contenedores de cerámica y aguardó pacientemente hasta que el pelinegro terminó de engullir el trago con elegancia, sin hacer ruido y estrujando los parpados en una mueca de disgusto.
—Agradezco el esfuerzo, pero mi respuesta sigue siendo la misma.
La kunoichi arrugó el entrecejo.
—Entiendo que no quieras atravesar el proceso de rehabilitación, pero ¿Qué otros motivos hay?
Él apartó otra vez la vista, pero en esta ocasión sólo un segundo o menos, y cuando volvió a mirar a Sakura ella creyó detectar un asomó de irritación. ¿Le habría parecido condescendiente su tono? Vio de nuevo los dispares de Sasuke. El habló con voz perfectamente serena.
—La cicatriz es un recordatorio constante de lo que hice. No merezco ser recompensado por ello. Ambos sabemos que Kakashi fue sumamente generoso al concederme el perdón.
—Tu intervención durante la guerra fue valiosa, de no haber sido por ti jamás habríamos conseguido derrotar a Kaguya.
Él no estaba ofendido. Era ella la que interpretaba más cosas de las que había, y la que estaba nerviosa, y disgustada consigo misma.
Sasuke se tomó el comentario más en serio.
—Sólo me permitieron vivir por el Rinnegan…— Se interrumpió, como si se le hubiera ocurrido una idea—: Todo lo que hice después de sellar a Kaguya estuvo mal.
Ella se cruzó de brazos y tensó los labios en una mueca de desaprobación que simplemente no podía disimular.
Sasuke era orgulloso en exceso. No le sorprendería que gran parte de su negativa a volver a la aldea estuviese influenciada por la permanencia de los ancianos en el consejo. Tsunade se había encargado de confeccionar dos prótesis completamente funcionales para ambos héroes de guerra. Sin embargo, el Uchiha la rechazó de inmediato.
—Naruto me habló sobre el proyecto del pabellón de salud mental infantil— bisbiseó en un intento por cambiar el tema de la conversación.
Los labios de la pelirosa quedaron entreabiertos con las palabras a medio terminar, impresionada. Aquella charla era más reveladora de lo que imaginaba. Al igual que esa vez en el País del Hierro, Sasuke mostraba interés en sus movimientos y todo lo que realizaba. Su corazón dio un pequeño vuelco de sólo imaginarlo.
—¿Cuándo lo viste?— quiso saber.
—Hace seis meses— resopló. Se encargó de rellenar los vasos vacíos—. Kakashi nos envió a una misión. Ya sabes cómo es, eventualmente terminó hablando de tu nueva encomienda.
Ella carraspeó para deshacer la piquiña del sake en su garganta y se abanicó un poco con la mano para espantar el bochorno. Los dos guardaron silencio por un rato hasta que ella comentó:
—Ha sido complicado, pero todo marcha bien— sonrió—. Algunas personas optan por ver la fealdad del mundo. El desorden. En cambio, yo prefiero ver la belleza y dicha belleza reside en las segundas oportunidades— intentó hablar con un tono despreocupado—. Lo lamento, suelo parlotear cuando tocó el tema— dijo, apenada, llevando un mechón de cabello detrás de su oreja.
Cuando su cara se relajaba, Sasuke parecía otra persona. Una sonrisa discreta se extendió por su rostro.
Sakura parpadeó para romper el inusitado, pero penetrante contacto visual volvió el rostro para ocultar su sonrojo. No tenía ni puta idea de qué era lo que le pasaba. Estaba actuando como una adolescente, ruborizándose por cualquier indicio de flirteo.
—Sasuke— lo llamó tímidamente—. Quiero que seas sincero conmigo— comenzó a decir. Una vez más, su lengua hablaba sin pedirle permiso—. ¿Alguna vez consideraste volver a la aldea?
Se miraron de hito en hito durante varios segundos, y ninguno dijo nada. Pese a todas sus vacilaciones, no había preparado nada que decir.
—No…— tragó saliva—. Al menos no pronto.— Apartó la mirada de ella.
—¿Por qué nunca me escribiste?— le reprochó.
La boca del Uchiha estaba apretada con expresión de censura, o acaso, incluso, de asco.
—Todo lo que se de ti es gracias a Naruto o Kakashi, pero nunca hablas conmigo— dijo, cautelosa—. No sé lo que haces, adónde vas, hacía donde te diriges. No sé nada de ti, Sasuke ¿Sabes lo alarmante que es eso?
Sakura oyó un sonido débil y húmedo, como el que produce la boca cuando alguien se dispone hablar y la lengua se despega del velo del paladar Pero él no dijo nada.
Ofuscada, la pelirosa se puso de pie, tambaleante. Aquella era señal suficiente para dejar de beber.
—¿Por qué me mentiste?— se le estrechó la garganta y tuvo que hacer pausa. Ella respiró hondo y continuó, más reflexiva—. Prometiste regresar y no lo hiciste y tampoco tienes planeado hacerlo.
—Hablaba en serio cuando te dije que cumpliría mi promesa— dijo Sasuke, atropelladamente.
—Existe una enorme diferencia entre pensar y actuar, son cosas opuestas—se volvió hacia un costado y se apretó con los dedos los rabillos de los ojos—.¿Acaso pretendes que espere toda la vida por ti?
Sasuke respiró hondo.
—Jamás te pediría que hicieras eso por mi.—Dejó que esa frase flotara en el aire, entre ellos, y entonces, en voz baja y tranquila, prosiguió—. Sakura, tal vez…
—Mierda, lo lamento, Sasuke… no quería decir eso, me deje llevar por el momento— intentó excusarse.
—Está bien, tienes todo el derecho de sentirte molesta—dijo, y esperó, como si quisiera cerciorarse de que aquello no cambiaba nada entre los dos y lo mejor sería dejarlo correr—. Deberíamos descansar. Ambos hemos bebido bastante.
Sakura llevó una mano a su pecho y arrugó la tela de la bata con fuerza. La evasiva de Sasuke no le habían afectado, sino la decepción trazada en su rostro cuando el ultimo reproche brotó de sus labios como vomito verbal. Ella no era de las que perdían el juicio y se dejaba llevar por las emociones.
—Sasuke…—susurró en un tono dolido pero al mismo tiempo protector.
—Te prometo que me marchare tan pronto como salgan los rayos del sol— masculló.
Haciendo ademán de irse a la cama, Sakura se apresuró en disminuir la distancia entre los dos con dos grandes zanjadas; sosteniéndolo de la muñeca, evitó que el Uchiha moviera un solo músculo.
Lo que Sakura temía era que no compartieran algo, de que todas sus suposiciones fueran erróneas y de que con sus palabras se hubiese aislado aún más y él la juzgara una idiota.
—Lo siento—lo agarró de la nuca y acercó su boca a la de él. Sus labios se rozaron y Sasuke se quedó quieto, más sorprendido que antes.
El Uchiha dejó escapar un suspiro largo y estremecedor contra su boca, mas no respondió de inmediato.
Justo cuando Sakura estaba a punto de alejarse, Sasuke movió la boca. Eso era una buena señal, pensó, y la kunoichi emuló el movimiento como el suave trazo de un pincel; las chispas volaban a su alrededor cada vez que sus labios se separaban y conectaban.
Se alejaron durante un segundo, él la rodeó con el brazo y se besaron de nuevo con mayor confianza. Audazmente, se tocaron la punta de la lengua, y fue entonces cuando ella emitió el sonido de desfallecimiento, de suspiro que, marcó una transformación.
—No deberíamos…—dijo él, apartándose momentáneamente de sus labios. Sakura lo besó, atraída como un imán hacia su boca.
—No—coincidió ella, pero era incapaz de apartarse. Aquello marcaba un antes y un después en su relación. Las cosas no volverían a ser las mismas luego de ese beso.
—Es una mala idea—dijo Sasuke, su voz ronca, gutural, casi como un animal que necesita carne. Su boca volvió a chocar contra la de ella, y sus lenguas se entrelazaron en una danza más salvaje que la anterior.
Sakura no supo precisar la fuerza que se apoderó de ella cuando levanto una pierna para rodearle la cintura. En un acto reflejo, Sasuke agarró su muslo y apretó.
—Estoy de acuerdo con ello—espetó entre jadeos.
Pronto, Sasuke cambio de posición y la inmovilizó en la cama. Ella no protesto. En su lugar, enterró una mano en su cabelló, y frotó la punta de los dedos sobre su cuero cabelludo.
—Más, Sasuke-kun—pidió ella en voz baja—. Podemos lamentarnos en la mañana.
Continuara
N/A: Sí, lo sé, es irresponsable de mi parte publicar otra historia cuando llevo desarrollando un fic por dos largos años sin saber muy bien cuando o cómo terminarlo. Sin embargo, tenía este proyecto escondido y dije ¿por qué no? ¿qué es lo peor que puede pasar?
Esta es una aportación a las múltiples y bellas historias que narran el famoso viaje que nuestros protagonistas realizaron durante el periodo blanco en el que se desarrolló su relación, salvo que en este fic, lejos de ser amantes, tendremos un enemies to lovers.
Espero que el primer capítulo sea de su agrado.
Sin nada más que agregar, les mando un fuerte abrazo donde quiera que se encuentren.
¡Cuídense mucho! ¡Nos leemos pronto!
