-Esta historia es una adaptación del universo de Star Wars creado por George Lucas, y esta orientada a interpretar la unión de las cuatro generaciones: República, Imperio, Nueva República y Primera Orden, tomando como base los personajes originales que Lucas tenía en mente desde su concepción de la trilogía original y las precuelas. Los personajes pertenecen por completo a Masashi Kishimoto, más los personajes de carácter secundario, las modificaciones a las personalidad, los hechos y la trama corren por mi cuenta y entera responsabilidad para darle sentido a la historia.


A Través De Las Estrellas

Hace mucho tiempo en una galaxia muy, muy lejana...

Episodio I: La Amenaza Fantasma

La República Galáctica está sumida en disturbios, hay protestas contra la tributación de las rutas comerciales a sistemas estelares. Esperando resolver el problema con un bloqueo de mortíferos cruceros, la avariciosa Federación de Comercio ha detenido todos los envíos al pequeño planeta de Naboo. Mientras el Senado de la República debate sin fin esta alarmante cadena de acontecimientos, el Canciller Supremo ha despachado en secreto a dos Caballeros Jedi, los guardianes de la paz y la justicia en la galaxia, para resolver el conflicto...


Tatooine, Borde Exterior

En el basto espacio exterior donde iluminaban decenas de miles de millones de estrellas muy, muy lejanas que solo parecían puntos en un lienzo oscuro, se alzaba un planeta, era relativamente pequeño en comparación a otros que yacían en sistemas planetarios complejos, y no tenía nada en particular que lo hiciera destacar salvo su superficie desértica y carente de vida que era iluminada por dos soles y que brillaba con luz propia, como si fuera una estrella…pero no lo era. Cuanto más se descendía sobre su yerma superficie más se descubría que ese planeta insignificante una vez había tenido historia, tal vez una vez había contenido agua como la de los escasos oasis que representaban un 1% de la superficie y que se ocultaban entre las dunas y la inmensidad arenosa que no parecía acabar, la misma arena que Sasuke tanto detestaba, bufando mientras se secaba distraídamente el sudor de la frente con la manga de su camiseta, bajando la mirada hacia el Orbak que montaba, cruzando las dunas a trote lento, disfrutando de la vista y de la sensación que le representaba. Los Orbaks eran una especie de bestias de montar de cuatro patas, estaban cubiertos de un ligero pelaje que circundaba su cuerpo, de rostro alargado y orejas pequeñas, una especie de caballo pero que distaba bastante de serlo al mismo tiempo pese a que se empleara en agricultura y transporte, pero el Orbaks que montaba el joven Uchiha no estaba domesticado sino que era absolutamente salvaje, rebelde con su corto pelaje y espesa crin negra que parecía reflejar la luz del sol, ondeando ligeramente contra el viento que levantaba la arena de las dunas.

El joven de rebelde cabello azabache azulado vestía una sencilla camiseta holgada color arena de cuello en V y mangas que se ceñían a la altura de las muñecas, pantalones gris claro y cortas botas color beige. Desde hace días, semanas de hecho, había visto aparecer a ese Orbak entre las dunas por las tardes, muy cerca de su hogar y haciendo escuchar sus relinchos en plena noche como si se tratara de una visión que le pedía acercarse, y aprovechando este que era su primer día libre de trabajo en semanas, había abandonado su hogar en plena madrugada y sin decírselo a nadie con tal de encontrarlo pese a no saber dónde buscar, además nadie había creído en la existencia de ese Orbak que parecía buscarlo, por lo que tras buscar por horas Sasuke había estado a punto de rendirse y darlo todo por perdido, justo cuando el propio Orbak lo había encontrado a él, ¿Existía una señal más clara? Tatooine era un planeta relativamente libre ya que la República Galáctica no tenía peso o relevancia, después de todo quien estaba realmente a cargo era la tribu Akatsuna, un asentamiento humano de eones de existencia y cuya superioridad e influencia dominaba el planeta gracias a su actual líder; Sasori, o al menos cuando la palabra libre se aplicaba a la mayoría de la gente que podía jactarse de semejante estatus, cosa que Sasuke no podía hacer, no cuando a sus once años era un esclavo, entonces la vida y expectativas solo se reducían a lo que su escasa libertad le permitía. Tras horas de haber abandonado su hogar, Sasuke esbozo una sonrisa ladina al divisar finalmente su casa y que daba directamente con las dunas de arena que él había cruzado hace tantas horas.

En el patio trasero de la pequeña casa se encontraba un muchacho de doce años, con piel particularmente pálida, cabello y ojos negros que vestía una holgada y sencilla camiseta beige apagado, pantalones blancos y cortos botines color hueso que barría parte de la arena que había entrado en el interior de la casa a causa del viento y que estaba resultando molesta en su diario vivir, más su labor no le impidió percibir movimiento a varios metros de distancia de él, levantando la mirada para quedarse completamente anonadado al ver a su amigo Sasuke montando un Orbak y acercándose más a cada segundo. Sin tan siquiera pronunciar una silaba y soltando la escoba, Sai regreso al interior de la casa a toda prisa, dándole la espalda a Sasuke que haló ligeramente de la crin del Orbak que entendió aquello como una señal para detenerse, permitiéndole al joven bajar de su lomo, más chocando a propósito su cabeza contra su espalda a modo de juego, ganándose una ligera caricia en respuesta. Apenas y creyendo lo que Sai acababa de decirle, Mikoto se apresuró en llegar al patio de la casa, sintiendo como el alma le volvía al cuerpo al ver a su hijo sano y salvo, llevándose una mano al centro del pecho, sin embargo contemplando con un deje de miedo al imponente Orbak que al saberse observado y reparando en la compañía de los dos humanos en la entrada del patio se irguió en sus patas traseras, haciendo toda clase de cabriolas, removiendo la arena bajo sus patas como un potro juguetón, asustando a Mikoto y a Sai, más no así a Sasuke que se sacudió distraídamente la arena de encima mientras se acercaba a su madre.

-Sasuke, ¿qué estás haciendo?— regaño la Uchiha casi sin aliento, intercalando la mirada entre su hijo y el salvaje Orbak.

A sus treinta y cinco años Mikoto Uchiha continuaba siendo una mujer de evidente belleza, con su largo cabello azabache azulado recogido en una trenza que caía tras su espalda y vistiendo una sencilla camiseta ceñida bajo una capa superior gris perla y que se ceñía bajo su busto por un cinturón marrón oscuro con detalles en tonos caoba, más cubriendo holgadamente su figura y casi ocultando sus manos, continuando con una larga y ligera falda gris oscuro, cortas botas negras y un brazalete planteado en su muñeca izquierda como único adorno. Probablemente cualquiera que la viera pensaría que aún era una mujer joven y que nada sabía de la vida, más criar a su único hijo y a su amigo a quien había adoptado como un segundo hijo, además de ser esclava, eran una carga más grande que la que cualquiera pudiera imaginar. Temerosa, Mikoto sujeto a su hijo del brazo y junto a Sai retrocedió hasta el umbral del interior de la casa, observando con recelo y miedo al inquieto Orbak que trotaba por el patio, salvaje y bronco como una bestia; si, su hijo había probado tener razón, esa criatura que había parecido llamarlo por semanas estaba ahí, materializada en la realidad, pero eso no significaba que ella fuera a estar dispuesta a aceptar que lo tuviera ni era apropiado, eran esclavos, ¿Qué escusa podrían dar? Un esclavo no tenía derecho a poseer nada, así era como funcionaba el mundo. Manteniendo la sonrisa ladina en su rostro, Sasuke se abstuvo de reír ante el infundado temor de su madre, había montado a ese Orbak durante horas, cruzando el desierto, no lo había hecho caer ni lo había lastimado, era salvaje pero no menos que él mismo, era de confianza, estaba seguro.

-Te dije que no lo había imaginado, mamá, es real, y muy rápido— evidencio Sasuke tras tan prolongado silencio, zafándose de su agarre y cruzando los brazos por sobre su pecho.

-Pudo lastimarte— negó Mikoto, aceptando que tenía razón pero incapaz de tolerar que su hijo hubiera ido en busca de ese ser para demostrarlo.

-No lo hará, en serio— tranquilizo él, aproximándose al Orbak ante la preocupada mirada de su madre, pero lejos de lastimarlo el Orbak no hizo sino relajarse bajo su tacto.

-Está lleno de fuego, igual que un demonio— comparo la Uchiha, siguiéndolo con renuencia al igual que Sai a su lado.

Los Orbaks domesticados eran de confianza, seres que convivían con los humanos como ayuda en sus diferentes trabajos, Mikoto lo había visto a lo largo de los años, pero los Orbaks salvajes como el que estaba viendo eran más bien demonios llenos de fuego y que no eran confiables, que podían lastimar a otros si no se tenía cuidado y lo último que ella estaba dispuesta a permitir era que su hijo se hiciera daño, no podría vivir consigo misma si eso pasara. Año tras año se celebraban las tradicionales carreras de Orbaks, la oportunidad de los grandes jinetes de demostrar de que estaban hecho en una de las carreras más peligrosas y veloces que pudieran verse en el Borde Exterior, y desde que su amo Yahiko había notado la habilidad de Sasuke para la velocidad es que no había dudado en emplearlo en carreras de todo tipo en pro de su propio beneficio, ganando créditos muy valiosos en las apuestas que tenían lugar, y últimamente Sasuke estaba empecinado en participar en la carrera de este año sin importar que Yahiko no se lo hubiera ordenado aun, a causa de su rivalidad con el actual campeón, Tenma, quien corría por el rey Sasori. Lo importante en las carreras de Orbaks era tener a alguien que lo patrocinara, eso era todo lo que Sasuke necesitaba esta vez, ya no quería correr ni pilotar para Yahiko porque no ganaría nada, quería ser libre y disfrutar de la carrera por sí mismo tanto como deseaba dejar de ser un esclavo, pero entendía a su madre por no compartir su parecer, sabía que lo que hacía era peligroso pero lo disfrutaba como nada en el mundo, ¿siendo un esclavo que otras razones de felicidad tenía en la vida? Ninguna, y no iba a renunciar a esta.

-El acabara a Tenma, mamá, yo lo sé, le ganara— insistió Sasuke, golpeándole amistosamente el lomo al Orbak, confiado en su velocidad.

-Aunque fuera tan bueno como crees, aunque fuera la mitad de eso, no hay tiempo de entrenar— recordó Mikoto, manteniendo una distancia prudente de la criatura que jugueteaba con su hijo, chocando su cabeza contra su hombro. —Además es bronco, salvaje— ante su hijo parecía un potrillo juguetón pero claramente era un animal salvaje.

-No es justo, sé que puedo hacerlo— negó él, no había hecho esa incursión por nada sino para demostrar que tenía la razón.

-Me rehusó a dejarte correr ese riesgo otra vez, lo prohíbo— puntualizo ella igual de inamovible, sosteniéndole la mirada.

Su hijo podía imponer todas las razones del mundo si quisiera pero ella nunca lo dejaría participar de otra carrera, no de buena gana, en la última carrera se había lastimado un brazo, casi se lo había roto, ¿cómo permitirle hacer algo que podía lastimarlo tan seriamente? Cuando se era esclavo lo último en que un amo pensaba era en la seguridad del individuo, por lo que si Sasuke se lastimaba y tardaba en realizar sus tareas, solo recibiría castigo y reprimendas, no compasión y eso lo habían aprendido de su anterior amo, Hidan Akatsuna, el hermano del actual rey de Tatooine, y él tenía muchas formas de castigar a través de la tortura física…desearía que Sasuke, aun siendo un niño entonces, no hubiera tenido que vivir algo así, pero no habían tenido opciones. Sosteniéndole la mirada, Sasuke vio a su madre darle la espalda y volver a ingresar en la casa, dejándolos a Sai y a él a solas en el patio, acompañados por el salvaje Orbak que trotaba a su alrededor, sumergido en su propio juego y ajeno a la tensa situación. Con los brazos cruzados sobre su pecho, Sasuke se llevó una mano a la altura del mentón en un gesto pensativo, intentando hallar alguna forma de convencer a su madre pero no tenía ninguna, podía alojar al Orbak en la bodega, había alimento y hiervas suficientes para que viviera a gusto y lo dejaría correr en el desierto libremente, no le quitaría su libertad como habían hecho con él desde que había sido un infante, solo pediría su ayuda por un tiempo, para una carrera, carrera para la que aun necesitaba prepararse, necesitaba entrenar y no podría hacerlo solo, pensando en ello es que debió la mirada hacia Sai, su amigo y casi hermano.

-Tienes que ayudarme, Sai— pidió Sasuke con poco tacto, no teniendo a nadie más en ese momento.

-¿Qué?— cuestiono él, apenas y creyendo lo que oía. —Dime que no es cierto— murmuro antes de enterrar el rostro entre sus manos.

A menudo Sai se hacía una continua pregunta, ¿cómo es que siempre y de alguna forma terminaba siguiendo a Sasuke en todas sus locuras? Tal vez porque Mikoto y él eran su única familia, no era esclavo como ellos pero si huérfano desde los dos años cuando Mikoto Uchiha lo había rescatado de una tormenta de arena, Sasuke y él habían crecido uno al lado del otro como hermanos que solo tenían meses de diferencia entre sí, y por eso es que Sai no podía vivir sin ellos, Mikoto y Sasuke eran la madre y el hermano que nunca había tenido, y en este momento no podía darle la espalda a Sasuke ni abandonarlo, así que en lugar de ello se reservó a decir si en silencio, porque no podía decir que no. Entornando disimuladamente los ojos, Sasuke agradeció el apoyo de Sai, aunque a decir verdad no habría aceptado una negativa, ¿a quién tenía además de su madre y su amigo? No podía recurrir a nadie más ni confiaba en alguien lo suficiente como para intentarlo, puede que esta carrera incluso le costase la vida pero Sasuke estaba más que dispuesto a correr ese riesgo con tal de probar la sensación de libertad, no podía comprar la libertad de su persona, pero la de su corazón…siempre la tendría, en tanto se aferrara a sus sueños. Alargando en silencio su mano derecha hacia el aire, Sasuke sosegó al salvaje Orbak que dejo de trotar y hacer cabriolas, acercándose a él con pasos lentos y respetuosos como si ambos se reconocieran el uno al otro como iguales y disfrutando de la caricia que el joven le propino en la cabeza. Sasuke sonrió ladinamente al reparar en que necesitaba un nombre para llamar a este Orbak su amigo y competir con él en la carrera, y tenía uno muy bueno:

Cesar


Muy lejos de Tatooine y en un sistema completamente diferente un crucero espacial de la República cruzaba el espacio con su destacable color rojo que era un símbolo de neutralidad como embajada que era, avanzando calmada aunque velozmente hacia el planeta Naboo repleto de vida o más bien a la voluminosa flota de naves tubulares de la Federación de Comercio que rodeaba al planeta en un bloqueo que el Senado Galáctico continuaba votando si era legal o no. Sistemas de armamento brotaban de cada hangar y escotilla, y los cazas de la Federación no dejaban de dar vueltas como seres en busca de carroña, ¿cómo dudar que aquello era ilegal? Ningún planeta merecía ni tenía porque ver sofocada su libertad por intereses monetarios, era absurdo. El crucero de la República, de forma más tradicional con sus tres motores, cuerpo achatado y cabina cuadrada pareció insignificante al aproximarse al hangar de la nave principal. La capitana del crucero y su copiloto ocupaban asientos contiguos en la consola delantera, y sus manos se movían rápidamente sobre los controles mientras iban aproximándose a la nave sobre cuyo puente relucía la insignia del virrey de la Federación de Comercio, nerviosos por fallar en esta misión o cometer cualquier tipo de error aunque no lo verbalizaran, pero sus pasajeros Jedi comprendía bien lo que sentían, ocultos y sentados en los dos asientos tras ellos, expectantes y silentes al mismo tiempo, solo hablarían cuando estuvieran en presencia del virrey, para eso es que habían sido enviado por el Canciller de la Republica, para dejar en evidencia las intenciones del bloqueo.

-Capitana— llamo la cálida y amable voz de uno de los pasajeros a su espalda.

-¿Sí, señor?— pregunto ella con respeto, volviendo ligeramente el rostro.

-Avíseles que deseamos abordar de inmediato— informo antes de volver a guardar silencio.

-Sí, señor— contesto ella justo antes de que la pantalla visora efectuara una llamada al virrey Homura Mitokado, de cabello gris y corta barba del mismo color, usando anteojos color verde y teniendo el ceño fruncido y estoico en una expresión constante. —Con todo respeto, virrey, los embajadores del Canciller Supremo desean abordar de inmediato— comunico en un tono profesional y diplomático.

-Por supuesto— asintió Homura de inmediato. —Como estarán enterados, el bloqueo es completamente legal— declaro necesariamente a modo de defensa para que aquellos individuos compartieran su opinión, —será un placer recibir a los señores embajadores— consintió debidamente antes de que la llamada llegara a su fin.

Sin más dilación, la nave de los embajadores ingreso en el hangar en tanto los haces tractores de la nave insignia de la Federación la envolvieron y guiaron hacia el interior hasta aterrizar con seguridad sobre el suelo, con ambos Jedi al pendiente de todo lo que sucedía en caso de que fuera necesario librar una batalla. Los impuestos sobre las rutas comerciales entre los sistemas estelares decretados por la República no habían dejado de ser discutidos desde que habían sido promulgados, y la Federación de Comercio lejos de mediar no había hecho sino quejarse, actuando a expensas de la libertad de otros, y Naboo era el primer planeta al que habían agredido en abierto desafío; el ejército con que la Federación contaba la hacía una potencia a la que temer y nadie quería librar una guerra a pesar de que el bloqueo sobre Naboo llevaba casi un mes, era impensable para la República que debería ser la representación de la democracia. El Senado Galáctico seguía discutiendo e intentando encontrar una forma de solucionar la disputa, evitando una guerra, pero ninguna negociación había dado resultado hasta ahora, por ello es que el Canciller Asuma Sarutobi había solicitado ayuda al Consejo Jedi para ver si ellos podían lograr lo imposible como guardianes de la paz que eran. Los Caballeros Jedi mantenían la paz en la galaxia desde hace siglos en nombre de la democracia, ellos eran una fuente constante de estabilidad y orden a través de su vínculo con la Fuerza, la energía que rodeaba a todo ser viviente en el universo, siguiendo la voluntad del lado luminoso al ayudar a otros y evitar guerras a través una Orden de cientos de Maestros, Caballeros y discípulos.

La rampa que sellaba la nave descendió para apoyarse sobre el suelo permitiendo a los dos Jedi ingresar en el hangar y dirigirse hacia las puertas. No era del todo extraño que la Federación de Comercio eligiera al pequeño planeta de Naboo para dar su primer golpe, hace unos meses había sido elegida una nueva soberana, la reina Hanan de catorce años que se estaba enfrentando admirablemente al bloqueo para proteger a su gente con de su prodigioso talento político y la democracia que la había llevado al trono. Antes de efectuar su misiva, los Jedi habían tenido ocasión de contactar a la reina a través de un holograma; era joven, pero sabía cómo parecer mayor a través de un complejo maquillaje y elaboradísimos atuendos en un esplendor tan bello como su rostro, pero que no se dejaba intimidar por nadie, y en honor a la confianza que la reina Hanan había depositado en ellos es que los Jedi se prometían hacer todo lo posible para ayudar al pueblo de Naboo así como a su joven y valiente soberana. Las puertas que conectaban con el pasillo se abrieron para revelar a una joven doncella que estaba esperándolos, tenía brillantes ojos turquesa y largos cabellos dorados recogidos en una trenza adornada por una bella diadema de oro a juego con un par de largos pendientes, ataviada en un sencillo vestido rosa pálido y mangas ceñidas bajo un poncho de terciopelo marrón rojizo plagado de bordados en tonos cobrizo y plateado, largo hasta las rodillas, de cuello alto y redondo, y mangas hasta los codos que se abrían a la altura de los hombros. Cruzando las manos sobre su vientre, la doncella inclino respetuosamente la cabeza al ver a los Jedi.

-Soy Ena, síganme por favor— se presentó la bella y joven doncella antes de guiarlos por una serie de pasillos hasta una sala de conferencias, teniendo como respuesta el eco de las botas de los dos dignatarios tras ella en cuanto las puertas se abrieron. —Su visita nos honra inmensamente, embajadores, por favor pónganse cómodos, mi amo los atenderá en breve— solicito para proceder a retirarse, con las puertas cerrándose tras de sí.

Tan pronto como la doncella se retiró y las puertas se cerraron, ambos Jedi volvieron su mirada hacia los ventanales de la sala desde donde podían contemplar el bello y pequeño planeta Naboo, por fin apartando las capuchas de sus abrigos y revelando sus rostros a la soledad de la sala. El mayor de los dos era el Maestro Jedi Minato Namikaze de cuarenta años, un hombre alto y gallardo, de ojos azul zafiro y rebelde cabello rubio que dejaba caer un flequillo sobre su frente con dos mechones enmarcando su rostro que siempre permanecía sereno, vestía una camisa color arena de cuello en V y sobre esta una túnica de terciopelo crema muy clara que se ceñía a su cuerpo por un fajín de la misma tela sobre la cual yacía un cinturón de cuero marrón claro donde se encontraba su sable de luz, pantalones de cachemira marrón oscuro, botas de cuero negro y un largo abrigo con capucha que dejo caer tras sus hombros para exponer su rostro. A su lado se encontraba su Padawan o alumno de veinticinco años, Kakashi Hatake quien era levemente más bajo que él, de rostro gallardo y carismático aunque serio, de ojos oscuros y rebelde cabello grisáceo, vestía una camisa de cuello alto marrón claro bajo una túnica de terciopelo crema que se ceñía a su cuerpo por un fajín de la misma tela y sobre esta un cinturón de cuero marrón rojizo donde reposaba su sable de luz, pantalones de cachemira beige y botas de cuero marrón rojizo, el mismo color del largo abrigo cuya capucha aparto de su rostro, aun no era un Jedi por completo pero lo seria pronto, eso indicaba la fina y corta trenza que colgaba sobre su hombro derecho.

-Tengo un mal presentimiento— pronunció Kakashi en voz alta sin importar que su Maestro lo escuchara.

-Yo no siento nada— contesto Minato a su lado, encogiéndose de hombros.

-No hablo de la misión, Maestro— aclaro el peligris, interiormente nervioso, —presiento algo lejos, se evade— no podía explicarlo pero sabía que algo iba a pasar.

-No te centres en tu ansiedad, Kakashi— recomendó el rubio a modo de enseñanza, —que tu concentración este aquí, como debe ser— situó una de sus manos sobre el hombro de su Padawan, siempre ahí para guiarlo.

-Pero el Maestro Onoki dijo que debo ver hacia el futuro— menciono él, y después de todo no podía desobedecer a quien había sido su primer Maestro.

-Pero no a expensas del momento, no olvides la Fuerza latente, mi joven Padawan— aconsejo Minato sin poder contener una sonrisa ya que Kakashi había dejado de ser un niño hace mucho tiempo.

-Sí, Maestro— asintió el Hatake, esbozando una débil sonrisa. —¿Cómo cree que reaccione este virrey ante las demandas del Canciller?— curioseo, deseando conocer su opinión.

-Los de la Federación son cobardes, las negociaciones serán cortas— anticipo el Namizake, confiando en que el coraje de la joven reina de Naboo.

Debían cumplir esta misión, debían ayudar al pueblo de Naboo y a su reina, debían hacer valer la justicia y la democracia, y lo harían a como diera lugar.


En el puente de la nave de combate de la Federación de Comercio, el neimoidiano virrey Homura Mitokado y su esposa contemplaban horrorizados a su doncella Ena a quién habían enviado a recibir a los embajadores del Canciller, peor jamás podrían haber pensado tan siquiera que se encontrarían ante una encrucijada semejante. El astuto y malvado virrey vestía una elaborada camisa de seda negra, de mangas ceñidas a las muñecas y de cuello alto cerrado por una infinidad de botones hasta la altura del abdomen, pantalones de igual color y largas botas de cuero, sobre la camisa portaba una elegante chaqueta de terciopelo negro plagada e bordados de oro que representaban el símbolo insignia de Cato Neimoidia, su planeta natal, con un elegante turbante negro y dorado cubriendo su cabeza. A su lado se encontraba su esposa y lugarteniente Koharu Utatane, enfundada en un sencillo pero no menos elegante vestido de seda violeta, de escote cuadrado cerrado por cinco botones hasta la altura del vientre, falda de velo y mangas ceñidas hasta los codos que se volvían holgadas y traslucidas hasta casi cubrir las manos que mantenía cruzadas sobre su vientre, sobre el vestido lucía una elegante chaqueta violeta vagamente espada en bordados dorados a lo largo de la falda y repleta de cuentas doradas en el corpiño en V que se cerraba en la mitad del pecho y sin mangas, con su encanecido y largo cabello castaño recogido en un discreto moño en su nuca, haciendo resaltar la diadema de oro y gemas amatistas a juego con un par de pendientes en forma de lagrima, elegante y practica mientras se llevaba una mano a centro del pecho a causa de la noticia.

-¿Qué has dicho?— cuestiono Homura en un furioso siseó.

-Los embajadores son Caballeros Jedi, creo yo— afirmo Ena sin saber cómo proceder.

-Lo sabía, los enviaron para obligarnos a ceder— comprendió Koharu, volviendo el rostro hacia su esposo.

-Apostaría a que el Canciller no ha informado al Senado de sus movimientos en lo que concierne a este asunto— tranquilizo él, recobrando la calma por ambos. —Ve y entretén a los embajadores mientras contacto a Lord Kinshiki— encomendó a su esposa.

-¿Te has vuelto loco? No pienso exponerme a dos Jedi— aclaro ella, indignada a más no poder. —Envía a la doncella— sugirió ya que esa joven los había recibido y reconocido.

Sin otra opción e incapacitada a negarse, Ena asintió en silencio antes de ejecutar una respetuosa reverencia y retirarse, imaginando en su mente todos los posibles escenarios y confiando en que los Jedi serían lo suficientemente compasivos para ver que ella solo cumplía órdenes para no matarla, porque de ser por su voluntad ella no haría nada en su contra, no tenía ese deseo, pero ¿qué más podía hacer? Tan pronto como su servil doncella se hubo marchado, Homura dio órdenes al personal del puente para que establecieran cuanto antes contacto con quien realmente estaba dando las ordenes en esa nave y en su plan; el lord Sith Kinshiki Otsutsuki, y tan solo unos momentos después es que tanto Homura como su esposa se dirigieron a una zona más reservada del puente donde no podrían ser visto u oídos por alguien, temiendo parecer sirvientes pero al fin y al cabo eso era lo que era para el lord Sith. Tras segundos que para Homura y Koharu se hicieron interminables, el comunicador holográfico por fin revelo una imagen completa del aterrador lord Sith a solo un par de pasos de distancia de ambos, aterrador y desconocido ya que ninguno de los dos jamás le habían visto el rostro, ni aun en sus llamadas más inoportunas, el lord Sith siempre era un completo misterio para ambos, siempre encorvado y vestido en un elegante abrigo negro con capucha que ocultaba su rostro en todo momento, tan misterioso como su sola presencia que en ese momento les arrebato el aliento a ambos.

-¿Qué sucede?— preguntó el lord Sith con impaciencia.

-Los embajadores de la República son Caballeros Jedi— informo Homura tan pronto como le fue posible.

-¿Está seguro?— inquirió el Otsutsuki, interiormente sorprendido por este movimiento.

-Han sido identificados, mi lord— afirmo con un asentimiento, intentando ocultar su temor.

-Este incidente es inoportuno— reconoció él en voz alta, reflexionando para sí, —aceleremos los planes, pueden descender sus tropas— consintió, pues tiempo era lo último que podían perder ahora.

-Mi lord, ¿acaso es eso legal?— se atrevió a preguntar el Mitokado, con temor a involucrarse en un problema irreversible.

-Lo volveré legal— repuso Kinshiki completamente seguro, como si su voz fuera un golpe.

-¿Y los Jedi?— consulto en espera de órdenes nuevas para proceder.

-El Canciller no debió meterlos en esto, deben morir ahora— ordeno sin tolerar objeción alguna y sin un ápice de piedad.

—Sí, mi señor, como usted ordene— contesto Homura, inclinando la cabeza antes de que el holograma del lord Sith se desvaneciera.

Recobrando el aliento, el virrey volvió la mirada hacia su esposa en una silente orden; los Jedi y todos quienes los habían acompañado en su llegada debían morir, el bloqueo seria legal dentro de poco y pronto podrían prescindir de todas estas insufribles molestias.


-¿Es normal que nos hagan esperar tanto?— pregunto Kakashi con un falso tono autocrático que nada tenía que ver con él.

Quedarse sentado sin hacer nada no era algo que Kakashi Hatake acostumbrara a hacer, puede que no fuera un adolescente ni alguien tan impetuoso como para seguir siendo inmaduro, pero como Padawan y Jedi en entrenamiento estaba preparado para cualquier situación pese a que prefiriera la diplomacia, pero en ese momento se mantuvo sentado a la mesa de la sala de conferencias en que su Maestro y él se encontraban, incapacitados de hacer o demandar nada ante la aparente demora del virrey o a quien planeara enviar en su nombre si era tan cobarde como ambos Jedi pensaban, pero eran emisarios de paz después de todo, ¿Qué imagen darían si osaran exigir algo? Sentados a la mesa, Maestro y Padawan se observaban con monotonía, y es que incluso Minato con lo diplomático y pacifista que era debía reconocer que comenzaba a aburrirse, pero antes de tan siquiera pensar en contestar a la burlona pregunta de su Padawan, las puertas se abrieron para permitir el ingreso de la misma doncella que los había recibido al llegar y que traía una bandeja con refrescos y algo de comida que deposito sobre la mesa delante de los Jedi, sirviéndoles en silencio. Expertos en la Fuerza como Jedi que eran, no fue nada difícil para Minato y Kakashi percibir el miedo y nerviosismo en la joven doncella que se apartó de la mesa al servirles, aguardando a cumplir cualquier solicitud que ellos tuvieran, más ambos Jedi procedieron a disfrutar de lo que ella les había traído, porque pasara lo que pasara no se marcharían de ahí sin antes haber intentado dialogar con el virrey.

-No, detecto que hay un temor poco común para algo tan trivial como una disputa comercial— contesto Minato por fin, dirigiéndole una amable sonrisa a la doncella como agradecimiento por su servicio.

Tan pronto como ambos Jedi tomaron una de las copas de la bandeja y procedieron a beber el contenido con confianza, una repentina y abrumadora explosión hizo vibrar la sala y los pasillos aledaños en tanto se detono un violento estallido que acabo con la nave de los Jedi y todos quienes se encontraran a bordo, y ambos Jedi percibieron el suceso de inmediato sin importar que se encontraran lejos, sobresaltándose antes de levantarse de sus lugares, dejando caer sus copas y derramando el refresco al momento de desenfundar sus sables de luz, el de Minato era verde esmeralda y el de Kakashi azul zafiro, asustando a la doncella que ahogo un grito al cubrirse los labios con ambas manos, retrocediendo hasta chocar su espalda contra la pared, incapaz de saber si los Jedi la matarían o no. Lejos de tan siquiera pensar en dañar a la inocente doncella que los había recibido y atendido, Minato y Kakashi emitieron un suspiro antes de observarse entre sí, sin romper con el silencio que se había formado tras la explosión y sin apagar sus espadas; el culpable de todo esto era el virrey, estaban gas venenoso que comenzó a amontonarse sobre el suelo. seguros, no necesitaban ni tenían porque lastimar a nadie más. Expectantes a cualquier nuevo golpe, sabiendo en el fondo de sus mentes que su nave había sido destruida, Maestro y Padawan detectaron un débil silbido procedente de los rincones de la habitación, deslizando lentamente un sutil gas venenoso.

-Gas— reconoció Minato en voz alta, mascullando para sí.

-Es broma, ¿verdad?— inquirió Kakashi, absteniéndose de reír ante tan burdo complot.

-No sé tú, Kakashi, pero a mí me parece bastante real— sonrió el Namikaze, negando para sí. —Sal ahora— indico a la doncella que permanecía asustada e inmóvil, pero que asintió frenéticamente antes de abandonar la habitación, dejando las puertas abiertas. —¿Primero las damas?— ofreció a su Padawan, haciéndose a un lado.

-¿Primero lo mayores?— ofreció Kakashi, siguiéndole la corriente a su Maestro, a quien no le hizo la más mínima gracia.

-Irrespetuoso— mascullo el Namizake.

Fuera de la sala de conferencias y siguiendo las órdenes del virrey Homura—que había determinado exterminar lo que quedara de los Jedi—se encontraba un pelotón de androides de combate sosteniendo sus blasters y desintegradores, apuntando directamente a las puertas que finalmente se abrieron pero quien habitación no fue sino la doncella del virrey y su esposa, cubriéndose los labios y nariz con ambas manos para aguantar la respiración, pasando junto a ellos a toda velocidad. Tras la veloz partida de la doncella, la nube verdosa de gas tóxico no tardo en brotar de la sala, dispersándose en el aire ante las indiferentes miradas de los androides solo segundo antes de que los dos Jedi salieran indemnes del interior de la sala, dejando de aguantar la reparación tan pronto como se encontraron de frente a los androides, abalanzándose a toda velocidad contra ellos, sosteniendo una breve y efímera batalla, cortando las piernas y brazos de metal de los androides o sus cabezas en una erupción de chispas y componentes metálicos que se esparcieron por todas partes o desactivándolos al enviarlos en una colección directa con una pared, aun sosteniendo entre sus manos sus sables de luz encendidos por si acaso mientras continuaban su trayecto por el pasillo. Aun en el puente y reunido con su esposa, Homura comenzó a impacientarse con el pasar de los segundos, sin recibir informes ni información de ninguna clase de parte de los androides, además de que sus técnicos e ingenieros tampoco tenían nada alentador o negativo que decirle.

-¿Qué sucede allá abajo?— cuestiono el virrey, irritado a más no poder.

-Perdimos la transmisión, señor— contesto por fin uno de los técnicos.

-¿Alguna vez te habías encontrado con un Caballero Jedi?— pregunto Koharu con el fin de aliviar un poco el ambiente.

-No exactamente, pero…— Homura negó para sí, prefiriendo no pensar en eso. —¡Aseguren el puente!, ¡manden a los andró-destructores!— ordeno esforzándose por no parecer paranoico. —¡Cierren las compuertas!— sintió un escalofrió al ver la puerta siendo cortada del otro lado por un sable de luz.

Koharu prefirió mantenerse en silencio al lado de su esposo y no decirle que probablemente nada de lo que hiciera remediaría lo inevitable. Del otro lado de las puertas cerradas, los dos Jedi intentaban usar el poderoso filo de sus sables de luz proyectados por los cristales kyber para cortar el material de las puertas cuando un pelotón de androides de combate básicamente igual al que los había recibido al abandonar la sala de conferencias apareció en el pasillo, más Kakashi se encargó de ellos para darle tiempo a su Maestro, teniendo cuidado en reflejar el impacto de los blasters con la hoja de su sable de luz a la vez que intentaba destruirlos, avanzando y retrocediendo, anticipándose a cada ataque antes de que se produjese, dejando a su paso solo uniones y piezas destruidas sobre el suelo. Intentando abrirse paso con el filo de su sable de luz por la puerta del puente, Minato detuvo lo que estaba haciendo, previendo en su mente como más puertas se cerraban contra las que estaba intentando destruir, por lo que cambio su estrategia, sosteniendo la empuñadura de su sable y enterrando la transgresora hoja contra el acerocreto que comenzó a derretirse a su alrededor, goteando del otro lado ante la atónita mirada del virrey, su esposa y todo el personal del puente. Sin poder contenerse, Minato esbozo una casi imperceptible sonrisa al sentir sus pensamientos; ellos podían ser muy listos y estar tan armados como quisieran pero como Jedi él tenía a la Fuerza de su lado y una voluntad inquebrantable.

-¡Maestro, cuidado!— alerto Kakashi tan pronto como le fue posible.

Hasta ahora Kakashi había sido perfectamente capaz de librar una batalla solo, pero no en cuando los dos andró-destructores aparecieron rodando en el pasillo como relucientes ruedas metálicas para desplegarse, liberando trípodes de patas tan delgadas como las de una araña y brazos cortos rematados en cañones láser, con cabezas blindadas estiradas hacia adelante: necesitaba apoyo, y para su fortuna su Maestro se alejó de las puertas para situarse a su lado. Desplegados, los andró-destructores activaron sus cañones láser y comenzaron a disparar contra los Jedi que en vano intentaron replegar su fuego con las hojas de sus sables de luz tan solo para que estas revotaran en el escudo que los andró-destructores habían generado a su alrededor, convirtiendo el pasillo en una zona de fuego cruzado. Tan pronto como advirtieron el escudo de los andró-destructores, los Jedi se alejaron de ahí tan pronto como les fue posible, en medio del destellar de chispas...

Cuando los destructores cesaron su fuego, el pasillo estaba vacío.


Tras tan laboriosa batalla que desgraciadamente había finalizado en nada, los dos Jedi abandonaron el túnel de ventilación para caer entre las sombras de uno de los rincones del hangar principal de la nave, teniendo sumo cuidado y sigilo, agazapándose para no ser vistos por ningún androide. Era denigrante huir de una batalla, pero era verdaderamente vergonzoso no saber cuándo se perdía, un Jedi o cualquier persona con sentido común en la galaxia debía aprender a pelear sus batallas y diferenciar cuales podía pelear y cuáles no, eso era lo que ambos habían hecho, por lo que en no habían huido…técnicamente. El enorme hangar de la nave albergaba a seis naves de desembarco de alas dobles, rodeadas por un gran número de transportes de la Federación, grandes vehículos con forma de bota rematados por proas bulbosas y que se abrieron en forma de puertas, haciendo surgir miles de esbeltas siluetas plateadas que avanzaron el formación hacia el interior, eran androides de combate. Los Jedi continuaron ocultos entre las sombras y observando el hangar por largos segundos, contando el número de transportes y haciéndose una idea de la elevada cantidad de androides que transportaban a la media docena de navíos de desembarco, ¿por qué tener un ejército así si no pensaba usarse? La diplomacia había fallado, pero no por su causa sino porque el virrey claramente pretendía invadir el planeta Naboo y tomar prisionera a la reina Hanan, y eso tanto Minato como Kakashi podían preverlo.

-Androides de ataque— anunció Minato con consternación y sorpresa, había esperado que nadie llegara a esto.

-Es un ejército invasor— reconoció Kakashi en un murmullo, igual de avasallado que su Maestro.

-Qué extraña jugada de la federación— reflexiono el Namikaze, llevando una mano distraídamente al mentón. —Hay que avisar a los Naboo y contactar con el Canciller Asuma— instruyo a su Padawan que lo escuchaba atentamente. —Separémonos, abordaremos naves diferentes y nos reuniremos en el planeta— destino, confiando sobradamente en las habilidades de su joven Padawan.

-No se equivocó en algo, Maestro— murmuro el Hatake, haciendo que su Maestro voltease a verlo, —las negociaciones fueron cortas— afirmo con una irrefrenable sonrisa.

Minato sonrió escasamente, despidiéndose con la mirada de su Padawan antes de que ambos se separaran para abordar sigilosamente un transporte individual. Era ahora o nunca…


-Señor, una transmisión de la ciudad de Theed en Naboo— informo apresuradamente uno de los técnicos del puente.

La pantalla visora del puente cobró vida con un parpadeo, dando paso a la visión de una mujer sentada en un imponente trono, joven, hermosa y serena, de rostro blanco como el alabastro y con un sonrojo natural, labios rosados, expresión angelical y ojos esmeralda, portaba un espectacular y elegante vestido de terciopelo rojo rubí que se entallaba a su figura, conformando un elegante cuello alto que era cerrado por pequeño un broche de oro que replicaba el emblema de Naboo, de mangas dobles; unas inferiores y ceñidas hasta la altura de las muñecas y bordadas en hilo de diamante, y unas superiores que eran holgadas y abiertas desde los hombros, un cinturón de finas placas de oro enmarcaba la curva de sus caderas, decorado por diamantes y cristales que brillaban contra la luz y a partir del cual continuaba una larga falda que se arremolinaba con cadencia en torno a su figura. Un prominente tocado de oro recubierto de gemas rojas, granates y purpuras reposaba sobre su cabeza a juego con unos largos pendientes de cuna de oro en forma de lagrima con una gema roja en su centro. Su largo y sedoso cabello pintado en un degrade del castaño al naranja se encontraba recogido en una sencilla trenza que caía tras su espalda salvo por un par de rizos que enmarcaban su rostro, a cada lado se encontraban sus doncellas, infundiéndole coraje mientras observaba al virrey sin una pisca de compasión en su rostro. Ella era la reina Hanan, la soberana de Naboo que se resistía ferozmente al bloqueo…era tan impresionante como decía su reputación.

-Es la reina Hanan en persona— susurró Koharu, impresionada pero manteniéndose fuera del campo visual de la holocámara, o eso creía.

-Finalmente obtenemos resultados— murmuró Homura sínicamente, acercándose a la pantalla para entablar contacto visual con la joven reina. —Nuevamente se dirige a nosotros, alteza— celebro aparentemente.

-No estará tan complacido cuando escuche lo que tengo que decirle— rebatió la reina con voz serena. —Su boicot comercial a nuestro planeta ha terminado— declaro apretando los puños contra los apoya brazos de su trono.

-No tenía conocimiento de tal suceso— contesto él, intentando lucir lo más inocente que le fue posible.

-Sé que los embajadores del Canciller están ahí y ustedes tienen órdenes de llegar a un convenio— prosiguió ella sin prestarle atención a sus mentiras.

-No sé a qué embajadores se refiere— se excusó Homura, teniendo cuidado de no demostrar su miedo. La reina Hanan podía ser joven y hermosa, pero podía infundir miedo con una sola mirada, —debe estar equivoca— añadió en su defensa.

-Mucho cuidado, virrey— advirtió la reina con una seca carcajada ante su pobre excusa, sabiendo el ambicioso traidor que era, —la Federación se ha excedido esta vez— completo manteniendo un tono de voz frió y carente de sentimientos.

-Nosotros nunca actuaríamos sin la aprobación del Senado— justifico el Mitokado, manteniendo la frente en alto, —usted supone mal— declaro para la reina que permaneció inmóvil, con su penetrante e intensa mirada esmeralda fija en él.

-Ya lo veremos— finalizo Hanan con notorio veneno en su voz y los ojos fijos en Homura, como si estuviera hecho de cristal y pudiera revelar lo que ella ya sabía; que mentía.

Tan pronto como la pantalla visora se oscureció, Homura suspiro profundamente, liberando el aire que inconscientemente había estado conteniendo mientras dialogaba con la hermosa y joven reina, acomodándose la chaqueta por sobre la camisa en un gesto nervioso que su esposa Koharu reconoció, más se mantuvo en silencio por al menos un par de segundos. Una adolescente, eso era esa mocosa insensata y arrogante que se decía era muchísimo menor de lo que parecía, aunque era difícil saber su edad pues había adoptado un nombre diferente al que le habían dado sus padres al nacer, como si al momento de subir al trono de Naboo hubiera nacido una nueva persona, y tanto su elaborado guardarropa como su elegante maquillaje hacían que su edad fuera inespecífica, pero si algo si se sabía es que era lo suficientemente joven y lo suficiente mayor como para ser una reina capaz de poner nervioso a cualquiera con una mirada…esa mocosa era insufrible para Homura, y cuanto más pronto estuviera muerta, mejor sería para sus intereses. Tan solo un par de pasos tras su esposo, Koharu suspiro igual de asombrada por haber contenido el aliento en un acto reflejo, y es que esa joven podía hacer temblar al ser más valiente de la galaxia, la naimoidiana se llevó una mano al centro del pecho mientras observaba con preocupación a su esposo que se mantenía en silencio, ninguno de los dos quería asumirlo ni aceptarlo pero se estaban hundiendo más y más en un terreno peligroso, ¿seguirían en él o intentarían escapar? Buena pregunta.

-Tiene razón, el Senado jamás…— menciono Koharu ante el silencio que se había formado.

-Ya es demasiado tarde, la invasión acaba de comenzar— interrumpió Homura, sin animo para pensar en eso.

-¿Crees que ella sospecha de un ataque?— cuestiono con la misma preocupación que su esposo.

-No lo sé, pero no quiero correr ningún riesgo— admitió él, antes de esbozar una sonrisa arrogante. —Bloqueen sus comunicaciones cuanto antes— ordeno a los técnicos del puente de inmediato.

No importa que pasara, no dejaría que la reina Hanan ganara esta batalla, él sería el vencedor y tendría como trofeo la cabeza de esa niña en su escritorio, era una promesa.


Theed, Naboo

El pequeño planeta de Naboo pasaba casi desapercibido con su aspecto pastoral, ubicado en el Borde Medio de la galaxia, cerca de la frontera con los territorios del Borde Exterior, repleto de vida, verdor, agua, cascadas y una belleza muy particular, un mundo donde se respetaba la democracia y todos vivían en armonía, tanto humanos—la mayoría de los habitantes—como especies de múltiples planetas que iban de extremo a extremo de la galaxia. La capital del planeta era Theed, una hermosa ciudad que se veía coronada con el imponente Palacio Real erigido sobre un acantilado del cual descendían eternas cataratas hacia el vacío que se encontraba debajo, era la estructura más grande de la ciudad y el hogar del gobierno. En ese momento la reina Hanan se encontraba reunida en la enorme sala del trono junto a su Consejo Consultivo de Asesores encabezados por el gobernador Raido Namiashi, un hombre alto y de lengua afilada que nunca dudaba en imponer la sinceridad propia de la democracia a como diera lugar para cumplir con su responsabilidad de representante del pueblo, sus colegas eran Chiyo Sunagakure, Shibi Aburame, Samui Amegakure y Satetsu Kirigakure, todos ellos representaban a los múltiples gremios del asentamiento humano del planeta, desde arquitectos y artistas hasta pedagogos y oceanógrafos, ellos al igual que la propia reina representaban la voz del pueblo, hablaban por lo que era necesario y pertinente. La sala estaba reforzada en sus puertas de acceso por cuatro guardias bien armados y que se encargaban de la seguridad bajo las órdenes del Capitán Rasa Sabaku.

Seis asientos se hallaban dispersos en cada extremo de la habitación para las doncellas de la reina elegantemente ataviadas en vestidos amarillo limón de escote redondo y mangas acampanadas hasta los codos, ribeteados en bordados amarillos y dorados, ceñidos a sus figuras por un fajín bajo el escote hasta la altura de la cadera y cubiertas por largos mantos amarillos que cubrían sus cabezas y gran parte de sus cuerpos: sus nombres eran Pakura, Ino, Temari, Maki, Naori y Leiko, y más que solo doncellas eran como hermanas y guardianas de su reina, guardaespaldas elegantemente vestidas y no solo caras bonitas. Sentada en el imponente trono—un sillón sobre un estrado delante del que se alzaba una pequeña mampara de superficie plana—se encontraba la hermosa y joven reina Hanan, cargada de autoridad en su ajuar de terciopelo rubí. Ser reina era la mayor responsabilidad que podía existir en el mundo, tener potestad sobre las vidas de millones de personas era algo demasiado abrumador incluso cuando se vivía según la democracia, y todavía más cuando no se nacía para ser reina sino que se llegaba a eso por azar, el destino o por ser un prodigio en el caso de Sakura Haruno, porque ese era el verdadero nombre de la joven soberana que en ese momento escuchaba en silencio el mensaje holográfico de su embajador y representante de Naboo en el Senado Galáctico; Danzo Shimura, quien elegantemente ataviado contestaba a la falta de noticias de parte de los embajadores del Canciller reunidos con el virrey Neimoidiano.

-¿No han iniciado las negociaciones porque no han llegado los embajadores? Eso no es posible— negó Danzo con voz calma y aparentemente preocupada, —el Canciller me aseguro que sus embajadores si llegaron—garantizo dirigiendo sus declaraciones a la joven reina. —Federación…— de pronto la señal comenzó a volverse débil a media que se distorsionaba la imagen y el sonido a tal punto que nadie de los presentes pudo entender nada de lo dicho por el Senador.

-¡Senador Shimura!— llamo la reina con confusión. —¿Qué ocurre?— consulto al desviar su mirada hacia el capitán Sabaku a su diestra, camuflando su preocupación.

-Revisen el transmisor de señales— indico Rasa a uno de los guardias atestados en la entrada.

-La interrupción de las comunicaciones solo puede indicar una cosa; invasión— concluyo el gobernador Raido sin ninguna duda.

-La Federación no se atrevería a tanto— discernió Hanan, confiando en la democracia y en, además de que nadie quería librar una guerra.

-El Senado revocaría sus derechos comerciales, estarían perdidos— secundo el Capitán Sabaku con idéntica certeza, o eso quería creer.

-Debemos confiar en las negociaciones— alentó la joven reina con voz pacifica, no estaba del todo convencida de si el Senado la ayudaría o no, pero no pensaba rendirse por ello.

-¿Negociaciones? No tenemos comunicaciones— obvio Raido, no deseando ser pesimista pero debían pensar más allá de eso, era preciso, —¿dónde están estos embajadores?— pregunto al aire, intercalando la mirada entre sus colegas que asintieron en silencio.

-Es una situación de riesgo, alteza— reconoció Rasa respetuosamente, porque las cosas se estaba complicando demasiado, —nuestro voluntariado de seguridad no puede enfrentar al experimentado ejercito de la Federación— recordó en espera de que ella decidiera lo que era mejor para los habitantes de Naboo.

Calmada, Sakura contesto a las declaraciones del Capitán Sabaku con una expresión analítica aunque serena. Siempre había sabido que estaba destinada a algo más en la vida, siempre había sido muy independiente, no sabía si había supuesto que se convertiría en reina, pero sacrificar su libertad en pro de bien de su pueblo y su planeta le parecía un sacrificio pequeño, siempre había sentido que su vida no era propia, sentía que tenía que vivir por otros y no por sí misma, por eso se había convertido en reina, vivía por eso. Sakura Haruno había nacido en una pequeña villa en las montañas de Naboo, y había optado al servicio público desde su más tierna infancia, negándose a ser egoísta, dedicando todas sus energías en ayudar a otros, lo que la llenaba como nada más en el mundo, su compromiso con la democracia y su carencia de egoísmo habían hecho que su pueblo la eligiera como reina, y eso representaba su nombre de estado, Hanan. Naboo era un planeta pacifico, ninguno de sus habitantes humanos creían en la guerra o en los enfrentamientos armados, estaban preparados para pelear pero no contaban con un ejército ni recursos suficientes para sostener un conflicto, y no estaba en el ánimo de Sakura librar ningún tipo de guerra, confiaba en que los Jedi enviados por el Canciller obtuvieran piedad y compasión para su pueblo, pero por más confianza que les tuviera, sabía que un conflicto era algo bastante posible…le preocupaba el futuro de su planeta y su pueblo, le preocupaba su gente. Pero a pesar del enfrentamiento en su mente, Sakura confiaba en la democracia y nada ni nadie la harían cambiar de opinión.

-No consentiré acción alguna que nos lleve a una guerra— declaro por fin, inamovible en sus convicciones.

Creía en la democracia con todo su corazón, lo último que quería en su vida era una guerra o sufrimiento para su pueblo, así que se mantendría firme y protegería a los suyos aun a costa de su vida si era preciso, pero no habría guerra.


PD: Saludos mis amores y feliz 4 de Mayo a todos los fans de Star Wars: que la Fuerza los acompañe, ¿Alguno había supuesto que iniciaría una adaptación así o ni siquiera se lo imaginaban? Espero que haya sido lo primero :3 Comencé a planear esta historia hace muchísimo tiempo, años de hecho, me he leído muchos fics SasuSaku inspirados en Star Wars, pero ninguna adaptación, y desde hace tiempo me preguntaba, ¿y si hago la primera? Pues solo espero que sea de su agrado, queridos míos :3 esta historia esta dedicada a mi querida amiga y lectora DULCECITO311 (a quien dedico y dedicare todas mis historias por seguirme tan devotamente), a Ali-chan1996 (agradeciéndole por apoyarme desde que mencione iniciar una nueva historia) y a todos que siguen, leen o comentan todas mis historias :3 Como siempre, besitos, abrazos y hasta la próxima.

Personajes:

-Sasuke Uchiha/Indra Otsutsuki como Anakin Skywalker/Darth Vader

-Sakura "Hanan" Haruno como Padme Amidala Naberrie

-Kakashi Hatake como Obi-Wan Kenobi

-Minato Namikaze como Qui-Gon Jin

-Danzo Shimura/Kinshiki Otsutsuki como Sheev Palpatine/Darth Sidious

-Onoki como Yoda

-Mikoto Uchiha como Shmi Skywalker

-Sai Yamanaka como C-3PO/Kitster Chanchani Banai

-Sasori Akatsuna como Jabba el Hutt

-Homura Mitokado como Nute Gunray

-Koharu Utatane como Daultay Dofine

Diferencias Creativas y Coherencia: Primero quiero dejar algo en claro, esta es la historia de Star Wars pero adaptada según mi criterio, por lo que la trama será esencialmente la misma pero con modificaciones que yo habría deseado que tuviera el universo o alguno de los personajes en concreto, es mi opinión como fan de esta saga y espero que se respete, solo eso pediré. La historia estará enfocada en Sasuke y Sakura, él un esclavo de Tatooine que se convierte en Jedi y ella la reina y más adelante senadora de Naboo, pero también habrá otros personajes importantes como Kakashi, Naruto, Sai y por supuesto Danzo Shimura. Durante mi infancia Padme Amidala fue una heroína para mi, de hecho le debo mis valores morales y mi creencia en que la única forma viable de gobierno es la democracia, me permitió ver lo que un buen político puede hacer por el mundo, por lo que representare en ella a la heroína máxima de la Alianza Rebelde. En el guion original de George Lucas, Anakin Skywalker no era un niño de nueve años como acabo siendo representado en "La Amenaza Fantasma" sino que un muchacho de once años, idea que decidí conservar para no hacer tan drástica la relación que nacerá a futuro entre los dos protagonistas de la historia. Por otro lado, esta historia contara en total con más protagonistas como Daisuke, Sarada, Boruto y Aratani, y más adelante con Sanavber, Raiden, Rai y Sasuke para representar las tres trilogías: precuelas, original y secuelas.

Diseño de Vestuario y Ambientación: Trisha Biggar es por lejos una de mis diseñadoras favoritas, siempre me han fascinado los hermosos atuendos que diseño durante la trilogía de precuelas y en su honor mantuve gran parte del diseño, color y elaboración pero con diferencias de mi autora ya que gracias a su trabajo he podido crear muchos de los vestuarios para mis historias. Además, para honrar el elaborado maquillaje de la reina Amidala, en esta historia Sakura se tintura el cabello según una antigua costumbre del planeta mientras que su maquillaje hace inespecífica su edad para hacerla parecer imponente ante sus adversarios. Los Orbaks que menciono al comienzo del capitulo fue una raza de animales similares a los caballos y que fueron presentados por primera vez en la película "The Rise of Skywalker", pero tienen vínculos con muchas criaturas de otros mundos incluyendo animales de carga en Tatooine pero con pelaje más corto y sin colmillos, y ya que el desértico planeta natal de Anakin fue inspirado en Túnez, para la mítica carrera del día de Boonta Eve reemplace a los Pods por estos cuadrúpedos, ya que una o dos veces al año en el desierto las tribus celebran carreras semejantes a la representada en "La Amenaza Fantasma" y donde los protagonistas son caballos y jinetes. En esta historia Sasuke es tanto un buen jinete como un buen piloto, aunque este ultimo aspecto será representado más adelante.

Dracula de Bram Stoker: recientemente y gracias a mi madre me hice con este clásico del terror que llevaba casi una década deseando leer, e inspirándome en gran parte de las películas de vampiros que he visto, principalmente en Van Helsing de 2004-maravillada por la actuación de Elena Anaya, Silvia Colloca y Josie Maran como Aleera, Verona y Marishka-, estoy pensando en hacer una historia de vampiros, obviamente protagonizada por Sasuke y Sakura, así como por Tenten e Ino, y titulada hasta ahora como "Reina de los Vampiros", como siempre veo necesario comentar la posible creación de toda nueva historia, esperando contar con su aprobación y sugerencias si las tienen.

También les recuerdo que además de los fics ya iniciados tengo otros más en mente para iniciar más adelante en el futuro: "Avatar: Guerra de Bandos" (una adaptación de la película "Avatar" de James Cameron y que pretendo iniciar pronto), "La Bella & La Bestia: Indra & Sanavber" (precuela de "La Bella & La Bestia"), "Sasuke: El Indomable" (una adaptación de la película "Spirit" como había prometido hacer), "El Siglo Magnifico; Indra & El Imperio Uchiha" (narrando la formación del Imperio a manos de Indra Otsutsuki en una adaptación de la serie "Diriliş Ertuğrul") :3 Para los fans del universo de "El Conjuro" ya tengo el reparto de personajes para iniciar la historia "Sasori: La Marioneta", por lo que solo es cuestión de tiempo antes de que publique el prologo de esta historia. También iniciare una nueva saga llamada "El Imperio de Cristal"-por muy infantil que suene-basada en los personajes de la Princesa Cadence y Shining Armor, como adaptación :3 cariños, besos, abrazos y hasta la próxima :3