—Su Majestad.
Rumpelstiltskin se apresuró a ponerse de pie para hacer la debida reverencia ante Regina, la ahora Reina absoluta y legítima del reino Blanco.
—Abre la puerta y déjame a solas con él —indicó Regina al caballero que custodiaba la celda. No pareció convencido con la idea a pesar de obedecer sin rechistar.
La Reina entró con elegancia a la celda principal, deteniéndose justo cuando quedó al frente de Rumpelstiltskin. Le parecía increíble cómo es que ese hombre que ella siempre consideró una figura con poder al lado de Leopold se veía tan insignificante. De ser el principal consejero del reino Blanco ahora era nadie, un simple prisionero del que podía deshacerse con facilidad. Sin embargo, los planes para él eran otros.
—Lo he pensado mucho y he decidido que te quiero como mi consejero —anunció con una asombrosa firmeza que no dejaba lugar para alguna objeción. Y es que, con seguridad, Rumpelstiltskin sabía que era aceptar la imposición o ir a la horca.
—Sus deseos son órdenes para mí —dijo, mostrando la urgencia por cumplir los deseos de la joven Reina. Era lo que llevaba esperando desde el día que la cabeza de Leopold rodó sin ceremonias. Sabía que Regina tarde o temprano necesitaría de sus servicios. Era muy inteligente y lo tenía todo para gobernar, su único defecto era la juventud e inexperiencia.
—Comprendo que no será sencillo restituirte como consejero oficial. Al final, cometiste traición a la Corona no una, sino dos veces. —Aclaró la garganta, alzó el rostro con altivez y se dirigió a él de nuevo—. Sin embargo, a lo largo de estos meses me has demostrado lealtad incondicional por lo que demando de ti tus servicios.
—Le juro por mi vida que no se arrepentirá. Prometo ser el más fiel de sus consejeros —dijo, arrodillándose frente a ella.
Regina inhaló profundamente al ver la devota demostración de lealtad del hombre. Exhaló despacio, dispuesta a continuar con la decisión que tomó.
—¿Tienes algún consejo para mí? —preguntó, esbozando una sincera sonrisa.
El consejero le regresó la sonrisa en señal de complicidad y asintió. Tenía el plan perfecto para que el deseo de Regina se cumpliera sin objeción.
El arribo al reino del Sol fue ajetreado. El pueblo aclamaba por su Rey después de días de inexplicable ausencia. George no quiso esperar. Salió al balcón real para dirigir unas palabras a su gente, compartiendo con alegría el más esperado de los anuncios por la gente del Sol.
Hubo una colectiva exclamación de sorpresa al revelar haber encontrado a su hijo y a su amada Ruth. Fue seguida de un silencio sepulcral que se convirtió en murmullos para pasar a gritos de júbilo, llantos emocionados y aclamaciones por el príncipe heredero. Agradeció conmovido y anunció la próxima presentación oficial de su hijo. Luego de ello regresó al interior del palacio con su pequeña pero bella familia.
Los preparativos del memorable evento iban muy adelantados. Antes de partir, George ordenó que días antes de su regreso se comenzara con las labores para la presentación de su hijo ante el reino. Él no quería que pasara más tiempo sin que David tomara el lugar que le correspondía por derecho legítimo, y David, no deseaba demorar mucho en volver con Regina.
Los tres tuvieron prueba de vestimenta ese día para hacer los ajustes necesarios lo antes posible. Las costureras confeccionaron prendas dignas de la realeza y del importante evento. David no puso objeción a nada. Dejaba que las costureras, doncellas y demás servidumbre trabajara sin peros para que todo estuviera lo más pronto posible. Además, no tenía mucho qué opinar. Todo le resultaba extravagante, abrumador. A él no le importaba nada de eso. Veía innecesario tanto revuelo, para él era un motivo para mantenerlo lejos de Regina y de su estrellita en quienes concentraba sus pensamientos.
Rumpelstiltskin pidió una audiencia con la Reina. Al ser prisionero tenía ese derecho y era decisión del gobernante aceptar o no. Desde luego que su petición fue aceptada por lo que ahora estaba de rodillas frente al trono donde Regina se encontraba sentada. Era sostenido por dos guardias que lo empujaban con fuerza para mantener la posición. Antes de permitirle hablar le fueron recordados los actos de traición cometidos en contra de la Corona y de la misma Reina. Después de ello, le fue concedida la palabra.
Asumió la culpa, su influencia en cada uno de los actos de los que se le acusaba. Aceptó haber aconsejado a Leopold de aceptar la propuesta de Eva para que pudiera tener un heredero. Aceptó haber aconsejado al Rey a obligar a la Reina Regina a tener relaciones con otro hombre para engendrar un heredero. Aceptó haber buscado y seleccionado al hombre en cuestión. Aceptó persuadir al Rey en varias ocasiones para que desistiera de llevar a la Reina Regina a su lecho. Aceptó callar en favor de la Reina Regina por iniciativa propia. Expresó su arrepentimiento en los actos en contra de la Corona y de la Reina Regina, pero no de los hechos a favor de ella. Esa fue una declaración de lealtad que sabía no pasaría desapercibida por los oyentes.
Luego de sus declaraciones, Regina tuvo un momento a solas en el salón de la mesa redonda con sus consejeros donde se debatió el destino del prisionero. Por supuesto que Regina alegó a favor de Rumpelstiltskin, resaltando su gran labor como consejero, exponiendo que también calló cuando descubrió sus sentimientos hacia David, mostrándole lealtad cuando no se la debía. También confesó que fue idea de él que ella saliera sola al balcón el día de su cumpleaños.
—Rumpelstiltskin —Regina se puso de pie seguida de todo aquel que permanecía sentado—, reconozco la buena voluntad y la lealtad en los actos cuestionables efectuados a mi favor. Sin embargo, no es posible pasar por alto los actos cometidos en contra de la Corona. Son inaceptables, condenables y debes pagar por ello —decretó. Suspiró aliviada pues a pesar del nerviosismo consiguió que su voz fuera firme y segura.
Ruth era testigo mudo de la tristeza reflejada en los ojos de su hijo. Sabía que el momento era importante para el reino del Sol, para George e incluso para David, pero le partía el alma ver a su hijo tan apagado. Regina se había convertido en la luz que iluminaba por completo el mundo de David. Ahora lo podía ver con mayor claridad.
—Pronto estarás con ella de nuevo —aseguró, acariciando el rubio cabello de su desanimado hijo a quien poco le importaba lo que se ofrecería de comer el día de su presentación.
David asintió, tomó la mano con la que su madre lo acariciaba, la llevó hasta sus labios para darle un beso y después recargó su mejilla ahí.
El antiguo consejero del reino Blanco fue llevado al patio de armas. Abrieron las puertas al pueblo para que fuera testigo del castigo que recibiría por sus actos. Fue condenado a 75 latigazos por traición a la Corona. Regina decidió presenciar el acto para constar su consentimiento para la pena corporal que se infringiría al prisionero Rumpelstiltskin. Fue duro ver como el frágil cuerpo del hombre se estremecía de dolor con cada golpe que poco a poco abrieron la piel hasta dejarla maltrecha. Había gritos de absoluto dolor por parte del ex consejero y otros de emoción provenientes del pueblo que animados demostraban su aprobación por la condenada decidida.
Cuando el cruel acto acabó, Regina decidió hacer uso del poder legítimo que ser la Reina le otorgaba. Se puso de pie cuando los guardias tomaron al inconsciente hombre deteniendo cualquier movimiento y silenciando toda voz, creando una atmósfera de creciente expectativa por lo que haría o diría. Le pareció increíble lo poderoso que se sentía tener a todo un reino a su entera voluntad. Sabía que debía ser cuidadosa y sabia en sus decisiones para poder dirigir el reino. Por esa razón fue que, para sorpresa de todos, ordenó que el ex consejero fuera atendido de sus heridas en el interior del palacio.
Ninguno de los consejeros se atrevió a cuestionar las decisiones de la Reina. Le ayudaron a determinar que el hombre merecía la oportunidad de obtener su libertad siempre y cuando pagara recibiera una debida condena por los actos cometidos. Se limitaron a atribuir a la buena voluntad de la joven Reina el que decidiera que en el palacio se hicieran cargo de las severas heridas del hombre.
Desde luego que Ruby fue quien, tomándose libertades por ser amiga de Regina, la abordó cuando la asistía para dormir.
—¿Vas a contarme qué tramas con ese hombre? —preguntó sin delicadeza alguna. En sus palabras iba impresa la urgencia porque le diera una debida respuesta—. Te conozco tan bien qué sé que algo te traes entre manos.
Regina la tomó de una mano y la hizo sentar junto con ella en la cama como siempre lo hacía cuando iba a compartir algo. Era como un ritual que comenzó casi desde que la asignaron como su doncella.
—Quiero a Rumpelstiltskin como mi consejero.
—Eso no lo esperaba. ¿Lo vas a restituir? —preguntó incrédula, abriendo los ojos enormes cuando su amiga asintió.
—Lo necesito para llevar el reino. Los nuevos consejeros intentan hacer lo mejor que pueden, pero fueron traídos aquí por órdenes de sus Reyes, no porque en verdad desean servir al reino Blanco. Granny es de mucha ayuda, conoce secretos e historia del reino, pero no como Rumpelstiltskin —explicó con calma. No sabía si Ruby estaría de acuerdo o no, pero sabía que era lo conveniente dadas las circunstancias.
—No puedo creer que diré esto, pero si confías en él como para tenerlo a tu lado, entonces es lo que debes hacer.
—Sí. Increíblemente confió en él —sonrió a su amiga quien con empatía abrazaba su idea—. Él descubrió que amaba a David y lo ocultó para que no se me acusara de traición. También evitó que Leopold me llevara a su lecho en algunas ocasiones y eso es algo por lo que siempre le estaré agradecida.
Ruby la abrazó con fuerza agradeciendo con el alma que llegara el día en que las cosas fueran tan distintas para Regina como siempre pensó que sucedería.
La presentación de David transcurrió en tiempo y forma. Fue un momento emotivo en el que George no solo anunció oficialmente, sino que presentó al reino a su hijo, al príncipe heredero al trono del Sol. El mismo que buscó por tantísimos años al igual que su amada Ruth. Hubo explicaciones de por medio para que el pueblo no se fuera contra la madre del príncipe heredero. Explícitamente se culpó a Leopold quien había sufrido la muerte a manos del rey del Sol. La gente estalló en júbilo.
David se sorprendió de la reacción de los presentes. Era inaudito pensar que todo un reino estuviera emocionado, llorando de felicidad porque había aparecido y tomaba su lugar como príncipe. Hubo personas que se acercaron para mostrarle sus respetos, alegría y esperanza de que llegado el momento pudiera seguir con el legado de su padre a quien amaban. Ruth también recibió cumplidos, alabanzas y flores por haber mantenido a salvo al príncipe heredero durante esos largos años.
La noche en el reino del Sol fue larga. George no paraba de expresar su felicidad. Agradecía a Ruth y a David por haberle dado la dicha de vivir ese momento.
—Creí que nunca sería posible —dijo con ojos cargados de lágrimas de emoción mientras acariciaba el rostro de David—. Mi muchacho. Mi hijo.
El príncipe, contagiado por esos bellos sentimientos que su padre le profesaba, lo abrazó con todas fuerzas.
—Soy yo quien debe agradecerte por no dudar en ir conmigo para liberar a Regina y a mi hijo.
—David, yo haría lo que fuera por ti —aseguró el Rey profundamente conmovido por las palabras de su hijo quien asintió.
—Gracias, papá.
George estalló en llanto y fue consolado por David, por su precioso hijo, y por Ruth, la mujer que había amado durante toda su vida.
El humor de Regina decidió que esa mañana la recibiría con la sensibilidad a flor de piel. Tan pronto como abrió los ojos se le llenaron de lágrimas al saber que David no estaba junto a ella. Se abrazó con fuerza a la almohada de él y enterró el rostro ahí, buscando su olor. No deseaba salir de la cama, pero había un reino que dirigir por lo que se vio obligada a iniciar el día con el fin de cumplir con los deberes reales.
Era el día de su primera diligencia y nada podía fallar. Ruby notó el sensible estado de su amiga cuando la ayudaba a vestirse por lo que prefirió no señalar el ligero crecimiento de su vientre. Era muy poco, pero lo suficiente como para que el ajuste en las cintas del vestido fuera distinto.
Poco después estuvo en una de las aldeas cercanas para cumplir con la diligencia. Regina dejó de lado su sentir para atender debidamente a las personas que se aglomeraron a su alrededor.
Sorprendidos y emocionados los aldeanos se tomaron el tiempo de admirar a su nueva Reina. Muchos la conocían ya, otros era la primera vez que la veían y estaban asombrados con la belleza de la joven. Desde luego que hubo murmullos entre ellos donde incrédulos criticaban que el Rey traidor hubiera desposado a una princesa tan joven. Otros se preguntaban si realmente era una bruja como se supo que la doncella Johanna aseguró y luego estaban los que hablaban del embarazo, del amorío con quien resultó ser el príncipe heredero del reino del Sol. Incluso hubo quien puso en duda la paternidad del heredero que la Reina llevaba en el vientre.
Regina, ajena a todos esos comentarios, les dirigió alentadoras palabras. Lo hizo con la elegancia y altivez nata que la caracterizaban, mostrándose confiada y accesible para las peticiones que tuvieran, y prometió velar por el bienestar de todos, como era su deber.
Tan pronto como arribaron al Castillo, los consejeros convocaron una audiencia inmediata con Regina. Se enteraron de lo que los aldeanos estaban hablando y consideraban importante hacer algo al respecto lo antes posible.
—El compromiso con el príncipe David debe hacerse a la brevedad —dijo Pascal mostrando la preocupación por las habladurías respecto al embarazo. El bebé también era un futuro heredero del reino del Sol y no podía permitir que se pusiera en duda su legitimidad.
—Lo correcto sería anunciar oficial y públicamente que el hijo que espera, Majestad, es del príncipe David y no del difunto Rey como fue anunciado ante el reino —comentó Maléfica con escepticismo, temiendo que no fuera suficiente para acabar con las habladurías.
—El pueblo tiene derecho a saber —secundó Sileno.
—¿Cómo van a pensar que es de Leopold si ni siquiera Snow es hija de él? —cuestionó incrédula. Esa era la razón por la cual se le acusó de traición y por lo que al final ella se quedó con el reino por derecho legítimo al estar unida en matrimonio con él.
—Se tiene qué hacer. De lo contrario se podría especular que sea de alguien más.
—Eso es absurdo —debatió Regina a la otra mujer que le lanzó una mirada extraña. Maléfica no la estaba desafiando, ni desacreditando, pero sí parecía querer que entrara en razón con sus argumentos.
—Pero real —comentó Eugenia quien hasta el momento había permanecido en silencio.
Regina alzó una ceja con altivez. Se sentía frustrada porque primero no fue conveniente anunciar su compromiso y ahora era urgente. Y si no se hubiera decidido que lo mejor era no acompañar a David al reino del Sol para no abandonar al reino Blanco tan pronto como subió al trono quizá no estarían envueltos en ese absurdo problema. Porque a su parecer carecía de sentido. Su bebé era de David y punto. No había nada qué discutir.
A primera hora del día siguiente una caravana real salió del reino del Sol hacia el reino Blanco. En ella iba David, escoltado por un considerable número de caballeros del Sol que habrían de asegurarse que llegara con bien a su destino. Prometió hasta al cansancio a sus padres que enviaría una carta tan pronto como se reuniera con Regina y sólo así George y Ruth permitieron que partiera.
Para Regina las cosas se complicaban un poco. Después de su mañana de inexplicable sensibilidad, esa la recibió con las hormonas hechas un desastre. No importaba cuánto se hiciera cargo ella misma de su deseo, no era suficiente. Seguía sintiendo la necesidad de tener algo dentro, más específicamente el pene de David entrando y saliendo de ella hasta hacerla llegar al orgasmo. Maldijo entre dientes que David fuera un príncipe perdido y que tuviera que irse a cumplir con el deber real de tomar su lugar como futuro heredero al trono del Sol. Lo cual era ridículo, pero no lo podía evitar.
Luego de un baño de agua fría para apaciguar sus ganas, decidió visitar a Rumpelstiltskin. El hombre yacía boca abajo en una sencilla cama en una de las habitaciones de servicio del palacio donde recibía atención adecuada. Regina se impresionó al ver el estado del hombre. Las heridas eran surcos profundos donde se podía ver carne viva. Por fortuna no se reportaba infección hasta el momento, pero el sanador aseguraba que cada una de las heridas sería una cicatriz.
—La magia siempre viene con precio —murmuró Rumpelstiltskin con buen ánimo una vez que el sanador abandonó la habitación dejándolos a solas. Regina esbozó una tenue sonrisa.
—Debiste elegir un castigo menos severo.
—Elegí lo que correspondía. Cometí traición no una sino muchas veces.
—Pero también hiciste actos de buena fe —le recordó Regina.
—No, Majestad. La que está haciendo un acto de buena fe eres tú. Yo lo que hice fue apostar por ti porque, tal vez no eres una bruja como Johanna tanto lo aseguraba, pero era cuestión de tiempo para que te apoderaras de ese trono. Eres fuerte, resiliente e inteligente. Capaz de llevar este y cualquier otro reino. Y sé que no habrá nunca nadie como tú.
Regina salió de esa habitación conmocionada por las palabras de Rumpelstiltskin. Había demasiada fe y confianza puesta en ella y no se sentía tan capaz como se aseguraba que era. Caminó escoltada por los pasillos del palacio pensando que restituirlo en el cargo de consejero llevaría su grado de dificultad. Rumpelstiltskin aún debía demostrarle entera lealtad y con seguridad habría quienes se opondrán completamente a su decisión. Lo único que deseaba era que David no fuera uno de ellos. Puso una mano sobre su apenas notable pancita la cual acarició con amor.
—Debemos decidir cómo te llamarás —le dijo llena de ilusión, preguntándose si sería niña o niño. De cualquier forma, habrían de elegir un nombre para ambos casos.
Mientras tanto en el reino de las Flores la situación era desfavorable para Snow. Hans envió una carta con la respuesta a su propuesta, misma que fue interceptada por venir del reino de la Luz. Después del evento desagradable que la joven pareja tuvo con la ahora reina del reino Blanco, los Reyes de las Flores estaban alerta a cualquier asunto relacionado con ese reino o del que Regina era proveniente, el de la Luz.
Enterarse de los planes de la esposa de su hijo Florian fue motivo de una fuerte reprimenda para la princesa que de inmediato trató de excusarse, alegando que Hans debió entender mal, que ella solo quería ver la posibilidad de que él interviniera en su nombre ante Regina para que permitiera visitar la tumba de sus padres.
—Bastante teníamos con la decepción y humillación de que no fueras una princesa heredera al trono del reino Blanco como para que ahora estés confabulado con Hans en contra de Regina en nombre del reino de las Flores —bramó el Rey furioso por el atrevimiento y la incompetencia de la esposa de su hijo.
Snow contuvo las lágrimas de orgullo que no dejaba caer, convencida de que hacía lo correcto.
—Padre, te pido clemencia. Snow está embarazada. Sería muy cruel castigarla en ese estado —suplicó Florian, sabiendo que lo correspondiente era que la princesa fuera castigada por sus deliberados actos.
—Sí, está embarazada. ¡Y se aprovecha de ello para planear con tranquilidad una guerra en nombre de nuestro reino!
—¡Yo solo quiero lo que me corresponde! Regina mató a mi padre. ¡Eso no puede quedarse sin castigo!
—Leopold no era tu padre. No dejas de llevar sangre real por parte de tu madre, pero no eras más que una bastarda que Leopold pensaba sentar en el trono —vociferó el Rey, arremetiendo con furia.
Florian abrazó a Snow que ahora sí echó a llorar de rabia, coraje e impotencia.
—No soporto verla llorar. ¡Llévatela lejos de mi vista! —ordenó el Rey a su hijo. El príncipe no perdió tiempo en sacar a Snow de ahí—. ¿Qué vamos a hacer? —preguntó a su esposa cuando los príncipes abandonaron el lugar.
—Alertar a Regina. Es importante que se entere que Hans posiblemente esté planeando atacar —respondió la Reina.
Regina nunca pensó que ser la gobernante del reino conllevara tantísimo documento. Había cartas de aldeanos, de los reinos, asuntos importantes que atender, invitaciones a eventos reales y un sin fin de correspondencia que la abrumaba. Le sorprendió encontrar que Leopold tenía en el olvido muchas peticiones del pueblo. Él que siempre alegó velar por los intereses de su gente, de mantenerlos felices y contentos, resultaba que los había dejado de lado.
Siguió buscando en todos los rincones del sitio para ver qué más Leopold había dejado pendiente. Encontró un cajón bajo llave y ahora su búsqueda se concentró en encontrarla. Recordó su propio escondite en su habitación por lo que buscó en las paredes cercanas. Al no ver nada, volvió su atención a la chimenea donde había un cofre con el sello del reino de la Luz. Era sin duda un regalo de Hans para Leopold. Lo abrió con la ansiedad a flor de piel en espera de que hubiera algo relacionado con su reino, pero se llevó una gran decepción al verlo lleno de joyas del reino Blanco. Torció los ojos y luego las movió un poco, revisando más a fondo qué tipo de joyas eran y, para su buena suerte, ahí estaba la llave.
—No tan ingenioso como pensé —murmuró para sí misma, desacreditando lo poco elaborado del escondite que Leopold eligió.
Metió la llave, le dio vuelta y el cerrojo cedió revelando ante ella lo que podía considerarse como un tesoro. Lo primero que saltó a la vista fue su corona de princesa real del reino de la Luz. Le emocionó hasta las lágrimas verla. Pensó que Hans se la había quedado porque jamás volvió a verla después de la boda, pero ya veía que no. Leopold la había guardado celosamente. Le había arrebatado parte de su identidad. Pasó saliva con el corazón oprimido al recordarse a sí misma usándola en eventos reales a un lado de su amado padre. La tomó entre sus manos admirando la belleza de la reliquia. Su padre siempre le dijo que la pieza era única, que fue mandada a hacer por su abuelo especialmente para ella por lo que tenía un significado muy especial.
La dejó a un lado, regresando su atención al cajón donde lo siguiente que saltó a la vista fue el cuento de hadas a través del cual estableció comunicación con David cuando los separaron en el castillo de Verano. Lo abrió buscando las notas que Leopold encontró y por las cuales enfureció tanto. La mayoría eran palabras donde profesaba el profundo amor que sentía por ella. Hablaba del mutuo amor que se tenían, de las ganas de llevársela lejos a vivir en la granja de ser necesario y que si se encontraba embarazada iba a ser el hombre más feliz del mundo. Después el tono se tornaba oscuro donde David maldecía la suerte que les tocó vivir, lo desdichado que sería el resto de su vida sin ella. Pero la que más llamó su atención y la hizo sonreír triunfante fue una como otras que le había escrito donde describía paso a paso la forma en que moría por hacerle el amor, que deseaba hundirse en ella, llevarla hasta el orgasmo y hacerla gritar de placer. No pudo evitar reír a carcajadas imaginando la cara de Leopold al leer esas líneas.
Dentro del cajón había más papeles. Muchos eran una especie de contrato con la firma de Leopold en calidad de Rey, de Rumpelstiltskin como consejero real y la persona en cuestión. Había un bonche de papeles atados con una fina cinta morada. Deshizo el nudo, desparramó los documentos leyendo por encima tratando de saber de qué iban. Grande fue su sorpresa cuando encontró el acuerdo que David firmó donde se comprometía a concebir con ella un hijo para la Nueva Alianza a cambio de una cuantiosa cantidad de monedas. En el siguiente documento se redactaba por el consejero la travesía de encontrar a la persona indicada para "preñar a la Reina". Hizo una momentánea pausa donde cerró los ojos tratando de tranquilizarse. Le parecía indigna la forma en que se hablaba de ella. Había una larga lista de hombres como Facillier, Robin, Víctor, Graham, Jefferson y unos más. Misma que se redujo a tres posibles prospectos: Graham, un hombre que vivía entre lobos; Robin, un bandolero que se dedicaba a robar a los ricos para ayudar a los más necesitados; y David, un humilde pastor con una granja en quiebra y una madre muy enferma.
Lo peor de todo fue encontrar el documento donde se establecía el acuerdo para la Nueva Alianza. Hans ofrecía: "en matrimonio a mi prima, la princesa real Regina. Última en la línea de sucesión por derecho de nacimiento, hija del príncipe Henry, del reino de la Luz y de la princesa Cora, del reino de Corazones. Poseedora de una asombrosa belleza, joven, pura y casta"
A Regina le hirvió la sangre al constatar que había sido tratada como mercancía, como si fuera una moneda de cambio para obtener lo que deseaba. Había una carta de Hans para Leopold donde fue más explícito para convencerlo:
"Además de llevar sangre totalmente real en las venas, es muy joven, más que tu hija. Has visto lo bellísima que es y te aseguro que nunca ha sido tocada por nadie. Es tan pura y casta como el mismo día en que nació"
No pudo seguir leyendo porque el estómago se le revolvió. Ella tenía tan solo dieciséis años cuando hicieron esas negociaciones, cuando el desgraciado de Hans la vendió a cambio de técnicas de combate, armamento, piedras preciosas y una mínima injerencia en el reino Blanco.
Encontró las cartas donde presionaba a Leopold por un heredero para la Nueva Alianza, algo que no fue parte de la negociación. Jamás sabría si su primo lo hizo después con la intención de destruir la Alianza y llevársela de nuevo para casarla con alguien más como dijo que lo harí ó revisando papeles y encontró la documentación del acuerdo para la concepción de Snow. Le causaba impacto saber que la idea original surgió de la misma Eva, que deseosa de darle un heredero a Leopold, pensó que esa era la mejor forma. Vio con desagrado que Rumpelstiltskin firmó la documentación previa y el acuerdo con el hombre de nombre Leroy, un minero de las afueras del reino Blanco, quien era el verdadero padre de Snow.
Esa noche Regina la pasó intranquila. Fue en verdad desagradable ver todos esos documentos, leer esos acuerdos donde lo último que importaba era qué sentían ella, David o cualquier otra persona que no fuera Hans o Leopold, incluso Rumpelstiltskin y Eva.
Para distraerse de esos pensamientos, se concentró en David, en las cartas que le escribió, en lo mucho que le habría gustado ver la cara de Leopold cuando leyó la carta que describía los actos impropios. Era muy inapropiado lo que David escribió respecto a lo que deseaba hacerle. Era una reina y en ese momento, era la Reina Consorte.
Cerró los ojos y abrazó la almohada que aún olía a él. El deseo en su cuerpo volvió a encenderse como lo hizo por la mañana. Regina apretó los muslos, ondulando las caderas, buscando algo de alivio para su cosquilleante intimidad. No estaba muy consciente de lo que hacía, solo sabía que necesitaba algo entre las piernas por lo que metió la almohada entre ellas. Gimió gustosa cuando su clítoris se frotó contra la almohada y, cuando menos lo pensó, la estaba montando. Estaba inclinada hacia atrás, apoyada en las manos, la almohada entre sus piernas, su centro presionado contra la almohada. Movía desesperadamente las caderas, frotando su intimidad una y otra vez. Los músculos del cuerpo se le tensaron con el esfuerzo, sus muslos internos estaban mojados al igual que su vagina. Siguió, cambiando de pronto el ritmo, el ángulo, probando cómo se sentía mejor hasta que alcanzó el orgasmo.
Mientras qué, a una larga distancia de ahí, la correspondencia de parte del reino de las Flores era interceptada por Sidney en nombre del reino de la Luz.
Una de las ventajas de ser la reina era que nadie tenía por qué cuestionar la mayoría de sus decisiones. Ventaja que Regina aprovechó por la mañana cuando sin mayor explicación ordenó amablemente cambiar y lavar toda la ropa de cama a pesar de que fue cambiada el día anterior.
El primer deber del día era una revisión por parte del sanador. Así que esperó por él en su habitación. El hombre hizo los exámenes pertinentes y concluyó que todo marchaba a la perfección, tanto ella como el bebé gozaban de buena salud. Las únicas indicaciones fueron llevar las cosas con calma y tomar el reposo necesario cuando el cuerpo requiriera, asegurando que podía hacer su vida perfectamente normal.
Luego se reunió con los consejeros para revisar los acuerdos sobre los próximos anuncios oficiales y fue ella quien sugirió un par de diligencias antes de partir al reino del Sol para los anuncios, argumentando que sería conveniente que algunas aldeas fueran testigo de verla junto a David para reforzar el compromiso y acallar cualquier habladuría. Los consejeros estuvieron de acuerdo.
—Entonces iré al salón de asuntos reales a seguir revisando pendientes —comentó Regina poniéndose de pie.
Los consejeros se unieron a ella, haciendo una reverencia cuando se alejó de ellos para ir a la puerta que los guardias abrieron para que pasara. Un mensajero se puso frente a ella inclinándose de inmediato.
—Una carta del reino de la Luz, Majestad —dijo, extendiendo la bandeja de plata con el mencionado sobre.
Regina se apresuró a tomarlo. Lo abrió descubriendo una carta de Hans en donde la felicitaba por su reciente compromiso con el príncipe David, heredero al trono del reino del Sol.
—¿Cómo se enteró? —preguntó Granny.
—Sidney. Lo envié a Agrabah con un mensaje para el Sultán luego de rechazar su oferta de matrimonio. Es obvio que el Sultán es quien se ha comunicado con Hans para contarle —razonó Regina, extrañada de la tranquilidad con la que su primo tomaba el que ella decidiera su vida sin consultarlo.
—Pero no dice nada de la coronación —puntualizó Maléfica.
—Quiere decir que esa noticia aún no le llega —comentó Pascal.
—No tiene importancia alguna. El reino Blanco ahora responde a usted, Majestad. Y muy pronto lo hará también el reino del Sol —aseguró Sileno con confianza.
—El reino del Sol está a la orden de la Reina. Esas fueron las indicaciones de mi Rey. —Fue perceptible el recelo con el que Pascal habló en defensa de su reino, considerando inapropiado que el otro consejero hablara en nombre de un reino que no era el suyo.
—No dije lo contrario —se defendió el consejero del reino de Oro.
Siguieron con un civilizado alegato y Regina solo pensó que su plan de conseguir consejeros en el mismo reino Blanco era lo mejor que podía hacer, de otra forma no le quedaba duda que podían terminar en guerra.
Un par de horas después se estaba quedando dormida en el escritorio del salón de asuntos reales. Era imposible hacer la cuenta de cuántos documentos había leído, aún tenía un montón por leer, pero por alguna razón su cuerpo se negaba a seguir funcionando. Quería dormir y nada más.
Se sobresaltó cuando llamaron a la puerta con urgencia. Concedió el paso sonriendo al ver a una emocionada Ruby entrar, pararse frente al escritorio, mirarla fijamente y decir:
—La caravana real del reino del Sol se acerca.
El rostro de Regina se iluminó llenando el salón con una alegría y emoción incontenibles. Ambas salieron apresuradas del lugar con dirección a las puertas del palacio con la intención de recibir a David quien arribaba al reino oficialmente como el príncipe heredero al reino del Sol.
Llegó montado en un hermoso corcel blanco de nombre Maximus, del cual saltó para correr hacia Regina que lo esperaba con los brazos abiertos. Se dieron el abrazo más apretado y largo de la historia, hubo besos desesperados y manos acariciando el rostro del otro. Un sin fin te amos, te extrañé mucho y sollozos mezclados con risas alegres.
—Ya estoy aquí —susurró con amor David con su frente pegada a la de Regina. La besó con ternura en los labios mientras le acariciaba con la mano derecha el costado, moviéndola hasta llegar a la pequeña pancita. Se agachó para hablarle a su bebé—. Te extrañe mucho a ti también, estrellita —depositó un amoroso beso ahí. Volvió a besar a Regina, a abrazarla fuertemente cuidando de no aplastar al bebé, convencido de que entre sus brazos tenía la entera felicidad.
Lamentablemente para los dos, tuvieron que separarse. Regina regresó al salón de asuntos reales en lo que David tomaba un baño y un pequeño descanso después del largo trayecto hasta el reino Blanco. Desde luego que el príncipe quiso que su Reina lo acompañara, pero ella se negó, alegando que lo que hacía no podía esperar.
Así que, un par de horas después, David se reunió con ella en ese lugar y Regina pidió que le contara cómo fue la presentación. El príncipe no dudó en compartir lo vivido. Ella lo escuchó con atención, sintiéndose muy feliz por él y también por George. Con seguridad el hombre mayor no cabía de felicidad de estar junto a la mujer que amaba y de gritar al mundo que había encontrado a su hijo.
—¿Puedes creer que se quieren casar? —preguntó David con un gesto de incredulidad en el apuesto rostro. Le parecía extraño. Toda una vida con su madre y jamás imaginó que en realidad vivía enamorada de un Rey que resultaba ser su verdadero padre.
La Reina se puso de pie, rodeó con cautela el escritorio, le tendió una mano que él no dudó en tomar. Le puso las manos en las caderas, lo hizo retroceder hasta caer sobre el mullido sillón y se le subió sobre el regazo. Sonrió emocionada al ver que David inhalaba profundo, exhalando largamente, mirándola con deseo.
—Nosotros debemos anunciar lo más pronto posible nuestro compromiso y que el hijo que espero es tuyo —susurró Regina muy cerca de la boca de David que se limitaba a mirarla con entera atención—. Tuyo y de nadie más —dijo con una sensualidad que no pensó que poseía, pero es que de tan solo pensar que harían público que se amaban y se pertenecían la ponía extremadamente caliente.
Sonrió alegre cuando David la besó con arrebato, tan encendido como ella se encontraba. Echó la cabeza hacia atrás cuando la boca se posó sobre su cuello repartiendo ardientes besos.
—Ahora eres un príncipe oficialmente, Encantador —comentó jadeante—. Mi príncipe —susurró, empujándose hacia abajo, meciendo las caderas sobre la entrepierna de David que gimió desde la garganta.
—No sé cómo lo consigues, pero despiertas en mí un deseo insaciable. Siempre quiero más de ti, Regina —dijo antes de meter las manos bajo el vestido azul marino, llevándose la sorpresa de no encontrar ropa interior. Regina lo miraba con un fuego indescriptible, nunca la había visto así de encendida. Mordía su labio inferior, agarraba ella misma su vestido para alzarlo y darle mejor acceso. El gemido entrecortado que soltó cuando la tocó por poco lo hace venir. Fue demasiado sensual y ella estaba tan caliente, tan mojada que su pene dio tirones en un claro indicio de que necesitaba atención.
Regina estremeció cuando los dedos acariciaron su palpitante centro. Pasó la saliva acumulada y jadeó. David frotaba a lo largo de sus hinchados pliegues, bordeando la entrada a su cuerpo, bajando y subiendo, abriendo los dedos para pasar a los lados de su pulsante y erecto clítoris. Un gemido audible y placentero emergió de su boca cuando por fin lo frotó, las piernas le temblaban, los pezones se le pusieron muy duros. Se abrazó a la cabeza de David gimiendo gustosa, moviendo las caderas aumentando la intensidad de la fricción. Enterró el bello rostro en el rubio cabello cuando los dedos entraron en ella con firmeza.
El príncipe agradeció la excesiva lubricación porque pudo penetrarla con los dedos sin problema. Aún se sorprendía de lo mucho que Regina conseguía excitarse ahora y eso lo hacía sentir tan bien, porque toda esa humedad era por él. Gimió deseoso cuando Regina montó sus dedos, apoderándose de su propio placer tal cual él le había enseñado podía hacerlo. No quiso interrumpirla, simplemente curvó sus dedos para que golpearan con precisión ese punto especial dentro de ella y supo que funcionó porque soltó un gemido muy agudo, gustoso y placentero, moviéndose con frenesí a lo largo de sus dedos que se mojaban cada vez más, empapando su mano. Hasta que alcanzó la cúspide de su placer, gritando, retorciéndose, convulsionando alrededor de sus dedos.
Las intenciones de ambos era seguir. Cuando Regina recuperó un poco el aliento, llevó sus delicadas manos hasta los pantalones de David para abrirlos. Moría por liberar el perfecto pene que podía sentir estaba durísimo. Sin embargo, los planes se vieron arruinados cuando llamaron a la puerta.
—Maldición —masculló Regina. Soltando un suspiro de frustración—. ¿Qué ocurre? —preguntó porque bajo ningún motivo permitiría la entrada.
—La cena está servida, Majestad —anunció un miembro de la servidumbre.
—¡Vamos enseguida! ¡Gracias! —informó David enfrentándose a una mirada de reclamo por parte de la bella Reina—. Estás embarazada. Tienes que comer, por ti y el bebé —dijo, volviendo a acomodar lo que Regina desacomodó en sus pantalones. Ella puso ambas manos en el respaldo del sillón, a cada lado de su cabeza, mirada penetrante y semblante decidido.
—Fóllame primero —demandó, con una firmeza y advertencia dignas de la reina que era.
—Oh, no. Eso sí que no. No voy a caer —aseguró, abrazando a Regina por la cintura quien hizo una mueca de descontento. Le besó una mejilla sonoramente—. Primero vamos a alimentarnos debidamente y después te voy a follar.
—¿Todo lo que yo quiera? —preguntó, alzando una ceja, negociando la espera a la que insistía en someterla.
—Todo —le dio un beso en los labios—. Lo —otro besó y ella sonrió—. Que tú —le dio uno más—. Quieras —prometió soltando el más enamorado de los suspiros cuando ella, fingiendo altivez, asintió bajando de su regazo, acomodó su vestido y caminó con una elegancia y seguridad asombrosas hacia la salida.
