Hey Arnold no me pertenece
Enfermarse tiene sus ventajas
Helga actuaba extraño, muy extraño. Era como si no estuviera ahí en ese momento, parecía totalmente ausente.
—¿Te encuentras bien, Helga?—le preguntó con obvia preocupación.
—Sí—fue lo único que respondió sin siquiera mirarlo a ver.
Pero para Arnold estaba claro que no era verdad. La niña estaba roja, con los ojos llorosos y su voz no sonaba igual. ¿Estaba enferma?
Sin embargo, así pasó todo el día y al finalizar las clases, se fue inmediatamente sin darle tiempo de ayudarla en lo que fuera. Debido a esas circunstancias, no pudo sacarla de su mente en todo el día.
A la mañana siguiente, fue a la escuela totalmente ansioso por verla, pero para su desgracia, ella no asistió, así que prefirió preguntarle a Phoebe.
—Creo que está enferma, no es que me lo haya dicho, pero eso era lo que parecía.
—¡Lo sabía! Era obvio que estaba enferma y no le gustaba nada que nunca le pidiera ayuda a nadie cuando lo necesitara. Él siempre la aconsejaba, pero ella parecía no ser capaz de transmitir sus verdaderos sentimientos y emociones.
Al finalizar las clases de ese día, Arnold estaba decidido a ir a visitarla, pero no creía correcto llegar sin una razón que Helga creyera válida y no quería decirle que estaba preocupado. Por suerte, el pretexto llegó fácilmente a él.
—Arnold, necesito que me hagas un favor—le pidió el maestro Simmons antes de que saliera del aula—, ¿podrías llevarle la tarea a Helga? Me llamó por la mañana para decirme que estaba resfriada y no quiero que se atrase en sus deberes, siendo tan inteligente.
Y Arnold por supuesto que aceptó.
Llegó a la casa, totalmente nervioso y no tenía ni idea de por qué, no era la primera vez que estaba allí.
Tocó a la puerta y esperó, pero tuvo que volver a tocar porque nadie respondía. Se estaba empezando a preocupar, cuando la puerta se abrió y pudo ver a Helga.
—¡¿Arnold?!—casi grita, excepto porque su voz no salió como quería.
—Hola Helga.
—¿Qué haces aquí?
—El maestro Simmons me dijo que te trajera la tarea.
Helga suspiró de mala gana, mientras tomaba las hojas con las notas.
Arnold sabía que su misión había terminado, pero no quería irse.
—Pues, supongo que gracias.
—De nada.
Helga alzó la ceja al notar que Arnold no se iba.
—¿Y bien?
—¿Y tus padres?—preguntó sin saber qué más podía decir.
—Bob en el trabajo y Miriam fue a comprar.
—Entonces, ¿estás sola?
—Obviamente.
—Pero, estás enferma, ¿no? ¿No deberías de estar en cama?
—¿Y de quién crees que es la culpa de que me haya levantado de ella?
Ese era un buen punto. Ahora entendía por qué se había tardado tanto en abrir la puerta.
—Entonces a la cama—regañó y la tomó de la mano, entrando a la casa y subiendo las escaleras.
—¡Oye! ¡¿Qué crees qué haces?!
—Llevarte a descansar.
—¿Y con permiso de quién?
—De nadie, pero ya que te obligué a levantarte, es lo que debería de hacer.
Helga refunfuñó, pero se dejó llevar.
Al llegar a su alcoba, simplemente se subió a su cama y se cubrió, mirando a Arnold esperando que dijera o hiciera algo más.
Pero, Arnold no quería irse aún.
—¿Y bien?—preguntó ella—ya regresé a la cama.
—Al menos, deberías estar agradecida de que vine a verte.
—Viniste porque te pidieron que lo hicieras.
Arnold bajó la mirada. ¿Era bueno decirle que ese solo fue un pretexto?
Mientras tanto, Helga decepcionada, leyó la tarea que tenía. Fácil. Sacó su libreta que tenía a un lado de su cama y comenzó a escribir.
El ruido del lápiz y el papel, hizo que Arnold volviera a mirarla. La tarea de ese día era un poco de matemáticas y un poema.
Pero, le sorprendió el hecho de que en menos de cinco minutos, Helga sonrió satisfecha y cerró su libreta.
—¿Terminaste?
Al escucharlo hablar, Helga se dio cuenta de su error. Arnold estaba allí aún y ella escribió el poema como si nada.
—¿Qué? Fue fácil.
—¿Qué fue lo que hiciste? ¿El poema? ¿Tan rápido? ¿Cómo lo hiciste tan rápido y además estando enferma?
—Ya no estoy tan enferma—se defendió.
—De todas maneras, no te tomó ni cinco minutos.
Arnold sabía que ella era sorprendente en varios sentidos, ¿pero escribir tan rápido un poema?
—¿Cómo lo hiciste? ¿Me ayudas con el mío?
—Por supuesto que no, hazlo tú solo.
—No sabía que tenías ese talento.
—Es el único que tengo.
Arnold frunció su ceño. Ella siempre era así.
—¿Por qué siempre haces eso? ¿Por qué siempre te menosprecias así? Eres una chica que no cambia solo porque las personas se lo dicen, eres auténtica, tu esencia es totalmente única, no hay absolutamente nadie cerca de ser como tú, simplemente eres como tú quieres ser y tienes muchísimas más cualidades de las que tú crees, por eso me gustas.
Un silencio invadió la habitación.
Arnold no iba a decir eso, por lo que la miraba lleno de pánico, mientras ella lo miraba con total sorpresa e incredulidad. Claro que esas palabras habitaban usualmente su mente, pero no pensaba decirlas pronto en voz alta.
—¿Qué dijiste?—pidió saber la niña.
—Nada Helga, tengo que irme.
Estaba a punto de salir huyendo de la habitación, cuando apareció la madre de Helga.
—Helga, no vas a creer lo que me pasó…oh, tienes visita—dijo al ver a Arnold.
—Buenas tardes, ya me iba…
Y literalmente salió corriendo de allí.
Después de hablar con su madre, Helga no sabía si emocionarse o echarse a reír. Así que ella no era la única que fingía que nunca se había confesado, pero ¡al fin! ¡lo había logrado! Ahora, solo debía esperar al día siguiente, porque Arnold no se le iba a escapar.
Mientras tanto, Arnold corría a su casa, ¡lo había dicho y estaba seguro de que Helga lo escuchó! Sabía que era algo bueno, pero la vergüenza era demasiada.
