¡Hola! ¡Muy feliz sábado a todas! Les comento nuevamente que ésta es una adaptación de mi autoría, sin fines de lucro, y hecha únicamente por cariño a Anthony y Candy, y a su inigualable amor. ¡Muchas bendiciones!

"UNA VISIÓN DE AMOR"

CAPÍTULO XXXIV

Cuando Dorothy subió las gradas de la Mansión Andley en Lakewood, el corazón de Candy latía fuertemente en su pecho, y cuando la pelirroja con una sonrisa colocó finalmente a la pequeña en sus extendidos brazos, todo su mundo desapareció a su alrededor centrándose en el rostro de la pequeñita que con un gorrito blanco dormía quieta y calientita en su nueva colcha, a pesar del frío. Su naricita fina y tez blanca la hacían lucir como una muñequita, y la joven no pudo evitar sentir sus ojos llenarse de lágrimas.

"¡Es hermosa!", dijo Candy contemplándola.

"La señora Weber mandó también el equipaje de la madre, por si queríamos revisarlo," le dijo Dorothy, "por si decidía usted tratar de encontrar alguna pista de su pasado. Aunque ella dice no haber encontrado nada."

Candy dejó de sonreír al recordar a la pobre mujer que había dejado atrás a su pequeña tan solo esa madrugada.

"Gracias, Dorothy.", le dijo la joven, "Que lo coloquen en una de las habitaciones de abajo para verlo después." Y viendo a la otra mucama, "Y gracias también a ti, Matilda, por ayudar."

"Un gusto, señora", le dijo la otra mucama y ambas hicieron una breve reverencia a la dama.

"Señoras.", dijeron, y ambas jóvenes, abrigadas, regresaron al vehículo por las cosas que habían llevado y ahora también traído, siendo ayudadas a bajarlas con la ayuda del chofer.

"¡Mire, tía abuela!", dijo la pecosa aproximándose entonces a la Matriarca que había guardado silencio viendo cómo la rubia se acercaba a recibir a la bebé. Candy le mostró a la pequeña que aun estaba dormida.

"Es tan pequeñita", dijo la pecosa enternecida.

"Es recién nacida, hija. Ya crecerá, antes de lo que te imaginas", le dijo viendo a la joven que la llevaba con cariño. "Vamos adentro, hace mucho frío aquí."

"Sí,", dijo la pecosa y las dos damas entraron a la mansión, seguidas por las mucamas y el mayordomo principal que supervisaba que todo se hubiese hecho según lo requerido.

Ya dentro, con sumo cuidado, la pecosa dejó a la bebé en un pequeño moisés que le había dado la tía abuela, y que habían colocado en la que sería la habitación de Matthew cuando estuviera en la casa, en el segundo nivel, a la par de la habitación de los rubios en esa mansión. Incluso la tía abuela había mandado colocar una puerta entre ambas habitaciones en remodelación.

"¿Estás segura de quererla colocar aquí, hija?", preguntó la tía abuela desconcertada. "Dorothy bien podría llevarla a que se quedara con ella en su habitación o con alguna de nuestras mucamas para que la cuide. Podríamos trasladar el moisés a una de sus habitaciones en el área de la servidumbre."

Candy se le quedó viendo sorprendida por su comentario. "Tía abuela, yo…", la rubia dudó un momento al escucharla. "Me gustaría hacerme cargo de la pequeña yo misma, si no le importa."

"Pero, hija…", protestó la anciana. "Comprendo tu preocupación por la pequeña, pero… es una niña de una joven que no conocemos. Lo que entendí era que ustedes iban a ayudar a que la niña tuviera donde estar mientras enterraban a su madre y buscaban a alguien que aceptara tenerla, no que ibas a cuidar tú personalmente de ella", le dijo preocupada.

"Yo no estoy diciendo eso, tía abuela… solo es que…", Candy dudó en cómo explicarle. "Con Anthony conversamos que yo la cuidaría con ayuda del personal de la mansión. Y en verdad me gustaría involucrarme en su cuidado, tía abuela." Ella bajó la mirada hacia la pequeña en el moisés blanco. "Es para mientras… pero es importante para mí.", le dijo con un dejo de tristeza, mirando a la pequeña dormir, acariciando su manita junto a su pequeño rostro dormido.

Hubo un silencio entre ambas damas.

"Además," Candy sonrió más animada, viendo a la anciana, "así podría practicar un poco antes de que nazca Matthew y así ganaría experiencia para cuidarlo.", le dijo contenta, acariciando su propia pancita.

"Candy…", la tía abuela la vio con ternura.

"Por favor, tía abuela", insistió la rubia. "Recuerde que ahora tengo que cuidar también de Anthony. No me encargaría sola de ella, Dorothy puede ayudarme con la pequeña, y también Matilda."

La tía abuela vio hacia el moisés, sorprendiéndose de ver que la pequeña había abierto sus ojitos aun grises y parecía mirar en su dirección.

"¡Hola, linda!", exclamó Candy contenta al notarlo también, inclinándose tierna hacia el moisés, acariciando la manita de la nena otra vez, que de inmediato se sujetó a su dedo. "¡Hola, cariño! ¿Cómo estás? ¿Tienes hambre?", le dijo la rubia sonriente y cariñosa.

La bebecita que miraba a todos lados sin enfocarse bien en nada, dirigió una mirada a la sonriente rubia y a pesar de su joven edad, la miró con lo que parecía ser total detenimiento.

"Hola, mi amor. No te preocupes, estás con nosotros. Nosotros cuidaremos de ti." Le dijo. La pequeña contrajo sus labios, y volvió su cabecita levemente a su diestra moviendo su boquita otra vez. Buscando.

"Creo que tiene hambre.", dijo Candy sorprendida.

"Señora Andley", dijo una de las mucamas, entrando discreta a la ornamentada habitación. "Tiene una llamada del señor Andley en el despacho." Le dijo educada.

"¡Oh!", dijo la señora recordándolo.

"Vaya, tía abuela, no se preocupe. Dorothy viene en un momento para ayudarme a darle de comer", le dijo la rubia. "Por favor, salude de mi parte a William y a Charlotte."

Algo incómoda con lo inoportuno de la llamada de su sobrino, asintió.

"Está bien, Candy. Te veré más tarde.", le dijo seria y la dama abandonó la habitación, seguida por la mucama.

Candy sonrió al verla marcharse y luego se volvió otra vez al moisés, inclinándose sobre este.

"No te asustes, pequeña." Le dijo Candy a la bebé en confidencia. "Ella se ve enojada, pero en realidad ella es una gran mamá para mi esposo y también muy cariñosa conmigo." Le dijo. "Y es muy buena persona también. Aunque muy estricta, debo decirte, así que deberás portarte muy bien cuando la veas cerca", le dijo guiñándole el ojo, sonriente. La bebé seguía viendo hacia donde venía la dulce voz que le hablaba.

"Este será tu hogar para mientras." Le explicó Candy. "Así que te doy oficialmente la bienvenida a la Mansión Andley- eh… mmmmh….", dudó la joven. "Creo que ya es tiempo de que tengas un nombre, pequeñita." Le dijo. "¿Cómo habría querido tu mamá ponerte?", reflexionó pensativa. "Dorothy dijo que no se lo mencionó a nadie", comentó para sí misma la joven, en voz baja. "Pero… yo no creo que ella se moleste si soy yo la que te doy un nombre ahora", le dijo la pecosa. Se le quedó viendo detenidamente a la pequeña y entonces sonrió, "¡Ah! ¡Lo tengo!", dijo emocionada.

"Siento la tardanza, Candy", dijo Dorothy, entrando apresurada a la habitación. "Aquí está el biberón."

"¡Gracias, Dorothy!", dijo Candy contenta, y tomando a la bebé desde el moisés, se dirigió a una mecedora en la habitación, sentándose con ella en sus brazos.

"Ten", dijo Dorothy, tras revisar la temperatura del biberón dejando caer unas gotitas en el interior de su antebrazo, por si acaso.

La pequeñita se rehusó al principio a aceptar la botella, disgustada, buscando por instinto el pecho de Candy, pero finalmente, tras largo convencimiento de parte de la pecosa, la pequeña aceptó finalmente el biberón, comiendo enérgicamente.

"Tenías hambre, Hope…", dijo sonriente la pecosa cariñosa. "Pobrecita, mi niña"

"¿Hope?", dijo sorprendida Dorothy, quien la miraba alimentarla con detenimiento, sentada en un banquito junto a ella, en la decorada habitación infantil.

"Sí. Así pienso llamarla, Dorothy", dijo Candy con una sonrisa. "Creo que es un lindo nombre para ella. - ¿No te parece? -". Candy vio a la bebé otra vez y agachándose besó su cabecita con ternura. "¿Verdad que sí, Hope? Es un lindo nombre para ti. - ¿No te parece? –", preguntó ahora a la pequeña. "Además, estoy segura de que tu mami tenía la esperanza de darte una mejor vida aquí en Lakewood, lejos de su pasado. Y por eso te trajo aquí.", le dijo.

La mucama sonrió. "Es un nombre hermoso, Candy", reconoció Dorothy enternecida de cómo le hablaba a la pequeña.

"Lo es, ¿verdad?", le sonrió complacida. "- ¿Te gusta tu nuevo nombre, Hope? -", le dijo otra vez a la pequeña, volviendo su atención a ella. "Tu mami ya no está con nosotros, porque Diosito se la llevó al cielo para que fuera uno de sus hermosos ángeles, pero ella siempre te va a querer, Hope." Le dijo a la pequeña con ternura mientras la veía alimentarse. "Tu mami siempre estará contigo…", le dijo quedito, "Una mamá no olvida… y te cuidará siempre desde el cielo, para que seas muy feliz." Le dijo conmovida. Como la mía, pensó Candy para sí en secreto, sintiendo sus ojos llenarse de lágrimas al considerarlo y recordar el lugar donde su propia madre la había dejado, recordando todas las bendiciones que la vida le había prodigado desde ese día, a pesar de lo difícil de sus primeros años.

Candy besó nuevamente su dorada cabecita con un sentimiento profundo de cariño y empatía con la pequeña, cerrando sus ojos.

Candy… pensó Dorothy, mirándola con admiración.

"Sabes, Dorothy,", dijo la pecosa luego de un largo silencio, viéndola beber su biberón. "La tía abuela no quiere que yo me encargue de Hope directamente, creo que le preocupa que yo me canse. Así que te voy a pedir que me ayudes a cuidarla a partir de ahora. No quiero que Anthony o la tía abuela se preocupen por mí innecesariamente pensando que descuido mi salud por atenderla. Sobre todo, con lo poco que falta para que nazca mi bebé."

"No te preocupes por eso, Candy." Sonrió la atenta pelirroja. "Yo me encargaré con gusto de sus biberones y de cambiarla por las noches y le pediré a Matilde que haga lo mismo en el turno de día."

"Y yo ayudaré en todo lo que pueda durante el día también.", dijo contenta la pecosa. "Quiero que me enseñen a cambiar un pañal y quisiera aprender a bañarla, también quiero aprender a ver lo de su cordoncito, y de cómo cuidar su heridita."

Dorothy se consternó. "No creo que la señora Elroy esté de acuerdo en que tú hagas todo eso, Candy."

La pecosa había estado preguntando al personal el último mes sobre los cuidados de los pequeños, pero jamás había practicado hacerlo.

"Pero, Dorothy, quiero aprender para cuando nazca también mi bebé", le respondió decidida. "Pienso amamantarlo, sabes", le dijo. "Mamá tampoco está de acuerdo con eso, pero… Anthony me apoya en mi decisión de atender a mi hijo personalmente. Así que no creo que puedan prohibírmelo. ¿o sí?", dijo.

"Tienes razón. Solo el señor Brower tiene un decir en eso", reconoció su amiga mucama sonriéndole.

"¡Creo que ya se la terminó!" Dijo Candy contenta, devolviendo el biberón vacío a Dorothy. "¿Me enseñas a sacarle el aire ahora, Dorothy? Por favor."

"Con gusto, señora Brower.", le dijo Dorothy guiñándole el ojo, jugando al llamarla por su epíteto, y ambas amigas sonrieron, mientras con toda paciencia Dorothy traía un pañal del cambiador y lo colocaba en el hombro de su dispuesta amiga para explicarle cómo colocar a la pequeña para que no manchara por accidente su fino vestido. Ocho hermanitos era suficiente experiencia para Dorothy como para poder compartirla con la joven madre primeriza.

Un largo rato después…

"¿Y Candy?", dijo Anthony luego de media hora de estarla esperando en su habitación del primer nivel.

El rubio había despertado una hora atrás, y tras ser revisado en sus signos vitales por la enfermera Mallory, aun algo somnoliento tras despertar de su inducido descanso, se extrañaba de no haber recibido todavía la visita de su atenta esposa. Ya hasta había terminado su temprana cena y estaba sentado contra la cabecera de la cama, haciéndole tiempo.

"Ya no ha de tardar, señor Brower." Le dijo la enfermera gentil, retirando la bandeja con los platos y colocándola en el carrito de servicio. "Recuerde que hoy por la tarde recibieron a la bebé que perdió a su madre en el pueblo."

"Candy debe de estar con la bebé todavía.", reflexionó el muchacho, ataviado en pijama, recostado sobre las mullidas almohadas.

"Talvez", le sonrió la enfermera, divertida de ver su discreta impaciencia.

Anthony estaba pensando aun en el alcance de su concesión a su esposa, cuando alguien tocó a la puerta y la enfermera se apresuró a abrir.

"Buenas noches, Mallory", Anthony escuchó la voz de su pecosa y sonrió viéndola entrar contenta a la habitación con su linda pancita, cada vez más notoria, de premamá.

"Buenas noches, señora Brower", respondió la enfermera.

"Siento venir tan tarde, amor", dijo la rubia acercándose de inmediato a su amado e inclinándose con un poco de cuidado, compartió un leve, pero sentido, beso en los labios con su esposo, para sorpresa y deleite de este último, a pesar de la presencia de la enfermera.

"Hola, hermosa.", le dijo él al concluir el breve beso. "Descuida, amor, desperté hace poco", sonrió comprensivo.

"Los dejaré solos un momento.", dijo la enfermera discreta. "Con su permiso", dijo.

"Propio.", respondió Anthony, y ambos la vieron retirarse, junto a una de las mucamas que había llegado justo también a retirar el carrito de la comida para llevarlo de vuelta a las cocinas. Quedándose ya solos…

"Y bien, pecosa,", le dijo entonces su esposo más animado, "Ahora sí, cuéntame cómo te fue con la pequeña esta tarde."

"¡La bebé es un amor, Anthony!" sonrió su bella esposa emocionada, sentándose en el sillón junto a su cama. "¡Ya verás tú mismo lo linda que es! Gracias a Dios, Dorothy no tuvo problemas en traerla hasta acá. La señora Weber, la empleadora de la mamá, mandó a decir que nos agradecía mucho las atenciones para el sepelio de la joven madre, y el cuidado ofrecido a la pequeña. Estaba muy agradecida en realidad, Anthony." Le dijo conmovida.

"Qué bueno.", asintió Anthony, y luego suspiró, "Lo lamento mucho por la joven", dijo con sinceridad, compartiendo una expresión de común tristeza con su esposa, quien asintió. Ambos se quedaron un momento en silencio, considerando cada uno, en privado, la trágica pérdida de la joven madre.

Luego de un momento más la pecosa volvió a sonreír suavemente y continuó, "Ahora están dándole nuevamente su biberón, sabes. Come cada dos horas. ¡Está muy comelona desde que vino! Y al fin aceptó bien la botella. Me costó mucho en un principio cuando la trajeron, ¡pero creo que al final la convencí!", le contó divertida.

Anthony le sonrió también contento de verla feliz. "Tienes el don, amor", le dijo convencido. "Eres adorable."

"Anthony…" Candy sonrió sonrojada de escucharlo.

"Sabes, amor," ella continuó. "Le pedí a Dorothy y a Matilda, que son quienes designé para ayudarme a cuidarla, que bajaran a Hope aquí al terminar su biberón, para que así la conocieras antes de que la acostemos."

"¿Hope?", preguntó entonces Anthony extrañado.

Candy se sorprendió y sonrió tiernamente, y levantándose del sillón, se sentó junto a él en la cama, recostada en la alta cabecera, como él. Y tomando su mano, viéndola entre las suyas, con una leve sonrisa, continuó, "Espero no te moleste que haya escogido un nombre para ella sin consultarte", le dijo un tanto apenada, viéndolo otra vez a los ojos.

"Por supuesto que no me molesta, Candy. ¿Por qué habría de hacerlo?", le dijo con una gentil expresión. "Es un bello nombre el que escogiste… Hope", repitió Anthony, considerándolo. "Su madre estará agradecida contigo por ponérselo."

"Se lo puse… porque ella representa nuestra esperanza por hacer mejor la vida de todos los niños como ella, en nuestro proyecto", le dijo la pecosa mirándolo a los ojos y luego, nuevamente bajando su vista a sus manos entrelazadas, se quedó callada, pensativa.

Anthony se le quedó viendo, notando su cambio de actitud, y haciendo a un lado un rizo travieso que había escapado de su cabello recogido en una alta y elegante coleta, el rubio colocó su mano bajo su suave barbilla y alzó su rostro hacia él. Sus miradas azul cielo y verde esmeralda se encontraron.

"¿Qué pasa, pecosa?", le dijo él tierno. "¿La situación de Hope te pone triste?"

"Un poco.", concedió Candy, mirándolo con una suave sonrisa. "Es que… me hace imaginar lo que habrá sentido su madre al tener que dejarla atrás, como lo hizo. Sin poder hacer nada para evitarlo."

"No pienses en eso, amor. No te hace bien hacerlo", le dijo Anthony, preocupado, estrechando más sus manos con la suya.

"Descuida, estoy bien", le dijo la rubia. "Solo es que no es fácil ver la otra cara de la moneda en una situación como la que yo viví desde niña", le dijo sincera. "Ver ahora, después de tantos años, lo difícil que pudo ser la situación para otros… como para verse acorralados de dejar a un hijo…", explicó, bajando la vista con expresión triste - jugando distraídamente con la mano de su esposo, entre las suyas -. "Personas a quienes, a veces, sin sospechar sus penas vividas, acusaste sin querer, por años, por la crueldad de su abandono", dijo.

"Candy…", Anthony la vio conmovido.

La pecosa se quedó pensativa así, sin alzar su vista.

El rubio, con cuidado, se inclinó hacia ella y besó tiernamente su mejilla, despertándola de su momentánea abstracción y, al ella volverse a mirarlo, estando uno al lado del otro, Anthony se inclinó y atrapó sus suaves y añorados labios con un sentido y apasionado beso. La sorpresa en la pecosa fue rápidamente reemplazada por el encanto inducido por el aliento y los cautivantes movimientos de sus labios del rubio, y luego de unos instantes, ella se abandonó por completo a aquella inesperada pero reconfortante caricia de su amado. Lentamente, la pecosa llevó sus manos a su fuerte pecho, deslizando luego una hacia su espalda con cuidado, y otra estrujando la camisa de la pijama de su esposo, ya que por su pancita no podía volverse completamente hacia él y abrazarlo, dejando ambos de hablar por un largo rato, abstraídos entre emotivas caricias y besos tiernos y, a veces, profundos y apasionados besos, cargados de deseo y de cariño, que les quitaban el aliento, al tiempo que los hacía añorarse mutuamente con cada vez más desespero, a pesar de sus circunstancias.

En medio de su apasionado encuentro, ambos escucharon, a lo lejos, el sonido de la puerta que alguien tocaba. Esto los hizo salir de su momento especial – muy a su pesar -, apartándose y mirándose los dos a los ojos con respiración entrecortada, notándose visiblemente sonrojados y también, para su sorpresa, un tanto despeinados también.

Anthony y Candy se sonrieron cómplices y enamorados una vez más y, tras darle un último beso en los labios a su pecosa, Anthony le guiñó el ojo coqueto, haciéndola reír divertida, antes de levantarse para atender la puerta.

"Un momento", dijo entonces Anthony a quien había tocado, divertido de ver la actitud apenada de su esposa, al salir de su cama y arreglar su cabello y vestido desarreglado.

"Adelante.", dijo entonces Anthony al estar ella lista, y la puerta se abrió, entrando una Dorothy sonriente, con la bebé en brazos, acompañada también por Matilda que era quien había abierto la puerta para que ella pasara.

"Con permiso, señores Brower.", dijeron las dos mucamas.

"¡Dorothy! ¡Matilda!", sonrió Candy y fue de inmediato hacia ellas y tomó a la bebé de los brazos de la pelirroja de trenzas. "Gracias, Dorothy.", le dijo gentil.

"Un gusto, señora.", le dijo Dorothy, y ambas mucamas abandonaron discretas la habitación.

La pecosa se acercó entonces a su esposo nuevamente y sentándose en la cama, ahora de frente a él, levantó la colchita y le mostró a la bebé, ataviada ahora en un vestidito blanco.

"Anthony, amor, te presento a la señorita Hope White Mackenzie", le dijo, sorprendiéndolo, al reconocer él el segundo nombre de la pecosa cuando niña, que Candy usara antes de ser adoptada, y que fuera dado a ella por sus maestras en el Hogar de Pony.

"Cielos, Candy…", dijo Anthony, viendo a la pequeña dormida, "¡Qué linda que es!", reconoció el muchacho sin comentar nada al respecto del nombre White, levantando su mano y tocando con su dedo su pequeña y perfecta mejilla. "Y sus manos, ¡qué pequeñas que son!", le dijo maravillado contemplándolas, notando la perfección de sus pequeñas uñitas en ellas, al tiempo que, al tocarlas con su dedo, en reflejo la manita se cerraba firmemente sujetándolo. Los ojitos de la pequeña se abrieron y a pesar de no distinguir formas todavía, parecían curiosos, viendo.

"Holaaa…", le dijo Anthony sonriente y quedito, aproximando su rostro a la pequeña.

La bebé lo miró con sus dulces ojos grises, sin moverse.

"Hola, preciosa…", le dijo otra vez, tierno. "¿Ese es el color de sus ojos?", preguntó a Candy intrigado.

"No. Me dijo Dorothy que pasan un par de meses para saber bien de qué color serán. Pero sí creo que serán claros", le dijo.

La nenita sonrió y volvió a verlo seria, sin enfocar, y luego de unos momentos más, sonrió otra vez.

"¡Te sonrió dos veces, amor!", dijo Candy feliz.

Anthony rió. "¡Es tu imaginación, Candy…!", le dijo negando.

"No, en serio, ¡te sonrió! - Hmmmm, creo que esta señorita tiene buen gusto,", dijo sonriente. "Tiene usted buen ojo señorita Hope White -", le dijo divertida a la bebé, guiñándole el ojo y acariciando su pancita con la mano que no la sostenía en sus brazos, haciéndole cosquillitas de mentiras. "Es muy guapo el joven Brower, ¿verdad?", le dijo.

La pequeña siguió el sonido de su voz, volteando hacia ella, y también sonrió, haciendo un pequeño sonido por primera vez, sorprendiéndolos a ambos y haciéndolos reír.

"¡Me respondió!", dijo divertida la pecosa. "¡Te dijo guapo!"

"¡Candy! ¿pero qué dices? ¡Eso no dijo!", reía Anthony también divertido, frunciendo el ceño.

"¿Puedo pasar?", se escuchó la voz de la tía abuela, quien había tocado suavemente a la puerta entreabierta, sin ser notada.

"¡Pase adelante, tía abuela!", dijo Anthony aun sonriente, mirando hacia el ingreso.

La tía abuela entró a la habitación y se sorprendió de encontrar a Candy y a Anthony en compañía de la bebé.

"Candy me trajo a Hope para que pudiera conocerla, tía abuela", le dijo su nieto sonriente, viéndola acercárseles.

"Sí, eso veo.", dijo la tía abuela sin mayor comentario, notando que ya tenía hasta nombre.

Luego de hablar por teléfono con William, la matriarca había estado entretenida con su correspondencia personal y papelería urgente del Consorcio, haciéndose consciente de la hora solo por la petición del mayordomo principal de entrar al despacho y presentarle un informe de lo solicitado, además del aviso de que servirían la comida cuando ella lo ordenase, habiéndose ya pasado la hora normal de la cena.

"Siéntese, por favor, tía abuela," la convidó su nieto y la elegante dama se sentó en el sillón que antes ocupara Candy, junto a su cama.

"¿Quiere cargarla un momento, tía abuela?", le dijo Candy sonriente e inocente como siempre, sentada junto a su esposo en la cama.

"¿Eh?", se sorprendió la anciana de considerarlo. "Pues… Yo…"

"Casi no pesa", le dijo Candy animada. Y sin esperar a una respuesta formal de su parte, la rubia se levantó con cuidado de la cama y, acercándose a ella en el sillón, colocó a la pequeña en los brazos de la anciana.

"Pero es que… es que…", protestó la matriarca, recibiéndola sin embargo con cuidado. "Ya casi no recuerdo cómo hacerlo, Candy… Han pasado muchos años", comentó. Y luego vio a la pequeñita que con sus ojitos grises la miraba tranquila envuelta en la colchita blanca. La matriarca la acomodó mejor en sus brazos y la arrulló suavemente.

"Tienes razón, Candy, casi no pesa.", comentó sorprendida la anciana sin apartar la vista de la pequeñita de cabello escaso dorado y ojos grises. Candy y Anthony intercambiaron una mirada cómplice al ver la forma tan detenida como la miraba, y sonrieron discretos.

"Es increíble que apenas hoy haya nacido", comentó Anthony pensativo luego. "Es su primer día de vida."

"Es verdad...", dijo Candy maravillada de recordarlo también.

"Pues… yo venía a contarles que ya regresaron los empleados que fueron al pueblo a arreglar lo del sepelio de la joven." Le dijo. "Todo está listo. Mañana temprano será el entierro después de una pequeña misa en la Iglesia de Santa Teresa. El doctor Miller dijo, antes de marcharse hoy por la tarde, que regresará mañana a verte, Anthony, después de asistir al entierro." Le dijo a su nieto.

El muchacho asintió serio. "Gracias, tía abuela", dijo.

Y sin saber por qué, de pronto la pequeña en sus brazos comenzó a hacer expresiones con su carita, y luego, comenzó a llorar a todo pulmón.

"Oh…", dijo la tía abuela asustada.

"¿Qué pasa, cariño?", dijo Candy comprensiva poniéndose de pie y tomándola otra vez de los brazos de la confundida tía abuela, de vuelta en los suyos. "No llores, amor…", le dijo la pecosa con ternura a la bebé arrullándola. Ella siguió llorando.

"Talvez se asustó con mi voz", dijo la tía abuela apenada.

"No lo creo, tía abuela", le dijo Anthony. "Usted no habló tan fuerte."

"No fue por eso…" dijo Candy comprensiva. Y viendo a la pequeña continuó, "No estés triste, Hope", le dijo suavemente a la pequeña en sus brazos. "Tu mami siempre estará contigo, pequeña... Ella te quiere mucho. - Y nosotros también -", le dijo cariñosa, meciéndola ante la sorpresa de su esposo y de la tía abuela, caminando ella serena por la habitación con calma a pesar de lo fuerte del llanto de la pequeña. "Shhh… Calma, amor… no estás sola. Calma…", le decía con voz tierna, y la acercó a su rostro, besando suavemente su pequeña frente. Hope abrió sus ojitos en su rostro sonrojado por el llanto. Candy le sonrió, "Todo está bien, amor. Todo está bien…" le susurró con cariño, acunándola más contra su pecho. Y escuchando el corazón de la pecosa tan cerca de ella, la pequeña comenzó a calmarse más, hasta quedarse luego de unos momentos en silencio. Candy comenzó a tararear entonces una suave melodía de cuna que sus maestras le habían enseñado cuando pequeña y la bebé comenzó poco a poco a dormirse, mientras la futura mamá, con su pancita, se mecía con ella en sus brazos, dando un paso para adelante y luego, con el mismo pie, dando un paso hacia atrás, y así repetidamente, balanceándose con suavidad, permaneciendo de pie en el mismo lugar, contemplándola cerrar sus ojitos finalmente con cansancio. Candy sonrió, besando otra vez su cabecita, tratando de no despertarla.

Anthony la veía mistificado por su actitud maternal tan natural, mirándola enternecido. Conocía a su pecosa en todas sus facetas, creía él, pero verla comportarse así - como toda una madre -, le quitaba el aliento con su ternura, y le hacía anticipar compartir un momento similar con ella y con su propio hijo cuando naciera.

Y a su lado, desde el sillón, la Matriarca del Clan Andley también observaba a Candy acunar a la bebé en silencio, pero la expresión de la anciana hacia ella era muy diferente a la de su enamorado nieto.

Esto era algo que ella no había previsto.

Continuará…

¡Gracias por leer!

¡Gracias por sus comentarios queridas Anguie, Sharick, Guest 1, Guest 2 y Julie-Andley-00! ¡Un abrazo y gratitud sincera de mi parte a cada una por su apoyo al seguir y comentar esta historia!

¡Y a las lectoras silenciosas, qué bueno que también les llama la atención y espero sea también de su agrado!

¡Muchas bendiciones a cada una! Y ¡Feliz fin de semana!

lemh2001

24 de febrero de 2024

P.D. Se actualizará el miércoles 28 de febrero. ¡Hgs!