¡Hola a todas! ¡Buenas tardes! Aquí les comparto un capítulo más. La historia avanza. Continuamos…
"UNA VISIÓN DE AMOR"
CAPÍTULO XLII
A la mañana siguiente, tras el desayuno - al cual los esposos Brower no habían asistido, tras excusarse con la familia, aduciendo cansancio - la foto de la investigación aún no le aparecía por ningún lado a William Albert. ¡¿Dónde la había perdido?! ¿Y si llegaba a manos de Anthony? ¡¿O de Candy?! El apuesto patriarca apenas si había logrado dormir la noche anterior de solo pensarlo.
La tía abuela junto a él repitió lo dicho y el patriarca aun así no respondió.
"¡William!, ¡Te estoy hablando!", protestó la matriarca. William se volvió hacia su elegante tía.
"Lo siento, tía Elroy. Estaba distraído. - ¿Me decía? -"
Ambos estaban ya listos para salir de la mansión Brower, rumbo a la Mansión de las Rosas. Solo esperaban que terminaran de subir el equipaje al vehículo. El señor y la señora Britter, de pie junto a ellos, se encargaban de despedirlos de la mansión, en nombre de su yerno e hija esa mañana.
"Te decía que me parece muy extraño que Anthony no bajara a despedirnos. ¿Se sentirá él bien?", dijo la tía abuela, como siempre preocupada por su salud.
"Madrina," dijo Caroline Britter entonces, "fue él quien me pidió les acompañáramos esta mañana en su nombre. Wilber nos aseguró, al traerme su mensaje, que ambos se encontraban bien, solo cansados - porque como usted, madrina -, yo también me preocupé."
"Además, señora Elroy, si se sintieran mal, puede estar segura de que Anthony ya habría llamado otra vez al doctor Miller.", dijo el señor Robert Britter con seguridad. "Ayer él no dudó ni por un momento en llamarlo tras el desmayo de Candy", dijo. "E incluso anoche Anthony fue al pueblo por una medicina que el doctor le dejara a Candy y que se le había acabado, insistiendo en ir él mismo a despertar al boticario para que se lo preparara."
"¿En serio?", dijo William sorprendido.
"Así es. Ayer a la media noche me topé con él cuando regresaba del pueblo. Saben, me siento muy orgulloso de ese muchacho.", concluyó Robert Britter con una sonrisa.
La señora Elroy y la señora Britter sonrieron asintiendo, también orgullosas del rubio. William se quedó pensativo.
"El auto está listo, señor Andley.", dijo amable el chofer, acercándose a ellos en la escalinata de ingreso.
"Gracias, Fred.", dijo el Patriarca y volviéndose hacia los suegros de su sobrino, él y su tía se despidieron cordialmente, pidiendo los despidieran también de Candy y de Anthony, y luego ambos entraron al lujoso Rolls Royce con el símbolo Andley al frente, que los esperaba. Los señores Britter ondearon sus manos en despedida al verlos marchar.
Desde un ventanal en el segundo piso de la mansión, Anthony, vestido ya de manera impecable, vio cómo el vehículo de su tío se retiraba de la propiedad y salía por el gran portón principal abierto, cruzando sobre el camino principal, fuera de su vista. Él exhaló.
"¿Ya se marcharon?", dijo Candy de pie tras él, también ya vestida con un lindo traje de premamá color lila, y su cabello recogido en una alta coleta.
"Sí, amor.", dijo el rubio, volviéndose otra vez hacia ella.
"Anthony, ¿Estás seguro de que William no nos preguntará por la foto?", dijo Candy con inquietud.
"No lo creo, pecosa. Tendría que revelar de dónde la sacó o por qué la traía, antes de pedirnos que la busquemos por él".
Candy asintió.
"Recuerda. Si ellos te preguntan. Tú no sabes nada al respecto."
"No, Anthony." le aseguró su pecosa.
Tocaban entonces a la recámara de ellos. "Adelante.", dijo el alto rubio volviéndose.
La puerta se abrió y el mayordomo principal saludó con una venia. "Señor, ¿dónde desea que lo coloquemos?", preguntó.
"Sobre la mesa de la sala, Wilber. Gracias."
Otro mayordomo menor entró cargando una maleta café y un tanate envuelto en una sábana blanca vieja, dejándolas donde se solicitó. Y tras una breve venia hacia ellos, ambos empleados salieron de la habitación.
Los esposos Brower se aproximaron entonces a las últimas cosas que habían quedado en su poder pertenecientes a la madre de Hope, y que primero, habían sido llevadas a la Mansión de las Rosas cuando Dorothy y Matilda trajeron a la bebé desde el pueblo, y luego, cuando ellos se movilizaron de vuelta a la Mansión Brower - tras la recuperación de Anthony -, habían sido guardadas sin más revisión en la buhardilla.
Anthony se sentó en el sillón y extendiendo sus manos abrió la maleta decidido. Antes que ellos, la señora Weber, y la mucama Matilda de la mansión Andley, ya la habían revisado y no habían encontrado nada. Pero los esposos Brower lo intentarían como último recurso otra vez. La maleta era de cuero, y de apariencia sencilla. Tras abrirla, Candy se aproximó tímidamente a su esposo. Aunque se la habían mencionado antes, nunca la había visto ella misma. La ropa de la difunta se veía doblada dentro de la maleta. Anthony se detuvo tras abrirla, y con una mirada apenada, miró a su esposa, quien le sonrió.
"Descuida, amor. Yo lo haré", dijo Candy sonriente y contenta, de ver que su esposo se apenaba de tocar la ropa de otra mujer. Siempre el caballero. Candy se sentó también a su lado y comenzó a sacar unas cuantas blusas blancas de manga larga y cuello alto, dos faldas largas de colores azul y café, ropa interior sencilla, dos abrigos, y algunos artículos personales, como un cepillo con mango de madera, algunas cintas de pelo, pero ningún documento. Anthony tomó la maleta vacía y comenzó a revisar los compartimentos internos, donde había unos cuántos dólares, un rosario viejo y unas pocas semillas de girasol que extrañaron a ambos. Luego Candy abrió el otro bulto envuelto en la sábana y encontró dos vestidos de maternidad que la conmovieron y ropa que parecía era la última que había usado la joven cuando ya estaba en los últimos meses de su embarazo. Anthony mientras tanto se puso a revisar los bolsillos de uno de los abrigos, y Candy le imitó con las faldas. Y cuando revisaba la pecosa también el bolsillo derecho del otro abrigo que parecía haber tenido la joven cuando estaba más delgada, en uno de los bolsillos encontró algo que parecía ser una rotura dentro del forro. No al fondo, sino de un lado, y siguiendo el agujero sobre la prenda notó que en el ruedo del abrigo había algo que se palpaba entre las costuras.
"¡Amor!", exclamó la pecosa.
"¿Qué pasa, Candy'?"
"¡Creo que encontré algo!", le dijo emocionada, y sacándolo poco a poco desde el borde inferior de la prenda dentro del forro, con ayuda de Anthony, lo lograron sacar otra vez fuera del forro y luego del bolsillo.
"¡Oh!", exclamó la pecosa al verlo.
"Bienvenido a casa, señor Andley", dijo Stephen, el mayordomo principal de la Mansión de las Rosas, cuando los señores de la casa regresaron de la Mansión Brower.
"Que nadie me moleste, estaré en el despacho.", dijo el patriarca caminando ya hacia su destino, dejando al mayordomo y a la tía abuela sorprendidos por su actitud.
Al llegar al despacho, cerró una puerta con llave e hizo una llamada al Consorcio.
"Buenos días, señor Andley" respondió Graham Harper, un asistente menor de su administrador general.
"Buenos días, Graham. Pásame con George, por favor."
"Lo lamento, señor Andley. El señor Johnson fue a una reunión con el concejo municipal esta mañana. ¿Desea que le devuelva la llamada más tarde?", preguntó eficiente como siempre.
El patriarca suspiró. "¿A qué hora vuelve?"
"Después del almuerzo, señor. Pero no sé a qué hora específicamente."
"Bien, dígale que me llame a Lakewood tan pronto esté de vuelta."
"Como usted diga, señor."
"Gracias, Graham". El patriarca colgó.
Al colgar el teléfono privado del señor Johnson, el asistente ejecutivo tomó algunas carpetas del escritorio y abriendo la puerta de la elegante oficina del Administrador del Consorcio, salió y habló a la secretaria que transcribía varios documentos en su elegante escritorio de recepción de Presidencia. Una secretaria de otra dependencia le asistía esa semana, y estaba trabajando tras ella con el archivo.
"Señorita Allen, voy a la reunión con el señor Macintosh en el Chicago Building, el señor George recibió una llamada del señor Andley. Si regresa antes que yo, por favor dígale que lo llame de inmediato a su mansión en Lakewood."
"Como usted diga, señor Harper.", sonrió la elegante joven de cabello negro recogido y lentes, sonriéndole al joven ejecutivo. La secretaria rubia tras ella le sonrió también, pero sin que él la notara. Y el joven caballero de cabello castaño y ojos negros, de 29 años, se retiró apresurado.
"¡Es muy guapo…!", comentó la segunda secretaria viéndolo marchar con ojos soñadores.
"Eso piensas porque aún no has visto a los señores Andley", le dijo divertida su compañera. "Mejor apresúrate a clasificar esos archivos." De pronto se turbó, "¡Por Dios!", dijo de pronto viendo una carpeta en la esquina de su escritorio, "¡Olvidé dejarle esta carpeta al señor Byrne en el área financiera!, tengo que darle unas indicaciones especiales que me dejó dichas el señor George. Vuelvo enseguida." Dijo la secretaria principal, levantándose y yendo rápidamente hacia la Gerencia Financiera, dos pisos abajo, bajando rápido por las gradas. Su mensajero había salido a hacer unos encargos desde temprano y solo estaba ella con su secretaria auxiliar.
La otra secretaria se quedó guardando las carpetas en un mueble de madera de cedro, tras el escritorio principal de su compañera, y estaba abriendo otra gaveta, cuando el teléfono dentro de la oficina del señor Johnson comenzó a sonar.
La jovencita de cabello dorado, de ojos azules, y uniforme impecable, miró curiosa hacia dónde se había marchado su compañera y viendo que no regresaba, con un poco de pena entró a la oficina con la puerta entreabierta y atendió la llamada.
"Presidencia, Consorcio Andley, buenos días", dijo cordialmente.
"Buenos días", dijo una penetrante voz masculina al otro lado de la línea. "Con George Johnson, por favor."
"¿De parte de quién?", dijo curiosa la muchacha.
"De parte de Terruce Grandchester."
"¡Terruce Grandchester!, ¡¿EL ACTOR DE BROADWAY?!", exclamó emocionada la inexperta secretaria.
Desde un teléfono desde Detroit, Michigan, Terry alejó el auricular por el grito. "Sí.", dijo un tanto molesto. "¿Está George Johnson?", volvió a preguntar.
"Señor Grandchester, ¡Soy su más ferviente admiradora!", le dijo la joven super emocionada. "¡Su última obra de Romeo y Julieta fue maravillosa! Estuve en Nueva York por casualidad visitando a mis tíos cuando la estrenó. ¡Usted es el mejor! ¡Jamás había visto actuar a alguien como usted!", exclamó olvidando dónde estaba. "¡Lo admiro tanto!"
"Sí… sí…. Bueno, gracias, pero ¿estará el señor George Johnson allí?", insistió.
"Supe que estaría de gira este último mes. ¡Y dicen que a fin de año estrenarán una nueva obra!", continuó parlanchina la jovencita. "¿Es verdad? ¿Será usted el protagonista otra vez? ¡Sería un horror que no fuera así!"
"La gira de hecho ya terminó. Y sí, seré el protagonista. Pero quiero hablar con George Johnson. - ¡¿Está él o no está?! -", preguntó ya exasperado al final.
"¡Oh!, lo siento." Se apenó la joven. "Pues… el señor Johnson no está."
"¡Demonios…!", dijo entre dientes el castaño.
"¿Necesita usted algo, señor Grandchester? - ¿Talvez yo pueda ayudarle? -", inquirió esperanzada la joven.
El joven inglés sonrió, "Solo que supieras dónde puedo contactar a William Andley, podrías ayudarme.", le dijo irónico.
"Pues, ¡creo que sí puedo ayudarlo entonces, señor Grandchester!", le dijo la joven desde el otro lado de la línea, con una brillante sonrisa.
Terry se sorprendió. "¿En serio?", se extrañó. "¿Sabes dónde está de viaje de negocios?", preguntó.
"No está de viaje de negocios, que yo sepa. Tengo entendido que hace cuatro días se fue de Chicago al bautizo de su ahijada, la hija de su sobrino, a su propiedad de Lakewood en Michigan.", dijo la joven sintiéndose afortunada de haber escuchado una conversación la semana anterior entre su amiga secretaria y el señor Johnson, mientras hablaban en la oficina principal.
Terry sonrió. Eso no estaba lejos de donde se encontraba ahora. Si salía ese mismo día, le permitiría utilizar bien sus días libres ahora que la gira había terminado. Prefería hablar con él en persona que con el hermético y cerrado viejo estirado de su mano derecha. ¡Más de un mes y ninguna noticia! Sabía que no sería fácil, pero para él ya era demasiado.
"¡Gracias...! ¿eh?... ¿cómo es que te llamas?", preguntó el actor cambiando su actitud a una más cordial. "Se nota que eres una joven muy eficiente y muy lista… y asumo que muy hermosa también", le dijo seductor.
La joven se sonrojó de escucharlo, "¡Es usted muy amable, señor Grandchester! Me llamo Molly. ¡Molly Adams!" Le dijo sonrojada como una colegiala a sus 21 años.
"¿Puedo pedirte un último favor, Molly?", agregó el apuesto actor de manera tentativa.
"Por supuesto.", respondió de inmediato la joven.
"No le cuentes a nadie sobre esta llamada, ¿quieres? William Albert es cercano amigo mío, y quiero sorprenderlo, como amigos que somos."
"Pues…", dudó la joven de pronto.
"Me ayudarías mucho si no se lo dijeras a nadie", agregó. "No sabes cuánto significaría para mí. Nunca te olvidaría, ni este favor que me haces tampoco. Talvez hasta podría saludarte más adelante cuando vayas a Nueva York otra vez.", le dijo para terminar de convencerla.
"¡¿En serio?!", casi que gritó la muchacha.
"Será un secreto entre ambos. ¿Te parece? Guárdalo y dejaré dos entradas para ti en el estreno de mi próxima obra, si asistes."
"¡Eso sería increíble!", exclamó la muchacha. "¡Muchas gracias, señor Grandchester! ¡No sabe lo mucho que se lo agradezco!"
"Bien, hasta pronto, Molly.", dijo el actor con su suave acento inglés. "Recuérdalo. Ni una palabra a nadie."
"Ni una palabra", repitió ella. Y Terry colgó, dejando a la joven suspirando, con una mirada soñadora y con el auricular del teléfono aún en la mano.
"¡Molly!"
El grito de su compañera tras ella, la hizo brincar y colgar a la vez, volviéndose culpable hacia la puerta abierta. Su compañera entró a la oficina también, viéndola con extrañeza.
"¿Qué haces aquí?", le preguntó.
"Eh…. El teléfono sonó, Diana, y entré a contestar.", le dijo señalando el aparato.
"¡¿Cuántas veces he de decirte, Molly, que ese teléfono solo el señor Johnson lo contesta?! - O el señor Harper -", le dijo enfadada. "¿Y quién llamó?", preguntó. "¿Dejó algún mensaje?"
"Pues…", dudó la joven. "No fue nadie. La línea se cortó al yo contestar.", le dijo.
Su amiga la vio molesta y con desconfianza. "Bueno," dijo tranquilizándose, "mejor así. Vamos, hay todavía mucho qué archivar. Sal de aquí, Molly."
"Sí, Diana. Y lo siento.", dijo con pena la joven, abandonando la oficina y cerrando su amiga la oficina de su jefe.
Pero pena era lo último que la joven Adams sentía. - Apenas si podía esperar a contárselo a su hermana al llegar a casa. - ¡Se moriría de envidia al saber con quién había estado hablando! -
Continuará…
¡Gracias por leer!
¡Y gracias, Julie-Andley-00, Anguie, Sharick, Guest 1 y Guest 2, por comentar el capítulo anterior!
¡Un abrazo a todas las lectoras silenciosas también!
¡Feliz fin de semana a todas!
lemh2001
23 de marzo de 2024
P.D. Se actualizará el martes 26 de marzo.
