¡Hola! ¡¿Cómo están?! Aquí les comparto un capítulo más de esta historia. ¡Espero hayan tenido un lindo día! ¡Muchas bendiciones!
"UNA VISIÓN DE AMOR"
CAPÍTULO XXVI
Por un momento Anthony y Candy se quedaron viendo embelesados, y acercándose mutuamente sin decirse nada, compartieron un beso tierno, aun sentados a la mesa, una muestra de cariño que no pudieron resistirse a compartir por última vez sin tener ojos curiosos o críticos a su alrededor, por estar aún a solas en su lugar especial.
Los últimos once días que habían pasado en la que ahora ellos consideraban su cabaña de ensueño, habían sido verdaderamente maravillosos para ambos, pero con la casi llegada del nuevo año, la realidad volvía a reclamarlos a la familiaridad de la cual habían escapado por un tiempo y, siendo 31 de diciembre, finalmente tenían que decir adiós a su corta pero inolvidable luna de miel en aquella casa bajo el manto invernal.
Candy y Anthony suspiraron tras su beso, manteniendo sus ojos cerrados y sus rostros unidos, mientras mantenían una de sus manos entrelazadas sobre la mesa.
"No puedo creer que tengamos que regresar ya esta tarde, Anthony", dijo la pecosa con tristeza, aun con sus ojos cerrados.
"Yo tampoco, pecosa.", concedió el guapo rubio de igual ánimo taciturno que ella. Ambos estaban ataviados ya de manera elegante, y acababan de compartir su último almuerzo en aquel lugar antes de partir de regreso a la propiedad Andley. Debían llegar temprano en la tarde como para tener tiempo suficiente para descansar y luego prepararse para la cena formal familiar que se celebraría para recibir el año nuevo de 1918.
"¿Crees que nos retarán?", preguntó la pecosa, abriendo sus ojos verdes y viéndolo con súbita preocupación.
Anthony rió levemente, mirándola con embeleso, se veía tan bella con esa expresión preocupada y su lindo vestido amarillo con encaje blanco de maternidad y con su cabello suelto de esa manera tan sensual. Debía admitir que cada día Candy se veía más hermosa y atractiva a sus ojos.
"Por supuesto que no, amor." Le respondió el rubio con confianza. "Somos un matrimonio formal ahora, Candy. Les debemos deferencia a ellos por ser nuestra familia, pero ahora somos independientes y las decisiones son nuestras." Le dijo con una sonrisa franca - aunque en el fondo, el rubio sí temía un poco un posible reclamo de sus suegros al regresar -.
"Es que es la primera Navidad que paso fuera de casa desde que me adoptaron." Comentó la pecosa. "Mamá y papá se han de haber extrañado mucho por nuestra ausencia."
"No te aflijas tanto, Candy.", dijo su esposo más despreocupado. "Además, el próximo año los compensaremos dándoles su primera navidad con un nieto a quien consentir.", le sonrió Anthony tratando de animarla.
"¡Es verdad, amor! ¡En la próxima navidad, Matthew ya estará con nosotros! ¡Yo también casi no puedo esperar a tenerlo en mis brazos!", dijo la pecosa colocando su mano sobre su propia pancita, acariciándola.
"Ni yo, amor." Sonrió el rubio también, pensando que cada vez se notaba más el embarazo de su esposa. Y extendió su mano para acariciar también su pancita con cariño.
Luego de unos momentos sintiendo el movimiento de su hijo, lo cual les fascinaba a ambos hacer cada que podían, Anthony se puso de pie.
"Bien…", dijo con cierto cansancio en su voz, "Iré en busca del señor Morris para cargar el equipaje". - Desde el día anterior con su ayuda habían bajado las maletas y un baúl al primer nivel, dejándolos listos. Solo faltaría una pequeña maleta que él bajaría después. – "Solo llevaremos una parte en el vehículo, amor", continuó diciéndole su esposo. "Lo demás lo mandaremos a recoger después de las fiestas."
"Está bien, Anthony.", dijo Candy asintiendo, y levantándose también, agregó, "Yo lavaré los platos mientras tanto."
"No, princesa.", dijo Anthony reteniéndola de su mano. "Tú descansarás unos momentos antes del viaje. No quiero que te canses de más. La señora Morris se encargará de ellos en un momento, y de la limpieza de la cabaña cuando nos marchemos."
Candy lo pensó un momento viendo la mesa sin recoger, pero atendiendo a la asertiva mirada azul de su esposo, la joven asintió. "Como tú digas, mi cielo.", le sonrió obediente.
Tras acompañar a su pecosa a recostarse en su habitación y dejarla descansando, Anthony bajó de nuevo y salió de la cabaña yendo por un sendero lateral, con ayuda de su bastón, en busca del señor Morris y de su esposa. Tras hablarles, y regresar los tres a la casa de campo, Anthony fue al garaje techado y estrenó el vehículo Mercedes que su tío les había regalado, estacionándolo frente al porche de ingreso a la cabaña para cargarlo con el equipaje. Gratamente la nieve había dejado de caer la mañana anterior, y Anthony consideraba que el camino estaría lo suficientemente libre hasta la propiedad Andley si se marchaban en una hora. De cualquier forma, manejaría sumamente lento en el trayecto de regreso para no correr riesgos con la nieve o incomodar a Candy con algún bache inesperado del camino. Previsor como siempre, Anthony le pidió además al señor Morris que avisara por medio de paloma mensajera a la Mansión Andley, que llegarían aproximadamente en hora y media, y que, de no ser así, que, por favor, otro vehículo saliera a la carretera a encontrarse con ellos.
Luego de dar algunas instrucciones más al señor Morris sobre el equipaje extra que mandaría recoger en dos días, Anthony regresó a la habitación del segundo nivel y la imagen de su pecosa totalmente dormida en su lado de la cama, durmiendo sobre su lado derecho, como lo hacía ahora por su embarazo, lo conmovió grandemente. Anthony sonrió y se aproximó sin hacer mucho ruido hasta ella. Sus pequeñas pecas se movían al ella sonreír levemente en sueños, y a pesar de haber asegurado no estar tan cansada, ahora estaba profundamente dormida. Anthony sonrió también. Tan solo verla dormir le quitaba el aliento. Toda ella era un milagro para él.
El joven rubio sabía bien que podía afirmar que la había amado desde el primer momento que la conoció. Pero ahora, lo que sentía por su pecosa iba más allá de lo que jamás pensó fuera posible sentir por alguien. Desde que él despertara de su accidente y ambos convivieran juntos por primera vez en privado, por su matrimonio, - durante su recuperación - aunado a la maravillosa sorpresa y experiencia de su embarazo, Anthony había sentido que su relación con Candy se había hecho más cercana y profunda que nunca, pero tras convivir esos maravillosos días junto a ella, el joven Brower podía decir ahora con total certeza de que no había sido sino hasta entonces, compartiendo en la privacidad de su cabaña invernal, que su matrimonio y la identidad de ambos como pareja había encontrado finalmente su ritmo natural. Su pecosa era ahora la señora de su casa y la dueña de su mundo y de sus noches y días, y él se sentía más que nunca la cabeza de su familia y el director y protector de su bienestar, así como el guardián silencioso de la felicidad de su amada y de su futuro hijo.
Tras inclinarse a besar suavemente los cabellos dorados de su esposa tratando de no turbar su descanso, Anthony decidió sentarse unos momentos más en un sillón cercano a su lecho para velar su sueño, antes de intentar despertarla para comenzar su viaje de regreso a lo que sentía sería el inicio de su nueva vida como un matrimonio establecido.
Sus pensamientos se entretuvieron entonces rememorando los momentos tan especiales que habían compartido en aquella cabaña como esposos - tanto como amigos y confidentes riendo y compartiendo diferentes actividades, como disfrutando abiertamente su sexualidad como enamorados e incansables amantes -. Ni en sus sueños más osados Anthony se habría siquiera atrevido a pensar que su relación con Candy podría llegar a ese nivel de libertad y de confianza en tan poco tiempo. Se sentía extasiado de felicidad.
El único problema que veía ahora era que desde que habían llegado a la cabaña, él no había podido pasar más de diez minutos sin besarla o acariciarla de alguna manera. Sin mencionar el que no dejaba pasar más de unas cuantas horas que consideraba razonables antes de intentar seducirla otra vez para hacerle el amor, de día o de noche, a lo cual ella siempre gustosa accedía, sin importar el lugar donde los alcanzara la inspiración. Siendo ella también instigadora muchas veces de esos mismos encuentros, para su secreto deleite. Y ya viéndolo así, en realidad, no sabía que iban a hacer de ahora en adelante que tuvieran que regresar a la mansión Andley, con tanta gente cerca y con tantos ojos y oídos al acecho por los pasillos, porque si algo habían descubierto ambos en aquel acogedor lugar, es que ninguno de los dos era partidario de la discreción o del silencio. Lo bueno es que la habitación principal en su futura casa Brower tenía un área especial, sin habitaciones vecinas cercanas, más que la de su futuro bebé. Pero en la mansión Andley era otra historia…
"Amor…", desde la cama, la voz de la pecosa lo distrajo de sus pensamientos. "¿Hace cuánto que regresaste?", Candy le sonrió somnolienta con su cabeza aun recostada sobre su almohada, mirándole con cariño. Anthony se levantó del sillón de inmediato, y apartando de su mente sus diferentes reflexiones, fue hacia ella.
"Hace solo unos cuantos minutos, amor…", le explicó su alto esposo, sin entrar en detalle de la media hora que llevaba viéndola dormir, aprovechando también para tomarse un momento para pensar en su futuro inmediato. Anthony la ayudó a retirar el poncho con el que la había cubierto para que descansara, y la ayudó también a incorporarse y sentarse al borde de la cama, sentándose él también junto a ella.
"¿Ya es hora de marcharnos?", dijo Candy ya más despierta, irguiendo su columna un poco, estirándose.
Él sonrió, acariciando su espalda por si le dolía. "El automóvil está ya cargado con la parte del equipaje que nos llevaremos hoy. Dejé encargado los demás regalos que abrimos para que los envíen a la mansión Britter" al ver la expresión de Candy, "perdón," sonrió, "quise decir a la mansión Brower, cuando vengan en unos días por el resto del equipaje que ya no regresará a la Casa Andley. Así que, tan pronto te sientas lista, nos podemos marchar", le explicó.
"Creo que en realidad nunca estaré verdaderamente lista para dejar este lugar, Anthony", le dijo tierna la pecosa viendo la habitación a su alrededor con añoranza. Para ella toda la cabaña se había convertido en un lugar lleno de recuerdos muy queridos a su corazón. Y abrazando a su esposo de lado, mientras el rubio rodeaba con su brazo su cintura, recostándose ella en su hombro, la rubia continuó. "Si pudiera, Anthony, me quedaría aquí contigo para siempre…"
Anthony sonrió enternecido y feliz también por lo que tenía que compartirle ahora.
"Candy… hay algo que aún no te he dicho, amor…" le dijo. "¿Sabes?, Siempre podremos regresar aquí cuantas veces quieras." Le dijo con certitud.
Candy se sorprendió y se apartó de su abrazo lentamente para verlo al rostro. "¿Tú crees que sus dueños nos renten la casa seguido, Anthony?"
"Pues… en realidad, esta cabaña nos pertenece a nosotros ahora, amor", le confesó.
"¿Qué?", Candy se sorprendió. "Pero… ¿cómo?"
"En un principio, Candy, le pedí a mi tío William que arreglara su renta al pensar en este lugar para que pasáramos estos días de descanso. Pero él me informó entonces que la propiedad había sido adquirida recientemente por la familia, por estar en los bordes de nuestros terrenos. Lo cual lo facilitó todo para mí." Le sonrió, "No te lo dije antes porque quería sorprenderte y darte esto en nuestro último día, antes de regresar", dijo sacando del bolsillo de su saco un juego de llaves con una pequeña moña roja, tomando su blanca mano para entregárselas. Eran las dos llaves principales, de la entrada, y de la puerta de atrás, en un llavero.
"Es mi regalo de bodas para ti, Candy." Le dijo el rubio con orgullo y alegría, cerrando su suave mano alrededor de ellas. "La cabaña es tuya, mi amor. Está a tu nombre ahora. Y eres libre de decidir sobre ella en lo que tú quieras."
"¡Anthony!", Candy lo veía con total asombro, sintiendo sus ojos llenarse de pronto de lágrimas.
"Será nuestro lugar especial, Candy, si tú así lo deseas.", le dijo con una sonrisa cargada de adoración.
"Anthony…", la pecosa lo miró conmovida, "No sé qué decir..." Le dijo abrumada, y sin pensarlo lo abrazó.
"Di que eres feliz, Candy", dijo Anthony sosteniéndola en su abrazo. "Es lo único que deseo para ti.", le dijo sincero.
"¡Soy la más feliz del mundo, Anthony!", le dijo también sincera, estrechando su abrazo. "Gracias…"
"A ti, amor.", le respondió su esposo.
Después de un momento, la pecosa tembló.
Anthony intrigado, acarició su espalda. "¿Pasa algo, pecosa?"
"Es que…" ella calló.
"Candy, dime…" insistió el rubio al sentirla temblar otra vez.
"No es nada… solo es que… ahora que somos tan felices, tengo miedo, Anthony", le confesó ella con queda voz.
"¿Miedo?", preguntó extrañado el rubio de escucharla decir algo así en un momento tan especial. "Pero ¿por qué, pecosa?"
"Es que… la última vez que fuimos así de felices, todo cambió para nosotros tan rápido y en tan poco tiempo..."
"Candy…" susurró su esposo al comprender de pronto a qué se refería.
"E incluso ahora me pregunto… si después de todo, en realidad tengo derecho a ser tan feliz…", le dijo mirándole entonces a sus serios ojos azules. "Dios ha sido tan generoso con nosotros. Anthony... Y yo te amo tanto…", le dijo.
Anthony sonrió al escucharla, y acariciando su rostro de muñeca mientras admiraba sus bellos ojos verdes, respondió, "Por supuesto que tienes todo el derecho a ser feliz, pecosa." Le dijo su esposo con una total convicción reflejándose en su profunda mirada. "La bondad tiene derecho a ser feliz, amor", le explicó. "Y tú siempre eres esa bondad para todos los que te conocemos. Por supuesto que tú más que nadie mereces ser feliz, Candy", le dijo. "Sé que no puedo prometerte un futuro sin problemas o tristezas a partir de ahora" le dijo sincero. "Que no puedo asegurarte de que no habrá peligros o inconvenientes, o incluso despedidas de quienes amamos, pero sí puedo asegurarte, pecosa, que estaré allí contigo siempre, para apoyarte, protegerte y luchar juntos. Por el tiempo que Dios me lo permita." Le dijo con convicción. "Y lucharé con todas mis fuerzas porque seas feliz… ¡La más feliz del mundo, Candy!", le dijo emocionado. "Mi dulce Candy…", concluyó él con ternura, acariciando con su pulgar su húmeda mejilla.
La joven rubia le sonrió enternecida, "Soy la más feliz del mundo desde que te conocí, Anthony mío." le dijo sincera. "Y si tú estás conmigo… no importa lo que tengamos que enfrentar, siempre lo seré, porque te amo...", le aseguró de vuelta, acariciando también su rostro, enamorada.
"Candy…" Anthony contuvo su aliento ante su suave contacto y sus dulces palabras. Y luego de un momento, como atraídos por la gravedad creada por el amor de sus propios corazones, los labios de ambos se encontraron en un beso lleno de sentimientos desbordados y de ternura, que inequívocamente, luego de unos momentos, se tornó apasionado, y a pesar de que, sin notarlo, el llavero de la casa cayera al suelo sobre la alfombra junto a la cama desde las ocupadas manos de su dueña, nada distrajo a los dos jóvenes amantes del embrujo de su nuevo encuentro, celebrando y - luego de retirar sus molestas ropas con convicción -, disfrutando de la felicidad y de la devoción de uno por el otro con cada beso y con cada nueva caricia íntima, compartiendo su entrega con la inagotable pasión de sus desnudos cuerpos y la infinita dulzura de sus extasiados corazones.
En medio de la nieve, un hombre caminaba a paso calmo hasta una pequeña entrada trasera de una pequeña casa, en medio de un campo nevado, y una vereda recién despejada, y abría una sencilla puerta de madera.
"¿Ya enviaste el mensaje del señor, querido?", preguntó la señora Morris, ocupada ahora en su propia cocina, al ver que su esposo entraba de vuelta en su casa de guardianía.
"Aún no.", dijo quitándose el abrigo y sombrero y colgándolos en el colgador, y luego acercándose al fuego de la chimenea, extendió sus manos para calentarse.
"¿Pero el señor Brower no dijo que quería que enviaras a la paloma mensajera a la casa Andley antes de irse?"
"Así es. Avisando que llegarían en hora y media." dijo el señor Morris. "Pero mejor lo haré tan pronto como los señores salgan de la casa principal, querida."
"¿Aún no se han ido?", dijo sorprendida.
El esposo sonrió sentándose a la pequeña mesa para dos que compartían como comedor, "El señor dijo que la señora Candy estaba tomando una siesta antes de partir, así que no creo que se vayan tan pronto. Los esperé un rato en el porche después de que terminaste con los platos, pero preferí venirme y darles su espacio.", explicó.
La señora Morris sonrió, sirviéndole a su esposo un pocillo grande de café caliente. "Es natural, querido. Ambos se ven muy enamorados. Y, además, la señora Candy se cansa más por su embarazo."
"Puede ser.", dijo su esposo, sin comentar más. "Esperaré a que el señor me busque otra vez para abrirles el portón."
"Los señores son muy buenas personas, John. En verdad me sorprendió", dijo la señora Morris con una sonrisa, acompañando a su esposo a la mesa con un pocillo de café caliente para ella. "La joven señora es muy dulce y amable. Y el señor es muy educado y generoso."
"Cierto, Emily. Aún no puedo creer que por solo mencionarles que el esposo de nuestra hija llevaba un mes buscando trabajo, sin encontrar, el señor nos dijera que fuera a la casa Andley esta semana, y que ellos verían qué podían hacer por él."
"Ojalá tengan algún empleo para darle", dijo esperanzada su esposa.
"Primero Dios.", concordó su esposo. "Además el señor insistió en darme una propina hoy. Le dije que no era necesario, pero él insistió."
"¿En serio?", sonrió su esposa. El señor Morris asintió. "¿Cuánto te dio?"
"Veinte dólares."
"¡¿Veinte dólares?!", dijo la señora asombrada.
"Mañana mismo se lo llevaré a Sandra para que se ayuden con el alquiler y con la comida para los niños, y le diré a Rafael sobre el trabajo, para que vaya a la mansión principal. Creo que tuvimos suerte en que nos nombraran guardianes de esta propiedad pequeña después de todo.", le dijo con una sonrisa.
Su esposa con lágrimas en los ojos asintió, agradecida. "Sí." La señora se persignó. "Dios nos escuchó, John.", le dijo cerrando sus ojos con fe. "Incluso la señora me dijo ayer que le avisara si nuestro nietecito se ponía malito, para darnos lo del doctor. Como le conté que Rafaelito estaba malito cada cierto tiempo de sus pulmones, ella se preocupó.", le contó a su marido.
"Es un ángel la señora, en realidad.", admitió el agradecido señor Morris conmovido por primera vez en años con la clase social a la que servían. "Somos afortunados de que sean nuestros patrones directos ahora."
La señora sonriente asintió.
"Archie, ¿estás seguro de que dijeron que vendrían hoy?", preguntó Stear horas más tarde, vestido ya de frac, viendo por uno de los ventanales del segundo piso hacia el camino de ingreso a la mansión Andley.
"Calma, Stear." Le respondió su elegante hermano, parándose junto a él en un frac con chaleco y corbatín blanco. "Ya no han de tardar en llegar."
Ya eran las 5:40 de la tarde y por la época ya estaba oscuro. Uno de los vehículos de la mansión había salido a encontrarles y a escoltarles por el camino por instrucciones del patriarca.
"¡Mira, Stear! ¡Allí vienen!", dijo emocionado el menor de los Cornwell viendo aparecer a lo lejos, desde el camino principal, la luz de los faros frontales de dos autos que a velocidad media entraban por el portal nevado y avanzaban en el camino despejado de nieve hacia la mansión. "Vamos", dijo con ánimo apresurando a su hermano de cabello oscuro a seguirlo.
Cuando llegaron al primer nivel, el mayordomo principal y la tía abuela junto al patriarca ya se encontraban a la espera de que se detuvieran los autos recién llegados bajo el ingreso techado de la mansión. Al momento se les unieron también los señores Britter en atavíos igual de elegantes, y otros dos mayordomos y una mucama.
El primer auto apagó su motor y, tras bajar, el chofer corrió a abrir la portezuela del copiloto del segundo vehículo estacionado tras el de él, donde viajaba Candy, mientras Anthony salía del lado del piloto de ese segundo auto, rodeando el vehículo para llegar junto a su esposa y ayudarla también a salir y tras agradecer al chofer del primer vehículo que los había encontrado a medio camino, los esposos Brower se dirigieron a la escalinata hacia sus sonrientes familiares. Los demás empleados esperaban formados en silencio.
"Bienvenidos, Anthony y Candy.", les sonrió William Albert con una cariñosa sonrisa al inicio de la escalinata, de pie junto a la tía abuela, abrazándolos ellos a ambos.
"¡William!", dijo Candy contenta, y luego volviéndose a la señora Elroy… "¡Tía Abuela!", la abrazó.
"¡Bienvenidos, niños!", les dijo la anciana feliz, abrazando a la abrigada pecosa con mucho cariño y luego a su alto y sonriente nieto favorito.
"Tía abuela."
"Anthony…", su tía lo abrazó.
"¡Madre! ¡Padre!", dijo de pronto la pecosa, viéndolos al inicio de la escalinata, y subiendo con la ayuda de su esposo – William ayudó igual a su tía a subir – la rubia los abrazó con gran emoción.
"¡Mamá!"
"¡Hija!", dijo la señora Britter, abrazándola fuertemente, sintiendo que le regresaba el alma al cuerpo. Su pequeña había regresado, aunque en realidad, ya no era pequeña…ya que su querida hija ya era de su alto, pero para ella siempre sería su pequeña.
Candy le sonrió a su papá. "¡Padre!"
"Cariño", le dijo el señor Britter, abrazándola con ternura, a pesar de la concurrencia. "Bienvenida, hija.", le sonrió.
Ella les sonrió a ambos, mientras su madre acariciaba su pancita. "¿Cómo estás?", le dijo la dama de vestido turquesa con cuello alto de encaje.
"Bien, mamá. Estamos bien." Contestó, refiriéndose a ella y a su pequeño, acariciando su pancita también.
"¿Descansaron?, preguntó discreto su padre, sonriéndole.
"¡Casi no, papá!", dijo la pecosa sincera. "¡Anthony me llevó a una casa de campo preciosa!", les dijo feliz. "¡Estuvimos muy contentos y aunque casi no salimos de la casa por la nieve, todo fue maravilloso! ¡Aunque no crean encontramos muchas cosas especiales y maravillosas qué hacer juntos!"
Su madre se sonrojó un poco de escucharla.
"¡Hasta cocinamos!", agregó la pecosa con inocencia.
Anthony que había estado hablando aún con su tío y primos, se aproximó y abrazó a su sobre comunicativa esposa por la cintura, agregando, "Es verdad. - Hasta hicimos un muñeco de nieve -", dijo recordándolo. "Y sí, entre todo, logramos descansar bastante, señores Britter, muchas gracias. Lamento haberla secuestrado de improviso así", les dijo cortés, "pero tenía que ser una sorpresa para ella", dijo viendo a su sonriente pecosa, besándola castamente en la frente ante sus padres, haciéndola a ella sonreírle enamorada de vuelta.
"Descuida, Anthony." dijo su suegro con una sonrisa, viendo lo feliz que se venía su hija. "Los extrañamos, claro, pero nos alegra mucho que ya estén de vuelta."
"¡Y tan felices!", exclamó Stear tras ellos, sonriéndoles.
"¡Stear! ¡Archie!", dijo la rubia, volviéndose, y yendo a saludarlos con mucho cariño, bajo la mirada contenta de su esposo.
"Gracias a todos por esperarnos, familia.", dijo Anthony entonces, viéndolos a todos. "Los extrañamos mucho también."
Todos sonrieron, solo Archie no muy se creyó la segunda parte, pero reconocía que era muy cortés de su parte el mencionarlo.
"Pero, por favor, entremos", dijo la tía abuela.
"Sí, por favor. Hace frío aquí", dijo William, convidándolos.
"¡Qué linda estás, hija!", dijo la matriarca con una sonrisa, abrazando a la rubia para entrar.
"¡Gracias, tía abuela!", dijo Candy contenta, abrazando de vuelta a la anciana, y agregando en su abrazo a su madre, entraron las tres juntas, platicando, seguidos por Stear y el señor Britter, que conversaban con William sobre la ida del patriarca al día siguiente a la mansión Stewart para un almuerzo especial con Charlotte, quedándose Anthony y Archie atrás unos momentos más, viendo cómo comenzaba el personal a retirar el equipaje del segundo vehículo, mientras el chofer se llevaba el primer vehículo al garaje.
Archie se volvió al rubio con una sonrisa. "Es bueno tenerlos de vuelta, Anthony." le dijo entonces. "Los extrañamos mucho. Esta casa no es la misma sin ustedes dos", afirmó el menor de los Cornwell con sinceridad.
"Gracias, Archie." le dijo su primo con una sonrisa, pero su expresión se hizo más seria. "Sin embargo, creo que nuestros días en esta mansión serán ya pocos. Con Candy planeamos mudarnos a nuestra casa la próxima semana, tan pronto como sus padres regresen a Nueva York.", le confió.
"Ya veo.", dijo el joven Cornwell. "Me alegro, por ustedes, sin embargo. Ambos merecen ya seguir con sus vidas. Te confieso que también te esperaba porque quería comentarte una decisión que he tomado recientemente."
"¿En serio?", preguntó Anthony de pronto interesado.
"Sí. Ven y te cuento.", le dijo Archie, palmeando su espalda, y ambos comenzaron a caminar hacia dentro de la mansión. "Candy se ve radiante y muy feliz.", le comentó.
Anthony sonrió recordando la alegría de su pecosa al tratar con todos. "Se ve feliz, ¿verdad?", él sonrió.
"Más que nunca en realidad.", reconoció su primo, "Y veo que tú también estás más recobrado también. Ya ni siquiera usas el bastón para caminar." Le dijo observador, sorprendiéndose Anthony de pronto por su comentario.
"Creo que lo olvidé en el vehículo, con la prisa de ayudar a Candy", dijo interrumpiendo sus propios pasos, haciéndose consciente de pronto de un lejano dolor en su pierna que había ignorado hasta ese momento.
"No se preocupe, señor. En un momento se lo traigo." Dijo uno de los mayordomos que estaba de servicio, y que al pasar junto a ellos lo había escuchado.
"Gracias, Martin.", dijo agradecido el rubio, y el diligente empleado se regresó al vehículo antes de que lo llevaran a guardar, ya que lo último del equipaje ya había sido retirado y estaba siendo trasladado al segundo piso.
"Entonces te sientes mejor", le dijo Archie.
"Creo que el descanso me cayó muy bien." Anthony reconoció con una sonrisa, viendo al empleado regresar pronto a donde ellos esperaban.
"Aquí tiene, señor".
"Muchas gracias, Martin", le dijo Anthony, recibiendo el bastón. "Una última cosa, Martín," aprovechó el rubio a comentar. "Puede que en el transcurso de la semana un trabajador llamado Rafael Clark venga en busca de trabajo a la mansión. Por favor avisa al encargado de personal que por favor encuentre alguna posición para él. Y si hay algún problema, que me avise. Gracias."
"Le informaré de inmediato, señor.", el mayordomo hizo una pequeña reverencia y se marchó.
"¿Y eso?", preguntó Archie extrañado.
"Un conocido nuestro." Le dijo simplemente. Y con el apoyo de su bastón, reinició su camino. En realidad, sentía que ya no era tan necesario para él como antes, pero había prometido a su pecosa no abusar, y pensaba cumplirlo.
Junto con su primo llegaron al salón principal, donde el joven Brower retiró su abrigo entregándolo a uno de los mayordomos, viendo con una enamorada sonrisa a su pecosa, ya solo en su lindo vestido rosa, de invierno, - el amarillo de la mañana había perdido accidentalmente algunos cuantos botones -. La rubia, sentada junto con todos en la sala, platicaba muy emocionada agradeciendo sus regalos y contándoles lo bella que era la ahora familiar Cabaña Brower.
Al verlos llegar, Stear se levantó y fue con ellos que se habían quedado en el ingreso.
"¿Ya te lo dijo, Anthony?", preguntó en tono discreto pero emocionado el joven de lentes, tratando de no llamar la atención de la tertulia principal en el salón.
"Aún no." Dijo el rubio, "Justo ahora estaba a punto de contármelo.", dijo volviéndose hacia su otro interlocutor.
El elegante muchacho de cabello castaño les guiñó el ojo, colocando su dedo sobre sus labios en señal de silencio. "Síganme." Les dijo y los tres sin llamar mucho la atención se marcharon, dirigiéndose hacia la biblioteca en el otro extremo del pasillo.
Tras Stear cerrar la puerta, Anthony aprovechó para también sentarse en la salita del lugar, siendo seguido por sus primos. Debía reconocer ahora que con todo el 'trajín' del día, iba a tener que tomar otro analgésico antes de la cena.
"¿Y bien?", dijo poniendo a un lado su bastón. "¿Qué decidiste, Archie?"
Su primo sonrió de lado, y orgulloso contestó.
"He decidido irme a vivir a Canadá en febrero. - Pero por supuesto que regresaré para el nacimiento de mi sobrino en abril. -"
"¡¿Qué?!", dijo Anthony sorprendido. "¡¿Pero por qué?!", dijo sin pensar su pregunta, corrigiéndose de inmediato. "¡Ah! Es verdad…", recordó.
Su primo continuó, "Veo que no te parece tan descabellada mi idea, Anthony.", dijo Archie con una sonrisa. "Como bien sabes, la familia de Annie tiene su sede de América en ese país y… aunque el clima es más inclemente que en nuestros estados del norte, en el plan de expansión del consorcio para el próximo año la familia creará una sede propia en Vancouver, así que hablé con el tío y me ofrecí a encargarme de la administración de esa área, al menos mientras se afianza."
"¡Vaya, Archie! ¡Te felicito! Es una excelente oportunidad para ti." Reconoció el rubio, recordando de pronto con inesperada pena que era muy poco o casi nulo el apoyo que él podía darles al respecto, por su actual recuperación.
"¿Y… tú, Stear? ¿Qué dices?", miró a su primo de cabello oscuro sentado junto a él en el gran sofá. "Asumo que lo apoyas por completo en su decisión", le dijo.
"Pues ¿qué te diré? Por mi parte será un gusto ir de visita de vez en cuando hasta allá.", reconoció. "De hecho acompañaré a Archie en febrero para que se instale y no se sienta tan solo en la nueva mansión que adquirió el tío para la familia."
"Visitando convenientemente a la señorita O'Brien en el proceso también, ¿verdad, Stear?", inquirió Anthony con una sonrisa de lado.
"Pues como ella vivirá con Annie unos meses en Vancouver, pues…", dijo el inventor ajustando sus lentes. Luego se sorprendió. "Pero ¿cómo sabes tú lo de Patty?"
"No es nada difícil de adivinar, Stear, habiendo visto lo bien que ambos se llevaban la última vez que nos visitaron en Lakewood."
"Pues diste en el clavo, primo", reconoció Archie. "Este último mes tanto Stear como yo hemos estado pensándolo, y cada uno llegó a su propia conclusión por separado. Y viendo la oportunidad que surgió, pensamos que debíamos intentarlo.", le dijo.
"¿Intentarlo?"
Los dos hermanos intercambiaron miradas un momento y Stear respondió por ambos.
"De hecho, con Archie hemos estado conversando, Anthony, y… ambos queremos ver a qué nos lleva la amistad que ahora compartimos. Por mi parte, Patty es una joven encantadora y muy inteligente, y viéndolos a ustedes dos tan enamorados estos últimos meses, he de admitir que nos ha inspirado a ambos a buscar una felicidad similar y arriesgarnos. Y para mí, siento que Patty es la elegida."
"¡Me alegro muchísimo, Stear!", sujetó su hombro el rubio en celebración sacudiéndolo con una sonrisa.
"Y yo pienso lo mismo sobre Annie." Comentó Archie, frente a él. "Si te soy sincero, Anthony, siempre pensé que la tía abuela estaba perdiendo totalmente su tiempo buscándonos esposa en esas reuniones trimestrales que organizaba para nosotros, pero ahora… debo admitir, que al final, la tía abuela Elroy sabía perfectamente lo que hacía. Ahora comprendo mejor que nunca su papel como Matriarca en la familia."
"Pues creo que nosotros seremos sus últimos dos grandes triunfos, Archie, porque a nuestros hijos creo que ya será Charlotte la que se encargue de emparejarlos.", dijo sonriente.
Los tres primos se rieron divertidos. "¡Pues me parece perfecto!", les dijo su primo menor. "Ambos se veían muy felices cuando ellas estaban aquí."
Luego Archie comenzó a contarle a Anthony los arreglos que tenían para su viaje, y lo felices que parecían estar tanto Annie como Patty de verlos a ambos llegar al país donde vivían para convivir más, y para ellos, para poder cortejarles.
"¿Entonces ya es oficial?", preguntó el asombrado rubio. "¿La tía abuela ya habló con sus padres entonces?"
"Pues en realidad, nosotros aún no le hemos dicho nada a nadie sobre nuestras intenciones de matrimonio más que a ti", dijo Archie.
Tres golpes a la puerta de la biblioteca los interrumpieron, haciendo recordar a los jóvenes Andley que se habían tardado más de lo que pensaban en su breve charla.
"Adelante.", dijo Anthony, viendo hacia la puerta de ingreso.
Y tras abrirse la puerta, la imagen sonriente de Candy se asomó.
"¡Candy!", dijo Anthony, "¡Pecosa!", sonrió, poniéndose de pie de inmediato, al igual que sus primos, al verla entrar y cerrar la puerta.
"¡Con que aquí estaban!", sonrió la joven esposa, yendo hacia su esposo que se aproximaba también a recibirla.
"¡Lo siento, amor!, nos entretuvimos conversando.", le sonrió el alto rubio, tomando su mano y besando su dorso galante.
"Espero no haber interrumpido algo", dijo viendo hacia sus nerviosos primos.
"Por supuesto que no, Candy.", le dijo Stear. "Estábamos poniendo al día a Anthony con las novedades, nada más. Pero Anthony tiene razón, ustedes acaban de llegar y deben de descansar y prepararse para la cena. Ya tendremos tiempo para platicar todos más tarde."
"Pero ¿a qué novedades se refieren?", dijo la pecosa curiosa como siempre.
Anthony los miró y leyendo el secretismo en sus miradas asintió, "Asuntos del consorcio, amor." Dijo Anthony viendo a su esposa. "Yo te contaré arriba", le dijo, regresando a tomar su bastón y volviendo hacia ella, tomando su mano, agregó, "Pero vamos para que descanses un poco, amor. Además, tenemos el tiempo justo para arreglarnos después. Y podrías lucir uno de esos hermosos vestidos que la tía abuela te regaló para navidad. Se sentiría muy halagada de vértelo puesto esta noche."
"¿Tú crees?", dijo feliz.
"Por supuesto que sí, amor", le sonrió, guiándola hacia la salida, ella no muy convencida de marcharse tan pronto, dejando a sus primos. "Y creo que tomaré también uno de esos analgésicos antes de la cena también", agregó, abriendo la puerta para ella. "Me está molestando un poco la espalda."
"Anthony, me hubieras dicho. Debes descansar también, amor.", le dijo Candy preocupada, ahora concentrada totalmente en él. Anthony la hizo pasar primero y luego les sonrió a sus primos. "Los veremos después, chicos." Les dijo y cerró la puerta.
"Claro.", dijo Archie tras verlos salir.
"Por un momento creí que-", comenzó Stear volviéndose hacia Archie, cuando la puerta se abrió nuevamente para sorpresa de los hermanos Cornwell y una sonriente Candy se asomó, guiñándoles el ojo, divertida.
"¡Y ni por un momento crean que me engañaron, Stear y Archie! ¡Estoy tan feliz por ustedes!", exclamó Candy emocionada. "Annie y Patty son mis amigas del alma, ¡así que se las encargo mucho! ¡No las vayan a hacer sufrir, por favor, se los encargo!", les dijo. "Pero ustedes dos son tan buenos… que de seguro ¡las harán tan felices como se merecen! ¡Urra!" rió feliz, "¡Qué alegría!", exclamó y con la misma rapidez que entró salió otra vez.
"¡Yo no le dije nada!", se escuchó la voz de Anthony excusándose desde afuera en el pasillo, riendo. Y Stear y Archie sacudieron sus cabezas con una gran sonrisa, ante la espontaneidad de la pecosa que siempre les había fascinado.
"¡Pero no le digas nada aún a la tía abuela!", exclamó Stear a la puerta cerrada, haciendo eco a su voz con su mano.
"¡No lo haré…!", se escuchó la voz de la pecosa en la lejanía, tras la puerta cerrada, haciendo a Stear y a Archie sonreír al escuchar su risa cantarina alejarse.
¡Definitivamente la alegría había vuelto a la Casa Andley!
Continuará…
¡Gracias por leer! Y la vida sigue para nuestros rubios… ¡Ji, ji, ji!
¡Muchas gracias por sus comentarios al capítulo anterior! Les agradezco queridas Julie-Andley-00, Mitsuki, Anguie, Sharick, Guest 1, Mayely león y GeoMtzR.
Y saludos a todas las lectoras silenciosas.
Un fuerte abrazo,
lemh2001
25 de enero de 2024
P.D. Actualizaré el próximo martes 30 de enero. ¡Bendiciones!
