¡Buenas noches! Gracias por estar pendientes. Aquí les comparto un capítulo más. ¡Un gran abrazo a todas!
"UNA VISIÓN DE AMOR"
CAPÍTULO XXIX
"¡Uy!", dijo Candy de pronto, poniendo su mano en su pancita y agachándose con dolor, sentada en su cama, junto a su esposo.
"¡Candy! ¡¿Estás bien?!", dijo preocupado Anthony, estando ambos en su habitación, ya listos para dormir, luego de que William se marchara tras su visita.
"Sí, amor… es que… fue una patada que me dio Matthew…" dijo ella recomponiéndose, y acariciando cerca de sus costillas.
"¿Segura, Candy?", dijo Anthony consternado, mientras ambos permanecían sentados, recostados en las almohadas contra la cabecera de su cama señorial. "¿No fue una contracción?", preguntó insistente. El rubio había estado leyendo un libro de medicina al respecto, para estar preparado para detectar problemas y llamar a la comadrona o al doctor.
La pecosa alcanzaría hasta a principios de marzo los siete meses de gestación, y por las cosas que había leído y preguntado al doctor Miller, sabía bien que había bebés que nacían antes de tiempo, por diferentes circunstancias, y eso era algo que lo intranquilizaba de solo considerarlo.
Candy sonrió, "No, amor. Fue solo una patadita.", le aseguró ya más tranquila. "Pero estoy segura de que será un gran jugador de pelota tu hijo.", le sonrió, acariciando el lugar adolorido, con ayuda también de la mano de su esposo.
"¿Segura?", insistió Anthony.
"Sí, amor.", le dijo segura. "Mejor, ayúdame a acostarme, ¿sí?"
"Claro", dijo el rubio acomodando las almohadas tras ella, y la ayudó a recostarse para dormir sobre su lado izquierdo, Anthony colocó una almohada bajo su pancita y otra entre sus piernas, como había descubierto la pecosa hace un mes que podía dormir mejor, tapándola entonces su esposo con cariño. Anthony apagó la luz de la lámpara de su lado, y luego se colocó detrás de ella en la gran cama, abrazándolos a ambos con su fuerte brazo, protegiéndolos.
"¿Estás cómoda?", preguntó.
"Sí, amor. Gracias.", dijo la rubia con súbito cansancio. Ella bostezó.
"¿Segura que ya no te molesta, Candy?"
"No, mi príncipe. Ya pasó." Sonrió, acariciando con su mano la que tenía él sobre su pancita. "No te preocupes."
"Bien," suspiró aliviado su esposo, sintiendo el movimiento de su hijo en su vientre. "Entonces intenta dormir, amor.", le dijo acariciando su pancita por última vez, como lo hacía todas las noches al desear buenas noches a su hijo. "Tranquilo, Matthew. No lastimes a mamá.", le dijo el rubio con cariño.
"Lo hizo sin querer, amor…", le dijo su pecosa, comenzando desde ya a disculpar a su pequeño.
Anthony rió suavecito al escucharla. "Pero igual, Candy. - Hijo, considera a tu madre, y duérmete también. -", le dijo en la penumbra de la habitación. A los pocos minutos, ambos sintieron cómo el pequeño se dejó de mover. A Candy le maravillaba cómo su hijo aún ahora atendía siempre a la voz de su padre.
"Y recuerda, pecosa, cualquier molestia-"
"Te aviso de inmediato…", terminó ella sonriente, pero somnolienta.
Luego de un breve silencio más en la habitación, la adormilada pecosa murmuró casi en sueños.
"Ya no hablamos de lo de esta tarde, Anthony…", susurró con lentitud.
"Shhh…", le dijo su esposo. "Descansa, amor. Ya hablaremos mañana…", le dijo Anthony también con sueño, y en unos momentos más la respiración de ambos esposos se volvió acompasada, cayendo ambos en un reparador y profundo sueño en medio de la noche invernal.
A la mañana siguiente, en otro lugar, a seis días viajando por tren desde Michigan…
La gran puerta de cedro se abrió rápidamente y una alta figura entró huyendo del frío afuera.
"¡Ya era hora de que llegaras, Stear!", exclamó su hermano, viéndolo desde la parte superior de la escalinata en la Mansión Andley de Vancouver.
"Ni lo menciones, Archie", dijo Stear quitándose su gorro, "¡Qué tormenta tan terrible! Estamos a diez cuadras de la Mansión Brighton y no pude regresar sino hasta hoy que despejaron las calles."
Archie sonrió, "Bienvenido al invierno canadiense, hermano mío", le dijo burlón, bajando las gradas hasta llegar a él. El joven castaño se había levantado temprano, hecho ejercicios matutinos y tras su ablución diaria, bajaba impecablemente ataviado en su traje de oficina. "No te quejes tanto, Stear. Lo bueno es que el señor Brighton es un excelente anfitrión y sin querer has podido convivir con las chicas más tiempo del que teníamos planeado. Con todo este lío del invierno, todos los trámites se han atrasado más de lo que esperaba. Hasta hoy también intentaré llegar a nuestras oficinas centrales. La producción tuvo que parar unos días también en las fábricas."
"Pues te deseo suerte, hermano.", le dijo el inventor ajustando sus congelados lentes, y comenzando a retirarse un abrigo, "Yo me quedaré toda la mañana aquí. Si puedo te alcanzo al almuerzo.", le dijo retirándose luego otro abrigo que llevaba debajo del anterior, siendo terminado de ayudar por uno de los mayordomos de la mansión al notar su presencia. "Gracias, Patrick", le dijo.
"Señor, bienvenido." Le dijo el mayordomo, quedándose con los abrigos. "¿Tomará el desayuno junto al señorito Archibald?"
"Sí, por favor, Patrick.", le dijo el amable muchacho de cabello negro.
"Avisaré de inmediato. Con permiso."
"Gracias.", le dijo Stear, viéndolo marchar. "Me regresé tan pronto como pude." Continuó hablando a su hermano. "Creo que nunca antes me alegró tanto ver el sol brillar en un cielo tan despejado", admitió.
"Sí, los días se alargaron esta semana en este encierro.", concordó Archie. "¿Crees… que Annie me haya extrañado mucho durante estos días que no nos vimos?", preguntó inseguro el elegante caballero de cabello castaño, al ver alejarse también al sirviente con los abrigos de su hermano. Desde la llegada de ambos hermanos Cornwell a Canadá, ambos caballeros habían convivido algunas horas al día con sus amadas, aduciendo sentirse un tanto solos en la mansión familiar. Siendo invitados feliz y condescendientemente por la familia Brighton para la cena cada día con su familia y amigos invitados, siendo estos últimos los cordiales esposos O'Brien y su ilusionada hija. Esta vez la abuela Martha se había quedado en Montreal debido a su edad y por lo severo del clima.
"Pues… no lo sé, Archie." Le dijo su hermano con expresión indiferente. "Annie no te mencionó ni una sola vez ante sus padres mientras nos reuníamos a conversar o para las comidas."
"¿En serio?", se sorprendió el elegante joven Cornwell y luego se entristeció de saberlo.
"Pero estuvo bastante cabizbaja y callada, lo cual hasta Patty notó. Y antes de marcharme, Annie me dio para ti un grupo de cartas, una por cada día que no te vio creo", le dijo sacando un grupo de sobres del bolsillo interno de su chaqueta gris y extendiéndolo hacia él. "Así que talvez estoy equivocado y sí te extrañó.", le sonrió divertido.
"¡Tonto!, ¡Me asustaste!", le dijo el castaño en reclamo tomando los sobres y dándole un leve empujón a su sonriente hermano, verificando su nombre en el destinatario de cada uno de los sobres, escritos y numerados, con la bella caligrafía de su damita australiana.
"El que sí te recordó los seis días a voces, fue el señor Brighton.", continuó contándole. "Que Archibald hizo esto… que Archibald lo ayudó con aquello… que Archibald logró tal negociación… y que qué inteligente y responsable eres - ¿Estás haciendo puntos por adelantado con él y su empresa, no es cierto? -"
"Cortesía empresarial nada más, Stear.", lo vio Archie alzando la ceja con una sonrisa pícara.
"Ajá. Eso ni tú te lo crees, hermano." Le dijo el apuesto joven de cabello negro. "Bien, iré a cambiarme y bajaré a desayunar contigo. Tuve la suerte de que en esta inesperada encerrona ellos tuvieran ropa de los hermanos de Annie en la casa, que sí me quedara y pudieran prestarme. Me hubiese traumado el usar la ropa de tu futuro suegro, ¡qué horror!, y, además, creo que se me caerían los pantalones." Sonrió.
"¿Para qué saliste a ver a Patty esa tarde? Te dije que el clima empeoraría, pero no quisiste escucharme", le dijo viendo a su hermano dirigirse a las escaleras y subir hacia el segundo piso a paso calmo.
"Sí, tenías razón." Se volvió Stear. "Pero déjame decirte que tuvo sus grandes ventajas el que pudiera quedarme tanto tiempo allí.", le sonrió llegando al segundo nivel.
"¿A qué te refieres con eso?", dijo su hermano desde abajo.
Stear se quedó sonriéndole, sin responder.
"¿Acaso tú…." Archie dudó, y corriendo subió otra vez las gradas llegando al lado de su críptico hermano junto al barandal. "Stear… ¡¿Acaso le dijiste?!", inquirió el menor de los Cornwell sin poder creerlo.
Stear se irguió orgulloso, sujetando las solapas de su chaqueta con sus pulgares.
"Archie, aquí donde me ves," le dijo, "estás hablando con el feliz y distinguido prometido de la hermosa señorita Patricia Adele O'Brien, futura señora de Alistear Cornwell y perpetua dueña de mi corazón." Le dijo con una sonrisa boba, recordado a su linda y tímida castaña.
"¡Stear!", se sorprendió el castaño, sonriendo. "¡¿Lo dices en serio?!", exclamó.
"Pues tuve suerte, como te dije", comentó, "Logré conversar con ella a solas varias veces durante estos días."
"¿A solas? ¿Aún con sus padres allí?", preguntó confundido.
"Pues… en realidad nos encontrábamos a escondidas después de la cena en una pequeña sala que nadie usaba en el tercer nivel y que descubrimos por casualidad."
"¿Solo tú y ella, en ropa de cama?", dijo con duda.
"Bueno," se apenó un poco Stear, jugando nervioso con sus manos. "en realidad no teníamos opción. Además, nevaba tan fuerte esas noches que nadie lo notó. Esperábamos a que todos se durmieran y nos encontrábamos en la madrugada y platicábamos hasta el amanecer…" dijo entonces con mirada soñadora al recordarlo, "Y bueno, anoche que comenzó a aclararse el cielo, al terminar la tormenta, la luna apareció de pronto, y Patty se veía tan hermosa bajo la luz de la luna… que en ese momento le pedí que fuera mi esposa."
"¡Wow, Stear!", te admiró en verdad, hermano. "¿Y qué te respondió?"
"¡Archie!", protestó el inventor ofendido.
Archie rió, "¡Lo siento, hermano! Pero es que aún no puedo creer que te hayas animado a hacerlo tan pronto. No llevamos ni el mes aquí."
"Cuando lo sabes, lo sabes, Archie." Sonrió el enamorado inventor. "Era el momento perfecto para nosotros. De hecho, ni llevaba yo el anillo, lo dejé aquí en casa. Pero simplemente… lo supe, y lo hice", le dijo orgulloso. "¡Y dijo que SÍ!
"¡Te felicito, Stear!", sonrió su hermano palmeando su espalda, "¿Y qué dijeron sus padres? Asumo que han de estar muy contentos con el compromiso", comentó Archie.
El rostro del inventor se descompuso un poco entonces. "Pues…"
"¡No me digas que aún no lo saben!", le dijo Archie incrédulo.
"Pues… no exactamente, asumo que sospechan algo… Pero sí… Aún no hablé con su padre.", admitió, rascándose la cabeza, apenado.
"¡Stear!", exclamó su hermano. "¿Y entonces? ¿No pediste antes el permiso del señor O'Brien para pedir su mano?"
"¡¿No te dije que fue algo del momento, Archie?! Además… bueno… en realidad, también lo olvidé.", admitió finalmente. "¡Pero lo sabrán pronto de todas formas!", sonrió otra vez. "De cualquier forma, no siento que le caiga yo mal a sus padres. Solo falta que regresemos esta noche a la cena especial a la que nos han invitado los señores Brighton, y me acompañes a pedir su mano oficialmente, antes de que el señor O'Brien regrese mañana a Montreal por negocios."
"¿Se irá mañana de la ciudad?", se sorprendió Archie.
"Así es, tan pronto despejen las vías. Solo su esposa y Patty viajarán a Michigan con nosotros en abril. Así que tiene que ser hoy, Archie, o tendré que esperar hasta julio, para la boda del tío, y nosotros no queremos esperar tanto. Quisiéramos casarnos en octubre, cuando regrese el tío de su luna de miel, y tendríamos que empezar ya con los preparativos."
"¿Pero y por qué yo?", dijo de pronto confundido Archie. Algo intimidado por pensar en hablarle de igual a igual al serio señor O'Brien. "¿No tendría que ser la tía abuela quien debería acompañarte? ¿O el tío William?"
"Eres mi hermano, Archie, y el único representante de la familia en este país. Además, asumo que tú querrás que yo haga lo mismo por ti con Annie antes de fin de mes, porque por lo que oí, el señor Brighton hará un viaje a Sudamérica en marzo y regresará hasta julio para la boda del tío también." Respondió el joven inventor con lógica. "El tío William y la tía abuela no podrán o no querrán venir hasta acá antes de esa fecha. Mucho menos con este clima, por más encantada que esté la tía abuela con la noticia cuando se lo contemos."
"Bueno… quizás tengas razón.", concedió su hermano. Hubo un breve silencio. "¡Cielos!, entonces creo que solo iré un momento a la oficina hoy. No quiero quedarme atascado por allí si no tenemos más oportunidad que esta noche. ¿Seguro que no quieres que antes llamemos al tío para consultar- ¡ah!, lo olvidé. No hay teléfonos. La nevada botó las líneas."
"Tardarán semanas en repararlas, es verdad. Y más para llamadas a Estados Unidos", le dijo Stear. "¿Lo ves? De todas formas, así será más divertido," sonrió, "cuando lleguemos a Lakewood les daremos la sorpresa a todos de nuestro inesperado compromiso doble."
"No creo que los señores Brighton y O'Brien se presten para esperar hasta llegar a casa para tratar el asunto de los contratos matrimoniales con nuestra familia, Stear", le dijo incrédulo.
"Vamos, Archie. Les diremos que el tío nos dio carta libre para negociar por él.", lo animó.
"No lo sé, Stear. No quisiera comenzar mi relación con mis suegros con una mentira. Y aún tengo que pedir el permiso del señor Brighton para poder hablarle a Annie."
"¡Cielos, hermano!", exclamó Stear sorprendido, "¡Estás poniéndote tan confiable y aburrido como tus suegros ya te creen que eres!", sonrió.
Archie sonrió también y lo empujó en broma. "Está bien… Pero les diremos a ambas familias nada más que la tía abuela ya nos había dado previamente su consentimiento como Matriarca."
"¿No te suena eso también a una gran mentira piadosa, Archie?", le dijo Stear en burla.
"No tanto como lo tuyo, Stear. Porque si lo piensas bien, la tía abuela fue quien invitó a ambas a la fiesta de abril, así que de alguna forma ya contaban con su aprobación."
"Pues… si lo pones de esa manera, Archie…"
"Después de todo," insistió el elegante muchacho, "tampoco es como si la tía abuela supiera a quiénes terminaríamos escogiendo como esposas y ya le hubiera dado un contrato matrimonial a cada familia, en borrador, por si acaso", rió divertido el elegante muchacho de solo pensarlo. "Sería ridículo, ¿no lo crees?"
Stear rió también junto con él, "¡Cierto, Archie! La tía abuela nos vigila, es cierto. Pero no hasta ese extremo," dijo de acuerdo, ante lo absurdo de la idea. "¡Hoy sí le jugamos la vuelta! ¡Quedará impactada cuando lo sepa!", dijo divertido.
A diez cuadras de allí, la señora O'Brien terminaba de arreglarse para el desayuno de esa mañana en la suntuosa habitación de invitados asignada a ellos, en la Casa Brighton.
"Cariño, no me digas que lo trajiste hasta aquí.", dijo viendo, por el espejo, a su esposo revisar un documento en el pequeño escritorio de la habitación.
"Uno nunca sabe, Elizabeth", le dijo el concentrado caballero, listo desde hace 10 minutos, pero acostumbrado a tener que esperar a su esposa como todas las mañanas desde que se casaron.
"¿Y qué tanto revisas?", le preguntó la distinguida dama intrigada, terminando de arreglar su cabello. "No es como si pudieras cambiar mucho la redacción."
"No, Elizabeth, pero cuento con que cerremos este trato antes de lo que crees."
"¡¿Trato…?! ¡No hables así de la boda de tu propia hija, Edward!", lo regañó su esposa.
"Lo siento, querida.", se disculpó el caballero guardando el documento nuevamente en la carpeta. "Pero sabes que la felicidad de Patty es lo más importante para mí, y por eso me preocupo de que no arreglemos nada después de casi un año de que la señora Elroy nos hiciera abrigar esperanzas en un posible compromiso."
"Lo sé, Edward." La señora Elizabeth le sonrió enternecida y poniéndose de pie, caminó hacia su esposo, quien se puso de pie también. "Y nuestra pequeña quiere mucho al joven Alistear, lo he visto en sus ojos", reconoció. "Nunca la había visto así de ilusionada con un muchacho antes."
El señor O'Brien se quedó pensativo un momento, "¿Tú crees que, si aumento la dote de Patty con la propiedad de tu abuela en Birmingham, la familia Andley finalmente se decida?", preguntó él, ya preocupado. "Talvez es la dote lo que no los convence", comentó.
"Sabes bien que esto no se trata de dotes, sino de Patricia, Edward. Ella es la que decide sobre su propia vida, no los Andley ni nosotros." Lo amonestó. El señor O'Brien puso expresión de niño regañado y resignado asintió. "Al final, lo importante es si ella acepta al muchacho si piden su mano. Y si lo hace, estoy segura de que la tía abuela consentirá con el matrimonio sin importar la dote en el proyecto de contrato", agregó. "Solo es cuestión de seguir esperando con paciencia un poco más", concluyó su esposa.
"Lo que digas, querida.", dijo el señor O'Brien, y ofreciendo su brazo a su esposa, ambos caminaron hacia la puerta de la habitación, abriéndola el señor O´Brien como el caballero que era. La señora O'Brien se detuvo entonces, quedándose pensativa.
"Aunque… mejor agrega también la casa de verano en Calgary, si todavía se puede, querido", le aconsejó decidida. "A la señora Elroy esa propiedad le encantó cuando nos visitó hace un año."
"Lo haré tan pronto volvamos del desayuno, querida", sonrió entusiasmado su complacido esposo. "Y enviaré una copia a George Johnson tan pronto regrese a Montreal.", sonrió.
Mientras tanto en la Mansión Brower, en Lakewood…
"¿Más café, señor Brower?", preguntó amable la jovencita del servicio.
"No, muchas gracias, Madeline", dijo Anthony educado, sentado a la cabeza de la mesa en el comedor, mientras tomaba el desayuno en compañía de su seria esposa, sentada en el lugar principal a su derecha.
La joven de 15 años se apartó discreta y colocó la jarrilla de plata nuevamente en la mesa de servicio.
Luego de varios minutos, Anthony aclaró su garganta. "¿Podrían, dejarnos solos un momento, por favor?", dijo él cortésmente a la servidumbre, que consistía en aquel momento de un mayordomo menor y de la jovencita en cuestión, ella en su ajustado uniforme de mucama. Ambos hicieron una pequeña venia y se retiraron a las cocinas.
Anthony exhaló con cansancio al verlos marchar. Luego volvió su vista hacia su esposa, que seguía comiendo en silencio.
"Candy, no puedes dejar que la ocurrencia ocasional de una niña te afecte así, amor.", le dijo el rubio desconcertado. "No has hablado durante toda la comida.", le dijo. "De hecho a penas si me has hablado desde que nos encontramos en el gran salón, temprano."
Candy, absorta en sus pensamientos, se sorprendió de escucharlo, y lo miró con el ceño fruncido, no sabiendo qué contestarle en realidad. Sin saber cómo lo tomaría si se lo decía, la joven tardó en responder.
Lo cual su esposo interpretó equivocadamente como enfado de su parte. Luego de unos momentos más, Anthony alzó la ceja un tanto ofendido por su silencio, "¿Y ahora qué, Candy?", le dijo. "Desconfías tanto de mí ¿que también vas a cambiar aquí la servidumbre por celos?", inquirió, sin medir sus palabras.
Candy se sorprendió de inmediato de escucharlo decirle algo así, fue como una bofetada para ella, así que, mirándolo sin creerlo, tras salir de su asombro, sin decir nada más, como pudo se levantó de su silla y dejando su servilleta sobre la mesa, "Con permiso", dijo, y con lágrimas en los ojos, abandonó con la mayor dignidad que pudo, el comedor.
"Candy… ¡Candy, amor!", se puso entonces de pie Anthony también sorprendido de verla marchar así. "Amor, no quise decir-… Candy-", se calló él al ver que la joven ya había salido del comedor.
Anthony cerró sus ojos, apoyándose en la mesa, al sentirse de pronto enfadado consigo mismo por su comentario tan poco cortés para con su esposa. "Demonios…", susurró derrotado, para sí.
La pecosa caminó hacia el ascensor llorosa, y entrando en este, uno de los mayordomos de inmediato le ayudó a cerrar la puerta y dirigió el ascensor por ella al segundo nivel.
La joven señora salió entonces del ascensor y yendo al ala este de la casa, tomó el gran pasillo y se dirigió a su habitación. Tras entrar a su cuarto y cerrar la puerta, se dirigió a su cama, y sentándose en el borde, sintiéndose sola de pronto, finalmente comenzó a llorar abiertamente su dolor. En medio de su llanto, su mirada se fijó luego de un momento en el espejo de pie, al fondo de la habitación, donde su propio reflejo la miraba llorando, y la pecosa comenzó a llorar aún más amargamente, abrazando su pancita.
A los pocos minutos, un suave toque en la puerta hizo que su llanto se interrumpiera brevemente.
"Amor… ¿puedo pasar?", preguntó Anthony suavemente desde el pasillo.
Candy dudó un momento en consentir a su petición.
"Por favor, pecosa." Le insistió él nuevamente desde afuera. "Déjame entrar… por favor", le suplicó.
La joven rubia secó un poco las lágrimas en su rostro y luego con trémula voz respondió. "Está abierto."
La puerta se abrió y la imagen de su apuesto y preocupado esposo apareció frente a ella.
"Candy…" dijo el joven conmovido, al ver su pecoso rostro bañado en lágrimas.
Anthony dejó su bastón en el ingreso de la habitación y fue hacia ella, e hincándose frente a su pecosa, tomó sus manos.
"Amor, perdóname." Le dijo el rubio con sinceridad. "Por favor, no quise decirte eso. ¡Lo siento! Amo que te preocupes así por mí, y si tú quieres en verdad que Madeline se vaya, hoy mismo le hablaré a la señora Aurora y veré donde puedo encontrarle-"
"No, amor", dijo Candy de pronto, liberando una de sus manos de entre las suyas y colocando sus pequeños dedos en los labios de su amado para acallar su ofrecimiento.
"No es eso, Anthony. No lloro por eso", dijo, y recordando entonces su verdadero motivo, comenzó a llorar otra vez. Esas hormonas la traían más sensible que nunca, a su pesar.
"Candy…", dijo Anthony preocupado de verla así e incorporándose se sentó junto a ella y le ofreció su hombro para que ella llorara, al abrazarla.
"¿Qué sucede, pecosa?", le dijo tiernamente. "¿Por qué estás así?", inquirió con suavidad.
Candy intentó dejar de llorar para explicarse. "Cuando desperté hoy en la mañana… no estabas.", dijo desolada, volviendo a llorar.
"Amor, me levanté antes porque tenía que resolver algo con el jefe de caballerizas. Te vi tan profundamente dormida que no quise molestarte."
"Es que…", ella se explicó hipeando. "Es que tuve un sueño horrible."
"¿Un sueño?", él se extrañó.
Candy asintió.
"Y… ¿quieres contármelo? Talvez así te sientas mejor.", le dijo su esposo con cariño.
"Pues…", dijo la pecosa, "¡Fue tan real…!", comentó sacudiendo su cabeza. Anthony sacó su pañuelo y se lo ofreció. Candy lo tomó y secó sus ojos y su naricita, "Gracias", dijo, y luego continuó. "Yo… soñé que estaba en las cocinas de esta casa… y que buscaba a doña Aurora… pero cuando llegué al pasillo junto al comedor de sirvientes…" ella se interrumpió.
Anthony se le quedó viendo, esperando la continuación. "¿Y qué pasó, amor?", le dijo él al ver que ella se había quedado en silencio.
"Es que me da mucha vergüenza decírtelo." Le dijo la rubia, bajando la vista hacia el pañuelo en sus manos, apenada.
Anthony levantó su bello rostro pecoso hacia él con su mano, "Candy…", le dijo, viendo sus bellos ojos verdes enrojecidos por el llanto. "Tú sabes que no tienes por qué sentir pena conmigo, amor. Puedes decirme lo que sea." Afirmó con seguridad.
Candy lo miró indecisa, y él acercándose besó levemente sus labios, ganándose una leve sonrisa de su parte. Entonces, tomando valor de la confianza que él le inspiraba al recostar su frente contra la de ella, la pecosa se embarcó finalmente en la narración de su sueño.
En este, Candy llegaba cerca de las cocinas y escuchaba una conversación de la servidumbre, y de lo poco que escuchaba, entendía que sentían mucha pena por ella y hablaban mal de Anthony… y sin comprender por qué, ella prefería alejarse y se dirigía a la sala principal a buscarlo y, tras caminar cerca de las escaleras, veía salir de debajo de éstas, tras los grandes jarrones Ming, a Madeline arreglando su uniforme y luego lo vio salir a él, mirando hacia todas partes para que nadie los viera.
"¡Candy… tú sabes que eso es imposible, amor!" Le dijo de inmediato Anthony, tratando de no sentirse ofendido por su sueño. Porque después de todo, era solo eso, un sueño el que le narraba.
"Es que…", dijo la pecosa, "luego tú me decías, cuando notabas que yo estaba allí…, ¡que ya no me querías, Anthony, ¡porque yo estaba muy gorda y fea!, y que por eso tú necesitabas a alguien más hermosa y delgada que te hiciera feliz…", y la rubia se puso a llorar nuevamente.
"Candy…", su esposo la abrazó otra vez para consolarla, sintiéndose entre divertido, consternado y ofendido por semejante ocurrencia. "Amor, escúchame, bien" le dijo. "Primero que nada, tú sabes que para mí no hay mujer en el mundo, más que tú.", le dijo y luego apartándola un poco, tomó su rostro anegado en lágrimas con su mano, acariciando su tersa mejilla, "Y yo no puedo amar a nadie más que a ti, porque eres tú la mujer de mi vida… porque eres Mi Candy…. Mi Dulce Candy…", le dijo mirándola a sus verdes ojos con total certitud y amor. "Además, eres la futura madre de mi hijo, y eso te convierte en la mujer más hermosa y sexy del mundo para mí. La única que deseo. No estás llenita, amor", le dijo, tratando de tocar el tema lo más diplomáticamente posible. Su tía abuela ya se lo había advertido, cuando le preguntó él acerca de los cambios de humor que experimentaba recientemente su pecosa. "¡Te ves tan hermosa con nuestro hijo, Candy! ¡Y me siento tan orgulloso de ti!", continuó. "¡Eres la más bella futura madre del mundo, Candy!", le sonrió enamorado, haciéndola sonreír y sonrojar también para su alivio. "Y ni por un momento, pecosa…" continuó el rubio, "Ni por un momento pienses que te desharás de mí o que nuestro lugar especial podrá ser de alguien más alguna vez. Es solo nuestro." Le aseguró. "Y así siempre permanecerá, amor." Y tomando su mano, la llevó a sus labios, y sin apartar su vista de la de ella, él besó el dorso de su pequeña y suave mano, galante. "Eres mi princesa…" continuó. "Mi hada encantada que me hechizó con su amor, ¿recuerdas?", le sonrió haciendo alusión a su luna de miel. "Y para mí… es contigo, o con nadie", él afirmó. "Solo te deseo a ti."
"Anthony…" susurró la rubia embelesada por su actitud y sus palabras.
"Te amo, pecosa… Solo a ti…", le dijo con sentimiento.
"Y yo te amo a ti, mi príncipe… solo a ti…", le respondió la rubia hipnotizada por el azul cielo de su mirada y bajando su vista, por el magnetismo de sus sensuales labios tan cerca de ella, así que acercándose ambos poco a poco, sus labios se encontraron, junto con sus corazones, en un beso necesitado y lleno de anhelo que, al abrazarla Anthony firmemente contra su pecho, borró todos los furtivos temores y miedos ocultos de la rubia, con cada caricia cargada de convicción y ternura de sus labios.
Y luego de unos momentos más, compartiendo la pasión de sus sentimientos, Anthony profundizó su beso aún más, acariciando con sensualidad y delicada cadencia la delicada lengua de su esposa, convidándola a una lucha de pasiones que avivaba el fuego entre ambos, uno que los jóvenes esposos habían estado intentando contener en obediente recato los últimos días.
"¡Amor…! ¡por favor…!", suplicó la rubia con desesperación luego de unos minutos de sus ardientes besos, mientras Anthony dejaba su boca por primera vez y besaba con igual ansia su níveo cuello, siguiendo luego hasta el nacimiento de sus pechos, visible por el cuello bajo de su vestido celeste. "Por favor…", suplicó ella otra vez con necesidad, sintiendo cómo finalmente su marido los liberaba de su escote, besándolos, amasándolos y succionándolos con total devoción. La pecosa gimió extasiada tirando con su mano del cabello de su esposo, y tras él levantarla y colocarla al centro de la cama con cuidado, y retirar Anthony su propia chaqueta y chaleco, subió otra vez a su lecho y reanudó su generosa faena en su expuesto cuerpo.
"¡Anthony…!" Candy se aferró al cubrecama con desespero. "¡Amor…!"
"Dime que eres mía, Candy.", le dijo Anthony mientras con la habilidad que había adquirido los últimos meses, daba placer a su pecosa amasando y besando sus oscurecidos pezones, al tiempo que tras acariciar su zona íntima, comenzaba a retirar su ropa interior bajo el vestido.
"¡Soy tuya, amor!", decía la rubia abstraída totalmente del mundo a su alrededor, excepto de las excitantes caricias de su esposo.
"Te amo, pecosa…", le decía el apuesto muchacho, concluyendo de retirar su ropa íntima inferior, y girándola con cariño de lado, desabrochó su vestido por la espalda, botón a botón, besando su cuello y columna con ternura hasta su baja espalda, al tiempo que la liberaba de su ropa, sin dejar de acariciarla, en medio de los jadeos y ocasionales gemidos de su pecosa.
"Sé mía, Candy…", le dijo el rubio colocándose luego ella, tras retirar completamente la ropa de su bella esposa y pararse un momento a descubrirse él mismo, acariciando al regresar, su suave cadera y su ahora expuesto derrier con su propia hombría, mientras su mano acariciaba segura su figura, su pancita y sus generosos pechos.
Candy volteó a verlo en medio de sus caricias y susurró…
"Ámame…", le dijo con su respiración entrecortada y su esposo, sin dudarlo, acalló de inmediato su petición con sus labios, en un profundo beso, mientras su mano abría el paraíso para él y su hombría reclamaba como suyo nuevamente el cuerpo y el placer de su esposa.
Tiempo después, otro grito de placer se escuchaba desde la habitación cerrada de los esposos Brower, y por el resto de la mañana, ninguno del personal volvió a ver al enamorado matrimonio, sino hasta que, pasada la hora de la comida, el señor de la casa pidiera finalmente a su discreto mayordomo que subieran el almuerzo para ambos a la habitación.
Para entonces y para alegría de Anthony, su pecosa ya dormía plácidamente junto a él, completamente convencida de su deseo y amor por ella, con una suave y satisfecha sonrisa en sus queridos y sonrosados labios.
Y por instrucciones del señor Brower, al día siguiente, se instruyó al personal de la mansión, que solo la señora Magda y el mayordomo principal atendería a los señores mientras estuviesen en la habitación y en el despacho.
Continuará…
¡Gracias por leer!
Dicen que la reconciliación es lo mejor de las peleas, ¡ji, ji, ji! Espero les haya agradado el capítulo.
Quiero agradecer por sus comentarios al capítulo anterior, amigas. ¡Gracias, queridas Julie-Andley-00 (¡Me alegra que te guste su relación! ¡Un abrazo, Julie!), Anguie, Sharick, Guest 1, Guest 2, GeoMtzR (¡Gracias, Georgy!) y Mia Brower Graham de Andrew (¡Con cariño, amiga!), qué bueno que les gustó.
En cuanto a la consulta sobre los capítulos, Sharick, espero sigas disfrutando la historia, y tengas paciencia y disfrutes el recorrido junto conmigo, sea este corto o largo, ya que es una historia en proceso, casi en tiempo real y, por lo tanto, no concluida.
Después de todo, todas escribimos y leemos estas historias con la esperanza de ver a nuestros rubios tan unidos y felices como ellos se merecen. Algunas toman meses, otras historias, años, en llegar a esa meta. Esta va rapidito como ves, así que no pierdas la esperanza. ¡ji, ji, ji!
Gracias por acompañarme en esta aventura de escribir, y les envío un fuerte abrazo a todas.
Y para las que leen en silencio, ¡un saludo silencioso también!
Con cariño,
lemh2001
8 de febrero de 2024
P.D. Se actualizará el domingo 11 de febrero. ¡Hgs!
