¡Hola, buenos días! ¡Espero estén muy bien! Aquí les comparto un capítulo más de nuestra historia. ¡Bendiciones!

"UNA VISIÓN DE AMOR"

CAPÍTULO L

Todo comenzó la mañana del martes 24 de mayo, con un aviso inesperado.

Anthony había llamado a su tío a media mañana como todos los días, y esta vez su tío lo sorprendió avisándole que acababa de recibir un telegrama donde George Johnson le avisaba de su llegada esa tarde a Lakewood, para presentarle su informe final sobre la investigación.

Cuando Anthony colgó el teléfono tras hablar con su tío, casi no podía contener su ansiedad. George no había dado detalles al respecto, solo que llegaban él y el investigador principal. Finalmente, el día había llegado de enfrentar esa situación. Por ello, su tío William lo esperaba desde las 4:00 de la tarde, en la Mansión de las Rosas, para recibirlos juntos.

Estaba pensando justo en qué excusa darle a su pecosa para poder ausentarse a esa hora - sin preocuparla -, cuando, de pronto, escuchó una conmoción en el pasillo, fuera de su oficina, acompañada de un grito de dolor.

De inmediato el joven Brower se puso de pie y salió de su despacho con prisa, para encontrar a su pecosa recargando su peso en el brazo de su madre, mientras mantenía su otra mano apoyada en su voluminoso vientre de premamá.

"¡Anthony!", dijo Caroline, su suegra, al verle salir, "¡Es una contracción! Veníamos de vuelta de los jardines", le dijo mientras el rubio corría hacia ellas y ayudaba a sostener a su pecosa.

"¡Candy!", dijo el rubio, acariciando su espalda, preocupado, y sosteniéndola.

"¡Anthony!", dijo la pecosa medio agachada, ahora apoyándose más en él.

"Respira profundo, amor.", le dijo su esposo y la rubia lo hizo, y poco a poco el dolor comenzó a pasar.

"¿Estás bien, pecosa?", le dijo el rubio luego de unos momentos más, viéndola soltar un poco su pancita y erguirse más.

"Ya pasó.", dijo respirando profundo, y mirándole, le sonrió.

"Haré que llamen al doctor Miller de inmediato para que te revise de todas formas", le dijo, y con sumo cuidado, levantó a su esposa en brazos para llevarla arriba.

"¡Amor!", dijo la joven sorprendida. "¡Peso mucho!", le dijo. "Puedo caminar aún, mi príncipe", le sonrió, rodeando su cuello con sus brazos.

"Ni siquiera lo menciones, Candy", dijo Anthony con seriedad y, junto con su suegra, caminando hacia el ascensor, llamó al mayordomo principal brevemente para requerirle fueran al pueblo a pedir al doctor Miller adelantara su visita de hoy, y luego llevaron a Candy a su habitación.

Tras llegar el doctor Miller a las 10:30 am, y revisar a la pecosa, le informó a la pareja que el proceso de parto había comenzado. Parecía que Candy, por ser primeriza, no había notado que ya había roto aguas esa mañana al ir al baño, habiendo perdido el tapón mucoso también. Sin embargo, tomaría tiempo para que el trabajo de parto avanzara. Así que puso a caminar a la pecosa y a seguir su rutina del día, caminando por la casa, registrando el tiempo de las contracciones que se dieran, con la ayuda de la tía abuela y de su madre. Todo parecía indicar que el proceso iba para largo para la pecosa, ya que solo tuvo una contracción más justo al estar el médico allí, pero ya no más. Así que el doctor Miller pidió que le avisaran cuando las contracciones de Candy fueran ya mucho más seguidas, retirándose él al mediodía, ya que el parto podía darse dentro de las próximas 48 horas.

La pecosa comió en compañía de su familia durante el almuerzo, solo un caldo con pan, y le dejó el doctor comer algunas frutas, galletas y jugos por la tarde, pero preferiblemente abstenerse de la cena. Pero ya a las 5:00 de la tarde, sin embargo, la pecosa ya no comió, ya que las contracciones fueron aumentando de periodicidad, y el hambre se convirtió en la menor de sus preocupaciones.

A las 8:00 de la noche que regresó el doctor Miller a petición de Anthony, la joven ya padecía de contracciones periódicas cada cinco minutos y tenía 5 centímetros de dilatación, según la partera. Doña Estéfana - la partera -, había sido invitada por el rubio luego de que el médico se marchara. El doctor Miller no se había molestado u ofendido por esto, ya que él sabía bien lo preocupado que era el joven Brower cuando de su esposa se trataba, y que no dejaba nada al azar, si podía evitarlo.

El doctor Miller, tras su auscultación, confirmó el nivel de dilatación que decía doña Estéfana, así que dispuso, con la ayuda del personal de la mansión, a preparar la habitación de ellos para atender el parto.

Anthony consolaba a Candy, amoroso como siempre, durante la espera. No se había apartado de ella desde la primera contracción que había tenido por la mañana. Desde entonces la vigilaba de cerca y le platicaba distrayéndola o instándola a distraerse - por la tarde, tocando el piano un rato en el salón de música o jugando damas con él en la sala principal de la casa, para pasar el tiempo -, y cuando las contracciones aumentaron, y ya avanzaba la tarde, le ayudó a su esposa a seguir las respiraciones que le enseñaba la señora Estéfana para hacer más llevadero el dolor. Algo que, a pesar de todo, le pareció adorable a Candy, viendo a su príncipe imitar sus respiraciones al mismo tiempo que ella, concentrado y apuesto como siempre, totalmente decidido a ayudarle.

Por la tarde, la tía abuela, viendo que Anthony no se apartaba de su esposa para nada, y que no tenía cabeza para nada más, avisó a William de lo sucedido a las 6:00 pm de la tarde, comprendiendo de pronto el patriarca la razón por la cual su sobrino no había llegado a la hora acordada, creyendo él, al ver que no llegaba, que al final el rubio menor no se había logrado decidir a dejar sola a Candy, y que por eso no había llegado. Le extrañó, pero pensó que había preferido saberlo por él al día siguiente.

"¿Pasa algo, William?", preguntó la tía abuela al ver que su sobrino se había quedado callado al teléfono. Malentendiendo su silencio, al desconocer de la reunión planeada entre ellos, la matriarca continuó, "No te preocupes, hijo. Anthony mandó a llamar a una partera para que los acompañe mientras regresa el doctor Miller. Candy no estará desatendida."

"Tía, ¿cree usted que estará bien si llegamos a esperar con ustedes en la casa a que nazca?"

"No veo por qué no.", dijo la elegante dama. "Solo… que no vengan todos, solo tú y los muchachos. No quisiera abusar de la generosidad de Anthony cuando están tan presionados."

"Bien. Les avisaré a todos, pero no puedo prometerle que no querrán llegar conmigo. Estaremos por allí después de la cena, tía Elroy. Pero si ve a Anthony todavía, dígale, por favor, que la reunión de hoy se trasladó para mañana."

"Y ¿por qué le diría yo algo así a Anthony, William?", dijo la matriarca extrañada. "No creo que nada que no sea su esposa le importe en lo más mínimo hoy", le dijo. "De hecho te avisé yo porque ni en eso pensó el pobre. ¿Puedes creer que insiste en acompañar a Candy en todo el proceso del parto? ¡No sé de dónde sale con esas cosas!", comentó un tanto contrariada. "Aunque ahora que recuerdo, su padre hizo algo parecido, cuando él nació. Ni siquiera tu padre pudo convencerlo de no entrar cuando lo llamaba Rosemary cuando ya casi daba a luz.", le dijo, recordando aquella mañana de otoño en la Mansión de Chicago.

William rió. "¡Vaya! El tío Vincent sí que era decidido." Sonrió. "Nadie le decía que no a padre.", dijo el joven patriarca recordando sus años mozos y a su severo progenitor. Muy parecido en carácter a su hermana mayor, la tía Elroy.

"La veré más tarde entonces, tía." Le dijo.

"Hasta pronto, William.", le dijo. "Solo no olvides dar mi encomienda a Stear."

"Descuide, se lo diré". le dijo, y ambos colgaron.

Horas después…

Anthony secaba la frente de su esposa, sosteniendo su mano. Tal como había dicho, no había aceptado la sugerencia del doctor Miller de esperar fuera. A esas alturas solo Anthony había quedado acompañando a Candy. A la tía abuela y a Caroline, madre de Candy, el doctor les había pedido retirarse a eso de las 9:00 pm para que no hubiese tanta gente sobre la joven madre y no la estresase más.

Todo el tiempo que Anthony estuvo con la pecosa en la habitación haciéndole compañía, le había contado historias para distraerla mientras caminaba junto con ella, o permaneciendo sentados, sacándole una que otra sonrisa entre contracciones.

Pero cuando los dolores se hicieron mucho más intensos al llegar la medianoche, recostada ya la pecosa en la cama, el tenso esposo optó por solo darle su apoyo moral, estando demasiado nervioso él mismo como para idear más cosas que contarle, dándole a Candy el silencio que parecía necesitar en su concentración durante cada contracción.

"¡Oh, por Dios…!", dijo la rubia ya a eso de la una de la mañana, con la frente humedecida por el sudor, aguantando la contracción. Al terminar ésta, la pecosa recobró el aliento con una expresión de cansancio.

"¿Estás bien, pecosa?", preguntó Anthony, preocupado. "¿Te sientes bien?"

"¡No, Anthony! ¡No me siento bien! ¡Me duele!", dijo Candy sorpresivamente molesta y agitada.

Mala elección de palabras, pensó el rubio, de pronto, recordando la admonición de su tía abuela de que, si se iba a quedar, que tomara en cuenta que las mujeres de parto muchas veces dicen muchas cosas, empujadas por el dolor, pero sin querer ofender.

"Lo lamento, pecosa.", le dijo Anthony. "¿Quieres un poco de agua entonces?", le ofreció.

Candy se sintió mal de inmediato. "Lo siento, amor…", le dijo la rubia, apenada. "No fue mi intención."

"Descuida, Candy." Le sonrió el rubio sin sentir ofensa. "Olvídalo. ¿Quieres un poco de agua?"

La rubia asintió y Anthony le alcanzó un pequeño vaso de agua de la mesita, para que le diera unos cuantos sorbos, con su ayuda.

"Gracias…", dijo la rubia y descansó un momento sobre los almohadones, pero a los pocos minutos, estrujó las sábanas con sus manos otra vez, la contracción había llegado antes. Candy aguantó quejándose mínimamente y luego de más de medio minuto, terminó otra vez.

Anthony ya no dijo nada, solo se conformó con acariciar su humedecida cabeza, con cariño.

Candy abrió sus verdes ojos con cansancio y se quedó viendo el techo estilo francés unos segundos, y de pronto, tapó su rostro con ambas manos y un sollozo lastimero abandonó sus labios, y luego, finalmente, un acongojado llanto se dejó escuchar de parte de la pecosa.

"Candy…", Anthony tomó su mano.

"¡Duele mucho…!", ella se quejó. "¡Duele mucho, Anthony…!", dijo, llorando por primera vez esa noche.

"Pecosa…", Anthony acarició su hombro con igual angustia, por su pena. "Lo sé, mi amor… Lo siento.", le dijo.

"¡Es demasiado…!", dijo, negando con su cabeza. "No puedo más…", dijo apesadumbrada, abriendo sus ojos llorosos y mirándole. La joven rubia había aguantado el dolor hasta esa hora de la madrugada de la mejor manera posible, sin gritar, para no asustar a su príncipe, pero ahora sentía que ya no podía contener más su llanto, ni soportaba más el dolor que inexorablemente la asaltaba casi cada tres minutos ahora. "Duele tanto…", le dijo bajando su mirada a las manos unidas de ambos.

"¡Mi valiente pecosa, lo estás haciendo muy bien!", le dijo Anthony con cariño, retirando algunos cabellos humedecidos de su frente, acariciando su rostro también, ganando su atención. "Eres increíble, Candy.", le dijo el rubio. "Por supuesto que puedes hacerlo, pecosa." agregó. "Ya has llegado tan lejos…", le dijo. "Solo un poco más, amor."

"¡Lo sé… pero es que duele mucho…!", se quejó llorosa la rubia. "Soy una cobarde…", dijo llorando la pecosa, lamentándose.

"No. No lo eres, amor. ¡Eres muy fuerte!", la consoló. "Mira que si me tocara a mí pasar por lo mismo, ya tendríamos a toda la familia aquí arriba, asustada por mis gritos.", le dijo. "¿Te imaginas lo mucho que me molestarían Stear y Archie después de oírme?", le dijo, con media sonrisa. "¡No me los quitaría de encima nunca!"

Candy rió divertida de imaginárselo, dejando de llorar momentáneamente, haciendo sentir a Anthony que había logrado su propósito.

"No digas eso… tú eres muy valiente, mi amor.", le dijo ella convencida.

"Solo porque te tengo a ti, pecosa.", le dijo seguro, y llevó su suave y blanca mano, entrelazada con la suya, a sus labios, para besar su dorso, sin apartar su mirada enamorada de la de ella. "Solo porque te tengo a ti.", le aseguró.

Candy le sonrió conmovida, ganándose el rubio que ella acariciara con su otra mano su rostro, perdiéndose ambos por un momento en sus miradas.

"Bien.", dijo el doctor, divertido de ver lo hábil que era el rubio para distraer a su amada. "Veamos cómo va esa dilatación", dijo el médico nuevamente, acercándose a la pareja. Anthony se apartó otra vez para darle espacio.

La enfermera del doctor Miller había acompañado esta vez al doctor cuando llegó por la noche, y se encargaba de atender también a la pecosa, junto con Anthony. La amable enfermera aprovechó para secar la frente de la rubia y acomodó mejor sus almohadas.

"Ten valor, Candy. Vas muy bien." Le dijo, maternal.

"Gracias, Mallory.", le dijo la pecosa, ya más calmada.

"Candy," dijo el galeno entonces, tras revisarla. "Ya dilataste completamente. Ahora sí, vamos a comenzar."

Candy se emocionó, y Anthony, besando su cabeza al regresar él a su lado, le sonrió también emocionado.

El doctor Miller llamó a su enfermera para que lo ayudara.

"Movámosla al borde de la cama, por favor.", instruyó. "Con cuidado, Candy", le dijo viéndola ayudarles a hacerlo, junto con su esposo, y luego, siguiendo sus instrucciones, la rubia apoyó sus pies como le indicaban.

"Anthony, ya que estás aquí," dijo el doctor Miller, "colócate detrás de Candy en la cama para darle mayor apoyo para permanecer sentada."

"Por supuesto", dijo el rubio de inmediato, quitándose los zapatos y subiendo a la gran cama. Anthony se posicionó como se le había indicado, colocándose detrás de su esposa, apartando con ayuda de la enfermera las demás almohadas, y colocando a la rubia recostada contra su pecho, haciendo que se sentara su adolorida pecosa en mejor posición para dar a luz.

"Bien, Candy, aquí vamos", dijo el doctor Miller. "Cuando sientas la próxima contracción, te voy a pedir que ahora sí pujes con fuerza", le dijo. Y Candy, obediente, sujetando la mano de su esposo - tras el rubio darle un nuevo beso en su húmedo cabello dorado -, asintió al galeno. Momentos después, al sentir cómo su vientre se tensaba nuevamente, con un grito controlado, la rubia comenzó a pujar con fuerza por primera vez, dejando que su instinto la guiara. Y luego de un rato, descansó.

"Bien, Candy", dijo el doctor.

"Bien, pecosa", le dijo el rubio, dándole ánimos también.

Y así las contracciones continuaron, con Candy pujando lo más que podía, quedando extenuada cada vez que terminaba. E intentándolo nuevamente.

Las mesillas del reloj avanzaban en una secuencia constante de dolor y contracciones para la adolorida rubia, y de ánimos y palabras de consuelo de parte de su empático esposo. Siguiendo el ritmo natural del parto, las contracciones fueron aumentando en intensidad y frecuencia para Candy, hasta casi llegar a un ritmo de una contracción cada dos minutos.

Hora y media después de comenzar, Candy ya había perdido totalmente el sentido del tiempo. La agitada joven, se recostó por enésima vez sobre el fuerte pecho de su esposo, respirando agitada luego de su último intento.

Anthony estaba tan demacrado como ella pera entonces, sufriendo junto con su pecosa la pena de ver su desgaste y no poder hacer nada más por ayudarla que estar con ella. ¡Nunca había imaginado que traer una vida al mundo pudiera ser tan difícil!, se angustió. El recuerdo de la madre de Hope vino de pronto a su mente en comparación, pero lo apartó de inmediato, centrándose nuevamente en su pecosa.

"Bien, Candy,", le dijo el doctor Miller nuevamente, notándola cansada. "Lo estás haciendo muy bien. Ya casi terminamos."

"¿Casi…?", dijo en susurro la rubia.

El doctor Miller asintió, "La próxima vez que sientas la contracción, quiero que pujes con todas tus fuerzas, Candy, todo lo que puedas." Le dijo. "Aguanta pujando, sin desfallecer."

"¡Pero si eso es lo que he estado haciendo todo este tiempo…!", protestó la pecosa cansada, haciendo un puchero adorable - pensó Anthony viéndola enamorado, a pesar de la gravedad de la situación -.

"El bebé ya coronó, señora Brower" le dijo la partera junto a ella, llamando su atención. "Ya falta poco para que nazca. No se desanime", le dijo, secando su sudor con un blanco paño. "Haga lo que le dice el doctor", le aconsejó.

"Sí…", dijo Candy, respirando cortas respiraciones.

Vino otra contracción y esta vez al sobrellevarla, la pecosa dio un terrible grito de dolor.

"¡Candy!", se asustó el rubio.

"Vas bien, Candy.", dijo el doctor en contraste. "Esperemos la próxima."

"¡Ya no puedo más…!", dijo la rubia asustada, con lágrimas corriendo por sus mejillas. Se sentía tan cansada, tan adolorida… Casi tenía la sensación de que la estaban partiendo en dos cada vez que lo intentaba. "No puedo…", lloró. "No puedo…"

La enfermera la vio con pena.

"Candy… Candy…", llamó su atención su esposo, acariciando su sien y su frente con su mano. "Mi dulce Candy, calma, amor…", le dijo. "Ya falta poco, pecosa. Seamos valientes solo un poco más. Solo unos minutos más y verás que pronto tendremos a Matthew con nosotros.", le dijo, abrazándola desde atrás. Y confortándola, agregó. "¡Tú eres fuerte, pecosa!", le dijo, sincero. "¡Tú puedes hacerlo! ¿Me crees, verdad?"

Candy dejó de llorar y asintió.

"Piensa en Matthew, pecosa. Solo un poco más y lo tendrás en tus brazos", le prometió, besando su mejilla. "Tú puedes, amor."

Candy recobró su temple al escucharlo, y asintiendo nuevamente, a pesar de sentirse exhausta, supo que haría lo que fuera por su pequeño, y se preparó para continuar.

"Bien, lista, Candy.", dijo el doctor.

La siguiente contracción llegó y la valiente pecosa se esforzó con toda la vitalidad que le quedaba, gritando nuevamente, mucho más adolorida que antes por la fuerza extra que ejercía para ayudar a su bebé a nacer. 45 segundos después de sostener su intento, descansó nuevamente, recostándose exhausta contra el pecho de su esposo.

"¡Muy bien, Candy! Ahora descansa y prepárate para la siguiente contracción", dijo el doctor Miller. Candy asintió.

"¿Lista?", preguntó luego de unos momentos el médico.

Candy asintió, tratando aún de recuperar sus fuerzas, y tras unos segundos más, como una ola imparable, su cuerpo se tensó nuevamente.

"¡Puja, Candy!", dijo el doctor Miller con decisión. "¡Puja!", la alentó.

La pecosa se agachó más sobre sí misma haciendo un esfuerzo titánico una vez más por su bebé, gritando con todas sus fuerzas al hacerlo.

"¡Muy bien, Candy!", dijo emocionado el doctor, al ella descansar nuevamente. "¡Ya casi está fuera!", le dijo el doctor Miller. "Continuemos así", le dijo con seguridad, "Prepárate para pujar una vez más… ¡Una vez más! - ¿Lista…? -"

Candy asintió más por inercia que por convicción.

Anthony besó su sien otra vez. "¡Tú puedes, amor!", le dijo Anthony, con el corazón igual de acelerado. "¡Tú puedes!", le dijo.

Y aferrándose con fuerza a la mano de su esposo, la pecosa al sentir la contracción, se entregó a pujar con la más absoluta decisión y deseo de tener a su hijo en sus brazos, y gritando con un dejo de desesperación en su voz al sostenerlo más tiempo que antes, su exclamación de dolor de pronto se convirtió en un grito de victoria al sentir que algo resbalaba finalmente fuera de su cuerpo.

"¡Aquí está!", exclamó emocionado el doctor Miller, terminando de manipular al bebé para girarlo de hombros, y recibirlo fuera del cuerpo de su madre. "¡Eso es!", dijo contento. "¡Ya nació!".

"¡Candy! ¡Lo lograste, pecosa!", gritó Anthony emocionado, besando los humedecidos cabellos dorados de su esposa, con euforia y orgullo, viéndola a ella y a su bebé. "¡Lo lograste!", le decía. Anthony creía que nunca había admirado ni amado tanto a su pecosa como en aquel momento.

Candy le sonreía exhausta de vuelta, recuperando el aliento en los brazos de su esposo, viendo también hacia el doctor, tratando de ver a su bebé.

"¡Es un varón!", les confirmó el doctor de pronto, y el rostro de ambos padres se iluminó al escucharlo. Una brillante y extasiada sonrisa de parte del rubio, y la cansada pero emocionada exclamación de la pecosa "¡Ah! ¡Es un varón, Anthony!", dijo feliz la rubia. "¡Es un varón!", dijo la pecosa tan emocionada como su esposo, de confirmar lo que ambos siempre habían afirmado y sabido en sus corazones. Los dos rubios se miraron entonces conmovidos, y sin dudarlo, se besaron con adoración y júbilo - envueltos en la burbuja de felicidad de sus corazones -, maravillados de ser testigos y actores ese día del milagro mismo de la vida… en su hijo.

El fuerte llanto del pequeño, tras limpiar sus vías respiratorias el galeno, hizo que ambos padres volvieran su atención de vuelta a su pequeño, y temblando ambos de felicidad y emoción, comenzaran a llorar también abiertamente al verle, abrumados por el alivio y la alegría de escucharlo llorar por primera vez.

"Matthew…", sollozó la pecosa, extendiendo sus brazos hacia él.

El doctor Miller, poniéndose de pie, acercó al bebé a la agotada mamá para que lo viera y decidió mejor recostarlo sobre el pecho materno, estando todavía unido a ella por el cordón umbilical. El pequeño bebé fue recibido de inmediato por la caricia y las palabras de amor de sus cariñosos padres, que lo miraban emocionados y agradecidos de finalmente tenerlo con ellos y de conocerle.

"¡Hola, Matthew…! ¡Mi amor!", le dijo Candy extasiada, acariciando su espaldita y su cabecita con delicadeza. "¡Aquí estás, mi vida! ¡Finalmente estás aquí!", le dijo la pecosa llorando y riendo a la vez, alcanzando para besar su cabecita a pesar de estar aún cubierto de la materia de su nacimiento. "¡Te amo tanto mi corazón!", le dijo. "¡Tu papi y yo te amamos tanto!", le dijo, besándolo otra vez.

"Candy… ¡es perfecto, amor! ¡Es perfecto!", le decía el rubio junto a ella, totalmente embelesado con su hijo. Era la experiencia más increíble que ambos habían experimentado en sus vidas.

Anthony alcanzó la rosada manita del pequeño y, tocándola, abrió suavemente su manita para ver mejor la perfección de sus dedos, fue entonces que su pequeña mano se cerró alrededor de uno de sus dedos, estrujándolo con fuerza, tan fuerte como su corazón latía en su pecho al verlo… Fue una emoción tan impactante para el rubio el sentirlo así, que le quitó el aliento.

Los ojitos grises del bebé se entreabrieron entonces, y sus padres hicieron exclamaciones de asombro. ¡Era ver al mismo Anthony mirándolos por la expresión que hacía al parpadear!

"¡Es igualito a ti, mi amor!", dijo Candy extasiada.

"Yo pienso que se parece más a ti, pecosa", dijo Anthony apreciativo, viendo que tenía pequitas, aunque suaves en su naricita. "Matthew… Bienvenido a casa, hijo mío.", le dijo Anthony con una sonrisa, tocando su cabecita con cuidado. "Por fin nos volvemos a ver, campeón", le dijo, sintiendo el eco del recuerdo de un jardín en un lugar lejano, con una verja blanca, y un rosedal sembrado con cariño junto a un pequeño. "Te amamos, hijo", le dijo con convicción, mientras Candy le miraba, sintiéndose enamorada por segunda vez. Sus dos tesoros estaban ahora con ella. ¡No podía esperar a tener a Hope también con ellos para que su familia estuviera completa!

El doctor Miller sonrió ante la alegría de los jóvenes padres. El pequeño milagro de los Brower había dejado de llorar al nomás escuchar la voz de sus padres y el latido feliz del corazón de su madre, al ponerlo él sobre el pecho de Candy. Pero aún había trabajo por hacer. Esto no terminaba aún.

"Bien, Candy y Anthony, ¡muchas felicidades!" les dijo el doctor. "¡Todo este tiempo habían tenido razón! ¡Era un varón!", les sonrió.

"Gracias, doctor Miller.", dijeron ambos jóvenes sinceros, mirándole con gratitud.

"No sabe cuánto se lo agradezco, doctor.", dijo Anthony emotivo.

"No tienes nada que agradecer, hijo. Para mí fue un honor.", le dijo sincero el galeno.

El doctor entonces preparó junto con la enfermera Mallory algo que la pareja no alcanzaba a ver bien desde donde estaban.

"Bien, Anthony, ¿quieres hacer los honores? -", preguntó el doctor Miller al rubio, convidándole a cortar el cordón umbilical que él ya tenía bloqueado en dos extremos para cortar por el medio.

Anthony, emocionado, asintió e incorporándose un poco, tomó las tijeras médicas que le ofrecía su médico y amigo, y cortó con mano firme el cordón umbilical de su hijo, haciendo oficial el nacimiento de su primogénito.

Matthew Anthony Brower Britter había nacido la madrugada del miércoles 25 de mayo de 1918, a las 2:45 de la madrugada, en la Mansión Brower, en Lakewood, Michigan, Estados Unidos de América.

El doctor tomó al bebé entonces y lo pasó a la atenta enfermera que lo envolvió en una manta blanca y lo llevó a una mesa preparada para revisarle y asearlo, tras felicitar también a los padres.

"Fuiste muy valiente, hija, felicitaciones", le dijo la partera también, palmeando la mano de la joven madre.

"Gracias, señora Estéfana", le sonrió la pecosa, cansada y agradecida.

"Felicidades también a usted, joven Brower. Hasta hoy no había visto a un esposo enfrentar esta situación junto a su esposa de manera tan valiente", le dijo al emocionado padre. "¡Y llevo más de 25 años en esto! Créame que sé lo que le digo", comentó.

"¿En verdad?", se sorprendió el rubio. "Sé bien que no es lo común hacerlo, pero…", dijo Anthony, "en realidad no podía permitir que Candy pasara por todo esto sola.", agregó.

Su pecosa le sonrió enamorada, recostada todavía sobre su pecho, sintiéndose agradecida por ello. Anthony la miró y sonriéndole, besó suavemente sus labios, con ternura.

"Le agradecemos mucho su ayuda también, señora Estéfana", dijo entonces Anthony retomando su papel de esposo.

"No hice mucho, en realidad, señor Brower, pero me alegro de que todo haya salido bien para ustedes. Es un hermoso bebé." Les sonrió a ambos.

"¡Gracias!", dijeron ambos padres emocionados y orgullosos por ser felicitados por su bebé otra vez.

"Doña Estéfana,", dijo entonces el doctor Miller, "si quiere, puede ayudarme con esta parte del proceso, mientras nosotros nos encargamos de la revisión del pequeño."

"Será un gusto, doctor Miller.", dijo la señora de cabello negro y tez blanca, dispuesta a hacer valer su estadía con ellos esa noche, y durante la siguiente media hora, se encargó del proceso de expulsión de la placenta y del molesto, pero necesario masaje del abdomen de la joven madre, asegurándose de que no quedase ningún coágulo o sangre en el útero que pudiese comprometer su recuperación o crear complicaciones para ella en los días posteriores.

En esta parte del procedimiento, Anthony sí se retiró de la habitación, aconsejado por el doctor, pero sin aceptar alejarse demasiado de Candy o de su hijo, haciendo tiempo en la contigua habitación de Hope, que en ese momento se encontraba vacía, ya que Dorothy se había llevado a la pequeña a dormir a otra habitación.

El doctor Miller evaluó a Matthew detenidamente para asegurarse de que todo estuviera bien con él y tras confirmar que era un muchachito sano y fuerte, la enfermera se encargó de vestirlo y prepararlo para llevarlo a tomar su primer alimento en brazos de su madre. A pesar de ser primeriza, Candy no se dormía completamente, a pesar de su cansancio, esperando para darle de comer a su pequeño.

Y con la gentil ayuda de la enfermera Mallory, la pecosa, a pesar de su cansancio, tuvo la alegría de cumplir su sueño, y darle de mamar por primera vez a su bebé. Anthony había visto la escena, un poco apenado, dándole espacio a la enfermera para que la ayudara, pero cuando finalmente lo consiguieron y el pequeño comenzó a succionar con total entusiasmo, el rubio se sentó junto a su esposa en la cama y dándole el personal médico espacio a la joven familia, Anthony besó la frente de su pecosa y recostando su mejilla en la cabeza de ella, contempló embelesado la escena más significativa entre un recién nacido y su madre, a su parecer. Candy se veía tan feliz y amorosa con su pequeño, acariciándolo o besándolo continuamente, su cabecita, su pequeña mano, mientras él comía. A pesar de tener sus dudas al principio, por todo lo que le había dicho su tía abuela y su suegra de lo mal que se vería ante sus conocidos, ahora estaba totalmente convencido de que había hecho lo correcto en apoyar a su esposa en ello. Luego de que su pequeño se saciara y fuera puesto a dormir por primera vez en el moisés al lado de su cama - asegurándose Anthony de que Candy dormía ya tranquila, cuidada por la enfermera -, el orgulloso padre primerizo decidió presentar a su hijo a la familia que sabía esperaba todavía noticias suyas abajo, a pesar de la hora. Ya eran casi las cuatro de la mañana.

Cuando Anthony bajó finalmente con el bebé a la sala donde todos esperaban, las expresiones de alegría y emoción no se dejaron de escuchar de parte de todos los presentes que, a pesar de la hora y el sueño, despiertos y ansiosos, esperaban tener noticias de la rubia y de su pequeño bebé, antes del amanecer. Toda la familia Andley estaba allí, como esperaba, pero le sorprendió ver que las amigas de Candy, junto a sus familias, también habían llegado.

La tía abuela fue la primera en aproximarse a él al verlo llegar, y se puso de inmediato a llorar al mostrárselo Anthony y colocárselo él en los brazos, y su suegra, Caroline Britter, acercándose, no menos emocionada que su madrina, comenzó a llorar también, abrazando a su esposo, y luego reía de felicidad al cargarlo ella también, con total orgullo, elogiando lo bello que era y lo tranquilito que se miraba. Su tío William sonreía también, fascinado de conocer finalmente al pequeño. Anthony les explicó a todos entonces que, gracias a Dios, todo había salido bien y Candy también se encontraba bien y que ya dormía tranquila. Los Britter preguntaron si podían subir a verla, sin despertarla, claro, y Anthony, por supuesto accedió. Annie recibió a la bebé, emocionada, rodeada por Patty y sus primos, cuando madrina y ahijada emocionadas, se abrazaron, y con pañuelo en mano, ambas, junto al señor Britter, abandonaron la sala con premura.

Anthony sonrió al verlos marcharse, su suegro estaba ansioso por verla también, y a pesar de hacerse el fuerte, había visto que había derramado una que otra discreta lágrima al conocer a su nieto. Por supuesto, el señor Britter felicitó profusamente a su yerno por su pequeño, agradeciéndole personalmente por todo su apoyo para con su hija, sin comprender que él era el más agradecido en todo esto, por preocuparse ellos tanto por su pecosa.

Stear y Archie felicitaron también emocionados a su primo, estrechando su mano y abrazándolo como los hermanos que eran de él, las felicitaciones de todos fueron recibidas con una gran sonrisa por parte del feliz padre.

"Anthony, ¡no sabes cuándo nos alegramos por ti y por Candy!", le dijo William a Anthony en un momento en que el bebé finalmente había regresado a los brazos de su sobrino, estando emocionado el patriarca por ver al nieto de su querida hermana Rosemary en brazos de Anthony. ¡Cuánto habría dado mi querida Rossy por estar presente aquí hoy para verlo!, pensó con añoranza el rubio mayor.

"Gracias, tío William." Sonrió Anthony cansado pero contento, brillando con orgullo de padre una vez más, su segunda vez para él, en realidad. Aunque la primera tras un parto así.

William Albert lo vio con cariño, "Tu madre y tu padre estarían muy felices por ustedes también hoy", le comentó. "Y se sentirían muy orgullosos de ti, Anthony. Como me siento yo.", le dijo.

"Gracias, tío. Te agradezco. Y sí, pienso que lo estarían. Sobre todo por Matthew", le dijo Anthony con un dejo de añoranza también en su voz, y bajando su vista hacia su hijo en sus brazos - quien sorprendentemente había estado dormido durante toda su presentación a la familia,- el rubio menor se inclinó, y besó la frente de su hijo, sintiendo que le daba ese beso en nombre de sus dos abuelos en el cielo.

Tras todos cargar y conocer al pequeño, Anthony se retiró finalmente con él a la habitación y todos se retiraron a descansar, guiados por el personal de la casa a las habitaciones que se habían preparado nuevamente para ellos. Anthony despidió al doctor Miller casi que aclarando ya el nuevo día, ya que el galeno prefería regresar de una vez a dormir a su casa, llevándolo uno de los choferes - la partera sí había aceptado quedarse hasta la mañana -. Y tras agradecerle Anthony nuevamente a su amigo y médico familiar por sus atenciones para con su esposa e hijo, le vio marchar y luego ingresó a la casa y cruzando el salón de ingreso, despidió a su mayordomo principal también para que descansara aunque fuera por un par de horas, agradeciéndole su apoyo durante esa madrugada asegurándose de que todos estuvieran cómodos durante la larga espera de la noche, pidiéndole que hiciera extensivo su agradecimiento a todo el personal que había trabajado hasta entonces, y solicitando se sirviera el desayuno en la mansión a partir de las 9:00 de la mañana.

Anthony subió entonces las gradas de la escalinata rumbo a su habitación, pensando en que Matthew pronto despertaría a pedir de mamar otra vez. Sería cada dos horas, les había dicho Mallory, la enfermera que, a su petición, se había quedado también para ayudar a su esposa con el bebé y con su cuidado personal durante esos primeros dos días de recuperación. Pensando en ello estaba Anthony, cruzando hacia el pasillo de la casa que dirigía hacia su habitación, mientras consideraba con seriedad el intentar darle uno de los biberones de Hope al pequeño, para permitir que Candy pudiese dormir un poco más antes de tener que cuidar a dos bebés.

"¡DOS BEBÉS!", exclamó de pronto el rubio, deteniendo sus pasos, como golpeado por un rayo. Llevó su mano a su frente, "¡La reunión con George!", exclamó.

Continuará…

¡Gracias por leer! Y disculpen la tardanza, pero se complica el tiempo a veces. ¡Espero les haya gustado el capítulo!

¡Y gracias por comentar queridas Cla1969, Sharick, Anguie, Mayely león y Julie-Andley-00! De corazón, ¡gracias!

¡Seguimos con la duda todavía! (¡Sorry Cla1969 y Julie!, ¡pero como verán, Matthew ya quería conocer a sus papitos! Ji, ji, ji! Ojalá les haya guastado la historia, sin embargo).

Y gracias a cada una de las que comentan, por tomarse un momento para compartir su sentir. - ¡Gracias también, Mayely!, aunque a veces no aparezca o no puedas comentar, igual me das ánimos, amiga. ¡Gracias! -

¡Y mil gracias también querida fabaguirre167 por agregarla a tus favoritos!

¡Les envío un gran abrazo a cada una!

¡Y feliz inicio de semana a todas!

lemh2001

21 de abril de 2024

P.D. Se publicará la continuación el jueves 25 de abril.