Disclaimer: los personajes de SnK no me pertenecen, son propiedad de Hajime Isayama.

Advertencia: Sugerencias sexuales. Lime. AU.

Nota de autor: este one-shot se me ocurrió escuchando "Cubano" de Las pastillas del abuelo, una banda argentina.


La atmósfera estaba cargada de deseo, la habitación olía a alcohol y sexo. Con las rodillas sobre el colchón y las manos sujetas a su espalda, la mujer recibía gustosamente su segundo orgasmo. El humilde limpiabotas esperó unos segundos antes de salir de su interior para voltearla y volver a penetrarla, sujetando sus piernas contra sus hombros.

Observó su rostro, humedecido por sus propias lágrimas, las mejillas rojas y los labios hinchados, era hermosa, tan hermosa que lo había llevado a sacrificar incluso sus propias raciones diarias de comida y a buscar pequeños trabajos para pagar sus servicios.

La primera vez que la había visto saliendo del burdel frente al que se dedicaba a lustrar zapatos, no pudo evitar pensar que no cumplía con el estándar de la mayoría de las trabajadoras. Sus pechos eran diminutos y era demasiado alta, su piel siempre olía a rosas y a un extraño atisbo de tabaco; la había oído maldecir a más de un tipo que se le acercaba en sus minutos de descanso, parloteaba hasta los codos y le faltaba un ojo tras una pelea con un ebrio que atacó a una de sus compañeras.

Sin embargo, pese a que la mayoría de los clientes no la eligieran, había un grupo selecto de hombres que ofrecían grandes cantidades de dinero por pasar una noche con ella.

No era la más cara, pero le costaba la mitad de las monedas que conseguía en dos meses.

La primera noche, había reunido suficientes monedas para una cena con ella y dos horas de servicio, supo que pagaría toda su vida si con eso pudiera disfrutar de sus besos, de su risa escandalosa, de aquellos ojos que irradiaban esperanza. Cada roce de sus cuerpos alimentaba su fascinación, cada vez que decía su nombre, sentía que podría entregar su corazón y alma si solo se lo pidiera.

Había aprendido a amar la parte de ella que muchos podían pagar, pero también había aprendido a amar la única parte que solo él pudo ganar.

Hange deseaba ser libre, viajar y establecerse en algún lugar de París donde pudiera cultivar un pequeño huerto y dedicarse a escribir poesía. Soñaba con tener dos hijos, una niña y un niño, y un esposo que la amara a pesar de su pasado. Anhelaba tener una pequeña cabaña en el bosque y despertar con el canto de las aves y el aroma de las flores, no con el hedor de un ebrio, ni con la asquerosa voz ronca de un hombre desconocido.

Soñaba, porque era lo único que una mujer como ella podía hacer. Y él, cada vez que la veía, fantaseaba con que era aquel esposo amoroso que la acompañaría hasta el final de sus días.

Pero esa noche, con el corazón roto, fantaseó con que ninguno de los sueños de Hange se cumplieran.

La habían comprado, algo así pasaría tarde o temprano. Su nombre era Erwin Smith, un militar viudo que, al principio, solo había pagado para poder conversar con una mujer, solía visitar el burdel cada mes, hasta que las charlas no fueron suficientes y sus visitas se volvieron más frecuentes y exclusivamente carnales.

Pese que sabía que Hange necesitaba el dinero, aunque ella le hubiera rogado a Erwin por tener al menos un último encuentro con él, estaba furioso por no poder pagar el precio de la vida que la mujer deseaba tener.

— Te amo Levi —musitó Hange, deslizando sus piernas para sujetar su cadera y atraerlo a ella, juntó sus frentes mientras sus brazos rodeaban firmemente sus hombros—. Lo siento mucho.

Con el susurro de esas palabras, la habitación se llenó de una tensión palpable. Aún dentro de ella, se quedó inmóvil, su corazón latió con fuerza en su pecho. Aquellas tres palabras resonaron en su cabeza, pero se mezclaron con el pesar de la despedida.

Hange, con lágrimas en los ojos y un rastro de tristeza en su voz, volvió a decir su nombre antes de trazar un camino de besos a través de su mejilla y mandíbula. El nudo en su garganta se hizo más fuerte.

En ese instante, las promesas rotas y los sueños compartidos colisionaron. El deseo de libertad de Hange, su amor correspondido y la sombra amenazante de Erwin se entrelazaron en un momento de desesperación y entrega.

Sintiendo el peso de sus propios sacrificios, se dejó caer junto a Hange, abrazándola con fuerza. Las lágrimas se mezclaron con el sudor en sus rostros, y en ese último abrazo, ambos sabían que algo se estaba rompiendo irremediablemente.

— Te amo, Hange —aquel susurro se desvaneció en la habitación, dejando a ambos sumidos en la triste realidad de un amor que, a pesar de su intensidad, se encontraba atrapado en las complejidades de la vida que los rodeaba.

El amor que sentía por Hange trascendía las barreras impuestas por la sociedad y los estigmas que rodeaban la profesión de ella. Cada gesto, cada sacrificio, era un tributo a la mujer que había llegado a significar más para él que cualquier otra cosa en el mundo. Aunque pudieran pagar por la intimidad de su cuerpo, sabía que el verdadero tesoro residía en el corazón de Hange, un regalo que ella le ofrecía con cada latido. Esa conexión única, forjada en la complicidad de sus encuentros, revelaba la esencia del amor verdadero.

Ningún cliente, por más generoso que fuera, podría comprar la lealtad, la pasión y la devoción que Hange reservaba exclusivamente para él. Así, en medio del dolor y la desesperación, sujetaba en sus manos el regalo más preciado: el corazón de Hange, un tesoro inigualable que ningún oro podría igualar.