Disclaimer: los personajes de Twilight son de Stephenie Meyer. La autora de esta historia es Rochelle Allison. Yo solo traduzco con su permiso.


Disclaimer: This story is not mine, it belongs to Rochelle Allison. I'm just translating with her permission.


Capítulo 22

A pesar que era difícil pensar en algo más que no fuera Edward, logré quedarme dormida rápidamente al lado de Rose. Emmett amablemente había tomado el suelo, diciendo que una noche en la dura superficie cubierta por la alfombra no iba a matarlo. Él se quedó dormido incluso antes que yo.

La mañana siguiente nos recibió con una lluvia glacial; incluso dentro de nuestro cuarto la caída de la temperatura era notorio. Emmett y Rose me incentivaron a que usara el baño para que me bañara y me vistiera primero, y lo hice agradecidamente, apreciando cómo el agua caliente calentaba mi piel y tranquilizaba mis nervios. Me encontraba ansiosa, quería continuar con nuestro viaje.

Habiendo recibido instrucciones explícitas de dejar las cosas así por unos días más, tuve cuidado de no mojar mi brazo izquierdo. E incluso entonces, tendría que pedirle a Rose que me ayudara a cambiar las vendas. La herida era considerablemente más pequeña, especialmente cuando pensaba en la manera que había sido hecha, pero aún así dolía.

—Entonces, ¿tomaremos el tren, no? —le pregunté a Rose mientras esperábamos a Emmett, que estaba haciendo el check out en la recepción.

Ella asintió, tamborileando sus dedos suavemente sobre su vientre.

Perpleja, eché un vistazo alrededor del estacionamiento.

—¿Dónde está tu coche? ¿Creí que condujeron hasta aquí?

—Vinimos en el Land Rover de Edward, pero él quiso que lo vendiéramos.

—¿Venderlo? Él ama esa cosa.

—Necesitamos el dinero. Y, de todos modos, todos sabían que él conducía ese vehículo. Era mejor deshacerse de él —explicó.

—Eso tiene sentido. —Me encogí de hombros, mirando alrededor. Nos encontrábamos en un pequeño pueblo, no tan rural como inicialmente había pensado cuando los chicos me habían dejado en la mitad de la noche—. ¿Dónde estamos?

—Sligo, apenas pasando la frontera —dijo Rose, mirando atrás hacia la posada mientras Emmett salía.

—¡Mierda, hace frío! —chilló, poniendo una cara—. ¡Podría congelar las pelotas!

—¿El tren está lejos de aquí? —pregunté, ignorando su arrebato y tomando mi bolso.

—En verdad, no, y hay una ruta casi directa a Cork —dijo Emmett, subiendo tanto el cierre de su chaqueta que cubría la mitad de su rostro—. La lluvia ha parado, podemos caminar.

—¿No hace mucho frío? —murmuré, colocándome guantes en mis manos mientras comenzábamos a caminar.

Quince minutos más tarde, apareció a la vista un sombrío edificio de ladrillos. Cruzamos la calle, entramos, y compramos rápidamente tres billetes para Cork. El próximo tren salía en veinte minutos, y tendríamos que hacer trasbordo durante el viaje de siete horas y media.

Rose se sentó en un banco cercano, cubriéndose la boca al bostezar.

Me senté a su lado, ansiosa por seguir avanzando.

—¿Tienes hambre?

—Lo tengo, sí —aceptó, abotonando su suéter por completo. Ahora que nos habíamos detenido, la brusca brisa era especialmente violenta. Me acerqué más, acurrucándome contra ella en busca de calor.

—Vayan a esperar adentro. Iré a comprar algunas cosas a la panadería que pasamos —dijo Em, bajando de la plataforma rápidamente. Suponía que todos podríamos haber ido de camino a la estación, pero no habíamos querido arriesgarnos a perdernos el próximo tren. No hubiera valido la pena.

—Cielos, hace frío —me quejé, rebotando mi pierna—. Deberíamos entrar en la estación, es verdad.

—De acuerdo —aceptó Rose, tomando su bolso así podíamos ir adentro.

—¿Crees que Cork sea más cálido? —pregunté, tratando de contener el castañeo de mis dientes.

—No lo sé, parece que sí, ya que está muy al sur pero, después de todo, ya casi es invierno —dijo Rose.

Emmett regresó justo cuando vimos nuestro tren acercarse en la distancia. Nos tendió una taza de té caliente a cada una y puso una bolsa de papel bajo su brazo mientras tomaba su maleta.

—Comeremos en el tren —dijo—. ¿Tienen sus billetes preparados?

Una vez dentro del tren, nos relajamos y comimos nuestro desayuno y bebimos té. Los kilómetros de campo verde y el sutil balanceo me hacían querer quedarme dormida de nuevo; Rose ya lo había hecho. Pero ella estaba embarazada; yo, por el otro lado, no estaba acostumbrada a dormir mucho y me preguntaba si era una consecuencia de mi herida en la cabeza o simplemente toda la reciente agitación.

Mi estómago estaba tenso y duro, pero no de una mala manera, simplemente estaba emocionada de reunirme con Edward. Desde que habíamos comenzado a salir, no habíamos estado separados por más de un fin de semana; habían pasado casi cinco días. El tiempo prácticamente se había detenido mientras me encontraba en el hospital; esos días se habían sentido como los más largos de mi vida.

Tampoco ayudaba que la última vez que había estado con Edward, él había colapsado sobre mí, baleado tres veces.

Emmett soltó una risita.

—Bien podrías descansar, Bella. Estaremos aquí por un tiempo.

—Lo sé. —Suspiré, pensando en los libros que había empacado varios días atrás. Ninguno de ellos me llamaban ahora, pero eran mejor que nada. Por tan encantador que era el paisaje, se estaba volviendo monótono. Largos tramos de verde con varios pueblos, una y otra vez.

A mitad de camino, cambiamos de tren. Se sentía bien estirar mis piernas y caminar por un momento. El tren que nos llevaría a Cork salía en minutos, por lo que teníamos que ir de una plataforma a otra rápidamente. Mientras la segunda mitad de nuestro viaje comenzaba, vi que al parecer pasábamos por más ciudades y pueblos que por el campo ahora.

Completamente despierta, me moví nerviosamente en mi asiento, casi vibrando con anticipación. Abandonando mi libro después de varios intentos por meterme en la historia, decidí mirar por la ventana de nuevo, medio escuchando a mi hermano y su esposa y su suave cotorreo. Extrañaba a Edward y a nuestro cotorreo. Sabía que era bueno cuando estábamos juntos, pero ser obligados a estar separados me dejaba ver simplemente lo bueno que en verdad era.

Tragué el nudo en mi garganta, abruptamente consciente de lo cerca que estuvimos de perderlo todo—al otro, a nuestras vidas. Apenas habíamos podido salir de Belfast a tiempo, e incluso entonces por los pelos. Me entristecía tener miedo del lugar en el que había nacido y me había criado, pero esa era mi realidad ahora. Un día seríamos capaces de volver, pero no creía que fuera demasiado pronto.

Por mucho que había querido irme de casa al final, realmente extrañaba a mis padres. Mamá había estado muy triste cuando me fui y la imagen de ella llorando estaba grabada en mi mente.

—La próxima parada, Bella —dijo Emmett, gentilmente golpeando mi espinilla con su bota.

Miré por la ventana, mi corazón se saltó un latido cuando la Estación Kent de Cork apareció a la vista a través de la densa neblina. Me percaté que me encontraba tan lejos de casa como podía estarlo sin abandonar la isla por completo.

El tren desaceleró gradualmente, deteniéndose por completo al fin. Esta era la parada final, así que había mucha actividad mientras todos se apresuraban a bajar. Echando un vistazo por la ventana, estudié la estación en busca de Edward pero no se encontraba por ninguna parte entre la gran multitud de personas. Emmett jaló de mi manga con impaciencia, llevándome a la cola que avanzaba por el pasillo central.

Si la estación se había visto llena cuando llegamos, ahora que el tren se había vaciado estaba realmente abarrotada. Nos abrimos camino lentamente hacia la pared y nos apoyamos contra ella, esperando.

Lo vi primero; tenía puesta la chaqueta que siempre llevaba. Su cabello había sido cortado un poco, así no era tan largo atrás, y su brazo estaba sostenido contra su cuerpo en un cabestrillo.

—Em —dije, golpeando el brazo de mi hermano. Él sonrió justo cuando Edward miró en nuestra dirección, levantando su brazo en saludo.

Dejando caer mi bolso, me abrí paso entre la multitud, cada célula en mi cuerpo jalándome hacia él. Él sonrió débilmente, mientras medio corría hacia él, sus ojos fijos en los míos. Con cuidado, lo abracé, sin querer lastimarlo... pero necesitando desesperadamente estar tan cerca de él como era posible.

—Hola —dijo, enterrando su rostro en mi cabello. Levantó mi rostro para que se encontrara con el suyo y me besó suave pero profundamente, permitiendo que nuestras lenguas se tocaran antes de separarnos—. No llores —susurró, una pizca de dolor pasando por su rostro.

—Odio estar lejos de ti. —Me sorbí la nariz, derritiéndome por dentro.

Dios, era tan hermoso. Juraba que sus ojos jamás habían estado tan brillantes y verdes o su cabello tan iluminado con rojo y dorado. Jamás quería volver a estar lejos de él. Cerrando los ojos, apoyé mi mejilla contra su pecho, sintiendo la tensión de la última semana abandonarme ahora que él me abrazaba.

Emmett y Rose nos alcanzaron. Em le dio a Edward unas palmadas bruscas pero cariñosas, jalándolo hacia un abrazo. Rose se paró sobre las puntas de sus pies para besar su mejilla, y él me soltó para palmear suavemente su vientre.

—Esto te asienta bien. —Le guiñó el ojo.

Ella golpeó su hombro sano suavemente.

—Pff, gracias. ¿Podemos salir del jodido frío ahora?

No podía dejar de mirarlo. Era como si hubiera regresado de la muerte y, de una manera, lo había hecho. Él era extremadamente afortunado de sobrevivir no solo a una, sino a tres heridas de bala. Tomó mi mano y los cuatro salimos a la calle, donde la neblina estaba siendo reemplazada por una fina llovizna.

—Mi tía vive a unos diez minutos a pie. ¿Creen que pueden con eso? —preguntó Edward, estirándose en busca de mi bolso.

—Está bien —dije, girando así él no podía tomarlo—. ¿Cómo se llama?

—Tía Vera —contestó, logrando arrancarlo de mi agarre. Colgó la correa sobre su hombro y me sonrió de lado, las esquinas de sus ojos arrugándose—. Ella es la tía de mi padre, de hecho.

Le saqué la lengua, permitiendo que tuviera el maldito bolso.

—Y bien, ¿cómo ha estado? —preguntó Em, mirando a ambos lados mientras cruzábamos la calle.

—Está bien. Un poco aburrido, es todo.

—¿Cómo puedes estar aburrido? —Rose resopló—. ¡Cork es casi tan grande como Belfast!

—¿Qué se supone que haga con un brazo todo roto? Solo espera a conocer a la tía Vera. La mujer está demente; difícilmente me deja salir de la casa —se quejó Edward.

—Ella probablemente está preocupada por ti —dije suavemente, acurrucándome más cerca de él.

Él sonrió con remordimiento, haciendo una pequeña mueca.

—Lo está, sí.

—¿Es tu brazo? —pregunté, echándole un vistazo a su cabestrillo y cómo él favorecía a su brazo.

Él asintió.

—Duele casi todo el tiempo, incluso con las píldoras que Pa me dejó.

—¿Cuándo se podrá sacar el cabestrillo?

—Depende. —Se encogió de hombros—. Pa quiere regresar en dos semanas para revisar las heridas. —Me miró, lamiéndose el labio inferior—. Probablemente revise las tuyas también.

—La mía está bien —dije—. Es mi cabeza lo que duele.

Inhaló profundamente, exhalando lentamente mientras miraba al frente.

—Lo siento, Bella.

—Está bien, Edward. Probablemente salvaste mi vida.

Edward no había estado bromeando sobre su tía abuela. Ella era una mujer corpulenta con un rodete firme en su nuca y un bastón, el cual usaba para señalar cosas alrededor de la casa. Aunque ella era demandante, gritona y un poco intimidante, ella también era muy cordial y parecía estar encantada de que hubiéramos venido a quedarnos con ella.

Su marido había muerto diez años atrás y sus hijos se habían mudado décadas antes de eso. Era obvio que ella había estado sintiéndose sola y estaba emocionada de tener invitados, "jóvenes para romper la monotonía" como había dicho. Primero, le mostró a Rose y a Emmett su cuarto, decidiendo ponerlos en la planta baja así Rose no tenía que subir y bajar escaleras en "su estado". El cuarto en el que yo me quedaría se encontraba en el segundo piso. Comenzó a subir los escalones cuidadosamente lento, rechazando las manos de Edward cuando él se ofreció a ayudarla. Por toda la pared al subir la escalera había fotografías familiares. Incluso vi varias de Edward y Alice en varias etapas de sus vidas, y le di un apretón a la mano de Edward para llamar su atención y mostrarle. Él hizo una mueca, sacudiendo la cabeza, y me instó a que avanzara.

—Ahora, amor, mi cuarto solía estar aquí arriba cuando era más joven pero después que Henry falleciera, qué en paz descanse, me moví a un cuarto de abajo. Es mejor para mis piernas —jadeó mientras nos deteníamos en la cima de las escaleras.

—Sí, eso probablemente sea mejor —dije de acuerdo, esperando un momento mientras ella recuperaba el aliento.

—Ahora, Eddie está aquí, y tú allí, al final del pasillo —dijo. Edward me miró por encima de la cabeza de ella, poniendo los ojos en blanco al mismo tiempo que caminábamos hacia la última puerta a la derecha.

Caminando alrededor de la anciana, abrí la puerta de un pequeño pero inmaculado cuarto. La ventana frente a la cama daba al vecindario, recordándome vagamente a mi cuarto en casa. Mi estómago dolía al pensar en mis padres; los extrañaba tanto. Tendría que llamarlos tan pronto como pudiera, para hacerles saber que habíamos llegado sanos y a salvo.

—Es genial, Sra. Masen, gracias...

—Tía Vera, amor, todos los niños me llaman tía Vera —instruyó.

—De acuerdo, gracias —dije, entrando al cuarto. Edward me siguió detrás, colocando mi bolso en el suelo junto a la cama.

Tía Vera nos apuntó con su bastón, mirándonos por encima de sus anteojos.

—Bien, a menos que Eddie decida ser responsable y te proponga casamiento apropiadamente, quiero que se mantengan lejos del cuarto del otro —dijo bruscamente.

Mis mejillas enrojecieron y agaché la cabeza, mortificada por su comentario.

—Oh, definitivamente...

—Carajo —masculló Edward, sacudiendo la cabeza.

—La boca —reprendió ella, pinchándolo con su bastón.

—Muchas gracias, tía Vera —dije de nuevo, abrumada por su generosidad. Jamás la había conocido y ella había abierto su casa para mí, incluso si parecía decidida a mantener a su sobrino y a mí castos. No podía culparla, en serio, así era cómo debían ser las cosas.

No podía evitarlo si Edward me hacía desear hacer cosas inapropiadas.

—Todo un encanto —arrulló, su mirada suavizándose—. Vengan a tomar té.

Después de beber té y comer sándwiches, Em y Rose salieron a caminar y la tía Vera se retiró a su cuarto para la siesta de la tarde. Edward dijo que ella frecuentemente hacía eso, levantándose una hora más tarde para comenzar a preparar la cena.

—Juro que su vida gira alrededor de la comida. —Rio él, torciendo un mechón de mi cabello alrededor de su dedo—. O está preparándose para cocinar, o cocinando, o limpiando, o planeando la siguiente comida.

—Al menos estás bien alimentado —dije, rodeando su cintura con mis brazos.

—Mmm. —Deslizó su nariz a lo largo de mi frente y bajó a mi mejilla, besándome allí—. Estoy contento de que estés aquí.

—Yo también —susurré, el nudo en mi garganta regresó—. Tenía tanto miedo ese día...

Él cerró los ojos, sacudiendo la cabeza lentamente.

—Estuvo tan cerca.

Permanecimos allí en silencio, pensando en lo que podría haber sido, en lo que podría haber pasado. Por mucho que le hubiera dado vueltas en mi mente, el solo hecho de estar aquí con Edward traía todo de vuelta.

—Edward.

Sus ojos se abrieron y me miró, haciendo que mi corazón se saltara varios latidos.

—Quiero estar contigo.

Él asintió.

—Lo estás, Bella. No te dejaré atrás...

Negué con la cabeza impacientemente, acercándome aún más a él hasta que se encontraba contra la pared de la cocina.

—No. Quiero estar contigo ahora.

Sus ojos se oscurecieron y me jaló hacia él, ya duro.

—Yo también, Bella.

Mis manos se deslizaron por su cuello, enredándose en su cabello, y me estiré tanto como podía mientras que él se inclinó para poder besarnos apropiadamente. No habíamos tenido un momento tranquilo, a solas, en todo el día, y necesitaba tocarlo, saborearlo. Lamí su labio y él sonrió, abriendo la boca y permitiendo iniciar el beso. Con el corazón martilleando, exploré su boca con mi lengua de la manera en que él hacía conmigo. Después de un segundo, respondió, devolviéndome el beso con la misma intensidad, robándose mi aliento. Podía sentir su corazón acelerado tanto como el mío a través de nuestras ropas, y eso me hizo querer deshacerme de las prendas así podíamos estar piel contra piel.

—El descaro que tienes al tocar a la chica así —la voz de la tía Vera reprendiendo era el equivalente a un cubo de agua helada siendo vertida sobre Edward y yo.

Me aparté, demasiado avergonzada para siquiera mirarla. Sin importar que era yo la que lo sujetaba a él a la pared...

Jesús, María y José, ¿la vieja tenía un radar para el contacto inapropiado?

—De acuerdo, creo que deberíamos ir a misa entonces. —Suspiró.

—Iremos el sábado, como siempre —dijo Edward severamente, manteniendo su brazo a mi alrededor incluso mientras intentaba zafarme.

—Niño atrevido, tal como tu padre —lamentó ella.

—Saldré con Bella —dijo él, apartándose de la pared—. Para echar un vistazo al río Lee.

—¿Bajo la lluvia? —Tía Vera frunció el ceño.

—Sí, bajo la lluvia. Tomaré el paraguas —dijo, apresurándome para que saliera de la cocina—. ¿Necesitas que traiga algo de las tiendas?

—No, amor... bueno, quizás otro Tullamore Dew —gritó ella detrás nuestro.

—De acuerdo, estaremos en casa antes de la cena —dijo él, cerrando la puerta.

—¿De qué iba todo eso? —Reí, temblando. Edward abrió el paraguas mientras caminábamos rápidamente por el sendero, dándomelo a mí así él podía rodearme con su brazo.

—Solo necesitaba salir de la casa. La tía Vera es una buena mujer, pero mierda, estará vigilando cada movimiento que hagamos —dijo.

—Ella es dulce —dije, encogiéndome de hombros. Pero él tenía razón; si Vera había estado preocupada antes, ahora iba a estar realmente encima de nosotros.

—Bueno, no diría dulce, pero tiene un gran corazón —concedió él.

—Parece que tu reputación te ha precedido de nuevo —comenté, soltando unas risitas.

—Hace un momento me estabas atacando —replicó—. Aunque Vera fingió que era lo contrario.

—Es verdad —dije—. Bueno, ¿el río está lejos?

—No vamos a ir al jodido río.

La comprensión me envolvió.

—Eres malo, ¿lo sabes?

—No lo soy —dijo—. Simplemente estoy terminando lo que comenzamos allí atrás. No puedes frotarte contra mí y no esperar a que responda. Hay un hotel de camino allí...

—Oh, eso es encantador. Me veré como una verdadera zorra al seguirte allí para un rapidito a la hora del almuerzo —dije, horrorizada con la idea. No conocía a nadie en Cork, pero aún así.

Se encogió de hombros, obviamente para nada preocupado.

Por supuesto que no; es un hombre. Tú eres la que parecerá una zorra...

—Esto es como la vez que intentamos ir a la guarida —bromeé, codeando a Edward.

—Sí, excepto que no habrá ningún idiota irrumpiendo. —Resopló—. Ya estamos aquí.

Nos encontrábamos afuera de un pequeño hostal, justo en el medio de la ciudad.

—Estamos de vuelta junto a la estación de tren —noté, mirando hacia la calle y divisando a la estación Kent.

—Así es, sí, vi este lugar cuando vine a buscarlos temprano —dijo, sacando su billetera de su bolsillo trasero.

Afortunadamente, no tuvimos problemas al registrarnos; la chica aburrida detrás del mostrador parecía lo suficiente desinteresada y cortés mientras nos daba nuestra llave y regresaba a su revista. Edward reservó el cuarto por una noche, asumiendo que podríamos volver más tarde. Tenía mis dudas sobre eso; Vera parecía tener un oído excelente y podía imaginar la conversación que surgiría cuando intentáramos explicar adónde íbamos tan tarde.

—Tendrás que mostrarme el río antes de que regresemos así puedo ser honesta al respecto —le advertí a Edward, esperando a que abriera la puerta.

—No está muy lejos, iremos.

—Y no podemos olvidar el Tullamore Dew —añadí, quitándome el abrigo y dejándolo en una silla.

—Es lo último que ella necesita...

—Bueno, le preguntaste si ella necesitaba algo.

Se quitó las zapatillas.

—Ella bebe eso como si fuera agua.

—¿Sí? —pregunté, sacándome también los zapatos—. ¿Y qué hay de ti? ¿Has estado bebiendo Tullamore Dew?

Se acercó a mí, sonriéndome.

—¿Me estás provocando ahora?

Me encogí de hombros, besándolo en vez de contestar. Sujetando mi rostro en su palma, me devolvió el beso.

—Iré a tomar una ducha —dije después de un momento, queriendo quitarme la suciedad del viaje de mi cuerpo. Me bañé rápidamente, asegurándome de no mojar mi cabello ya que no habría suficiente tiempo para secarlo antes de regresar a casa.

Edward se encontraba bajo las mantas cuando salí, sentado contra el cabecero. Me solté el cabello y dejé caer la toalla que había envuelto alrededor de mí misma, yendo hacia él rápidamente. Él levantó el edredón así podía meterme debajo con él y me senté a su lado, desabotonando su camisa apresuradamente así podíamos quitársela. Era incómodo debido al cabestrillo, pero lo logramos.

—Tendrás que estar arriba —murmuró, besando mi cuello mientras me sentaba a horcajadas en su regazo.

—Lo sé —susurré, no sorprendida de descubrir que él ya estaba desnudo de la cintura para abajo. Jamás habíamos hecho el amor de esa manera, pero con su brazo tan lastimado como lo estaba, no había mucha opción.

—¿Cuándo te volviste tan...? —Su voz se fue apagando cuando lamí un camino por su cuello, usando las mismas armas que él siempre usaba para excitarme.

—Tú me convertiste en esto —dije, moviéndome cuando él me tocó con sus dedos. Instintivamente me moví contra él, ansiando fricción y sensaciones.

Llevé mi rostro de vuelta al suyo, besando su boca firmemente, deslizando mi lengua dentro. Él estaba excitándome con lo que estaba haciendo y sentía mi cuerpo reaccionar rápidamente, incluso más de lo usual. Sentía que ni siquiera era la misma chica ya; estaba desesperada por él, por su corazón, su cuerpo, todo de él. Era como si no pudiera tener suficiente; quería consumirlo, y que él me consumiera.

—No tengo nada conmigo —dijo cuando comencé a correrme contra sus dedos.

—No me importa —jadeé. Mi cuerpo se contrajo y entonces temblé contra él, mi respiración pesada e irregular. Estiré una mano entre nuestros cuerpos y me levanté así podía guiarlo dentro de mí.

Él gimió cuando estaba dentro, sujetándome con un brazo y jalando mis caderas hacia él. Cualquier vergüenza que sentía por estar arriba se esfumó y me perdí en la sensación de amarlo, por dentro y por fuera. Él se encontraba tan profundo de esta forma que casi dolía, pero era bueno. Una y otra vez, moví mis caderas contra él, nuestros cuerpos cada vez más calientes y más húmedos.

Lo mejor sobre hacer esto así, pensé, era lo cerca que estábamos. Pasé mis brazos alrededor de sus hombros y estiré mis piernas así no estaba arrodillada, y las envolví a su alrededor por completo.

—Bella —gruñó, y sabía que estaba a punto de venirse. Me incliné para besarlo, y él se estremeció contra mí.

Se desplomó contra el cabecero de nuevo, llevándome con él, y nos acostamos juntos mientras nuestros latidos gradualmente regresaban a la normalidad. Cerrando los ojos, me sentí en paz, satisfecha. No importaba qué más pasara, si estábamos juntos podía lidiar con ello. La parte racional dentro de mí reconocía lo idealista que esto sonaba, pero simplemente no me importaba. No esperaba que la vida fuera fácil, no lo había sido últimamente, solo esperaba que valiera la pena.

Él deslizó la punta de sus dedos por mi espalda arriba y abajo, enredando mi cabello alrededor de su mano.

—Te amo —dijo, deteniendo sus movimientos de repente.

—Te amo. —Sonreí, besando su pecho.

Después de un momento, se estiró hacia el otro lado de la cama donde había dejado sus jeans. Tanteó dentro del bolsillo, buscando algo. Con cuidado, me senté, sintiéndolo salirse de mí.

—Necesitamos una toalla —dije, un poco avergonzada.

—Espera —dijo, tomando mi brazo antes que pudiera bajarme por completo de él. Sostuvo mi mano y quitó su anillo de mi dedo, manteniendo sus ojos fijos en los míos.

Una sensación extraña y nerviosa me recorrió mientras lo miraba a los ojos. Él no colocó un anillo nuevo dónde había estado el suyo, sino que deslizó uno en mi mano izquierda, un delicado y pequeño Claddagh con un diminuto diamante en el centro.

Me dejé caer sobre él, comenzando a llorar. Imaginar esto y que realmente sucediera eran dos cosas diferentes. Aunque sabía cuál era mi respuesta, no estaba preparada para ella.

—Ha estado en mi familia por un largo tiempo y cuando le conté a mi tía Vera sobre tí... lo sacó y me lo dio —explicó, pasando sus dedos por mi cabello de nuevo—. Es por eso que ella ha estado haciendo comentarios.

—En cierta manera, esto sucedió rápido... pero de nuevo, te he conocido desde siempre. Me amas como nadie más puede hacerlo, y te amo como nadie más —continuó, casi susurrando—. Podemos cambiar el tamaño así entra.

Me moví así podía ver su rostro, y él secó mis tontas lágrimas.

—Haría lo que fuera por ti —dije, levantándome para plantar pequeños besos por todo su rostro—. Quiero casarme contigo. —Decirlo se sentía como una fantasía, pero el anillo en mi dedo era real.


Tullamore Dew: un whisky de malta irlandés.