Abraza la manada
20
Separados
Tercera parte
Los días que duró el viaje, Héctor los dedicó a hablar de su padre y la mano de hierro con la que manejaba la manada. Sus múltiples negocios lo hacían un ser implacable y brillante al que Héctor realmente admiraba.
—Tú te convertirás en el líder la manada cuando detengamos a Aquiles —puntualizó Lucille una tarde en la que Héctor hablaba de cómo su padre administraba sus tierras.
—Nunca me vi como un líder —reconoció Héctor—, pero si es mi destino… —Se encogió de hombros.
—No falta mucho para llegar al refugio —dijo Anthony señalando el camino a Ian, que cumplía con su turno de piloto.
De día avanzaban los cuatro en el automóvil y, de noche, Ian o Lucille se turnaban para avanzar en el camino transformados, guiando el vehículo y prestando atención a cualquier peligro.
—Medio kilómetro a la derecha —señaló Héctor —. Entraremos a Idaho y ahí no tenemos aliados.
—Nosotros sí —contestó Anthony y miró a Héctor por el retrovisor, quien no ocultó su cara de asombro.
Empezaba a oscurecer cuando el grupo entró a Idaho e Ian condujo sin necesidad de revisar el mapa o de seguir las instrucciones de Anthony, pues entraban a la manada de donde era su compañera y él conocía a la perfección el camino.
Héctor miraba por la ventanilla del auto y cada tanto volteaba hacia atrás.
—¿Qué te inquieta? —preguntó Lucille, quien iba a su lado y no perdía detalle de los movimientos del cambiante.
—Nada, solo que no conozco bien este terreno. No somos amigos de la manada de aquí.
—No me sorprende —vinculó Ian a Anthony y este asintió conteniendo una sonrisa que cubrió con su boca.
Llegaron a la vivienda más aislada de un vecindario de clase baja y se estacionaron. Anthony bajó primero del vehículo y les ordenó entrar a la casa que debía estar abierta.
—Buscaré un teléfono y traeré comida —dijo a sus lobos cuando bajaban del automóvil.
Ian y Lucille asintieron y flanquearon a Héctor para entrar a la oscura construcción.
Anthony miró a su alrededor y empezó a caminar hacia una avenida donde, a los pocos minutos fue interceptado por una alta figura.
—Bienvenido, jefe.
—Buenas noches, Derek —saludó Anthony y el cambiante empezó a seguirle el paso —. ¿Qué sabemos hasta ahora?
—Encontré a la cambiante.
Anthony se detuvo un segundo y, tras mirarlo a la cara, reanudó la marcha después de hacerle un gesto para que siguiera hablando.
—La correspondencia que llegaba a Colorado era descifrada ahí y reenviada a Oregon a través de Nevada.
La avenida estaba desierta y ambos podían caminar y hablar con tranquilidad. Si un humano se hubiera asomado por su ventana habría visto a un par de hombres normales caminando juntos tras volver del trabajo.
—¡Descifrada!
—Sí, las cartas iban dirigidas supuestamente a la abuela de la mujer, pero no eran más que mensajes cifrados informando los avances de la manipulación del chico Cartwright y… jefe, el robo de ganado también era cosa de ella… de ellos, porque la mujer no era la única cambiante extraña que estuvo en nuestro territorio todo este tiempo.
—¿Hay más?
—Al menos cuatro, por lo que descubrí en la correspondencia. Utilizaron ese neutralizador de olores para ocultar su presencia y este les era enviado desde también desde Nevada.
—¿Y dices que el destino final de la correspondencia era Oregón?
—Sí, jefe.
—Justo a dónde nos dirigimos.
—Eso dijo Lucille, pero por qué.
—Es una historia confusa y larga. Ayúdame a conseguir un teléfono y te explicaré todo.
—Por aquí hay un restaurante que está casi vacío a estas horas.
Derek señaló el camino y Anthony lo siguió mientras le contaba de la visita de los hermanos de Oregón, su pelea, la mentira sobre su madre y el arranque de ira de Aquiles.
—Jefe, el tal Aquiles es un personaje de cuidado —aseguró Derek—. Su fama ha llegado hasta aquí y su hermano no se queda atrás. Son hijos de uno de los jefes más poderosos de este lado del país y se creen intocables. Son violentos, jugadores y tramposos.
—¿Qué sabes en concreto?
—Aquiles es el mayor, dicen que perdió el olfato en una orgía hace varios años y que siempre le ha gustado experimentar con sustancias tóxicas para humanos y cambiantes. Frecuenta una casa de juegos que hay entre Oregon, Nevada y Idaho, una especie de tierra neutral. Ahí he averiguado lo de la cambiante y he oído que si sus juergas no terminan en pelea, acaban con grandes deudas, pero como siempre paga, lo vuelven a aceptar.
—Así que en una orgía…
Anthony apretó los puños, molesto por haber sido engañado como un estúpido en varios aspectos por Aquiles.
Llegaron al restaurante y Derek, que ya conocía a la mesera del lugar, le pidió usar el teléfono. Anthony intentó comunicarse a la casa de Harmony, pero la operadora le dijo que la comunicación llevaba varios días interrumpida en esa zona por un accidente con los postes y que no sabían cuándo se restablecería.
Anthony devolvió el teléfono y pidió tres comidas para llevar. Mientras esperaba, ordenó el platillo que fuera más fácil de preparar para que él y Derek comieran.
—¿Y sobre Héctor qué sabes?
—Es la sombra de su hermano. Si el mayor inicia una pelea, éste la termina. Es un gran guerrero y nadie se mete con él. Perdió a su compañera hace unos años, pero tiene fama de mujeriego, aunque muchas otras lobas le temen por su violencia con ellas. En realidad, a ambos, por lo que oí. Es raro verlos separados, así que es más raro que ahora tengan un desacuerdo.
—Sí… muy raro.
Anthony meditó por varios minutos el embrollo en que había caído y después de poner un poco de orden a sus ideas dijo:
—Escúchame, Héctor no sabe que tú estás aquí y prefiero que así siga. Esto cada vez luce peor. Ya caí demasiado en su trampa y ahora quiero saber qué buscan con un plan tan elaborado, así que no retrocederé, pero iremos con más cuidado. Esto es lo que haremos…
Derek escuchó con atención durante los siguientes minutos y memorizó las palabras de su jefe. Tenían la ventaja de estar en un territorio aliado, pero el plan todavía sonaba arriesgado; aun así, prometió cumplir con las órdenes de Anthony.
El jefe usó de nuevo el teléfono y tras unos minutos en la línea pagó el servicio y salió de vuelta a la casa donde lo esperaban Lucille, Ian y Héctor. Los tres cenaron con verdadera hambre y después Anthony les ordenó dormir. Él haría la primera guardia en compañía de Héctor con quien quería charlar un poco, según dijo.
—¿Fumas? —preguntó Anthony ofreciendo a Héctor una pequeña caja de tabaco que había conseguido en el camino de vuelta.
—Gracias —asintió Héctor y empezó a formar su cigarro.
Fumaron en silencio varios minutos, hasta que Anthony empezó a hablar.
—Los cambiantes que los torturaron de jóvenes, ¿los cazaron?
—Mi padre lo hizo y pagaron su crimen —contestó Héctor soltando una bocanada de humo.
—¿Por qué lo hicieron? ¿Les dijeron?
Héctor se encogió de hombros.
—La ley del más fuerte, tal vez.
—O tenían una deuda pendiente con tu padre y se vengaron con ustedes.
—No, él nos lo hubiera dicho. No éramos unos niños y podíamos entender.
—Tú no te ves tan afectado por la tortura como tu hermano.
Héctor miró fijamente a Anthony y después desvió la vista por toda la estancia que era bastante simple.
—A él lo torturaron más y… la verdad no me gusta hablar del tema.
—Entiendo, no es agradable saberte la presa de alguien.
—Precisamente.
*C & A*
Ian hizo la última guardia de esa noche, por lo que fue el primero en empezar el movimiento en la casa en que se habían hospedado. Consiguió comida en el mismo restaurante que Anthony había visitado con Derek y volvió lo más pronto posible con los demás.
—¿Todo en orden? —preguntó Anthony en cuanto lo vio cruzar la puerta.
Ian asintió y dejó la comida en la mesa del comedor. Los cuatro empezaron a comer en silencio y con prisa. Estaban a pocos kilómetros de llegar a Oregon, y Héctor se veía más inquieto que antes.
—Llegaremos, deja de hacer eso —lo reprendió Lucille cuando su movimiento de piernas empezó a hacer ruido debajo de la mesa.
Héctor se detuvo de inmediato.
—Jefe —dijo Ian—, es territorio aliado, pero no está de más ir a presentar nuestros respetos al jefe Winston. Creo que tenemos tiempo de hacer una rápida visita.
Anthony dejó de comer y meditó la propuesta.
—Tienes razón.
—¡Es una pérdida de tiempo! —exclamó Héctor.
Lucille le puso una mano en el cuello ni bien terminó de hablar y él levantó las manos en señal de paz.
Anthony ni siquiera se inmutó con el arranque y dio instrucciones a Ian para que él visitara al jefe Winston y le avisara que solo estaban de paso por el territorio. Mientras tanto, él y los demás seguirían el camino e Ian tendría que alcanzarlos en la frontera entre ambos estados.
La caravana salió de la casa y solo tres de ellos abordaron el automóvil. Ian se movería por sus propios medios.
Un automóvil empezó a seguir el paso de Ian cuando atravesaba una gran avenida.
—¿Te llevo? —preguntó Derek desde el interior.
—¿Cuándo te compraste un coche?
—En realidad, lo gané —contestó Derek mientras Ian rodeaba el vehículo y subía del lado del copiloto—. A la mujer del restaurante le gusta que la lleve y traiga en auto.
—No me digas que tuviste que atravesar el país para hallar a tu compañera.
—No lo es, pero me agrada.
Derek condujo hasta la casa del jefe Winston, mientras Ian lo ponía al tanto de todo lo que había pasado en casa. Sobra decir que el primero se preocupó por la salud de Aaron y se lamentó no haber estado ahí para ayudar.
—Sigamos las órdenes del jefe —dijo Ian cuando se detuvieron frente a una enorme e imponente casa lo bastante alejada de la sociedad.
*C & A*
La noche había caído cuando Anthony, Lucille y Héctor llegaron hasta Oregon y traspasaron el territorio del jefe Rodrick. Ian se había quedado en Idaho después de pedirle permiso a Anthony para hacerlo.
—Jefe, es el padre de Astrid —dijo por la tarde cuando se reunió con él—. No creen que pase la noche y…
—Es parte de tu familia, debes estar a su lado —aceptó Anthony—, por Astrid.
—Por Astrid —repitió Ian con el rostro contraído—. Cuídate, jefe.
Héctor tomó la guía de la patrulla reducida a dos. Habló de forma somera de los caminos que permitían el acceso a la manada y la extensión del territorio.
—Antes de entrar, ¿hay alguien a quien puedas vincular para saber si tu hermano ya está aquí? —preguntó Anthony cuando una enorme construcción, bastante fortificada, se presentó ante sus ojos.
El momento había llegado.
—Sí, dame un minuto.
Héctor se apartó unos metros de ellos para concentrarse y enlazó mentalmente a algún miembro de su manada.
—¿Lista? —preguntó Anthony a Lucille.
—No me agrada la idea de dejarte solo allá adentro.
—No nos atraparán a los dos.
—Anthony, estás yendo directo a la trampa.
—Lo sé, pero las respuestas que necesitamos están ahí adentro y no me iré sin ellas.
—Juro que si no sales de esa casa mañana a las once, destruiremos todo el lugar.
—Mi hermano no ha vuelto —dijo Héctor—, pero mi padre está impaciente por nuestra tardanza; así que, será mejor que entremos.
—Me quedaré a vigilar el perímetro —dijo Lucille.
—¿Qué?, ¡No! —exclamó Héctor—, no hay necesidad. Nuestras patrullas vigilarán el perímetro.
—Si tu hermano aparece, seré el último en saberlo —terció Anthony—, pero si Lucille se queda, me avisará al mismo tiempo y actuaremos.
Héctor torció el gesto de mala gana, lo que no pasó desapercibido para Anthony ni Lucille, pero no dijeron nada y esperaron a que decidiera.
—Bien. Si necesitas algo, el puesto de vigía más cercano está en esa dirección —dijo señalando el lado oeste de la construcción—. Te dejarán entrar cuando quieras.
—Gracias.
—Vamos —dijo Anthony empezando a caminar hacia la puerta principal de la mansión del jefe Rodrick.
Puertas de hierro altas y pesadas se abrieron de par en par para que entraran Anthony y Héctor. Fueron recibidos por un par de vigías que, tras estrechar la mano del hijo del jefe, saludaron a Anthony con respeto.
—Mi padre está en su oficina —dijo Héctor mientras atravesaban un amplio jardín que no tenía nada que envidiar a los palacios europeos.
La casa era ostentosa, el lujo se observaba en las alfombras, mobiliario, arte y decoración. Se notaba que era la guarida de una manada antigua, con tradición y una larga historia.
Era ya tarde y, a diferencia del hogar de Anthony, la planta baja estaba desierta y parecía ser el estado natural del lugar porque Héctor caminó por los pasillos con tranquilidad, sin buscar a nadie. Lo guio por el camino que conducía a la oficina de su padre.
—Creo que estamos a tiempo —dijo cuando se detuvieron ante una puerta cerrada.
Anthony se enderezó, relajó los hombros y, tras un asentimiento de cabeza, Héctor abrió la puerta.
*C & A*
Gracias por leer:
Cla1969: ¡Hola! Tienes razón en tus suposiciones y tus dudas no son infundadas, sólo espero que confíes en la historia y sigas leyendo. Las cosas se pondrán un poco bruscas, lo admito, así que espero que sigas leyendo. Muchas gracias por tu tiempo y por tus comentarios. Espero que estés bien y te mando un abrazo.
GeoMtzR: ¡Hola! Fíjate que el enlace mental tiene datos limitados y eso es un problema... supongo. Me alegra haber aclarado tus dudas y sí, mi pobre Gabriel siempre siendo el maestro en temas de cambiantes y resolviendo dudas incómodas ja, ja. Candy está frustrada con la interrupción, y ¡cómo no! creo que si pudiera, ella solita mataba a lo hermanos por haber roto su noche. ¿Quieres una boda humana? pues mira, si salimos vivos de esta tal vez podamos apartar el salón y pedir cita en el registro civil, pero no prometo nada. No te diré que no te preocupes por Anthony porque no hay forma, sólo espero que sigas interesada en esta historia. Gracias por tus comentarios y cuídate mucho!
Marina777: Hola y bienvenida. Gracias por tomarte el tiempo de comentar, espero que te siga gustando. ¡Un abrazo!
Saludos
Luna
