24

Suite Chello

Eran las 0.38 de la madrugada cuando entro en el apartamento de Helen, le resultó curioso que ella estuviese escuchando Bach, precisamente el preludio de la Suite Chello.

Intentó no hacer ruido para no sacarla de su ensoñación, desde el recibo podía ver como movía una copa de vino al ritmo de la melodía del chelo, atravesó la sala hasta llegar al pasillo que daba a las habitaciones y entonces la música se detuvo y las luces se encendieron.

— Dios pensé que eras un ladrón — habló una voz que no era preciosamente de Helen.

— Phillip, lo siento no sabía que estaban… — ¿En que estaban? —. No quiero interrumpir —ella había comenzado a caminar a la puerta.

¿Por qué estaba molesta?

—Oh no, Helen está durmiendo — lo escuchó negar con exceso de fervor —. Pensamos que no vendrías a dormir y como estoy un poco, alegre, decidimos que me quedaría a dormir.

— Oh — ¿por qué se sentía aliviada?

— No te preocupes puedo dormir en la sala, si no te molesta me gustaría terminar la Suite.

El Allermande había comenzado a sonar.

—Es un desperdicio no terminarla — agregó.

—Por supuesto — dijo ella.

— ¿Te gustaría acompañarme?

La invitación la tomó por sorpresa.

— Yo… No lo sé, no creo que sea buena compañía.

Pero él ya le había servido una copa con vino.

Rin no quiso ser descortés y cogió la copa, arrojó unos cojines al piso, haciéndose un nido se sentó en medio, frente al reproductor.

— El sabor, me gusta — no se había referido solo al sabor del vino, le gustaba estar sentada disfrutando de la música sin sentir remordimiento, dolor, anhelo. Simplemente sentía como Bach llenaba su alma con paz.

— Lo traje desde Francia — mencionó orgulloso.

Bach continuaba sonando al fondo, Rin cerró los ojos mientras saboreaba el vino. De alguna forma comparó lo diferente que se sentía en ese momento y como se sentía hace unas horas en el Ritz. The Tempest, la tempestad de sentimientos que tenía cada vez que veía a Sesshomaru versus la paz que estaba teniendo en ese momento, tumbada en el suelo con una copa de vino.

— Me gusta como Bach hace de una melodía simple algo maravilloso — mencionó Phillip.

Hacer de algo sencillo una cosa maravillosa, repitió Rin en su mente.

—Algo como este momento — dijo ella, arrepintiéndose de inmediato. No quería que Phillip pensara algo que no era.

Pero lo cierto es que hacía mucho tiempo que no se relajaba. Y no es como si su vida no se estuviera desmoronando. Simplemente ahora no le importaba.

— Me sentiría feliz si dices que te este momento te hace sentir cómoda — declaró él.

Cómoda, ¿era esa la palabra?

— Lo estoy — lo admitió porque no vio necesidad de negarlo. Estaba cómoda tal y como estaba.

Pasaron varios minutos en silencio, hasta que la suite terminó y Rin se sintió pesarosa de tener que levantarse. Entonces Phillip se sentó a su lado.

—La última vez que escuche la suite fue con mis padres, ellos murieron unas semanas después.

—Lo siento mucho— lamentó realmente.

— Venir a Londres ha avivado muchos de sus recuerdos — Rin lo escuchaba atenta —. Lo que quiero decir es; gracias por acompañarme en este momento.

— Mis motivos fueron meramente egoístas. También necesitaba escucharla.

— Entonces estamos a mano.

¿Lo estaban?

No. nunca lo estuvieron.

— ¿Otra ronda? — ella preguntó, no quería que el momento de comodidad terminara.

Phillip sonrió y entonces ellos hablaron, de sus vidas, de su pasado. Rin conoció que él había pasado su infancia en norte américa, que sus padres habían muerto cuando el solo tenía 19 años. Que había estudiado para ser profesor y que amaba el arte como a nada más. Conoció también que había una mascota esperándolo en casa, una Golden retriever de 4 años que era su mejor amiga. Supo también que de niño tuvo un loro llamado Pirata y un conejo llamado Brinquitos. Por su parte, Phillip conoció que Rin había tomado clases de chelo a los 12 años, que había estudiado arte, aparte de negocios, que le gustaban las rosas azules y que se había mudado sola al cumplir la mayoría de edad. Había descubierto que no se la había llevado bien con su padre en su juventud y que Juliette nunca la había querido como a una hija. También le había contado como había conocido a Kikyo y como había terminado trabajando en el museo. Hablaron de sus viajes y de los lugares que querían conocer, Phillip le contó sobre sus metas y ella le contó cuanto deseaba encontrar un lugar para ella.

Así continuaron pasando las horas.

Cuando Helen se despertó se encontró a su amiga dormida en el suelo sobre los cojines de su sofá.

Phillip la observó. Apesadumbrado. Estaba sentado en el sofá sin cojines observando a su amiga dormir.

— ¿Estoy perdido? — Le preguntó él.

Helen deseaba decirle que no.

— Solo si me dices que te has enamorado de ella.

Phillip sonrió con pesar.

La había amado tanto.

Rin se despertó con un dolor de cabeza terrible. ¿Dónde estaba? ¿Por qué la cama estaba tan dura?

Eso no era una cama.

Abrió los ojos para encontrarse en la sala de Helen, en seguida los recuerdos de ella con Phillip llegaron a su mente. Lo buscó con la mirada.

—No está.

Helen estaba en la cocina.

— ¿Qué hora es?

— Pasadas las once. Voy a hacer una sesión para Vogue, el lugar es todo tuyo.

— Rayos, yo tenía una cita con mi abogado a las 10.

— Con respecto a eso —Helen vaciló —. ¿Aun tienes intenciones de divorciarte?

¿Divorcio? Se había olvidado de eso. Había pensado en el abogado para la redacción del poder que lo autorizaría a vender sus propiedades. Por primera vez en 17 años no había pensado en él al despertarse.

Helen la escrutó con la mirada.

— Si — se apresuró a decir —. Aun lo planeo.

Helen no respondió enseguida, Rin se sintió examinada bajo un escáner.

— Entonces debes ver las fotos que me dio el investigador, tienes tu prueba de adulterio.

— Perfecto — Rin no quiso decirle que, de hecho, ya ella la había visto.

Helen terminó su desayuno y salió.

Rin con un suspiro saco su móvil de su bolso. Era hora de enfrentar a Juliette.

Por supuesto Juliette la recibió con gritos y reclamos.

— Nada de lo que digas va a cambiar las cosas — ella centró su vista en su padre que acababa de entrar.

— Juliette cálmate — él uso el tono demandante y autoritario con el que hablaba a quienes estaban bajo su jerarquía —. Tu hijo ha arruinado todas las posibilidades de salvar nuestra familia.

—No, fue ella — chillo la mujer.

Rin trato de que no doliera la forma en la que le hablaba.

— Alexander me secuestro en mi propia casa y se le ocurrió la maravillosa idea de extorsionar a Sesshomaru en el camino. Vaya estupidez, meterse con el hombre más orgulloso del planeta. Era obvio que lo iba a hacer añicos.

— Él solo quería recuperar nuestro dinero.

— ¿Es eso lo único que te importa, madre?

Juliette miró hacia otro lado. Rin vio como Robert suplicaba un no con su cabeza.

— Quiero que te vayas, no quiero tener que volver a verte en mi vida.

—Eso es precisamente lo que quiero Juliette —no iba a volver a llamarla madre, nunca más—. Solo vine por mis cosas. No, no lo digas papá — no quería escuchar su perdón, no ahora cuando ya todo estaba perdido.

Robert entendió lo que Rin no quería escuchar, en cambio dijo; —La auditoría ya comenzó. Es cuestión de días que encuentren el desfalco. Nuestras acciones y activos no bastarán para cubrirlo.

— Lo sé y créeme que lo siento. Por mi parte ya le he firmado al abogado. Mis propiedades están a su disposición.

— Clarson me hizo una oferta esta mañana, me ofreció la mitad del precio de nuestras acciones por detener la auditoria.

— Un suicidio financiero para los Whitehall.

— Pero salvaría la empresa de la ruina. La transacción se haría de forma privada, la reputación no se vería afectada.

— ¿Y el resto de la deuda?

—Venderé todo Riannette. Propiedades, joyería, cuadros, carteras, caballos. Todo.

— Lo siento — era sincera, jamás había querido que eso sucediera.

— No fue tu culpa.

Y sin embargo cargaba con ella.

— Recogeré algunas de mis cosas, todo lo demás quedará a tu disposición. Adiós padre.

Betty lloró a mares mientras ella metía en la maleta algunas mudas de ropa y zapatos.

—Pensé que serias feliz con él — Betty se refería a Sesshomaru.

— Ya vez que no. Otro intento fallido —Rin ignoró un álbum de fotos y recogió a su vez una agenda de flores.

—Yo veía como él te miraba — confesó Betty—. Juré que estaba enamorado de ti, luego cuando llamó esa tarde... fue por eso que le conté.

Rin se puso en alerta.

— ¿Qué le contaste? — Por favor que no haya sido lo que ella pensaba.

Betty comenzó a morderse las uñas.

— Le conté de Kamui.

—Por qué demonios hiciste eso — claro, por eso lucia arrepentido. No era porque se había dado cuenta que la amaba —. ¿Betty, Cuando?

— Unos días antes de que volvieras de Tokio.

Días antes, por su puesto. Fue allí cuando él cambio. Rin pensó en el vestido, el collar, la fiesta. El cómo le había hecho el amor después.

Maldito.

— ¿Estas enojada?

Estaba decepcionada.

— Si en mi quedaba alguna duda de si debía divorciarme de Taisho, ya la has disipado tía.

Por supuesto él jamás se había arrepentido y nunca lo haría. Solo cambio porque supo la verdad. Ya no tenía dudas de lo que debía hacer.

Lo siguiente que Rin hizo fue buscar a su abogado.

Tras llegar a un acuerdo sobre las condiciones de la negociación con Clarson Rin dijo:

— Una vez firmado el acuerdo con Clarson podrá proseguir con el divorcio, no necesito ningún tipo de compensación económica, no hay hijos ni nada que nos comprometa.

—Como usted lo desee señora Whitehall — le había respondido el abogado —. Pero con las pruebas de su adulterio podría...

—Solo quiero que esto sea lo más rápido posible.

— De acuerdo — se resignó el abogado.

— Necesito otro servicio, algo que debe quedar entre usted y yo.

Cuando volvió a casa de Helen vio que Sesshomaru la estaba esperando en el estacionamiento.

— Fui a buscarte a casa de tus padres.

— Mi visita fue rápida — señaló.

Abrió la maleta del Ferrari para sacar la maleta. Se negó a ser ayudada por Sesshomaru.

— ¿Te vas a mudar definitivamente con Helen?

— Pienso buscar algo pequeño por aquí cerca— mintió.

De alguna manera se sentía diferente.

—Puedo conseguirte un alquiler, por los momentos. Podrías contratar tu misma una empresa de seguridad.

— Lo pensaré — Rin marcó el botón del ascensor.

Sesshomaru entró con ella.

El apartamento estaba solo, o casi solo. En el medio del sofá había una rosa azul.

Por algún motivo que en ese momento no había entendido, intentó ocultarla, ignorarla. Pero su corazón martilleaba y sus manos comenzaron a sudar.

Sin embargo al concentrarse en la rosa pasó por alto el papel que estaba en la mesa de café.

— Por más Bach, vino y noches maravillosas— Sesshomaru había leído la nota en voz alta —. No tiene firma ni dedicatoria.

Rin estaba pálida.

Él se percató del leve temblor con el que ella dejo la maleta.

— ¿Con quién estuviste? —preguntó asumiendo que la nota era para ella.

— Con nadie, te recuerdo que esta no es mi casa — negó.

— Las rosas azules son tus favoritas.

— No lo son — ella nunca le había dicho que le gustaban, no había forma de que él afirmara lo contrario sin revelar quién era.

— Estas nerviosa desde que las viste.

¿Lo estaba?

Rin alzó el mentón y le dijo:

— ¿Que quieres escuchar? ¿Que la nota es para mí? Pues si, lo es. La rosa también. No te atrevas a dañar… — sus palabras quedaron en el aire al ver como él deshizo los pétalos entre sus manos —. Eres un… ¿Cómo te atreves? —le gritó.

— ¿Atreverme a qué? ¿A que estás jugando? Estoy hundido hasta el fondo tratando de que no vayas a la cárcel y a ti lo que se te ocurre es ir a beber vino y pasar la noche con otro —lo que quedaba de su rosa había encontrado un nuevo hogar en el piso.

Estoy jugando a ser feliz. Respondió en su mente.

—Tengo derecho de hacer lo que quiera, al igual que tú.

— Yo no me voy a escuchar Bach con otra mujer.

—No, tú las besas en la terraza del Marileborne.

— Ya te he dicho que lo de Anabelle se acabó, no he vuelto al hotel con ella. Además esto no se trata de mí.

— Nunca se trata de ti. No te debo explicaciones de absolutamente nada.

—Mientras sigas siendo mi esposa lo haces.

Su esposa, como si eso hubiese realmente un valor, su matrimonio había sido una transacción más a la que faltaba poco para terminar. Rin se mordió la lengua para no contarle sobre su demanda del divorcio, mientras él trato con Clarson no se concretara, lo mejor era mantener su plan oculto.

—Lárgate — dijo en cambio.

—No me iré hasta que me digas exactamente con quién estabas.

—Entonces me iré yo.

Ella estaba furiosa por su reclamo. Tenía el descaro de reclamar por algo de lo que no había pasado nada cuando él se besuqueaba con su amante en su hotel.

Cogió las llaves de la casa y estiró la pierna para ir a la salida.

Sesshomaru no la dejó dar un solo paso.

—No lastimarme. ¿Lo recuerdas? —le recordó al sentir como apretaba sus brazos.

Rin sintió como sus manos se tensaron. Disminuyó la fuerza de su agarré, sin embargo no la liberó.

¿Estabas con el amigo de Helen, Philip?

Recordaba su nombre.

—No es de tu incumbencia con quién esté. Compraste un servicio de mí, y lo obtuviste. Incluso cancelé la deuda con tu banco. Así que ya no tienes absolutamente nada de mí— la amargura brotaba de sus palabras.

—Sé que cometí un error y pagaré toda la vida por ello de ser necesario. Pero ahora todo lo intento es protegerte.

Su voz había cambiado y ella se dio cuenta de que el intentaría besarla. Lo sabía por la forma en la que la miraba, por como respiraba, como sus manos estaban acariciando su espalda.

—Clarson detendrá la auditoría — informó causado el efecto que quería. Desviarlo de su idea de besarla —. Negociaremos las accesorios de .

— ¿Tu familia estuvo de acuerdo?

—Mi padre sí. Yo planea obtener un poco más con la venta pero la estupidez de mi hermano lo arruinó.

Rin se había sentado en la mesa del comedor, Sesshomaru la imitó y se sentó frente a ella.

—No era mi intención que esto ocurriera.

—No fue tu culpa — eso era cierto —. A veces deseo nunca haber dejado la galería — al decir esto negó con la cabeza.

—Rin.

—No, otra disculpa más, no por favor— lo interrumpió —. Estoy agotada y me duele la cabeza. Quiero dormir un rato, sino te molesta.

—Adelante.

—Quedas en tu casa.

Rin se levantó y fue hasta su cuarto, no le dió oportunidad de despedida. Intentó entenderla. Hace unos momentos había perdido los estribos.

Volvió a leer la nota.

Por más Bach, vino y noches maravillosas.

Quería romperla y disolver los pedazos. Sin embargo, se obligó a devolver la nota a su sitio. Necesitaba controlar sus celos, porque eso era lo que sentía. Celos.

Estaba seguro de que quien había escrito esa nota era hombre que estaba con Rin en la exhibición.

Cuando le dijeron que Rin había ido a almorzar con Seishiro se había molestado, sabía que ella solo lo había hecho porque estaba enojada con él. Había sentido rabia y ganas de matar a su tío por aprovecharse de la situación. Incluso la primera vez, cuando pensaba que habían sido amantes, lo había movido el sentimiento de propiedad de querer que Rin fuese solo suya y que todos los supieran. Nunca se había sentido inseguro.

Nunca hasta ahora.

Se desquitó con lo que quedaba de la rosa.

Rin no podía enamorarse de otro, él no iba a permitirlo.


La voy a terminar, lo prometo.