Los personajes principales le pertenecen a Stephanie Meyer la historia es mía queda totalmente prohibida la reproducción total o parcial de la historia sin mi autorización.


"Hay dolores que matan: pero los hay más crueles, los que nos dejan la vida sin permitirnos jamás gozar de ellas." Antonie L. Apollinarie Fée

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Rosalie vio a Grace irse mientras la historia de su voz se convertían en letras en su libro. Miró maravillada cómo en su mente todo tenía sentido, aunque por fuera no era más que una maraña de demasiados recuerdos dolorosos. Era como mirar televisión sabiendo que lo que iba a pasar a continuación podría ser difícil o agónico, pero aún así estar al borde del abismo esperando a que pase aunque sea difícil.

Pudo, por un momento corto, imaginar a una joven Isabella robándose las miradas de todos del brazo del único hombre al que amaba, cómo repetidamente se lo habían dicho, aunque ella ya lo había comprobado.

Era imposible no imaginar aquella joven mujer (no que fuera vieja en este momento) del brazo de una versión joven del hombre que estaba en el segundo piso en coma; los vio sonriendo de forma cómplice entre ellos, pudo imaginar una sonrisa secreta que escondía cosas que solo ellos conocían del otro.

La hizo saltar al oír una puerta cerrarse y se levantó para seguir el ruido. Escuchó más cosas quebrarse en el piso y cuando se acercó a la habitación vio a Isabella de espaldas ,sin aliento, con sus manos en las rodillas.

—Isabella —la llamó y está se giró al oír su voz para mirarla. Sin saber porqué, en una reacción que no pudo medir, retrocedió asustada al mirar los ojos congelados de Isabella destilar tormentas de dolor. Ella le llamó la atención cuando, limpiándose la nariz intentando en algún punto encontrarse a sí misma se dió aire con una mano y retiró de su rostro mechones de su rebelde cabello.

—¿Puedes ir por la grabadora? —le preguntó de pronto y Rosalie se giró en silencio antes de correr a su habitación a por ella. Cuando salió de la habitación con la grabadora en la mano Isabella estaba sentada en el pasillo con una botella de coñac y una copa de vidrio en su mano mirando la destrucción que un poco de ira reprimida podía causar a su paso.

Había vidrios rotos en una mesa de café y el espejo de su buró estaba roto, fragmentado. Los libros en el piso estaban abiertos; casi parecía que había pasado un tornado por todos lados. Y Rosalie la estaba mirando como últimamente todos la veían, como si un volcán estuviera a punto de hacer erupción y el volcán fuera ella, pero se merecía estar como estaba.

Ella se merecía sentir dolor y agonía, y sentir que estaba muriendo poco a poco la estaba cansando; solo quería quedarse en su cama y cerrar los ojos, dejar a los recuerdos, los buenos recuerdos arrastrarla hasta el cielo, pero cuando lo intentaba los malos recuerdos susurraban pesadillas en sus sueños y la despertaban jadeando en busca de algo que nadie podía darle.

Nadie podía replicar aquel amor infinito que Edward le había mostrado de su mano, bebió y quiso gritar hasta quedarse sin voz porque el dolor no se iba ni con alcohol.

—No estoy borracha Rosalie —le afirmó a la chica ojos azules antes de beber un trago y cuando bajó el vaso continuó murmurando —. Lo estaré, pronto. Enciende la grabadora —le ordenó. Rosalie encendió el aparato e Isabella asintió bebiendo de nuevo antes de aclararse la garganta.

—Edward amaba al mundo, él veía el lado bueno de todos, creía que las personas se merecían una oportunidad de explicar el porqué de su maldad. O de redimirse. En el fondo de su corazón yo sabía que había algo que él amaba por lo que yo no podía estar celosa. Su corazón era enorme, después de todo, y aunque no era del todo mío y los celos me llenaban de miedo e inseguridades que me susurraban que no era merecedora de ese amor que él me demostraba con miles de acciones a diario, su corazón no era del todo mío. Cada persona en la vida de Edward tenía una parte de él que era irremplazable.

Edward amaba a Elizabeth, ella era técnicamente su madre. No la mencionaba frente a mí, quizás porque yo en su momento había expresado lo molesta que sus acciones me habían hecho sentir pero en el fondo, cómo todo niño pequeño con deseos de que sus padres lo aprueben, Edward lo esperaba, esperaba que Elizabeth cambiará de alguna forma su pensar acerca de mi. Esperaba poder tener con ella esa relación que tuvieron cuando él era un niño y vivía a través de sus ojos.

Ese puente se había roto hace mucho tiempo

Pensé, sabedora de que Elizabeth me veía como una amenaza. Yo la creía una amenaza también, pero no le tenía miedo, sabía que era una mujer que daba los golpes de frente. Si ella tenía algo que decir levantaba su rostro y decía las cosas mirándote a los ojos. Edward en cambio creía que mi nuevo estatus en la sociedad la haría cambiar de opinión al ver lo que él veía en mi.

—Después de todo —me dijo un día —, ella empezó como tú, desde cero.

El orgullo destilara de su voz como la miel me hizo sonreír y querer besarlo, por la forma innata en la que él me admiraba profundamente aún sabiendo que habían demonios susurrándome al oído cosas que daban miedo. Había cosas que no había podido decirle, pero eso no evitó que él las supiera tarde o temprano.

Se equivocó ¿Sabes?

Llevábamos unos seis meses juntos cuando la posibilidad de que Elizabeth y yo nos encontráramos en uno de sus eventos se volvió real. Edward hablaba de lo feliz que haría que ella y yo dejáramos de vernos con furia. O como una amenaza inexistente.

Recuerdo que nos fotografiaron juntos ese día, usé mi mejor vestido, el más caro; me vi en el rostro de Edward como la mujer más hermosa fingiendo pertenecer a su lado. Él no dejaba de mirarme, de sonreír orgulloso, de parecer un pavo real mostrando sus plumas.

La gente me saludó como si perteneciera a ellos y se sintió real. Me sentía la mujer más afortunada del mundo de su brazo. Elizabeth en cambio perdió el color de su rostro al vernos y se nos acercó fingiendo una sonrisa mientras nos observaba.

—¡¿Qué demonios Edward?! —le susurró ella antes de que Grace se nos acercara para tomar nuestros abrigos. Fue la primera vez que la veía, sabía de ella porque Edward hablaba de su Nana; decía que el día que nos fuéramos a vivir juntos la llevaríamos con nosotros. Ella me pareció aterradoramente misteriosa. Tenía esa mirada que podía leerte hasta el pensamiento y su ceño fruncido, junto a esa mirada de "No te metas conmigo porque sé usar un maldito cuchillo".

Rosalie sonrió abiertamente e Isabella asintió solo un momento antes de continuar.

—Edward en cambio le sonrió a Grace como un chiquillo atrapado robándose el chocolate de la alacena alta antes de besarle la mejilla. Por increíble que parezca Grace se sonrojó ligeramente por la atención y me miró con dureza extendiendo sus manos

—Su chaqueta señora —me quité la chaqueta y de forma extraña ella asintió como si me aprobará antes de alejarse de nosotros

—Le agradas —me afirmó Edward aunque yo no entendía el porqué de su declaración. Elizabeth, quien aún estaba allí, me miró con furia.

—Ella no está inv…

—Elizabeth querida —la llamó su esposo.

Había visto a Carlisle Cullen en fotos. Hyõ lo había mencionado cuando Edward le donó una parte de su médula ósea pero esa noche me di cuenta de que él, hasta cierto punto, era como ver en el futuro de Edward. Era un poco más bajo que su hijo en estatura y quizás más delgado, pero era Edward en el futuro; tenía la misma quijada, la misma forma de su nariz y las mismas mejillas.

Reconocí también al hombre junto a Carlisle. Él también me reconoció puesto que dejándolos a todos anonadados, en un impulso de llamar mi atención, tomando mi mano, la besó y se inclinó poniéndola en su frente

—Señora Isagbella —dijo mi nombré con una "g" y un acento marcado.

—Su señoría Ahmed —respondí quitando mi mano de su agarre. El gran jeque árabe Ahmed Assim me sonrió abiertamente viéndose complacido antes de mirar a Carlisle y decirle como si le estuviera compartiendo un secreto que todos estábamos escuchando.

—Acabo de comprar una línea de aviones a esta chica. Es la mano de Dios, ¿Lo has oído? Uno de mis pilotos y otro de mis técnicos están personalmente supervisando su construcción y por supuesto eso nunca había sido permitido hasta ahora. Si no estuviera tomada ya le habría propuesto matrimonio. Además de ser la mujer más hermosa que he visto, es la más inteligente. Ella sería mi reina. La dueña de mi harem.

Elizabeth palideció ante tal declaración entonces y yo sonreí incómoda por la declaración de uno de los hombres más ricos del mundo. Él me había hecho esas propuestas antes, pero yo, respetuosamente, le había aclarado de forma educada que era casada. Edward estaba tenso a mi lado con el ceño fruncido mirando al hombre como si fuera a golpearle el rostro y sin previo aviso nos alejó del jeque manos largas sin despedirse.

—Eso fue incómodo —me susurró antes de tomar una copa de champagne y beberla de un trago. Le sonreí mientras lo veía beber porque sabía que él odiaba las cosas que eran dañinas para el cuerpo; el alcohol, los cigarrillos y muchas otras cosas que decía no eran saludables.

—Fuiste quien quiso que viniéramos Edward. Es obvio que tu madre no lo acepta. Ni lo hará.

—No te equivocas niña. No perteneces a su lado seas quien seas. No vales lo que mi hijo. Dicen que el mono aunque se vista de seda… —la voz de Elizabeth nos interrumpió bruscamente. Edward le frunció el ceño a su madre pareciendo decepcionado y yo alcé mi rostro y hablé con autoridad harta de sus estupideces.

—Tu hijo es el amor de mi vida Señora Masen.

Elizabeth jadeó como si le hubiera golpeado el rostro y los ojos de Edward se convirtieron en dos hermosas y brillantes esmeraldas llenas de sentimientos haciéndome sentir éxtasis mientras sonreía casi dejándome ciega de felicidad.

—Nos vamos —me susurró extendiendo su mano derecha hacia mí. No lo dudé, tomé su mano y cuando salimos de allí condujimos hasta esta casa. Recuerdo que parecía nervioso cuando me pidió parar y bajarme del auto que yo estaba conduciendo. Cuando llegó a mi lado poniendo sus manos en mis hombros me susurró:

—Me darán mi licencia médica para empezar a ejercer en unos días. Estaba pensando en que podíamos buscar una casa y volverla nuestra.

—Es una casa grande Edward y solo somos dos.

—Mira la casa —me pidió y lo hice, me detuve a verla. Me dió quizás diez minutos de silencio antes de poner sus manos sobre mis ojos y recostar mi cabeza sobre su pecho, me deleité en su perfume, antes de escucharlo suspirar.

—¿Miras lo que yo Isabella? ¿Ves a esos tres niños corriendo mientras se ríen? ¿Te ves a ti en mi pecho mientras nos leo un libro? Dime qué nos ves así, teniendo eso que no tuvimos de niños, dándole amor a niños nuestros o sólo niñas, no lo sé. Quizás tengamos ambos.

Mis ojos se llenaron de lágrimas y sus manos soltaron mis ojos. Edward continuó murmurando en mi oído

—Yo la veo. Veo a una niña con tus ojos, y mi cabello enredado, la veo sonriéndome como si fuera el hombre más fuerte del mundo y a ti como su héroe, la veo llamándonos, queriendo que tú le enseñes a dibujar un avión y que yo le enseñe a tomar fotos con mi cámara. Veo un futuro a tu lado Isabella. Un futuro libre para nosotros. Un futuro para ser indudablemente felices Bella.

—Yo… —mi voz se rompió y me reí y no era una risa hueca. Esta risa estaba llena de sueños ¿Cómo podría no tenerlos? ¿Cómo podía fingir que no lo había visto? ¿Cómo podría fingir que esa niña no estaba al final de la colina saludándome mientras me llamaba pidiéndome acercarme? ¿Cómo podía fingir que ella no me llamaba "Mamá"?

Exhalé y me giré enterrando mi rostro en su pecho y Edward me abrazó escondiendo el suyo en mi cuello dejándome asimilar lo que me estaba pidiendo. Porque lo que me estaba pidiendo era más, más de lo que en su momento le ofrecí, más de lo que estaba lista en ese momento para darle, pero Dios, lo deseaba tanto.

Deseé con mi alma poder darle eso.

—Esta es una buena casa para tener una familia. La nuestra —susurró atrapando mi rostro en sus manos —. Seamos felices esta vez Bella. Lo merecemos. Que se jodan todos, que se quemen en el infierno, por favor. No me importa Elizabeth. Ella puede ser feliz conmigo o odiarme el resto de su vida por amarte, pero yo quiero amarte por lo que nos resta de vida y creo que podemos hacer esto. Cambiaré todos los pañales llenos de popo, haré lo que me pidas, seré quien quieras que sea un protector o un amante, o un amigo, tu gravedad, tu felicidad o tu destino. Quiero estar contigo lo que me resta de vida.

Me reí tontamente al oírlo hablar así. Tomé sus manos en las mías intentando llamar su atención y asentí mientras Edward buscaba limpiar mis lágrimas y él derramaba las suyas propias

—Bien —acepté y él sonrió abiertamente antes de besarme hasta dejarme sin aliento mientras giraba conmigo en sus brazos riéndose complacido. Guardé esa risa, es la risa más hermosa que he escuchado jamás, esa risa ronca y fresca de felicidad, de plenitud, esa risa que guarda en sus acordes todo. Y mira que todo es una palabra que no puede cuantificarse.

—Eres el amor de mi vida —me soltó sin borrar esa sonrisa bobalicona de su rostro.

—No bromees conmigo Edward Cullen —gruñí y él me tomó la mano antes de ponerse la otra mano en la frente fingiendo un saludo militar.

—No lo haría señora Cullen. Jamás.

Contar la historia de tu vida y después leerla, es como ser ese fantasma en las series de televisión al lado de su cuerpo. Lo ví todo de esa forma ¿sabes? Estudié mil veces, de mil maneras distintas, aquellas cosas que yo creí pude haber hecho diferente.

Estaba ciega, loca, enamorada de Edward, tanto que no lo vi. El mal nos acechaba mientras yo sonreía; el destino estaba marcado a fuego en piedras que no podrían borrar la tragedia que nos precedía.

Nuestro amor había nacido de eso, de la oscuridad, del frío, de mi hambre por querer algo más en la vida de la que esta me estaba ofreciendo, de mi necedad y egoísmo, de lo que en ese entonces pudimos ver cómo inocencia, aunque a nuestra edad ambos éramos todo menos inocentes.

La forma loca y descontrolada en la que nos amábamos nos hacía alejarnos del mundo. Podíamos pasar días enteros perdidos en nosotros. Yo no tenía nada y lo tenía todo.

No vi a Félix nunca, no en ese tiempo; no pensé en que él un día iba a estar esperando en la oscuridad el momento perfecto de atacar. Ese futuro perfecto que Edward planeó se volvió mi propósito nuevo de vida y me olvidé de que habían cadenas más grandes que no cualquiera podría manejar. O romper.

No era un imbécil, era obvio que afirmar que él iba a estar de brazos cruzados viendo su mundo quebrarse en mil pedazos cuando yo estaba triunfando era suponer que la muerte no iba a enfrentarme nunca.

Dejé de cuidarme, protegerme, dejé de lado aquellos miedos y Marcus, como un sucio gusano en silencio se arrastró hasta que me acorraló.

Recuerdo que esa noche solo pensé en que podía dejar la seguridad de mi vida y ser normal, recuerdo mucho los pasos silenciosos en los que puse mi futuro mientras caminaba hasta el restaurante de hamburguesas y también recuerdo lo mucho que deseaba comerme una.

Edward estaba sosteniendo mi mano. Él, por supuesto, se sentía orgulloso de que estuviéramos allí caminando por la calle solo siendo nosotros mismos. Después del fracaso de noche que tuvimos en un principio con Elizabeth y después de decidir que queríamos un futuro de incontable felicidad juntos a pesar de eso.

Un auto hizo a sus llantas chirriar a lo lejos y pensé en que quizás era solo cualquiera con prisa, aún así detuve a Edward de cruzar la calle y no lo anticipé, no lo vi, ¿De qué forma podría haberlo hecho? ¿De qué forma podría solo pensar que el destino era un maldito traicionero asesino de sueños?

Escuché las puertas cerrarse, los pasos de los hombres y para cuando reparamos en lo que estaba pasando estábamos rodeados por cuatro. Marcus sonrió, abiertamente pareciendo que disfrutaba del miedo o la insana y estúpida valentía de Edward.

—Õjo. ¿Por qué no me ahorras el tener que golpearte y vienes conmigo?

Edward me miró sobre su hombro, pues estaba frente a mí, y yo sentí a mi mundo sacudirse de una forma que me dejó sin aliento. Ellos estaban armados, pude ver las fundas de sus armas, suficientes para poder hacer lo que ellos quisieran.

—Edward… —recuerdo que mi voz sonó como un ruego. Edward negó, él comprendió sin que le dijera que tenía que apartarse, pero se negó a hacerlo y Marcus suspiró como si fuera una difícil decisión la que estaba a punto de tomar antes de que moviera su barbilla en mi dirección.

De forma silenciosa sus hombres obedecieron su orden y, aunque Edward los golpeó y dio lucha, uno de ellos me tomó del brazo y tiró de mí.

Le pateé la espinilla y cuando quise correr hacia Edward uno de los hombres que estaban con Marcus sacó su arma y le apuntó en la cien diciéndole entre gruñidos.

—No me gustaría matarte, pero lo haré ¿Lo entiendes?

Cuando mis ojos se encontraron con la mirada determinada de lucha de Edward yo negué rotundamente moviendo mi cabeza y alcé mis manos para que Edward se rindiera. El hombre no parpadeó y le dio un golpe en la nuca noqueándolo de forma instantánea.

Sentí que la sangre se enfriaba en mi cuerpo y cuando Marcus habló felicitando al maldito estúpido pensé en las miles de formas en las que iba a hacerlo arrepentirse de todo lo que había hecho. Quería matarlo.

—Amarren a la chica Caius —le ordenó y lo dejé acercarse cuando lo tuve cerca le rompí la maldita nariz de un golpe y él me dio una bofetada con la cacha de su arma tirándome al piso.

—Maldición niña —me reclamó Marcus. Apelé a su corazón ¿Sabes? Le pedí que me dejara ir. Rogué que me liberará

—No tienes porqué hacer esto. Por favor, no lo hagas, sabes lo que Felix va hacerme, el destruye lo que toca Marcus, por favor no lo hagas, no me hagas esto.

—Cállate —me ordenó y ató una cadena a mis manos y a mis pies. Era el comienzo y el final de una cosa que no iba a poder evitar jamás.

—Marcus, sabes que puedes soltarme. No tienes que hacerme daño. Vete y diré que fue un accidente. Tendré piedad.

Eso lo hizo reírse mucho a carcajadas que me congelaron el alma.

—¿Crees que soy algún tipo de ángel niña? El infierno va a congelarse antes de que yo te suelte ¿Lo entiendes? Es momento de que pagues deudas que decidiste cobrar por tu cuenta, princesa bastarda. Es mejor que tengas cambio porque tu deuda es larga. Y ¿adivina quién soy hoy? El maldito viejo lo decía ¿Recuerdas? El karma es una puta que está en la esquina, que espera por el pago.

—Vas a necesitar un buen abrigo, porque el infierno va a congelarse antes de que yo haga lo que Félix quiere. Y no menciones a mi padre porque voy a hacer que te corten la lengua algún día —recuerdo que susurré sintiéndome valiente. Marcus abrió la cajuela de su auto y me preguntó mientras me revisaba.

—¿Qué dijiste? —me quitó el celular y lo pateó en la calle quebrándolo, luego me metió en su auto. Lo mire a los ojos y hablé:

— Un día voy a matarte.

Eso lo hizo reírse y me dijo cerrando la cajuela en mi rostro.

—No te tardes tanto tiempo niña. ¿Qué podrías hacerme desde allí?


Y aquí tenemos un nuevo capítulo. Por un lado Ann es mala, ¡no nos avanza nada de Edward en la actualidad! ¿Por qué nos hace esto? Le encanta torturanos.

Por otro lado... llega la parte en la que Edward se quedó en coma y empieza fuerte. Pero hay que esperarse a los siguientes capítulos para saber más.

Muchísimas gracias por seguir esta historia que Ann ha escrito con tantísimo cariño. Y más aquellos mensajes que nos dejáis que nos dan mucha alegría leerlos todos.

Nos leemos en el siguiente capítulo.

Un saludo.