Sentimientos en un corazón artificial

Chisato estaba segura de que conocía todos los ritmos cardíacos de Takina.

Desde que Takina empezó a pedirle que la dejara escuchar su corazón artificial bombeando sangre a un cuerpo incansable, con los años de vida contados, Chisato le pidió de vuelta lo mismo: el derecho de escuchar su corazón. Conocía la ligera aceleración cuando se sorprendía y recuperaba el aplomo de inmediato, también a veces se quedaba dormida con el arrullo basal de sus latidos, sabía cuándo su corazón brincaba por las buenas noticias, y también el golpeteo incesante cuando estaba feliz por comer su dulce favorito.

Se había tomado todo el tiempo del mundo, sin siquiera creer en los despilfarros porque todo lo que tenía que ver con Takina tenía un propósito claro, para escucharla. Así que fue fácil para ella percatarse de que ese no era el latido normal del corazón de Takina, y sintió su alma desplomarse a sus pies cuando dejó de escuchar golpeteo alguno.

Maldecía que a ella se le hubiera pegado todo lo que Chisato consideraba bueno. Pero ni siquiera podía culparla. Brillaba más cuando ayudaba a los demás, cuando era amable y cuando dedicaba esa suave sonrisa que siempre la obligaba a recordar respirar. No podía culparla por arrojarse al agua cuando un niño se cayó del bote por el bravo embate de las olas, ni siquiera cuando el chico salió a flote y lograron subirlo, pero se culpaba por el momento en el que Takina se le resbaló de su agarre y se la tragó la marea, también por no ser lo suficientemente fuerte como para sacarse de encima las manos de los hombres que intentaron retenerla. Perdió valiosos segundos hasta que logró zafarse de ellos y saltar a su rescate.

Y ahora comprendía, con Takina recostada sobre cubierta, su piel yerma y tan, tan pálida... Comprendía por qué había puesto su vida en riesgo para conseguirle ese corazón. La respuesta se presentaba ante ella tan clara que quiso reírse. Era una carta de amor tan sutil como Takina.

Por primera vez en su vida, agradeció ser una Lycoris. No tardó nada en asegurar la vía aérea ni tampoco en iniciar las compresiones de pecho. Pidió que alguien trajera el equipo de paro y no se detuvo. Treinta segundos y se detuvo un instante. Su visión estaba en túnel, concentrada en Takina y en cualquiera que dijera que ya tenía el desfibrilador externo automático.

Takina palidecía cada vez más. Durante el entrenamiento, les habían enseñado a hacer RCP básico y a algunas también les enseñaron el avanzado. Chisato no tenía recelo de realizar respiración boca a boca, boca a nariz, boca a hocico... Sin embargo, en esa ocasión, por un brevísimo segundo, titubeó. No quería que las cosas con Takina fueran así, pero de nada servía si la perdía.

Así que selló sus labios, pinzó su nariz y espiró dos veces, fijándose en que su pecho se elevaba. Regresó a las compresiones, incansable.

Iba en la mitad de la segunda serie de treinta, cuando Takina movió la cabeza a un lado y tosió. Chisato se detuvo y la ayudó para que vomitara toda el agua que había tragado. Seguía helada, pero respiraba y su corazón latía de nuevo, agonizante, pero con la oportunidad de hacerlo por muchos años más.

Takina le dirigió una mirada, agitada, agotada, asustada. Tomó su mano mientras tosía y Chisato no la soltó ni siquiera cuando la subieron a bordo de un bote médico.

Después de realizarle los exámenes respectivos y de que les dijeran que estaría bien, se encontraban en una habitación del hospital. Takina leía un libro mientras Chisato observaba el atardecer hasta que decidió que no podía seguir ocultando todo lo que sentía.

—Pensé que te perdería. Una parte de mí te admira por reaccionar tan rápido y salvar a ese niño, pero otra parte aún continúa asustada de solo pensar en todo lo que pudo pasar.

—Sabía que estabas ahí y que no dejarías que nada desafortunado me ocurriera, Chisato.

Chisato curvó los labios apenas y posó su mirada sobre la de ella. Agradecía que confiara en ella de ese modo, pero no amainaba el miedo que la había atenazado por un segundo. Sin embargo, agradeció cuando Takina agarró su mano y descubrió que estaba cálida. Se le anegaron los ojos y llevó sus dedos hasta sus labios y los besó con dulzura.

—Te quiero demasiado y la idea de perderte…

—Ahora entiendes lo que yo sentía —repuso Takina con una leve sonrisa, sus mejillas sonrojadas.

—Soy una idiota.

—No, aunque sí creo que vas a un ritmo exasperantemente lento cuando se trata de relaciones sentimentales —dijo Takina con suavidad.

—Lo siento, es que quería vivir la vida al máximo, pero sin apegarme demasiado a las personas porque en cualquier momento podría morirme.

—No pasará. Mientras estemos juntas, Chisato, volveré a luchar por tu corazón.

—Todas deseando a un príncipe azul y yo todo este tiempo solo he querido una noble guerrera dispuesta a llegar más lejos de lo que sus capacidades físicas se lo permiten por mí. —Chisato esgrimió una sonrisa llena de dicha.

—¿Qué dices? —bufó Takina, su rostro ardiendo ante la sonrisa descarada de Chisato—. Aun así, está bien ir a nuestro ritmo.

—A nuestro ritmo… —Chisato acunó su mano entre las de ella y asintió—. Lo siento por besarte.

—¿Qué? —Takina entornó los ojos y miró el techo blanco de la habitación—. La respiración boca a boca no cuenta; además, hay estudios que dicen que es una técnica obsoleta porque el oxígeno no alcanza para cubrir las necesidades basales de la víctima.

Chisato parpadeó, estupefacta por los datos que empezó a recitar Takina, cada vez más sonrojada en su intento por evadir la indefectible verdad.

¡Era demasiado linda!

Así que no lo dudó y depositó un beso en su mejilla.