¡Qué tal, gente! Luego de siete meses, vuelvo a traerles una nueva historia.
Para ser justos, en estos siete meses escribí y dibujé un volumen entero de mi cómic "Rewrite the Stars". Cuarenta y tres páginas de drama y romance que, creo yo, es de lo mejor que he escrito en mi vida.
Pero a nadie le importa, estamos aquí para leer esta historia. Queen of Diamonds es la cuarta entrega dentro de mi AU de Superhéroes, de historias interconectadas al estilo del Universo Cinematográfico de Marvel. Las primeras historias, en orden cronológico, son: Ace Savvy: Una Nueva Esperanza (la que inició el AU, con Lincoln como el nuevo Ace Savvy); Power Chord: High School Musical (la historia de cómo Luna logró hacer las paces con sus poderes); y Nova: Regreso a Casa (donde Lori vive una aventura en Great Lakes City).
La pregunta del millón: ¿es necesario haber leído aquellas historias para comprender esta? La respuesta es un categórico "no". Habrá referencias y cierto contexto que hará que los que hayan leído las historias precedentes vean el desarrollo de ciertos personajes, y quizás comprendan un poco más la toma de decisiones de algunos otros, pero la historia principal es sencilla de comprender y no requiere de conocimientos previos para disfrutarla.
Dicho esto… Si les gustan las historias de superhéroes, los invito a leer las anteriores. Creo que las disfrutarán.
Sin nada más que agregar, los dejo con la única e inigualable, la Reina de Diamantes, o como todos la conocen…
Queen of Diamonds
Capítulo 1: Había una vez…
Había una vez una niña que lo tenía todo.
Dinero, fama, poder, inteligencia, y la belleza de un diamante pulido. Todo para ella. La niña vivía en una pequeña ciudad donde las visitas eran casi una rareza. Prácticamente aislada del resto del mundo, mientras la gente común vivía con tranquilidad y humildad, la niña era una verdadera princesa.
Todos los días observaba el paisaje desde la cima de su torre, consciente de que era ella quien guiaba el rumbo de la ciudad con sus decisiones. Atrapada en su prisión, sólo una pregunta resonaba en su cabeza.
"¿Cómo puedo ganar aún más dinero?"
…
Ya, ya, puedo escuchar el sonido del tocadiscos deteniéndose de golpe. Sí, la princesa amaba el dinero. ¿Qué hay de malo en ello? El dinero permite hacer un montón de cosas geniales. Como comprar vestidos, o hacer que los medios hablen bien de ti. ¿Qué más se puede pedir?
La niña llevaba una vida de ensueño. No había deseo que se le escapase; lo que quería, lo compraba. Todo en el mundo se hallaba al alcance de su mano.
¿Te parece aburrido? Pues lo siento, cariño, si querías una telenovela hubieses buscado la historia de otra heroína. Mi vida siempre fue fabulosa.
Rayos, ¡mira lo que hiciste! Por tu culpa acabo de revelar que soy la princesa de la historia. ¡Y que soy una heroína! ¡Ese iba a ser el final! Ugh. Mi agente me dijo que las mejores historias son narradas en tercera persona limitada. Ahora estoy narrando en primera persona. Si no puedo vender los derechos de esta historia, voy a asegurarme que tu vida se convierta en un infierno.
Ehem. Bueno, ya no hay nada que hacer. Siéntate, cállate la boca, y disfruta del mejor cuento de hadas de la historia de la humanidad, acerca de la heroína más hermosa y fabulosa de todas.
Esta es la historia de Lola Yates, y de cómo se convirtió en la humilde, única, hermosa, perfecta e inigualable Reina de Diamantes.
¡Luces incandescentes! ¡Flashes cegadores! ¡Aplausos! ¡Ramos de flores cruzando los aires y cayendo sobre el escenario!
La mayoría de las niñas de siete años no están preparadas para soportar un desfile de belleza. No resisten el ambiente hostil, la feroz competencia, la titánica presión de ser perfecta para el jurado, sabiendo que cada movimiento, cada palabra, cada gesto será examinado minuciosamente y calificado en consecuencia.
Por supuesto, yo no era como la mayoría de las niñas. Cargaba en mi espalda con más de cuarenta y dos coronaciones. Jamás un segundo lugar. Jamás una deshonra. Jamás nada menos que puntaje perfecto.
Perfección era mi segundo nombre. Y, a punto de salir para el show final del concurso Pequeña Señorita Estrella de Royal Woods, estaba a tan sólo un paso de finalizar otra noche perfecta.
Me encontraba detrás de bambalinas, observando a la antepenúltima participante. Lacey St. Claire, desfilando en la pasarela con un hermoso vestido amarillo que ondeaba con cada uno de sus pasos. Si tan sólo esa chica no caminase con la clase de un orangután esquizofrénico corriendo para llevarse la mejor oferta en un Black Friday, quizás podría significar una amenaza para mi acto. Pobrecilla.
—Te ves demasiado confiada para ser alguien a punto de llevarse el segundo lugar —dijo una insoportable voz a mis espaldas.
Puse los ojos en blanco, pero al girar, mantuve la frente en alto y dediqué la sonrisa más falsa del mundo a la eterna segundona que se autopercibía como ni rival.
—Oh, Lindsay, cariño, el desfile Pequeña Delirante es en el otro lado de la ciudad —le dije con un tono agudo e irritante—. Estoy segura que si te apresuras llegarás a tiempo y quizás puedas ganar algo de una vez por todas.
Lindsay Sweetwater era la única hija del fundador de Sweetwater, la compañía encargada de potabilizar el agua para nuestra ciudad. Una empresa multimillonaria que daba trabajo a cientos de familias. Sus oficinas se encontraban incluso en el segundo edificio más alto de la ciudad.
Detrás del mío, por supuesto.
Con todo ese dinero, uno no podía sorprenderse porque Lindsay luciera maravillosa. Su cabello pelirrojo había sido trabajado por algunos de los mejores estilistas locales, con rizos que caían suaves y voluminosos. El valor de todo el maquillaje que llevaba encima debía rondar las seis cifras, y el vestido cian que la envolvía estaba diseñado al centímetro, resaltando su belleza natural y fluyendo como una cascada de escamas hacia el suelo.
Hasta ahora había logrado alcanzar un puntaje casi tan alto como el mío, pero no había forma de que una simpletona como ella pudiera ganarme en el último acto.
Yo lo sabía, todo el mundo lo sabía, pero por algún motivo Lindsay no dejaba de sonreír con confianza. ¿Es que cuarenta y dos derrotas consecutivas no le habían enseñado nada?
—Algún día descubrirás que no eres tan inteligente o graciosa… o bella, como crees —me respondió.
—Si fuera tan sólo un tercio de lo bella que soy, aún así sería el doble que tú.
—Has estado practicando tus fracciones, por lo que veo. ¿Qué tal va la lectura? Oí por allí que tienes un empleado que se dedica a leer por ti porque no puedes hacerlo de corrido.
No dejé que mi rostro acusara el golpe bajo. Me mantuve estoica e imperturbable.
—Los que tenemos dinero podemos permitirnos esos gustos. Quizás si tu padre no estuviera hasta el cuello con préstamos de bancos podría contratar un empleado para que te enseñara a inventar mejores insultos.
El mundo de los negocios es muy pequeño, y todas las paredes escuchan. Y si tienes el dinero suficiente, las paredes repiten. Sabía de las complicaciones que la compañía Sweetwater enfrentaba, y aparentemente, Lindsay lo sabía también. Su sonrisa se borró por un instante, y apretó sus puños para contener la rabia.
Vi en sus ojos sed de sangre, por lo que me preparé para su contraataque. El cual, como se esperaba de una improvisada como ella, fue bajo y predecible.
—Mi papá al menos me saluda todas las noches. Qué lástima que no puedas sentirte identificada con eso.
Continué mirándola con desdén, desde mi torre de marfil, demostrando que no me dejaría caer a su nivel.
—Cariño, tengo perdedores que se acercan a hablarme todo el tiempo; créeme, sé exactamente cómo te sientes cuando tu papi te saluda.
— ¿Fue uno de esos perdedores el que te maquilló? Pareces una geisha con pico de presión.
—Mejor que ponerme un vestido que me hace ver como una carnada de lobo marino.
—Lady Gaga llamó, dijo que quiere que le devuelvan el vestido de la gala del MET.
—El vestuarista de los Juegos del Hambre llamó, dijo que te pasaste de ridícula.
—Tus pestañas son muy largas.
—Tus uñas son horribles.
—Esos tacos te quedan chicos.
—Tienes un ojo más grande que el otro.
Apretó los labios, su cuerpo entero temblando de rabia. Abrió la boca, pero cambió de opinión, cerró los ojos, tomó aire, y sacudió la cabeza como si tratara de alejar malas ideas de su mente. Cuando abrió los ojos, una chispa de rebelión y de inminente victoria brillaba en ellos, lo cual me desconcertó.
¿Qué no acababa de dejarla sin palabras?
—Dicen que mientras más grande, más dura es la caída —dijo, volteando para dirigirse a su posición—. Con el tamaño de tu ego, no quiero ni imaginar lo que te dolerá ser destronada.
La nueva ronda de aplausos despidió a Lacey St. Claire, y el anunciador presentó a Lindsay. Las luces del escenario atenuaron su intensidad, y aquella fue la primera señal de que algo no andaba bien. Por lo general, todas queremos más luz. ¿Qué se traía entre manos Lindsay como para pedir menos focos sobre ella?
Su plan se hizo evidente en cuanto salió al escenario, y por primera vez en mucho tiempo, sentí el verdadero terror.
De alguna manera, Lindsay Sweetwater se veía radiante. Literalmente radiante. Era como si su vestido… No, era como si su propia piel estuviera resplandeciendo, iluminando más ella el escenario que las propias luces. La gente se volvió loca, coreando su nombre, lanzando pétalos de rosas en su dirección.
Mis puños se cerraron con tanta fuerza que temí marcar arrugas en los guantes largos que mi vestuarista había preparado. Respiré hondo y enderecé mi postura. Era Lola Yates, estaba preparada para enfrentarme a cualquier tipo de inconveniente. No iba a dejarme vencer por un truco barato y un juego de luces.
¿La gente quería brillo?
Yo les daría brillo.
Me escabullí rápidamente a un costado del escenario, oculta entre racks de vestidos y cajas llenas de elementos decorativos. Analicé mi vestuario. Un hermoso traje de princesa, con un vestido de gala y corpiño color sandía, mangas de hombros descubiertos blancas, y un dobladillo ancho que ondulaba desde la falda hasta el suelo, dejando ver encajes blancos y los preciosos tacos magenta de diseñador. Sobre mi cabello descansaba una tiara dorada con detalles flamígeros en plata.
Lo mejor de lo mejor. Pero podía mejorarse.
Asegurándome de que nadie más me viera, cerré los ojos y me concentré. Moví lentamente una mano por el aire, extendiendo la palma y pasándola por encima de mi vestido. Inmediatamente, decenas de pequeños diamantes se materializaron en el aire, cayendo como una lluvia de brillantina sobre la tela de mi vestido y adhiriéndose a ella.
Toqué el centro del corpiño con un dedo índice, y un diamante del tamaño de una pelota de golf se entrelazó con el encaje, adoptando la forma de una lágrima invertida. Finalmente, sacudí la mano izquierda por delante de mi tiara, y en el cenit de la misma, creé un prisma de diamante.
Oh, sí. Las ventajas de ser una metahumana secreta con el poder de crear y controlar diamantes. No había ninguna regla que lo prohibiera, así que no contaba como hacer trampa.
Creo. No estoy segura. Lo habría hecho de todos modos.
El resonante festejo del público anunció que Lindsay Sweetwater había acabado con su tan extraño show de luces. Tomé mi posición detrás de la cortina principal. Un asistente volteó a mirarme, quizás preguntándose cómo es que no había notado los diamantes minutos atrás. Le dirigí una rápida mirada enfadada para que huyera despavorido.
Nadie se mete con Lola Yates.
—Muy bien —me dije a mí misma, acomodando mi cabello por última vez mientras la voz anunciaba mi entrada—, hora de llevar a casa otra corona.
La cortina se abrió frente a mí, y los grandes focos de luces se posaron en mi figura. Era imposible ver las caras del público, y honestamente incluso resultaba confuso determinar los límites del escenario. Pero mi experiencia era mayor que la de ninguna otra participante. No dejé que los flashes me enceguecieran, no permití que el griterío me desconcentrara. Aquel era mi lugar en el mundo, mi segunda casa. Era mi momento de brillar.
Con una impecable sonrisa, comencé a caminar a través de la pasarella, moviendo mis caderas y brazos con elegancia y permitiendo que los centenares de destellos se reflejaran en los microdiamantes con los que había cubierto mi vestido. Las reacciones me dejaron saber de inmediato que había logrado mi objetivo.
Durante los siguientes noventa segundos, disfruté al máximo de los placeres de la vida. Ninguna preocupación, sólo yo siendo auténtica, mostrándome al mundo tan hermosa y perfecta como era, adorada por todos. ¿Qué más podía uno pedir?
Cuando la música anunció que se acercaba el final de mi acto, me coloqué en posición, y calculando los segundos y el ángulo de la luz final, hice una reverencia al público de manera tal que el foco concentrado de luz golpeó en el prisma de mi tiara, refractando la luz en un arcoiris.
El público estalló en vítores, una explosión de júbilo y admiración que debió de haberse oído desde la cima de la Torre Yates. Al saludar y adentrarme en la parte trasera del escenario, me crucé con Lindsay, Lacey, y las demás participantes.
Disfruté sus expresiones casi tanto como la celebración del público.
—Estuviste increíble —me dijo Meli, tropezándose con su largo vestido de Cenicienta después de la medianoche, luchando por seguirme el paso.
Increíblemente, incluso con esas sandalias tan sencillas se movía más lenta que yo con mis tacones de aguja. Pobre Meli, aún era como un pez fuera del agua en la salida de los concursos de belleza.
—Lo sé, siempre lo soy. Toma, ¿llevarías esto por mí, cariño? —Dije, alcanzándole la cuadragésimo tercera corona de mi carrera, junto con el bouquet de rosas y la cinta de ganadora.
Debería haber pensado más rápido, pues apenas si logró atraparlas antes de que cayeran al suelo luego de que las lanzase hacia ella. No detuve mi rápida marcha, atravesando los pasillos mientras arreglaba mi blusa rosada y me aseguraba que mis pantalones negros de ala ancha no tuvieran ninguna arruga.
Al acercarnos a la puerta, dos de mis guardaespaldas estaban ya esperándome. Sus torsos eran anchos como heladeras de dos puertas, y eran tan altos que debían encoger la cabeza para pasar por la entrada a la mayoría de los edificios. Los había solicitado específicamente por el respeto que imponían, pero también porque era gracioso verlos entrar a los coches todo apretados.
—El coche está listo, jefe —dijo Armando.
—Excelente. Alexei, gafas, por favor.
El mastodonte de mi guardaespaldas, con su cabello largo y lacio atado en una cola de caballo, extrajo dos pares de gafas de sol para niñas que parecían cortauñas dentro de sus toscas manos que, según su currículum, habían acabado personalmente con seis personas y un oso.
—Estas ser gafas de la última colección de Bvlgari —me explicó con su pesado acento, mientras le daba un par a Meli y me colocaba gentilmente el otro, arreglando con delicadeza un mechón de mi cabello por detrás de la oreja—. Combinar con tu blusa.
—Siempre tan detallista, Alexei. Excelente trabajo.
—Пожалуйста.
—Muy bien —dije, flexionando el cuello de un lado a otro para sonar los huesos y relajarme—. Hora del show.
Con un chasquido de dedos, Armando y Alexei abrieron las puertas. De no haber contado con las gafas de sol, los cuatro nos habríamos quedado ciegos con la cantidad de flashes que nos atacaron como una explosión nuclear. Meli se encogió de hombros como si fuera una vampiresa, débil frente a la luz, mientras que yo me recocigé en el familiar calor de los focos sobre mi piel. Sonreí y posé mientras avazaba por el pasillo que mis guardaespaldas abrían entre los fanáticos. No era más que otra pasarella para mí.
Saludé de un lado a otro, besando al aire, pretendiendo que reconocía a alguien en la multitud y le deseaba buena salud y volver a vernos pronto. Un par de fanáticos tenían un marcador en sus manos, por lo que con una gran sonrisa lo tomé, les firmé algunas tapas de revistas de la última edición del Royal Wood's Forbes donde yo aparecía, y me gané el aplauso de la multitud al estrechar la mano con una niña en silla de ruedas.
Mi secretaria la había ubicado allí.
Al final de la acera, esperándome como una última barrera a superar antes de entrar en mi limusina Hammer, se hallaban los paparazzis. Oí a Meli gemir de terror a mi lado; la pobre estaba aterrada de la prensa.
No era mi caso.
— ¡Señorita Yates, señorita Yates!
—Buen día, Larry —saludé, deteniéndome junto al primer micrófono.
— ¿Qué se siente ganar un nuevo certamen de belleza?
—Oh, Larry, ¿siempre la misma pregunta? —Me reí como una niña inocente— Por supuesto que es una inmensa alegría, es el esfuerzo de todos los días para tratar de brindarle lo mejor de lo mejor al público, y estoy feliz que lo reconozcan.
— ¿Está confirmada su presencia en el Certamen Pequeña Emprendedora del mes que viene? —Preguntó otra periodista a mi izquierda.
—Más allá de lo que diga la organización del evento, mi presencia depende exclusivamente de si deciden invitarme, así que esa es una pregunta que deberían hacerle a la Señora Maximoff.
— ¿Qué hay de cierto acerca del destrato entre las participantes del certamen?
—Absolutamente falso, todas somos grandes amigas en este ambiente.
—En vista de la búsqueda de expandir el mercado de Industrias Yates en la seguridad, ¿ha tenido algún tipo de contacto con los héroes locales? ¿Nova, Eclipse, o el nuevo Ace Savvy?
Mi sonrisa de cámara se transformó en una auténtica sonrisa traviesa.
—Oh, no creo que podría trabajar con alguien con tan pésimo sentido de la moda como esa Eclipse o Nova. ¿Han visto sus máscaras?
Todos rieron conmigo.
— ¿Y el nuevo Ace Savvy?
—Oh, hay muchas cosas que me gustaría discutir con un héroe tan apuesto y caballeroso. Lo espero en mi torre si algún día quiere… reunirse en privado.
Una nueva ola de flashes, los cuales esperaba lograsen capturar el suave rubor de mis mejillas. Con algo de suerte, la entrevista llegaría a oídos de mi héroe favorito.
— ¿Algún comentario acerca de los rumores de que el alcalde está dispuesto a levantar las restricciones territoriales para la expansión de Industrias Yates a cambio de un plan fiscal para reurbanizar la zona periférica?
Mis ojos se desviaron rápidamente en dirección de la periodista. Katherine Mulligan. Siempre con información clasificada. Siempre tratando de descubrir la verdad de los entramados políticos de Royal Woods.
Extremadamente molesta.
—No comento sobre rumores —dije sencillamente, volteando a sonreír al resto de las cámaras—. Bueno, mi amiga y yo tenemos que ir a almorzar, así que si me disculpan, nos veremos la próxima. ¡Byeeee!
Los reporteros trataron de invadir mi espacio personal, pero Armando y Alexei nos protegieron como las murallas de Troya. Entramos a la gigantesca limosina, cuyo interior era del tamaño de un pequeño departamento. Meli se sentó a mi lado, dejando con cuidado la corona y los regalos sobre la mesa designada para aquella función.
—Ugh, ¿puedes creerlo? Se enteró de nuestro trato con el alcalde —dije, quejándome mientras abría una botella de agua de Fuji—. ¿Quién se cree que es? Sólo porque el antiguo Ace Savvy le concedía entrevistas no significa que deba meterse en todo. Ugh. Qué molestia, ¿no?
—Sí, Lola —respondió Meli de inmediato.
— ¡Exacto! Me alegra que lo entiendas. Oh, bueno, en fin. La vida continúa. Tengo hambre. ¿Tú tienes hambre? ¿Vamos a comer?
—Como tú quieras, Lola.
—Excelente. Creo que podría ir por un poco de comida de fusión. ¿Te parece Jean Juan?
—Si quieres ir ahí, vayamos —dijo con timidez.
—Perfecto. Armando, llama al restaurante. Reserva una mesa grande y todas a su alrededor.
Dos horas más tarde, la limosina se detenía frente a la entrada privada de la Torre Yates. El impresionante rascacielos se elevaba como un hito en la ciudad, reflejando el cielo azul y las nubes en su impoluta fachada de cristal, con el apellido de mi familia en grandes letras cerca de la cima. El penthouse familiar se encontraba en los últimos pisos, a veces escondiéndose entre nubes bajas, las cuales me hacían sentir como una semidiosa encerrada en el Olimpo.
Fruncí el ceño al pensar en ello. No, no era ninguna semidiosa. Si hubiera algo de divinidad en mí, sería definitivamente una diosa completa.
—Bueno, ya son las dos de la tarde —dije, observando el reloj digital detrás del asiento del conductor—. Gracias por acompañarme, Meli.
—De nada, Lola —respondió con ese tono tan suave que a veces costaba oírla—. Gracias por la comida.
—Ni lo menciones.
Chasqueé los dedos y Armando me pasó una maleta plateada. La abrió para mí, revelando varios paquetes de billetes previamente seleccionados y separados. Tomé uno y se lo alcancé a Meli.
—Dale las gracias a la señora Ramos, y dile que necesito que seas mi amiga mañana a primera hora también, tengo una entrevista con una radio y no quiero llegar sola.
—Por supuesto. Gracias, muchas gracias, Lola —repitió, guardando los billetes en el bolsillo de su vestido como si temiera perderlos.
No sé por qué se preocupaba tanto, en dos años todavía no había perdido ninguno. No es como si fuera a volverse una descuidada de repente.
—Chicos, asegúrense que llegue a su casa pronto.
—Así será, императрица.
— ¡Adiós, Lola!
Desafortunadamente ya había abierto la puerta y sacado un pie fuera de la limosina, por lo que no pude saludar a Meli. Otros dos guardias, más ordinarios en sus dimensiones, se acercaron para escoltarme por el largo pasillo que llevaba al hall de entrada de la Torre Yates.
Los empleados casi se resbalaban en los pisos de mármol pulido al verme pasar, deteniéndose de repente para saludarme y desearme un buen día. ¡Ja! Como si necesitara que un secretario o un ingeniero en jefe me deseasen suerte para que mis días fueran un éxito.
Pronto llegué a mi ascensor privado, donde un empleado me esperaba de pie.
— ¿A dónde, jefe?
—Sala de reuniones. Espera —lo detuve, en cuanto movió su mano hacia el tablero—. Yo puedo presionar el botón por mi cuenta.
—Por supuesto.
Me acerqué a la botonera. Esperé un instante y aclaré mi garganta.
El empleado me alzó para que llegase a la parte alta del tablero, y presioné el botón que me llevaría directo a la sala de reuniones. Mientras continuábamos elevándonos hasta las nubes, tarareé la melodía de la canción de princesas que sonaba en el altavoz. Revisé mis uñas, asegurándome que estuvieran perfectas, y acomodé mi collar de perlas para que estas estuvieran centradas en mi eje. En cuanto el ascensor se detuvo, dejé de cantar, y entré en modo CEO.
Las puertas no habían terminado de abrirse cuando entré a la sala a paso apurado.
—Informes —dije, mientras dos asistentes se acercaban por derecha e izquierda con carpetas llenas de papeles, resúmenes, noticias y cosas por firmar.
La inmensa habitación tenía tres caras rodeadas de vidrios blindados y esmerilados, permitiendo que entrase la luz mas no los curiosos ojos de la competencia. Los únicos muebles eran la mesa para treinta personas y las sillas, casi todas ellas ocupadas en aquel momento por miembros de la junta directiva de la compañía.
—Las acciones subieron un punto cero nueve por ciento el día de hoy —me dijo la asistente a mi izquierda.
— ¿Nada más? —Dije, mientras comenzaba a firmar los papeles que el otro asistente me alcanzaba— Publiquen el informe acerca de las reformas de ciberseguridad, eso dará más confianza a los inversionistas.
—Dos periódicos publicaron notas acerca de la compañía. Una es positiva, la otra critica su trato con la prensa.
—Inviten a ambos a cubrir la próxima cena de caridad, y asegúrense de darles bebidas caras. Si continúa criticándome, háganle la vida imposible en redes sociales.
—Entendido.
— ¿Qué más? —Pregunté, caminando y firmando papeles mientras rodeaba a todos los demás miembros de la comisión, dirigiéndome a mi asiento en la cabecera.
—Stanley Chang envió una nueva carta solicitando una reunión con usted.
—Dígale que mi agenda está ocupada hasta Febrero.
—Estamos en Mayo.
—Exacto. ¿Algo más?
—La Fábrica de Dulces de Jack Sweet aceptó los nuevos términos del contrato; la caja de Ositos de Goma llegará mañana a sus oficinas.
— ¡Excelente! —Dije, pudiendo casi saborear aquellas deliciosas golosinas en mi paladar— Bien, si eso es todo, largo de aquí.
Los dos asistentes agacharon las cabezas y desaparecieron de mi vista, dejándome frente a frente con las dos docenas de buitres que querían quedarse con mi compañía.
—Damas y caballeros, todos sabemos por qué estamos reunidos aquí —comencé con frialdad—. Conocen mis planes. Sé que muchos de ustedes no quieren seguirlos. Tienen esta reunión para tratar de convencerme de cambiar de opinión.
—Así no es como funciona el Directorio —dijo de repente uno de los hombres de traje—. Sin el apoyo de la Junta, no tienes poder. Eres tú la que debería convencernos a nosotros de que plan no es un completo suicidio financiero.
—Ya lo hice —respondí—. Les presenté mi idea. Les expliqué cómo hacerlo. Mandé a escribir un informe explicando todo esto. Será rentable, y nos hará ganar muchísimo más dinero a todos nosotros. De todos los que estamos en esta habitación, soy la única que tiene un plan y las agallas para llevarlo a cabo.
—Hay una delgada línea entre agallas e ignorancia.
—Y aquí estás tú, sin nada de uno y hundido en lo otro —le dije sin inmutarme.
Sacudió la cabeza, mientras el resto de las personas comenzaban a murmurar.
—Nos estás pidiendo una inversión que duplica nuestro presupuesto anual, nadie en su sano juicio arriesgaría tanto —objetó una mujer con un traje rojo demasiado revelador para mi gusto—. Llevamos décadas en esta compañía, y nunca se nos hubiera ocurrido presentar semejante proyecto.
—Y por eso la empresa estuvo estancada durante tanto tiempo —dije, poniéndome de pie sobre mi silla para quedar a la altura de los demás empresarios—. Tasas del crecimiento del dos por ciento anual. Crecimiento relativo muy por debajo de la media nacional. Tardaron doce años en recuperarse de la crisis del noventa y siete. El rebote en "v" que proponían se transformó en una pendiente interminable de estancamiento. ¿Y todo para qué? ¿Para defender sus bonos de antigüedad?
Todos desviaron la mirada.
Los tenía donde quería.
Me subí a la mesa y comencé a caminar sobre ella, observándolos a todos desde arriba, manteniéndolos con la cabeza gacha.
—Desde que tomé las riendas de esta compañía, las acciones no han parado de subir. Multipliqué sus ganancias por más de cinco, nos puse en boca de todo el país. No soy una ingeniera, no sé cómo se desarrollan programas de computadora, pero sé para dónde se mueve el mercado. Sé lo que la gente quiere, lo que el mundo está dispuesto a comprar.
Me detuve en el centro de la mesa, mis tacones firmes sobre el acero inoxidable.
—Empresas Tetherby está en la quiebra, dentro de unos meses ni siquiera podrán mantener su nombre. Ace Savvy está muerto. La seguridad de Royal Woods necesita un nuevo estandarte: nos necesita a nosotros.
—Hay otros héroes —contraatacó alguien al final de la mesa—. Y su imagen en el público no para de crecer.
—Oh, por favor, ¿niños héroes? —Dije desinteresadamente, agitando la mano en el aire— Pronto desaparecerán como el resto. Las compañías de seguridad privada son eternas.
—El nuevo Ace Savvy lleva ya más de un año. Nova y Eclipse aún más.
—Sí, y los tres casi mueren have dos semanas cuando esos villanos de Great Lakes City invadieron la ciudad —respondí—. Ese es el punto, eso es lo que debemos demostrarle al público.
—Los medios han cambiado su mirada; los movimientos anti-héroes ya no son tan populares como antes, la gente tiene esperanza en estos niños.
— ¡Usémoslos a nuestro favor entonces! Nadie quiere reemplazarlos. Diremos que estamos aquí para apoyarlos, para asegurarnos que triunfen donde tantos otros han fracasado.
—Señorita Yates, si prometemos algo así y luego desaparecen como usted dice, sería sumar un fracaso a nuestras filas.
—Claro que no. Lloraremos, crearemos un museo en su honor, abriremos una escuela pública con su nombre, y luego diremos que es necesario que nosotros continuemos con su heroica labor. Déjenme la prensa a mí, me aman. Ustedes preocúpense por aprobar mi plan de inversiones.
— ¿Y por qué el Bosque Evergreen de todos los lugares? Tenemos terrenos en el polo industrial. ¿Por qué motivo nos meteríamos en un bosque inexpugnable a instalar una fábrica?
—Precisamente para mostrar que nada nos detiene —le respondí, regresando a mi lugar—. Ni siquiera una tonta leyenda.
Por unos minutos, se detuvieron las preguntas y los cuestionamientos. Sólo se oía el murmullo de los distintos miembros, susurrando por lo bajo entre ellos, confabulando en mi contra como siempre.
Si por ellos fuera, me despedirían, me echarían de la empresa de mi familia y me dejarían en la calle sin un centavo. Por suerte para mí, ni siquiera amaban a su propio orgullo tanto como el dinero, y yo les estaba haciendo ganar demasiado dinero.
Tras largos minutos de deliberación, el vocero de la junta se quitó las gafas y me miró desafiante. Mantuve el contacto visual. No me intimidaba.
—La junta no está de acuerdo con esta inversión en seguridad, que desviaría recursos y nos endeudaría durante al menos una década, sin garantías de recuperar o generar un superávit en el mediano plazo.
— ¿Y sin embargo…?
Frunció el ceño ante mi sonrisa. Suspiró y se frotó la sien.
—Y sin embargo… no está en nuestros intereses entorpecer la visión de la compañía que usted, Señorita Yates, establece como CEO y heredera de Bumper Yates, que en paz descanse.
— ¿Está aprobado el proyecto, entonces? —Pregunté, inclinándome hacia delante y entrelazando mis dedos.
—Aún no —dijo, cerrando las carpetas que tenía frente a sí—. Necesitamos que el plan fiscal que el alcalde propuso esté firmado y pactado. Sólo entonces obtendrás la aprobación de la Junta.
Asentí, recostándome hacia atrás. Sin más palabras, los empresarios se levantaron y se alejaron por las escaleras hacia sus ascensores compartidos. Estaba esperando a que todos se alejaran para poder chillar de alegría, bailar sobre la mesa, comer golosinas hasta que me dolieran las muelas, pero una persona se quedó en la habitación, quieto en su lugar, mirándome con una sonrisa.
—Oh, Winston querido, ¿se te ofrece algo?
Winston se acercó lentamente. Con su cabello rubio peinado y esa bufanda rosada envolviendo suavemente su cuello, se portaba como un verdadero adulto, y no como un niño de mi misma edad, representante de su padre como miembro de la junta directiva de la empresa de mi familia. Era probablemente el niño más atractivo de Royal Woods, y alguno de los más ricos.
Muy por debajo de mi nivel, sin embargo, y él lo sabía. Nuestro coqueteo constante no era más que una guerra encubierta, buscando siempre una debilidad en el otro.
—Quería felicitarla por su nueva victoria en su concurso de belleza, mademoiselle.
— ¿Felicitas acaso al sol por salir cada mañana?
—El sol no es tan brillante como tú, más hermosa que un arcoiris.
Ladeé la cabeza, recostando mi barbilla sobre mis manos. ¿Estaba al tanto Winston de mi acto con los diamantes? Él no estaba allí, y no había forma de que la prensa hubiera publicado detalles tan específicos de mi participación. ¿Es que todo el mundo tiene espías en todas partes?
—Oh, querido, ¿es que me estás siguiendo? —Pregunté con un sutil filo en mis palabras.
Acercó su rostro al mío. Peligrosamente cerca. Podría habero apuñalado con mi bolígrafo.
—Ya me conoces. Si hay algo que me gusta más que mi reflejo, es el dinero. Y tú, querida jefa, eres la más grande mina de oro en la que mi padre ha invertido.
Se alejó un poco tomando una silla y sentándose en el primer asiento a mi derecha.
—Pero no eres la única inversión de mi familia —mencionó—. Y créeme, sigo a todas muy de cerca. El diverso portafolio de inversiones de mi padre hace que sea una persona muy, muy informada.
—No me digas.
—Sí. Pocas cosas son más valiosas en este ambiente que la información. Conozco pequeñas presidentas de compañías que estarían dispuestas a pagar una exagerada suma de dinero por poner las manos en apenas una fracción de lo que conozco.
Sonreí. Admito que me tenía confundida por un momento, pero ahora volvíamos a hablar el mismo idioma.
—Interesante. Creo que las personas inteligentes que saben mucho son realmente atractivas.
Me devolvió la sonrisa.
—Si lo que quieres es que me ponga un traje de héroe, lamento decirte que no me llevo bien con el spándex.
—Oh, una verdadera pena. En fin, ¿qué precio debería estar dispuesta a pagar una pequeña presidenta de compañía por un poco de tu tan valiosa información?
—Esa es la mejor parte —mencionó, inclinándose hacia delante como si quisiera contarme un secreto—. Mi padre me enseñó a pensar en el largo plazo. Y así aprendí que, a veces, es mejor conceder ciertos favores gratis, si es que ello logra que alguien más te haga ganar más dinero que simplemente por vender la información.
Suspiré, y me recosté hacia atrás en el respaldo de mi gran trono.
—Ok, esto ya se está volviendo muy molesto —dije con gran apatía, la sonrisa abandonando mi rostro—. Di lo que tengas que decir o márchate, tengo una fiesta de té en mi suite y a Eunice no le gusta esperar.
La sonrisa de Winston también se desvaneció, dejando el acto de lado, y se recostó hacia atrás al igual que yo.
Era hora de hablar negocios.
— ¿Por qué crees que el directorio decidió aprobar tu proyecto de abrir una fábrica en el Bosque Evergreen? —Me preguntó sin rodeos.
—Porque mis ideas son geniales y todos ustedes son muy estúpidos como para proponer algo mejor.
—Error, mi querida Lola. Aunque te cueste aceptarlo, no lo sabes todo. Y, de hecho, tu ignorancia en este asunto en particular tiene a todo el directorio absolutamente fascinado. Creen que es la oportunidad perfecta para deshacerse de ti.
—Pfft, ¿creen que va a fracasar? —Me burlé, ahogando la risa— Lo hablé con los inversionistas, el arquitecto y los ingenieros, me garantizaron que todo podrá realizarse, y sé que será un éxito en la población.
—No, no, sigues sin entender. Ellos están convencidos de que el plan será un éxito y les darás muchísimas ganancias.
Sacudí la cabeza, incrédula.
— ¿Y cómo pretenden echarme si todo sale tal y como lo predije?
—Porque el directorio tiene la potestad de despedirte si, por acción u omisión, le ocasionas importantes pérdidas a la compañía.
—Uh, ¿creí que estábamos de acuerdo en que el cambio de inversión a la seguridad nos daría ganancias, no pérdidas? ¿Hello?
—La pérdida no sería lo que realizas, si no lo que se puede escapar de tus manos incluso con tan tremenda inversión de capital. Una pérdida tan grande que, incluso con todo lo que nos hagas ganar, estaría más que justificado tu despido.
Extrajo una pequeña caja plateada del interior de su traje violeta. La abrió sobre la mesa, y extrajo de allí dos paletas rosadas cubiertas con un plástico. Retiró el plástico de una y la metió en su boca.
— ¿Fresa? —Me ofreció.
Acepté. Mi dentista no me recomendaba comer paletas, pero, ¿qué puedo decir? Soy una consumidora social de azúcar.
—Incluso si cometiera algún error, lo cual es imposible en mí, pero suponiendo que lo fuera… Incluso así les estaría dando mucho dinero. Y si me echan, el directorio se quedaría con ese crecimiento de capital y de acciones. ¿Por qué tratarías de advertirme de este supuesto error, en lugar de quedarte con el dinero y sin mí?
—Ya te lo dije, corazón: eres una verdadera mina de oro. Ninguno de los otros vejestorios lograrían hacer crecer a la empresa como tú. Deshacerme de ti daría sus frutos en el corto plazo, pero yo miro más allá. Mientras más tiempo estés a cargo aquí, más dinero tendré. Por eso es que debo advertirte del plan secreto del directorio y de la competencia.
Mordí la paleta hasta quebrarla en decenas de pedazos.
— ¿La competencia? —Gruñí— De acuerdo, basta de juegos, Winston. ¿Qué está ocurriendo?
Saboreó un poco más su paleta antes de dejarla a un lado sobre el plástico en la que venía envuelta.
—Dime, querida Lola. ¿Conoces la leyenda del Corazón de Evergreen?
