CAPITULO 3

Emily era realmente buena esquivando a los demás cuando se lo proponía. Y precisamente ese fue su objetivo en cuanto el jet aterrizó en Virginia. Había dos vehículos esperando, y se las arregló para evitar compartir el trayecto con Morgan. Una vez en Quántico, escapó de sus compañeros hacia el garaje en cuanto tuvo ocasión, y condujo en dirección a su casa sin mirar atrás.

Era absurdo porque sabía perfectamente que Morgan no tenía ninguna intención de perseguirla. Se le podía reprochar su excesivo afán de protección, pero definitivamente no era un acosador.

Llegó a su apartamento pasadas las tres de la madrugada. Al día siguiente tenían que ir a trabajar, pero Hotch les había dejado unas horas más para que pudieran descansar. Emily calculó que no volvería a ver a Morgan al menos hasta mediodía.

No le habría importado tomarse el día libre, pero Strauss querría los informes del caso sobre la mesa cuanto antes y, teniendo en cuenta que dos de sus colegas habían mentido por ella, o al menos ocultado algunas circunstancias de la muerte del sudes, habría sido bastante desconsiderado por su parte no aparecer por la oficina.

Lo cierto era que ni siquiera podía explicar por qué estaba esquivando a Morgan. ¿Tal vez porque se sentía un poco culpable por haber rechazado lo que sin duda había sido un gesto amistoso? ¿Tal vez porque durante un instante no sólo le había parecido únicamente un gesto amistoso? Demasiadas dudas para lo agotada que estaba.

Así que, tan pronto llegó a su casa, Emily se dio una ducha y se metió en la cama esperando que a la mañana siguiente todo tuviera más sentido.

O tal vez no.

La alarma sonó a la hora de siempre. Farfulló una maldición en algún idioma no reconocible por no haber recordado cambiar la hora de la alarma. De un manotazo frustrado apagó el reloj, y de paso, lo estampó contra el suelo.

Levantó la cabeza, asomándose al borde de la cama y resopló al contemplar su obra. El reloj yacía moribundo en el suelo, hecho trizas.

— Al menos ha dejado de sonar— Suspiró Emily.

Comprobó entonces la hora en su teléfono. Las seis y media de la mañana. Calculó que habría dormido como máximo tres horas. Pero ya se había despertado, y no habría forma de que volviera a dormirse.

Arrastrándose, se levantó de la cama y se dio otra ducha rápida. Agarró del armario lo primero que tanteó, un vestido azul cobalto que hacía mil años que no se ponía, y que sorprendentemente no tuvo problemas en que le quedara como un guante. Hasta ahora no se había dado cuenta de lo mucho que había adelgazado durante el tiempo que había pasado en Francia. En lugar de un descafeinado, optó por un café cargado, a riesgo de que su estómago sufriera las consecuencias, pero tenía la cabeza embotada y si no se despertaba del todo, no habría forma de que redactara un informe medio decente.

Cuando llegó a la oficina, aún arrastraba tanto sueño que sus preocupaciones de la noche anterior, habían quedado olvidadas en algún rincón de su mente.

No había nadie más allí, por supuesto. ¿Quién iba a renunciar a dormir después de un caso tan horrible pudiendo tener la oportunidad de hacerlo?

Miró hacia el descansillo de la planta superior. El despacho de Hotch estaba iluminado.

Sonrió para sí misma.

— Por supuesto, Hotch.

Para su desgracia, no era el único.

Justo Morgan salió de la oficina de Hotch. Y de pronto, Emily recordó todo lo que la resaca sin alcohol le había hecho olvidar momentáneamente. En una reacción instintiva y tremendamente infantil, Emily apartó la mirada en cuanto notó que Morgan reparaba en su presencia.

— Mierda...— Farfulló, y a continuación se escabulló hacia el office, esperando que Morgan optara por entrar en su despacho en lugar de perseguirla por media oficina. Después de todo sólo era protector, no un acosador, ¿no?

Se preparó otro café aún más fuerte que el anterior, y después de comprobar que Morgan había desaparecido definitivamente, se sentó en su escritorio dispuesta a redactar su informe.

No tardó en quedarse totalmente absorta en él.

Y entonces.

— Pensabas que te estaba pidiendo una cita, ¿no?

Emily, que no había oído llegar a Derek, dio un salto en su silla, acompañado de un grito de sorpresa. De un manotazo, casi tan enérgico como el que había recibido su maltrecho despertador, lanzó la taza de café, que acabó derramándose sobre su, rescatado del olvido, vestido azul cobalto.

El líquido caliente, se deslizó desde su pecho hasta el borde del vestido, que se cortaba a la altura de la rodilla. Pronto el calor traspasó el delicado tejido, y Emily se puso de pie, repitiendo las mismas maldiciones que había proferido al destrozar su despertador.

Tuvo una intensa sensación de deja vu.

— ¡Maldita sea!— Gritó finalmente en un idioma comprensible, mientras trataba de despegar inútilmente la tela de su cuerpo —¡Maldita sea!

Morgan en un primer momento se quedó petrificado. No estaba muy seguro de no recibir un bofetón si trataba de acercarse a ella para ayudarla. Buscó a su alrededor algo que pudiera servir para evitar que la situación empeorara, y finalmente corrió hacia el office y regresó con un puñado de servilletas, que le entregó guardando una distancia prudencial.

Emily se las arrebató de la mano de un zarpazo, e intentó arreglar aquel desastre. El calor del café se había atenuado, y ahora sólo se veía una mancha oscura y horrible que cruzaba el vestido desde su pecho hasta el bordillo.

Emily se dio por vencida, y soltó las servilletas sobre el escritorio.

— Te pagaré la tintorería...— Se ofreció Morgan para compensarla— Lo llevaré yo mismo— Añadió con expresión culpable.

— Es un puto vestido italiano — Se lamentó Emily— Tejido con seda natural de China...— Leyó el desconcierto en Morgan. No sabía de qué le estaba hablando. Suspiró— No importa... Hacía años que no me lo ponía... No sé a quién quería impresionar— Añadió, encogiéndose de hombros.

Morgan la contempló por primera vez. No había tenido tiempo de admirar cómo la prenda se ceñía suavemente a cada curva de su cuerpo. A Emily siempre le favorecían ese tipo de vestidos, pero con aquel en particular era imposible que pasara desapercibida. Estaba bastante seguro de que nadie se percataría de la mancha de café.

— Si sirve de algo, a mí me has impresionado— Confesó con sinceridad. Luego alzó una ceja y le guiñó un ojo— ¿Qué tal una cena entre amigos, y sólo entre amigos, para compensar? Y para que quede claro que no es una cita— Continuó Morgan recalcando el "no"— Tú llevas las bebidas... Nada romántico, por supuesto... Cerveza... Sí, definitivamente, cerveza— Divagó— Y para comer, tal vez pizza o hindú... ¿Qué te parece?

Emily trató de reprimir la risa sin demasiado éxito. Definitivamente, Derek Morgan era infatigable en sus propósitos.

— ¿Estás utilizando psicología inversa conmigo?— Le acusó.

Aún sentía la humedad que el café había dejado en su piel, pero tenía verdadera curiosidad por comprender a qué venía tanta insistencia.

— Sólo me pareció que sería buena idea que habláramos — Morgan señaló a su alrededor— Fuera de aquí... Ya sabes... Creo que hay cosas que necesitamos decirnos. Si algo he aprendido con los años es que ignorar los problemas no los soluciona.

Si no lo hubiera conocido lo suficiente, Emily habría jurado que escondía algún reproche detrás de sus palabras, pero no consiguió entrever ninguna mala intención en ellas.

— Es importante para ti, ¿Verdad? No me refiero a la cena, me refiero a que hablemos.

Él asintió.

— Creo que es importante para los dos.

Emily se dio cuenta de que había cometido el error de creer que sería suficiente con las sesiones de entrenamiento con Morgan. Apenas habían comenzado, pero lo cierto era que no había demasiada intimidad en el campo de tiro o en el gimnasio. Precisamente esa falta de intimidad era lo que hacía que ella se sintiera cómoda. Y al final seguían dentro del ámbito laboral. Estar a solas con Morgan, en su casa, era algo muy diferente.

De pronto, la mancha en su vestido le resultaba absurda. Lo importante, lo real, lo tenía frente a ella.

Sintió miedo.

— Derek, hay cosas...

— No importa— Le aseguró él.

— Claro que importa— Insistió Emily— Me estás pidiendo que hablemos y yo no sé si puedo hacerlo.

— No importa— Reiteró Morgan.

Ella lo miró, desconcertada.

— Entonces, ¿Cuál es el sentido de todo esto? ¿Qué quieres de mí, Derek?

Derek notó el temblor en su voz. No era lo que había pretendido, pero definitivamente había algo que la angustiaba, algo que no era capaz de verbalizar. Y Morgan no tenía ninguna intención de presionarla, pero no podía ignorar las señales.

— Nada, Emily... No quiero nada de ti... Quiero que tú tengas lo que mereces— Dijo suavemente— Y no mereces vivir sintiéndote culpable. No lo merecemos ninguno de los dos. Creo que realmente sería bueno para ambos...

— De acuerdo— Cedió ella antes de que terminara la frase. La sinceridad de Morgan la había conmovido como nadie lo había hecho desde hacía muchos años— Yo llevaré la cerveza— Añadió con una sonrisa— Y nada picante, por favor. La úlcera me va a matar...

Morgan miró hacia el fondo. Reid acababa de entrar. Le hizo una seña a Emily para advertirla.

— Gracias...— Susurró en voz baja Morgan.

Emily sonrió en silencio.

Reid se unió poco después a la pareja.

— Buenos días— Saludó— Vine temprano para terminar el informe— Sus ojos se centraron momentáneamente en Emily. Su informe se encontraba a medio hacer sobre su escritorio. Luego se volvió hacia Morgan— ¿Ya has redactado el tuyo?

— Ya lo he entregado. He hablado con Strauss a primera hora. Será suficiente con que mostréis la conformidad. Que evitáramos una cuarta víctima jugó a nuestro favor, y el perfil fue congruente con el comportamiento del sudes. Lo siento... Debí haberos avisado.

Reid se encogió de hombros.

— No importa. De todas formas mi vecina de arriba me despertó a las ocho de la mañana con la aspiradora— Se quejó— Luego señaló a Emily— ¿Cuál es tu excusa?

— Mi despertador sonó a la hora de siempre... Así que lo asesiné. No volverá a sonar— Confesó entornando los ojos. Notó que Reid se detenía a observar las manchas oscuras en su vestido— Son los restos de sangre... — Añadió sin sonreír lo más mínimo.

Derek sí que lo hizo. Explotó en una carcajada que confundió más aún a Reid.

— ¿Qué me he perdido?

— Sólo a Emily bañándose en café— Le informó Derek con sarcasmo.

— Sí, claro...— Bufó ella— Como si tú no hubieras tenido nada que ver—Dejó los ojos en blanco y suspiró— Voy al servicio a intentar limpiar esto...

Los dos hombres la siguieron con la mirada hasta que Emily desapareció de su vista.

— ¿Le derramaste el café encima a Emily?— Reid negó con la cabeza, frunciendo los labios— Siento compasión por ti, Morgan. Se vengará.

Derek alzó ambas manos.

— Juro que ni la toqué...

— Ya...— Vaciló Reid. No sabía que había ocurrido antes de que él llegara, pero sentía habérselo perdido— Por cierto...— Inclinó la cabeza en dirección a la zona por donde se iba al servicio— ¿Ella está bien? Podía haber muerto... Quiero decir, otra vez...

Reid sólo había hecho patente lo que era una evidencia. Había llegado después de que Morgan disparara al sudes, pero estaba claro lo que había ocurrido. Morgan le había salvado la vida a Emily. Ese era un buen resumen. Derek lo sabía, pero aun así, se le heló la sangre al recordar lo cerca que había estado de perderla de nuevo.

— Está viva, Reid. Eso es lo que importa.

Se lo había dicho a Reid para tranquilizarlo, pero no suponía en absoluto un consuelo para Derek. Emily no podía permitirse bajar la guardia. Tenía una tendencia natural para ponerse en situaciones de peligros. Cierto era que a él podrían acusarlo de lo mismo, pero normalmente Morgan no salía herido con la frecuencia con que le sucedía a Emily, especialmente en los últimos tiempos.

— Lo está porque tú estabas ahí...— Reid se quedó en silencio, en actitud reflexiva— Emily confía en ti para que estés ahí.

Aquella observación pilló desprevenido a Morgan. Nunca lo había visto de esa forma. Él no había buscado que lo emparejaran con Emily. Las parejas las decidía Hotch pero era cierto que normalmente siempre acababan juntos. ¿Era Hotch de la misma opinión que Reid? La cuestión era que él también se sentía más tranquilo sabiendo que estaba cerca de ella para cuidarla. Era sobreprotector, lo admitía, pero nadie se lo podía reprochar teniendo en cuenta que podría haberle evitado meses de dolor si hubiera llegado sólo un minuto antes a aquel almacén.

—No lo sé, Reid...— Susurró Morgan.

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