CAPÍTULO 24
Se miró al espejo.
Las cosas no iban exactamente como lo había planeado.
Pero ella lo arreglaría.
Creía que esa zorra estaría en su apartamento aquella noche. Iba enviarle un nuevo mensaje al tal Murphy para que se presentara allí, así desviaría la atención hacia él, pero finalmente ella se había marchado con Morgan en su camioneta. Los había visto desde la ventana de su apartamento. Y esa cosa oscura que vivía en su cabeza, le había nublado el juicio. No había podido evitarlo, había utilizado el duplicado de la llave que el estúpido del conserje creía tener a buen recaudo, para entrar a su apartamento y destrozarlo. Tenía la copia desde el día en que los obreros habían ido a reparar la avería que ella misma había causado. Sólo necesitó acceder al duplicado que tenía Charlie durante unos minutos para hacerse con el molde de la llave. El pobre viejo ni siquiera se había enterado de que la había dejado sobre la encimera de la cocina, a su disposición, durante el tiempo en que había permanecido en el apartamento.
Especialmente se había ensañado con el dormitorio, particularmente la cama. Odiaba cada centímetro de aquel lugar, y sobre todo, la odiaba a ella. Si ella no hubiera resucitado, Derek habría sido suyo.
Porque sabía, que en el fondo, él la amaba solo a ella.
Lo había visto la primera vez en el local al que había comenzado a acudir cuando se llamaba Faith. Se había mudado recientemente desde Nueva York, tratando de curar su corazón roto. Roto por un hombre que no la había sabido apreciar y que, al igual que otros anteriores, al final no había sido el príncipe azul que ella creía. Pero ahora lo había encontrado. Por fin, el príncipe de sus sueños en la figura de Derek Morgan, agente del FBI.
Taciturno, callado, al principio su príncipe se refugiaba en aquel local donde se reunían otros agentes del FBI. Había sido el destino y ella acudía todas las noches por si acaso, porque si él decidía aparecer, ella debía estar allí.
Lo observó durante varias noches. Solía tomar cerveza, a veces algo más fuerte, hasta la madrugada. Y siempre se iba solo. Ninguna mujer del local le interesaba a pesar de que todas las noches, alguna lo asaltaba. Al principio Faith no sabía su nombre, ni que era agente del FBI, ni nada de él.
Y entonces, un día, Faith se acercó a él. Una verdadera princesa rubia, de ojos azules, como en los cuentos, como la bella durmiente del bosque. ¿Cómo iba a rechazarla?
Pero ni siquiera la miró. Ni siquiera reparó en su existencia.
Frustrada, regresó a la barra del bar, y allí un hombre, otro hombre, le explicó que no era su culpa. Que su príncipe estaba triste por la pérdida de una compañera de trabajo. Pero Faith conocía bien a los hombres. Conocía bien el corazón humano. Y supo que nadie se sentiría así sólo por una compañera de trabajo.
Así que aprovecho la predisposición de aquel hombre, también agente del FBI, a hablar. Por suerte era un charlatán engreído. Por suerte le dijo todo lo que necesitaba saber sobre la tal compañera muerta, Emily Prentiss se llamaba, y el gran amor de su vida, Derek Morgan. Le contó incluso que ella solía pedir bourbon, que a veces la había escuchado hablar sobre algún libro que había leído, y que había viajado mucho. Obviamente él mismo se había fijado en ella, y se había tomado su desdén como un desafío para conseguir llevársela a la cama.
Pero luego ella murió.
Y el muy tonto creyó que a ella, a Faith, también se la llevaría a la cama, incluso la invitó a visitarlo al edificio del FBI donde trabajaba sólo para impresionarla. Únicamente aceptó su tarjeta porque creyó que quizás le pudiera ser útil en algún momento. Él creyó que estaba jugando con ella, cuando era ella la que lo había enredado en sus redes.
Y Faith se dijo que tenía que conocerla. Que tenía que averiguar quién había sido exactamente esa mujer.
Y finalmente acudió a la sede del FBI. Fue fácil entrar como visitante, al fin y al cabo tenía la tarjeta del agente que había conocido, Murphy, y claramente no era la primera visita femenina que recibía.
En cuanto pudo deshacerse de él, recorrió las zonas no restringidas del edificio, incluida la planta de oficinas donde trabajaba Derek, su príncipe. Aquel día no estaba. Tenían un caso.
Y de pronto, al cruzar uno de los pasillos, se encontró frente a frente con su fotografía, junto a la hilera de fotografías de agentes del FBI fallecidos. Y era tal y como Murphy la había descrito. Físicamente muy distinta a ella.
Y la odió con toda su alma.
Pero aprovechó para entablar conversaciones casuales con el personal que la conocía. Se hizo pasar por una antigua amiga que acababa de enterarse de su muerte, y con eso consiguió averiguar algunos detalles más sobre ella, sobre su personalidad y sobre cómo solía vestirse, sobre cómo llevaba el cabello o cómo iba maquillada.
Información vital para su próximo paso.
Decidió que definitivamente esa mujer no se merecía ocupar el corazón de su príncipe.
Así que ideó un plan. Nada muy diferente a lo que había hecho antes. Era una profesional de la manipulación y sabía muchos trucos para conseguir colarse en las vidas de sus príncipes.
Pero entonces, él dejo de acudir al local. Lo esperó durante varias noches, pero no apareció. Y decidió seguirlo a la salida del trabajo. A esas alturas, ya sabía incluso donde vivía y tenía su teléfono profesional. No había demasiadas restricciones sobre ese tipo de información especialmente si se dominaba el arte del engaño. Tampoco era la primera vez que lo seguía. Su príncipe había acabado en otro local más alejado, donde no acudían agentes del FBI, salvo él. "Andrómeda" se llamaba.
Y un día, simplemente se acercó a él. Y no la reconoció. ¿Cómo iba a hacerlo si ya no era Faith? Ahora era Emma. No Emily exactamente, pero tendría el mismo diminutivo.
Antes de eso había sido Lily, Marian y Camille. Su verdadero nombre ya lo había olvidado.
Y resultaba que casualmente Emma era mucho más sofisticada, inteligente, hermosa y divertida que Emily. Y le gustaba el bourbon, sólo que lo bebía con más clase que Emily. Y le gustaba leer y viajar, pero estaba segura de que sus lecturas y sus viajes eran más selectos.
Y resultó también que el rubio natural de su cabello había desaparecido bajo un tinte oscuro, y sus ojos azules tras unas lentillas también oscuras. Faith se había desvanecido, y por eso Morgan no podía reconocerla, ni recordarla. Simplemente porque Faith nunca había existido para él.
Se sentó a su lado, en la barra y pidió un bourbon.
Cruzó las piernas, elegantemente, pero Derek no se percató. Emma consideró que sólo estaba siendo respetuoso.
Y luego el accidente. Una copa que se derrama sobre la barra. No sobre Derek, sí lo suficientemente cerca como para llamar su atención.
— ¡Qué torpe soy!— Se lamenta Faith, ahora Emma— No te habré manchado, ¿no?
— Tranquila, no ha pasado nada— Responde él, educado, un caballero. Emma no se ha equivocado.
Y luego Derek tiende una servilleta para ayudarla a secarse las gotas que por descuido han caído en su vestido de diseño.
Y Derek la invita a otro bourbon.
Y hablan.
— Me llamo Em...— Faith/Emma sonríe cuando Morgan abre los ojos, recordando a otra Em, aunque nunca la llamó así.
— ¿De Emily?— Pregunta él, casi esperanzado. Y por primera vez, Faith/Emma, nota que la mira con verdadero interés. No, con interés no, con esperanza.
— Emma...— Le aclara ella— ¿Y tú?
Él se presenta.
— Derek Morgan, encantado de conocerte.
Aunque eso ya Emma lo sabe. Faith ya no existe. Como no existen sus cabellos rubios y sus ojos azules.
Siguen charlando. Sobre sus trabajos, sobre lo que hacen allí, sobre la vida, sobre sus gustos. Cuando parece que Derek comienza a retraerse, Emma le invita a otra copa, le habla de sus viajes a Europa, del último libro que ha leído. Se ha preparado a conciencia para aquella conversación. Y funciona. Derek vuelve a encontrarse cómodo con ella.
Y Emma descubre que nació en Chicago, que estudió en la Universidad de Northwestern, que fue policía antes de convertirse en criminólogo para el FBI.
Y luego otra copa. Y una última. Emma en realidad no bebe. Sólo finge. Derek no finge. Bebe demasiado.
Y le gusta el rugby, las películas en blanco y negro, y Kurt Vonnegut.
Casualmente a Emma le gustan las mismas cosas.
Y Derek se sorprende, porque el alcohol aún no le permite desconfiar.
Y ella insiste en llevarlo hasta su casa.
Él finalmente acepta.
Él no se encuentra del todo bien. No sólo por el alcohol, sino por la "sustancia especial" que Emma ha vertido en su copa mientras él desviaba la mirada durante un instante hacia la pista de baile. A Emma le encanta utilizar aquella sustancia especial. Es su truco favorito para colarse en las casas de los posibles "príncipes azules" sin demasiadas reticencias.
Lo demás es sencillo.
Memorizar el código de la alarma mientras éste lo teclea. Realizar un molde rápido de la llave mientras él va a buscar más alcohol a la cocina, y mientras va a llevar al perro al jardín, es aún más fácil. Ha visto los suficientes vídeos en internet como para aprender a hacerlo, y lo ha hecho tantas veces, que es una experta. Sólo hay que hacer el molde, dibujar el contorno en el material adecuado. El perro es un problema. Emma odia los perros. Pero lo solucionará. Ya lo ha hecho antes. Los perros son seres estúpidos que se comen cualquier cosa que lleve carne sin importar qué haya en su interior.
Emma se envalentona. Decide dar el primer paso. Lo besa en los labios. Bueno, lo intenta. Por desgracia, él cree que aún no está preparado. Ella no insiste. Se despide, y le dice que no importa cuando él se disculpa. Emma espera, sale de la casa pero no se va. Espera. Espera hasta que la luz del dormitorio se enciende, y luego se apaga, y espera un poco más. Le ha puesto un poco más de "sustancia especial" en la copa que acaban de compartir en la casa. Una pequeña cantidad, sólo quiere que se adormezca. Mira su reloj. "La sustancia especial" debe hacer efecto igual que el duplicado de la llave debe estar listo.
Es increíble lo que se consigue comprar a través de internet.
Vuelve a entrar en la casa con la copia de las llaves. Teclea el código de la alarma porque Derek la ha vuelto a activar, y la desactiva. El perro, de nuevo en el interior de la casa, la recibe entre ladridos. No de forma agresiva. Ya la ha conocido, pero aun así, le da una pequeña dosis de la "sustancia especial". No lo matará, pero lo dormirá. No tarda en hacer efecto. Emma sube al dormitorio. Derek está profundamente dormido en la cama. Emma prepara el trípode de la cámara que siempre lleva en el maletero de su vehículo. Le gusta coleccionar fotos de sus príncipes. Tiene miles. Se desnuda junto a él. Derek ni siquiera se mueve. Saca varias fotos con el modo automático de la cámara. En algunas se le ve el rostro, en otras no. No son las primeras de la colección de fotos de Derek, pero sí las que le sirven para fantasear con lo que cree que en algún momento ocurrirá.
Por lo demás, es una simple costumbre que en más de una ocasión le ha sido útil.
Recoge todo. Cuando sale del dormitorio, se entretiene escudriñando la casa. Encuentra sobre la mesa del salón un montón de papeles desperdigados. Informes policiales sobre todo. Y fotos. Y la ve. A Emily Prentiss. Agente del FBI. Fallecida en acto de servicio.
Tiene pensado regresar cuando él no esté, así que no se detiene demasiado en ellos.
Su príncipe no vuelve por el local en los siguientes días. Emma sin embargo ahora sabe lo suficiente sobre él como para no necesitarlo. Lo sigue sin que él se percate. Le saca más fotos. Se cuela en su casa. Y resuelve el problema del perro.
Y entonces, un día, Emily Prentiss ya no está muerta.
No. Las cosas no habían salido como Emma había planeado.
Y tiene que ser creativa.
Emma ha estado muy ocupada las últimas semanas. Ha tenido que seguirlo no sólo a él sino también a ella. Y ha conseguido averiguar dónde vive la zorra. No, la zorra no, la bruja. Porque Derek es un príncipe, ella una princesa y por tanto Emily Prentiss es la bruja malvada de su cuento.
Y aunque el piso de arriba, el 803 no está exactamente vacío, ahora lo está. Había sido una suerte que fuera un piso de alquiler. Estaba ocupado, un pequeño obstáculo, pero el obstáculo había tomado la "sustancia especial", solo que la había mezclado con otra "sustancia más especial", convirtiéndose en la "sustancia doblemente especial", de modo que ahora el obstáculo ya no lo es. Está en el baño metido en un baúl.
Esperaba que nadie se alarmara por sólo unos días de ausencia. Emma no necesitaba más. Su cabello se volvió entonces pelirrojo. Sus ojos, volvieron a ser azules. Y su nombre fue Marjorie.
Había intentado separarlos cuando se percató de que esa bruja lo había embaucado para que cayera en sus redes. Lo de rajarle las ruedas del coche, había sido culpa de la cosa oscura que vivía en su cabeza. A veces no podía controlarla. Y luego había decidido exponerlos ante sus superiores. A aquellas alturas ya sabía bastante sobre las normas de confraternización entre los miembros del equipo. Sabía que su denuncia no tendría recorrido y que no habría forma de que pudieran identificar su origen, pero Morgan se vería obligado a admitir que la bruja había dormido en su casa si quería esquivar la acusación.
Tampoco había funcionado como preveía, al parecer.
Y luego había intentado causarle celos a Emily, hacerla dudar de él. La fotografía que había tomado aquella primera noche en su casa, finalmente había tenido otra utilidad añadida a la de alimentar sus fantasías. La envió desde un teléfono prepago, ilocalizable.
Pero había sido un nuevo fracaso.
No importaba, porque al mismo tiempo el plan b aún seguía en marcha. Uno de sus ex príncipes, había sido informático y le había enseñado algunos trucos para borrar los mensajes enviados desde su teléfono si era necesario, así que no dudó en seguir animando al tal Murphy a traspasar ciertos límites haciéndole creer que la bruja estaría dispuesta a traspasarlos con él.
Emma sabía que la bruja había regresado a las oficinas junto al resto, y le había enviado un último mensaje a Murphy incitándole a actuar cuando estuviera a solas. El trabajo previo lo había hecho cuando les había asegurado a la bruja y a su amiga, que había sido un hombre quien había irrumpido en el apartamento.
Aún no conocía el resultado de aquello, pero había activado el virus y había borrado los mensajes por precaución.
Y además, había tenido un inesperado golpe de suerte. En sus manos tenía el colgante. Lo había encontrado casualmente mientras destrozaba el dormitorio de la bruja. Lo reconoció de inmediato. Lo había visto en los informes que Derek tenía sobre la mesa, y que había leído y releído en las ocasiones en que había regresado a la casa después de aquella primera vez, y antes de que instalara las malditas cámaras de seguridad. Pero había averiguado todo sobre Ian Doyle, sobre Valhalla, sobre los registros en el apartamento de la bruja, y sobre ese colgante que el antiguo amante de la bruja le había regalado. Incluso había una fotografía.
Y pensaba usarlo. Sólo tenía que demostrarle a Derek, que ese Ian Doyle era lo único que le importaba a la bruja, que no sentía por él amor de verdad. Que sólo ella podía ser su princesa.
Y la decisión ya estaba tomada. Había tenido sus dudas porque se trataba de una agente del FBI, por lo que sabía, bastante reticente a morir. Pero no le quedaban alternativas, la bruja tenía que desaparecer para que el cuento tuviera un final feliz.
Debía arriesgarse.
Y Morgan debía comprenderlo. Lo haría. Marjorie lo sabía.
Y si no lo comprendía, acabaría como Mike, Richard, Dale o Jackson.
La sustancia doblemente especial.
Y entonces el teléfono sonó. Era la bruja. Estuvo a punto de responder, pero entonces, mirando la pantalla, se dio cuenta de que había cometido un error. Le había dicho que había intentado contactarla. Tuvo miedo. Quizás no debía haber irrumpido en su apartamento. Debía haberse contenido. Su instinto le gritaba ahora que huyera, y ella solía guiarse por su instinto.
Si no sospechaban nada, tampoco averiguarían lo que escondía en su apartamento, y si sospechaban, era mejor mantenerse lejos y volver sólo cuando estuviera segura de que no corría peligro.
Pero si entraban, dejaría un regalo para Morgan.
No tuvo tiempo para nada más.
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